EL
INTEGRISMO DEL OPUS DEI
Por: ÁVILA
1. El integrismo del Opus Dei
(21-1-2005)
2. En el origen de la "santa ingransigencia"
(11-2-205)
3. El viaje iniciático a la Verdad
y la santa intransigencia (1-4-2005)
4. El poder y los adoradores de la Verdad
(4-5-2005)
5. El integrismo y los totalitarismos
(26-10-2005)
6. Apuntes
para una historia de la "santa coacción":
"El Soladitium Pianum" (5-05-2006)
1. El integrismo del Opus Dei
Exigen una Iglesia dentro de la Iglesia,
convirtiendo en dogma sus puntos de vista particulares.
Newman
El Opus Dei nace al mundo como resultado de una visión,
precedida de barruntos, experimentada por san Josemaría
en 1928. Este hecho insólito en la historia de la Iglesia
da a los seguidores la certeza de encontrarse ante un sacerdote
genial, dotado de una vida mística extraordinaria.
De ahí se deduce con facilidad que todos los escritos
del santo hayan sido plasmados al pie de la letra según
el dictado del mismo Dios. Todo sería novedoso: la
búsqueda de la santidad en medio del mundo, la teología,
la atención específica al mundo seglar, etc.
En la creación de esta nueva forma de vivir el cristianismo
no habrían influido ni las leyes de la historia, ni
la educación familiar, ni la formación académica,
ni los avatares del tiempo. El Opus Dei fue revelado por Dios
directamente a su fundador para toda la eternidad, sin mediaciones
de ningún tipo. Sería algo ahistórico,
caído del cielo, para beneficio de los seres privilegiados
llamados por vocación a seguir el camino trazado por
san Josemaría (puede ser de utilidad leer antes los
análisis de EBE
y Flavia).
Las páginas que siguen intentan mostrar la falacia
de estas suposiciones. Escrivá es heredero de una forma
de vivir el cristianismo conocido como Integrismo. Asume sus
postulados principales, los lleva hasta el extremo para después
maquillarlos, dando la sensación de ser creación
moderna y original.
1.- ¿Qué es el Integrismo?
Para responder a esta pregunta debemos recurrir a los escasos
estudios dedicados al tema. En términos generales se
trata de una determinada manera de entender la vida en su
totalidad, trasmitida a través de las religiones, de
las ideologías o de los partidos políticos.
No es, por tanto, una actitud vital restringida a las diferentes
religiones, aunque hayan sido éstas los vehículos
principales para su divulgación. En un sentido más
limitado, el que nos interesa para nuestro propósito,
entendemos por Integrismo católico una forma determinada
de entender la religión católica en contraposición
a los valores de la Modernidad. Si la Edad Media y el Antiguo
Régimen se caracterizaban por los valores de la objetividad
y la tradición, la cultura moderna se caracteriza por
la llegada del sujeto y la creatividad de la razón.
Como consecuencia de la Ilustración y la Revolución
francesa surge en Europa una nueva manera de entender el poder
político y la organización social. Entre otras
muchas cosas, se proclama la soberanía del pueblo,
formado por ciudadanos libres, y su autonomía respecto
al poder de la Iglesia. Una parte de los católicos
europeos aceptaron el envite e intentaron tender puentes con
la cultura emergente, aceptando la democracia, la caída
del Antiguo Régimen y la unión del trono y el
altar, el declive de las monarquías y el respeto a
los valores individuales. Se les conocía como "católicos
liberales". Tuvieron bastante peso en muchos países
europeos, salvo en España, donde su influencia fue
escasa. Por otra parte, un segundo grupo de católicos,
vieron en la sociedad emergente un peligro para la Iglesia,
se enfrentaron abiertamente a ella en nombre de la fe, la
"integridad" del dogma y las costumbres. En este
segmento del catolicismo del siglo XIX nace el Integrismo
católico moderno, continúa en el siglo XX y
extiende sus redes hasta nuestros días en el Opus Dei
y otras organizaciones católicas afines.
El reconocido teólogo Ives Congar, en su libro "Falsas
y verdaderas reformas en la Iglesia", Madrid 1953,
nos da abundantes pistas: "Los integristas del siglo
XIX querían sustentar y defender la doctrina de la
Iglesia sin añadidos ni amputaciones; además,
se organizaron en sociedades secretas y utilizaron la delación
como arma de ataque contra quienes consideraban sus enemigos
dentro y fuera de la Iglesia. En principio no es una posición
doctrinal, sino "cierto modo de sentir y de afirmar el
catolicismo; es primariamente una mentalidad o una actitud,
que determinan cierto modo de sustentar las posiciones católicas"
(p.446). Adoptan actitudes totales: un modo de ser y de
educación, un temperamento que afecta a toda la vida
intelectual, moral y política. Intelectualmente vivirán
en el pasado y políticamente en la "derecha".
Luego el modo de percibir la vida, la religión y el
mundo moderno separan a los integristas de quienes no lo son.
Los católicos conservadores desconfían del mundo
moderno, temen que el enemigo se cuele en la Iglesia y que
se pacte con el error; tienden a ver herejías por todas
partes. Son amantes del orden, sobre todo si viene impuesto
desde arriba por medio del dogma o de la tradición,
en cualquier caso de la autoridad competente, y sienten animadversión
hacia todo lo que tenga origen humano. Desconfían del
siglo y aman la autoridad (p.453).
El mismo razonamiento encontramos en la monografía
de Juan María Laboa, "El integrismo, un talante
limitado y excluyente", Madrid 1985 (nuestra reflexión
seguirá a menudo sus opiniones). Para él, se
trata de "un talante y una actitud" mayoritaria
entre los católicos españoles, que ha sido determinante
en nuestra historia reciente: "Una disposición
de espíritu que lleva a preferir todo lo que viene
de lo alto por vía de autoridad, y a desconfiar del
hombre, de los procesos subjetivos en la construcción
de la verdad y en el acto de fe, y que minusvalora todo dato
de experiencia" (p.15). Distingue tres etapas: la
primera, más política, caracteriza los primeros
tiempos; la segunda nace en 1919 como reacción a la
Democracia Cristiana; y la tercera, específicamente
doctrinal y religiosa, presente sobre todo después
del Vaticano II.
Las opiniones contrarias al integrismo recogidas por Laboa,
sobre todo extranjeras, también nos aportan luces para
comprender el fenómeno. Según el cardenal Suhard,
rechazan a priori la evolución, la ley de la historia,
desprecian el mundo, reino del pecado y del error al que hay
que combatir oponiendo bloque contra bloque. Para García
San Miguel los integristas desconocen la suprema dignidad
humana, "al pretender dirigir al hombre hacia el bien,
desconocen un hecho elemental: que el hombre sólo puede
alcanzar el bien cuando lo elige por sí mismo. Un bien
forzado impuesto al hombre, es un bien mecanizado, degradado,
no es un auténtico bien. Además habría
que añadir que, en la práctica, los intentos
de rígida dirección de la vida humana terminan
frustrándose en la esterilidad, al renunciar a esa
importantísima fuerza de reacción y progreso
que es la libertad."
También Maritain lanza una dura acusación contra
ellos: en nombre de la verdad y la seguridad abusan de la
confianza, se apoderan de fórmulas verdaderas que vacían
de contenido, "en esas fórmulas verdaderas
no es la verdad lo que realmente importa. En las fórmulas
que congela, el integrismo ve y quiere unos medios humanos
de seguridad (
), como instrumentos de prohibición,
de amenaza más o menos oculta y de intimidación
(
), sistemas de protección requeridos por esa
primacía de seguridad, el principal de los cuales consiste
en un vigilante ardor por denunciar todo aquello que pudiese
turbarla" (p.16-17). Tienden a ver heterodoxos y
herejes por todas partes, incluso los fabrican sin venir a
cuento, coartan la libertad de los demás, limitan su
campo de pensamiento y acción en nombre de la prudencia
y, lo más grave, en palabras de Newman, "exigen
una Iglesia dentro de la Iglesia (
) convirtiendo en
dogma sus puntos de vista particulares. Yo no me defiendo
contra sus opiniones sino contra lo que debo llamar su espíritu
cismático". D. Maximiliano Arboleya Martínez,
(del que nos ocuparemos enseguida), uno de los pocos enemigos
acérrimos del integrismo en la primera mitad del siglo
XX español, publicó un folleto en contra de
los ultramontanos. Le escribía Palacio Valdés
al respecto: "He leído con placer y a la vez
con indignación su folleto. Yo no puedo comprender
que alienten en España todavía esos fósiles.
Al parecer se requiere que el católico signifique no
sólo monárquico y conservador sino absolutista.
Estoy en que cada uno de esos enmohecidos clérigos
hace más daño a nuestra religión que
cien ateos y doscientas beatas." Como veremos, fueron
innumerables los casos de personas injuriadas, delatadas y
perseguidas por los integristas.
Entre la maraña de escritos integristas del siglo
XIX español, destacan dos figuras: la primera, desde
la reflexión política con amplias repercusiones
en la religión, Donoso Cortés; y, el segundo,
desde la religión, con graves consecuencias políticas,
el sacerdote Félix Sardá y Salvany. Ambos publicaron
obras de indudable éxito, traducidas a otras lenguas,
cuya influencia se prolongó en el siglo XX. En concreto,
Félix Sarda y Salvany publicó en 1884 un pequeño
libro titulado "El
liberalismo es pecado". Lo seguiremos de
cerca, porque de él bebió el integrismo católico
español del siglo XX y en él hunde sus raíces
el opus dei.
En el origen de la santa intransigencia
La suma intransigencia católica
es la suma católica caridad.
Félix Sardá y Salvany
En el libro
de Félix Sarda y Salvany, cuya cita encabeza
estas líneas, el capítulo XXI explica la sana
intransigencia, expresión que se emplea todas
las veces menos una, en que aparece la santa intransigencia.
Frente a quienes acusaban a los integristas de falta de caridad
cristiana, el autor comienza su argumentación explicando
el sentido de la caridad...
Si amar es querer bien a quien se ama, el bien supremo de
todos es el sobrenatural, y después vienen todos los
bienes de orden natural. De ahí deduce que
se puede amar y querer bien al prójimo disgustándole
y contrariándole, y perjudicándole materialmente,
y aún privándole de la vida en alguna ocasión.
