"El
que juzga es el Señor"
C.F., 20 de agosto de 2003
En más de una ocasión le escuché personalmente
citar esta frase a San Josemaría: "QUI IUDICAT
DOMINUS EST": "el que juzga es el Señor".
A lo que solía agregar: "no juzguéis hijos
míos". Como en muchas oportunidades, la "teoría"
es una y la "práctica" es la contraria. Vayan
aquí algunos ejemplos para confirmarlo.
A. Las correcciones fraternas: No sé si alguno
le habrá pasado lo mismo, pero yo tengo la sensación
de que había dos tipos de correcciones fraternas: las
que señalan un hecho concreto (por ejemplo, "no
hables tan fuerte en el comedor") y las que no sólo
hacían referencia a un hecho sino que venían
con juicio sobre las intenciones anejo (por ejemplo, "no
hables tan fuerte en el comedor, que eso demuestra lo soberbio
que eres, ya que quieres imponerte").
La segunda vez que recuerdo que me hicieron una corrección
fraterna del segundo tipo (concretamente, en esa época
estaban reformando la administración del centro de
estudios y por las noches y desayunos nos "autoabastecíamos"
-cocinábamos, poníamos la mesa, lavábamos
los platos, etc.-. Pues me dijeron que "pusiera más
empeño en doblar los manteles pues eso demostraba mi
falta de amor de Dios". Como algo no me cerraba, acudí
al Director del centro pues pensaba -idiota de mí-
que la segunda parte había sido un agregado del sujeto.
Me dijo que él había autorizado la corrección
fraterna tal como la habían hecho. Le dije que me habían
enseñado que "el que juzga es el Señor",
y que no veía relación entre la doblada del
mantel y mi amor de Dios, y que si la había la juzgaría
Dios y no el que me hizo la corrección o él.
Resultado, la consabida filípica por "cuestionar"
una corrección fraterna. Cuando terminó de hablar,
le volví a decir que yo no estaba cuestionando la corrección
fraterna, que era verdad que los manteles no estaban doblados
"como de tintorería" y que podía esmerarme
más en el tema, que lo que cuestionaba era que me parecía
que se estaba atentando contra el espíritu de la Obra
ya que se estaba juzgando no un comportamiento sino a mi persona.
Nueva filípica.
Este tema fue repitiéndose en diversas oportunidades
a lo largo de mi vida. Y así, mi manera de sentarme
en el oratorio demostraba mi "falta de espíritu
de oración", el sentarme en la tertulia en un
sillón demostraba mi "falta de espíritu
de mortificación", el tener que hacer alguna norma
de piedad después del examen de conciencia de la noche
demostraba mi "falta de prioridad para las normas",
etc.
Recuerdo que estando de director de un curso de retiro de
numerarios, vino uno a consultarme par "decirle a fulanito
que tiene una postura inadecuada en el Oratorio, lo que demuestra
una falta de amor hacia Jesús Sacramentado". Primero
lo interrogué acerca de cómo podía juzgar
por la postura el amor "hacia Jesús Sacramentado".
Como le pareció que tenía razón (o no
dijo nada pues yo era "el director" aunque hubiera
opinado lo contrario) insistió con el tema de la postura.
Le pregunté ¿pues qué tiene de malo la
postura?. "Que pone la cabeza entre las manos y no mira
al Sagrario. Yo le dije: puedes estar con la cabeza entre
las manos y el corazón en Dios, o mirando el Sagrario
y pensando en el partido de fútbol o en la postura
de los otros. No se rindió: "es que puede estar
dormido". Le dije: por un lado que si de alguno estaba
seguro que no se duerme en el Oratorio es de esa persona.
Por otro, si realmente se durmiera, es porque lo necesita
y el Señor vería su sueño como oración.
Se fue. Yo creí que había entendido. Iluso de
mí. Cuando llegué a mi centro el director me
hizo una corrección fraterna: "que estando de
Director negué el hacer una corrección fraterna
que era evidente, lo que demostraba que quería imponer
mi propio criterio en vez del de la Obra". Ojalá
hubiera querido imponer mi propio criterio. Eso hubiera demostrado
que me quedaba criterio propio.
