EL
OPUS DEI ME PERSIGUE
CIMARRÓN, 7 de septiembre de 2005
Cuando poco después de haber dejado el Opus perdí
mi empleo y días después me robaron mi carro
estando estacionado enfrente a la casa de mi madre, muchos
familiares le echaron la culpa al Opus. El siguiente empleo
que conseguí tampoco me duró mucho y luego volvieron
a echarle la culpa al Opus. Tampoco duré mucho en el
siguiente empleo.
Durante los veintidós años que estuve dentro,
ocupando puestos de dirección y de gobierno a nivel
regional, no solo local, nunca se mencionaron revanchas o
castigos a los que se habían marchado. Lo que si puedo
decir que ese primer empleo que tenía y que había
conseguido durante el período en el que tenia mi crisis
vocacional en el que, por supuesto ya no podía
ocupar ningún puesto de gobierno dentro del Opus y
fue una verdadera puesta a prueba de mi libertad y responsabilidad
profesional. Para capacitarme en este puesto, mis jefes decidieron
que debía ir a México para recibir un entrenamiento
por una semana. Cuando lo planteé, Oscar, mi director
en ese momento y ahora sacerdote, me dijo al día siguiente
que ese viaje no era conveniente por mis condiciones
actuales de vida interior. Yo insistí y la discusión
fue tan fuerte, que terminó diciéndome si
te vas, no regresas aquí.
Terminé agachando la cabeza y no me fui, aunque ya
tenía comprado el pasaje y echas las reservaciones.
Y tampoco pude desempeñar bien mi puesto. Al poco tiempo
me dieron las gracias por los servicios prestados.
Han pasado 21 años desde que me marché, no
huyendo, sino por la puerta de enfrente, despidiéndome
de todos los que vivían en la casa y casi he vivido
después tanto tiempo fuera como dentro. Ya mis resentimientos
no son tan fuertes pero, cuando toco este tema, veo que aun
mis heridas no han sanado todavía, aun escuecen. Conversando
un día con Alberto Moncada cuando estuvo de visita
en Guatemala para conocer nuestro grupo de ex numerarios (la
contra) que nos hemos estado reuniendo durante mas de quince
años, me decía que cuando ya uno ha estado tanto
tiempo fuera como estuvo dentro, especialmente los que estuvimos
como numerarios mas de veinte años, nuestro juicio
empezaba a ser objetivo. El shock post traumático ya
había pasado.
Hoy por la mañana, mañana de domingo, tenía
mi casa invadida por cuatro chicos que se habían quedado
a dormir a mi casa, amigos de un primo y amigos de mis dos
hijas. Aprovechamos el estudio y tendimos allí dos
sleepings sobre unas colchonetas y utilizaron los sofás
cama que tengo para estas ocasiones.
La cosa no tendría mayor relevancia si no fuera porque
tres de ellos son chicos que viven en una residencia del Opus
y, como se habían ido de fiesta la noche anterior con
mis hijas y no estaban dispuestos a salirse antes de las once
de la noche para llegar a la residencia Ciudad Vieja (Colegio
Mayor en España) antes de que cerraran las puertas,
se vinieron a mi casa. Es la tercera vez que sucede en los
últimos dos meses. Ojalá no se vuelva rutina,
je je.
Todos ellos son hijos de supernumerarios de El Salvador que
los enviaron a estudiar a Guatemala y a vivir en el Centro
Universitario Ciudad Vieja, la residencia para estudiantes
universitarios que empezó a funcionar en Guatemala
en 1957, como primera labor apostólica del Opus, recién
llegados al país.
El desayuno se convirtió en una tertulia, en la que
les conté cómo yo había sido el primer
secretario de la residencia en esos nuevos edificios en 1968
y empezamos a contar anécdotas de cómo era al
principio y como es ahora. Al principio, el edificio solo
tenia capacidad para 75 residentes, luego se amplió
para que cupieran 150. Ahora solo están viviendo 75
residentes, me contaron. Está semi vacía. Ya
nadie quiere irse a vivir allí. Solo porque sus padres
los enviaron y están en primer año de la universidad
y vienen de otro país, pero en cuanto puedan, montarán
un apartamento y se irán.
