LA
FRIALDAD DEL OPUS DEI
J.F., 4 de octubre de 2003
Fui numerario de los 15 a los 28. Como tantos otros y otras.
La salida fue realmente curiosa, puesto que el director del
centro lo organizó todo para que en ese momento no
hubiera nadie en la casa. Era sábado por la mañana
y había planeado un partido de fútbol con los
residentes. Hice las maletas y me acompañó en
coche a la vivienda que días antes yo había
alquilado en la ciudad. En ese momento sólo le preocupaba
que el centro estuviera vacío y que yo no me dejara
nada allí. Al llegar a mi futura vivienda, sólo
hizo el comentario de que a él le resultaría
imposible vivir sólo. Nadie, excepto lógicamente
los del consejo local, sabían nada. Y les comunicó
mi dimisión una vez que yo ya no estaba
en el centro, a la vuelta del partido. Por supuesto ya no
tuve más contacto con nadie de dicho centro ni de la
Obra en general. A los pocos días me llamó el
director de San Miguel de la Delegación para comunicarme
que ya había sido aceptada mi dimisión. No me
preguntó nada más ni se interesó por
mí nueva situación.
El tan repetido director, entre otras lindezas, me había
dicho antes de que dejara la Obra, que sería un desgraciado,
que me resultaría muy difícil rehacer mi vida
y que le daba pena, puesto que con el futuro que me hubiera
esperado dentro de la Obra, a partir de ahora me dedicaría
a tramitar pensiones (lo decía por mi profesión,
abogado pero con cierta especialización en materia
laboral). Sin comentarios. Con todo, en las semanas anteriores,
se le notaba bastante disgustado ya que, según apreciación
interna mía, había fracasado en su misión
de conservar mi vocación.
Pasadas unas semanas, fui al lugar donde trabajaba el director
del Centro y donde, por cierto, en bastantes ocasiones nos
citaba para hacer nuestra charla semanal) con la finalidad
de saludarle y dejarle un sobre con dinero (ya que por aquélla
época llevaba algún tiempo de pasante en un
despacho de un abogado, por lo que mis ingresos eran muy limitados;
en consecuencia mi cuenta en la residencia del Opus Dei era
en algunas ocasiones deficitaria). Mi intención era
por tanto compensar dicho déficit, ya que había
percibido un dinero extra. Como quiera que no encontré
a mi exdirector en aquél momento, le dejé a
su secretario un sobre con el dinero. No recibí respuesta
alguna.
También intenté quedar con un numerario que
había vivido conmigo en distintos centros y que con
el que congeniaba bastante. Nos citamos en un café
y la sorpresa fue que en lugar de venir él, compareció
a la cita el director del centro, para decirme que la otra
persona no había podido venir.
Para mí, la doctrina del Opus Dei y la religión
católica eran lo mismo. Simplemente que el espíritu
de la Obra llevaba a la perfección las enseñanzas
evangélicas. Me sentía culpable. El que había
fracasado era yo, y por tanto incluso justificaba el trato
que me habían dado. Sólo después de que
han trascurrido más de diez años desde mi salida,
he empezado a ser consciente de tantos errores que comete
la Obra. No me resulta ni moral ni ético que a un chico
de 15 años, y después de varios meses de un
contacto prácticamente diario y exclusivo con una persona
bastante mayor que ella (que por tanto respeta y admira),
esta última le indique que tiene vocación, diciéndole
que le ha tocado la lotería y que por tanto es un privilegiado.
Que el chico pida la admisión, sin conocer realmente
a qué se compromete, puesto que será informado
de las reglas y obligaciones una vez solicitada la admisión.
Es cierto que jurídicamente y hasta que no formulas
la oblación no eres miembro de derecho, y puedes abandonar
la nave pero en el supuesto que te cuento es algo que
ni se plantea. No tienes espíritu crítico ni
tienes otra visión ni perspectiva diferente. No puedes
hablar de tu vocación ni con tus amigos ni con tu familia,
etc. Incluso para mas inri, te das cuenta de que en el momento
de hacer la admisión no te habían indicado que
ser numerario implicaba guardar el celibato, y cuando indicas
en la confidencia que de mayor quisieras casarte, te dicen
que ese deseo es normal ya que es algo bueno y natural,
sin más explicaciones.
Viendo ahora a mis sobrinos que están rondando estas
edades, me parecería muy cruel que les pasara lo mismo
a ellos.
También ahora me doy cuenta de la poca humanidad que
tuvieron conmigo los miembros del Opus en la época
de mi dimisión, por no decir falta de caridad. Por
lo que he podido constatar leyendo los mensajes es bastante
habitual. En mi caso, lo atribuía a la forma de ser
de las personas que habían intervenido directamente
en mi cese.
Os aseguro que no existe rencor ni resentimiento alguno.
Gracias a Dios conservo mi fe, pero sigo sin entender como
el Opus Dei puede actuar de esa manera con las personas que
se van. Que en muchas ocasiones son auténticas faltas
de justicia, caridad, y respeto hacia la persona. ¿Es
que no interesan todas las almás? Que dolor sientes
cuando te cruzas con alguien que ha convivido contigo, que
era tu hermano en la Obra y practicamente no te saluda. Y
es algo muy común. Y si lo hace es con frialdad.
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