LA
MALA CONCIENCIA
FLAVIA, 12 de agosto de 2005
Lo que procuraré comunicar ahora tiene que ver con
una sensación general que tengo respecto de muchos
de los correos de quienes se acercan a la WEB con acusaciones
diversas y más bien repetitivas (amén del nuevo
invento "web-recensión")
No tengo interés en discutirlas en particular, porque
no hay demasiada sustancia por discutir. Me refiero a que
si alguien entra a un espacio, una WEB, voluntariamente, y
concluye en que los que escriben habitualmente allí
son mentirosos, o resentidos, o impostores, o tienen su alma
llena de odio, o son enemigos de la Iglesia y de Dios, o fracasados,
o enfermos mentales, o débiles de carácter,
o apóstatas, u otras lindezas (creo haber hecho un
catálogo de insultos y acusaciones), no queda mucho
que contestar, básicamente porque no hay diálogo
alguno.
O sea que estamos en lo de siempre, quienes se autotitulan
como adictos o partidarios o simpatizantes, o lejanos conocedores,
pero fervientes defensores de la Obra, no dejan costado al
diálogo. Es todo o nada.
Apenas brilla como una nota esperanzada alguno que otro correo,
de personas que han tenido cierta voluntad de entender qué
nos pasa o qué nos pasó a los ex miembros de
la Obra que participamos en la WEB.
La acusación que más me ha impresionado, la
que me ha parecido más sintomática, en el sentido
de síntoma o signo del tono con que los ex miembros
de la Obra somos tratados, es la de personas que "destilamos
odio", "resentidos", "rencorosos",
y la admonición a "seguir con nuestra vida",
que suele ir acompañada por un "rezaré
por ustedes", o "vosotros"...
De hecho, la habitual acusación de enemigos de Dios
y de la Iglesia no me parece tan grave como esa. Aún
cuando resulta llamativo que se tengan que reiterar una y
mil veces los argumentos por los cuales resulta básico
entender que la Obra no es la Iglesia, y que una parte no
es el todo. Y también que aquí escribe gente
que ya no es católica (en eso ha tenido su parte el
Opus Dei), y que la WEB ha tomado la saludable actitud de
no ser confesional, y la igualmente saludable actitud de aclarar
que la WEB se propone poner en discusión a la institución
Opus Dei, no a la Iglesia, i.e., el tema de la WEB no es la
Iglesia como tal, aún cuando haya que aludir a ella
muchas veces porque fue en su nombre, o con su "pantalla"
que la Obra nos captó.
Luego, el mote de seres que destilamos odio y rencor es el
que me interesa, pues allí veo, como he dicho, el síntoma
de lo que denomino "mala conciencia" como nota común
en las acusaciones que se nos dirigen.
¿Qué es lo que odiamos, a quiénes, cómo
se manifiesta ese supuesto odio?....
Un pensador alemán cuyo nombre no quiero acordarme
daba cuenta de cómo los valores surgen y se estructuran
como fuerzas en pugna, como dinamismo de acción y reacción:
el odiador y su odiado delinean los contornos de lo que llamamos
odio, así como el amador y su amado, nos dan la clave
de lo que llamamos amor.
Claro, aquí los valores remiten a la valoración,
al proceso en el que algo se valora en detrimento de otra
cosa.
Cuando se habla de alguien como un ser cuya alma destila odio,
además de la nota apocalíptica y maniquea, ¿qué
otra cosa se está diciendo, en qué movimiento
de valoración se nos incluye?
Primero, en una discontinuidad: seríamos seres pérfidos
que un día descendieron del lugar de la pureza y se
dispusieron, sin preámbulos, a odiar aquello en lo
que habían puesto sus vidas y sus esperanzas. Lo nuestro
no tendría explicación, no tendría causa:
nuestro odio es constitutivo, el "margen de error"
del proselitismo desbocado, quizás.
Estamos aislados como "odiadores" no sólo
de la "cadena de bondad" que la Obra forja, sino
que nuestro odio tiene una causa ontológica en nosotros.
La Obra no tiene nada que ver con lo que supuestamente aparece
en nuestro odio.
Luego, el personaje del odiador queda fulminado en su calidad
de participante en un diálogo por su propio odio, es
decir, no es que la Obra no tenga una actitud solícita
con sus ex miembros, es que nosotros no queremos dialogar,
somos relictos, apóstatas...¿con quiénes
dialoga la Obra?. Con los que "no los odian", o
digo yo, con quienes hacen tabula rasa de la historia de calamidades
que muchos ex miembros hemos pasado.
