PADECIMIENTOS
DE LA FAMILIA DE SANGRE
Lux, 4-10-2003
Muchas veces me he preguntado cómo reparar el daño
que pude haber ocasionado a mi familia de sangre
con algunas actitudes mías mientras estuve dentro de
la Obra.
Como muchos ya han contado, también a mí me
dijeron al pitar que no debía decir nada a mis padres:
ellos no entenderían lo que era mi vocación
(de hecho no sabían ni lo que era el Opus). Al principio
sólo advirtieron algunos cambios en mis costumbres
pero eso no fue motivo de conflictos. Los problemas empezaron
al llegar las vacaciones ya que tenía que hacer el
curso anual como está indicado para todos los numerarios/as.
Yo acostumbraba a irme de vacaciones con mi familia a un
lugar de veraneo donde teníamos casa. Habíamos
formado un gran grupo de amigos, con los que solíamos
colaborar en actividades de la parroquia, a cargo de un sacerdote,
que había organizado varias actividades para reunir
a la gente joven que estaba de veraneo: misas de la juventud,
campeonatos de truco y baile para los jóvenes. También
teníamos encuentros de oración y de reflexión.
Era una buena forma de que los turistas dedicáramos
parte de nuestro tiempo libre al servicio de los demás.
El aprovechaba para formarnos y hacernos ver que también
la diversión podía ser sana, solidaria y con
sentido cristiano.
Mi primer problema fue que yo no quería ir de vacaciones,
pero mis padres no me dieron opción (yo era menor de
edad): tenía que ir con mi familia ya que era el momento
en que todos estaríamos juntos. Lo consulté
con mi directora y me sugirió que le pidiera autorización
a mis padres para asistir a un curso internacional de
formación al que asistirían chicas de
distintos países. Ante la negativa partí con
mis padres y mis hermanos.
La directora me dejó bien en claro que no debía
participar en ninguna de las actividades de la parroquia (salvo
las Misas, claro está). De todo lo otro, ni qué
hablar. Obviamente mis amigos no entendían el cambio,
pero yo tampoco podía explicarles nada por expresa
indicación de la directora. Los primeros días
se hicieron muy difíciles hasta que no me quedó
más remedio que explicarles la verdad a mis padres.
Como no conocían nada del Opus Dei. tampoco sabían
que quería decir ser numeraria. Les sorprendía
mi comportamiento y debo reconocer que debo haber exagerado
un poco pero sólo trataba de seguir al pie de la letra
las indicaciones que me habían dado. Quería
seguir el buen espíritu y no tirar
mi vocación por la ventana, ya que esa
vocación era como una llama chica a la que cualquier
viento podía apagar (podrán notar cuántos
ejemplos concretos solían utilizar para que las ideas
nos quedaran bien claras)
A los pocos días apareció por el lugar una
numeraria a la que conocía, junto a otras de la obra
que venían a dar charlas a las chicas de san rafael,
que estaban vacacionando. Me pasó a buscar por mi casa
pero mis padres se negaron a abrirle la puerta. Entonces me
hizo llegar un mensaje diciéndome dónde podía
encontrarla. Me sorprendió llegar y verla camuflada
con un pañuelo en la cabeza (aquí eso era exótico),
lentes oscuros y ropa que no era de ella. Me explicó
que no quería que la reconocieran (mis padres, claro
está). No comprendí semejante operativo pero
en el momento me pareció original. Recuerdo también
que por distintos centros que pasé, solían contar
la anécdota de un padre que había ido a buscar
a su hija con un trabuco (arma). Y lo contaban
como una acto heroico de esa hija que se oponía a semejante
padre. Con el paso del tiempo tuve la oportunidad de conocer
al padre en cuestión y había aprendido a querer
a la obra (pero también había sufrido mucho).
Volviendo a las vacaciones, como comprenderán, fueron
una tortura. Me dolía mucho ver mal a mis padres pero
pensaba que esa era la voluntad de Dios y me sentía
una heroína.
El año siguiente el tema vacaciones se simplificó
(?). Yo debía irme con mis padres, quedarme tres días
y después volverme por mi cuenta. Y así lo hice.
Cuando les informé que me marchaba no se lo podían
creer. Armé mi bolso y me fui caminando a la estaciones
de buses. Recuerdo que mi madre me siguió mientras
trataba de hacerme reflexionar. Usó todos los tonos
posibles pero fracasó. Lo ultimo que recuerdo es verla
por la ventanilla llorando desconsoladamente, mientras el
ómnibus echaba a andar.
