EL
PLANTEO RADICAL
E.B.E., 8 de enero de 2004
Uno de los aspectos más problemáticos de la
Obra es que tiene un planteo radical: eso es lo atractivo...
y también lo destructivo de dedicar la propia vida
al Opus Dei.
La «entrega total» no es otra cosa que eso. Y
no tiene nada que ver con una relación amorosa con
Dios. Es más bien un «alistamiento». El
llamado al heroísmo en la Obra es un llamado a la radicalidad.
Los que se inmolan como hombres-bomba también tiene
un planteo radical en sus vidas. Un planteo que los convierte
en fanáticos.
Imaginemos qué pasaría si uno de ellos en el
momento de auto-ejecutarse «viera» que toda su
mística radical no tiene valor, que ha sido manipulado,
que en realidad quienes están por encima viven mejor
y además «políticamente» y sin ningún
planteo radical. Al contrario, viven cínicamente, calculando
cada paso que dan y haciendo la contabilidad de las ganancias
que obtienen por cada hombre que da todo de sí mismo.
Claro, si esto fuera de público conocimiento no habría
más hombres-bomba. Además, pensemos también
en la depresión que tendría ese hombre-bomba
al ver todas sus energías acumuladas en un sólo
objetivo que no tiene sentido ya. Se produciría una
«implosión».
Una cosa es cierta: la radicalidad de «la llamada»
se puede ir transformando a lo largo del tiempo en una actitud
menos radical y más burguesa: menos impulsiva y más
burocrática. Pero no necesariamente.
El planteo radical que uno aceptó también explica
la obsesión que se tiene luego de la frustrante «experiencia-total»
que implica pasar por la Obra. Hacer lo imposible para no
irse también es un modo de evitar la tremenda frustración
que implica descubrir la nada detrás de un planteo
radical que parecía «llenarlo todo» y en
realidad vació la vida de contenido.
El planteo radical es la misma razón por la cual uno
puede llegar a volver a la Obra: una vez que uno dijo que
sí a un planteo radical es muy difícil despegarse.
Uno pasó un límite muy peligroso.
Es de los «ganchos» más importantes de
la Obra: apostarlo todo entregarlo- para ganar un Cielo
y, sin embargo, terminar perdiéndolo todo. Terminar
«endeudado» con la Obra: «debes agradecerle
a la Obra», es una frase más que conocida. En
resumen, «le debes» a la Obra. Estás irremediablemente
o eso parece- en deuda con ella. Una deuda impagable.
Necesitas dispensa.
¿Y cómo puede ser, si el que lo dio todo fui
yo? ¿No sería, entonces, la Obra quien estaría
en deuda conmigo? Más aún si termino fuera de
la institución sin nada de nada.
Desde el momento en que el planteo radical entró en
funciones, quien dio todo se quedó sin nada y por omisión
quien no tiene nada sólo puede ser deudor. No posee
nada y la Obra lo posee todo. Así de simple. Y no hay
forma de reclamo, ya no se tiene con qué.
Le di todo lo que era mío- a la Obra y ahora
se lo pido prestado «para tener algo». Y mi deuda
entonces es doble: porque pasándolo a números-
si entregué 1000 sin recibir nada equivalente a 1000,
tengo un «rojo» de 1000. Si a su vez le pido a
la Obra esos 1000, mi deuda asciende a 2000. Y a medida que
pasa el tiempo, como todo lo que gano no es mío, se
lo doy a la Obra y la Obra me lo presta. Yo «no tengo
nada, no soy nada», etcétera. Mi situación
es desesperante y sólo espero que la Obra tenga misericordia
de mí. Mi deuda aumenta con mi vaciamiento personal.
Cuando finalmente me encuentre afuera si permanece
todavía en mí la alienación del planteo
radical- creeré que la Obra tiene el derecho de no
darme ayuda a mí, miserable deudor.
***
Sin duda hay una trampa: nadie entrega todo para perderlo.
Al contrario, la idea era la de una ganancia más que
suficiente: el ciento por uno en vida y el Cielo luego de
la muerte. Pero había una trampa.
En principio la entrega era a Dios, no a la Obra-propietaria.
Y la entrega era del corazón y no una alienación
del yo, una disolución de la libertad. No se trataba
de entregarse uno en propiedad a la Obra-dueña. ¿Entonces
qué sucedió?
Entregamos lo que no había que entregar. ¿Y
cómo fue eso?
Hubo una re-lectura o reinterpretación del pasado
y una manipulación de los sucesos y las afirmaciones
por parte de la Obra.
Creímos en lo que no había que creer: que entregarse
a Dios era entregarse a la Obra.
Si en su momento fue una entrega de amor a Dios, ahora aquello
debía ser tomado como entrega a la Obra. Mientras uno
estaba «afuera», a punto de entrar, el discurso
era la libertad. Una vez que adentro, el discurso era el «sometimiento».
Todo esto en medio de una gran ambigüedad.
Pensábamos que entregándolo todo tendríamos
una ganancia infinita. Pero desde el momento en que entregamos
«la firma» y la propiedad del «yo»,
ya no éramos propietarios de nada, nos habíamos
transformado en esclavo. Habíamos caído en la
trampa y sólo podíamos salir de allí
si la Obra a quien le habíamos entregado la propiedad
de nuestra vida- nos lo permitía, si nos dispensaba.
Y ella no tenía ningún interés en devolver
nada.
El planteo radical de la Obra no es nada inocente. Es una
voluntad expresa, una decisión de gobierno por parte
de la Obra. Y es un planteo inaceptable.
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