Muchas veces pensé en la posibilidad de dialogar con
algunas de las personas con las que compartí los años
de la Obra, hablar "en serio" sobre las cosas que
importan, no sobre el clima, y de algún modo lo he
intentado.....pero me sigue resultando impresionante ver que
el intercambio sigue cerrado como una muralla, cuando de los
cuestionamientos al Opus Dei se trata, no hay recepción
sustantiva. Otra vez me encuentro con que las palabras se
vacían, se disuelven, y esa sensación me resulta
tan espantosa hoy, como hace años, en la medida en
que adquiere además una dimensión existencial.
Una táctica muy común para diluir todo cuestionamiento
a un ámbito colectivo organizado, es establecer una
firme división entre el ellos y el nosotros que concentra
toda la identidad, que la agota. El ellos de los "odiadores",
es un ellos en el que los ex miembros somos deshumanizados.
Estamos en el bando de "los malos", creo que las
altas esferas de la Obra se han pronunciado al respecto, como
asunto diabólico.
Recuerdo también que de "la contradicción
de los buenos" en adelante, toda oposición o crítica
a la Obra siempre ha sido presentada con un tufillo a azufre.
En los "enemigos" se esconde, en mayor o menor medida
"el Enemigo"...ya se sabe, con el diablo no se conversa.
Es ahí donde la acusación de anticlericales
o apóstatas viene de maravillas..."enemigos de
la Iglesia de Cristo", por tiro de altura.
En fin, los ex miembros somos "odiadores" sin causa,
somos irreductibles a cualquier diálogo, somos ontológicamente
malos..., llegamos allí desde el mero "no existir",
desaparecer de las fotos, no ser nombrados, desaparecer de
todo registro, hasta de las fichas de la biblioteca, en un
rapto de celo por nuestra disolución.
Del escándalo de no tener nosotros mismos la más
mínima constancia documental de nuestra pertenencia
a la Obra....a ser el mal esencial, en acto, o en potencia.
Y somos, oh paradoja, lo únicos que hoy fuera de la
Obra, "sabemos" la Obra.
Y el resto de bondad posible que se nos concede es no hablar
de lo que no "conviene", y cargar sobre sí
el sanbenito de la "infidelidad" o similares...
Qué es ésto, qué razonamiento plantea
ésto....qué experiencia espiritual puede dar
semejantes frutos, cómo se puede organizar la experiencia
de las personas de este modo...cómo se puede pensar
así, y afirmarse como cristianos...
La mala conciencia....la apariencia del bien, que construye
una farsa del bien, que no quiere saber lo que sabe, es una
operación perversa en la que la mentira se sostiene
bajo la "especie del bien".
Reitero, que no quiere saber lo que sabe. Si sostenemos, como
yo creo, que no hay zonas liberadas en nuestra conciencia,
que hay un lugar, por recóndito que sea, en el que
la verdad habla, para nuestro bien, o para nuestro terror
(hay verdades que espantan), entonces existe un punto en que
todos "sabemos". En que sabemos que el otro sufre,
que hay quien miente, que hay quien manipula, que aquél
se está derrumbando...y qué hacemos con nuestros
hermanos pequeños entonces... ¿Rezamos por ellos?.
No basta. No existe una oración que sea verdadera y
se desinterese de los prójimos.
Primero se silencia la situación, las situaciones,
luego, se construye la justificación del GRAN SILENCIO,
que se alimenta de los silencios cotidianos, de las indiferencias
cotidianas, de las mentiras cotidianas. La mala conciencia.
Y lo que se erige en valor instituyente es el disimulo, que
se instala, y aquí está el horror, en el alma
de cada uno: ese es el escándalo: cuando la verdad
está acorralada en nuestro propio interior.
Ahí encontramos la sensación de ahogo que muchos
hemos narrado en nuestra vida en la Obra, en nuestro proceso
de salida...el ahogo de lo verdadero en nosotros. El sabernos
"falsos", el saldo perverso de la "sinceridad
salvaje".
"Entregados", alienados en otro, un otro que en
ese punto es nadie, es un "no interpelable", estamos
sólos ante una mentira que se ha hecho carne de nuestra
carne: ahí está el ahogo, y el horror, cómo
se llega a ese punto, y hasta dónde se puede llegar,
pregunto todavía.
