EL
OPUS DEI EN AMÉRICA LATINA (no hay que olvidar...)
JESUS F., 3 de enero de 2005
En Opuslibros encontramos muchos testimonios de ex-miembros
oriundos de América Latina. Sorprende, ciertamente,
la manera en que las vivencias individuales por ellos narradas
coinciden con las experiencias de ex-miembros de otras latitudes.
Se trata, sin duda, de una prueba convincente de que las acusaciones
dirigidas al Opus Dei no se agotan en casos aislados, en excepciones,
como pretenden algunos defensores de la Obra en la red.
Tales defensores se muestran dispuestos a reconocer que uno
que otro miembro, uno que otro director, podrán haber
dado pie a conductas que dañan a otras personas. Pero
el así llamado "Espíritu de la Obra"
permanece incólume. Los susodichos defensores de la
Obra (según ellos lo son a sólo "a título
personal") se sentirán autorizados a amenazar
veladamente a los ex-miembros, añadiendo o sugiriendo
que cualquier crítica global a la Obra amenaza a la
Iglesia, a las almas, y de eso habrá que responder
ante Dios.
Es asombrosa la seguridad que manifiestan estos apologetas
de la Obra respecto del papel salvífico y apostólico
que desempeñan. Es deplorable sin embargo, que para
limpiar el buen nombre de la Obra sugieran que los testimonios
de los ex-miembros son mentirosos o de mala fe (pues de no
ser así, por qué estos habrían de temer
el juicio divino?).
Ahora bien, la Obra no sólo es susceptible de ser
criticada en general por los testimonios de los ex-miembros.
Hay otros flancos por donde "atacar", por así
decirlo (tómese esta expresión en sentido figurado,
pues no se trata de una guerra ni mucho menos, sino de una
toma de conciencia). Es verdad que los relatos de quienes
han pertenecido a la Obra poseen un valor único, por
el solo hecho de ser de "primera mano". Tales testimonios
confirman poco a poco el juicio clarividente (fruto de una
perspicacia teológica que en su tiempo nos hizo falta)
que sobre la teología implícita en Camino pronunció
el teólogo jesuita Hans Urs von Balthasar: El Opus
Dei es en esencia una organización integrista, en el
sentido de que se vale del poder, del control y de la manipulación
para imponer una determinada "espiritualidad".
Hay que agregar que nada contradice más la esencia
de una auténtica experiencia religiosa. El Opus Dei
le pone nombres griegos a cosas bárbaras: Presume de
ir en busca de los laicos, de respetar su libertad y su condición
"mundana", cuando en realidad lo que hace es someterlos
a una estructura de dominio eficientemente organizada. Incluso
si hubiéramos de conceder, sin aceptar, que la "espiritualidad"
en cuestión es esencialmente buena y santa, habría
que indicar con fuerza que es contradictorio querer "imponerla",
o "controlarla", o "custodiarla", con
todo el aparato de poder que ya bien conocemos.
Dejemos el tema ahí. Cuando hablo de "otros flancos",
pienso ahora en uno concreto, a saber, la actuación
del Opus Dei en América Latina. Para ser más
preciso aún, aludo a la relación que el Opus
Dei ha tenido, alentado por el Vaticano, con la así
llamada "Teología de la Liberación".
Ésta nació como una interpretación del
mensaje cristiano que buscaba llamar la atención sobre
la injusticia, sobre la estructura de pecado que está
detrás de la pobreza no sólo económica,
sino cultural, de millones de seres humanos. La pobreza no
es una fatalidad, un hecho, sino un olvido del hombre por
otro hombre, una "muerte injusta y prematura", como
dice Gustavo Gutiérrez, recientemente galardonado con
un premio de altura.
La teología de la liberación no estaba necesariamente
casada con el marxismo, ni siquiera con ciertas orientaciones
políticas, sino única y exclusivamente con la
toma de conciencia del escándalo que debe representar
la pobreza para cualquier persona dotada de un sentido de
la ética. Tanto más para un cristiano o cristiana.
Esto no lo digo yo, se encuentra a todas luces en los textos
de Gustavo Gutiérrez, de Leonardo Boff, de Jon Sobrino,
entre otros.
Pues bien, el Opus Dei, hay que decirlo sin ambages, ha contribuido
activamente a desarmar a la teología de la liberación.
No sólo lo ha hecho desde un punto de vista filosófico
y teológico, con escritos nefastos e incomprensivos
del sentido que anima a la teología de la liberación
(hasta el filósofo navarrense Leonardo Polo escribió
sobre el tema, mostrando un profundo desconocimiento de la
situación). Es sabido que personajes como Fernando
Sáenz, en El Salvador, y Juan Luis Cipriani, en el
Perú, han combatido con todas sus fuerzas a la teología
de la liberación. Son así cómplices de
la miseria humana que está ahí fija, inamovible,
sin ninguna esperanza de ser erradicada, al menos en esta
vida.
Pero no sólo eso, en ocasiones han sido protagonistas
de papeles vergonzosos, como fue el caso de Fernando Sáenz,
quien al menos por un momento fue Capellán de ese mismo
ejército que asesinó cobardemente a Oscar Arnulfo
Romero, a Ignacio Ellacuría y a otros jesuitas. Quien
tenga dudas de la crueldad y salvajismo de aquel ejercito,
bendecido por Sáenz, medite sobre lo siguiente: Un
político norteamericano, al saber con pelos y detalles
el estilo de tales masacres, llegó a decir algo así:
"Otra de esas, y les retiramos el apoyo militar".
