LUCES
Y SOMBRAS
Enviado por Claudia el 21 de octubre de
2003
Yo también pasé momentos maravillosos en la
Obra, por mencionar algunos: me conquistaron las promociones
rurales (después de la primera pité);
muchas de las personas que más he querido son de la
Obra; aún extraño una de las más altas
bendiciones que uno podría tener: Sagrario en su propia
casa; desarrollé muchas virtudes y aprendí muchas
cosas; me encantaban los cursos anuales; me ayudaron mucho
a acercarme a Dios los cursos de retiro; conocí muchas
personas a las que creo ayudé; etc.
Ahora puedo plantear también las sombras que matizan
tanta luz (que al parecer es casi lo único que algunos
ven) y que explican por qué, pese a tanta alegría
que por una parte sí tenía, dejé el camino
del Opus Dei.
Para ejemplificar, utilizaré los mismos ejemplos recién
expuestos:
Con el tiempo descubrí que las promociones rurales
(labor social con gente pobre) no se realizaban para ayudar
a los pobres, sino para generar una situación de enfrentamiento
a la miseria y el dolor de otros con fines proselitistas
(es decir, para remover la generosidad de las
amigas que nos acompañaban y poder plantearles
la vocación). Obviamente fue de mis primeros
desencantos y crisis ¿por qué se instrumentaliza
la pobreza y aquí entran también
las visitas de pobres y enfermos-? Eso no me parece cristiano
(aunque sea más cristiano que encerrarse egoístamente
cada quien en su propia vida, pero en fin). ¿Por qué
no establecer verdaderas acciones de ayuda PERMANENTE, con
planes a largo plazo, integrales, para contribuir a elevar
la calidad de vida de los pobres? Y, por favor, que no me
digan que las hay, porque sabemos que detrás de determinadas
labores aparentemente sociales (escuelas técnicas,
hoteleras) lo que existe es un afán eminentemente proselitista,
sobre todo en la parte femenina para conseguir vocaciones
de numerarias auxiliares para que terminen atendiendo
de por vida las necesidades materiales de los centros (pero
ese es otro largo tema).
Sobre el cariño de la gente de Casa, sigo queriendo
a esas personas (y quizá ellas también a mí),
y a pesar de que las he buscado, ellas me han dejado de hablar
excepto dos-. Y sé que existe la muerte
civil, porque yo también adopté ciertas
actitudes contra quienes se iban: o se les olvidaba (y no
se vuelve a hablar de ellos, siendo los mejores casos cuando
se sale de la Obra por que no pudo con la vocación
o por estar enfermos, ya que no queda el estigma
de traidor a la vocación en dichas circunstancias
de salida); o se les etiquetaba como amargados o resentidos
(ah, a mí ya me tocó mi porción y han
logrado que personas que no son de la Obra, se alejen de mí.
¡No saben cuánto dolor causa eso!).
¿Saben qué he aprendido de eso? (y porque es
gente a la que quiero de verdad): que es mejor dejar pasar
mucho tiempo, y que mediando la ayuda de Dios- con la
vida demuestre que no por irme me voy a frustrar, amargar,
condenar, volver hereje, renunciar a Dios, vengarme, odiar,
ni cosas por el estilo. Ah, y si hablo, si digo
todo esto o acudo a la llamada de personas en crisis o con
dudas, procuro hacerlo cara a Dios, describiendo hechos objetivos,
explicando mis puntos de vista, delatando el mal
que percibo (y créanme que incluso lo hago con verdadero
temor de Dios), y con la única finalidad de que se
muestre lo que al parecer es malo, para que se busquen soluciones
y se cambie. ¿Por qué? pues repito que es porque
los quiero, y si algo me enseñaron en la Obra es que
se busca el bien de quien se quiere
Me parece que el bien va de la mano de la verdad, y la verdad
implica totalidad, no medias verdades, que son mentiras. Por
eso debemos hablar, con la esperanza de que se den cuenta
de que el Opus Dei como institución- no es perfecto
y que requiere cambios esenciales. (Por cierto, sobre esto
último ya me tocó también mi regaño:
¿cómo puedo tener la osadía y la soberbia
de intentar enmendar la página de la Obra de
un Santo?... pues para quienes lo vean así, disculpen
mi atrevimiento y acepten mi invitación a tan sólo
pensarlo).
Ahora, sobre el Sagrario en Casa, pues ni qué decir,
lo sigo reconociendo como la más alta bendición
para un creyente católico, y es de las cosas que más
extraño (y agradeceré eternamente la devoción
Eucarística que me sembraron).
