HOMENAJE
Enviado por C.V. el 19 de noviembre de
2003
Esto es un cálido homenaje y un cálido recuerdo.
Sé tu nombre, tu vida, tu pasado, tu presente. No sé
tu futuro, no sé que te deparará la vida, ni
cuantos sufrimientos más conocerás, ni cuántas
soledades, ni si cometerás más errores. No sé,
y es lo importante, si esa felicidad que buscabas, que anhelabas,
la habrás encontrado, si descansarás en ella,
o seguirás con tu soledad a cuestas. Porque ya no sé
de tu corazón, desde que hace 5 años dijeras
adiós a tu pasado.
Porque esta es la vida de un sacerdote de Roma que llegué
a querer como a mi mejor amigo. Porque esta es la historia
que me dio libertad dentro de la obra para ver, sin miedo;
para amar sin miedo; para decidir, sin miedo.
Para ver que no era oro todo lo que reluce y que el pan es
pan y el vino es vino aunque lo diga el rey desnudo.
Para amar de verdad a quien de verdad se ama.
Para decidir sin miedo sobre la propia vida y en las manos
de Dios poder dar gracias por lo bueno vivido, poder poner
lo malo en su sitio y dejarlo atrás, y empezar la vida
en otra orilla en otro mar.
Pero Amigo, yo tuve esa suerte, aprendí de esa libertad,
pero a ti te veía caer, caer, caer. Sólo, abandonado,
incomprendido.
Sí, yo fui pragmático. No quise combatir con
molinos de viento. Tenía que buscar mi norte y mi sentido,
simplemente, sencillamente. Decidir dónde debía
estar, sin pelear, sin gritos.
Tú, como un Quijote de la Mancha, decidiste derribar
los gigantes, combatir, gritar, herir. Pero saliste tú
el herido.
"¿Sabes qué es lo que te pasará
a los 40 años si sigues en la Obra?" me decías,
"que te encontrarás con el corazón sólo
y ansiarás alguien concreto a quien amar, a quien abrazar".
Tu corazón ya gritaba herido de soledad y de amargura.
Eras soberbio, sí (eso te decía la Obra), pelín
engreído, lleno de ideas, profundas, completas, sistémicas,
que alcanzaban y captaban el porqué de los comportamientos
en la Obra, enamorado de ti mismo, y a medida que más
incomprendido por la Institución, en tu soledad más
lleno de ti. A medida que tu crisis avanzaba de delegaciones
a comisiones a Bruno Buozzi tu vida se llenaba más
de ti mismo...
"Soberbio" te decían, me decían de
ti. Y sí y no. Porque no veían tu soledad, tu
corazón roto. Y a falta de quien te comprendiera, de
quien te valorara, te valorabas tú sólo hasta
que alguna voz amiga te valorara por ti mismo.
Y esa voz amiga tomó cuerpo de mujer. Te sentías
ido, perdido, alucinado, enamorado. Tu vida, rota, resquebrajada,
encontraba un pié, un soporte en esa mujer que te comprendía,
que te quería.
Vuestras vidas, vuestras dos vidas, se tambaleaban. No sabíais
dónde poner el norte, qué hacer. Y tú
seguías luchando contra los molinos de viento. Te iban
apartando de la gente de la Obra. "Es un corruptor de
vocaciones". La Obra lo intentaba a su modo. Te quería
ayudar, lo sé. Pero no podía, primero porque
no comprendía tus críticas. Nos las podía
comprender porque nunca las admitía, y buscaba dónde
situarte, donde ubicarte. ¿En una parroquia? ¿En
un colegio?
Tu no querías centros, no. Ya había sido mucho
sufrimiento. Como tus batallas por dar las meditaciones como
te dictaba la conciencia. "Oye, que ya está bien,
que este cura rebelde no cita nunca a nuestro Padre, que habla
de Jesús" Y corrección fraterna al canto.
Y tú erre que erre. Ya sin correcciones fraternas el
cuerpo rígido del centro, escandalizable e hiriente,
criticaba, irónico, en las cenas, "jo, cura reaccionario,
serás de la teología de la liberación".
Y tú te defendías, seguías hablando,
criticando, luchando... Pero los gigantes eran molinos y te
derribaron antes a ti.
Ninguna voz amiga, ningún consuelo. "Alejadme
de ese centro". Y luego de ese otro, y de ese otro...
Porque tu corazón seguía sólo.
"No puedo más, voy a pedir ayuda a un cardenal
que conozco" Y yo, pequeño, de poco mundo, pero
con más sentido común te decía que ni
era el modo ni el camino. Que nadie en la Iglesia tomaría
partido por un cura soberbio en contra de la Obra. "Me
tendrá que escuchar, me comprenderá". Y
yo te decía que no, que no era el medio.
Quién apostaría por un cura numerario que incumplía
las normas de prudencia critificadas en la Obra con las mujeres,
y que ¡escándalo! le habían visto tomar
un café, en un risttorante, con una mujer, además
divorciada. Si, chivatazo de una super, escandalizada, que
no se paró a pensar la razón de tu café.
Y tú entre lágrimas, me contabas dolido como
te habían dado un aviso (¿sería una admonición?)
sin escucharte que esa mujer entre lágrimas te pedía
ayuda porque su marido (ex) la pegaba (y no recuerdo si a
sus hijos). "Esa no es nuestra misión", te
decían. Tú querías defender la conciencia,
el compromiso de la conciencia, el riesgo a vivir la vocación
con todas las consecuencias... No eran sólo gigantes,
eran molinos de la Mancha que ni los 50º grados del verano
han conseguido derribar en tantos cientos de años.
