HISTORIA
DE MIS 16 AÑOS EN EL OPUS DEI
C.F., Argentina, 12 de agosto de 2003
Mi historia dentro de la Obra probablemente no tenga nada
de particular. Estoy casi seguro que no difiere en mucho de
lo que ha sido la propia de tantos y tantos que han pasado
por esa experiencia. Sin embargo, quiero relatarla brevemente,
sólo para compartirla con otros.
Conocí la Obra a los 14 años. Un sacerdote
de la Obra predicó un curso de retiro para los alumnos
del curso del Colegio al que yo concurría, que era
de los hermanos Maristas. El cura me cayó espectacularmente
bien: era un tipo de sacerdote al cual yo no estaba acostumbrado.
Me parecía normal: fumaba, decía malas palabras
y predicaba de una forma para mí inédita. Corría
el año 1971.
Comencé a concurrir a un centro de San Rafael para
confesarme con él (que teóricamente era una
residencia Universitaria, pero de 15 "habitantes",
los residentes reales eran 3; el resto eran numerarios). La
primera vez que fui, mientras esperaba al sacerdote, se me
aceró un numerario que me empezó a hablar y
a preguntar diversas cosas. Además que el sujeto era
simpático, yo me sentía en "el cielo"
al ver que un "universitario" se interesaba por
mis cosas. Me invitó a un círculo, al que asistí
esa misma semana. Se ve que conmigo el plano inclinado era
bastante abrupto, pues después de ese círculo
me habló del apostolado y me instó a que invitara
amigos para el siguiente círculo. Cuál no fue
su sorpresa cuando aparecí para el círculo con
más de 30 compañeros de clase. Aclaro que yo
en ese momento no sabía aún que "de cien
almas nos interesan las cien", por lo que luego del círculo
lo escuché atentamente y sin posibilidad de rebatirle
por desconocer la teoría, y me explicó que no
invitara más a los que tenían bajas calificaciones,
o que humanamente fueran poco admirables. Esto redujo mi "apostolado"
a seis, de los cuales terminamos "pitando" (pidiendo
la admisión) cinco.
Empecé a ir casi diariamente por el centro, tanto
para utilizar la sala de estudios como para acudir a los medios
de formación. También me dieron algunos que
otro encargo en la casa. Cuando se acercaban mis 14 y medio,
uno de mis amigos (unos meses mayor que yo) y el numerario
que daba el círculo empezaron a "sugerirme"
que me planteara el tema de la vocación. Con acuerdo
del sacerdote di mi OK para escribir la famosa carta, y aquí
ocurrió lo primero extraño.
Cuando llegó la fecha, el sacerdote me dijo que quizá
sería mejor esperar un poco, ver si perseveraba en
el plan de vida (que era prácticamente el mismo que
el de un numerario). Me llamó la atención (¿para
qué me habían anticipado el tema si luego no
se concretaba?) pero me pareció razonable, hasta que
pocos días más tarde me agarró el subdirector
del centro, con quien yo nunca había hablado de este
tema, me sentó y con gran sinceridad por su parte y
gran asombro mío me aclaró que yo no pedía
la admisión porque él, en conciencia, pensaba
que yo no tenía vocación y que sus pares estaban
confundiendo "vocación" con "entusiasmo"
(qué distinto sería el Opus Dei si la gran mayoría
fueran personas como ésta).
Llegaron las vacaciones. Muchos se marcharon a hacer su curso
anual y yo me fui de vacaciones con mi familia. A la vuelta,
el mismo día que pisé en Centro por primera
vez, el Director, con quien tampoco había hablado nunca
de este tema, me llevó a su despacho, me dio papel
y lapicera y me dijo que pidiera la admisión como socio
"numerario", palabra ésta que yo escuchaba
por primera vez en mi vida, ignorando que hubiera otras posibilidades
de "entregarse a Dios del todo y para siempre".
Me dio una enorme alegría y supuse -equivocadamente-
que el subdirector había cambiado de opinión.