Sobre las virtudes (no concretaré las mías,
pues para cada uno fueron distintas las adquiridas), creo
que todos los que hemos salido podemos dar gracias y reconocer
que después de la repetición de tantos hábitos
buenos, sí le debemos a la Obra mucho de lo que ahora
somos. Pero junto a eso vienen las sombras de situaciones
que también nos deformaron en algunos sentidos. Citaré
por ejemplo algunas virtudes del plan de vida como muestra:
La obediencia, que en muchos casos vivimos aún
en contra de la propia conciencia (y que finalmente nos habrá
ayudado en otros sentidos, pero por la buena fe con que suspendimos
razón y voluntad ofreciéndoselo a Dios), con
el tiempo termina por fracturar a las personas (y para algunos
la conciencia de los abusos en ese sentido, puede traer como
consecuencia la reacción contraria: abominar el hecho
de recibir indicaciones y no creer más en las autoridades).
El estudio se ve deformado por las limitaciones
intelectuales que bajo pretexto de ortodoxia y
precaución moral se imponen (y eso no quita que se
generen algunos hábitos intelectuales, aunque con base
en una realidad sesgada: la que autoriza y enseña
el propio Opus Dei). Aún me cuestiono cómo algunos
sobre todo en el caso de numerarios y agregados- pueden
creer en que las cosas se pueden comprender y conocer vía
terceros: reseñas y votos críticos
sesgados; películas censuradas; acceso a la vida cultural
prohibido; interpretaciones a través de los medios
de formación- del mundo sin acceso al mismo;
control de Internet en cuanto a tiempo de uso y en cuanto
a filtros; control de lecturas; reservas
bibliográficas; selección de noticiaros, periódicos,
videos y programas de entretenimiento dependiendo del grado
de interés y criterio de los consejos locales entre
quienes desafortunadamente rara vez existe interés
intelectual serio, al menos en el caso de las mujeres de mi
país-. Así, ¿cómo quieren SER
intelectuales? ¿cómo quieren influir entre
intelectuales? (y no estoy pidiendo que se mundanicen,
pero sí que estén parados en la realidad ¡por
favor!).
Respecto los cursos anuales, ¡cómo extraño
3 semanas de vacaciones! (aunque tuviera horarios
y varias tertulias que abominaba esas que por su excesiva
carga de devoción al Fundador o al Padre me hacían
cuestionarme si era Opus Dei u Opus Escrivá-Portillo-Echevarría-).
Pero aprendí mucho: algo de teología (bajo las
categorías de la Obra, pero al fin y al cabo cosas
buenas que me ayudaron a afianzar mi Fe. Aunque ahora que
estoy fuera me doy cuenta de que la riqueza de la Iglesia
es aún mayor ¿por qué no integran un
estudio serio de otras tantas corrientes teológicas
tan enriquecedoras? ¿Por qué no se hace un estudio
serio, por ejemplo, de los documentos completos del Vaticano
II? ¿Por qué parece que la teología que
estudiamos da unos saltos rarísimos: de textos Bíblicos
a Sto. Tomás
a 1928 y del resto ni rastro-?
¿Por qué el afán de aprender de memoria
el espíritu de la Obra? (bueno, les agradezco
que pidieran lo mismo sobre el de la Iglesia Católica.
Afortunadamente se me han olvidado los dos, y tengo la maravillosa
oportunidad del libre acceso a la riqueza del segundo, y a
tantos nobles textos de la tradición cristiana). Me
parece que en términos teológicos, filosóficos
y culturales, a la mayoría de miembros y exmiembros
nos falta mucha cultura y rigor intelectual para ejercer correctamente
esa pasión dominante de dar doctrina que
supuestamente caracteriza el camino de la Obra. De ahí
también muchas críticas a la superficialidad
con que algunos imparten los medios de formación: repetición
retórica de guiones plagados de anécdotas y
argumentos manipuladores que, por mandato de la praxis institucional,
deben ser escuchados y asumidos año tras año,
rindiendo el juicio, con la ilusión de la primera
vez.
Pero continuando con los cursos anuales, otra cosa que me
encantaba era que conocía nuevas numerarias de cuya
observación sacaba conclusiones y aprendizajes interesantes.
Concurrían las que se veían felices, las institucionalizadas,
las amargators, las rebeldes que por cierto
varias ya están fuera-, las deportistas, las serviciales,
las intelectuales, las chistosas, las musicales,
las primeras, las chiquitas, las medianas,
etc-. Sí, mucho se compartía y se aprendía
del contacto interpersonal. Lo más bonito era que como
todas se esmeraban por cuidar el ambiente de familia.
