TESTIMONIO
DE JEAN-FRANCOIS MEYER,
ex numerario suizo
El 21 de abril de 1973, algunos días antes de celebrar
mis 16 años, redactaba en Roma mi solicitud de admisión
como "miembro numerario" del Opus Dei, durante la
vigilia del Sábado Santo en la sede central de esta
institución católica (a veces tan controvertida).
Participaba desde hacía más de dos años
en las actividades de un club de bachilleres patrocinado por
el Opus Dei. La atmósfera me agradaba. A los 13 años,
iba allí a menudo, tenía una fe religiosa bastante
intensa y acudía a por propia iniciativa, e iba a los
actos religiosos en un convento de dominicos cercano al club.
La combinación del estudio, ocio y actividades religiosas
en el marco de este club tenía todos los ingredientes
para atraerme. En cuanto a los encargados del club (miembros
del Opus Dei), eran muy entregados.
Cuando nos propusieron, a mí y a algunos otros, viajar
a Roma durante la Semana santa de 1973 con dos universitarios
del Opus Dei y un sacerdote, acepté sin vacilar, y
para mis padres fue un placer pagarme el viaje. No sabía
lo que esta semana en Roma me marcaría... En Semana
Santa se organizaba un peregrinaje internacional del Opus
Dei. Formábamos parte de una convivencia de gente de
muchos países. Hicimos turismo, asistimos a los oficios
religiosos y a una audiencia con el Papa. Y sobre todo, íbamos
a tener una tertulia con "el Padre", es decir, con
monseñor Josemaria Escriva de Balaguer (1902-1975),
fundador del Opus Dei en 1928.
Se nos hablaba frecuentemente de monseñor Escriva
con el mayor respeto, leíamos su libro Camino y teníamos
a veces la ocasión de escuchar sus alocuciones grabadas.
¿Cómo podríamos nosotros no ver en él
una personalidad extraordinaria, una figura principal del
catolicismo contemporáneo? La sala donde nos recibió
estaba llena a rebosar. No tengo ya el menor recuerdo de lo
que nos dijo, sé simplemente que me impresionó.
Fue poco después de este encuentro que un miembro del
Opus Dei me llevó a un aparte, durante un tiempo libre,
para charlar conmigo. La conversación tenía
un objetivo bien preciso: sondearme para decirme que, si lo
deseaba, podía hacer mi solicitud de adhesión
a Obra "...
Nunca habíamos hablado de eso entre nosotros y sé
que no fui el único que, en este grupo de adolescentes,
recibió la misma propuesta. Yo era, probablemente,
el más impulsivo de todos. No necesité mucho
tiempo para convencerme y respondí positivamente. Dos
días más tarde, estábamos reunidos para
la vigilia la del Sábado Santo a la sede del Opus Dei
en Roma, y fue en ese lugar que escribí mi "carta
al padre": se trataba, a través de una carta manuscrita,
de comunicar monseñor Escrivá el deseo de ser
miembro de la Obra. Se puso a mi disposición un cuarto
con una pequeña mesa y una vez escrita la carta, salí
y se la entregué al responsable. Yo estaba bastante
excitado, o más exactamente, embriagado. Eso no hacía
aún de mí un miembro del Opus Dei, el primer
año era de prueba: la solicitud de adhesión
daba la posibilidad de familiarizarse con las actividades
internas, en espera al mismo tiempo de si mi respuesta era
la correcta.
El domingo de Pascua, mis amigos se fueron a la audiencia
el papa en la plaza de San Pedro. En cuanto a mí, se
me sugirió ir mejor a una reunión privada de
monseñor Escrivá con miembros de la Obra. Y
se me animó a que no hablara de mi decisión
con mis padres, lo que concordaba bastante bien con mi propio
sentimiento de reserva en estas materias.