Con los años me di cuenta (me lo hicieron a mí
estando en un consejo local) aprovecharon que el Subdirector
se había ido de curso anual para que el "nuevo"
consejo local me autorizara a "pitar". En este punto
me parece que vale una pequeña aclaración: en
el momento del que estoy hablando en Argentina eran 4 gatos
locos (para que se hagan una idea había sólo
tres cursos anuales -vocaciones recientes, numerarios y numerarios
mayores-. El curso anual de numerarios se estaba desarrollando
a 20 minutos de viaje de Buenos Aires (de hecho yo, luego
de "pitar" y por los 15 días siguientes que
duró en curso anual, iba todos los días). La
aclaración es que me parece que podrían haber
consultado al subdirector en cuestión los motivos de
su oposición, o esperar 15 días más para
que volviera.
Al los pocos días de "pitar" recibí
mi primera sorpresa: me enteré que el "del todo
y para siempre" incluía el no casarse, cosa que
me parecía que entraba dentro del "del todo y
para siempre" pero que en estricta justicia hubiera merecido
una advertencia previa. La siguiente sorpresa es que la "charla
semanal", que yo sin ese nombre realizaba religiosamente
con mi amigo numerario, comenzaría a hacerla con el
secretario del centro, que me caía bastante antipático
y pensaba que tenía ciertos rasgos feminoides. A fuer
de ser justo he de decir que durante el año que atendió
mi charla (mi primer año en la Obra) no tuve problemas
con él.
No recuerdo que nadie me haya dicho explícitamente
que no dijera nada a mis padres. Yo guardaba el secreto de
"motu propio" pues imaginaba la opinión de
mis padres si les explicaba que a los 14 años y pico
me había entregado a Dios. Tenía clarísimo
que no hubieran entendido. Pero en las primeras Navidades
se planteó el inconveniente: debía estar en
Navidad con mi nueva familia (esto sí me lo dijeron
específicamente). Ese año el problema se resolvió
casi sin plantearse, pues mis padres accedieron a ir a Misa
de Gallo en el Centro de Obra (desde luego sin saber que era
un centro de la Obra ya que pensaban que era una residencia
universitaria con atención sacerdotal). Pero en los
años siguientes esto siempre fue motivo de gran dolor
para mi familia.
Otra "sorpresa" de esa época (y esto lo
digo en mi contra) fue un día en el que le comenté
a mi director (el feminoide) que había conocido a un
tipo magnífico en una fiesta. Abrió los ojos
como dos de oros y me dijo "¿fiesta con chicas?";
a lo que le respondí que desde luego, que qué
otra acepción tenía la palabra "fiesta".
Ahí me enteré que los numerarios no íbamos
a fiestas. No entendí: le expliqué que me habían
dicho que éramos no "como los demás"
sino "los demás", que mis amigos -los demás-
iban a fiestas, que no veía que tenía de malo
y que si dejaba de concurrir iba a pasar a ser un "bicho
raro". No hubo argumento que valiera: en nombre de la
santa obediencia debía dejar de ir a fiestas.
Al año siguiente hube de abandonar el "rugby",
que por cierto practicaba con algún éxito. El
problema se suscitó cuando me seleccionaron para integrar
el seleccionado nacional juvenil, lo que exigía un
entrenamiento más a la semana. Al consultarlo, no sólo
me dijeron que no, sino que abandonara la práctica
del deporte pues ya no tenía fruto apostólico.
Yo ya había aprendido (por lo visto mal) que de "cien
almas nos interesan las cien", pero es cierto que mis
compañeros de equipo o bien habían pitado o
bien no venían por el centro, con lo cual queda claro
que el interés proselitista era nulo. Tampoco valió
ningún argumento. Nuevamente la santa obediencia era
el camino seguro. Por supuesto que si ya estaba en capilla
con respecto al "bichorrarismo" cuando dejé
de ir a fiestas, aprobé con 10 cuando comuniqué
que dejaba de jugar por "razones personales". Mi
entrenador y mis compañeros no podían creerlo.
Por un lado no podía decirles la verdad y por otro
no quería mentirles, cosa que terminé haciendo
aduciendo que se había muerto mi padre (cosa que sí
era cierto) y que yo tenía que trabajar (cosa que no
era).
Una pequeña anécdota de ese tiempo es que se
fue a Roma el famoso subdirector que no quería que
yo "pitara". Le había tomado gran aprecio
a pesar de la diferencia de edades. Fui al aeropuerto con
otros dos a despedirle y cuando se fue, lloré. A día
siguiente corrección fraterna: "el llorar demuestra
falta de desapego a las personas". A partir de allí,
supongo que inconscientemente, comencé a reprimir mis
sentimientos: era más fácil no sentir que sentir
y evitar que se notara.
