PERDONAR
AL OPUS DEI
FLAVIA, 13 de marzo de 2005
Este verano pensaba, en un tiempo de retiro que "me tomé",
sobre la necesidad de perdonar al Opus Dei, de dejar ir al
pasado.
No lo pensé en el sentido de "borrón y
cuenta nueva", porque eso no existe, no es así
nuestra vida, no podemos sacudirnos el polvo del camino sin
más, aunque tengamos la necesidad imperiosa de hacerlo,
nuestros días nos "siguen" como si el pasado
se pusiera delante del futuro, muchas veces.
Supongo que perdonar tiene que ver con "reordenar"
el tiempo, en una instancia en la que, por las sendas que
cada uno tenga que recorrer, nos sentimos con fuerza, con
aire, para reordenar el decurso de nuestra vida.
Sabemos que perdonar es, en lenguaje bíblico, "desatar":
se trata de hacerle justicia a una realidad, de buscar su
verdad, de desatarla de su aspecto falso o ilusorio, o inicuo.
Claro, si la condición del perdón es la verdad
como justicia con esa realidad, podemos sentir el perdón
como una carga adicional a la que ya nos ha impreso el pasado:
además de soltar la carga, hay que "descifrarla"...
Yo creo que desatar una realidad es encontrarla en su fondo
último, es mirarla "sin pasiones" en el lugar
en el que aspiramos a verla de un modo claro, entiendo que
ese lugar y esa mirada son completamente personales, y exigen
el camino de discernimiento y reconstrucción personal
que a cada uno le toque, y no sé si la cuestión
pasa por "soltar" la carga o limitarse a decodificarla
intelectualmente.
Yo no estuve muchos años en la Obra, sí estuve
toda mi adolescencia allí, digamos que en esa institución
fue moldeada buena parte de mi personalidad, y, como punto
crítico, mi salida del Opus Dei, mi último año
allí fue atroz.
Esas experiencias no me hicieron mejor o peor persona, pero
me marcaron fuerte, entre otras cosas instalaron en mí
la espantosa sospecha acerca de la posibilidad de que mis
actos fueran operaciones de sustitución o compensación
ante lo vivido. En definitiva, la Obra, su conformación
anómala, su incomunicabilidad, incluso su carácter
a veces increíble (cuántas veces me he sorprendido
recordando cosas, y pensando que eran simplemente inauditas),
ha "contaminado" el aire que respiro, en áreas
claves de la personalidad. Y sé que no soy la única,
lamentablemente.
Por supuesto, no le atribuyo al Opus Dei ser la causa de todos
mis males o todas mis penas, pero con los que causó
en lo real, es más que suficiente como para que el
estómago se me revuelva ante su mera mención.
¿Cómo desatar eso?...¿Qué hay
en el fondo del pasado?...¿Cómo mirar esa realidad
en un espacio del corazón que pueda contemplarla sin
"pasiones"?.
El asunto con perdonar es que ocurre en un marco muy contradictorio:
por un lado, a nosotros, simples mortales, no nos está
dado modificar el pasado, tampoco tenemos posibilidad de penetrarlo
hasta el tuétano, de comprender plenamente su sentido,
pero sí debemos lidiar con él, con las marcas
de la experiencia, que, en este caso, no sólo tienen
el peso específico de lo vivido, sino además
el condimento de saber que la Obra sigue funcionando como
siempre, y haciendo lo que ha hecho siempre.
¿Qué podría significar aquí el
perdonar como "desatar"?.
Hace unos años leía un texto de un teólogo
de la liberación (que no muerden, ni matan, ni le dan
armas a los niños para que derroquen gobiernos... más
bien suelen ser ellos los asesinados), Gustavo Gutiérrez,
el escrito se titulaba "Perdonar es dar vida", y
comentaba el pasaje bíblico en el que se narra la historia
de Jonás, enviado a predicar la penitencia a Nínive.
Por el trato sufrido en manos de los ninivitas, Jonás
no quería interceder por ellos ante Dios, pero Dios
quería perdonarlos. El que Jonás abriera el
corazón para ese perdón, no sólo daba
vida a los ninivitas (que podían o no arrepentirse),
sino que le daba vida a su corazón: podía ver
a esas personas fuera de su pecado, en su posibilidad de ser
"desatadas" de ese pecado.
Y eso lo desataba a él de su propia resistencia, de
su enojo por una situación en la que no había
querido estar.
En particular, no sólo he sentido mucha "bronca",
hablando "en criollo", por lo vivido en la Obra,
también la he sentido por las sucesivas aprobaciones
eclesiales, apoyos morales, políticos, en fin, por
la actitud de la Iglesia hacia el Opus Dei, hacia una institución
que a mí, católica, como a muchos, me ha hecho
sufrir tanto, y que ni pide perdón, ni cambia, todo
lo contrario.