Durante todos estos años de una u otra manera he tenido
que ver con el Opus, aunque mi decisión de cortar con
ellos fue definitiva y nunca los eché de menos. Poco
después de estar viviendo en casa de mi madre, siguiendo
con mi costumbre de hacer mucho deporte como válvula
de escape, una mañana, corriendo por un bulevar, coincidí
con una chica y empezamos una amistad a la carrera,
que hubiera terminado en noviazgo si no hubiera sido porque
ella era ex numeraria, hermana de un sacerdote numerario y
que se había salido unos 3 años. Se había
casado con el primer chico que la enamoró al poco de
conocerlo, que la embarazó y resultó ser un
tarambana que la dejó. Ni modo, los dos todavía
trabados, coincidimos en que lo nuestro era imposible ya que
ella estaba casada por las tres leyes, y no podía casarse
de nuevo. Qué imbéciles fuimos
Poco después, comencé a contactar a los que
se estaban saliendo por esa época y que nos conocíamos
por haber coincidido en algún centro. Me acuerdo perfectamente
cuando localicé a Ricardo, que se había salido
poco antes que yo, y lo llamé a la oficina donde trabajaba.
Me respondió con desconfianza, sin saber porqué
lo llamaba. Cuando le conté que también me había
salido inmediatamente cambió su actitud y a los pocos
días estábamos tomándonos un café
y platicando. Después fui contactando a otros que se
habían salido y una noche de viernes nos juntamos unos
ocho o nueve ex numerarios en la casa de mi madre, donde todavía
vivía.
Pocos meses después me casé con la que ahora
es mi esposa y nos mudamos. Mi casa se convirtió en
el lugar de reunión donde nos juntábamos cada
dos meses más o menos las noches de viernes en unas
reuniones donde el alcohol derribaba todas las inhibiciones
y soltábamos nuestra furia, despecho y rabia contenidos
durante tanto tiempo, en sesiones que parecían de terapia
grupal, pero espontánea.
Me acuerdo que para mi cumpleaños los invité
a todos, pero con sus novias. Fue así como el grupo
creció y durante muchos años nos continuamos
reuniendo con todo y familias, en las fechas cercanas a la
navidad. Evidentemente ya no cupimos en mi casa y fuimos rebotando
por muchos lugares. Las novias se convirtieron en esposas
(todos fuimos asistiendo a las bodas de los que se iban casando)
y nuestras mujeres participaban de nuestras tertulias.
Siempre cuentan lo mismo terminaron diciendo al
cabo de los años, pero hicimos un bonito grupo.
Geno regresó a Guatemala unas navidades con su familia
y lo contactamos. Desde que se había salido nunca había
estado platicando abiertamente con otros ex numerarios y salió
encantado de la reunión, comentando que cómo
le hubiera ayudado a aclarar sus sentimientos encontrados
si hubiera tenido antes esta oportunidad.
Como es natural en reuniones de hombres y mujeres, los hombres
se van por un lado por donde está la bebida-,
y las mujeres por otro, donde terminan de preparar la comida.
Nosotros hablábamos de nuestras cosas y ellas hablaban
de nosotros. Mi esposa me contaba después cómo
el opus nos había dejado marcas indelebles que nos
eran comunes. El común denominador era el mal carácter
y la dureza de sentimientos y cómo, en los cortos noviazgos,
nuestro comportamiento había sido como el de un adolescente
novato, y nuestra prisa por quemar etapas.
Ya mi mujer me prometió escribir sobre este aspecto.
Me he pasado buenos ratos leyendo las cartas, artículos
y análisis que se han publicado en esta página.
Hay muchos que escriben con seudónimos, pero he reconocido
a muchos de los que si firman, con los que coincidí
en mis años del colegio romano, años 74 al 76,
y luego en Pamplona, del 76 al 79 y que ahora veo que antes
o después que yo, terminaron tomando la misma decisión.
Sin embargo, siempre saboreo la amargura de muchos de estos
escritos. Entre líneas veo qué tan profundas
son las heridas de muchos y muchas, y que aún no han
sanado.
Solo para terminar esta mi primera intervención, quisiera
compartir un sentimiento que comenzó a brotar solo
hasta unos años después de haberme salido. No
se cual será la reacción de los demás,
pero, cuando por casualidad me topaba con algún numerario
con el que habíamos coincidido, si podía, lo
evitaba. Con el tiempo, ya no los evitaba, y me divertía
comprobar que, en la mayoría de las veces, no sabían
como tratarme, se ponían nerviosos y rápidamente
se marchaban. Ya después opté por una nueva
estrategia: si por casualidad me topaba con alguno, lo saludaba
con entusiasmo y cariño, con el ¡Pax! por delante,
que los dejaba totalmente desconcertados. Y ante la pregunta
obligada ¿Cómo estás? Les respondía:
¿No se me nota?, no hay como echarse los tragos a tiempo
y coger todas las veces que quieras.
Ha sido un sentimiento de superioridad que se me ha ido enraizando
cada vez más profundamente. Me acuerdo que en una reunión
académica en la universidad en que doy clases (después
de mi horario de trabajo), me encontré con Tony, un
numerario mayor, vocal de San Rafael por muchos años,
que siempre estuvo ocupado en cargos de gobierno y le pregunté:
¿Qué haces aquí? Yo estoy por derecho
propio, ¿y tú? Tony es ahora el flamante rector
de la Universidad del Istmo, en Guatemala, sin haber dado
jamás una clase en un aula universitaria.
