El
doble lenguaje en el Opus Dei
F.M.T. España
Febrero 2003
La ya clásica disparidad entre lo dice el Opus Dei
de sí mismo en torno a su organización y costumbres
y la realidad que han vivido, y en no pocos casos sufrido,
bastantes de los que dedicaron años de sus vidas a
la institución continúa siendo pasto de la controversia
y, por qué no decirlo, alimentando el morbo. Hace algunos
días en esta misma página esto quedaba patente
con la intervención de un participante que solicitaba
una especie de "revisión crítica"
de los escritos oficiales de la Obra.
Como primera respuesta el interviniente obtuvo la airada
ironía de algunos ex socios que se negaban lógicamente
a convertir este sitio en una más de las cientos de
páginas que internet ofrenda al culto de la Obra y
de su fundador. Creo que no se le entendió bien. Las
contestaciones posteriores, ya más meditadas, se reducían
a instar a los propios participantes a que emprendieran tal
trabajo si a bien lo tenían. Los promotores de "Nos
Fuimos" garantizaban su hueco para publicar lo escrito.
Yo recojo el guante, bien que muy parcialmente. Someter a
estudio crítico los miles de folios escritos en loor
al Opus Dei requeriría labor de años a dedicación
completa. La pretensión de este escrito es mucho más
humilde. Me limitaré a recoger dos citas de un mismo
libro ("El hombre de Villa Tevere" de Pilar Urbano)
que, a mi modo de entender reflejan fielmente cómo,
ante determinadas situaciones irregulares cuando no presuntamente
ilegales que se producen habitualmente en el seno de esta
institución, un miembro incondicional de su doctrina
es capaz de retorcer de tal modo los argumentos para justificarlas
que no es que lo que es blanco ahora sea gris: es negro, sencillamente.
Quede constancia de que con estas letras no pretendo poner
en entredicho la buena intención de nadie, ni, por
supuesto, juzgar la conducta del protagonista de estos episodios,
el fundador de la Obra. Si ya acabé hasta más
arriba del gorro del continuado juicio a que diariamente se
vieron sometidos todos mis actos durante mi paso por la Obra,
no puedo pretender aplicar el mismo rasero. O todos moros,
o todos cristianos, que diría aquél.
Estas pocas letras sí aspiran a evidenciar -y criticar-
con dos ejemplos el doble lenguaje que es moneda de uso corriente
en el argot de uso interno. Los asociados, en un corto periodo
de tiempo, a base de adoctrinamiento y mimetismo, se convierten
en unos expertos en el dominio de unas formas de comunicación
sólo ininteligibles para los iniciados.
En ningún sitio como en la Obra he podido ver hasta
hoy hasta qué punto es posible decir "digo"
cuando lo que se quiere decir es "Diego". Con la
peculiaridad añadida que el destinatario de la orden
es capaz de asumir -y defender- que a él le dijeron
"digo". En términos lingüísticos
todo es cuestión de cambiar los valores de significante
y significado.
Vaya un ejemplo. Uno de los múltiples slogans de consumo
interno utilizados en el Opus Dei, dice que la expresión
más fuerte que empleará un superior para mandar
una cosa a un subordinado es "por favor"; para,
a renglón seguido exigir a los socios que hasta la
más mínima sugerencia emanada de labios de un
superior debe tomarse como un "mandato imperativo".
Juntando ambas premisas nos aparece que cuando el director
pide algo "por favor", el destinatario de la petición
debe hacer la extraña conversión mental para
interpretarla como una orden de inexcusable cumplimiento.
¿En qué quedamos, entonces? Sin embargo, a oídos
de personas externas ese mandato no ha pasado formalmente
de ser un "por favor". Reconozco que es algo intrincado
de explicar; vivirlo es bastante peor. Si la comparación
siguiente pudiera valer (y dicho sea sin ánimo de buscarle
mayores paralelismos que el de una simple metáfora,
quizá algo grotesca), en el Opus Dei negarían
que el César romano condenara a morir a personas ya
que él, simplemente, se limitaba a señalar al
suelo con el dedo pulgar.
