PITAJES
FORZADOS
GUTTEMBERG, 6 de abril de 2005
He estado leyendo estos días lo que dicen Ana
Azanza y Fulcro
en relación con la coacción y los modos con
los que se invita a pitar (pedir la admisión)
a muchos jóvenes y no tan jóvenes en el Opus.
He de decir que estoy totalmente de acuerdo con ellos. A
mayores y, por experiencias personales vividas dentro de la
Opus, esto es también extensible a facetas puramente
apostólicas, y no únicamente proselitistas.
Voy a tratar de ilustrar lo que digo con dos anéldotas
que me sucedieron en el mismo lugar en dos años consecutivos...
Semana Santa del año 97. Yo estaba en el centro
de estudios, sin planón marañón, de esos
que tanto gustan al numerata medio, y más al niñato
de centro de estudios. Pues bien, se me ocurrió la
brillante idea de invitar a uno de mis mejores
amigos a pasar unos días en Fátima (otro de
los grandes eventos del calendario Opus), donde anualmente
se celebra un campeonato de fútbol con el fin de atraer
a jóvenes adolescentes de entre 14 a 17 años
y así acercarlos más a sus redes, y confiando
en la gracia de la Virgen de Fátima, conseguir que
piten. Es un anzuelo infalible.
A lo que íbamos. Este chico, del que ya hablé
en otro de mis escritos (Las
cartas y el derecho a la intimidad), es muy
aficionado al deporte y le comenté lo que allí
se hacía. La verdad que mi intención era pasar
unos días con él, ya que desde que pité
apenas habíamos tenido tiempo de vernos y hablar de
la vida misma. Allí nos plantamos los dos, de una forma
rocambolesca, la verdad. Los directores de la delegación,
se quedaron sorprendidos de verme, ya que no me esperaban,
y desde ese momento huelga decir que no pararon de pedirme
datos acerca de mi acompañante. Le hicieron la radiografía
al instante. Este amigo mío tiene una peculiaridad:
no está bautizado. Objetivo: conseguir que se bautizara.
Me dijeron que le tenía que hablar de Dios, del Evangelio,
del Catecismo
Y allí estaba mi amigo asistiendo
a meditaciones, misas, rosarios, etc
Y allí me teníais a mí dando vueltas
con él por la explanada hablando de algo que no le
interesaba para nada. Y por supuesto, al final de cada jornada,
el director de turno preguntándome por los avances
hechos durante el día. Al final se impuso el sentido
común y decidí hablar con él de la vida
misma, que es a lo que íbamos. Aún recordamos
divertidos aquellos días que pasamos en Fátima
juntos, en los que por cierto nos lo pasamos muy bien, ya
que al final hicimos un plan a nuestra medida. Todavía
de vez en cuando hablamos de Dios, Sacramentos, la Iglesia,
pero libremente, como quienes hablan de fútbol o de
mujeres, sin que nadie nos obligue a ello. No sé si
algún día este chico se bautizará, lo
que está claro es que no lo hará porque yo le
esté machacando continuamente. La gracia de Dios tiene
vías de actuación mucho más eficaces
que una persona machacando psíquicamente a otra.
Semana Santa del año 98. En este caso yo iba
a ser mero espectador de lo que allí se cocía.
Aquél año, ya había abandonado el centro
de estudios, me había trasladado a vivir a otra ciudad,
dentro de la misma delegación, a un centro de bachilleres.
Aunque mi encargo apostólico dentro del centro eran
los más pequeños del club, no sé cómo,
de golpe y porrazo me vi metido en una furgoneta rumbo a Purtugalll
junto a los más pitables de todo el centro. Entre ellos
iba nuestro protagonista. Llamémosle Leandro Gao. Leandro
era un chico de 16-17 años, lo que se dice un tío
majo, buenas virtudes, inteligente, en buen plan y todo eso.
Desde hacía bastante tiempo se le venía hablando
de pitar, había estado en varias convivencias de pitables,
en listas de San José; en fin, carne de cañón.
Pero se había resistido, es más, en ocasiones
había salido por patas.
A la cabeza de la convivencia iban el director, subdirector
y dos residentes del centro (otro y el menda). Consignas claras:
teníamos que volver con la carta de Leandro debajo
del brazo costase lo que costase. Y allí estaba yo
en medio de todo esto con un cometido claro: rezar mucho a
la Virgen para que Leandro pitase.
En esos días pude asistir a uno de los episodios más
denigrantes de acoso y derribo de una persona (una criatura
de 16) para que pitase. Durante toda la semana se le estuvo
acosando, machacando, unas veces uno, otras veces otro, incluso
los adscritos que iban en la convivencia hablaban con él.
Minuto tras minuto, hora tras hora, día tras día.
Hasta que llegó el momento clave: uno de los días
de la convivencia, no recuerdo si el Jueves o Viernes Santo,
el subdirector recibió el siguiente encargo: Vas a
ir con Leandro a rezar delante de la Virgen toda esta tarde,
y no te vas a levantar de allí hasta que no esté
decidido a pitar. Y así lo hizo. Se pasaron toda la
tarde sentados en un banco de la explanada frente a la imagen
de la Virgen rezando (rosarios, lectura, oración,
)
intercalando conversaciones y confidencias dirigidas a que
pitara. Aún hoy no soy capaz de imaginarme la presión
psicológica a la que debió estar sometido Leandro
a lo largo de esa semana. Al final no pitó ese día
ni en esa convivencia, y por lo que he podido saber después
de todos estos años, Leandro dejó de asistir
a medios de formación y a planes relacionados con la
Opus unos años más tarde. En esta ocasión
hubo un gran acoso, pero al final, gracias a Dios no hubo
derribo, aunque lamentablemente esto sucede en pocas ocasiones.
Con estas dos vivencias he querido mostrar cómo se
las gastan ahí dentro y hasta dónde son capaces
de llegar por conseguir ser más. No son las únicas
que he conocido. Todo vale para conseguir vocaciones. Desde
el acoso al que se somete al Leandro Gao de turno, pasando
por la coacción que se ejerce sobre el numerata (extrapolable,
por supuesto, a cualquiera de las otras clases de miembros
opusinos en general) para que esté encima del pitable,
y que no tiene otro remedio que aceptar, en virtud unas veces
del buen espíritu, otras veces por la obediencia debida,
aunque ni mucho menos quiera hacerlo (como era mi situación
en el primero de los relatos). Pero este tema de la coacción
a los miembros para que realicen actos (no sólo apostólicos)
disfrazados bajo apariencias varias (obediencia, buen espíritu,
libertad, filiación, proselitismo,
) contra su
voluntad, es algo que debe tratarse en un capítulo
aparte.
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