El Opus Dei me persigue
sí, es verdad, no es
cuento, a pesar de que no lo busco. Hace unos cuatro años
estaba formando la Dirección de Innovación Educativa
en el Ministerio de Educación y necesitaba gente. Me
acorde de Guillermo (no se llama así) y lo localicé
para ofrecerle venir a trabajar conmigo. Durante muchos años
había sido director de Kinal, una escuela técnica
que es obra corporativa, y después director de un centro
de formación agrícola en el altiplano. Entre
mis proyectos estaba la reforma educativa de la educación
técnica en Guatemala, y no quería a ningún
teórico enquistado en estructuras arcaicas.
Lo que no sabía era que Guillermo estaba de salida
de la obra. Jamás había visto llorar a un hombrón
de treinta y pico años llorar, con los nervios destrozados.
Ya estaba viviendo en casa sus padres con dispensa de vida
de familia, pero no se atrevía a tomar la decisión
final. De paso, había sido paciente dos veces en la
cuarta planta de la clínica universitaria de la UDEN.
Por fin se animó a escribir la carta para solicitar
la dispensa de los votos y la dimisión. En los días
siguientes se calmó, aliviado. Como un mes después
estaba de nuevo con el ánimo destrozado y me contó
que le habían dicho en la Comisión Regional
que Álvaro del Portillo le pedía que reconsiderase
su decisión. El Prozac que había estado tomando
durante los últimos seis o siete años, ya no
pudo contra la depresión que sufrió.
Encabronado, conseguí el número de teléfono
de la Comisión Regional y pedí hablar con Francis
(ya les quité el Don a todos los sacerdotes de la Obra
hace muchos años) el actual Consiliario (ya se que
ya no se llama así, pero no se cuál es el nuevo
título) y le pedí cita. Me la dio para el día
siguiente.
¡Qué raro sentí entrar de nuevo a esa
casa! La expresión no sentirse a gusto
cobró todo su sentido para mí en ese momento.
Todo amabilidades, Francis con sotana y todo-, me recibió
y pasamos a platicar a una salita. Después del protocolo
social acostumbrado en el que me preguntó por mí
y mi familia, de sopetón le dije: Mirá Francis,
dejen de joder tanto al pobre Guillermo, él no va a
regresar y lo sabes muy bien. Además yo lo estoy aconsejando.
Sorprendido por lo claro y directo de mi petición,
me prometió que lo iban a dejar actuar en libertad
para que tomara su decisión. Efectivamente, antes de
que terminara la semana Guillermo tenía la dimisión.
Una semana después dejaba de tomar el Prozac de tajo,
contra toda indicación médica, y nunca lo ha
vuelto a necesitar. (Al salir le mostré la grabadora
en la que tenía registrada nuestra conversación).
Y me siguió persiguiendo el opus. Meses después,
me apareció un mensaje extraño en mi buzón
de correo electrónico, en el que me pedían ayuda
para algo muy importante. Respondí y les di mi número
de teléfono para que se comunicaran conmigo. Antes
que terminara la mañana, me llamó una señora
y en forma misteriosa me dijo que había sabido de mi
por un folleto (Guía del Opus Dei para padres de
familia, que había traducido un tiempo atrás
y me había encargado de difundirlo, donde aparecía
mi nombre). Ya con esa pista acepté reunirme
en una cafetería con ella donde me explicó la
razón de nuestro encuentro: su hijo se quería
salir y no lo dejaban, lo tenían aislado no sabía
donde y no se podía comunicar con él. Así
que, convertido en su asesor hizo una cita con
Francis, a la que yo la acompañé y conseguimos
que Fernando se fuera a casa de sus padres.
Anécdotas como esta me han ocurrido una cuantas más.
Ya que me animé a escribir la primera vez, voy a tratar
de continuar aportando mis experiencias, ya que veo que muchos
han aportado sus análisis. He podido ser testigo, no
solo de mi caso personal, sino de muchos ex numerarios y he
podido ver algunos patrones de conducta que me preocupan.
El seudónimo que utilizo desde mucho antes que fuera
tan popular el chateo o el correo electrónico es el
de CIMARRON. Y es por eso, amo mi libertad.
Unas palabras de ánimo para todos los que no terminan
de superar el shock pos traumático de su salida: yo
jamás volvería atrás en la decisión
que tomé un día de salirme, aunque me ha tocado
duro en la vida. Mi libertad y mi amor por mi mujer y mis
dos hijas son razón más que sufciente. Los quiero
a todos.
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