Literatura oficial del Opus Dei
Considero interesante en primer término establecer
qué se puede considerar como libros y textos oficiales
del Opus Dei y qué literatura es fruto de iniciativas
de particulares. Como en casi todo lo referido a la Obra,
no es sencillo.
En puridad y en contra de la opinión generalizada,
textos oficiales del Opus Dei existen muy pocos. Se pueden
considerar como tales la masa de documentación de consumo
interno (cartas del Padre, las revistas "Crónica"
-para los varones-, "Noticias" -para las mujeres-
y algo más). También, obviamente, los libros
del Fundador y, si existen, los de sus sucesores. Y pare usted
de contar. Esa es todo el material divulgativo e informativo
que la institución asume como propio.
Sin embargo, paralelamente a esta literatura existe otra
cuyo contenido es fácilmente asumible por el Opus Dei
(y de hecho se encuentra en las estanterías de las
bibliotecas de sus centros) pero escrita por miembros de la
Prelatura en un acto de iniciativa particular del autor. Y
aquí es donde llega el lío; un lío que
en muchas ocasiones no saben desentrañar con explicaciones
verosímiles las propias autoridades de la Obra. Esos
libros son redactados, sí, por socios a título
particular -aunque yo no descarto que muchas veces lo hagan
por encargo de sus superiores, aunque a efectos teóricos
la responsabilidad sea del autor- y su contenido se encuentra
revisado por la autoridad competente interna. El contenido
de estos ejemplares no es que se acerque a la doctrina de
la Obra: es que es la propia doctrina de la Obra sazonada
con el estilo literario de cada uno de los socios escritores.
Como quiera que una inmensa mayoría de estos textos
ha visto la luz en las editoriales Rialp y Patmos se suele
atribuir la propiedad de dichas editoriales a la Obra. Y eso
no es verdad y es verdad a la vez. Parece un galimatías.
Y lo es. Estas editoriales, jurídicamente, no pertenecen
al Opus Dei. Tienen sus consejos de administración
como cualquier otra empresa dedicada a la producción
de material literario. Pero muchos de los cargos directivos
son miembros asociados del Opus Dei cuya vida, obviamente,
está entregada en cuerpo y alma a la Obra. Y como quiera
que el "producto" que fabrican está considerado
como "material sensible", en tanto que son libros
que abordan aspectos de la doctrina católica, sus contenidos
no se apartan un ápice de las directrices de la institución.
Ahora bien. ¿Son los libros de Patmos o de Rialp del
Opus Dei? No. ¿Leyendo los libros de Patmos o Rialp
estamos leyendo la doctrina que predica el Opus Dei? Sí,
absolutamente, y las autoridades de la Obra seguramente han
dado su visto bueno a lo en ellos escrito. Pero, ¿quién
es el responsable de lo que se escribe en esos libros, el
autor o la Obra? El autor, sin duda. El Opus Dei, como institución
no tiene nada que ver, paradójicamente, con lo vertido
en estos libros.
Como botón de muestra y con el objetivo de aclarar
lo antedicho contaré un sucedido que se mueve entre
el fanatismo, el absurdo y lo chusco. Existe un libro de Patmos
que gozaba de gran predicamento en el Opus Dei. De esos textos
que se consideran buques insignias de la espiritualidad de
la Obra. Estaba escrito por un sacerdote del Opus Dei y su
contenido está salpimentado con citas continuadas del
Fundador del Opus Dei. Por tanto, la doctrina que de este
volumen puede extraerse es absolutamente "segura"
y fiel al espíritu de la institución. Sin embargo,
hace unos años (ya bastantes) fue desapareciendo de
las estanterías de los centros del Opus Dei. El motivo:
que el sacerdote autor había dejado la Obra para seguir
con su ministerio sacerdotal como sacerdote diocesano en una
capital española. Su libro, escrito años antes,
tenía -y sigue teniendo- plena vigencia para cualquier
socio de la institución. Pero, claro, al que abandona,
ni agua, por muchas citas del fundador que haya recopilado.
