Mi
"formación" comenzó a los 10 años
Por: Marcio Fernandes da Silva.
10 de diciembre de 2003.
CLUB PINAR
Conocí el Opus cuando tenía casi 10 años.
Un chico, vecino mío, me invitó a participar
en las actividades del club Pinar. Este club se encontraba
-y quizá aún se encuentre- en el sótano
del Centro Cultural Pinos, en la calle Joaquim Antunes, en
el barrio de Pinos, en Sao Paulo.
En aquel ambiente de actividades manuales, bromas, competiciones,
excursiones... encontraba todo muy divertido.
Como parte de las actividades en el club, también
asistía a clases de catecismo, dadas por un sacerdote
del Opus. Las clases consistian en aprender las respuestas
del llamado catecismo verdinho. Recuerdo que el
sacerdote hacía competiciones de catecismo y como premios
recibíamos caramelos.
Mis padres no sabian nada del Opus y permitieron que yo frecuentara
el club.
CENTRO CULTURAL PINOS
Algunos años después, cerca de los 14, pasé
del club al centro. ¿Y qué hacía en el
centro? Básicamente estudiar y recibir formación.
En relación a los estudios recuerdo las llamadas guerras
de estudios. Era un juego semejante al de la guerra
War, jugado por equipos. El equipo que estuviera
más tiempo estudiando en la sala de estudios del centro,
tenía más soldados para colocar en el juego.
Había gente que se lo tomaba muy en serio. A mí
me gustaba jugar porque me estudiaba estudiar.
Poco a poco iba aumentando la dosis de la formación
que recibía. La formación consistía
en participar en las siguientes actividades:
1. Conversación semanal con el sacerdote (ya la hacía
en el club)
2. Meditación semanal predicada por un sacerdote. Estas
meditaciones tenían lugar en el oratorio del centro.
El sacerdote entraba por el fondo del oratorio y al entrar
él, todos nos levantábamos. Se dirigía
al altar, se arrodillaba y rezaba la oración inicial
de las meditaciones: señor mío y Dios
mío, creo firmemente que estás aquí,
que me ves y que me oyes... Después se sentaba
en una silla, detrás de una mesa pequeña donde
colocaba los papeles que traía con el contenido de
la meditación. Y entonces se ponía a predicar.
3. Círculo. Charlas que un miembro del Opus daba a
un grupo reducido de muchachos.
4. Recogimiento. Un periodo en el que el sacerdote predicaba
dos meditaciones.
5. Retiro. Un fin de semana en un casa de campo, con una programación
intensa de formación, que incluía
diversas meditaciones y charlas. En los retiros, el silencio
era obligatorio.
6. Convivencia. También era un tiempo que pasábamos
en una casa de campo pero que el silencio no era obligatorio.
Está claro que no pasé a realizar todas esas
actividades de la noche a la mañana. Las personas del
centro me fueron proponiendo participar en cada una de ellas
de una manera gradual.
También hacía las prácticas de
piedad o normas. El sacerdote me fue pidiendo
poco a poco que hiciera: lectura del evangelio, lectura espiritual,
oración mental, misa diaria, etc.
Otras cosas que me pidieron hacer fueron:
a) Visitas a hospitales. Visité, a invitación
de un miembro del Opus, una enfermería de ortopedia
infantil. Llevamos algunos dulces para los niños que
estaban internados.
b) Visitas a los pobres. Fui, también en compañía
de un miembro del Opus, a una chabola de una favela de Sao
Paulo. Les llevamos algunas ropas usadas.
Las visitas a hospitales y a los pobres no tenían
ninguna finalidad de asistir a los necesitados. La finalidad
era suscitar en el muchacho un sentimiento de querer ayudar,
de ser generoso. Ese sentimiento sería utilizado por
el Opus, posteriormente, para conducir al muchacho a pedir
la admisión en la institución.
PEDIR LA ADMISIÓN
Llegó un momento en el que iba casi todos los días
al centro. Tenía sólo 15 años.
Uno de los miembros del Opus comenzó a insistir en
que yo también fuera miembro de la Obra. No le daba
importancia ni me lo tomaba en serio. Encontraba que él
estaba engañándose porque yo no tenía
vocación alguna.
Ahí hice un retiro. En ese retiro, una de las meditaciones
tuvo como tema la vocación. El sacerdote
que predicaba el retiro fue muy contundente en la posibilidad
de tener vocación para el Opus: insistió en
la necesidad de que fuéramos generosos y... bla, bla,
bla.