El resultado era un tiempo compartido muy agradable. Lástima
que en la Obra no se permite la amistad real entre sus miembros,
ello permitiría romper con el artificio de esa supuesta
familia para dar cabida a relaciones realmente enriquecedoras
(y no una desfiguración de la personalidad al tener
que controlar, limitar, y planificar su dimensión social
y afectiva de manera antinatural). ¿Cómo pueden
seguir justificando mentiras como la de querer mucho
pero sin que se note y luego decirte que hay que
querer a todos por igual cuando no te dejan querer
a nadie porque en ese momento ha surgido una amistad
particular que debe evitarse-? Y, en otro terreno se
ubica algo que causa un daño terrible, el argumento
de que la Obra es una familia con lazos sobrenaturales
más fuertes que los lazos de la propia familia de sangre
(y mejor dejo esto sin comentarios porque terminaría
enfadándome).
Para terminar con esto de los cursos anuales me encantaba
además que hacía deporte y tenía más
tiempo para rezar y contemplar la naturaleza
Conclusión: ¡Vivan los cursos anuales! Pero
por desgracia o fortuna- no son la vida ordinaria
y mucho menos una vida en medio del mundo.
Los cursos de retiro en cuanto una oportunidad de encuentro
con Dios eran magníficos. Ojalá y quisieran
vivirlos en el mundo entero. De vez en cuando viene bien que
a uno lo dejen en paz por un rato, y que se detenga su labor
cotidiana para reencontrarse y reencontrar el sentido de su
existencia ¿no? Eran simplemente maravillosos los espacios
para estar sólo con Él. Pero sabemos que también
había sesiones de adoctrinamiento. Me refiero a que
se aprovechaban los temas de algunas meditaciones y charlas
para continuar cincelando ideas enfocadas directamente a SER
Opus Dei. Entre los temas que jamás faltaron recuerdo:
postrimerías (para no olvidarnos del cielo, purgatorio
e infierno último del que me alegra su existencia
y espero, por Misericordia Divina, jamás pisar
aunque imagino que por lo que estoy diciendo varias personas
ya me habrán mandado ahí-); vocación
(para recordarnos la maravilla de ser los elegidos
y la maldad de siquiera atreverse a cuestionar el camino);
apostolado (más bien proselitismo del que ya he hablado
bastante); y pureza (que conforme lo que he leído en
las notas de los varones, para nosotras era un poco más
sencillo yo creo que dormir en tablas y
no fumar sí que nos hace efecto, deberían recomendárselo
a la otra sección-). Lo único que me preguntaba
cada vez que me costaba trabajo asistir a las charlas o
meterme al oratorio a alguna meditación-, era por qué
no me atrevía a no entrar
creo que por falta
de fortaleza, y por miedo a que me hicieran una corrección
fraterna y me dijeran que tenía mal espíritu.
En fin. Obviamente me encantaban otras meditaciones, creo
que mucho dependía del tipo de sacerdote que predicaba.
Recuerdo con especial cariño los cursos de retiro que
giraron en torno al Jubileo del 2000, fueron los más
Cristocéntricos, muy bonitos y especiales.
Por último, siendo numeraria tuve la oportunidad de
conocer mucha gente. Creo que sí que hay numerarios
que ayudan a otros. Sobre todo cuando no están cegados
por sus afanes proselitistas, ni tan inconscientemente institucionalizados
como para adoptar como fariseos siguiendo la Ley pero
con el corazón apartado de Dios- la parte absurda de
la praxis de la Obra (me refiero a la caridad artificial;
el abandono de la familia la real-; la manipulación
de la amistad; la instrumentalización de los pobres;
el permanecer dentro por burgués acomodamiento casa,
comida, sustento y el cielo garantizado para quienes cumplen
las normas-; obedecer sin meter la cabeza y por lo cómodo
que resulta que otros decidan por uno; las prácticas
de devoción disculpen, de fanatismo- al Fundador
y al Padre en turno).
Estoy convencida de que los miembros que logran desentrañar
el sentido no de la praxis dañada- sino del mensaje
profundo de la Obra (que no es otro que el del mismo Evangelio:
la llamada universal a la Santidad, en la vida ordinaria),
y que tienen la capacidad de estar por encima
de lo que acabo de describir (y eso requiere una fortaleza,
estabilidad emocional y me atrevo a decir que gracia-
impresionantes), pueden ser de esos miembros heroicos que
aún subsisten y luchan sinceramente por lo que creen,
y que podrían llegar a ser los que contribuyan al cambio
de la Obra desde dentro. A ellos mi admiración, cariño
y oraciones. Yo no pude, me rompí en el intento y consideré
más sano y coherente salir.
Así como hay cosas buenas, existe un problema radical
en la praxis que se materializa en acciones
de los diversos miembros- que origina un modo de vida que,
de no poder afrontar de un modo realmente heroico (y me refiero
a quienes aún conscientes de la institucionalización
siguen luchando con verdadera caridad por la santidad y no
se dejan llevar por el sistema), termina por causar daño
a mucha gente.
Continuará
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