DEL
AMOR AL ODIO, Y VUELTA
Crítico Constructivo, 9 de octubre
de 2003
1. El amor inicial.
Mi primer amor por la Obra fue precedido por la admiración.
Cuando conocí el primer Centro me deslumbró
el ambiente humano: el orden, la seriedad en el estudio, la
limpieza, la alegría, el buen gusto, la normalidad...
Y también la piedad cristiana. Poco después
me hice amigo de un numerario, empecé a confesarme
con el cura, que me pareció estupendo, y al poco tiempo
pedí la admisión...
A medida que se me revelaba el espíritu de la Obra
trataba de amarlo con todo. Hoy veo que ese amor se orientaba
a una idealización del Opus Dei, fundada en varios
errores causados en parte por mi propia culpa y en parte por
el nada desdeñable aporte de los medios de formación.
Creo que mi primer error fue pensar que el Opus Dei era "lo
mejor" de la Iglesia, una ciudad amurallada dónde
el "humo de satanás" -expresión de
Pablo VI- no podía entrar. ¡Cuántas lecturas,
charlas, meditaciones, círculos y tertulias contribuyeron
a forjar esta imagen de sitio seguro!
El segundo error fue aceptar sólo lo que la Obra decía
de sí misma. De manera que mientras admitía,
con el discurso oficial, que "todos somos pecadores",
luego, en los casos concretos, siempre encontraba una respuesta
para justificar o minimizar cualquier crítica seria,
especialmente si ésta se dirigía a cuestionar
la actuación de personas con puestos de formación
o gobierno. Y lo que no podía justificar lo contestaba
con argumentos "ad hominem": Fulano no entiende
nuestro espíritu; está enfermo; está
dolido, resentido; vive mal su fe; tiene tal o cual debilidad
ascética
Con esta imagen institucional equivocada, en la práctica
adhería a la creencia farisaica de creerse mejor o
menos malo que los demás. Es soberbia colectiva, propia
de quien acepta ser personalmente miserable pero se considera
asociativamente superior a los demás.
2. Mis primeros odios.
Con el tiempo empezaron los problemas. Y sufrí los
atropellos de dos directores: malos consejos, indicaciones
imprecisas, contradicciones, medias verdades, procedimientos
desleales, manipulación de la conciencia... Todo esto
enmarcado en un contexto de stress que concluyó, en
pocos meses, en el reconocimiento de mi falta de vocación
de numerario y el ofrecimiento de volver como supernumerario
con el paso de los años. Aquí debo dejar a salvo
la conducta del cura de mi centro que me pidió perdón
por la actuación de los directores locales que él
había considerado poco ética; no obstante, la
respuesta institucional fue el silencio
Una vez afuera comencé a sentir dolor, incomprensión
y el amargo sabor de una experiencia vivenciada como una estafa.
Me preguntaba una y otras vez: ¿cómo es posible?
¿por qué? ¿no ven que actuaron mal? Y
con ese taladro en la conciencia pasé del amor inmaduro
a los primeros odios, también inmaduros.
3. Rectificación de los odios.
A pesar de todo, gracias a Dios, conservé la Fe.
La lectura de santo Tomás me ayudó a ir "rectificando"
mis odios. Buceando en las profundidades de la "Summa"
descubrí que existe un "odio de enemistad",
por el que se detesta al prójimo en cuanto tal, o se
alegra uno de sus males o se entristece de sus bienes, que
se opone a la caridad y es pecado; pero que también
hay un "odio de abominación" que recae sobre
el prójimo en cuanto nos causa un mal injustamente,
que puede ser recto y legítimo si se detesta no la
persona del prójimo sino lo que hay de malo en ella.
Y así pasé a "odiar con odio de abominación"
todo aquello que había sido una injusticia hacia mí.
Finalmente, y después de mucho rezar, llegué
a perdonar las ofensas.
4. La parte humana de la Iglesia.
"...la Iglesia se encuentra afectada por el pecado de
sus hijos, (...) la Iglesia no es sólo una comunidad
de elegidos, sino que comprende en su seno justos y pecadores,
del presente y del pasado, en la unidad del misterio que la
constituye" (cfr. Comisión Teológica Internacional,
"Memoria y reconciliación: La Iglesia y las culpas
del pasado (2000)", cap. III). Esto explica los numerosos
pedidos de perdón de Juan Pablo II por una multitud
de hechos históricos y presentes en los cuales la Iglesia
o grupos particulares de cristianos han estado implicados
por diversos motivos.
5. La parte humana del Opus Dei: el "estilo".
Es una obviedad decirlo: la Obra no es más que la
Iglesia, está compuesta por hombres limitados y pecadores.
Sin embargo, pareciera necesario recordarlo hasta el cansancio
para contrarrestar un poco la anestesia de conciencias que
produce una apologética oficial, que ya no convence
ni a "Enriqueta la tonta".
En la parte humana de la Obra se encuentra -a mi parecer-
ese cáncer que Ruiz Retegui denominó "estilo",
para diferenciarlo del verdadero "espíritu".
Al leer los testimonios de ésta página, y confrontarlos
con mis experiencias personales, constato cómo el "estilo"
vigente se proyecta sobre distintos aspectos de la labor con
gran variedad de matices.
Pero -en mi opinión- dónde el "estilo"
se vuelve dañoso es en el delicado proceso de entrada,
permanencia y salida de las vocaciones: cuántos testimonios
relatan un proselitismo agresivo e imprudente para ingresar,
manipulaciones de la conciencia para asegurar la perseverancia
o dificultar la salida de la Institución. Los efectos
de este "estilo", en cuanto praxis vocacional, son
en muchos casos graves daños espirituales y psicológicos.
6. Conclusiones personales.
Hoy puedo decir que mi visión del Opus Dei es más
madura y teologal. Lo considero sólo una parte de la
Iglesia, afectada por luces y sombras. Tampoco me opongo a
su aprobación y a la canonización del Fundador.
No lo amo ni lo odio como antes. Le tengo el mismo aprecio
que a las demás instituciones de la Iglesia.
Mi visión es crítica respecto del "estilo"
vigente. Y repruebo enfáticamente la mala praxis vocacional,
que recurre a injustificables manipulaciones de la conciencia.
Ya me he expresado sobre esto en mi escrito "El complejo
de infidelidad" y prometo volver sobre el tema.
Por el bien de la Iglesia, espero que lo que se publica en
este página sirva para que quienes gobiernan la Obra:
- pidan perdón Dios;
- se disculpen con todos los ofendidos por los efectos del
mentado "estilo";
- no olviden que es "norma" de la Iglesia que "todo
aquel que causa a otro un daño ilegítimamente
por un acto jurídico o por otro acto realizado con
dolo o culpa, está obligado a reparar el daño
causado" (CIC, can. 128);
- y en adelante, corrijan todo lo que forma parte de ese "estilo"
que además de deformar el "espíritu"
daña a mucha gente.
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