Las palabras del sacerdote lograron que me quedara con el
tema de la vocación en mi cabeza, no sólo en
el retiro sino en los días posteriores y empecé
a pensar si tendría o no vocación para ser del
Opus.
La primera persona a la que le pregunté abiertamente:
¿usted cree que yo tengo vocación para
ser de la Obra? fue al sacerdote del centro. Y me dijo
que sí, sin dudar.
El sacerdote del Centro Cultural Pinos, en aquel tiempo era
Don R.S. Utilizo sus iniciales porque he sabido que, gracias
a dios, dejó de creer en los absurdos que predicaba
y dejó el Opus.
vuelvo al relato de mi vocación. Después de
la pregunta al sacerdote, mi mundo se vino abajo. Aquel sacerdote
con quien conversaba desde hacía años, ejercía
una gran influencia sobre mí. Yo no esperaba su respuesta
afirmativa, no contaba con aquello. Mi reacción inicial
fue de asombro, de una gran sorpresa. Mi ideal de vida era
casarme, tener hijos, ser un cristiano corriente...
La duda respecto a mi vocación ocupaba ahora más
tiempo y espacio en mis pensamientos. Era imposible no pensar
en aquel tema durante esos días.
Ya había conversado con cierta frecuencia con el director
del centro, Joao Malheiros. Digo su nombre porque, según
la última información que tuve de él,
sigue todavía en el Opus Dei. Espero que cuando lea
este testimonio, se dé cuenta del error que cometió
conmigo, cuando yo era sólo un crío de 15 años.
Pues bien, Joao Malheiros también de dijo que yo tenía
vocación.
Todo aquello me proporció un enorme malestar, una
sensación de estar en un callejón sin salida.
Eran las personas que más apreciaba, era mi principal
círculo de amistades. Era mi vínculo emocional
y afectivo más fuerte, tal vez i gual o mayor que el
que tenía con mis padres y hermanos en aquel momento
de mi vida.
Esa situación de shock duró algunos
días, tal vez 10, hasta que pité.
(Pitar, para quien no lo sepa, es una palabra
usada en el argot del Opus y significa pedir la admisión
como miembro de la Obra).
Cansado de aquella situación indefinida y muy desagradable,
acabé por decirle al sacerdote que sí, que había
decidido pedir la admisión. El sacerdote me dijo que
le comunicara mi decisión al director del centro. Entré
en el despacho de Joao y le dije que quería pedir la
admisión. Joao me comunicó que tenía
que escribir una carta al Padre, o sea, al prelado del Opus,
pidiéndole la admisión como numerario. (Numerario
es el miembro que es célibe y que vive en las residencias
y centros de la institución). Fui a una de las salas
del centro y escribí la carta.
Joao Malheiros, al leer la carta, me dijo que estaba escrita
en un tono y estilo demasiado coloquial e infantil. ¡Manda
pelotas! ¿Qué estilo podría esperar de
un chaval de 15 años?
A partir de aquel instante había pasado a ser
de casa. Algunos numerarios vinieron a felicitame diciéndome
¡Pax!. Yo debía responder: ¡In
aeternum! (Ese es el saludo secreto de los miembros.
En latín significa: paz, para siempre).
Uno de los numerarios me comentó que yo había
pasado a ser el farolillo rojo del centro, es
decir, la vocación más reciente.
Me vino una enorme sensación de paz. ¡Fui generoso!
pensé. En el fondo, lo que explica esta sensación
de paz es el punto y final, la solución que había
encontrado para poner fin a aquel conflicto respecto a la
vocación.
Un conflicto que me fue creado por miembros de la Obra. De
hecho, la insistencia de uno de los numerarios para que yo
fuera miembro, la predicación del sacerdote en el retiro,
la postura firme de don R.S. en cuando a la certeza
de mi vocación, la misma postura de Joao Malheiros...
Todo eso formaba parte de un plan cuidadosamente ejecutado,
en conjunto, por los miembros del Opus.
Lógicamente, en el momento en que pedí la admisión,
tenía fe en el Dios del Catolicismo -Jesucristo- (fe
que hoy, a pesar de la experiencia que tuve con el Opus, aún
conservo aunque muy lejos de cualquier fundamentalismo o fanatismo).
