¿DE
PARTE DE QUIÉN ESTÁ DIOS?
Antrax, 1 de noviembre de 2003
Quaestio haec disputatissima. Obviamente Dios está
de parte del Opus Dei, institución a la que ha encomendado
una extensa lista de tareas delegadas: el mantenimiento de
la ortodoxia, las señas ciertas de su llamada ineluctable
a este o a aquella rapaza de catorce años y medio,
la administración de las conciencias de una gran cantidad
de personas, incluso el orden social interno debidamente jerarquizado,
y no sé cuántas funciones más.
Lamentablemente hay otras personas e instituciones que reclaman
para sí la interpretación y mantenimiento de
los divinos designios. Por ejemplo los ayatolahs islámicos
están plenamente convencidos de que Dios es cosa suya,
convicción claramente justificable mediante una lectura
sosegada del Corán, libro que a su entender contiene
TODA la verdad, incluidos los más recientes descubrimientos
científicos y, desde luego, la norma moral aplicable
a la conducta humana en sus más ínfimos detalles.
Cierto que los musulmanes sunnitas realizarían una
interpretación algo dispar a la propia de los chiitas
acerca de los puntos de vista de Alá transmitidos a
los creyentes por medio de Mahoma y alguno de los califas
(¿o éstos no?), pero mejor será que entre
ellos mismos diriman estas pequeñas discrepancias.
Hay y ha habido muchos otras personas físicas y jurídicas
fervorosamente dedicadas a interpretar en exclusiva los divinos
designios, motivo por el cual, ora se han dedicado a coleccionar
gozosamente prepucios de filisteo, ora a lapidar onanistas
pillados in fraganti, ora a destruir objetos de arte con bíblico
entusiasmo. Puede que los actuales herederos del pueblo elegido
también entiendan que Dios les ordena asesinar palestinos
a mansalva, quién sabe. Habrá que consultar
la Torah.
Verdad que organizaciones de carácter netamente piadoso,
como la Wermacht hitleriana, hicieron estampar en los cinturones
de sus fieles el lema "Gott mit uns" (Dios con nosotros)
para lucirlo con suprema elegancia en cada "progrom"
y en cada invasión de un país más o menos
limítrofe. Se ve que Dios también estaba de
parte de ellos; por más que en los tiempos actuales
parezca haber cambiado de bando, porque los norteamericanos
defensores del bien en contra del mal muestran con orgullo
el lema "In God we trust" mientras machacan a conciencia
irakíes o afganos de toda casta y pelaje con el objeto
de liberarlos.
Todos estos detentadores de la voluntad del Ser Supremo parecen
coincidir en un par de cuestiones básicas: en primer
lugar, su Representado es un ser considerablemente cruel e
irascible, que carga con extraordinaria violencia contra cualquier
discrepante de sus intenciones, normalmente aviesas. En segundo
lugar, su Representado es un individuo más bien voluble
y caprichoso, que hoy puede tener el antojo de que nadie consuma
salchichón y al día siguiente ordenará
que se consuman grandes cantidades de abadejo durante cuarenta
días del año, o que el sábado nadie pueda
caminar más allá de cien pasos. La transgresión
de estas lógicas normas acarrea la mentada cólera
del por otra parte llamado "misericordioso" con
efectos definitivos e irrevocables.
Un pequeño inciso para recordar el carácter
paterno que se atribuye a Dios por parte de casi todos sus
propietarios o encargados. Dios es padre, lo cual parece garantizar
su perfección y benevolencia de forma incontestable.
Personalmente considero que estas personas no se han asomado
a la realidad del ejercicio de la paternidad en su propio
entorno, porque desde padres iracundos y maltratadores, hasta
padres desidiosos, hasta otros permisivos hasta la dejación
de sus deberes más elementales, uno se topa con toda
laya y jaez de progenitores, unos más recomendables
que otros. La bíblica visión patriarcal obligada
por una estructura social obsoleta pesa sobre los proclamadores
de la paternidad divina, más que una consideración
razonable sobre la realidad familiar vigente.
En caso de detentar Dios, tal como se le atribuyen, resortes
de conducta antropomorfos, supongo que se hallaría
en una permanente crisis de personalidad con opciones claras
de desembocar en la esquizofrenia.
Todas estas reflexiones, que alguno motejará de irreverentes,
me han sobrevenido a raíz de la lectura de bastantes
testimonios contenidos en esta excelente página. La
salvaje presión que los jefes (llamémosles por
su nombre) del Opus Dei ejercen contra los que pretenden poner
en duda su vocación, vocación revelada por el
conducto reglamentario y, por consiguiente, cierta de toda
certidumbre, es completamente inicua y falaz. El miedo como
argumento supremo constituye una perfecta canallada, máxime
cuando se cuenta con la prevalencia que granjea un entorno
opresivo y aparentemente unánime en la creencia absoluta
en "verdades" más que discutibles.
Respecto al uso y abuso de la supuesta voluntad divina en
cada una de las prescripciones ordenancistas hasta en los
detalles más nimios de la vida, invito a las personas
objeto de tales presiones a comprobar cómo muchas otras
sectas y religiones se manejan con estrategias semejantes;
sin que en ningún caso sea constatable la certeza de
sus fuentes de revelación, que en principio no parecen
otras que el imperativo de mantenimiento de un orden necesario
para la supervivencia de la propia institución que
proclama reglas de supuesto origen supremo. La retroalimentación
(por mal nombre "feed back") es una necesidad histórica
de todas las estructuras de poder.
Y en realidad pienso que no he sido nada irreverente. Si
la irreverencia, como categoría moral, tuviera algún
valor efectivo, más bien resultarían incursos
en ella quienes se arrogan la capacidad de atribuir a Dios
intenciones y condiciones determinadas en su propio beneficio.
A ver si hay alguien capaz de explicarme por qué un
chaval hambriento que se come un mendrugo de pan rancio en
Ramadán se hace reo de una grave condena, o por qué
una mocosa numeraria del Opus que decide ponerse una camiseta
de tirantes acerca su conducta a la de la Gran Ramera de Babilonia.
Y, sobre todo, qué tiene que ver Dios con todas estas
estupideces.
Debo declarar, como colofón, que mis ideas sobre lo
sobrenatural son notablemente confusas y, por consiguiente,
sería incapaz de definirlas en positivo con mediana
precisión. En cambio, en términos negativos,
afirmo que ese concreto Dios, al que recurren todos estos
presuntos interesados heraldos suyos, estoy seguro de que
no existe.
Arriba
Volver
a Tus escritos
Ir a la página
principal
|