Todo estriba en determinar si se hace en servicio propio,
en el del prójimo, o en el de Dios. Así, por
ejemplo, salir en defensa de un pasajero agredido por un ladrón
y matar al agresor es un acto de verdadera caridad. Con mayor
razón podemos, si es necesario, disgustar, herir o
matar al prójimo si se hace en el amor y servicio a
Dios. Por ejemplo, en la guerra justa los hombres se hieren
o matan en servicio a la patria; por el servicio a Dios, también
se puede llegar a hacer lo mismo. Del igual modo que se puede
ejecutar a un hombre por la infracción del Código
humano, se puede llegar a ajusticiar a alguien por la infracción
del Código divino. Lo dicho justifica las actuaciones
de la Inquisición: si son actos necesarios
hay en ellos virtud y caridad cristiana.
En consecuencia: La suma intransigencia católica
es la suma católica caridad.
Se puede y debe castigar al prójimo por su
propio bien. Por librarlo del contagio
de un error se le puede desenmascarar, llamarlo
malo y malvado, hacerlo aborrecible y despreciable para los
demás, execrarlo y, si es posible, reprimirlo y castigarlo.
Si está en peligro la gloria y el servicio de Dios,
el cristiano queda autorizado por la sana intransigencia a
saltar todas las vallas, lastimar todos los respetos,
herir todos los intereses, exponer la propia vida y la de
los que sea preciso para tan alto fin.
Todo esto es pura intransigencia en el verdadero amor. Y
porque hay pocos intransigentes, hay en el día pocos
caritativos de veras. La caridad liberal que hoy está
de moda es en la forma de halago y la condescendencia y el
cariño; pero es en el fondo el desprecio esencial de
los verdaderos bienes del hombre y de los supremos intereses
de la verdad y de Dios (cito con la quinta edición,
editada en Barcelona en 1887).
En otra de su obras, El Apostolado seglar, o manual
del propagandista católico en nuestros días,
(Barcelona 1885), Félix Sardá vuelve sobre el
asunto en los capítulos XI y XII, el primero de ellos
titulado De una de las principales aplicaciones de
ese espíritu de fe, que debe ser una sana y bien comprendida
intransigencia. En efecto, para él la intransigencia
es la aplicación práctica y concreta de la fe
y el odio a la herejía. No transigir es querer la verdad
entera sin ceder ningún derecho al error, profesar
la verdad sin mutilaciones. Un mártir es siempre un
testarudo intransigente: Guzmán el Bueno, por ejemplo,
dejó matar a su hijo antes que entregar la ciudad al
moro. Ser intransigente es admitir de lleno toda la verdad
sin renunciar a ninguna de sus partes, padecer por ella si
fuera preciso y herir o mortificar con ella si es necesario.
La caridad del verdadero santo es terrible, arde y devora,
es una caridad que detesta el mal y quiere la curación
del error. Nada de caridades melosas, nada de blanduras y
suavidades de carácter, nada de querer dar gusto al
prójimo como pretenden los liberales, nada de hacer
simpático el trato social, nada de cubrir de miel y
almíbar las obras divinas y humanas. Ellos desean que
todo sea blando, tierno, mantecoso, sentimental y
arrullador (
) Después del pecado original, el
estado natural del hombre sobre la tierra es el estado de
guerra. Guerra ha de llevar el cristiano consigo mismo para
ser bueno (p.100).
El verdadero amor de padre, en la mayoría de las ocasiones
es dureza y severidad y muchas veces aflige y hace derramar
lágrimas a sus hijos; disgustar al prójimo y
hacerle sufrir son formas de amor aceptables. Puedo y debo
desmentir las máximas de un enemigo liberal aunque
él rabie por ello, descubrir su trampas aunque le avergüence,
hacer públicas sus hipocresías aunque pierda
su reputación, delatarlo, desautorizar sus escritos,
ponerlo en ridículo con mis sátiras, hacerlo
aborrecible, anularlo y hundirlo. Y debo hacerlo aunque el
infeliz ponga el grito en el cielo o en el infierno, aunque
sufra, aunque se queje de mi falta de caridad, aunque queden
menoscabos sus intereses, aunque por mi tenaz contradicción
llegase a enfermar, aunque de puro irritado perdiese la vida.
Sí, señor; y en todo esto que yo ocasionase,
no por odio al hombre, sino en justa defensa de la verdad
por él atacada, y de mis hermanos por él seducidos,
no habría falta alguna contra la caridad, sino acto
de excelentísima caridad (p.102-103).
Por caridad puedo revelar flaquezas, sacar a la luz sus fechorías,
manchar, derribar y lastimar su honra. En la guerra la única
honra consiste en hacer todo el daño posible al enemigo
para destruirle o al menos inutilizarle. Ha llegado la hora
del palo y el vapuleo al enemigo: al que contra vuestra
santa fe se mantenga hostil y embravecido, guerra sin descanso,
guerra sin cuartel (p.108).
La gravedad de estas opiniones de Sardá y Salvany
se acentúan considerablemente cuando comprobamos que
su obra sobre el Liberalismo viene avalada con la firma explícita
de ocho obispos españoles y ha sido previamente autorizada
por la Sagrada Romana Congregación del Índice.
Es mucho más que la opinión de un sacerdote,
representa el sentir de una parte de la Iglesia en la segunda
mitad del siglo XIX.
Situemos ahora brevemente el concepto de intransigencia en
el contexto de ambos libros.
Estamos en guerra, una cruzada, nos dice Sardá y Salvany
al oído. Tú eres un soldado
del ejército que es la Iglesia, con su capitán
Cristo a la cabeza. La Iglesia está siendo atacada
por la Revolución y no puedes quedar indiferente, o
estás en el bando de los Liberales o eres anti-liberal
(por Liberal entiende todas las ideologías nacidas
al calor de la Revolución francesa). No hay términos
medios, en un bando tienes a Satanás, encarnado en
la masonería, en el otro a Dios; en uno la mentira,
en otro la Verdad; ellos proponen la subjetividad, nosotros
la objetividad, ellos la anarquía, nosotros la autoridad.
Ellos son afeminados, nosotros varoniles (los escritos de
Sardá y Salvany rezuman testosterona). Los principios
liberales que vas a combatir son los siguientes:
La absoluta soberanía del individuo con entera
independencia de Dios y de su autoridad; soberanía
de la sociedad con absoluta independencia de lo que no nazca
de ella misma; soberanía nacional, es decir, el derecho
del pueblo para legislar y gobernar con absoluta independencia
de todo criterio que no sea el de su propia voluntad, expresada
por el sufragio primero y por la mayoría parlamentaria
después; libertad de pensamiento sin limitación
alguna en política, en moral o en Religión;
libertad de imprenta, asimismo absoluta o insuficientemente
limitada; libertad de asociación con iguales anchuras.
Estos son los llamados principios liberales en su más
crudo radicalismo (El Liberalismo es pecado, cap.
II, p.14).
Las consecuencias para la sociedad serán nefastas,
piensa Sardá y Salvany: la corrupción de las
costumbres decretada por la masonería han llenado nuestras
calles de oscuridad y lascivia. El periodismo está
en manos de los liberales y las ideas llegan a las gentes
pervertidas en su esencia. Además, quieren suprimir
la escuela católica cortando de raíz la educación
religiosa en la infancia (El Liberalismo
, cap. XXXII,
pp.128-133).
Por tanto, si no combates, soldado de Cristo, dice dirigiéndose
a los jóvenes seglares, caerás en pecado mortal.
Si te haces liberal o asumes alguno de sus principios, cometerás
un pecado más grave que la blasfemia, el robo, el adulterio
y el homicidio (El Liberalismo
, p.19). Ten siempre
en cuenta que el Liberalismo se ha extendido como una plaga
por la sociedad, incluida la Iglesia. Muchos sacerdotes y
obispos están contaminados por el mal y también
debes atacarlos.
Ahora bien, el integrismo no rechaza todos los resultados
de la Revolución. Acoge con fervor las consecuencias
económicas de la revolución burguesa. Serán
los principales promotores del capitalismo y la acumulación
de capital, aunque sea a costa de las masas obreras empobrecidas.
Merece la pena escuchar años después a D. Maximiliano
Arboleya Martínez, también sacerdote:
Los primeros [los integristas] sostenían
que la Revolución era esencialmente satánica,
y, por consiguiente, satánico todo cuanto trajera consigo,
no quedando a la sociedad y a la Iglesia otra salvación
posible más que volver las cosas al ser y estado en
que se hallaban antes de que se iniciaran en las diversas
naciones los diversos movimientos que dieron al traste con
el antiguo régimen.
Esto en el orden político, pues en el social ocurrió
precisamente lo contrario: que los tales tradicionalistas
o integristas eran los más denodados defensores de
las conquistas liberales, hijas de la Revolución, referentes
al concepto de propiedad y a las relaciones entre patronos
y obreros, de donde brotaron, como del manantial las aguas,
el yugo cuasi servil y la inmerecida miseria a que se vieron
sujetas las muchedumbres proletarias, y que León XIII
denunció con palabras de fuego andando los años.
(M. Arboleya Martínez, Otra masonería. El Integrismo
contra la Compañía de Jesús y contra
el Papa, Madrid 1930, p.17).
Concluimos resumiendo las coordenadas del Integrismo católico:
Una visión maniquea del mundo sin posibilidad de diálogo
con la otra parte. Visión pesimista del hombre, inclinado
al mal por naturaleza. Una enseñanza presidida y alimentada
por la religión católica. La Verdad sólo
se encuentra en el catolicismo. Conciencia de persecución
ante la nueva situación histórica. Y, por último,
defensa de la Iglesia y de su presencia en las escuelas (Laboa,
El Integrismo
, pp.34-35).
3.- El viaje iniciático a la
Verdad y la santa intransigencia
¿Que no transijo?
¡Claro!: porque estoy persuadido de
la verdad de mi ideal.
(Camino, 395)
Los sufridos habitantes de la antigua Unión Soviética
decían con sarcasmo: El país donde el
futuro se conoce, pero el pasado cambia constantemente.
Aplíquese sin más al Opus Dei: el mañana
está escrito hasta los últimos detalles, el
pasado se reconstruye cada día. La cita anterior tiene
mucho que ver con nuestra tarea por la imposibilidad de analizar
con un mínimo de garantías el pensamiento escrito
de Escrivá de Balaguer. La institución dispone
de un bello edificio en España dedicado a la investigación
histórica de san Josemaría, el "Centro
de Documentación y Estudios Josemaría Escrivá
de Balaguer" (CEDEJ), sección en España
del Instituto Histórico Josemaría Escrivá,
con sede en Roma. Deben tener mucho trabajo en rehacer la
historia y no disponen de tiempo para publicar la documentación
original de la institución. Siguen sin hacerse públicos
la documentación histórica de primera hora,
ni la correspondencia del santo, ni los múltiples escritos
secretos, ni ningún autógrafo. Tienen sumido
al orbe cristiano en la ignorancia, ayunos de verdadera doctrina
católica, mientras se dedican con entusiasmo a manipular
incluso el texto de Camino (demostrado con fotografías
por Compaq y Brian en un escrito imprescindible: La
doble doctrina del Opus Dei: capítulo 6). Si
son capaces de cambiar el texto de Camino, ¿qué
no serán capaces de hacer con los documentos internos?...
