EN
TU SEPARACIÓN DE TU PADRE REVIVO MI SEPARACIÓN
DEL MÍO
FEDE, 28 de octubre de 2005
Querida Agustina:
siento mucho, muchísimo, la muerte de tu padre.
Después de diez minutos, sigo con los dedos quietos
encima del teclado y sin saber qué decirte.
Me acabo de enterar a través de José Carlos
y quiero decirte algo que te consuele, pero no me sale, y
el tiempo pasa.
Sólo se me ocurren frases. Como la de Jesús
que promete directamente el Cielo al buen ladrón: "En
verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso".
De dentro, sólo me sale repetir, de corazón,
de todo corazón: "Señor, tú sabes
todo; tú sabes que te amo", como Simón
Pedro, que es lo que yo quiero decir cuando me muera. Eso,
y "Maestro, ¿a quién iremos? Sólo
tú tienes palabras de vida eterna".
Otras expresiones, como la de "ir al Padre", me
cuesta más hacerlas propias, y no es justo: no sé
quién tiene la culpa de que yo quiera estar con mi
padre, sí, pero sobre todo con mi madre. A mí
padre lo conozco menos y me da rabia que sea así; cuando
yo era pequeño él siempre estaba trabajando
y, luego, me hice de la Obra y me fui de casa. No como quien
se va a estudiar fuera o se emancipa, pero sin dejar de tener
siempre "su casa", la de sus padres. Como tantos
hicimos, lo hice repitiendo internamente, hasta que parecía
un mantra: "Quien no deja a su padre y a su madre, no
es digno de Mí".
Ahora lo entiendo mejor, como todo enamorado de la mujer
de su vida lo puede entender sin problemas: "dejará
el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer
y serán los dos una sola carne". Pero no lo puedo
entender -ni nunca lo entendí- en el sentido en el
que la Obra me lo martilleó: como si mis padres -que
me dieron la vida y la fe- pudieran ser enemigos de mi vocación.
Como si el cariño a ellos pudiese apartarme de Dios.
¡Panda de...! Es que no me lo puedo callar... Serán
cosas distintas, pero lo sobrenatural no puede negar lo natural.
En esa separación de mi familia siempre hubo violencia,
porque yo no tenía edad para entender esa frase de
Jesús en un contexto de amor y sólo malamente
en uno de "enamoramiento psicológico" (de
hecho, yo lo hice todo, en gran medida, "por sentido
del deber", no porque estuviese "enamorado"
de Jesús). Para colmo, un malentendido en una carta,
la primera enviada desde el centro de estudios a petición
de los directores, me ha tenido apartado de mi padre muchos
años. Le herí en sus sentimientos más
profundos y, después de tanto tiempo -hace más
de 20 años-, aun siendo muy conscientes ambos ahora
de las circunstancias de esa carta, nuestra relación
no consigue ser la misma.
Vivió mi marcha al centro de estudios en un momento
en el que me necesitaba muchísimo a su lado, con el
espíritu con el que Abrahám vivió el
sacrificio de Isaac. Delante de Dios, mi padre entregó
a su hijo, renunció a su primogénito para no
interferir con la voluntad de Dios, expresada en mi vocación
al Opus Dei con las exigencias asociadas a la condición
de numerario (que entonces me obligaban a dejarle y a no llamar
a esa casa "mi casa" para pasar a ser "la casa
de mis padres").
"Quien no renuncia a su padre y a su madre, no es digno
de Mí". Esa frase tipo mantra que yo repetía
para mí, él la repitió para sí:
"Quien no renuncia a su hija y a su hijo...". Si
yo estaba convencido de que esa era la voluntad de Dios para
mí, que mi vocación me exigía eso, dejar
a mi padre y a mi madre, entonces él, por respeto a
Dios y a mí, ya no podía ser ni quería
ser más mi padre. Si Dios había dispuesto que
yo tuviera otro "padre" a partir de ese momento,
él renunciaba a su paternidad en un contexto sobrenatural.
Esa renuncia se le ha quedado dentro, le ha marcado durante
15 años. Cuando me ve, ya no ve a "su" hijo,
porque él me entregó a Dios al renunciar de
forma expresa a ser mi padre, a ejercer de padre en prácticamente
todos los aspectos en los que alguien ejerce su paternidad
en este mundo. Ya sé que esto no es normal, pero mi
padre tiene un sentido religioso fortísimo, bíblico,
patriarcal, que a veces se manifiesta con esa radicalidad.
Para desgracia de ambos, eso está ahí. Lo que
nos unió como cristianos en el ámbito sobrenatural,
nuestra disposición a inmolar lo más querido
por hacer la voluntad de Dios (entiéndase: según
la veían los directores de la Obra), es lo que nos
separó en el ámbito natural como padre e hijo.
Suena duro, pero es un hecho que hemos perdido la naturalidad
del trato, la espontaneidad de una relación "normal"
entre un padre y un hijo. Cada uno hemos visto en el otro
durante muchos años un "medio" en el que
se manifestaba con toda su exigencia la voluntad de Dios.
Esto no es ningún consuelo, lo siento. Pero es que
yo también necesito consuelo, esa es la verdad, y en
tu separación de tu padre revivo mi separación
del mío. Porque mi padre seguirá vivo, pero
hubo un día en el que cada uno de nosotros "murió
al otro". Encima, yo era su hijo mayor, el que le acompañaba
siempre cuando salía de caza. El bofetón de
mi madre que me partió las gafas, los tirones de pelo
y patadas que me dio y de los que no me podía defender,
cuando dije que me iba de casa, no me dolieron, porque era
mi madre y la entendía bien. Pero la respuesta de mi
padre: "Ahora que ya tienes otro que dices que es tu
"padre", yo ya no soy más tu padre",
esa, imposible de digerir. Después de tantos años
no hemos conseguido recuperarnos el uno para el otro, por
más que lo hemos intentado.
Mi madre, ahora, cuando me pilla solo, me dice que hasta
que ella no se muera seguiré siendo un niño
pequeño; que, con intereses de mora, tengo que aguantar
sus caricias, besos, pellizcos y mordiscos, quiera o no quiera,
que para eso es mi madre y tiene "derechos atrasados";
y que si ella tiene frío yo me tendré que poner
el jersey, aunque sea un hombre barbado y de pelo en pecho,
y chitón, que ella manda. Y me hace "pasar por
la aduana" si me cruzo con ella en un pasillo (y realmente
no me deja pasar hasta que no le doy un beso)...
Un fortísimo abrazo de todo corazón (antes
de que lo estropee más, pero es lo que me ha salido).
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