En una imaginaria tercera línea de libros sobre el
Opus Dei encontramos los de aquellos miembros de la Prelatura
que son escritores profesionales y, que en algún caso
gozan del favor del público. Estos autores pertenecientes
al Opus Dei, dentro de su producción sobre los más
variados asuntos, dedican un volumen a glosar la vida del
Fundador y el Opus Dei. Las editoriales que dan cobijo a estos
libros son las habituales con las que trabajan estos escritores,
que afrontan esta tarea como una más. Claro, que no
es "una más".
A estos socios-escritores se les abren todas las puertas
de documentación sobre el Opus Dei que a muchos no
miembros que han intentado indagar con el mismo fin se les
niega. No puedo asegurar (porque lo ignoro) si los libros
de estos miembros de la Obra son revisados por los superiores
antes de ver la luz. Lo que sí puedo garantizar es
que el resultado en todos los casos son volúmenes,
aparecidos con la acuñación de "iniciativa
independiente y personal del autor", dedicados a ensalzar
entusiásticamente al Opus Dei y a su fundador. La crítica,
también en este tercer supuesto, es inexistente.
En este tercer capítulo se engloba "El hombre
de Villa Tévere", de Pilar Urbano, del que he
tomado dos pequeñas referencias para ver la interpretación
que se da desde el seno de la Obra a aspectos polémicos
de su vida interna.
Ingresar en minoría de edad
De entre las críticas más ácidas que
se han vertido sobre los procedimientos de la Obra figura
el de reclutar a adolescentes menores de edad a los que hacen
adquirir una serie de compromisos desproporcionados, por duros
y exigentes, para su corta edad. Hasta que el Opus Dei adquirió
el rango de Prelatura Personal, a principio de la década
de los 80, los jóvenes podían solicitar su admisión
-"pitar", en argot interno- desde los 14 años
y medio escribiendo una carta al Presidente General a tal
efecto. A partir de ese momento, el todavía adolescente,
de facto pasaba a vivir como un miembro más, con exigencias
idénticas a las de cualquier compañero, aunque
legalmente su ingreso se oficializaba un año y medio
más tarde (es decir, con 16 años de edad) mediante
la Oblación.
Muchas críticas arreciaron por esta práctica,
especialmente por parte de padres y familiares, al ver que
jovencillos que habían aparcado la niñez dos
días antes se comprometían a vivir en celibato
para el resto de sus vidas y entregándose por entero
a una institución. Al parecer también la propia
Iglesia tomó cartas en el asunto y cuando concedió
el ansiado estatus de Prelatura Personal a la Obra puso como
condición que para ser miembro se requería la
mayoría de edad legal.
El Opus Dei no debió acoger con excesivo entusiasmo
tal premisa y jugó con una de las cartas que mejor
domina: la ambigüedad. De tal forma que instauró
a partir de esos primeros 80 una figura hasta entonces no
conocida, la del socio aspirante. De esta forma un joven con
16,5 años ya puede solicitar la admisión como
"aspirante" mediante carta al Vicario Regional (antes
Consiliario) que, aunque legalmente no posee el mismo valor
jurídico que la de miembro, sí vive las mismas
obligaciones de cualquier numerario o agregado. Ya no se entra
a los 14,5 años como antaño, pero tampoco a
los 18 como ordena la Iglesia. El reproche vuelve a estar
sobre el tapete, pues menores de edad siguen ingresando en
la Obra. [Ha sido tradición en la obra que "como
el Padre -el fundador- "empezó a 'barruntar' que
Dios le pedía algo a los 14 años y medio",
todos los jóvenes de esa edad podían pedir la
admisión. Había chicos y chicas que a los 12,
13 y 14 años debían esperar hasta los 14 y medio
exactos para escribir la carta -y por supuesto, no debían
contárselo a sus padres.]
En estas que aparece la periodista, escritora española
y reconocida asociada numeraria del Opus Dei, Pilar Urbano,
con su libro "El hombre de Villa Tévere"
, una biografía (más bien hagiografía)
autorizada sobre el Fundador del Opus Dei. El estilo pasional
de sus escritos parece no querer eludir ningún aspecto
de la institución. Y empuña así la pluma
para salir al paso de las críticas por el reclutamiento
de menores de edad. Vale la pena leerlo:
"(
) Otro método de falsificación
de la verdad es el de "las verdades rotas". Se
ofrece una parte de verdad y se esconde, justamente, aquel
fragmento que explica y da sentido a la verdad entera. Así,
se habla de "captación de jóvenes",
dando a entender que el apostolado proselitista que realizan
los miembros del Opus Dei entre la juventud se aprovecha
de la inmadurez y de la inexperiencia de los chicos y las
chicas, proponiéndoles un ideal de entrega a Dios
a edades demasiado tempranas para tomar decisiones libres...