En aquel momento yo creía que Dios, que me hablaba
a través del sacerdote y del director, quería
que yo fuera miembro de la Obra. Gracias a Dios, más
tarde, dejé de creerlo.
No le dije nada a mis padres sobre mi vocación. En
la Obra te dicen que la vocación es una cosa muy personal.
Te dicen también que la mayoría de las veces,
los padres no entienden la vocación de los hijos y
por eso es mejor no comentar nada con la familia.
Pasé, entonces, a ser adjunto (adjunto
es el numerario que aún no vive en un centro).
ADJUNTO
En las semanas que siguieron a pedir la admisión,
hablaba con frecuencia con Joao. En esas conversaciones iba
explicándome, poco a poco, cómo vivir el llamado
espíritu de la Obra. Me habló sobre
las preces (oración privada de los miembros
del Opus), y me dio una copia plastificada del texto, en latín.
Me dio también una agenda de la marca Finocam
-una marca española. Otros numerarios utilizaban agendas
de la misma marca o Luxindex. Me habló
del cilicio y de las disciplinas y me gané un kit
de flagelación. Me habló de la cuenta de gastos
(una relación de todos los gastos personales, hasta
los más mínimos, que debería presentar
al director), Me habló de la corrección fraterna
(la forma que tiene un miembro de ver en los demás
los desvíos en su comportamiento del espíritu
de la Obra, del agua bendita para rociar la cama y las
tres avemarías con los brazos en cruz, antes de dormir.
De besar el suelo al levantarme de la cama, diciendo serviam!
(¡serviré!), la confidencia o charla fraterna
(conversarción semanal obligatoria con el director).
Me habló de Crónica (la revista
interna)... Me quedaba sorprendido y pensaba para mis adentros:
y ahora, ¿qué más sorpresas tendrá
para mí?. Joao me dio una pequeña lista
con las normas en una cuadrícula para anotar, al hacer
el exámen de la noche, las que había hecho y
las que había dejado sin hacer.
Mi día a día como adjunto era extenuante: me
levantaba a las 5.00 h., me duchaba con agua fría e
iba para el centro para oir Misa. Del centro, al colegio.
Comía y volvía al centro. Rezabas las precer,
hacía la lectura del evangelio y de un libro espiritual,
en el oratorio. Me ponía el cilicio durante 2 horas.
Estudiaba en la sala de estudio o hacía algún
encargo. A las 4.30, oración mental. A las 5 de la
tarde, tertulia con café: nos sentábamos en
los sofás o en las sillas y conversábamos durante
media hora, aproximadamente. A las 17.30, más estudio,
o hacer la charla, o algún encargi. Y más o
menos, a las 19.00 me iba a coger el autobús para ir
a mi casa. En el autobús rezaba el rosario. Llegaba
a casa, cenaba y deseaba meterme en la cama, agotado de cansancio.
Todo eso lo hacía también los sábados
y domingos, aunque los domingos se solía hacer alguna
excursión o jugar al fútbol.
Fui víctima de una persecución en el colegio
en el que estudiaba. En un momento dado, un profesor habló
mal del Opus y defendí a la Obra. Comenté lo
ocurrido con el sacerdote y con Joao Malheiros y aplaudieron
mi valor, con una frase del tipo: Dio nos va colocando
en situaciones duras... Ser perseguido es señal de
la predilección de Dios... Eres valiente!
El hecho es que la crítica del profesor reforzó
mi creencia en el Opus. Eso es frecuente en las sectas: debido
a los argumentos que se inculcan en el proceso de formación,
una crítica externa acaba por estrechar los vínculos
del miembro con su secta.
Hacer proselitismo es una obligación de todos los
numerarios. En mis años de colegio invité a
alguno de mis compañeros a ir al centro. Algunos de
esos compañeros, felizmente, tenían padres mejor
informados que los míos, sobre el Opus, y esos chicos
dejaron de acudir. Desgraciadamente tenía un amigo
que sí estuvo yendo más tiempo; no llegó
a hacerse miembro pero, aún así, me comentó
que las conversaciones que tenía con el sacerdote,
contribuyeron a hacer tambalear su salud mental.
Me acuerdo que Joao Malheiros, a veces, me decía que
preparara algún tema para la tertulia.
O sea, que aquellas reuniones supuestamente informales, no
eran muy naturales ni espontáneas.
