ASÍ
ME HICIERON UN NUMERARIO DE 14 AÑOS
MIGUEL L., 1 de abril de 2005
Tenía 14 años en 1983 y había estudiado
desde pequeño en un colegio del Opus Dei.
Tal vez como consecuencia de haber estudiado en colegio no
mixto sólo para chicos- nunca había llegado
a tener ninguna clase de relación con ninguna chica
de mi edad, excepto claro está- la relación
propia entre primos y primas. Y fue precisamente entonces,
cuando mis compañeros empezaban a salir y tener amigas
-como es normal en esa etapa de la vida- el momento en el
que yo llegué a conocer y frecuentar un centro de la
obra.
Algunos de mis compañeros de clase habían comenzado
a ir a ese club algunos meses antes que yo. De puertas afuera
era un centro cultural. En él vivían
universitarios numerarios , algunos de los cuales eran mis
propios profesores del colegio, y este descubrimiento supuso
algo muy novedoso para mí.
Las tardes yo las aprovechaba mejor en el club que en mi
casa puesto que en el club conseguía estudiar más
y mejor. Allí no existía la tentación
de ponerse a ver la televisión y era más difícil
que me distrajera con cualquier cosa ajena a mis estudios.
Había orden y tranquilidad en la sala de estudio. Además,
los estudiantes universitarios que allí vivían,
en vez de estudiar en sus propias habitaciones, bajaban a
la misma sala de estudio que nosotros, los chavales de 14,
15 años y siempre te echaban una mano con tus propios
deberes del colegio si les pedías ayuda. Había
varios ingenieros que sabían mucho de matemáticas...
¿En qué otro lugar hay universitarios dispuestos
a explicar matemáticas con paciencia, amabilidad y
sin cobrar dinero?
Como ya sabéis pero yo ignoraba- estos universitarios
no nos dedicaban tiempo, afecto y amistad desinteresadamente.
Todas las actividades del centro tenían un prioritario
fin apostólico que finalmente se concretaba en un fin
proselitista prioritario: encontrar a ese tipo de estudiantes
que cumplan los requisitos para pedir la admisión a
la obra como numerarios ( no voy a hablar aquí de esos
requisitos posición, familia, etc.-)
Al desconocer el funcionamiento de la organización,
del Opus Dei, yo ni siquiera podía sospechar que desde
el primer momento que puse el pie en esa casa, muy probablemente
ya fui observado y analizado con el objeto de comprobar si
yo una nueva cara que aparece por el centro- podría
reunir las condiciones a las que me he referido en el anterior
párrafo. Es verdad que mis profesores ya me conocían
algo, pero en el colegio existe un distanciamiento natural
entre profesores y alumnos.
Aquí en el centro esta distancia podía desaparecer
y yo podría ser cómodamente observado y conducido.
Así que desde el primer momento, sin duda, hubo personas
que me echaron el ojo y fueron pensando en ir atrayéndome
más y más a la vida del centro, en ganarse mi
confianza mediante la amistad y el trato personal, y que sin
duda también rezaban por mí, para que yo diera
un resultado óptimo después del
tratamiento.
Esto del tratamiento habría que explicarlo
para quien no lo sepa. Resumiéndolo un poco, una persona
que no ha tenido contacto alguno con la obra, si se ve que
tiene materia prima ( otra vez las famosas condiciones) para
llegar a pitar, ha de seguir un proceso, algo así como
el diamante en bruto que hay que lavar, rascar, liberar de
adherencias inservibles y finalmente tallar hasta conseguir
el brillante deseado.
¿Cómo se lleva a cabo este tratamiento?
Es preciso que alguien de la obra te trate ,
esto es, hacerse cargo de tu seguimiento, haciéndose
amigo tuyo para conseguir así tu atención, para
meterse en tu vida, para poder invitarte y hacer que frecuentes
el club. El tratamiento continua con los medios de formación,
y las charlas con el cura del centro. Pero bueno... hay que
ir paso a paso, y hay que ir viendo cómo el sujeto
va respondiendo a cada nueva etapa del proceso. Todo cuenta
para ir evaluando si vale o no vale.
Así que empezaron a llamarme para participar en planes
interesantes, salidas en coche , excursiones, etc.
Cuando se ganaron suficientemente mi confianza, empezaron
a invitarme a actividades de tipo religioso: meditaciones,
charlas, etc.
