CON
LOS PIES EN LA TIERRA
FG, Andalucía, España
6 de junio de 2003
Trataré de exponer algunas vivencias durante mis años
de relación y pertenencia a la Obra como Numerario.
Conocí la Obra cuando comencé a estudiar la
carrera. Nací en una ciudad de provincias y me trasladé
a la capital para cursar los estudios universitarios. Como
suele ser lo más habitual, alquilé un piso con
unos compañeros el primer curso. Había terminado
el Bachillerato con brillantez.
Mi más íntimo amigo se fue a vivir a un colegio
mayor de la Obra. Comenzó a ir por Círculos
de San Rafael y, por supuesto, me invitó a que yo también
participara y tuviera dirección espiritual con el sacerdote
de la residencia. A mis padres no les hacía mucha gracia,
pero siempre han respetado mis decisiones y seguí recibiendo
esta formación que, por otro lado, me parecía
muy atractiva: santificarte en medio del mundo, por medio
del trabajo...
Y llegó la Semana Santa. Se organizaba el viaje a
Roma del "Congreso" UNIV'87, al cual fui gracias
a poder haber vendido unas pocas de biblias de EUNSA. Por
supuesto, no pisamos el congreso. Todo fue visitas a Bruno
Buozzi 73, meditaciones, rosario, charlas, etc., junto con
visitas a monumentos sin poder conocer "Roma, la notte",
pues cenábamos a las 6 de la tarde a no-sé-cuántos
kilómetros de Roma y luego teníamos una tertulia
y a la cama, que al día siguiente volvíamos
a Roma.
Me encantó la tertulia con el Papa. Justo después
de la misma, mi íntimo amigo pitó de supernumerario
y a mí me hablaron también de "entregarme
a Dios como numerario".
Hasta aquí creo que mi historia es muy similar y que
muchos se sentirán identificados con ello, y con el
proselitismo feroz que se hace en el UNIV.
Al curso siguiente, el plan fue el mismo. Aunque no era de
la Obra, el sacerdote me dijo dos cosas que no se me olvidarán:
"Di a tus padres que eres de la Obra y por qué
no nos entregas el dinero que tienes". Lo primero, lo
hice; lo otro, no.
El curso siguiente me plantearon vivir en el Colegio Mayor
y obtuve plaza. Ya me conocían bastante. Cambiaron
el director y el sacerdote, pero ya los conocí el verano
anterior en una convivencia en Torreciudad. Antes de entrar
a vivir en el mismo fui a una de las "convivencias para
pitables" donde ya me lo plantearon por quasi-última
vez y terminé pidiendo la admisión a los ocho
días de entrar en la residencia.
Pité porque yo quería ser como esa gente: atractiva,
servicial, simpática, etc. Pero claro, la tortilla
se da la vuelta a partir de ese momento. La burra que te venden
es distinta. No te cuentan todo desde un principio, toda la
verdad. Me vienen a la cabeza aquellas palabras: "es
peor una verdad a medias que una mentira". Ese curso
fue estupendo, lo mismo que cuando volví después
del centro de estudios, pues vives con todo tipo de personas,
la mayoría de las cuales no son de la obra.
Voy a pasar por alto los años del centro de estudios
y la vuelta al colegio mayor, pues el calvario comienza cuando
me nombran secretario de un centro y empecé a darme
cuenta de todo lo que no te cuentan desde el principio, de
que se vive en las nubes "con la cabeza en el cielo",
pero los pies no en la realidad.
El primer año que viví en ese centro éramos
doce personas. Terminamos nueve el curso. El centro estaba
situado en una de las mejores zonas de la ciudad, 600 metros
cuadrados, unos gastos impresionantes, desorbitados, cuatro
empleadas más la administradora para atender a las
nueve personas... y nueve personas para mantenerlo (estudiantes
casi todos; el director y el subdirector trabajaban en la
delegación, por lo que no ingresaban; y un sacerdote,
que tampoco ingresaba nada y le encantaba tener encendidas
todas las luces del centro menos las del sagrario e irse a
esquiar los fines de semana de la temporada de invierno).
Planteé a la delegación el que no necesitábamos
tantas personas en la administración, pero la respuesta
fue clara: "cualquier otra solución, menos despedir
a alguna". Y me tuve que poner a dar clases particulares
para costear los esquís del cura. ¿Tenían
en la delegación los pies en el suelo?.