Suelo decir que ya estuve en el infierno, y no lo digo meramente
por mis sufrimientos personales con relación a la Obra,
lo digo porque lo que viví ahí, lo que comprendí,
me hizo contactar con la "zona oscura"...si la sal
pierde su sabor....
Así que ser calificados de los "odiadores"
nos muestra en acto el sistema de ideas que da lugar a ese
lugar para nosotros.
La Obra ya no me enoja, me causa una tristeza profunda, tristeza
por los que están sufriendo o pueden sufrir cosas similares
a las que aquí se cuentan con una fatalidad casi mecánica,
tristeza porque el nombre de JesuCristo es puesto como aval
de ideas y actos que lo mancillan, que lo convierten en su
contrario, que vulneran la fe de muchos y muchas.
Pero sobre todo, siento pena porque el viejo enemigo de la
perfección cristiana, la obduratio, la dureza de corazón,
sigue tomando su parte: dos son sus frutos: la cólera
y la soberbia.
Cuando Clara de Asís fue interrogada por la causa de
los estigmas del Poverello Francisco, ella respondió:
"Francisco amó tanto, que su cuerpo se transformó
en el del Amado". El Amor tomó en el cuerpo de
ese hombre pequeño y frágil el aspecto más
contradictorio, más difícil: las marcas del
dolor. Pero esas marcas hicieron de ese hombre un amador,
y en ese amor somos reconstruidos, sanados, edificados. El
rostro de Francisco resplandecía, su corazón
era tan transparente que todos lo tenían por un amigo
y por un hermano.
El reverso de la mala conciencia. La conciencia liberada por
el amor, como experiencia de encuentro con los otros, con
la realidad integral.
Sigo pensando que los ex miembros del Opus Dei no tenemos
toda la verdad sobre la Obra, pero que sí tenemos un
saber clave sobre la Obra, que en nuestrras vidas ha adquirido,
como es claro, un peso específico, pero también
lo ha adquirido para el Opus Dei: lo que nosotros no podemos
evitar saber, lo que muchos elegimos decir, es lo que la Obra
no quiere saber. No SE quieren saber.
De ahí la inmensa mistificación de la procedencia
divina sin escalas para el Opus Dei, de allí su oblicua
fidelidad a la Iglesia.
De ahí el lugar que la arquitectura institucional tiene
reservado para los ex miembros, espectros o enemigos diabólicos.
Siempre el silencio, sordo silencio de lo que acusa.
Lástima que los que fueron nuestros hermanas y hermanos,
los que hoy no nos reconocen en ese lugar, ni en su nivel
más básico, el que nos corresponde como personas,
no recuerden que el cristianismo, cuyo Dios es Amor, es también
la religión de la Palabra, que todo lo que hoy está
oculto, será gritado desde los tejados.
Que ese día nos encuentre a todos, también al
Opus Dei, un poco más cerca de la Verdad.
Aquí les dejo un breve texto de E. Levinas, por si
a alguno o a alguna le sirve para pensar algunas cosas de
éstas, a mí me ha servido.
"El cuerpo no es sólo un accidente, desdichado
o dichoso, que nos pone en relación con el mundo
implacable de la materia: su adherencia al Yo vale por sí
misma. Es una adherencia a la cual no es posible escapar
(...) es una unión en la que nada puede alterar el
sabor trágico de lo definitivo. (...) Toda la esencia
del espíritu consiste en este encadenamiento al cuerpo.
Separarlo de las formas concretas donde ya se encuentra
implicado, es traicionar la originalidad del sentimiento
mismo del que conviene partir. La importancia atribuida
este sentimiento del cuerpo está en la base de una
nueva concepción del hombre. Lo biológico
con todo lo que comporta de fatalidad deviene mucho más
que un objeto de la vida espiritual, deviene su centro.
Las misteriosas voces de la sangre, las llamadas de la herencia
y del pasado a las que el cuerpo sirve de enigmático
vehículo, pierden su naturaleza de problemas sometidos
a la solución de un Yo soberanamente libre. (...)
La esencia del hombre no está ya en la libertad,
sino en especie de encadenamiento... encadenado a su cuerpo,
al hombre le es negado el poder de escapar de sí
mismo. La verdad ya no es para él la contemplación
de un espectáculo ajeno: consiste en un drama en
el que el hombre es él mismo actor. El hombre dirá
su sí o su no bajo el peso de toda su existencia
que comporta unos datos de los que ya no es posible escapar".
(Quelques réflexiones sur la philosophie de l`Hitlerisme.
Citado por Giorgio Agamben en "Homo Sacer". pp.
189-190).
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