HOMBRES
Y UN PADRECITO
DRAKE, 3 de junio de 2005
Mi abuelo materno era pescador de mar. Mi abuelo paterno hacía
entregas de leche puerta a puerta. Mi padre hacía lo
mismo pero con pan. Los tres se iban a trabajar muy de madrugada
y no regresaban hasta al final de la tarde, o sea, de sol
a sol. Durante todas sus vidas. Los modelos de padre entre
los que me crié eran de hacer lo que se debe, no quejarse
nunca y disfrutar de lo que uno tiene.
Después vino el monsenor. Que primero conocí
en la película de los caminos-divinos-de-tan-buen-ganadico.
Después, en las tertulias filmadas (que poco tenían
de tertulia porque siempre hablaba él). Todo pulcro
el monse: pelo con gomina, peine en el bolsillo, gemelos,
manos finas. Amanerado, dramático, gritón, chillón,
fanfarrón. Según él, servidor de los
servidos de la servidumbre, pero siempre el centro de la atención.
Chupando cámara. Nada que ver con la paternidad que
conocí en mi familia. Un extraterrestre el padrecito
de los mil apellidos.
El hecho es que fueron muchos los que tuvieron que superar
la possible falta de buen espíritu y contar
que tenían difícil devoción al padre
de la estampa. Que por mucho que lo intentaban, no lograban
identificarse con él. No les salía. Como digo,
un extraterrestre. Y qué alivio encontraron estos muchos,
quizá por no esperárselo, cuando se les contestaba:
Pues, mira, a mí tampoco.
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