HECHOS
Y REFLEXIONES PARA COMPARTIR
MALCO, 28 de septiembre de 2005
Llevo un mes o quizá algo más leyendo esta
web, y tengo muchísimas cosas que decir, quizá
porque descubro ahora todo lo que me queda por meditar. Lo
mejor es ser ordenado, empezar por el principio y contar,
muy resumidita, mi historia con el Opus Dei. Veo que es imposible
no ser esquemático, incluso a costa de la riqueza de
la realidad, puesto que la realidad no cabe en una carta,
ni en mil.
Mi abuelo, que en Paz descansa, era Supernumerario, y yo
fui, pese a que mis jóvenes padres no eran creyentes,
a un colegio-obra corporativa. Recuerdo que hice la comunión
convencido, agradecido, pese a que mis padres no estaban muy
entusiasmados. Ahora reconozco que fue una gran lección
por parte de mis padres: no debía hacer la comunión
por los regalos, o por que todos la hacían, sino porque
yo quisiera. Y quise. Mi abuelo, por supuesto, presionaba
a su manera. No tardé mucho en dejar de ir a Misa,
en parte por influencia de algunos compañeros díscolos,
en parte por la atracción precoz hacia lo sexual, y
en parte -pienso ahora- porque en mi casa no había
ambiente de práctica cristiana.
También estaba la rebeldía natural que me adornaba
(o afeaba). El hecho es que fui piedra de escándalo,
ya tan pequeñito (con once años) el día
que les tomé la palabra a los profesores, y decidí,
en libertad, no asistir a la Misa de Curso, en
el Colegio. Qué mal ejemplo para los demás alumnos.
Recuerdo que otros quisieron seguir mi ejemplo, pero desistieron
tras las presiones del cura. Yo balbuceé que no creía
en Dios, y el cura me preguntó que si me la tocaba.
Me zafé con habilidad. En fin, me dejaron más
o menos tranquilo. Supe a posteriori que por influencia de
mi abuelo, que tenía peso en el colegio, y también
-he de decirlo- porque muchos profesores me querían,
no fui expulsado. Y me merecía la expulsión,
según los parámetros de disciplina de entonces.
Era muy rebelde, pese a ser de los que sacaban casi todo sobresaliente,
y tenía muchas merecidas faltas de comportamiento.
Fui muy bien tratado, pese a todo, en mi colegio. Gente de
la obra -como el director de E.G.B., supernumerario, o el
conserje, o muchos profesores del Opus Dei- me trataron con
cariño, me tenían en cuenta, me respetaban.
Bueno, pensaréis que es remontarse un poco lejos
para contar lo de mi pitaje, pero creo que no, que es una
necesaria introducción. Veréis, a los catorce
años, estando en primero de B.U.P, yo sentía
una impropia melancolía e inquietud interior (impropia
por la edad, supongo), y, a la vuelta de las vacaciones de
verano le dije al cura -ese de la Misa y los tocamientos-
que quería hablar con él. Yo era un poco raro
para mi edad, precoz, y leía a Freud, leía de
todo. El caso es que, aprovechando un campamento, y algún
que otro rato, le expuse mi crisis. Siempre he
creído que fue una verdadera conversión, y durante
muchos años he vivido del sentimiento de gratitud,
de feliz inmerecimiento, que siente el converso. Aún
lo pienso, sólo que ahora veo que la conversión
no es sólo una vez, sino muchas, aunque ya no se siente
con la misma intensidad (o tal vez sí, la vida sigue).
Aunque fuera tan jovencito, he de decir que fui yo el que
se acercó al sacerdote, y fui yo quien le contó
mis razones, mis dudas acerca de si la Fe, después
de todo, era verdad. Es decir, Dios me había
tocado, y yo respondía como podía a ese toque.
Y me doy cuenta ahora de que el único ámbito
en el que podía responder entonces era la Obra, ambiente
en medio del cual me encontraba. En una convivencia, que recordaré
siempre, me confesé (con el mismo cura, sí),
y fui rotundamente feliz. Estuve leyendo Dios existe. Y
yo me lo encontré. de Frossard.