Otro drama fue cuando a los 16 años me indicaron que
fuera a vivir al centro de estudios. Hubo que blanquear la
situación de mi pertenencia a la Obra. Mi madre -viuda
por cierto- no sólo me negaba el permiso sino que amenazaba
con toda suerte de represalias legales. Yo tenía el
corazón partido, por supuesto sin demostrarlo: por
un lado, entendía la óptica de mi madre; por
otro, entendía la óptica de los directores.
Esta batalla duró tres años, hasta que mi madre
cedió. Por supuesto que en aquella época yo
era en casa de mi madre una suerte de pensionista: salía
a la 6.30 de la mañana y regresaba a las 22.30 hs.,
exceptuando los fines de semana en los que directamente dormía
en el centro de la obra al cual estaba adscripto (el centro
en el que "pité" estaba a 3 cuadras de casa
y me adscribieron a uno que estaba a 40 minutos de bus).
En esa época vino el Padre a la Argentina (me refiero
al actual san Josemaría). Nos tuvimos que matar para
poner los centros en condiciones. Fueron días en lo
que todo, repito, todo, pasaba a segundo plano: facultad,
encargos, paseo semanal, excursión mensual, etc. Como
yo tenia -y sigo teniendo- bastante habilidad para hacer arreglos
(mis amigos actuales me llaman Mac Giver) fui asignado a "La
Chacra", lugar donde se alojaría el Padre, una
casa de retiros de reciente construcción (y una de
las dos que usaba la sección de varones). Quizá
muchos hayan visto películas de las tertulias multitudinarias
de esa época. Los días de convivencia con el
Padre no vinieron más que a confirmar la opinión
que de él me había formado: que era una persona
normal y que "encarnaba" el espíritu del
Opus Dei. Tenía buen humor. Es verdad que las preguntas
de las tertulias multitudinarias no has hacía cualquiera.
Si no estaba consultada antes sólo se le daba el micrófono
a miembros de la obra. Pero a mí eso me parecía
lógico. Mi madre quiso "preguntar" en una
tertulia y a pesar de que le avisé al encargado de
llevar el micrófono nunca se lo llevaron. Yo estaba
seguro de que mi madre no iba a ser del todo favorable, aunque
sí educada y respetuosa, pero me había "hecho
la película" de que cuando el Padre le contestara
quedarían resueltas todas sus dudas. Cuando le pregunté
al encargado de micrófono porqué no se lo había
llevado (aclaro que este numerario conocía personalmente
a mi madre) me dijo textualmente: "¿querés
que te diga que no hubo tiempo o querés la verdad?."
Para no ponerlo en un compromiso preferí no seguir
preguntando.
Finalmente fui al centro de estudios, donde a pesar de ser
uno de los "alumnos" me pusieron en el consejo local.
Yo en esa época estudiaba ingeniería, carrera
que objetivamente demanda bastante tiempo. Trabajaba (debía
cumplir unas 15 horas semanales). Atendía un club juvenil
que funcionaba por las tardes a 50 minutos de bus. Llevaba
la secretaría del centro. Atendía charlas de
los numerarios. Asistía a las clases de formación
del centro de estudios. Si bien hacía todo, notaba
que algo debía cambiar. Así que una tarde me
agarró el Director del Centro de estudios y luego de
señalarme todo lo que estaba haciendo que les relaté
más arriba me dijo que debía cambiar de carrera
universitaria: que eligiera entre Filosofía y Pedagogía
que eran "las que más podían servir a la
Obra". No entiendo como no me quejé. Le dije que
me diera un par de días para pensarlo. A los dos días
fui a verlo y le dije que me había decidido por Filosofía.
Creía que con el bienio interno casi terminado tendría
posibilidades de adelantar. Me dijo: "Filosofía
no. Pedagogía". Tampoco me quejé y así
nació la vocación por la Educación que
hoy en día me da de comer y me apasiona (raros los
caminos del Señor).