Y se ignora -o, si no se ignora, se oculta- el dato importantísimo
de que, aunque un muchacho o una muchacha manifiesten su
deseo de pertenecer a la Obra, cuando tienen tan sólo
14 o 15 años, incluso aunque vivan de hecho los usos
y costumbres de cualquier persona en el Opus Dei, no pueden
ser jurídicamente de la Obra hasta no tener 18 años
cumplidos. Es preceptiva la mayoría de edad legal,
porque han de tener la "capacidad civil" de poder
vincularse libremente con la Prelatura mediante un contrato.
Y es obvio que a los 18 años se tiene suficiente
discernimiento para votar, para elegir carrera, para comprar
y vender, para ir a la guerra, para contraer matrimonio,
para ser elegido diputado, concejal, senador, alcalde...
Incluso, para reinar. Huelga decir que el contrato, por
el que alguien se vincula con el Opus Dei, es libremente
rescindible" (
).
Sinceramente, para este viaje no hacían falta alforjas.
Porque si todo lo que tiene que explicar al respecto un acreditado
miembro de la Obra es que, aunque los jóvenes de 14
o 15 años "vivan de hecho los usos y costumbres
de cualquier persona en el Opus Dei, no pueden ser jurídicamente
de la Obra hasta no tener 18 años cumplidos",
eso es como soplar en caldo frío. Hasta ahí
llegamos todos y estamos de acuerdo. Lo que no explica Pilar
Urbano (ni nadie, que yo sepa) es que esos jóvenes
que viven los usos y costumbres de la Obra mentalmente, que
no jurídicamente, están tan vinculados como
el que más y si eso es, si no ilícito, al menos
inmoral. La Obra -en palabras del Fundador- es sobre todo
"familia", una "organización desorganizada"
a la que sobraban, también en expresión de Escrivá
de Balaguer los "votos, botas, botines y botones".
Una adhesión tan fundamentada en vínculos sentimentales
como la del socio a la Obra y que pasa tan por alto los compromisos
jurídicos no puede mantener a jóvenes de 15
años que "viven de hecho los usos y costumbres"
de la institución sin que estos se consideren miembros
de pleno "hecho" (valga la expresión) como
el que más.
Resulta hasta extravagante que la escritora ofrezca semejante
argumento precisamente en el capítulo de su libro que
dedica a desmontar las falsedades
que, según ella, se han dicho sobre la Obra a lo largo
del tiempo. Estos maledicientes que acusan de
enrolar en las filas del Opus Dei a menores de edad utilizan
como técnica, señala Urbano, ofrecer una
parte de verdad y esconder, justamente, aquel
fragmento que explica y da sentido a la verdad entera.
Si no fuera porque conozco de primera mano algo de los mecanismos
de la vida interna de la Institución llegaría
a pensar que las fuerzas del mal se han conjurado para hacer
la vida imposible a un conjunto de devotos católicos
que se han unido para servir a Dios. Pero no. Eso ya lo pensé
y lo creí en mis días, cuando dentro. Días
en los que estaba convencido de que fuera muchos
no nos entendían; días en los que
con una vergonzante petulancia avalada por el respaldo de
la doctrina segura que mamaba dentro era capaz
de terciar en discusiones con personas clérigos
y laicos de talla intelectual considerable- porque siempre
eran éstos y no la Obra los que estaban equivocados.
Ahora ya no, por muy bien que escriba quién así
lo dice.