Hecha esta advertencia preliminar, intentaré comparar
la doctrina sobre la intransigencia de Sardá y Salvany
con la de Escrivá.
En Sardá y Salvany hemos descubierto al integrista
en estado puro, el hombre intransigente y transparente, dispuesto
a enfrentarse al mal del siglo, el Liberalismo, descubriendo
todas sus cartas. Años después, Escrivá
ha aprendido de las sociedades secretas el arte del ocultamiento,
la función del disfraz y el maquillaje. En definitiva,
el opus se presentará al mundo con un mensaje suavizado,
pero con las mismas líneas ideológicas de Sardá
y Salvany. Ambos fueron sembradores de palabras; el primero
las hizo públicas, el segundo reservó la mayoría
para el círculo interno de sus seguidores. Sardá
y Salvany escribe ideas, Escrivá, máximas; debemos
reconocer en él una gran capacidad para fabricar eslóganes
y divulgarlos sin orden ni concierto. Siempre podrán
argüir con uno u otro según convenga.
Vamos a detenernos en un concepto clave, puente de unión
entre el integrismo del siglo XIX y el del XX: la santa
intransigencia. Para Escrivá es el primer mandamiento
de quienes aspiren al plano de la santidad según explica
la máxima 387: El plano de santidad que nos pide
el Señor, está determinado por estos tres puntos:
La santa intransigencia, la santa coacción y la santa
desvergüenza. En Sardá y Salvany la intransigencia
era la forma adecuada de cumplir el mandamiento del amor.
Escrivá da un paso más y eleva la categoría
hasta la santidad, forma suprema del amor. Ambos tienen como
punto de partida enseñar el mandamiento del amor cristiano
a sus seguidores, aunque para lograrlo toman un desvío
por la vereda del ideal y la verdad: La transigencia
es señal cierta de no tener la verdad. - Cuando un
hombre transige en cosas de ideal, de honra o de Fe, ese hombre
es un... hombre sin ideal, sin honra y sin Fe (Camino,
394). Luego de ahí se deduce que para amar he de poseer
la verdad, concepto último y supremo: ¿Que
no transijo? ¡Claro!: porque estoy persuadido de la
verdad de mi ideal (Camino, 395).
La secuencia entre la intransigencia y la verdad queda acreditada
en otros escritos de Escrivá. La verdad pertenece al
mundo de las ideas, al cuerpo de doctrina cristiana (Surco,
192) que los católicos defienden sin transigir en nada.
(Forja, 564). No transigimos en nada de lo que se refiere
al depósito de la fe, confiado por Cristo a la Iglesia,
sencillamente porque es la verdad, y la verdad no tiene términos
medios (Meditaciones IV, 282).
Si por algo se caracteriza la ética de Jesús
de Nazaret es por la inmediatez; el prójimo es el próximo
que Jesús se encuentra por el camino. Sin carga ideológica
alguna, el mandamiento del amor llega hasta el extremo de
identificar a Jesús con los desvalidos y los más
necesitados (Mt 25). En la filosofía de Lévinas,
el rostro del otro me interpela y fundamenta la ética.
Por el contrario, tanto en Sardá y Salvany como en
Escrivá, para acceder al amor hemos de pasar por la
santa intransigencia hasta llegar a La Verdad -concepto escrito
con mayúsculas-, de quien depende todo lo demás.
Los integristas creen poseerla y se saben sus servidores.
La Verdad es Una, Inmutable, Inamovible, Objetiva, no sujeta
a los avatares de la historia; no se extiende ni se desarrolla.
Tampoco es el resultado de la suma de los votos ciudadanos
(en esto tienen razón). En definitiva, la Verdad es
Dios. De ahí van deduciendo todo lo demás: La
Verdad ha sido comunicada a los hombres a través de
Jesucristo, quien la depositó entera en la Iglesia,
presidida por el Papa y administrada por los obispos. En esta
concepción deductiva y vertical no caben ni la discordia
ni las dudas. La Única Verdad está en el dogma
católico trasmitida por Jesucristo a la Iglesia presidida
por el Papa. La Verdad para los integristas es un paquete
de dogmas que Jesucristo trajo desde el cielo en el momento
de la encarnación. Decimos trae, porque
los integristas tienden a olvidar que la Verdad es
Jesucristo, Hombre y Dios, su Persona, y no una serie de dogmas
preestablecidos que Él trasmite a la humanidad. Desde
esta perspectiva, a cualquier cosa llamarán dogma
inamovible. Por ejemplo, en el Vaticano I, la mayoría
integrista quiso extender la infalibilidad a cualquier declaración
del papado. La minoría se impuso al final limitándola
a las definiciones ex cathedra.
La Verdad ni se estudia ni se investiga: está ahí.
No tiene historia. Algunos hombres privilegiados han llegado
a captarla. Son instrumentos de la Verdad, luces en la noche
de una humanidad que ha perdido el norte. Incluso la Iglesia
ha podido separarse de la Verdad y caer en las garras del
error. La Verdad, para los integristas, ni se revela ni tiene
contenidos, sencillamente se ve. Es una especie de fogonazo,
una experiencia más cercana al trance que a la revelación
mística. El hombre privilegiado queda captado, subsumido
por la luz, es decir, Iluminado. El mediador, objeto de la
iluminación queda anonadado ante tamaña experiencia,
ha sido elevado al séptimo cielo y ha visto la luz
para toda la eternidad. En el pecado de soberbia llevarán
la penitencia, al haber cerrado su visión a toda posibilidad
de desarrollo histórico y de cambio. A partir de este
momento puede haber pequeñas adaptaciones a la realidad,
nunca evolución del dogma.
El Iluminado por la Verdad hará partícipe de
su descubrimiento a algunos privilegiados, los hijos de la
Luz, sus hijos. El Padre-Escrivá se convierte en la
nueva mediación de la Verdad trasmitida a sus hijos
por filiación.
Introducen al neófito en un torbellino que sube hacia
arriba en busca de La Verdad, como si se tratara de un huracán
que va succionando todo lo que encuentra a su paso. A través
de un rito iniciático, harán romper al neófito
todos los espejos. Las personas nos contemplamos en diferentes
espejos y en cada uno de ellos descubrimos una pequeña
parcela de nuestra identidad. Somos padres o madres, hijos
de otros, tenemos amigos, nacimos en una pequeña tierra,
trabajamos aquí o allí, somos aficionados a
una cosa u otra, de profesiones y clases sociales diversas,
etc. Cada uno de esos aspectos garantiza una parcela de nuestra
identidad personal y juntas en su complejidad y diversidad,
garantizan nuestro yo. Pues bien, el integrismo, en cualquiera
de sus formas, (cristianas o laicas, religiosas o políticas)
por un proceso de concentración, nos irá haciendo
romper todos los espejos menos uno hasta llegar a absolutizarlo.
En el caso del integrismo católico sólo debe
quedar un espejo en pie: el de la Verdad. Pertenezco a la
Verdad, poseo la Verdad, ella me absorbe y yo la sirvo, soy
un privilegiado, formo parte de un grupo selecto gracias a
la iluminación previa de un líder, soy aristócrata
del amor. Como, duermo, trabajo y siento, siendo grupo, siendo
Verdad. Lappso
nos regalaba la descripción de su propia experiencia
sumergido en pleno viaje, cuando se encontraba a punto de
renunciar a cualquier indicación de su conciencia libre:
No me acabo de dar cuenta de que todo mi ser es para
la obra, que no hay aspecto alguno de mi vida que me pertenezca
a mi, sino a Dios, a la obra, a los directores. "Mis"
derechos son egoísmo. Los "suyos" son fidelidad-felicidad,
eficacia apostólica y vida eterna: intimidad con
Dios, cumplimiento de mi deber, opus dei. Que se me quite
de la cabeza la obediencia selectiva: pueden decirme todo
acerca de todo y en todo momento. Lo mío es obedecer.
En todo y siempre. Es absurdo racionalizar la voluntad de
Dios, ese es el disfraz de la infidelidad. Los cotos cerrados
que aún tengo son el escenario de mi traición:
Jesús en su cruz llamándome, y yo cuestionando
las cosas de los directores: mezquino, mezquino, mezquino.
Otros romperán por ti la mayor parte de los espejos.
Se te captará muy joven, en la primera adolescencia.
Rápidamente debes romper el espejo familiar, separarte
de su familia y los referentes anteriores paterno-maternos;
a continuación te romperán el espejo de las
amistades, el de sus aficiones y así sucesivamente
hasta quedarse desnudo. La frase de Escrivá más
terrible en mi opinión- de todas las publicadas
por esta web lo confirma:
«Lo primero que hacemos es quitarles, a todos, hasta
la camisa» (del fundador, Instrucción, mayo 1935,
14-IX-1950, nota 41; citado por EBE en "La
santa extorsión").
Sin apercibirse, muy poco a poco, está convirtiendo
el concepto Verdad en Absoluto. El desplazamiento no se hará
de golpe. Paralelamente a la rotura de los espejos, se irá
acrecentando la mitificación del Iluminado. Los preceptos
y las normas irán haciendo su papel hasta que llegue
a interiorizar totalmente todos los valores ascéticos:
la cruz de palo, el borrico de noria, el pánico a salir
de la barca de los elegidos, etc.
Sin darte cuenta, el viaje iniciático to está
convirtiendo en un fanático. Pero, no lo olvides: el
fanatismo para los integristas no es un defecto, sino la cumbre
del amor: ¿No ha dicho valientemente el Conde
de Maistre que donde no hay verdadero fanatismo no hay verdadero
amor? (Sardá y Salvany, El Apostolado seglar
,
p.47). El proceso hacia el fanatismo dentro del opus dei ha
sido muy bien explicado por María del Carmen Tapia
en su libro "Tras
el umbral. Una vida en el Opus Dei".
La pócima no surtirá los mismos efectos en
todas las personas. Dependerá del grado de implicación
y convencimiento, de su psicología, etc.; unos entregarán
todo a la causa, otros serán reticentes y se reservarán
alguna parcela de su conciencia, por pequeña que sea;
la psicología, la profesión, los estudios, el
ser numerario o agregado, la personalidad del director, y
otras variantes, determinarán el grado de implicación.
Para quienes hayan entregado todo sin reservas y tengan una
psicología delicada, el tratamiento será letal.
