DE
CÓMO DEJÉ EL OPUS DEI
DESPUÉS DE VARIAS DÉCADAS
Heraldo , 27 de octubre
de 2003
Con el ánimo de ayudar a otros a dejar el Opus Dei
con relativa facilidad, os voy a contar la historia de mis
últimos meses en la Institución.
En septiembre del 2002 asistí a mi último curso
de retiro. Ahí lloré amargamente al darme cuenta
de que mi salida de la Obra era algo inevitable. Yo no quería
dejar la Obra por todo lo que ya sabemos: te meten en la cabeza
que eres un traidor y que no serás feliz... Salí
del curso de retiro con la renovada esperanza de recomenzar
mi lucha. Sin embargo, mi sospecha de que mi proceso "hacia
afuera" era irreversible fue cierta.
El 1 de diciembre del 2002, a las 9:05 pm, de un modo completamente
súbito, tomé la decisión de salir de
la Obra. Los motivos de mi salida no son ahora el tema. Lo
que quiero es escribir algo que ayude a otros a dar este duro
paso sin tanto miedo y desgaste por el penoso proceso de salida,
que, como es bien sabido, puede prolongarse absurdamente.
Me esperé 24 horas para ratificar mi decisión.
Transcurrido ese tiempo hablé con el director del centro
donde yo vivía. Le dije que había tomado la
decisión porque no podía más. Como era
de esperarse, él argumentó de varias maneras
para hacerme recapacitar. Le dije que tenía razón
pero que yo no quería hacer de mártir; que mi
única vocación era la de cristiano corriente
y que no tenía asimilado el martirio como cosa mía.
Acepté que me faltaba generosidad pero que pensaba
que Dios, como buen Padre, me perdonaría por ello al
minuto siguiente de mi salida. Le avisé, asimismo,
que el día 18 de diciembre me iría a pasar la
navidad con mi familia y que ya no volvería al centro.
Iba con ello que solicitaba el permiso para dejar de vivir
en un centro. En esos días tramité la renta
de un departamento provisional. Regresé a la ciudad
el día 1 de enero y, en efecto, ya no llegué
al centro donde vivía.
Desde el primer momento comenzaron las conversaciones con
dos miembros de la Comisión Regional, el aludido director
y con otros dos numerarios que por "amistad" trataban
de retenerme. En todas esas conversaciones me mostré
siempre contento, sereno, amable y seguro. Los argumentos
iban y venían. Sin embargo, al final todo quedaba en
lo mismo: decía que pensaría todo lo que se
me decía pero que no veía solución: yo
no quería ser martir. En efecto, la vida en la Obra
se había convertido para mí en un martirio insufrible
y no estaba dispuesto a ello. Aceptaba que sería muy
agradable a Dios tal aceptación, pero que estaba seguro
que Dios me comprendería y no le daría mayor
importancia al hecho.
Escribí mi primera carta al Padre antes de navidad.
Pasó como un mes en llegar la respuesta. Mientras tanto,
cada que se les ocurría alguna nueva argumentación
para convencerme de lo contrario, me llamaban para hablar.
Yo acudía invariablemente, aceptaba cuanto me dijeran
y repetía que lo pensaría. Siempre me aseguraba
que les quedara claro que deseaba que la carta llegara al
Padre. Para ello me valí varias veces del correo electrónico.
Llegó la respuesta del Padre: no quiso darme la dispensa.
Me pedía que lo reconsiderara. A los dos días
de comunicárseme la respuesta volví a escribir
otra carta repitiendo mi petición. En resumen, yo le
decía al Padre que me iba porque quería sobrevivir.
Por supuesto, agradecía cuanto me ayudaban y su deseo
de mi perseverancia. Reiteraba mi petición de que me
concediera la dispensa. Así tuve que escribir tres
cartas.
El 6 de marzo del presente año llegó la contestación
afirmativa. No obstante, me pidieron que lo volviera a considerar
y que me daban cuatro días para arrepentirme. Señalé
entonces que si yo no llamaba en esos cuatro días debían
interpretar que no me había arrepentido. Considero
que la dispensa se aplicó el 10 de marzo.
Desde entonces no me han vuelto a llamar ni se han interesado
por mí ni siquiera mínimamente.
Pienso que procedí, casi sin darme cuenta, de una manera
que me evitó muchos disgustos. La clave de mi éxito
-menos de tres meses y escaso desgaste emocional- se lo atribuyo
a los siguientes hechos:
1. Me mostré plenamente decidido desde el principio
y en todo el proceso. Para ello basta con tener una buena
razón y estar dispuesto a equivocarse sabiendo que
Dios es Padre y no un vengador iracundo.
2. Me mostré afable, cariñoso, dispuesto a escuchar
(más que hablar). Con esto se logra no perder la calma
y se evita el riesgo de decir cosas inapropiadas que se conviertan
en armas del enemigo. Como dice el refrán: "el
que se enoja pierde".
3. Evité toda polémica sobre lo mal que me parecían
tantas cosas en la Obra. Sobre estos asuntos ya había
hablado antes ampliamente con directores de la Comisión
y había escrito largas cartas al Padre, y no era el
momento para seguir discutiéndolos. Si no me habían
escuchado entonces tampoco lo harían ahora. Es más:
seguramente me habrían dado la razón en muchas
de ellas como un medio para retenerme y sin la menor intención
real de cambiar nada. Las conversaciones habrían sido
infinitas e inútiles, con el consiguiente desgaste
emocional.
4. Escribía una nueva carta al Padre a los dos días
de recibir una respuesta negativa a la anterior, ratificando
mi decisión. De no haber procedido así, el trámite
habría quedado en punto muerto y detenido mi proceso
de salida.
Han pasado casi 8 meses desde mi salida de la Obra. A pesar
de las naturales dificultades para encontrar una razonable
solución profesional y hacer nuevos amigos, he disfrutado
mucho todo este tiempo. Ya he tenido dos novias y la experiencia
ha sido muy interesante y satisfactoria. La actual es una
chica encantadora y nos queremos mucho. Mi salud psíquica
ha mejorado notablemente. Me he sentido como quien estrena
su vida, a pesar de que ya paso los 40.
No he tenido ni la menor sombra de arrepentimiento por la
decisión tomada. Lo único que a veces lamento
es no haberme decidido a dejar el Opus Dei algunos años
antes. Hasta mi relación con Dios ha mejorado: lo busco
y lo encuentro en mi vida sin tanto artificio y sin ese estridente
planteamiento de perfección que sólo conduce
a pensamientos autodestructivos, pues la perfección
se centra ahora en el amor a los demás y en la sencillez
de la vida. Llevo varios meses en que no le pido nada; a cambio,
me siento en sus manos. Doy gracias a Dios de mi liberación.
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