Muy al estilo de mi carácter, el siguiente paso -según
lo veo ahora- fue bastante lógico. Si algo era bueno,
yo quería doble ración. No querías
sopa, pues toma dos cazos, dice un dicho popular. Así
que fui a por mi otra ración. Después de ir
por un centro de agregados (labor de San Rafael, y de San
Miguel), y de tener una intensa amistad -entonces todo era
intenso- con algunos profesores de la Obra, pedí la
admisión. Sí que hubo insinuaciones (incluso
una vez, desde el púlpito), pero lo que es seguro es
que no me hablaron para pitar. Yo me fui al despacho por mi
cuenta y lo pedí con vehemencia. Era la época
de El valor divino de lo humano, de Urteaga, con su
tono exagerado y fiero, que tanto me gustaba -y que tanto
me repele ahora.
Haceos una idea: cuando pité, lo mío fue una
campanada. Fulanito ha pitado, ¡No
me digas! Por este hemos estado rezando mucho
tiempo, etc. Tenía el pelo largo, tocaba la guitarra,
sacaba buenas notas, y era pícaro, por decirlo así.
Y mi abuelo muy contento, porque era el único en su
familia que estaba en el ajo, y le gustaba poder
hablar conmigo de esas cosas. Era muy forofo de
la Obra, como casi todos los supernumerarios mayores, con
hijos, que he conocido (en torno al colegio). Había
conocido al Padre (es decir, a Escrivá). Otro asunto:
en la web, veo muchos testimonios de ex-numerarios y ex-numerarias,
y muy pocos de agregados y supernumerarios, aunque a lo mejor
me confundo, llevo poco tiempo leyéndola. Y los que
veo de agregados me recuerdan -disculpadme la humorada- a
los que llamábamos, de guasa, agregarios,
es decir, agregados con aroma numeraril. Es difícil
de explicar: tengo un amigo ex-nume, y lo que me cuenta de
su centro de estudios tiene muy poco que ver con lo que yo
viví. Yo estaba con muchos agregados jóvenes,
de B.U.P. y F.P., en una ambiente nada intelectual o académico,
y algunos agregados más curtiditos, pero eso sí,
todos de barrio. Los numerarios eran sólo
los del consejo local. Teníamos una broma sobre los
numerarios jovencitos que llegaban para el consejo local,
de quienes decíamos que venían de West
Point, con su formación estricta en los criterios-para-todo,
pero sin haber pisado tierra firme nunca. La mayoría,
como digo, eran agregados, y el estilo de vida que se llevaba
era muy diferente al que he leído en los testimonios
de opuslibros, y al que me cuenta mi amigo ex-numerario. Hacíamos
bastante lo que nos daba la gana, y me sentí, en general,
muy querido. Algunas normas, como la Misa, las hacíamos
juntos, pero por las circunstancias, como el hecho de tener
oratorio en el Colegio, no por indicación expresa.
Cada uno tenía que buscarse la vida, tener sus amigos
(eso sí, traer gente al club, a la meditación,
etc), hacer sus normas y demás. Y el que no fuera a
Misa por la mañana, pues ya iría por la tarde
a su parroquia o a donde sea. Tuve muy buenos momentos en
el Club, tanto en la oración (experiencia que fue real
y de la que aún me alimento, aunque de modo distinto),
como en la humanidad de mis hermanos. Tuvimos muy buenas juergas,
noches de cachondeo, convivencias magníficas, música,
deportes, cierto ambiente de travesura con otros agregados
jóvenes, y mucha vida. Mi pitaje coincidió casi
con el viaje del Papa a España, en el 93, y fue para
mí muy emocionante, como converso. Siempre me dijeron
que el Papa quería muchísimo a la obra, y eso
me daba mucha tranquilidad, como de estar en el lado
correcto.
Mi crisis no tuvo que ver con la sinceridad, pues hasta
el último día conté todo lo que pensaba,
todo lo que me pasaba (incluso una novieta que me duró
dos semanas, y seguí siendo agregado). No me costaba
nada, pues yo hablo mucho, y tengo cierta tendencia a contar
hasta lo más íntimo. No creo que tuviera tampoco
que ver directamente con el sexo, aunque yo estaba deseando
salir con una chica. Más bien fue algo normal. Una
persona en esa edad está en continuo cambio, y yo no
era el mismo que a los quince. Estaba un poco depresivo (vi
a algún psicólogo), y tenía problemas
familiares. También empecé a suspender asignaturas,
y repetí curso, que decidí hacer en un Instituto.
Allí había chicas, y eso me cambió mucho.