Ofrecer una parte de verdad y esconder justamente aquel
fragmento que explica y da sentido a la verdad entera,
dice Urbano. ¿Se referirá quizá a tantos
padres que ven cómo su hijo o su hija transforma extrañamente
su carácter desde que participa en la actividades deportivas,
formativas y lúdicas de ese centro juvenil, y que por
más que le preguntan no ofrece una respuesta clara
de lo que hace? ¿Se estará acordando tal vez
de la prohibición que se hizo extensiva a todos los
socios de todos centros del Opus Dei de España en 1984
de ver el programa La Clave que versaba sobre la Obra para,
a la semana siguiente, repartir por todos esos mismos centros
un dossier de fotocopias de prensa de no menos de 30 hojas
en el que se recogían únicamente las duras críticas
a ese programa televisivo y las opiniones que ensalzaban a
la Obra, y entre los que se encontraba dicho sea de
paso- un artículo suyo de ABC titulado Telefuncionario
Balbín? ¿Cómo, le preguntaría
a Urbano, se puede poner a disposición de los socios
críticas y opiniones de algo que no han podido ver?
Ofrecer una parte de verdad y esconder justamente aquel
fragmento que explica y da sentido a la verdad entera.
Como frase vistosa y colorista no está mal. Muy propia
de una institución cuya comunicación interna
se rige precisamente a base de ese lenguaje redondo, taxativo
e inapelable. Como justificación a una maniobra levantada
para zaherir a la Obra es, en la mayoría de los casos,
falsa. Quizá si la acusación fuera en sentido
inverso esa afirmación comenzaría a adquirir
bastante fuste.
Dejémoslo correr por hoy. Tenemos mucho tiempo todavía
y mucho material para seguir desmontando el doble lenguaje
del Opus Dei.
Las críticas a la Obra
Para alguien ajeno al tema puede resultar llamativo cómo
en la Obra se puede vivir tan al tanto de las posibles ofensas.
Incluso hasta el punto, como hemos visto en el párrafo
de Pilar Urbano que no es ni único ni aislado-
de sistematizar las posibles técnicas que se han utilizado
para ello. Armar toda una teoría de la ofensa, una
especie de manual del agravio y descripción de las
artimañas que disidentes y demás gentes malintencionadas
han utilizado con el único fin de ultrajar su nombre
para demostrar
¿qué?
Considero interesante reflexionar, desde un punto de vista
personal, por qué la Obra ha sido objeto de estos supuestos
ataques.
Para empezar afirmaré que yo sí creo que ha
habido y hay personas empeñadas en desacreditar al
Opus Dei como institución y, en particular, a la figura
de su Fundador. Pero ni tantas como algunos (muchos) de dentro
quieren hacer ver ni, por supuesto, tan organizadas. Lo normal,
lo habitual y lo corriente es que cada uno de los miembros
que abandona se vaya con su pequeño, grande o ningún
drama en la mochila y se comience a buscar la vida por sí
mismo. Entre otras razones, porque si tiene que esperar apoyo
de sus antiguos superiores o camaradas de la Obra, va dado.
Las heridas, si las hay, se las lame generalmente uno solo.
A la postre el asunto se suele interiorizar y, generalmente,
asumir. Casos, imagino, hay para todos los gustos.
Entonces, ¿por qué el asunto todavía
despierta tantísimo interés entre los que han
participado de la vida interna de la Obra, incluso muchos
años después de su salida? En primer lugar cabe
subrayar, aunque parezca inaudito para quien nunca haya estado
en el Opus Dei, que uno obtiene mucha más información
sobre la Obra cuando está fuera de la institución
que dentro. En la calle uno acaba por ir a buscar respuestas
a la avalancha de interrogantes que sobre el Opus Dei se formuló
cuando era miembro. Personalmente yo me sorprendí cuando
alguna vez coincidí con otros ex miembros que la abandonaron
por esa misma época de la similitud si no igualdad-
en las preguntas que nos hacíamos.
Todavía recuerdo del respingo que di, casi asustado,
al encontrarme casualmente después de algunos meses
con otro ex socio, que había brillado especialmente
por su buen espíritu en el centro, cuando me abocó
a los cinco minutos de conversación: Oye, ¿tú
qué crees que hay detrás del Padre?.