A la salida del laberinto, el resultado es desolador. En
el mejor de los casos lo han convertido en una persona unidimensional,
le han restringido considerablemente la perspectiva de la
vida y habrán anulado bastantes de su potencialidades.
No lo han capacitado para amar o ser santo, objetivo primero
señalado, sino para hacer proselitismo. En el peor
de los casos, se habrá vuelto una persona fría,
distante, con los sentimientos amortiguados, ocultos y la
capacidad de decidir anulada; un integrista en condiciones
contempla un prado lleno de cadáveres y cree firmemente
que se trata de gente echando la siesta, escucha el lamento
de un herido y lo confunde con el canto de un ruiseñor.
A la vuelta del viaje no oye, ni ve, ni habla ni entiende,
salvo en los parámetros para los que ha sido educado.
Se sentirá superior al común de los mortales
y, paradójicamente, basura. Sus convicciones no estarán
enraizadas en la decisión personal, sino en el fanatismo;
su perseverancia quedará fuera de duda. Estará
dispuesto a todo. Lo han robotizado. En el viaje le han dado
patente de corso, está por encima del bien y del mal.
Posee la Verdad y la Verdad lo ha poseído. Será
muy difícil salir de ahí. Le han quitado hasta
la camisa.
Veamos el resultado en un caso extremo para mejor descubrir
la perversión del proceso. Lo cuenta Hannah Arendt:
Para Eichmann el idealista era el hombre que vivía
para su idea en consecuencia un hombre de negocios no
podía ser un idealista- y que estaba pronto a sacrificar
cualquier cosa en aras de su idea, es decir, un hombre dispuesto
a sacrificarlo todo, y a sacrificar a todos, por su idea.
Cuando, en el curso del interrogatorio policial, dijo que
habría enviado a la muerte a su propio padre, caso
de que se lo hubieran ordenado, no pretendía solamente
resaltar hasta qué punto estaba obligado a obedecer
las órdenes que se le daban, y hasta qué punto
las cumplía a gusto, sino que también quiso
indicar el gran idealista que él era. Igual que el
resto de los humanos, el perfecto idealista tenía también
sus sentimientos personales y experimentaba sus propias emociones,
pero, a diferencia de aquellos, jamás permitiría
que obstaculizaran su actuación en el caso de que contradijeran
su idea (Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén,
Barcelona 2004, pp. 68-69).
4.- El Poder y los adoradores de la
Verdad
Explicarlo todo,
hasta el menor acontecimiento,
deduciéndolo de una única premisa
Hannah Arendt
Lo dicho hasta el momento exige una reflexión en tres
tiempos acerca de las consecuencias para la Iglesia, la misma
fe en Jesucristo y la cultura moderna. La Iglesia aparece
como una estructura de poder frente al poder emergente del
estado laico (a). La Verdad Absoluta toma distancias respecto
a la Humanidad de Cristo, que queda subordinada o desaparece
(b). En tercer lugar, el integrismo católico debe situarse
dentro de la cultura moderna, enferma en su raíz por
el germen del totalitarismo (c).
a) La Iglesia como estructura de poder
Si la Iglesia posee la Verdad absoluta, ninguna institución
puede colocarse por encima de ella y mucho menos la sociedad
civil, que debe doblegarse y aceptar sus principios inmutables.
Ninguna institución, por poderosa que sea, dejará
de someterse a sus principios ni podrá desbancarla
de la cumbre de la pirámide social. De este modo, la
parte integrista de la Iglesia católica, se instala
en la nostalgia de tiempos pasados, la Edad Media y el Antiguo
Régimen, cuando los principios expuestos eran una realidad.
Desean restaurar la monarquía absolutista bendecida
por la Iglesia:
La tesis católica es el derecho que tiene
Dios y el Evangelio a reinar exclusivamente en la esfera social
y el deber que tienen todos los órdenes de la esfera
social de estar sujetos a Dios y al Evangelio (Sardá
y Salvany, El Liberalismo
p.180).
Al parecer, Escrivá tenía la misma pretensión:
Escrivá soñaba con crear una minoría
dirigente para situar a Cristo en la cumbre de todas las actividades
humanas, a través de un cristianismo de cruzada capaz
de conservar o en su defecto restaurar creencias superadas
en el tiempo y ancladas en la Edad Media. Se trataba de crear
un núcleo relativamente protegido de seglares y en
última instancia el objetivo era de cultivar elites
intelectuales capaces de fructificar cuando desapareciera
la Segunda República y las condiciones de la época
fueran más favorables y todo ello, conviene señalarlo,
dentro de una atmósfera política de fascismo
clerical y de una negación creciente de las libertades,
en la cual el proyecto de Escrivá, con un ambicioso
espíritu totalitario, también participaba.
(Jesús Infante, El
santo fundador del Opus Dei, Barcelona 2002, p.100).
La célebre frase de Escrivá resume la pretensión:
Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas
(Conversaciones con Mons. Josemaría Escrivá,
32; los mismo en Amigos de Dios, 57; Es Cristo que
pasa, 156; Forja, 685). A primera vista puede parecer
una bella confesión cristológica, nada sería
más importante que Jesucristo, Él estaría
en la cumbre de todo. De este modo lo interpreta el Opus Dei
para sus seguidores. Sin embargo, la realidad puede ser bien
distinta, la frase podría remitir al lema de Pío
X e interpretarse desde ese punto de vista: Restaurar
en Cristo todas las cosas. Creyéndose al
abrigo de miradas indiscretas, las Meditaciones
internas contienen precisiones que acercan el eslogan
a la mentalidad integrista del siglo XIX:
lucharemos por llevar a Cristo Rey a la cumbre de todas las
actividades humanas y conducir a Él todas las cosas
(Meditaciones I, 577). Y sentiremos gran alegría
al ver esa Cruz, que ahora queremos poner en la cumbre de
las actividades humanas, y que entonces triunfará sobre
todas las gentes sin excepción. Y tendremos el gozo
de haber sido siervos que sólo se ocuparon de extender
el reinado de aquel Rey, Cristo, que aparece majestuoso en
su gloria (Meditaciones, IV, 710).
La sublevación de la sociedad contra el Antiguo Régimen
durante la Revolución francesa había socavado
los principios establecidos y la regulación de un orden
cuya última palabra era bendecida por la Iglesia. Coincidiendo
con la muerte (o asesinato) en 1848 del arzobispo de París,
que había acudido a dialogar con los manifestantes,
la Iglesia descubre el surgimiento de un nuevo poder que quiere
competir con ella. Comienza entonces una triste historia de
Poder a Poder, de Verdad Absoluta contra Verdad Absoluta.
El enfrentamiento oculta la ambición de ambos poderes
por controlar la sociedad y estar en la cúspide de
la pirámide. La Iglesia se siente acosada, perseguida
y oprimida por los nuevos aires de la historia. Se lucha por
la supervivencia de unos privilegios pasados, se reacciona
ante los ataques -los hubo abundantes- con las mismas armas
que el adversario. Del evangelio destacan que Jesucristo también
se enfrentó a los fariseos, pero no se interesan por
las causas que condujeron a Cristo a aquellos enfrentamientos
ni los medios utilizados. Ellos sólo desean combatir,
triunfar y volver al orden anterior.
En esta situación la Iglesia seguirá siendo
una estructura de poder, será identificada con los
poderosos y con las fuerzas sociales y políticas más
conservadoras.
Luchando contra la sociedad civil deseosa de separar religión
y política, una parte considerable de la Iglesia del
siglo XIX se verá arrastrada por la espiral de violencia
que culmina en las diversas tragedias del siglo XX. Los contendientes
van enconando sus posiciones hasta llegar a parecerse, se
contagian el uno al otro hasta terminar siendo iguales. R.
Girard ha explicado en sus libros el nacimiento de la violencia
desde lo que él llama el ciclo mimético.
Si dos contendientes desean lo mismo y ninguno de los dos
renuncia y se retira (como pide el mismo Jesús de Nazaret
en Mt 5, 21 y ss.), ambos acabarán obsesionados por
el objeto deseado. Ahí radica la probable violencia
de uno contra uno; ambos imitan sus comportamientos hasta
el extremo de llegar a ser iguales. La violencia nace por
contagio de los contendientes y la obsesión por querer
conseguir el mismo objeto de deseo. Pronto se convertirá
en odio. Terminarán buscando un chivo expiatorio en
quien descargar la ira. Con la muerte del chivo se aplacará
por un tiempo el odio hasta que de nuevo se precise cada vez
con más frecuencia aplacar la violencia latente. La
cosa puede terminar en una guerra total de todos contra otros,
como en realidad sucedió (R. Girard, Veo a Satán
caer como el relámpago, Barcelona, 2002).
El opus dei no puede entenderse sin ubicarlo en la historia
de la Iglesia, dentro de las coordenadas del integrismo eclesial
del siglo XIX y XX. A mi entender, una parte de la Iglesia,
la más influyente y poderosa, no ha sabido situarse
en las sociedades modernas. Decidió seguir siendo una
estructura de poder enfrentado al poder del Estado. Aceptó
la economía capitalista favoreciendo a los poderosos,
mientras se oponía frontalmente a sus ideologías.
La Iglesia se encastilló, se centralizó y comenzó
a condenar cualquier idea nueva salida de la sociedad civil.
El opus dei es deudor de aquella mentalidad y sigue anclado
en el siglo XIX.
b) El olvido de la Humanidad de Cristo
En segundo lugar, el integrismo católico centra sus
esfuerzos en el concepto de Verdad Absoluta, desplazando a
Jesucristo del primer lugar de la escena. Por el contrario,
el cristianismo no Absolutiza un concepto sino una Persona.
La Verdad está a su servicio y de Él depende.
Él la revela y la da a conocer.
La divinización de un hombre no era nueva en la historia
de la humanidad; por ejemplo, los egipcios, los césares
romanos, o, por citar a alguien cercano, los emperadores japoneses.
En el caso de Cristo lo novedoso es la divinización
de un hombre cualquiera, de un don nadie. Nace en un pesebre,
trabaja en silencio la mayor parte de su vida y muere ajusticiado
como una fracasado más de la historia. Jesús
de Nazaret está en las antípodas del poder,
de sus grandezas y oropeles. La Iglesia estableció
en el Concilio de Calcedonia la plenitud de la Humanidad y
la plenitud de la Divinidad en la Persona de Cristo, sin mezcla,
ni confusión, ni separación. El concilio Vaticano
II retoma la Tradición y la explicita:
Cristo efectuó la redención en la
pobreza y en la persecución, así la Iglesia
es llamada a seguir ese mismo camino para comunicar a los
hombres los frutos de la salvación (
) no está
constituida para buscar la gloria de este mundo, sino para
predicar la humildad y la abnegación (
) la Iglesia
abraza a todos los afligidos por la debilidad humana, más
aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la
imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en aliviar
sus necesidades, y pretende servir en ellos a Cristo
(L.G. 8).