Esa sí que era una asignatura pendiente. Se podría
resumir diciendo que no me fui del Opus Dei porque me pareciera
espantoso, sino porque vi que, después de todo, no
era lo mejor para mí. La buena tierra de la que habla
la parábola del sembrador, también tiene que
ser una vida equilibrada, que yo entonces no tenía;
ya no tenía fuerzas, ni ganas, ni apetencia, de todo
aquello. Aunque no fuera tan consciente como ahora que lo
redacto. Es curioso: no he tenido nunca la impresión
de haberme ido por las malas (porque no fue así), ni
tampoco de que se me echara. Y no encuentro muchos testimonios
parecidos.
Estuve en el Opus Dei tres años y medio. Hice la
admisión, pero para la oblación me dieron una
prórroga, porque no estaba yo muy por la labor (nunca
mejor dicho). No me trataron mal. Bueno, hay alguna excepción,
como la consabida frase de que iba a ser muy desgraciado.
Pero eso, a la única persona que me lo dijo, se lo
perdono, conociendo como son las cosas dentro, y el carácter
de éste, que, por otro lado, me aguantó muchas
malas maneras. Supongo que me lo dijo porque estaba en
el guión. Por supuesto que me dijeron que la
vocación era para siempre, y que yo era de la Obra
como el que más, desde el primer día. Yo escribí
la carta con casi quince años (cuatro cuartillas, contando
mi conversión y todo), y me fui con dieciocho años
y medio. Me mandaron a hablar con una persona de delegación
y el trámite de mi salida fue muy suave, como de
mutuo acuerdo, con tiempo para pensar, sin amenazas
de infierno ni nada, lo que no me hace poner en duda vuestros
testimonios, porque sé que esto también ocurre,
y es lamentable. Es más: es una aberración.
Otro ejemplo diferente: yo estaba estudiando música,
y entonces pensaba dedicarme a eso, y no estudiar en la Universidad.
Me plantearon, una vez, que lo dejara, teniendo en cuenta
la labor, y los estudios; no se entendía que el Conservatorio
fuera estudiar, cuando es una de las carreras más duras
y hermosas que existen, pero eso no le pasaba sólo
a los de la Obra, sino a mucha gente. Pero yo, que me sabía
la teoría, acudí al cura (era una convivencia)
y se lo expuse. Le dije que era mi vocación profesional
(luego no lo ha sido) y que en eso no se podían meter,
citando muy pertinentemente los textos fundacionales al respecto,
y mi condición de agregado, que no tiene que ser universitario
(en mi centro había un albañil, aunque no era
lo más frecuente). Aparte de la ignorancia del director
en el tema de los estudios de música. Total, que hubo
reconvención al director, y me dejaron hacer lo que
quise. Es más, recuerdo que una vez el subdirector
me transcribió, de que no sé qué texto
interno, unas palabras del fundador acerca de la necesidad
de estar en los ámbitos artísticos, cinematográficos,
musicales, teatrales. Se lo agradecí mucho. Hubo un
compañero, no obstante, al que le dieron mucha caña
para que dejara otra vocación profesional artística,
porque era propicia a la lujuria y el desvarío.
Y eso me enfadó mucho, aunque me parece que yo ya estaba
fuera.
La persona de Delegación con la que tramité
mi marcha me dijo, antes de despedirnos, que no me agobiara
con normas y todo eso. Que fuera a Misa los domingos, y procurase
sentir la Presencia de Dios el resto de la semana. Y que me
confesara, pero que no me preocupase por ninguna norma concreta,
por el momento. Me dijo que él mantenía relación
con muchos antiguos miembros de la Obra, con los que quedaba
de vez en cuando para tomar una cerveza, y que, además
-esto es lo bueno- hay otras espiritualidades aparte del Opus
Dei, tan necesarias y buenas, y que quién sabe cuál
sería la mía. Esta persona me ha escrito durante
años, nos hemos visto alguna vez, y yo -ay- no le he
correspondido del todo; pero me parece impecable su comportamiento.
Al pasarme estos años por el colegio, y encontrarme
a la gente de la Obra, en general siempre me he encontrado
mucha amabilidad y un sincero alegrarse por verme. Excepto
alguna persona que se veía envarada, incómoda,
pero era lo raro.