En el centro al que estaba adscrita me recibieron con bombos
y platillos por la hazaña. Cuando comenté lo
sucedido me dijeron que me quedara tranquila que no era la
primera numeraria a la que le pasaba algo así (ni tampoco
la última). Interiormente estaba muy afectada porque
sabía que les había hecho un gran daño,
y en nombre de Dios y de la religión, como
me reprochaban ellos. Se sentían mal porque no entendían
qué había de censurable en su forma de descansar
y de pasar las vacaciones que se opusiera a mi vocación
. Todos iban a Misa y llevaban una vida cristiana y de profundo
respeto por los valores. ¿Dónde estaba la contradicción
entre su forma de vida y mis deseos de ser santa
para que no pudiera lograrlo estando con ellos?
Después de esto y de otras tantas cosas mi familia
se alejó (momentáneamente por unos años)
de Dios porque no podían entender que en su nombre
yo dejara de lado cosas tan esenciales para cualquier persona.
También recuerdo las veces que tuve que decirles medias
verdades para que se quedaran tranquilos. Eso sí,
a las directores medias verdades nunca, ya que
había que ser salvajemente sincera.
Un tema que me costaba mucho que entendieran era que no usábamos
la ropa que nos regalaban: debíamos entregarla como
parte de la pobreza que vivíamos. Si las directoras
con las que conviví hubieran tenido un poquito más
de sentido común (no quiero decir que no lo tuvieran
sino que con un poquito más) me hubieran
dicho que lo usara algún tiempo y los dejaba conformes.
¿Por qué nuestra familia debía sufrir
por nuestras renuncias, si éramos nosotros los que
teníamos la gracia de la vocación y no ellos?.
En realidad ellos recibían la gracia de ser padres
de una numeraria, según se nos explicaba.
Un espectáculo digno de alquilar balcones eran las
fiestas de Navidad en los que se celebraba la Santa Misa y
después un festejo donde todos cantábamos villancicos
alrededor del Pesebre. Estando en el centro de estudios recuerdo
a numerarias pidiéndole a otras que no se pusieran
tal o cual vestido o camisa o lo que fuera porque era regalo
de su madre y no quería que se enfadara con ella. Esto
era un poco complicado porque el vestuario de una numeraria
admitía un solo vestido de fiesta (lo demás
era lujo que uno no podía permitirse). Hubo quien intercambió
prendas y santo remedio. Se me ocurre que los varones no deben
haber vivido estos inconvenientes con la misma intensidad
(¿o tal vez sí?) ya que los trajes son más
parecidos unos a otros.
Un capítulo especial merecerían las operaciones
y enfermedades de algunos de nuestra familia de sangre.
A mi madre debieron operarla de cáncer y sólo
se me permitió (como excepción) acompañarla
una noche en el sanatorio donde estaba internada. Mis hermana
tuvo que hacerse cargo el resto del tiempo y yo aparecía
para hacer una visita de médico. El cansancio
se lo llevaron otros, porque mi entrega a la obra
no me permitía descuidar otras obligaciones.
Quiero aclarar que yo deseaba realmente estar a su lado y
acompañar también a mi padre en un momento así,
pero no me lo permitieron. Yo decía que actuaba libremente
pero sabía que no tenía muchas alternativas.
Desobedecer una indicación expresa era de muy
mal espíritu. Gracias a Dios, mi madre salió
adelante.
Y podría seguir escribiendo muchas páginas
más pero creo que todos hemos pasado por situaciones
parecidas.
Indudablemente el momento más feliz para mis padres
fue cuando me fui de la Obra. Ellos estaban de viaje y al
regresar me encontraron de vuelta en mi casa después
de once años de haberme ido. Durante mucho
tiempo nunca hablamos de sus sufrimientos de esa época.
Quisieron correr un tupido velo y disfrutar tantos años
de ausencia. Hace poco tiempo conversando con ellos, pudieron
expresarme tantas preocupaciones y angustias que vivieron
en ese entonces. En mí no se cumplió la profecía
de ya algún día entenderán y estarán
felices con tu vocación .
Desde que salí traté de compensar
todos esos años (aunque el tiempo no regresa) y sé
que Dios, que es verdadero Padre, ayudó a curar muchas
heridas causadas por la Obra.
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