El integrismo católico se queda con la Divinidad y
desplaza a un segundo plano la Humanidad. A continuación,
reviste la Divinidad de todo el poder y realeza que Jesús
jamás tuvo en su vida terrena. De este modo, la Humanidad
de Cristo ha dejado de ser normativa en última instancia,
el evangelio deja de ser la última referencia y la
norma de las normas. Se nos llenará la boca hablando
de Jesucristo, pero el seguimiento cercano de su vida y la
imitación de sus dichos y hechos habrá pasado
a un segundo plano. El evangelio ha dejado de ser la norma
suprema y el seguimiento de Cristo puede revestirse de cualquier
ideología al uso. Para algunos sigue siendo demasiado
escandaloso aceptar como Dios a un artesano judío con
mentalidad campesina.
En el opus dei, la búsqueda de poder a través
del dinero no parece estar de acuerdo con el evangelio; ni
la compra de voluntades y silencios a golpe de talonario;
ni las exquisiteces y manías del fundador relatadas
por testigos presenciales, ni los suntuosos edificios con
varias capillas son la avanzadilla de la evangelización
(véase, El
edificio del Opus Dei en Nueva York). Los ejemplos
podrían multiplicarse.
También en las grandes metáforas utilizadas
por Escrivá se observa un desplazamiento del protagonista
en beneficio del soporte. Ante la cruz, Escrivá no
medita sobre el Crucificado ni sobre las consecuencias de
la crucifixión para la humanidad. Saca de la cruz a
Cristo y se queda con los maderos (la célebre cruz
de palo) para usarlos como soporte a la hora de elucubrar
cómo aniquilar el yo de sus hijos y someterlos. De
la entrada en Jerusalén no le interesa reflexionar
acerca del mesianismo de Jesucristo, ni situarlo en la historia
del Antiguo Testamento o extraer las conclusiones para la
actualidad. Al contrario, descabalga a Cristo, se queda con
el jumento y lo pone a dar vueltas alrededor de la noria (el
célebre borrico de noria) en su afán
por hacer perseverar desde el sometimiento a quienes previamente
les ha quitado hasta la camisa y ha destruido en la cruz de
palo. De los relatos de la barca, imagen de la Iglesia naciente
sometida a los torbellinos de la historia, de nuevo deja de
ser Cristo el protagonista; identifica a la barca con el opus
y se erige en capitán. Los patos imponen (no proponen)
la Verdad mediante el proselitismo, tergiversando la evangelización
y su significado. En la vida de los elegidos por Escrivá
para su obra, la repercusión más evidente será
la nimia importancia concedida a la lectura y meditación
del evangelio y las numerosas horas que han de pasar reflexionando
los escritos públicos y secretos del fundador.
Una vez en segundo plano Jesús de Nazaret, la Verdad
Absoluta cobra vida propia, exige carta de naturaleza y se
emancipa. Necesitada de nuevos mediadores, habrá de
esperar la llegada en la historia de Escrivá, quien
la ve en 1928 como nadie antes pudo soñar,
para llegar a ser el cauce habitual por donde se revela. Desde
tan alta atalaya imponen normas exigentes mucho más
severas que las de la misma Iglesia, corrigen a cualquiera,
incluido el Papa, y someten a todos a la sospecha de herejía,
cuando son ellos los que encarnan un espíritu cismático,
como agudamente advirtiera Newman de todos los integrismos:
"exigen una Iglesia dentro de la Iglesia (...) convirtiendo
en dogma sus puntos de vista particulares. Yo no me defiendo
contra sus opiniones sino contra lo que debo llamar su espíritu
cismático".
Ni la defensa cerrada de un cuerpo doctrinal, ni la Absolutización
de una Idea, incluso si se trata de La Verdad, ni representar
el último poder de la estructura social parecen estar
entre los objetivos fundamentales de Jesús de Nazaret.
La Verdad queda encarnada en su Persona: Él es el camino,
la verdad y la vida, y el Espíritu Santo lo irá
explicando progresivamente. El traslado de la Idea de Verdad
a su encarnación en la Persona de Cristo es fundamental
para comprender la esencia del cristianismo. Una verdad que
se revela en un Hombre-Dios que no nos lega una línea
escrita, y que se narra en los evangelios por testigos de
primera o segunda generación. Si la Verdad es Jesucristo
y nos es trasmitida por testigos en los evangelios, la verdad
queda abierta a diversas interpretaciones. La revelación
de la verdad escrita y oral termina con la muerte del último
apóstol. La Iglesia la custodia y la sigue interpretando
a través de los concilios (no toda interpretación
es válida), dejando abiertas la mayor parte de las
cuestiones de fe a lo largo de los siglos (ni siquiera ha
sido definido dogmáticamente que Dios sea Padre o de
que manera Cristo ha realizado la salvación). La Iglesia
recurre a la definición dogmática cuando la
controversia puede hacer peligrar algún aspecto esencial
de la revelación, como sucedió en Calcedonia
y en otros dogmas, mucho menos numerosos en conjunto de lo
que pudiéramos pensar.
Según el Vaticano II, la Iglesia debe conservar la
Tradición recibida que deriva de los apóstoles,
progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu
Santo, puesto que va creciendo en la comprensión de
las cosas y de las palabras trasmitidas, ya por la contemplación
y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón;
ya por la percepción íntima que experimentan
de las cosas espirituales; ya por el anuncio de aquellos que
con la sucesión del episcopado recibieron el carisma
cierto de la verdad. Es decir, la Iglesia, en el decurso de
los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad
divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios
(D.V. 8). Como se puede comprobar, la Iglesia se sabe en camino
hacia la verdad plena, la busca a diario y crece en su comprensión,
reservando un papel fundamental -aunque no exclusivo- al magisterio
episcopal. La contemplación, el estudio y la percepción
íntima que tiene la totalidad de los creyentes participa
activamente de esa búsqueda; se les reconoce un sexto
sentido que les capacita para ir progresando en el conocimiento
de la verdad, e incluso los anima a buscarla por medio de
la contemplación, el estudio de la teología
o la intuición religiosa.
c) Los adoradores de La Idea
Hay un tercer elemento en el integrismo que supera con creces
los márgenes de la Iglesia. Divinizar una Idea e idolatrarla
forma parte de nuestra cultura (incluso de todas) desde la
noche de los tiempos.
Con la llegada de la modernidad y el consiguiente eclipse
de Dios, la amenaza siempre latente se hizo realidad. Los
pensadores vieron en la guerra de 1914 el fracaso de la modernidad.
Kant había hablado de cosmopolitismo y llegaron los
nacionalismos. Hegel había apostado por la reconciliación
y se hizo presente la guerra. La Ilustración irrumpe
en la historia como un proyecto de organización racional
y, finalmente, se impone la barbarie. En aquellos tiempos
los pensadores se encontraban divididos entre quienes apostaban
por la Ilustración y quienes desde el Romanticismo
apostaban por el medioevo. Hegel las funde en la filosofía
de la historia, auténtico tribunal de la verdad. Y
la historia juzga el fin de la modernidad con el triunfo de
la guerra. Los pensadores comienzan a buscar otros presupuestos,
desde los presocráticos, la vida, la experiencia o
el lenguaje.
Tres pensadores críticos desvelan el origen del mal:
Rosenzweig ve en el idealismo la tentación totalitaria.
Razona del modo siguiente: Si la pluralidad de la vida ha
de reducirse a una única idea para poder pensar, entonces
el hombre occidental está abriendo la puerta a la violencia.
Identificar el conocimiento de la realidad con una almendra
esencial desentendiéndose del resto de la realidad
conduce a la barbarie. Reducir la riqueza de la realidad a
la esencia de una idea permite dominar el mundo porque éste
acaba siendo un objeto. El totalitarismo consiste en reducir
la pluralidad del mundo a un único elemento, llámese
Agua (el todo es agua de Tales), Dios, Naturaleza,
Proletariado, Raza o Verdad. Más tarde Lévinas
lo resumirá diciendo que el idealismo es una ideología
de guerra.
Fallecido Rosenzweig en 1929 Walter Benjamin sigue sus pasos.
Para él sólo sabemos pensar a lo grande, construimos
sujetos trascendentales, por ejemplo la Humanidad, y nos olvidamos
de las personas concretas. Las teorías del progreso
se vuelcan hacia el futuro olvidando los cadáveres
y escombros que cimientan la marcha triunfal de la historia.
El costo humano no se valora. Los cadáveres y escombros
que va dejando por el camino la construcción de la
historia, las víctimas, son para Hegel unas
florecillas pisoteadas al borde del camino, algo
inevitable, un mal menor, algo provisional y excepcional que
el propio progreso reciclará. Benjamin no acepta este
discurso, para los oprimidos dirá-
la excepcionalidad es la regla, detrás
de cada documento de cultura hay una historia de barbarie,
hay que despreciar a humanidad en el orden individual
para que ésta aparezca en el plano del ser colectivo.
Desde ahí propone juzgar los logros históricos
a partir de los sistemáticamente oprimidos. Someterse
a la lógica del progreso significa aceptar el triunfo
definitivo del fascismo. Si los costos humanos dependen de
una Idea o del éxito final de una empresa, nada impedirá
que el crimen se repita, se perpetúe y alcance cada
vez mayores proporciones.
Por su parte, Kafka adivina por adelantado la sociedad que
viene con dos imágenes certeras. En la Metamorfosis
el hombre amanece convertido en un gusano, deja de ser ciudadano
y sujeto de derechos para quedar reducido a su condición
animal, nuda vida, puro cuerpo. En el Proceso, algo tan íntimo
como el dormitorio acaba convertido en una sala de juicios.
Lo privado queda diluido en lo público. Fue una premonición
de los campos de concentración: el deportado, despojado
de toda humanidad, es reducido a puro cuerpo, pura biología
que se termina asesinando y haciendo desaparecer.
Los tres pensadores anunciaron las tragedias venideras. No
callaron. Avisaron de una cultura de guerra detrás
de la filosofía, se negaron a aceptar que el sufrimiento
de una persona fuera el precio de ninguna grandeza, denunciaron
cómo detrás de las grandes palabras estaba acechando
el totalitarismo. Desgraciadamente, sus previsiones se vieron
desbordadas con creces por la misma realidad de los hechos.