Salido del centro de estudios me mandaron de subdirector
a un club juvenil. Allí comencé, quizá
como un mecanismo de defensa -muy probablemente equivocado-
a clasificar a los miembros de la obra: los que yo creía
que entendían el "espíritu" y los
que aplicaban "la letra". Yo pensaba que el espíritu
de la Obra se veía empañado no solo por nuestros
defectos personales, sino porque el porcentaje de cerriles
que había dentro de la obra era similar al que había
afuera. (Es decir, no es que el Opus Dei los hizo cerriles
sino que aplicaban su cerrilidad al espíritu de la
Obra). Lo que fui comprendiendo con el tiempo es que la concentración
de cerriles en cargos de gobierno es mayor que la que existe
en el pueblo fiel.
En esa época sucedió el hecho que mencioné
a la pasada hablando de mi propio "pitaje".
En mi equivocada clasificación de cerriles y normales
me parecía que en mi centro el Director, y secretario
y el cura eran de la categoría cerril, mientras que
el otro subdirector era de los normales. Concretamente, nos
opusimos a que "pitaran" tres personas (niños
de 14,5) de las que pensábamos (praxis en mano) que
no cumplían con los requisitos establecidos. Hete aquí
que llegaron las vacaciones. El director, el secretario y
el cura se fueron al mismo curso anual donde -graciosamente-
pitaron los tres sujetos. Para mí eso ya pasaba de
castaño a oscuro, y decidí emprender una suerte
de "cruzada" en defensa del "espíritu
del Opus Dei". Ya no iba a clasificar interiormente a
la gente ni guardarme las cosas sino que iba a ir a los superiores
para que se viviera el "espíritu". Por este
tema fui a ver al vocal de San Rafael. Me escuchó con
atención y lo que vino a decirme es que si el consejo
local del lugar donde pitaron vieron que tenían vocación
debía quedarme tranquilo. Como sabía que a pesar
de la explicación esto no era correcto, que yo no me
quedaba tranquilo, y que para colmo el vocal de San Rafael
entraba en mi categoría de cerriles, partí en
directo a ver al vocal de San Miguel. (aclaro que en esta
época en Argentina no había delegación
y que los directores regionales eran de fácil acceso).
El vocal de San Miguel me escuchó también con
atención, convino conmigo en que parecía que
no se había hecho lo que correspondía, y que
cuando volvieran del curso anual iba a citar a los interesados
para hablar con ellos. Mucho más tranquilo a los pocos
días me fui a hacer mi propio curso anual. Cuando éste
estaba terminando vino alguno de la Comisión Regional
para dar las informaciones sobre nuevos destinos. Yo me iba
a otro centro y el Director de mi centro anterior, el que
había hecho pitar a los que yo no quería en
el curso anual, era el nuevo Vocal de San Miguel.
En esa época comencé a trabajar en el colegio
de varones que era labor personal. Yo tenía clara la
teoría sobre la diferencia entre labores personales
y obras corporativas, pero se ve que la diferencia era teórica.
Trabajé seis años en ese colegio pero los últimos
dos fueron de terror y merecen un escrito aparte.
Yo seguía con mi suerte de "cruzada". No
me guardaba nada y, si no encontraba eco, recurría
a los Directores Regionales hasta que solucionaran el tema.
Incluso en un par de oportunidades "conminé"
a algún director regional para que elevara la consulta
a Roma y me mostrara la respuesta.
Al cabo de un par de años de estar en esta postura
me mudaron al centro de la Comisión Regional (era el
Secretario del Centro pero no estaba en la Comisión).
Realmente en su momento lo viví como algo positivo,
como que me querían tener más cerca para ayudar.
Para colmo de bienes, el que era Director del Centro, que
tampoco estaba en la Comisión Regional, era para mí
uno de los normales. Cuando encima me dijeron que iba a hacer
la "charla fraterna" con él, me pareció
que todos mis problemas se habían acabado. Cuando en
mi primer "charla" le comenté que me daba
una gran alegría que tanto él como yo estuviéramos
en ese centro se rió mucho y me dijo (con un tono que
yo interpreté que era en chiste) que tenía claro
que estábamos en el centro de la comisión pero
no sabía si para ayudar o para que no hiciéramos
quilombo (lío) en otro lado. En esa época pude
desayunarme de un mito que confieso había ayudado a
mantener: lo mucho que trabajan en las comisiones regionales.