De vuelta a Suiza, comencé, en la medida de lo posible,
a llevar la vida de un futuro miembro del Opus Dei. Al principio
no sabía quién era o quién no era de
la obra, pero como teníamos una fórmula de saludo
especial que intercambiabamos cuando estábamos entre
nosotros; las preces (un rezo particular) y nuestras reuniones,
pronto lo supe. ¡En esta casa de estudiantes donde pasaba
con todo días enteros, no había sospechado nunca
de que existía una verdadera "vida paralela"
reservada a los miembros del Opus Dei! Inútil decir
que este entorno de "secreto" (más exactamente
de "discreción") bien podía entusiasmar
a un adolescente. Si hubiera seguido en Opus Dei, creo que
habría sido uno de los primeros suizos francófonos
numerarios.
Los primeros tiempos trancurrieron sin una nube, con una
vida de devoción intensa. Se me había dicho
que, una vez aprobado el bachillerato, tendría que
hacer lo posible para ir a estudiar en otra ciudad, vivir
en un centro de la Obra y dejar defiitivamente el marco familiar.
No supe qué decir acerca de aquella decisión.
Todo está muy bien estructurado, hasta lo más
pequeño. No hace mucho encontré por casualidad,
perdido en un libro, una de estas hojas de índice mensuales
en abreviaturas enigmáticas (para el no iniciado) que
se nos distribuyó para llevar más fácilmente
nuestro examen diario de conciencia: 31 columnas verticales
(una para cada día del mes) con sus correspondientes
líneas horizontales para ir anotando si habíamos
cumplido o no cada una de las normas, los rezos o mortificaciones
que debe vivir un miembro de la Obra).
El verano se acercaba, y con él, el momento en el
que los miembros de la Obra Dei deben hacer el curso anual
de formación en un centro de la institución.
Yo tenía 16 años, mis padres ignoraban todo
acerca de mi compromiso y no sería lógico que
a esa edad dejara varios días a mi familia sin darles
una explicación. Los responsables locales del Opus
Dei me dieron la solución: podría ir a hacer
el curso anual de formación de en Alemania y contar
en casa que me habían ofrecido la oportunidad de ir
a perfeccionar mi alemán en una residencia estudiantil.
Nada mejor, como es bien conocido, que aprender o perfeccionar
un idioma si se estudia en el propio país, así
que a mis padres les pareció una idea excelente y,
sin decir la verdad a dónde y a lo que iba, pude participar
en el curso anual de formación.
Pero ese curso fue para mí el principio del distanciamiento.
Creo que existieron numeros motivos que, con el paso del tiempo,
no sabría citar con exactitud. Pero sí recuerdo
un pequeño detalle que, psicológicamente, me
hizo "clic": recibí una carta de mis padres
y me la entregaron abierta. Es la norma: el responsable del
centro lee de antemano el correo recibido por los miembros.
Mi espíritu bastante independiente se adaptó
mal a la idea de semejante control. Sufrí con la idea
de que alguien había leído antes que yo una
carta de mi madre. Esto me creó una enfermedad, a la
que indudablemente intervinieron otros factores.
De vuelta a casa de mis padres, comencé a dudar de
mi vocación dentro de la Obra. Los meses que siguieron
fueron difíciles. Estaba como desequilibrado, y seguían
diciéndome que no revelara a mis padres mi compromiso
con la Obra. Los responsables del Opus Dei se esforzaban en
convencerme para que perseverara, y me decían que mi
vida estaba bien así y ahí. Cuando tuve la ocasión
de ir a pasar unos días de descanso en el Chartreuse
de Valsainte, me afirmaron que esto no había sido hecho
para mí: que era necesario que encontrara mi camino
dentro del Opus Dei, no en otra parte. Yo tenía 16
años y tenía que afrontar sólo una profunda
angustia interior. Durante el otoño y el invierno de
año 1973, esa angustia me hizo caer varias veces enfermo.
Los responsables del Opus Dei terminaron por darse cuenta
de que era inútil intentar retenerme; yo les comuniqué
mi decisión de retirarme, devolví el pequeño
prospecto de las Preces y los vínculos con el Opus
se fueron dilatando progresivamente.
JEAN FRANCOIS MAYER confessions d'un chasseur de sectes
EDITIONS DU CERF(1990)
En francés: http://www.chez.com/tussier/opus13.htm#21
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