"Yo fui un numerario típico, director de centros,
de órganos de gobierno... Pero un día me hice
cura y me cambiaron los esquemas. Empecé a descubrir
sufrimientos de verdad, problemas... No ya el "no he
hecho tal norma", "me despisté en el rosario"...
sino la vida misma, que venía a mi, sacerdote de Cristo,
en busca de consuelo. Y cambié, me di cuenta de la
rigidez, de la comodidad de la numerariez, de la falta de
compromiso, de la teoría".
Y empezaste a cambiar, hablabas sin miedo, con uno, con otros,
con otras. Los numes y las numes críticos empezamos
a acudir a ti como un bálsamo. Las mujeres con problemas
familiares te abordaban: es que nos comprendías. Vaya,
eras una ventana abierta, con luz, con libertad, con verdad...
Y muchos nos fuimos, ¿por tu culpa? No. Pero gracias
a ti descubrí la conciencia, la libertad, el amor que
es entrega, compromiso. Nunca me lo dijeron claro, pero si
velado. "Ha sido el culpable de muchas deserciones"
Y yo protestaba, pues en mi caso, no llegas a aparecer y hubiera
abandonado la Obra con odio y con rencor. Pero apareciste
y me marché agradeciendo, valorando lo bueno y sabiendo
lo malo, y con la conciencia tranquila. Pero no sé
si me creían cuando les decía esto. (Lo de lo
malo nunca me lo admitieron: "son las personas, siempre
me decían. Eran molinos y yo no intentaba combatir
con ellos. ¿Quién será capaz de hacer
ver que existe, no sólo las personas erradas, sino
la estructura errada, o institucionalizada? Pero yo no era
Alonso de Quijada ni Teresa de Jesús)
Porque yo era pragmático, y sólo buscaba mi
camino. No gritaba, no peleaba, pícaramente, confiadamente,
(porque encontré directores buenos que me querían)
pedía y se me daba. "Ahora necesito irme de curso
anual, para pensar sobre mi futuro, sobre lo que quiero hacer
con mi vida, si seguir o no.... No, ahí no, tampoco
de Retiro, sólo paz y tiempo. ¿Montaña?
No, playa". Y se me daba.
Y yo tranquilo, viendo olas y culos (perdón, pero
es que un cura abierto de mente nos llevó a ver culos,
"no miréis mucho", nos decía "pero
¿a qué es lindo el paisaje?". Y sé
que pensaba en el paisaje, el sol, cómo se ponía,
las olas, el mar oro y cobre. Pero me gustó su libertad.
No huía del mundo, vivía en él y era
él el que miraba lo que quería, nada de criterios,
ahí sí se puede ir ahí no. Y yo agradecido,
nunca había visto tanto paisanaje en el jardín
del Edén). Sí, yo tranquilo, al son del mar,
meditaba sobre mi vida, a quién darme, en quien descansar,
el sentido de mi existir, del amor, del reír, del sufrir,
del llorar. Para intentar vislumbrar dónde poner mi
corazón, dónde poner mi vida.
Yo no era Quijote, pero tú, Amigo, peleabas en tu
rocín flaco y famélico, tu Rocinante que eran
tu carisma, contra la Institución... Día tras
día, sin descansar tu corazón, sin buscar tu
norte y tu sentido. Hacías de tu vida la lucha de tú
razón contra la sinrazón de la Obra. Tu adarga
escasa contra los Molinos.
Pero el corazón no puede ser abandonado, no se le
engaña, y tú le engañabas. Pensabas que
el problema era la institucionalización. Pero no, el
problema era, tu problema era, la soledad de tu corazón.
Luego esa amiga te entregó su alma. Y la frialdad
de la Obra fue el empujoncito que te faltaba para romperte
entero, en mil pedazos, y que ella fue recogiendo poco a poco
y una vez, tu corazón recompuesto, se lo diste a ella.
No sé que pensará Dios, yo sólo sé
que una mujer ha ganado lo que hemos perdido muchos. Y eso
me da pena. Ya no te podemos compartir, acudir a ti, saber
de ti. Porque rompiste con todo tu pasado.
Hoy sé que no se puede vivir luchando, que sólo
se puede vivir amando. Y que el corazón roto es la
mayor tragedia de la Obra. Si, lo malo de la institucionalización
no es si "falda sí o falda no", si no que
se vive sólo y se muere sólo Y que por eso palabras
como "familia, amor fraterno... " con un corazón
roto son fuego que queman de terror y hunden en la soledad.
Que por eso con un corazón solo la falda duele, porque
se presta más atención a los centímetros
que al corazón.
Hoy sé que el corazón no se puede engañar,
abandonar. Habla siempre, grita siempre, callado, velado,
pero grita. Hoy sé que no se puede abandonar el pasado,
que no se puede renunciar a lo que se ha sido. Hay que ponerlo
en su sitio, recomponer el corazón, para encontrarle
un sitio, un sentido, su sentido y su descanso, su jardín
donde nos hable de nosotros y de aquel (o Aquel) a quien amemos.
Nuestra vida fue, Amigo, la búsqueda de un lugar en
dónde descansar el corazón, en dónde
entregarlo. Y no lo supimos hasta que roto, veíamos
cómo se nos escapaba. Porque esta fue tu tragedia,
tu drama: que tu corazón estuvo roto, solo; y nadie
en la Obra lo supo acoger.
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