En vista de lo sucedido después, Reyes Mate propone
repensar la filosofía con otros presupuestos. En primer
lugar, una teoría del conocimiento de la que forme
parte el pasado desde la memoria y visión de los vencidos,
única mirada capaz de descubrir la responsabilidad
histórica y la historia real. Una mirada compasiva
de quien, a la vista de las ruinas de la historia, se declara
en duelo por las ansias de felicidad de tantos muertos abandonados
en la cuneta de la historia. Sólo el recuerdo de los
vivos puede hacer entender que se cometió una injusticia
que sigue clamando por lo suyo. El segundo rasgo es de naturaleza
política y consiste en considerar el campo de concentración
como símbolo de la política. El estado de excepción
se convierte en algo habitual, cualquier norma queda suspendida
salvo la de quien manda y, por otra parte, el hombre pierde
toda subjetividad y queda reducido a nuda vida (las líneas
precedentes resumen brevemente la conferencia de Reyes Mate
en el III Seminario de Filosofía, del 7 de abril del
2003, titulado Auschwitz, acontecimiento fundante
del pensar en Europa o, ¿puede Europa pensar de espaldas
a Auschwitz?; más información en el
libro del mismo autor Memoria
de Auschwitz. Actualidad moral y política,
Madrid 2003).
A la luz de estas reflexiones cobra fuerza la importancia
de la absolutización de una idea, el poder de la construcción
histórica por encima de los individuos y el papel de
las víctimas. La frase de Hannah Arendt que encabeza
estas líneas adquiere pleno significado: El totalitarismo
quiere explicarlo todo, hasta el menor acontecimiento,
deduciéndolo de una única premisa.
Si renunciamos a la complejidad de la realidad y rompemos
todos los espejos menos uno y éste terminamos por hacerlo
absoluto, en el caso del catolicismo saldrá el integrismo.
Si el concepto de Verdad lo sustituimos por el de Raza, nacerá
el Racismo. Si concentramos la realidad en el concepto de
Nación verá la luz el nacionalismo. Si privilegiamos
el concepto de Lucha de Clases sufriremos el marxismo. También
podemos elegir un concepto esencial y subordinarle otros:
de la suma de Nación y Verdad Católica nacerá
el Nacionalcatolicismo. De la unión de Raza, Nación
y Socialismo, el Nazismo.
En fin, el problema del integrismo supera con creces a la
Iglesia y a Escrivá. De no ser por los damnificados
del opus y el daño causado a la Iglesia, Escrivá
no pasaría de ser una cifra, un actor mediocre en una
representación de ópera bufa. Los alemanes,
buenos conocedores del peligro totalitario, lo han denunciado
desde hace años: el opus es la más
fuerte manifestación integrista de la Iglesia,
dejó dicho el cardenal teólogo conservador Urs
von Balthasar. Son de la misma opinión los
autores del Handbuch der Pastoralteologie (Manual de
teología pastoral), 5 volúmenes, Friburgo 1966,
editados por Arnold, Rahner, Schurr y Weber. Dentro del tomo
II/1, el capitulo VIII, (pp. 277-343) cuya autoría
se debe a A. Görres, Pathologie des katholischen Cristentums
(Patología del cristianismo católico) se hacen
los comentarios siguientes a Camino: En la nota 4 de la pag.
322 cita Camino, 22 para criticar su malestar con la
materia muy cercano al pensamiento de Plotino, quien parecía
avergonzarse de ser en un cuerpo y ve en el puro espíritu
la única realización de la persona. En la nota
5 de la pag. 322 se refiere a Camino, 227 donde el
mundo material se vuelve incomprensible y molesto. La nota
2 de la pag. 326 menciona el nº 399 de Camino,
y subraya el miedo a la libertad, el esfuerzo por dejarle
el menos espacio de juego posible, un rasgo destacado del
intento católico de corregir los planes de Dios. En
la nota 5 de pag. 329 cita el nº 61 de Camino,
donde se habla de los criterios para una motivación
autentica de la obediencia en el caso de seglares emancipados;
en el mundo antiguo rural o de pequeñas ciudades el
teólogo formado era el competente para todas las situaciones
de la vida, nadie podía afirmar poseer un mayor conocimiento
objetivo y competencia.
Los comentarios de autores alemanes y las reflexiones de
estas páginas nos invitan a buscar en la historia de
la Iglesia algún caso parecido con quien poder relacionar
el integrismo del opus. Creemos encontrarlo en el gnosticismo
de comienzos de la era cristiana y en las sectas de los alumbrados.
Alguna vez, un siglo de estos, la Iglesia haría bien
en comparar la ideología del opus dei con las sectas
gnósticas del siglo II y III y con las sectas de los
alumbrados del siglo XVI. Nos podríamos llevar bastantes
sorpresas. El gnosticismo creía haber llegado al conocimiento
perfecto obtenido por iluminación a pesar de su destierro
en un mundo material e inferior. Interpretan la Escritura
con tanta imaginación como falta de rigor, creen disfrutar
de un secreto revelado sólo a los iniciados despreciando
al resto de los mortales. Son elitistas. Clasifican a los
humanos en tres grupos: 1) ellos, los que se salvarán,
y se llaman a sí mismos los espirituales o puros,
los verdaderos cristianos; 2) los psíquicos,
que se hallan en una escala inferior; son los cristianos de
la gran Iglesia; 3) finalmente, los materiales,
quienes quedan excluidos de toda salvación. La libertad
humana no desempeña ninguna función en la salvación.
Debido a su dualismo, se creen prisioneros de un cuerpo malo
con lo que terminan negando la Humanidad de Cristo y caen
en el docetismo.
No encuentro la cita exacta (pido disculpas), ni forma parte
del lenguaje eclesial políticamente correcto, pero
no puedo terminar este apartado sin recordar agradecido al
sabio D. Julio Caro Baroja. Cuando, después de una
vida dedicada a la investigación, le preguntaron por
las creencias de los humanos, contestó:
Crea Vd. en lo que quiera, pero crea poquito.
5.- El integrismo y los totalitarismos
Vigilar todo aquello que dé
lugar a la elevación del espíritu,
o a la confianza mutua;
no tolerar las reuniones cultas de quienes tienen tiempo libre
para mantener conversaciones entre ellos;
y procurar por todos los medios posibles
mantener a todos los individuos extraños entre sí
Aristóteles, Política
Un mensaje de Amapola
del 2 de febrero del 2005 me da pie para introducir el tema:
Salvando las distancias comparaba sus cuatro años de
pertenencia al Opus Dei como numeraria auxiliar con los campos
de concentración nazis. Hablaba de una cárcel
interior distinta de las cárceles exteriores de los
nazis. A ella la habían obligado a interiorizar las
normas y castigos, ella era su propio verdugo. Termina diciendo:
Pero..., sí, aun siendo muy distinto a lo
que hemos vivido (algunas personas) en el Opus Dei, lo que
allí pasó me deja un amargo sabor a paralelismo.
Me pregunto: Ese amargo sabor a paralelismo ¿es
una percepción exagerada de Amapola? ¿Hay alguna
relación entre el integrismo católico y los
movimientos fascistas y totalitarios del siglo XX? Intentaremos
ver cómo se comporta el integrismo del Opus Dei en
contacto con la sociedad de su tiempo, qué ideas ha
tomado prestadas y cuál ha sido la influencia de los
fascismos y totalitarismos en el integrismo de la Iglesia
Católica. En mi opinión, Amapola tenía
razón.
Pentecostés al revés
Quien desee saber algo de los totalitarismos del siglo XX,
se encontrará con un dilema. Alguna de sus víctimas
le aconsejarán que desista (por ejemplo, Imre Kertész,
Kaddish por el hijo no nacido, Barcelona 2001, pp.50
y ss.). En su opinión, cuando un loco o un criminal
acaban en un puesto de responsabilidad y no en la cárcel
o en un manicomio, enseguida nos ponemos a buscar lo interesante,
lo original y extraordinario del personaje, su grandeza; no
deseamos vernos como enanos o marionetas, ni ver la historia
como algo inconcebible. Buscamos una explicación racional
para intentar salvar nuestras almas y no ver el abismo, el
vacío y el sinsentido de un poder ruin, asesino y estúpido.
Por otra parte, no podemos renunciar a la búsqueda
de la verdad, ni dejar de hacer justicia a las víctimas
recuperando la memoria histórica.
Al final, la opción de buscar la verdad nos parece
más convincente, sabiendo que incluso Kertész
nunca renunció a ella. Las mejores síntesis
de lo sucedido en el siglo XX también nos animan a
no renunciar a descubrir la verdad, cueste lo que cueste (cf.
Jonathan Glover, Humanidad e inhumanidad. Una historia
moral del siglo XX, Madrid 2001 y Tzvetan Todorov, Memoria
del mal, tentación del bien. Indagación histórica
sobre el siglo XX, Barcelona 2002).
A la sombra de la filosofía idealista, nacieron diversos
movimientos sociales y políticos. Todos tenían
un valor común: la absolutización de una Idea.
Sin embargo, a la hora de llevarla a la práctica se
distinguían unos de otros hasta el extremo de ser en
algunos casos antagonistas. A la Idea principal (Verdad, Raza,
Lucha de Clases, etc.) le añadieron algunas vestimentas;
es decir, algunas concreciones que la adornaban y daban legitimidad
y fuerza. En el caso del integrismo católico, a la
idea primera de Verdad Absoluta que ellos creen poseer, le
añadieron dos vestimentas: el lenguaje belicista y
el nacionalismo. El resto de Adoradores de la Idea también
vistieron su discurso de lenguaje belicista y nacionalista.
Aunque el resultado final los distinguía claramente
a unos de otros, siempre había algo en común
entre ellos. Esto significa en la práctica que el fascismo
no se puede identificar con el totalitarismo; que el marxismo
es distinto del nazismo; sin embargo, una corriente común
los une a todos; en el río de la historia una corriente
freática común junta las ideas contrarias. Para
el caso que nos ocupa, todo esto significa que el Opus Dei
no puede identificarse sin más ni con el marxismo ni
con el nazismo y, sin embargo, reconocemos un espíritu
común que le hace exclamar a Amapola: lo que
allí pasó me deja un amargo sabor a paralelismo.
Presenciaremos una procesión hacia el abismo. Yo prefiero
llamarlo Pentecostés al revés. Una parte de
la Iglesia participó en la procesión, hizo amistades
peligrosas, se dejó influir por ideas ajenas al Evangelio.
En esta procesión de tinieblas, nuestro hombre iba
de oyente. San Josemaría había sido
Iluminado por la Verdad y el mismo Dios le había revelado
la creación del Opus Dei. Vio y en ese
mismo instante oyó el repicar de las campanas
de Nuestra Señora de los Ángeles situadas a
dos o tres kilómetros (ver La
campana sudorosa de Nacho Fernández,
dentro de la serie La ropa sucia se lava en casa).