Quien haya tenido trabajo externo al Opus Dei se daría
cuenta inmediatamente de que esto es una mentira. Es un trabajo
muy cómodo, con un horario muy acotado, interrumpido
cuando uno quiere por las Normas de Piedad. Y muchos de los
directores tardaban en hacer algo tres veces lo que tardaría
uno en un trabajo externo para que no lo despidieran (a modo
de ejemplo recuerdo una vez que varios directores se habían
ido a hacer el curso de retiro y el Vocal de San Rafael se
pasó toda la mañana y desde el fin de la tertulia
hasta la 16,30, es decir una 5 horas y media, para preparar
el círculo breve).
Otra anécdota graciosa pero significativa fue una
vez que en la tertulia nos pusimos a hablar sobre el oratorio
de la comisión, que estaba terminándose. Por
supuesto que gracias a mis habilidades manuales yo era uno
de los que instalaba "vía crucis", fijaba
el Sagrario o pintaba. Mientras todos comentaban lo hermoso
que estaba quedando a mi se me ocurrió comentar que
era demasiado sobrecargado, habida cuenta que el techo era
bajo y el casetonado pintado a cuatro colores (marrón,
verde, rojo y dorado) que le estábamos haciendo. Terminó
la tertulia y vino un director a decirme, en corrección
fraterna, que cómo se me ocurría decir eso si
los planos del oratorio los había aprobado el Consiliario.
Por un lado le contesté que en la Obra me habían
enseñado que todo aquello que no era de dogma o moral
era opinable y que por tanto yo expresaba mi opinión,
pues no parecía que la decoración del oratorio
fuera dogmática. Por otro lado ante su estupor (creo
que era la primera vez que este director me hacía una
corrección fraterna -que para los neófitos nunca
se discute-) también le pregunté con quién
había consultado la corrección fraterna ya que
consideraba que el Director de Centro era normal y jamás
podría haber autorizado una corrección fraterna
así. Me indicó que le había consultado
al Director Espiritual, ignoro el porqué ya que éste
no es el trámite común. Cuando avancé
a consultarle a Director del centro para hacerle una corrección
fraterna tanto al director que me la hizo como al Director
Espiritual (que es sacerdote). Me dijo casi textualmente:
"Me consultó a mí, y le dije que no te
dijera nada que el equivocado era él". Y me animó
a hacer las correcciones fraternas que le estaba consultando.
Dos días mas tarde me informaron a partir de ahora
iba a dejar de hacer la charla fraterna con el Director del
Centro y pasaría a hacerla -graciosamente- con el Director
Espiritual del la Región, al que dos días antes
le había hecho la expuesta corrección fraterna.
Como supongo que la vida de los directores regionales no
debía ser fácil conmigo (acepto que me pasaba
de revoluciones en cuanto a defender el espíritu de
la Obra), ya que no dejaba pasar ni una, antes de fin de año
me enviaron a otro centro, que teóricamente era "de
mayores".
Allí me di cuenta de que no tenía espíritu
de "cruzado", que no iba a conseguir nada, y pedí
que me mandaran a otro país ya que pensaba, en función
del algún viaje que realicé por el UNIV, que
en otras latitudes el porcentaje de cerriles era menor. Como
me dijeron que iba a permanecer en Argentina, expresé
mi deseo de abandonar la Obra. Que lo pensara bien por un
tiempo, que estaba confundido, etc. El tiempo siguió
pasando y yo seguía en mi decisión. En ese momento
me sugirieron que esperara hasta que viniera la comisión
de servicios de Roma, que así podría expresar
todas mis inquietudes que seguramente se arreglarían.
A medida que se acercaba la fecha las cosas empeoraban: como
venía una comisión de servicios había
que "poner en orden" todo lo que teníamos
mal. Luego de quejarme en mi centro de este tema sin la menor
respuesta (yo sostenía que debían dejar todo
como estaba para que vieran la realidad) fui a hablar con
un director de la delegación (que ahora sí existía).
