LA
OPCIÓN FUNDAMENTAL DEL OPUS DEI
Flavia, 27 de febrero de 2004
He de decir que, como ya he manifestado en otras oportunidades,
a mí me cuesta aceptar afirmaciones respecto del Opus
Dei, que planteen la idea de la pérdida del rumbo
de la institución, básicamente porque creo que
el rumbo de la Obra ha tendido a confirmarse en su historia,
y entonces el problema con ella no son tantos las desviaciones
como las ratificaciones de una tendencia.
Y cuando digo ésto, estoy pensando que la Obra, sea
lo que sea, pues su naturaleza sigue siendo esquiva para mí,
fue fundada, en teoría, para la santidad
y el apostolado, pero, en "lo real", la Obra fue
fundada para la Obra, pues el Opus Dei es un monstruo que
crece y vive de devorar su propia carne, a sus propios hijos.
Entiendo que el Opus Dei se configuró según
una lectura patológica del concepto de Iglesia amurallada
tridentino.
¿Qué es eso?. Hablo de la idea de que toda
realidad temporal está contaminada, y sólo puede
ser salvada por una instancia pura y externa que la redima.
Esa es una de las líneas de fondo, por la cual, los
supuestos cristianos corrientes de la prelatura,
llevan un tipo de vida que toma criterios preconciliares de
la vida consagrada, e inclusive los extrema con los efectos
del caso.
El carácter de corrientes de los socios
de la Obra es simplemente un disparate, así puede verse
cómo se predica la secularidad, pero se
vive en la condena de todo aquello que es específico
de la realidad secular.
Me refiero a esas cuestiones básicas que tejen el
ritmo de la vida laical, de la vida de toda persona y de todo
cristiano, tales como una relación sana entre varones
y mujeres, un desarrollo afectivo saludable, el valor de las
amistades personales, de los grupos de pertenencia, la libertad
en las opciones profesionales e intelectuales, la experiencia
de la diversidad, la dinámica de los diferentes modos
de la sociabilidad cotidiana.
Según el reiterado motivo de poner a Cristo
en la cumbre de todas las actividades humanas, la elevación
de lo secular se daría en la Obra por una dinámica
de choque, la pureza destruyendo a la impureza,
y no por la dinámica de la salvación, que asume
una realidad y desde ella misma la eleva, pues se entiende
que toda realidad es buena, porque ha sido creada por Dios,
y es susceptible de ser elevada. Es más, toda realidad
tiende a desarrollar el proyecto que Dios tiene para cada
cosa al crearla.
Esa lógica, que es la lógica de la Creación
y de la Encarnación, y la carta de identidad del cristianismo,
está completamente negada en la Obra, que, de fondo,
como ya sabemos, sustenta una concepción profundamente
dualista y puritana de la realidad.
A esa oposición entre lo puro y lo impuro, que el
Opus Dei encuentra en el corazón de todas las cosas,
le siguen la secuencia de oposiciones que tocan la vida interna
y los modos de intervención apostólica, en cuyo
término, uno se encuentra con que la Obra, en su propio
discurso y comprensión interior, encarnaría
la pureza integral del catolicismo.
Esta visión de las cosas es simplemente perversa,
pues el cristianismo nació cuestionando a las lógicas
de la pureza, a sus sistemas de exclusiones, a su visión
idolátrica de un dios que termina siendo esclavo de
sus adoradores, señalando lo negativo de la confusión
entre religiosidad y escrúpulo leguleyo.
Tal problema se profundiza al advertir el franco y enloquecedor
divorcio entre ciertas afirmaciones para la galería
que realiza la Obra, hacer divinos los caminos de la
tierra, etc., y las ideas y prácticas de fondo
que sostienen a la institución, y subjetivan a sus
miembros, con las desdichadas consecuencias por todos conocidas.
Entonces, yo no creo que haya habido instancias en las cuales
el diseño del Opus Dei se haya manejado con posturas
aceptables, pues una institución de sus características,
de diseño absoluto, si bien va tomando fisonomías
específicas con el paso del tiempo, ha de comprenderse
en la clave de su opción fundamental.
Y la opción fundamental de la Obra, es nefasta, no
tanto por lo que en "teoría" se propone,
sino por sus cómo, sus porqué,
y sus dónde, concretos, plasmados en su
doctrina y su praxis, asuntos que, en la clave cristiana,
diferencian a los que adoran solamente con su boca,
de los que adoran en espíritu y en verdad.