Hice una convivencia poco tiempo después de pitar
para acompañar a algunos muchachos que eran potenciales
futuros miembros. Me quedé triste en esa convivencia.
Sufrí la frialdad de los otros de casa:
como sabian que yo había pitado, era como
si yo no existiera. Una vez que había mordido el anzuelo
y era miembro de la Obra, ya no necesitan hacerse los simpáticos
conmigo.
Durante esta convivencia, en el horario del deporte o de
algún tiempo libre, invité a un chico a jugar
al ajedrez y jugamos en un sitio alejado de la casa. Recibí
una corrección fraterna: me dijeron que el ajedrez
estaba prohibido. ¿Será que el Opus prohíbe
jugar al ajedrez porque estimula el desarrollo del raciocinio?
En una época del año, los numerarios del centro
tenían que conseguir suscriptores para el Círculo
de Lectura. Se trata de una suscripción anual
de publicaciones de la editorial Cuadrante. Los numerarios
no recibían ninguna comisión por conseguir esas
firmas. Era un trabajo gratuíto hecho por los numerarios,
que genera grandes sumas de dinero para las arcas del Opus.
Conseguí varias de esas suscripciones.
RESIDENTE
Al cumplir los 18 años fui a vivir al centro. Me pusieron
en un cuarto con dos numerarios más. Recibí
una corrección fraterna por ducharme muy rápido.
La verdad es que yo volaba en aquel baño porque, durante
el invierno, también tenía que ducharme con
agua fria.
Todos los días, por la mañana, hacíamos
la oración y asistiamos a misa en el oratorio del centro.
La misa terminaba alrededor de las 7.00 h. Mis clases comenzaban
en la facultad, a las 7.30 h., en el campus de la USP. La
única manera que encontré para llegar a tiempo
fue la de ir en bicicleta. A los numerarios, en general, no
se les permitía tener coche y ese era mi caso. Tomar
el autobús significaba llegar tarde porque tenía
que desplazarme hasta la parada, esperar a que llegara el
autobús y luego sufrir las interminables vueltas que
daba en el campus de la USP, hasta llegar a mi facultad.
Después de algún tiempo, Joao Malheiros me
prohibió que fuera en bicicleta a la facultad. Pero
no lo hizo porque lo encontrara peligroso con el tráfico
de Sao Paulo. Lejos de eso... ¡Me dijo que debía
ir en autobús para hacer apostolado con los pasajeros!
Y añadió: no tiene importancia que llegues
tarde... No lo entendía. Llegar tarde implicaba
para mí no vivir la virtud humana de la puntualidad
en el trabajo profesional. Un trabajo profesional que, en
mi caso, era el estudio. ¿Dónde quedaba lo de
santificar el trabajo profesional, uno de los
puntos centrales de la doctrina del Opus?
Comencé a vivir la costumbre del día
de guardia, obligación semanal para los numerarios.
En la víspera del día de guardia,
el numerario tiene que dormir en el suelo. Yo no dormía
nada a causa de la incomodidad y del frío. Encontraba
contraproducente lo de dormir en el suelo porque, habiendo
dormido mal, me moría de sueño al día
siguiente. Eso significaba que ese día no era nada
productivo, o sea, se contraponía a santificar
el trabajo profesional".
Quise hacer un curso de lengua extranjera. Joao no lo permitió.
Yo no entendía por qué él, a media tarde,
encendía la TV para echar una miradita
a un partido de fútbol. Ver un partido de fútbol
sí se podía pero estudiar una lengua extranjera,
no. Y decían que el Opus se interesaba especialmente
por los intelectuales... (y no tengo nada contra el fútbol).
Un día apareció en el centro un numerario de
otro centro con una furgoneta. Me escogió a mí
y a tres numerarios más y nos llevó a arrancar
hierbas dañinas del jardín de Aroeira. Aroeira
es una casa grande de retiros. Nos quedamos allí todo
el día arrancando las hierbas. Con ingenuidad juvenil
comenté con un numerario que debía de haber
alguna manera de dormir menos para tener más tiempo
para hacer las cosas y para rendir más... Y este numerario,
que era mayor, me respondió: ¡pero si el
único tiempo que tenemos para nosotros es cuando dormimos...!
Sin comentarios.
CRISIS
El tiempo iba pasando y empecé a percibir cosas equivocadas
en el centro.