Hasta aquí la narración. Habría muchísimo
más que contar, claro, cientos de anécdotas,
algunas con mucha miga, pero creo que es suficiente. Ahora
algunas reflexiones:
1 - Está claro que mi experiencia difiere de otras
más amargas narradas en la web. Incluso pienso que
lo he pintado un tanto bonito; y quizá sea por mi tendencia
a contradecir. Yo ahora recuerdo como una edad dorada esa
época entre los quince y los diecinueve años,
o sea, dentro de casa (como se decía), y luego fuera,
con los amigos de entonces. Mis amigos después de la
Obra eran los mismos que cuando estaba dentro, alumnos del
colegio, porque nunca me vi coartado en mis amistades; sencillamente
se me recordaba la necesidad de hacer apostolado y proselitismo
con ellos. Le hablé para pitar a uno de mis amigos
(le di bastante la lata, ya sabéis), pero no funcionó.
Me alegro de que no funcionara, porque está claro que
no era lo suyo. Quiero decir que recuerdo con cariño
mis dos primeros años en casa, la oración, los
demás del club, y también mi primer año
fuera, los amigos (también cercanos a la Obra), las
primeras novietas...
Estas experiencias, grabadas en mi corazón, me impiden
sentir amargura al pensar sobre la Obra, porque es una época
de mi vida en que fui muy feliz. No es fácil separar
el trigo y la cizaña en el recuerdo. Más bien
es una dualidad inevitable. Siento simpatía y a veces
compasión por personas que escriben en la web, y estoy
de acuerdo con mucho de lo que se dice. Pero ese estar de
acuerdo es, más que una maldición de mi pasado,
una ayuda para reflexionar en mi búsqueda actual de
espiritualidad en la Iglesia.
2 - Estuve, con mi novia, en una comunidad neocatecumenal,
durante unos meses. La dejamos, por muchos motivos, pero supongo
que porque tampoco eso era del todo lo mío (ahora lo
nuestro). Pero me hizo mucho bien, porque me abrió
los ojos sobre la multiforme variedad de la Iglesia. Había
cosas que me molestaban de la Obra, que luego eché
en falta en el Camino Neocatecumenal, como cierto rigor intelectual,
formación, algunos criterios claros, y la posibilidad
de dirección espiritual personal, el tener alguien
con quien hablar. Echaba de menos a alguien con autoridad
que pudiera decir: mira, esto que dices no es doctrina de
la Iglesia, y esto sí. Pero también me gustó
mucho la vivencia de la Eucaristía como Misterio Pascual,
que ellos hacen, la comunión bajo las dos especies
-¿para cuándo en el resto de la Iglesia?- los
cantos, la vida de comunidad, su espontaneidad tan poco voluntarista
(incluso excesivamente providencialista, diría
yo). Y el hecho de no estar pendientes continuamente de la
culpa, de la revisión de los fallos, de cumplir normas,
del examen de conciencia. Así es de compleja la realidad.
Ratzinger ha dicho en varias ocasiones que muchos cristianos
occidentales, ante tanta institucionalización de la
Iglesia, se encuentran como desubicados, con el sentimiento
de que no encajan en sitio alguno, en una institución
concreta. Lo dice como crítica, concluyendo que, de
haber nuevas reformas, tendrían que ser para eliminar
instituciones, aparatos, no para crear más. Estoy muy
de acuerdo. Por aquí va mi búsqueda actual.
3 - Mantengo la amistad con algún miembro de la Obra.
Son buenos amigos, y puedo hablar -sobre todo con los agregados-
de todo lo que aquí expongo. Estamos muy de acuerdo
en muchas cosas, aunque, claro, ellos están dentro,
y debe ser más duro. Uno de ellos me dijo hace poco
...pero si yo tampoco encajo en la Obra,
y sin embargo, esto es una relación amorosa con Nuestro
Señor, y eso es lo que cuenta. Estoy convencido
de que vive con buen espíritu, aunque se ha tenido
que currar mucho su status, su modo de ser, su
vida en definitiva. Conozco agregados mayores cuya relación
con el centro es de una vez a la semana, para el círculo,
luego ven a su gente (a los que llevan la charla) quedando
en la calle, en un bar por ejemplo. Y tienen sus amigos, y
su trabajo. Con el que es numerario difiero muchas veces,
pero nos unen tantas cosas verdaderas, y ha hecho tanto por
mí (al margen de lo estrictamente prelaticio) que eso
lo salva todo. A mis amigos agregados les dijeron que no me
siguieran viendo, cuando lo dejé. Y mandaron a paseo
al director (lo cual, cuando me lo contaron, me produjo gran
regocijo -con cierta guasa-, pero también fue para
mí un ejemplo evangélico). Y ahí siguen.
He visto clara una cosa: los consejos locales van y vienen,
pero el agregado sigue ahí, anclado en lo suyo.