Desde un punto de vista filosófico y teológico,
el contraste del Opus Dei con la teología de la liberación
tiene el mérito de "desnudar", me parece,
los errores de fondo contenidos en una espiritualidad que
se insiste en presentar como "genial", "innovadora",
"progresista", "post-conciliar". Escrivá
pretendió que para santificarse no hay que hacer "actos
heróicos", "excentricidades", o como
se quiera. Basta y sobre hacer bien el trabajo espiritual
y seguir normas de piedad como monje post-moderno. Cabe preguntar,
empero, si el trabajo extraordinariamente ejecutado es un
fenómeno que nos permite ir hacia el "otro",
llamésmole mejor el "prójimo", en
el sentido hondamente cristiano, como hacía el buen
samaritano, como hacía Jesús mismo.
Yo diría que puede serlo en parte, o puede ser una
plataforma para otro tipo de acciones, más propiamente
cristianas. Pero esencialmente el trabajo permanece en un
nivel de "conservación del sí mismo",
por utilizar términos filosóficos. No se le
puede pedir más. Las magníficas páginas
que Emmanuel Lévinas ha dedicado a este tema en Totalidad
e Infinito son bastante ilustrativas. En cualquier caso, el
desempeño excelente del trabajo, incluso si éste
posee una dimensión social obvia, no conduce ipso facto
hacia el prójimo, hacia su sufrimiento y sus necesidades.
La teología del "trabajo santificador" parece
quedar al margen del mensaje cristiano de la caridad como
lo esencial, de cuidado por el oprimido, el menesteroso.
Es más grave aún que en la teología
del Opus Dei está implícita otra idea: Cualquier
trabajo, no importa cual, es vehículo de santificación.
Dios ha querido que éste se santifique como director
de un gran emporio, mientras que aquélla se ha de santificar
como numeraria auxiliar, aquél como barrendero, aquel
otro como limpiador de sanitarios. De esta manera las divisiones
sociales injustas y criminales adquieren el estatuto de "ideas
divinas". Es verdad que el Opus Dei realiza actividades
con indigentes, pero se trata en el fondo de pura fachada,
pues se persigue el proselitismo, y de ninguna manera cambiar
la realidad de los pobres. No hay, en ninguna de las llamadas
"visitas de pobres", ni en las obras corporativas
con pobres, un programa de ideas y acciones concretas, cuya
finalidad consista en modificar de raíz la situación
de las personas pobres.
La teología de la liberación buscaba justamente
comunicar a la conciencia cristiana que ante la pobreza y
sus causas no podemos ser indiferentes, y como cristianos
no podemos permanecer pasivos ante la misma. El Opus Dei alega
que su táctica es diferente, que ellos acceden a los
dirigentes económicos y políticos para cambiar
su actitud ante los pobres, para hacer de las empresas organizaciones
más humanas, etc. Empero, no hay en toda la teología
del Opus Dei un análisis serio, consistente, de cómo
ciertos modelos nacen de estructuras esencialmente injustas
y pecaminosas, pues sólo subsisten en la medida en
que exigen una contraparte ominosa. Por el contrario, el Opus
Dei alivia las conciencias de quienes mucho tienen a cambio
de que otros no tengan nada, al hacerles creer que para santificarse
no hace falta más que seguir normas de piedad determinadas,
y un poco de "paternalismo" con los de abajo.
El Opus Dei miente cuando dice practicar la "opción
preferencial" por los pobres, como lo muestran sus desatinadas
y repugnantes actuaciones en América Latina. Del mismo
modo que nos mentían diciéndonos que el Opus
Dei es pionero en el ecumenismo. Escrivá pintaba una
escena conmovedora: Un jocoso Juan XXIII reía con buen
ánimo cuando el Fundador decía, con absoluta
sinceridad según él, que el Papa nada le había
enseñado de ecumenismo. Se refería indudablemente
a los cooperadores. Pero todos sabemos que estos tan sólo
aportan dinero a cambio de oraciones. No hay, entre todos
los "aristócratas intelectuales" de la Obra,
uno solo que trabaje seriamente, en el plano filosófico
o teológico, por lograr un conocimiento profundo de
otras religiones, y por fomentar así un diálogo.
De hecho está prohibidísimo ("moralmente",
claro está) siquiera enterarse del asunto. Es difícil
imaginar un intelectual de la Obra especializado en hinduismo,
budismo, el Islam o el judaísmo. Todo está finalmente,
pues, en la línea de la declaración Dominus
Iesus, firmada por Ratzinger: La Iglesia de Cristo "subsiste"
en la Iglesia Católica, afuera sólo hay "elementos",
y sólo las oraciones de los católicos son de
eficacia divina, etc.
Yo espero que los participantes de este foro de Opus Libros
puedan contribuir con más ahínco a la denuncia
del "clasismo", del "castismo" incluso,
que impera en la mentalidad de la Obra. Estimo que muchos
hemos sido testigos de actitudes discriminatorias que revelan
la "santificación" de las desigualdades (como
la anécdota que narra Satur del pobre portero que,
ilusionado, acudía a rezar a la vistosísima
capilla de una casa de la Obra, hasta que el sacerdote burgués
encontró que aquel hombre perturbaba la estética
del lugar) Es bueno, terapéutico a decir verdad, narrar
las vivencias individuales. Pero también es importante
que la salida de la Obra nos represente una oportunidad para
volver el rostro hacia donde un buen cristiano, sin ir a más
"un buen hombre", debe hacerlo: Hacia su hermano
menestoroso y doliente. El Opus Dei no lo hace, y no por situaciones
contingentes, sino porque pertenece a su esencia enseñar
y practicar lo contrario. Por eso mejor irse...
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