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EL MIEDO A LA DISCREPANCIA EN EL OPUS DEI

CRESPILLO, 27 de marzo de 2005

 

He leído el reciente correo de Cheche (viernes 18 de marzo), en el cual hace mención a la debilidad de los miembros de la Obra y a su aparente incapacidad para hacer frente al estado actual de las cosas. Yo creo que en gran medida tiene razón y que en la Obra existe verdadero miedo a exponer de una forma abierta discrepancias con la línea de actuación oficial y mucho más con el cuerpo de doctrina que se considera inviolable y esculpido a fuego por el mismo Dios a través del fundador.

Este temor viene impuesto desde distintos frentes:

1. Miedo a ser expulsado de la institución, cuando se han quemado los mejores años de la vida en el servicio a la misma y se cuentan con pocos recursos para rehacerse fuera.

2. Miedo a la posible pérdida de confianza de los directores y a la posible toma de decisiones de éstos que afecten de forma radical a la vida de quien disiente, tales como traslados, aislamiento, pérdida de cargos, u otras medidas que pudieran hacer incómoda o desagradable la permanencia dentro.

3. Miedo a perder el empleo, ya que para muchos miembros de la Prelatura que trabajan en labores “personales” o en trabajos internos, su continuidad en el mismo depende únicamente de la decisión de los directores.

4. Miedo a que se pueda hacer uso por parte de los directores de la información que se ha ido proporcionando a las sucesivas personas con las que se ha hecho la charla sobre los acontecimientos más íntimos de la vida, los pensamientos y las intenciones más recónditas. O, al menos, el miedo a los usos de difamación muy practicados que consisten en ir diciendo a espaldas de los interesados: “encomienda a fulanito porque, ya sabes, tiene problemas”. Es un decir sin decir, que pone a todo puntos suspensivos de sospecha, que van minando la propia fama y la estima ante los demás.

5. Miedo a que pueda ejercerse algún tipo de chantaje emocional sobre aquellos que tienen familiares cercanos dentro de la institución como hijos, hermanos, etc., especialmente si éstos son numerarios y pueden ser trasladados o utilizados de alguna forma para ejercer presión sobre el que disiente. O, en todo caso, el deseo de no contristarlos al saber que algunos de los allegados no entenderían la decisión de la salida.

Con todo ello el panorama con el que contamos en la Obra es el de una institución que no admite la menor crítica en su seno por parte de los miembros que la componen, obligándoles en muchas ocasiones a comulgar con ruedas de molino, y en la que no cabe más opinión en lo referente al funcionamiento de la misma que la del Prelado y su círculo más próximo, sin que tengan nada que decir los demás miembros que, en el mejor de los casos, únicamente actúan como correas de transmisión de lo que se decide en la cúpula.

Es preciso que los miembros sean conscientes de que la discrepancia, cuando se ejerce con rectitud de intención y con ánimo de mejorar las cosas, es buena y deseable, un derecho fundamental del fiel y, por tanto, no es natural el miedo que se tiene en esta familia a alzar la voz contra las injusticias y abusos que a menudo se cometen, o a comentar en voz alta situaciones que se dan dentro de la institución que poco o nada tienen que ver con el espíritu que teóricamente justificó su fundación.

Creo que cada vez se impone con mayor fuerza la apertura de un auténtico debate interno que dé respuesta a los múltiples interrogantes y aspectos problemáticos que se evidencian en el seno de la institución y que afectan seriamente a la vida diaria de sus miembros, de los cuales esta web se ha hecho eco en múltiples ocasiones.

¿Cómo hacer esto? No lo sé exactamente. Pero ahora enumero algunos temas conflictivos, por vía de ejemplo:

a) La falta de respeto a la confidencialidad de cuanto suele comentarse en la dirección espiritual, so pretexto de las necesidades del gobierno de la institución.

b) La identificación de la obediencia dentro de la Obra con la sumisión a los directores como si éstos fueran Dios mismo.

c) La pérdida del sentido laical de la vida de los numerarios, sobre todo, que cada vez los distancia más de los problemas de la vida diaria y asimila su estilo de vida a un tipo peculiar de “religiosos seculares”.

d) El abuso de “criterios” y normativas que ahogan la libertad de espíritu y el fervor de la piedad.

e) El planteamiento de la vocación a menores de edad, utilizando en muchos casos procedimientos verdaderamente coactivos, a la búsqueda de los resultados exigidos desde las instancias superiores.

f) La falta de autocrítica en los directores.

g) El empleo habitual de “verdades a medias” (o sea, de la mentira) para explicar aspectos problemáticos de la institución o al aludir a su funcionamiento real.

h) La primacía del interés de la organización de la institución sobre las personas que la sirven, como si esto fuera reclamado como parte o modo de su entrega a Dios.

Y un largo etcétera de temas, suma y sigue. Creo que se podría elaborar un extenso programa para ese debate y para intentar comprender mejor cuál es en concreto el carisma transmitido por San Josemaría o, mejor, cuál es el “espíritu” reconocido por la autoridad de la Iglesia de verdad, a fin de no mezclar el grano con la paja, pues el Opus Dei no puede tener más sentido en la Iglesia que como una institución orientada a ayudar a la gente a vivir el Evangelio en medio del mundo, de una forma natural, respetando ante todo la libertad de sus miembros y buscando siempre lo mejor para cada una de esas personas según el orden de la caridad cristiana.

 

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