Empecé a hablar con Joao de que tenía dudas
sobre mi vocación. Yo le decía: mi cabeza
ya no está aquí, si me quedo aquí
voy a terminar mal de la cabeza pero ya no creo en esto,
¿cómo voy a hacer proselitismo si no creo
en todo esto?... Pasé a no estar de acuerdo con
un montón de cosas. Pasé a no soportar las incongruencias
y la hipocresía. Aquellas tonterías de las meditaciones,
de los círculos, la formación como
un todo,... no descendían sobre mí.
Eran innumerables las contradicciones que ya no conseguía
digerir.
Por ejemplo, por un lado decían que había que
tener iniciativas apostólicas y, al mismo
tiempo, que todo, absolutamente todo en materia de apostolado,
tendría que hacerse de acuerdo con las detalladas instrucciones
del director. Entonces pensaba para mí: ¿para
qué tener iniciativas si el director mandará
que se haga otra cosa?
Vi que era imposible ser natural, espontáneo, y que
la falta de naturalidad y espontaneidad robaba todo el entusiasmo
al hacer algo. Vi que, para hacer alguna cosa con gusto, con
amor, -sobre todo las cosas relativas a Dios-, tenían
que nacer de nuestra intimidad, tenían que nacer de
una convicción personal. Tenía que nacer del
área de nuestro ser intangible. Por lo tanto, ese actuar
mecánico por simple indicación del director,
significaba actuar despersonalizado. Eso puede tener cabida
en instituciones humanas, pero no cuando se trata de algo
relativo a Dios.
Vi que las personas del centro eran infelices. Y el colmo
de la infelicidad lo veía en el sacerdote. De hecho,
la insatisfacción y el descontento se reflejaban en
su semblante. Yo no lo entendía...
Vi que muchos numerarios desaparecían misteriosamente,
de un día para otro. Joao daba una disculpa inventada
como se ha ido porque está enfermo...
Alguna vez, sin embargo, Joao admitía que algún
numerario había abandonado el Opus. En ese caso decía
de ese numerario: no perseveró, añadiendo
a continuación: las hojas secas se caen por sí
solas...
En resumen, yo me estaba empapando de las contradicciones
e infelicidad de aquel ambiente.
El tema de la obediencia al director era intragable. Ya no
aceptaba tener que llegar tarde a la facultad, no poder estudiar
las horas que entendía que debía estudiar, tener
que consultar cualquier cosa que se saliera de mi rutina de
robot, con el director, etc.
La situación era especialmente delicada porque estaba
el agravante de no poder hacer cualquier comentario crítico
al respecto de cualquier aspecto de la institución,
con los demás miembros y, menos aún, está
claro, con los no miembros. Eso estaba prohibidísimo.
En la formación enfatizaban que cualquier
comentario crítico respecto a la Obra se tenía
que hacer sólo con el director. Y en este caso, el
director trataba de persuadir al miembro para que tuviera
menos espíritu crítico.
Llegó el momento en el que me quedaba pensando todas
esas cosas en la cama, antes de dormir. Me quedaba pensando,
pensando y pensando. Pensaba tanto que llegué a pasar
noches enteras sin dormir.
En ese periodo de mucha reflexión, redacté
un documento que se podría titular como Motivos
por los que dejé la Obra. En tres folios escribí,
enumerando, algunas cosas que había pensado. Por ejemplo:
-¿Vocación? A mí Dios nunca me la manifestó
de forma clara.
Fue una lástima que lo destruyera años después
de haber dejado el Opus, en un momento en el que tuve algunos
problemas psicológicos y no sabía aún
cuál era la causa. La causa fue mi propia implicación
en el Opus.
En relación a la salud física, recuerdo que,
una tarde y a consecuencia de una gripe fuerte, me encontraba
extremadamente débil y exhausto. Se lo dije al director
pero no me autorizó a irme a la cama. Aún así,
me fui a la cama porque, simplemente, no aguantaba más
de pie.
Un día me desmayé en la bañera después
de haberme bañado. Ya me había despertado medio
sonámbulo por el cansancio físico y mental.
Tambaleándome, me fuí hacia la puerta del inodoro
y cerré la puerta. Mi visión se oscureció
y me caí en el suelo de aquel cubículo. Después
de un tiempo me recuperé y me levanté. Decidí
no comentarlo con nadie.