También tengo una amiga supernumeraria, que pitó
con veintitantos años, conociendo la Obra desde el
club juvenil, de madre supernumeraria, y que me ofrece una
perspectiva distinta, y muy interesante. Ella no se reconoce
en casi nada de lo que le cuento, y veo en su comportamiento
y su ámbito vital una libertad interior, y una desenvoltura,
que me admiran. Me dice que no le gusta nada el libro Camino,
que prefiere otros, como Amigos de Dios. Cuando le
digo que el autor de Camino es santo, me responde: Sí,
pero cuando lo escribió todavía no lo era.
Esta frase me ha encantado, aunque no lo explique todo.
4 - De mi quinta se marcharon casi todos. Es una realidad
innegable, y una crisis que probablemente no se puede analizar
con ligereza. Una de las razones es lo de las incorporaciones
sucesivas. Es de sentido común que lo que decida un
chaval a los catorce o dieciséis años no es
muy de fiar, en su perduración. Por eso estoy de acuerdo
con el análisis que hacía, creo que Pedro, sobre
el planteamiento de la vocación a los muchachitos.
Esto, me parece, debería cambiar. Pero sólo
cambiará desde dentro, cuando vean que el sistema se
cae, que falta gente. Por el testimonio de lo perjudicado
que se queda uno después de irse, no creo que cambie
nada dentro, pues el propio sistema cerrado hace que se rechace
como adverso.
5 - No voy por ningún medio de formación del
Opus Dei; veo que cada vez me gusta menos su praxis, su estilo,
lo que podríamos llamar su modo de desenvolverse en
el mundo, con sus criterios a cuestas, su voluntarismo y su
horario, su desconfianza hacia casi todo lo que es ajeno.
Detesto la instrumentalización de la amistad, el clasismo
(ese ir a por los mejores, ¿quiénes
son los mejores?), el machismo sociológico, el hecho
de que existan numerarias auxiliares (aunque esto precisaría
muchas matizaciones), y el tener recetas pre-cocinadas para
casi todo. Abomino del índice de los libros que se
deben o no leer (se decía que se pueden leer),
y el hecho de que los célibes no vayan al cine o al
teatro, lo que es una contradicción en su espíritu
laical en medio del mundo. Y -ahora lo voy viendo, entonces
participaba como el que más- el culto a Escrivá,
a D.Álvaro, etc. Respecto a Escrivá, algunos
textos suyos son terriblemente catetos y fanáticos,
aunque parece ser -lo digo sin ironía- que tal condición
no excluye de la santidad, como puede verse en el santoral.
Cada vez me gusta menos su obsesión por el sexo, descentrada
y nada evangélica. Es un gran error que a la castidad
se la llame Santa Pureza, porque la pureza es un concepto
mucho más amplio, más central, que remite al
corazón del hombre, a su integridad, a su totalidad,
y no algo sólo relacionado con la sexualidad, aunque
sea muy importante. Y no me gusta esa impresión de
nosotros somos el catolicismo vivido en plenitud,
que, al margen de la arrogancia del pensamiento, no es verdad.
6 - Sin embargo, ¿por qué, me pregunto, me
siguen preocupando estos temas? Es más, ¿por
que ocupo tantas horas en opuslibros, o en hablar sobre la
institución? Sobre todo teniendo en cuenta que la narración
que inicia mi carta suena tan indulgente, o benévola
hacia el Opus. Pues no lo sé muy bien, pero sucede,
y quizá tenga que ver con las claves que busco en mi
vida, con la búsqueda del camino extraviado hacia la
oración, hacia una nueva espiritualidad. Yo no he conocido
por dentro nada más que la Obra, excepto esos meses
en el Camino Neocatecumenal, y quizá al leer opuslibros
puedo ir decantando, aclarándome, estimulando mi pensamiento.
Creo que este es un largo camino.
Bueno, me he extendido bastante, y temo que no me leáis
al ver lo larga que es mi aportación. Se me han quedado
algunas cosas interesantes que contar, como una novia que
tuve, que luego pitó de agregada. Y mi breve etapa
de ex-agregado-pero-todavía-forofo, en que pensé
lo de ser supernumerario (gracias a Dios, fue pasajero). Y
muchas reflexiones, libros que leo y personas con las que
hablo, más que de la Obra (de la que hablo mucho con
mi amigo ex-numerario), de la Iglesia, del Espíritu.
Supongo que habrá tiempo para futuras cartas abiertas
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