B. Las reuniones de los Consejos Locales. Quien haya
participado alguna vez de un consejo local sabe perfectamente
de que estoy hablando: que si fulano tiene poco espíritu
proselitista, que si mengano no es mortificado, que si zutano
es un apegado a las cosas materiales. Aún hoy no entiendo
como pude, no sólo permitirlo sino participar. Aun
recuerdo con nombre y apellido la primera vez que estuve en
esta situación. Tenía 19 años (imaginad
mi madurez para atender charlas fraternas o estar en un consejo
local). Era mi primera vez. Nos sentamos. El subdirector comenzó
a hablar de un numerario determinado: que le iba mal en los
estudios porque era un vago. Me dio un sopetón, pero
no dije nada. Seguimos con otro. Este era un soberbio. Y ojo:
esto no sólo era para lo malo, sino que también
para lo bueno juzgábamos: que fulanito es un santo,
que menganito es la pureza personificada. Si en el cielo hubiera
tiempo cuánto le habríamos ahorrado a Jesús
con nuestras clasificaciones. He de decir en mi favor que
no recuerdo haber hecho ningún juicio (ni negativo
ni positivo) sobre ninguna persona, pero sí sobre los
hechos: fulanito tiene bajas notas, o no hace correcciones
fraternas, o no vive el minuto heroico, etc., pero traté
de nunca interpretar estas conductas. He de decir en mi contra
que durante muchos años permití que esto se
hiciera en mi presencia y sin decir nada -el que calla otorga-
aunque a pesar del "lavado de cerebro" veía
que eso debía estar mal a los ojos de Dios. Aprovechó
para pedir perdón a aquellos que no defendí
teniendo el deber moral de hacerlo. Cuando luego de varios
años comencé a no permitir que en las reuniones
de consejos locales se juzgara a las personas, me sacaron
de ese consejo local y nunca más me pusieron en ninguno.
(y justo en ese momento en que yo, con 28 años, creía
que estaba un tanto más maduro que a los 19). Casualidades.
La indicación que nos dieron para escribir informes
es que "el interesado pudiera leerlo con agrado".
Quizá eso era así por escrito -tampoco lo tengo
del todo claro pues no conocí a nadie que hubiera leído
su propio informe salvo yo mismo, y cuando lo leí no
me pareció ni que fuera real ni que me hubieran tratado
con caridad: demostraba una falta de conocimiento tal que
llegué a dudar si era sobre mí o se habían
equivocado en la referencia-
C. La salida del Opus Dei. Esto sólo podemos
contarlo los que estamos de este lado del mostrador. Cuando
dices que te vas, directamente te condenan, no sólo
al fuego eterno sino a la infelicidad temporal. Para que quede
claro: no sólo se arrogan la potestad e mandarte al
infierno (de esto hay montones de testimonios en la web, de
modo que no vale la pena ahondar), sino que te garantizan
que serás infeliz en esta tierra (si bien de esto hay
también muchos testimonios en la web, me gustaría
aportar mi granito de arena. Siempre que uno preguntaba casi
en secreto qué había pasado con fulano, que
era un numerario con quien uno no se cruzaba hacía
varios años, la respuesta es que se había casado
con una mujer fea, gorda y olorosa (una especie de orko de
Tolkien), que le iba mal en el trabajo y que tenía
algún hijo con problemas). Pues mi granito de arena
es que estoy casado con una mujer bella y maravillosa (que
a pesar de los partos pesa 45 kilos), tengo 5 hijos hermosos
(que para seguir el ejemplo de Tolkien parecen "elfos",
tengo el trabajo que me gusta en el que gano bien, y los problemas
de cualquier sujeto en esas condiciones. Y además hago
"lo que me da la gana, que es la razón más
sobrenatural" sin que nadie me juzgue.
En el Opus Dei, aunque que sostenga que "El que juzga
es el Señor", se juzga todos los días.
Y eso produce un daño psicológico y espiritual.
Baja la autoestima y hace que crezca la soberbia. Quizá
deberían citar la frase de otra manera. "El que
juzga es el Señor, pero nosotros le acercamos el expediente
terminado"
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