Yo seguía estudiando, terminando la carrera, estando
encima del centro, recibiendo las charlas fraternas, consejos
locales, etc. Pero algo cambió cuando tuve que empezar
a informar por escrito y cuando llegó al consejo local
un escrito de la delegación con la conversación
de uno del centro con el sacerdote en un curso de retiro.
Me pareció muy fuerte jugar con la intimidad de las
personas. Me acordaba de aquello de que un informe debería
estar escrito de forma tal que si lo leyera la persona interesada,
pensara que el redactor le quería muchísimo.
Recuerdo de esa forma de redactarlos: "Tiene caídas
semanales contra esa virtud (B.10.III.28-1,590)" que,
traducido al lenguaje llano significa: "se masturba semanalmente";
o "vive con puntualidad ese medio de formación
(B.10.III.37)", que significa "se confiesa puntualmente".
Y, por supuesto, estos informes se enviaban a la delegación.
También recuerdo, y fue el remate, que el director
del centro me obligó a contar algo que me había
comentado otra persona en la charla fraterna. Me negué
y me obligaron hasta terminar contándolo. Siempre nos
habían dicho que en la charla fraterna o confidencia
la dirección espiritual se ejercía en ese momento,
y esa persona se confiaba a ti, a contarte todas-todas-todas
las cosas para que le ayudaras, con toda la ayuda de Dios
y con tu oración. Pero claro, al final todo el mundo
se puede enterar: el director, el consejo local, los directores
de la delegación, etc.
A partir de ahí dejé de hacer la charla fraterna.
Me parecía un engaño, pues siempre me la habían
explicado de otra forma que, en la práctica, no tenía
nada que ver.
Me cambiaron de centro. Comencé a trabajar en la ciudad
donde nací. Como era numerario, tenía que dormir
en el centro. Cuando llegaba de trabajar, me quedaban todas
las normas, atender a un enfermo que vivía allí
y que no hacía otra cosa que gritar por las noches
(vivía en la habitación de enfrente a la mía,
yo no podía dormir y con el peligro añadido
de coger un coche todos los días), atender a la gente,
hacer el semestre de invierno, etc. El primer año no
tuve vacaciones y, por supuesto, no podía hacer el
curso anual. Pensaban que no quería hacerlo. "¿No
puedes pedir un mes de vacaciones?" Otra vez con los
pies fuera del suelo. Ya había consumido unos días
de asuntos propios para hacer el curso de retiro.
Solicité un cambio de centro, donde, por lo menos,
pudiera dormir por las noches, pero no podía ser.
Siempre nos habían enseñado que en la Obra
a cada uno se nos trataba individualmente, conforme a las
circunstancias personales, que son las que nos pueden llevar
a la santidad. Mis circunstancias no eran las estándar,
pues trabajaba en una ciudad distinta a la de residencia,
entre otras cosas. Por supuesto, no podía dormir en
casa de mis padres algún día a la semana, porque
tenía que atender el centro, y "porque está
escrito"...
...como también están escritas las "Normas
de prudencia en el trato con mujeres". Por descansar,
por sentido común, una compañera de trabajo
y yo nos turnábamos para conducir. Cuando lo dije,
el director se llevó las manos a la cabeza: "está
escrito que no se puede quedar a solas con una mujer en un
coche". Lo que no estaba escrito es que, con esa misma
mujer, trabajaba ocho horas en un despacho a solas con la
puerta cerrada, por lo que sí podía trabajar
con ella, pero no quedarme a solas en el coche.
¿Dónde están esas circunstancias personales
de cada uno?
Llegó la hora de hacer la fidelidad y no la hice en
conciencia. Por miedo, simulé en la ceremonia.
Escribí una carta al padre en sobre cerrado, donde
conté todas mis preocupaciones y que no había
hecho la fidelidad por estos temas, entre otros, que ya os
contaré.
Preparé mis maletas, me fui del centro a un piso y
dije al director que dejaba la Obra, que no tenía compromisos
adquiridos, porque la fidelidad, en conciencia, no la había
hecho.
Me pidió que escribiera el prelado solicitando la
dispensa de los compromisos. Le repetí que no los tenía
y me insistió en que tenía que escribir la carta,
por si acaso. Por supuesto, no la escribí, la veía
absurda. Ya le había escrito diciéndole que
no tenía compromisos por no haber hecho la fidelidad
de verdad. Pero claro, era la forma "que estaba escrita".
A las pocas semanas me llamó el director diciendo
que había dejado de ser de la obra. En realidad, lo
había dejado mucho tiempo atrás. Ahora soy más
feliz que nunca.
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