Pero es que mi estupor no finalizó allí, ni
mucho menos. Cierto sacerdote de la Obra, grandísima
persona a la que siempre le estaré agradecido por ser
casi el único que se negó sinceramente a dejarme
en la estacada, con el que mantuve relación espiritual
por un tiempo, me contaba a mi, (un ex socio, no lo olvidemos),
las fuertes dudas y críticas que el sistema de la institución
le provocaba. El hombre, posiblemente, no podía encauzar
ante los superiores sus desahogos porque, como a muchos nos
ha pasado, la fórmula para solventar los problemas
está en esa imaginaria y amplia farmacopea
(sic) que viene de Roma y todo lo cura. Y sólo esa
en farmacopea.
Yo considero que no hay ningún exagerado afán
por vituperar a la Obra lo que mueve a casi todos los ex miembros.
Es más bien un intento por encontrar explicaciones
a unos años que, se quiera o no se quiera, son de uno
mismo.
Alguna vez, divertido (y que nadie tome esto como una afrenta;
al menos no lo pretende ser), me he imaginado qué pasaría
si un día la Obra reuniera a los 85.000 miembros que
dice tener en un estadio y, a modo de las terapias de grupo,
dejara que cada uno expresara libremente y en voz alta los
interrogantes, dudas y temores que el sistema implantado les
suscita. Creo que los más altos superiores de la Obra
se podrían caer de espaldas del susto; pero pienso
sinceramente también que podría ser el punto
de inflexión para que la institución reconsiderase
y revisase algunas de sus formas y posturas, especialmente
en lo que a libertad e información de los miembros
se refiere.
Es verdad, repito, que puede haber personas con el resentimiento
lo suficientemente exacerbado como para querer hacer daño.
Personalmente siempre me ha dado mucha rabia cuando he visto
que toda la crítica de algunos ex socios se reduce
a llamar Escriba (con b y sin tilde
final) a Escrivá de Balaguer o a discutir sobre si
Josemaría va junto o separado. Llámese cada
uno como quiera y camine feliz por la vida, caramba, que esa
no es la cuestión.
Ojalá todos los problemas se redujeran a eso.
Pero la mayoría al menos la mayoría que
yo conozco- se interesa únicamente para saber. Otra
cosa distinta es si ese afán por conocer y explicarse
las cosas por las uno mismo pasó es considerado ya
en sí mismo por la Obra como un agravio. El Opus Dei,
también es verdad, se muestra hipersensible a toda
opinión que no emane de los órganos que considera
pertinentes, que desautoriza por principio. Pero eso es un
problema de percepción. Preguntar (preguntarse, en
este caso) no es ofender.
Considero que el Opus Dei va a tener que asumir más
pronto o más tarde si no lo está haciendo
ya- que somos legión los que hemos pasado por sus filas
y ya no mantenemos ningún vínculo. No sé
quién hace poco hacía la siguiente reflexión:
Si de cada promoción de socios, tirando
por lo muy alto, han permanecido dentro el 50%, eso quiere
decir que hay tantos socios como ex socios. Y cada uno
de esos antiguos socios tiene muchos interrogantes que responderse
y no siempre va a recurrir a las fuentes oficiales. Lo que
no quiere decir que siempre pretenda dañar a la institución.
Respecto a la posible orquestación de campañas
difamatorias contra la Obra, ignoro si hace muchas décadas
las hubo, como cuenta la historia oficial que no hay
por qué no creerla- pero dudo mucho que hoy se prodiguen.
Tengo para mi que el paradigma de ex socio esto es,
evidentemente, una conjetura muy personal y en calidad de
ello lo expongo- es una persona que no va a volver a integrarse
fácilmente en un grupo. La Obra no potencia precisamente
el aspecto social del sujeto, cuya relación entre Dios
y él únicamente la ha encauzado a través
de sus superiores. Si a eso añadimos que la salida
de la institución fue más o menos traumática,
posiblemente de lo que menos le queden ganas es de participar
en iniciativas colectivas.
Críticas personales se pueden hallar; maniobras organizadas,
las desconozco. A no ser que volviendo al argumento
de unas líneas antes- se considere por tales al simple
hecho de coincidir en foros o facilitarse informaciones (libros
y artículos) no autorizados. En ese caso
convendría avenirse primero al significado la palabra
campaña.
F.M.T.
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