Escrivá oyó algunas ideas que circulaban
en el ambiente y las hizo suyas sin comprobar si eran o no
acordes con el Evangelio. No aportó ninguna idea nueva,
pero supo mezclar hábilmente las que circulaban para
llegar a crear una institución con sus peculiaridades.
En última instancia, lo suyo es una empresa capitalista
(multinacional) de ideología integrista católica,
con ideas prestadas del fascismo y el totalitarismo. Escrivá,
el Iluminado y Oyente de campanas lejanas, fue uno más
de aquellos hombres, la mayoría mediocres, que se sintieron
tocados por el dedo divino, Iluminados por la Idea, dispuestos
a cambiar el mundo a su imagen y semejanza.
La génesis
¿Qué ideas llegaron al siglo XX y fueron capaces
de engendrar los monstruos del fascismo y el totalitarismo?
Respondo brevemente y, después, lo desarrollo: El pesimismo
de Hobbes sobre el ser humano y su condición guerrera
se mezcló en el siglo XIX con el darwinismo social.
La unión de las ideas de ambos movimientos fue codificada
por Nietzsche, quien mejor supo definir el espíritu
de la época. De Nietzsche se derivan directa o indirectamente
bastantes de las calamidades del siglo XX.
Con el pensamiento de Hobbes, en el siglo XVI queda establecida
la naturaleza guerrera del hombre. En el principio no es la
Palabra como había anunciado la Biblia y Juan el Evangelista.
En el principio, es la guerra. Un conflicto de intereses hace
imposible la paz; el hombre se convierte en un lobo
para el hombre y sólo un poder soberano y único,
concentrado en una persona aceptada por el pueblo, podrá
frenar con autoridad y autoritarismo la violencia que siempre
acecha a las sociedades. En definitiva, Hobbes consideraba
el estado de guerra como el más natural y la monarquía
absolutista, como la única solución.
Los trabajos de Darwin sobre el desarrollo de las especies
son aplicadas en el siglo XIX a los humanos. Se le llama darwinismo
social. La selección natural y la supervivencia del
más apto fueron simplificadas y endurecidas para ser
aplicadas a los humanos. La ley de la vida dirá
coincidiendo con Hobbes- es la guerra, el combate sin piedad.
La evolución humana se expresa en los mismos términos
que en los animales: lucha de clases, guerra de sexos, conflicto
de razas, guerra de naciones. La existencia está regida
por la voluntad de poder, el deseo de triunfar
por encima del otro. Ahora estas viejas ideas no admiten discusión,
vienen revestidas por la aureola de la ciencia. Sin el aval
científico, el totalitarismo no habría podido
nacer. A partir de ahora, primarán por encima de todo
los intereses de la especie, no los del individuo. Y la ley
de la vida será el reinado de los más fuertes
que conlleva la derrota y sumisión de los más
débiles. El destino de los individuos no tiene la menor
importancia; pueden ser inmolados al servicio de un designio
superior. Hay que perfeccionar la especie, crear un nuevo
hombre provisto de capacidades físicas e intelectuales
superiores, eliminando si es preciso los ejemplares defectuosos.
El Estado moderno no debe ser democrático: el poder
se dará a los mejores, no se cultivará la igualdad.
La verdad es una y exige la sumisión, no la tolerancia.
Había nacido una nueva forma de utopismo que exigía
su realización mediante un proceso de ingeniería
social (cf. Todorov, Memoria del mal
, pp. 25
y ss.)
Nietzsche codificó mejor que nadie todas estas ideas.
Aunque abominaba de Darwin, su filosofía está
impregnada de darwinismo social. Habló de la muerte
de Dios, consideró muerta la religión cristiana
y su moral. La cultura superior estaba representada para él
por los bárbaros, hombres de rapiña,
todavía en posesión de una inquebrantable fuerza
de voluntad y codicia de poder. Pensaba que la bondad,
la compasión y el amor al prójimo, valores defendidos
por el cristianismo, eran catastróficos para la humanidad.
Debemos suprimir la moral judeocristiana y crear un hombre
nuevo desde la voluntad de poder y la lucha. Como el ser humano
debe crearse a sí mismo, no puede establecer cómo
debe ser. Pero hay una cualidades determinadas que, según
él, todos los hombres deben tener y que no poseen las
mujeres. Ellas no son aptas apara este ideal: La
mitad de la humanidad es débil, típicamente
enferma, mudable, inconstante (
) la mujer necesita una
religión de debilidad que glorifique la divinidad del
ser débil, amante y humilde. El hombre nuevo
se creará con pasiones, pero dominadas por el ascetismo
y la disciplina; estará bajo el dominio de una férrea
voluntad.
La autocreación exige autodisciplina, dureza
para consigo mismo. El amor a los demás es el disfraz
del mediocre, la gente demasiado débil para dominar
a los demás necesita de la virtud moral. Para imprimir
la huella en los siglos y escribir sobre la voluntad de milenios
hay que ser más duro que el bronce: Yo suspendo
sobre vuestras cabezas esta nueva tabla: ¡sed duros!
La dureza será necesaria para el autodominio y para
rechazar la piedad y la compasión, formas perversas
de afeminamiento. El hombre europeo padece una gran falta
de virilidad.
El Oyente
A Escrivá hay que interpretarlo desde el contexto
propio de su tiempo. En sus escritos encontramos la versión
del superhombre llamado caudillo; la guerra como
principio y fin de todas las cosas; la voluntad de poder,
la cruzada de virilidad, el grupo de los apóstoles
convertido en ejército, etc. Ni la llamada a ser caudillos
ni la virilidad forman parte del mensaje evangélico.
No puedo imaginar a Jesús de Nazaret paseando a orillas
del lago llamando uno a uno a sus discípulos a ser
caudillos. Ni cabe la posibilidad de imaginar a Pedro, el
rudo pescador, escuchando de labios de Jesús que debe
virilizar su voluntad. Si no están en el evangelio
dichas expresiones, tampoco pertenecen a la forma de ser del
mismo Escrivá. A su compañero de curso, D.
Manuel Mindán, le dijo Escrivá: Dios
me ha hecho blando y dulce como la miel de la Alcarria.
El mismo D. Manuel dice de él: sostengo que
era piadoso, pero que sus actitudes de piedad eran feminoides,
por eso, no por otra cosa se le llamaba "rosa mística";
su piedad no se realizaba en actos prácticos o de apostolado.
Por tanto, las ideas de Camino están tomadas
del ambiente de la época y se intentan aplicar al Evangelio:
Has nacido para ser caudillo (Camino, 16); a través
de la negación llegarás a virilizar tu voluntad
y más tarde serás caudillo que arrastrará
a otros (Camino, 19 y 833). La vida del hombre es milicia
que exige tácticas militares (Camino, 306 y
307). La paz es consecuencia de la lucha y de la guerra (Camino,
308); es más, la guerra tiene una finalidad sobrenatural
que al final deberemos amar (Camino, 311).
En cuanto a la manada, el rebaño y la piara del mundo,
él, Escrivá, convertirá la manada en
mesnada, el rebaño en ejército y saldrán
purificados los que ya no quieran ser inmundos (Camino,
914); entonces podrás trabajar en el ejército
de los apóstoles (Camino, 605).
El triunfo de la voluntad, la vida concebida como lucha,
la guerra sin cuartel contra las pasiones y la virilidad forman
un conjunto ideológico bastante semejante al mencionado
anteriormente. El Opus Dei vende su producto para que la gente
pite con un discurso posterior, el de la santificación
en la vida ordinaria por medio del trabajo. Es un nuevo eslogan,
vacío de contenidos teológicos e inventado hace
siglos en la Iglesia, aunque ahora el Opus se lo quiera apropiar.
Cuando la gente ha sido enganchada, se la adoctrina en el
auténtico discurso del Opus, el integrista de Camino.
Una numeraria reconocía hace bien poco en el reportaje
de la BBC la importancia que sigue teniendo el libro
en la formación de los miembros de la obra.
Guerra
En la procesión de tinieblas se toman al pie de la
letra las sugerencias bélicas. Nietzsche propone el
sacrificio de seres humanos: "El individuo ha sido
tomado tan en serio, tan bien colocado como un absoluto por
el cristianismo, que no se podía ya sacrificarlo: sin
embargo, la especie no sobrevive más que gracias a
los sacrificios humanos
La verdadera filantropía
exige el sacrificio por el bien de la especie, que es dura
y obliga a dominarse uno mismo porque tiene necesidad del
sacrificio humano. Y esta pseudohumanidad que se llama cristianismo,
quiere precisamente imponer que nadie sea sacrificado".
Para Hitler el combate y la lucha son el motor de la historia:
"La idea de combate es tan vieja como la vida misma,
ya que la vida se perpetúa gracias a la muerte en combate
de otros seres vivos
En este combate, los más
fuertes y más hábiles vencen a los más
débiles y menos hábiles. La lucha es la madre
de toda las cosas. No es gracias a los principios de humanidad,
sino únicamente mediante la lucha más brutal,
como el hombre puede vivir y mantenerse por encima del mundo
animal".
Lenin promovió la guerra civil, la hambruna y la persecución
contra la Iglesia como medios de avance social. Escribía
el 19 de marzo de 1922: Un momento como el del hambre
y la desesperación es único para crear entre
las masas campesinas en general una disposición que
nos garantice su simpatía o en cualquier caso su neutralidad
(
) Debemos declarar ahora al clero una guerra decisiva
y despiadada y someter su resistencia con una brutalidad que
no olvide durante décadas. Ese mismo año
mataron a 2.691 sacerdotes, 1.962 monjes y 3.447 monjas. En
el sur de Europa, en España, tomaron nota de los hechos.
(cf. el interesante libro de Martín Amis, Koba el
Temible. La risa y los 20 millones, Barcelona 2004).
El integrismo eclesial de Sardá y Salvany también
se había ocupado por otros motivos de la necesidad
de la guerra. Escrita la frase en 1885 produce escalofríos
leerla a comienzos de siglo XXI, sabiendo lo que pasó
en España en 1936: No hay evolución
alguna del Liberalismo que no la haya verificado, más
que el pueblo, una insurrección militar (Sardá
y Salvany, El liberalismo
179). El apostolado
seglar debe prepararse para cualquier cosa: ¡Gran
cosa es ser soldado de la verdad, en tiempos sobre todo en
que anda la verdad tan fieramente combatida! (
) ¡Dormir
cuando a voz en grito pide auxilio la acongojada Iglesia de
Dios, ante el general rebato de sus enemigos que creen ¡insensatos!
llegado la hora de hundirla para siempre! No, que no fuera
esto cristiano ni fuera español. No es hora de dormir,
sino de velar, al cinto las armas, atento el ojo, resuelto
el brazo, para emprender y sostener la honrosa lid.