Me dijo que yo veía las cosas al revés: que
esto no era hipocresía sino un impulso para poner en
condiciones las cosas materiales que no lo estaban. Todavía
recuerdo su cara de asombro cuando le dije que en mi centro
me habían reclamado que le pidiera prestados a mi madre
algunos muebles y objetos de decoración para devolverlos
cuando se fuera comisión de servicios. Yo no lo hice
pero me consta que en varios centros sí. Por supuesto
que no llegó ninguna nota diciendo que esto estaba
mal, a pesar de la cara de estupor del director de la delegación
en cuestión.
Cuando llegó la comisión de servicios, integrada
por dos personas, me indicaron que debía "despachar"
con uno, a lo que me negué pues era un argentino que
conocía mucho. Me autorizaron a despachar con el otro,
un sacerdote español. Me hubiera gustado filmarle la
cara. No decía nada pero expresaba que no podía
creer las cosas que estaba escuchando. Si bien no abrió
la boca salí satisfecho. Me pareció que encontraba
eco y creí que las cosas podían cambiar.
Al poco tiempo se informó que como resultado de la
comisión de servicios, bastantes miembros de la Comisión
Regional iban a cambiar. Yo agradecía a Dios. Hasta
que llegaron los nombramientos. Si me hubieran preguntado
a quién no hubiera nombrado nunca, era precisamente
a quienes estaban nombrando.
En ese momento dije basta: no solo veía que cualquier
intento por preservar lo que yo creía -y sigo creyendo-
que era el "espíritu de la Obra" no sólo
era inútil sino contraproducente. Ya me lo había
dicho muchas veces un sacerdote que atendió mi charla
durante dos años y que yo consideraba de los normales,
pero no lo escuché. Me dijeron que, faltando sólo
dos meses para el curso anual, esperara para tomar la decisión
allí. Estuve de acuerdo, con la sola salvedad de que
me concedieran la dispensa de vida de familia para el día
en que volvía del curso anual; que si venía
con otra idea no "ejecutaba" la dispensa y listo.
Volví del curso anual, pedí la dispensa de los
compromisos y me fui. Al día siguiente fui a la Delegación.
Me aclararon, cosa que ya sabía, que mientras no llegara
la dispensa debería seguir viviendo los compromisos
asumidos, en lo que estuve de acuerdo hasta que me dijeron
con quien iba a hacer la "charla fraterna". Me negué,
avisé que tampoco asistiría al círculo
breve, que sólo iría por algún centro
a confesarme con el sacerdote de la Obra que a mí me
resultara cómodo y me fui. He de decir el honor a la
verdad que durante el tiempo que siguió nadie intentó
nada. Asimismo continué viviendo el Plan de Vida. Cinco
meses más tarde me llamaron de la Delegación
y me dijeron que querían verme pero en mi casa. No
entendí el porqué -aún hoy no lo entiendo-
pero acepté. El director que vino me dijo que podía
arrepentirme pero que había llegado la dispensa.
Habían pasado 16 años, 5 meses y 3 días
desde que "pité". No me extrañó
que nadie de la Obra me haya llamado: yo tampoco lo hice.
También he de decir que cuando me encontraba accidentalmente
con algún miembro de la Obra siempre me trataron con
cariño. También hay un numerario -ex compañero
de Colegio, de los de círculo inicial- que siempre
me llama para los cumpleaños y que cuando ha estado
por mi ciudad nos hemos visto.
Creo que en el Opus Dei hay un montón de gente buenísima.
Creo que el espíritu es bueno. Más adelante
escribiré sobre como se tergiversa ese espíritu
en muchos puntos (vgr. "de cien almas nos interesan las
cien", "somos padres familia numerosa y pobre",
"no somos como os demás: somos los demás",
etc.
Esta es un resumen de mi historia en el Opus Dei. Quizá
a alguno pueda servirle. A mí sirvió escribirla.
Para que nadie se vea ofendido intenté escribir solo
hechos o mis sentimientos. Estas cosas me pasaron, y como
dice San Juan, el que lo vio lo atestigua y sabe que su testimonio
es verdadero. Yo no soy ningún santo: falté
un montón de veces a Dios y al espíritu del
Opus Dei. Pero terminé yéndome por intentar
defenderlo. Hoy, si meto la pata, soy responsable de lo que
hago. En la Obra no me sentía responsable sino culpable
por hacer cosas que sabía que estaban mal. Espero que
por el bien de la Iglesia estas cosas cambien.
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