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LA POBREZA QUE NUNCA ENTENDÍ

HORMIGUITA, 17 de mayo de 2004


Os quiero comentar tres cosas de la pobreza en la obra que nunca entendí. Trataré de exponerlas tal cual las viví. La primera se refiere al coche marca Mercedes de Escrivá. La segunda fue en las escaleras de mármol del colegio mayor Belagua fase 2. Y la tercera fue el televisor en color del centro de mayores. Remontémonos a los años 70... Yo era un joven numerario ilusionado con mi vocación.

Primera. Me llamó la atención por primera vez leyendo la revista interna Crónica. En varias ocasiones vi una foto del padre saliendo de un Mercedes color negro, acompañado de don Alvaro y de un joven don Javier. Mi inconsciente me burbujeaba: ¿un Mercedes? Consulté a mi director, y me dijo que si, que el padre tiene un Mercedes regalo de una señora. Indagué un poco mas. También tenía chofer. Se llamaba Armando S. Me pregunté: ¿Y por qué no conduce don Javier que era su acompañante y su sombra? En el ambito inconsciente sentía una contradicción. Por un lado, el gran esfuerzo que hacían sus hijos e hijas en la obra para sacar adelante labores diversas. Por otro lado nuestro padre espiritual iba en Mercedes. ¿Que imagen daría por Roma un sacerdote que se desplaza en Mercedes? ¿Era un ejemplo para sus hijos e hijas en la obra? Pero pobre de mí, en aquel entonces yo estaba programado como todos. Nadie cuestionaba nada del padre Escrivá.

Años mas tarde, leí una bibliografía de Santa Teresa de Jesús. Decía que le habían ofrecido en una ocasión un carruaje, y que ella lo había rechazado. Me acordé de nuevo del Mercedes.

"El que busca a Cristo desnudo, no necesita joyas de oro" decía San Juan de la Cruz a sus hermanos.

Segunda: Cuando hice mi segundo curso anual en el Colegio mayor Belagua fase 2 me di cuenta que las escaleras eran de mármol, o algo así. Era un día de verano. Yo estaba estudiando y aburrido. Los demás en la piscina. Para romper esa monotonía, decidí correr por el hall, y lanzarme "de pompis" por las escaleras. Primero me deslicé flojito por 5 escalones. En la siguiente carrera ya reboté en 8 escalones antes de pararme. ¡Empezó la diversión! Volví a intentarlo, esta vez con mas valor. ¡16 escalones! Otra vez, a correr desde el fondo del hall hacia la escalera. ¡18 escalones! Mi pobre trasero me dolía. Jolín si dolía, pero el deslizamiento escaleras abajo era fabuloso. ¡No me veía nadie! ¡Pues mejor! Todos estaban en la piscina. Al día siguiente, mejoré la técnica. Cogí un periódico, y al correr lanzado hacia la escalera, antes llegar a los escalones, me lo colocaba en el trasero. ¡Y hala 20 escalones! Seguramente tendré ese record en Belagua todavía imbatido. Esta diversión por las escaleras me hizo fijarme en el asombroso material deslizante. ¿Cuál era ese material tan deslizante? A mi entender era un mármol bien untado con cera! Por tanto, la mejor hora para hacer mi diversión era cuando la administración acababa de limpiar el hall!

Se lo enseñé a otro nume amigo mío. Los dos hicimos más carreras. A ver quién bajaba mas escalones. Al día siguiente, mi amigo desistió por temor a mal espíritu. Yo también. ¿Era impropio divertirse así?

Volvamos a la pobreza. Esas escaleras provocaron que mi inconsciente burbujease más preguntas ¿Y por que se emplean escaleras de mármol en una residencia? ¿Acaso el cristiano corriente tenía escaleras de este tipo en su casa? ¿Era propio del espíritu de la obra usar mármol? Nos decían que la atención a la pobreza era en Chiapas, en Perú. Con indígenas. Yo no entendía nada pero si sentía dos contrarios.

Tercera. En los años 70 en España los televisores en color eran una novedad. Os cuento una vivencia. Desde Pamplona nos desplazábamos 5 numerarios a la labor en Vitoria. Los fines de semana usábamos un piso que tenía solo 4 camas. Por tanto, nos turnábamos en dormir en el suelo, o sobre una mesa maciza que había en el comedor. Aquel día yo dormí sobre la mesa maciza arrimada a la pared. Envuelto en una manta. No se cómo me las apañé pero dormí bien. Ofrecí aquello. Me veía gustoso haciendo un sacrificio por la labor apostólica.

El lunes siguiente, ya en Pamplona, el director de mi centro me pidió que llevara un sobre urgente al delegado de san miguel Juan Ignacio Y. Era bastante tarde, ya no fui a la delegación, sino al piso de mayores donde este residía. En ese piso vivía también Ismael S. B. entonces rector de la Univ. de Navarra. Era la primera vez que iba yo a un centro de mayores. Fui con la esperanza de poder respirar el olor de santidad de los mayores. (Era un iluso pero lo cuento tal cual lo sentía). Subí al piso, y me encontré un salón lujosamente decorado, (me ahorro los detalles) y al fondo de la sala de estar un televisor en color!

Otra vez mi inconsciente burbujeaba... Y mi raciocinio argumentaba... Que si los mayores se lo merecen, que si los mayores ya han pasado por peores momentos... Pero mi inconsciente me decía: que algo no va bien, algo no va bien... Recordaba que la noche anterior me había faltado un colchón. Y que los mayores, quienes nos deberían dar ejemplo tenían su tele en color. Algo no va bien, algo no va bien...

Valgan estas vivencias por ahora. Quiero terminar con una cita que me gustó mucho. Nos la aportó Galileo en su escrito del 29/3/04.

"¿Quieres de veras honrar al cuerpo de Cristo? No consientas que esté desnudo. No le honréis con sedas en la iglesia dejándole perecer fuera de frío y desnudez... En la última cena ni era de plata la mesa, ni tampoco el cáliz en que el Señor se dio a sus discípulos... El sacramento no necesita manteles preciosos sino corazones puros; los pobres, en cambio, sí que requieren muchos cuidados. Aprendamos pues a sentir sensatamente y a honrar a Cristo como El quiere ser honrado: porque para quien es servido el servicio más grato es el que él mismo quiere, y no el que nosotros nos imaginamos. Y así, Pedro se imaginaba honrar al Señor no consintiendo que le lavara los pies, y eso no era honra sino todo lo contrario. Tribútale pues el honor que él mismo reclama, empleando tu riqueza en servicio de los pobres. Porque Dios no tiene necesidad de vasos de oro sino de corazones de oro" (S. Juan Crisóstomo, Homilía 50 sobre S. Mateo, n.3).

Esto nunca nos lo enseñaron en la Obra. Pero es así.

 

 

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