Con una actitud tan combativa y belicosa un sector del catolicismo
colaboraba a la llegada del fascismo. José Antonio
Primo de Rivera se expresaba así en el Discurso Fundacional
de la Falange (1933): Nuestro sitio está fuera,
aunque tal vez transitemos, de paso, por el otro. Nuestro
sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma
al brazo, y en lo alto, las estrellas. Que sigan los demás
con sus festines. Nosotros fuera, en vigilancia tensa, fervorosa
y segura, ya presentimos el amanecer en la alegría
de nuestras entrañas".
En mi opinión, ninguno de los bandos ha hecho una
autocrítica seria. No se puede negar que el opus nace
en un ambiente guerracivilista y que la obra se ha encontrado
en su salsa colaborando con regímenes políticos
dictatoriales o fascistas. En plena represión del régimen
de Pinochet, Escrivá visitó Chile. En una conferencia
donde se habló de la sangre esparcida por el país,
afirmó: Yo os digo que aquella sangre es necesaria.
(cf. Cambio 16, 16.3.1992; citado en la edición
privada de Jesús López Sáez, El día
de la cuenta. Juan Pablo II a examen, Madrid 2002, p.
268). Es decir, hay ocasiones en que la sangre debe derramarse
para que prevalezca la verdad o la idea que se defiende. El
mismo razonamiento hacía un miembro de la organización
terrorista Eta: Se necesita sangre y tiempo para
hacer un pueblo. Bastante similar también
a la de un íntimo colaborador de Stalin, un tal Kaganovich:
Debes pensar en la humanidad como en un gran cuerpo,
pero que necesita permanente cirugía. ¿Debo
recordarte que la cirugía no puede realizarse sin cortar
las membranas, sin destruir los tejidos, sin hacer correr
la sangre?"
Atomización
No se puede identificar el fascismo con el totalitarismo.
El primero es la versión laica del absolutismo. El
segundo es una ideología que no conoce límite,
el sistema que aspira al dominio total de los hombres y del
mundo. Además de una gran voluntad de poder, cree que
todo está permitido porque representa la Verdad absoluta.
En el totalitarismo, la lucha tiene el valor de un principio
selectivo que permite hacer triunfar a quien posee la verdad.
El que gana, demuestra que tenía razón. Las
tiranías clásicas se contentaban con apoderarse
de los cuerpos, el totalitarismo nazi o comunista pretenden
también poseer las almas (cf. Alain de Benoist, Comunismo
y nazismo. 25 reflexiones sobre el totalitarismo en el siglo
XX (1917-1989), Barcelona 2005, pp.113-114). Para llevar
a cabo su propósito, una de las tareas más urgentes
consistirá en abolir la distancia entre la multiplicidad
de lo real y la unidad del concepto, suprimir lo que distingue
a los individuos entre sí, hacer que nada se interponga
entre los individuos y el poder. Hannah Arendt vio mejor que
nadie el núcleo del problema en su libro clásico
Los orígenes del totalitarismo, Madrid 1999
(casi nadie hizo caso de la primera edición de mediados
de los cincuenta). Es una nueva forma de tiranía, la
de todos contra todos. Se compagina de manera extraña
la coerción sobre todos y la participación de
todos en la represión. El grupo totalitario se mantiene
gracias a la fuerza de su homogeneidad: el grano de arena
no es nada fuera del montón de arena. No consagra la
tiranía de unos pocos sobre muchos, sino el dominio
de todos sobre cada uno. La unidad del grupo incita al movimiento
totalitario a un permanente desplazamiento. Siempre hacia
adelante, siempre en movimiento. Sólo está en
el poder mientras esté en marcha. Para que la maquinaria
funcione, hace falta mucha mano de obra. Los individuos son
la gasolina necesaria, que rápidamente se tiran cuando
ya no sirven.
El ideal o la heroicidad suele proceder de una decisión
previa y una convicción individual que respeta al sujeto,
la experiencia y los argumentos. Por el contrario, en los
movimientos totalitarios, el fanatismo mantiene unidos a los
miembros no por la experiencia o los argumentos, sino por
la identificación con el movimiento y su líder.
Para lograr semejante grado de fanatismo previamente han debido
eliminar en el individuo la capacidad de experimentar y de
argumentar libremente. Hannah Arendt lo llama atomización.
Los totalitarismos encuentran la fuerza en el número
de miembros, fuertemente vinculados y convertidos en masa,
fanatizados y atomizados. La diferencia entre los distintos
tipos será mínima: poco importará organizar
a la masa en nombre de la raza, de la clase social o de la
verdad.
Igualar a las personas no es suficiente para los regímenes
totalitarios porque dejaría intactos ciertos lazos
familiares o culturales. Debe acabar de raíz con la
existencia autónoma de cualquier actividad libre. La
uniformidad es una condición previa en el totalitarismo,
Himmler decía que un miembro de las SS era un hombre
nuevo que en ninguna circunstancia hará una
cosa por su propio interés. En la sociedad
soviética se llegó a la atomización a
base de purgas que invariablemente precedían a la liquidación
de grupos. Las purgas tratan de destruir los lazos sociales
y familiares, amenazan desde los simples conocidos hasta los
familiares y amigos. Una frase de Hannah Arendt resume perfectamente
la esencia de lo que queremos decir:
Los movimientos totalitarios son organizaciones
de masas de individuos atomizados y aislados. En comparación
con todos los demás partidos y movimientos, su más
conspicua característica externa es su exigencia de
una lealtad total, irrestringida, incondicional e inalterable
del miembro individual (
) base psicológica de
la dominación total. Sólo puede esperarse que
semejante lealtad provenga del ser humano completamente aislado,
quien, sin otros lazos sociales con la familia, los amigos,
los camaradas o incluso los simples conocidos, deriva su sentido
de tener un lugar en el mundo solo de su pertenencia a un
movimiento, de su filiación al Partido. La lealtad
total es posible sólo cuando la fidelidad se halla
desprovista de todo contenido concreto, del que surgen naturalmente
los cambios de opinión (H. Arendt, El
origen
, p.405).
Un movimiento que se mantiene constantemente en marcha y
domina al individuo en todas y cada una de las esferas de
la vida. No deseo ser Yo, quiero ser Nosotros
confesaba Bakunin, y Nechayev predicaba el nuevo evangelio
del hombre sin intereses personales, asuntos, sentimientos,
lazos, propiedad, ni siquiera su nombre propio.
Destruyeron la intimidad y la moral privadas, eliminaron toda
iniciativa intelectual espiritual o artística, porque
el dominio total no permite la libre iniciativa en ningún
campo y en ninguna actividad. Los talentos se sustituyen por
el fanatismo, única garantía de la lealtad.
En los países totalitarios se afirma que la propaganda
y el terror ofrecen dos caras de la misma moneda. Donde el
totalitarismo posee un control absoluto, se sustituye la propaganda
por el adoctrinamiento y se utiliza la violencia (o la coacción)
no tanto para asustar sino para imponer sus doctrinas y mentiras.
Propaganda para los de fuera, adoctrinamiento para los de
dentro. Donde el dominio sea efectivo y total, desaparece
la propaganda. Con otras palabras, la propaganda es un instrumento,
quizás el más importante del totalitarismo,
para relacionarse con el mundo exterior. El terror (o la coacción)
constituye la esencia de su forma de gobierno. Más
que las amenazas directas o los crímenes contra individuos,
el totalitarismo prefiere las alusiones indirectas, veladas,
amenazadoras, contra quienes no atiendan a sus enseñanzas.
Una enseñanza infalible, por otra parte, porque el
líder del movimiento totalitario no puede equivocarse
jamás ni puede reconocer un error. No tanto por su
superior inteligencia, sino por haber sabido interpretar sin
error la ley de la Historia, de la naturaleza o de Dios.
Como el sentido común se desarrolla en la vida comunal
y los miembros atomizados de los movimientos totalitarios
la habían perdido, en un desarraigo social y espiritual,
la mentira y la arbitrariedad pueden venderse dentro de la
propaganda. La línea divisoria entre la ficción
y la realidad queda difuminada por la ausencia de sentido
común; entonces la propaganda totalitaria puede hacer
y decir lo que quiera. Aíslan a la gente del mundo
real. Después rodean las esferas del poder del máximo
secreto y lanzan la ficción y la mentira como si fuera
verdad. En el caso de los nazis, la ficción más
eficaz fue hacer creer la historia de una conspiración
judía. La propaganda y sus mentiras consolida la organización
y proporciona a los individuos atomizados algún elemento
de identificación.
La organización totalitaria depende del líder,
la voluntad del Führer en el caso nazi. Ésta
es la ley suprema en un régimen totalitario. Lo rodea
un círculo interno de élite que difunde en torno
a él un aura de impenetrable misterio. El líder
ejerce una defensa mágica del movimiento contra el
mundo exterior y, al mismo tiempo, es el puente que relaciona
con el mundo. Reivindica en el individuo atomizado que lo
sigue la responsabilidad personal según el
cual, cada funcionario no es solamente nombrado por el jefe,
sino que es su encarnación viviente y se supone que
cada orden emana de esta fuente siempre presente.
(H. Arendt, Los orígenes
, p. 462).
La identificación del Jefe con el subordinado y este
monopolio de responsabilidad es lo que distingue a un líder
fascista de uno totalitario. Un tirano nunca se identificaría
con sus subordinados y, menos aún con cada uno de sus
actos. Podrá utilizarlos como víctimas propiciatorias,
pero siempre mantendrá una distancia con ellos. El
líder totalitario no puede tolerar ninguna crítica
de sus súbditos, dado que éstos actúan
siempre en su nombre. El control llega a ser total gracias
a que cada individuo atomizado se siente sometido a constante
vigilancia incluso por parte de sus compañeros. Todos
espían a todos.
La destrucción de los derechos humanos es un prerrequisito
para dominar enteramente al hombre. El paso siguiente será
la preparación de cadáveres vivos,
atomizados, asesinando la persona moral, corrompiendo la solidaridad
humana. Una vez asesinada la persona moral y aniquilada la
persona jurídica, casi siempre tiene éxito la
destrucción del individuo. Y para destruir la individualidad
hay que matar la espontaneidad, la capacidad del hombre para
empezar algo nuevo. Entonces, sólo quedan marionetas
y fantasmas.
6. Apuntes
para una historia de la "santa coacción":
"El Soladitium Pianum" (5-05-2006)
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