De
cómo un ex miembro paga sus años
en la Obra
A. S. (España), 18-3-2003
Fui miembro célibe del Opus Dei durante algunos años
y, como tantos de los que escriben en esta página,
acabé por largarme. No voy a narrar mi experiencia
dentro de la Obra, que no varía sustancialmente de
la relatada por muchos en este mismo sitio, sino en las repercusiones
que tuvo esa vivencia en mis años inmediatamente posteriores
a la salida. Aunque este texto está escrito con cierto
humor, todo lo dicho en él es cierto.
A los pocos meses de dejar el centro tuve la inmensa fortuna
de dar con una chica con la que empecé a salir poco
tiempo después. A efectos prácticos llamaré
a esa chica Ana. No es ese obviamente su nombre real.
Ana me quiso mucho y trató de entenderme. Pero entender
los entresijos de la mente de alguien que ha pertenecido a
la Obra no es misión al alcance de cualquiera. Sostengo
la teoría de que un ex miembro suele pagar el primer
peaje de sus años en el Opus con su primera
relación afectiva. Y tengo para mí que la razón
es que mentalmente se hace una especie de trasvase hacia fuera
de lo que se aprendió dentro de la Obra.
El resultado suele ser catastrófico. Yo así
lo viví (sólo voy a detallar tres aspectos).
A.- Como quiera que desde mis 15 años había
sido adoctrinado en la sinceridad salvaje, por
la que al director se le cuentan hasta los más mínimos
pensamientos, yo intenté seguir esa misma norma fuera
de la Obra. La víctima de mi salvaje sinceridad no
fue otra que la propia Ana.
- Oye, Ana, que te voy a decir una cosa. Es que esta noche
pasada he soñado que me gustaba tu amiga Pilar, la
de la facultad. No, no pienses mal. No dudes de mi. Te lo
cuento para fortalecer nuestra relación sin ocultarte
nada.
Bronca al canto y mosqueo con Ana para una semana que, para
colmo culminaba con la ruptura con su amiga del alma de la
infancia. Pero yo estaba muy orgulloso porque entre mi chica
y yo existía una confianza total.
B.- En la Obra uno de los gestos de amor que más
se inculcan se basaban en la repetición constante de
jaculatorias a la Virgen María. Y yo, pobre infeliz,
hice a la buena Ana objeto de mis saetas amorosas.
- Oye me decía- que ya me has dicho por lo menos
70 veces en dos horas que me quieres. Que vale, que ya lo
sé.
Claro, el problema está en que la Virgen nunca
falla, porque no esperas contestación a las jaculatorias.
Pero una novia no es la Virgen y que encima te venga a llamar
pesado porque practiques con ella ese tipo de actos de amor
(y que no me descontextualicen estas palabras los pillines)
acaba por sembrarte de dudas.
-Pero Ana
¿es que no me quieres?
- Pues claro que te quiero
- Entonces, ¿por qué no me lo dices?
- Pues porque no soy una escopeta de repetición.
- Pues el fundador del Opus Dei nos decía que los
enamorados siempre se están repitiendo las mismas cosas
y jamás se cansan. ¿No será que no estás
tan enamorada como dices, Ana? (Cara marciana la de Ana)
C).- La vida y planteamientos de la Obra, como todo
el que ha pasado por ella sabe, brillan especialmente por
su sencillez y simplicidad. Pero al revés. Un sistema
de vida tan alambicado llega a dejar su huella.
- Vamos a ver Ana. No he podido dormir en toda la noche.
Tú, ayer, me dijiste que me querías, sí.
Pero al decirlo ponías ojos como de no sentirlo del
todo. Había un tono en tu voz de desgana. Dime la verdad:
¿me quieres al cien por cien o no guardas rectitud
de intención en tu amor hacia mi, Ana?
- Jolín, es que estaba medio dormida.
- Sé sincera, Ana. Yo a ti te quiero y te lo digo
- No paras de decírmelo, para ser más exactos
- ¿Quieres decir que te molesta que te demuestre mi
entrega en cualquier momento? No, Ana, yo así no quiero
que me quieran
.
Una relación así durante varios años
llega a agotar al ser más entero. Ana, al borde de
la neurosis por el bicho raro que tenía por novio,
acabó por enviarme a tomar viento fresco. Y ahí
me quedé yo, con cara de gilipollas, sopesando por
qué me había dejado si yo había hecho
justamente todo lo que me habían enseñado.
A. S. (España)
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