Y digo que la que me ha hecho sufrir es la institución
Opus Dei, y no tal o cual directora, porque es la dinámica
de esa institución la que me ha hecho daño,
la que hace daño.
En conciencia yo no puedo justificar o "disfrazar"
esas actitudes eclesiales hacia la Obra en pro de algún
bien mayor, a lo sumo puedo aducir una ignorancia (muy limitada,
es claro), que no soluciona ni convence, dado que los apoyos
brindados son lo suficientemente grandes como para tomarse
el trabajo de averigüar... No puedo decir que el Opus
Dei sea otra cosa que la que me consta, por mi propia y desgraciada
experiencia. Ojalá jamás hubiera conocido al
Opus Dei.
Pero sí lo conocí, sigo profesando la religión
católica, sigo viendo como la Obra medra, sin aceptar
cuestionamiento alguno, y, peor, sin recibir cuestionamiento
alguno.
¿Cómo desatar esa situación, cómo
perdonarla?.
El que los seres humanos nos veamos en el trance de tener
que perdonar lo que no solicita el perdón, agrega un
componente más al problema de perdonar en sí,
y, por supuesto respecto de qué hacer con nuestro pasado:
cómo hacer para que el perdón no sea un acto
de cinismo, de ceguera, de cobardía. ¿Cómo
perdonar de corazón?.
Adelanto que creo que ésto no es posible sin el auxilio
de la gracia de Dios, y también adelanto que la gracia
tiene muchos caminos y muchos modos de hacerse presente.
Tal vez "desatar" esa situación sea algo
parecido a lo que hizo Francisco de Asís al hallarse
ante lo que más temía en su juventud: a los
enfermos de lepra. Él iba cabalgando cerca de su ciudad,
y vió a un hombre con lepra, tuvo el impulso de huir,
pero se bajó del caballo y lo abrazó. Cuando
volvió la cabeza para verlo, el hombre ya no estaba.
¿Habrá que abrazar al leproso? ¿Habrá
que abrazar a los propios sentimientos y dolores?.
Supongo que hay que salvar tanta muerte y tanto dolor como
se ha experimentado en la Obra, con abundancia de vida, de
amor contradictorio y difícil, pero amor.
En una película magnífica, que volví
a ver en estos días (Sunshine), el protagonista reflexiona
y dice: "Tememos ver con claridad, y tememos ser vistos
con claridad".
Mi "combate" personal ante el perdón a la
Obra, y a la Iglesia que hoy sostiene a la Obra, no pasa por
decir que "todo está bien porque está mandado".
Eso me destruiría, y es algo que inclusive va más
allá de mi decisión: es la fuerza de las cosas
y la voz de mi conciencia, entonces, el asunto pasa por tratar
de ver mi vida y mi experiencia de la Obra con claridad, y
aceptar ser vista claramente, en el corazón de mis
contradicciones, en mi deseo (y mi necesidad) de reconciliar
esa experiencia de vida, y, a la vez, de plantear qué
es el Opus Dei, y qué significa como institución.
El perdón no está cerrado: es el trabajo de
ensanchar mi corazón hasta que pueda haber más
amor que dolor, o el dolor sea vivido, "amorosamente":
"amar a los enemigos, orar por los que nos persiguen
y calumnian".
Simone Weil decía algo verdadero, en un tono que a
algunos les puede parecer trágico (a mí no):
"el que nunca ha tomado la espada, o el que la suelta,
ése morirá por la espada". Supongo que
no se trata, lato sensu, de la muerte física: se trata
de aceptar la violencia, sin responder desde el ángulo
de nuestro corazón que quiere hacerlo con violencia
(en cualquiera de sus formas, o en la lógica que habilita),
dejando en cambio un espacio para que la respuesta se dé
de otro modo: hacer lugar para la transformación en
nosotros, para que aparezca algo nuevo, y realmente "se
suelten los cepos", para que haya libertad y verdad,
para que nuestra libertad sea "desatada", "liberada"
por una forma no domesticable de la verdad: "miren que
Yo hago nuevas todas las cosas", se nos dice en el Nuevo
Testamento.
En fin, aquello de nosotros que no ha tomado la espada, o
que la ha dejado, es lo que sufre la violencia de la espada,
del agravio, del dolor, para dejar abierto otro lugar, otra
lógica: un corazón dilatado, ensanchado. Así
fuimos salvados en la hora sexta de un Viernes: estoy hablando
de la experiencia de la Cruz.
Bueno, desatar, para desatarnos, "para que la lengua
se nos llene de cantares", para que en esta historia,
como en otras, y al decir de Monseñor Romero: "la
última palabra la tenga la Vida", la nuestra,
la de hoy, y también la de ayer.
Ex corde
Flavia
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