Las conversaciones sobre la vocación con el director,
se iban sucediendo. Llegó un momento en que le dije
que me iba. Me pidió que me quedara un poco más,
que lo pensara mejor... Y pasó cierto tiempo
y yo, de nuevo: me voy la semana que viene. Y
él: deja pasar más tiempo... No
sé cuánto tiempo estuve en esa situación,
calculo que unas 6 semanas.
Y entonces llegó el retiro para los numerarios. Cinco
días en silencio, sólo oyendo aquellas meditaciones
y aquellas charlas. ¡Amigo! Ese retiro me sirvió
para confirmar que me tenía que ir cuanto antes.
En el retiro, cuando llegó el momento de la conversación
con el sacerdote, le comenté mis dudas respecto a mi
vocación y mis deseos de irme. Se mostró sorprendido
y perplejo. Me preguntó: ¿tu director
sabía eso cuando te dijo que vinieras al retiro?
Le dije: sí, lo sabe, y por eso me pidió
que viniera al retiro... El sacerdote se quedó
tan cortado que no quiso seguir conversando. Creo que esa
era la defensa de aquel sacerdote: huir cuando el asunto era
serio. ¿Un sacerdote que no sabe conversar sobre el
tema de la vocación divina? ¿Qué cosa
tan rara!
Después del retiro, volví al centro. Hablé
con el director sobre lo visto en el retiro y que mi decisión
era irme inmediatamente.
En ese momento yo tenía un encargo sobre el mantenimiento
material del centro, muy a disgusto. El secretario del centro
era el que venía a pedirme este tipo de encargos. Un
día antes de marcharme, me pidió que hiciera
otro, pero le contesté: esta vez no lo podré
hacer porque mañana me voy. Él se fue
en silencio. Hoy me doy cuenta de que esa multitud de encargos
era una táctica para retenerme en la Obra por más
tiempo y me impidieran pensar. Gracias a Dios, encontré
tiempo, lucidez y serenidad para estar muy seguro del paso
que iba a dar.
Llegó el dia que había establecido para irme.
Salí en silencio, sin hablar con nadie, llevándome
mis pocas pertenencias.
Hablando de pertenencias, algunos días después
de haber dejado el centro, decidí deshacerme del cilicio
y de las disciplinas. Tomé estos instrumentos de autoflagelación
y los arrojé a un río.
Nunca me arrepentí de haberme ido del Opus. En los
momentos de mayor tristeza o dificultades, nunca me he dicho
a mí mismo: es que nunca debería haber
salido de la Obra... En esos momentos he pensado otras
cosas, como por ejemplo, que soy bastante suigéneris,
pero nunca pensé en algo como mi lugar era estar
en el Opus Dei como numerario. De hecho, cuando en sueños
me veía de nuevo como numerario, al despertar decía:
Uff, qué bien que sólo ha sido un sueño!
CONSECUENCIAS
A pesar de haber dejado de ser miembro de la institución,
psicológicamente tenía una fuerte atadura con
el Opus. Después de haber recibido toda aquella formación
de los 10 a los 18 años, no sabía vivir de otra
manera si no era basándome en las enseñanzas
del Opus.
Las enseñanzas de la Obra estaban demasiado arraigadas
en mi ser. Se habían impreso en mi mente, habían
sido talladas con bastante profundidad.
Como resultado de mi implicación en el Opus y de la
formación recibida, tuve problemas psicológicos,
años despues de haber dejado de ser miembro de la institución.
Gracias a Dios, gracias a la ayuda de una excelente psicóloga
y gracias a mi esfuerzo personal, conseguí vencer los
problemas.
Al liberarme de la prisión mental que significa la
"formación" recibida en el Opus, tuve la
nítida sensación de haber nacido nuevamente.
Todo para mí era novedad! Dios, las personas, las cosas
del mundo... Pasé a ver todo eso con mis propios ojos,
sin ningún filtro que deformara de alguna forma la
realidad. Después de haber hecho un "viaje"
muy extraño y auto-destructivo por el "mundo del
Opus", yo estaba "aterrizando" de vuelta al
planeta Tierra. Puede parecer que estoy exagerando, pero es
muy en serio: en esta fase, hasta tomar un simple cafeé
con galletas era algo que me dejaba exultante de alegría!
São Paulo, en 10 de diciembre de 2003
Marcio Fernandes da Silva
http://opusdob.tripod.com/Marcio_Silva.htm
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