El Opus Dei siempre pensó en manejarse en ambientes
de poder, dinero e influencia, siempre pensó en modificar
la realidad por arriba, no, como Jesús,
desde abajo, siempre se pensó como un pueblo
escogido al interior de la Iglesia, siempre confundió
la secularidad con el amor del mundo manifestado
en su predilección por el aparecer, por
todo aquello que se valora como distinguido.
En la Obra siempre se practicó una doble, triple,
o quíntuple moral, siempre se vivió la mentira
y la simulación como medios que justificados para fines
supuestamente buenos.
En la Obra no se respetó jamás a las personas,
a sus conciencias, a su intimidad, a su afectividad, a su
inteligencia, a su corporeidad, a su espiritualidad.
Las personas que han pasado por allí, según
la implacable lógica objetivista institucional, más
tarde o más temprano, fueron medios para fines, son
medios para fines.
Me resulta muy difícil pensar, que en medio de toda
esta parafernalia antievangélica, pueda haber alguna
instancia auténticamente cristiana, en su dimensión
institucional.
Ya se ha dicho hasta el cansancio, que la existencia de personas
mejores o peores en la Obra, y la de algunas prácticas
de piedad, que por su propia virtud, han movido a algunos
a ser buena gente, no puede elevarse a principio de análisis
de la institución, porque a la hora de la verdad, eso
no resuelve nada, ni tiene influencia efectiva en la dinámica
del Opus Dei, ni mucho menos, estas buenas personas, a no
ser que entren en crisis de diversa índole, hacen nada,
en lo real, para modificar el estado de cosas.
Entiendo que mis afirmaciones pueden sonar fuertes, pero,
mientras más conozco de la experiencia de otros ex
miembros, o me anoticio acerca de situaciones actuales que
ocurren en el Opus Dei, mientras más pienso en cómo
fue configurándose esta especie de máquina trituradora
de personas, que es la Obra, más difícil me
resulta pensar en que haya en ella algo, que me recuerde al
cristianismo, a la tradición de la fe en la que nací,
y en la que espero morir.
Los "jamás" y los "siempre", que
acompañan mis afirmaciones precedentes respecto de
la opción fundamental del Opus Dei, intentan manifestar
el contenido de tal opción, con todo lo que se decide
en la respuesta a la pregunta: ¿dónde está
Dios?, en una institución de las características
de la Obra, con los supuestos objetivos que ella enuncia,
y con sus prácticas concretas.
En qué lugares se "ubica" a Dios en el Opus
Dei, resulta central aquí, pues en ese "estar"
se especifican las elecciones, se discierne qué imagen
de Dios se instala en una comunidad humana, con sus consecuentes
derivaciones, con sus justificaciones, al decir de Santa Teresa,
con los "idolillos" que pueden inventar las personas
y los grupos.
Sabemos que no es asequible para nosotros el saber qué
es Dios, pero sí podemos reconocer su "fisonomía",
en las palabras y las obras de Jesús, quien revela
su Rostro, y nos muestra adónde hemos de buscarlo,
mediante la pedagogía contradictoria y llena de misericordia
del Dios de los cristianos.
Someter al Opus Dei a la "diácrisis", a
la prueba de "autenticidad" de sus doctrinas y prácticas,
comparadas, discernidas, desde el Evangelio, nos puede ayudar
a comprender porqué muchos somos ateos del dios del
Opus Dei, y creemos, con todas nuestras pobrezas, en el Dios
de Jesús, en el Dios Viviente.
Anteayer hemos comenzado la cuaresma, y aquello de "conviértete
y cree en el Evangelio", nos invita a creerle al Señor
Jesús, para poder cambiar el corazón. La promesa
más fuerte del Evangelio es "Bienaventurados",
en griego, makaríos: felices... eso se nos dice a nosotros,
que, fuera del Opus Dei, estábamos "condenados"
a la infelicidad.
La felicidad prometida en el Evangelio se traza en el horizonte
del amor fraterno, de la vida en abundancia, de la prioridad
de los pequeños y los pobres. Ahí está
esa felicidad prometida, una verdadera, una de carne y hueso,
no la mentira vivida por muchos, en un lugar que poniendo
a Dios en su "nombre", juega con un arma de doble
filo, pues "confiesa a Dios con su boca, pero su corazón
está lejos de Él".
Dejo aquí para no alargarme, pero me quedan, en el
marco del planteo efectuado antes, dos temas pendientes, ligados
al problema de la dirección de almas, y
al de la educación afectiva que se imparte
en la Obra. Espero poder decir algo en breve.
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