Recuerdo que un amigo de mi propia clase, que ya estaba mucho
más integrado que yo en la vida del centro, era quien
me solía llamar por teléfono para invitarme
a las meditaciones de los sábados
Evidentemente, como esas personas, los residentes del club
que más trato tenían contigo, te habían
dedicado tiempo y ya se estaban ganando tu aprecio y confianza,
lo natural era aceptar cuando te proponían asistir
a un medio de formación religiosa. Decir que no, hubiera
sido muy egoísta y un poco violento para mí;
hubiera sido como decirles: de vosotros, del club, sólo
me interesa lo que me conviene, divierte o lo que me entretiene,
pero no el asunto de la religión. Evidentemente,
cuando algún chico tenía interés nulo
o aversión a los medios de formación espiritual,
no se le invitaba ni era bienvenido ya que incluso podría
entorpecer la labor proselitista del centro.
Me hice amigo del sacerdote de esa casa, que también
era el profesor de religión de mi propio colegio. No
sé cómo explicarlo, pero era un tipo de amistad
de esos que puede ejercer cierta influencia emocional sobre
ti. Tal vez porque te sentías querido, y notabas el
afecto y el interés que ponía en ti.
Incluso el director de ese centro era uno de mis profesores.
Aquí quiero recalcar que yo jamás había
tenido amigos que me llevaran tantos años.
Esto de tener amigos universitarios y un amigo
sacerdote de más de 40 años era algo absolutamente
nuevo en mi vida.
Por supuesto que mis padres tenían amistades y con
algunas de ellas yo tenía más trato o confianza
que con otras. Pero los amigos de mis padres nunca me habían
llamado a mí para invitarme a un plan, a una excursión,
a un partido de fútbol. Así que mis amigos
mayores del club eran de un tipo desconocido para mí
ciertamente.
Eran personas que me empezaban a tratar como a un hombre,
no como a un niño. Contaban conmigo para hacer planes
sin que yo tuviera la impresión de que aquello fuera
un club infantil o una guardería. Aquello me fue haciendo
pasar más y más tiempo fuera de mi propia casa,
entre hombres. Eso te hacía sentirte mayor, más
independiente. No me sorprende nada que la mayor parte de
mis compañeros comenzaran a hacerse adictos al tabaco
allí, en la sala de estudio o en la sala de estar:
fumaban a sus anchas. En el colegio estaba prohibido fumar,
pero en el club no estaba mal visto en absoluto.
Supongo que es en la adolescencia cuando uno se fija más
en los mayores y tiene ganas de ser como ellos, de imitarles.
En ese centro de numerarios, vivían muchos de los
profesores que me daban clase a mí. Por tanto tenías
la sensación extraña de tener una doble relación
con ellos. En el colegio eran exclusivamente profesores y
claro está- no te trataban como en el club, con
la confianza y el afecto que se respiraba en el centro de
la obra. Es muy curioso tener a esas personas como profesores
del colegio durante la jornada, y por la tarde charlar o bromear
tranquilamente con ellos en el club. Esas mismas personas
te iban a poner la nota final de curso, y te habían
puesto la tarea del cole para el día siguiente, o quizá
te iban a poner ese examen tan difícil que te traía
de cabeza al día siguiente.
Bueno, pues un día de aquel año, -yo tenía
menos de 15-, era festivo y yo tuve una celebración
familiar fuera de mi ciudad. Sigo sin saber ni explicarme
cómo me pudieron localizar, puesto que recibí
una llamada no existían teléfonos móviles-
estando en una casa en la cual yo jamás había
puesto los pies hasta la fecha. Al teléfono, uno de
los del club, me dijo que a ver si podía pasar esa
misma tarde por el centro, que quería hablarme de algo.
Me sorprendió mucho esa llamada, pero me fui para allí
dejando a mi familia y a mis familiares volviendo a mi ciudad
en autobús por mi cuenta.
Ya hacía unos pocos meses que yo asistía a
meditaciones, círculo y confesión con el cura-amigo.
El grado de confianza que yo experimentaba en aquel club fue
muy grande, tal vez no lo pueda comprender alguien que no
lo haya frecuentado un centro así. Sin duda tendrá
que ver con ello el hecho de que con algunas de las personas
de ese lugar, yo tenía conversaciones acerca de temas
personales: mi vida, mis problemas, mi conciencia, mis defectos
o mis pecados ya que yo me confesaba allí, con
el cura, en su propia habitación, arrodillándome
en el suelo frente a él sentado en su sillón.
Y además, lo cierto es que unos cuantos residentes
me caían muy bien y me encantaba hablar con ellos.
Me presenté en el club aquella tarde. Me recibieron
en la habitación llamada "dirección"
y me senté a solas, cara a cara con el universitario
con el que yo tenía más amistad, y por quien
yo también sentía cierta admiración.
Me empezó a hablar de algo que me llegaba totalmente
por sorpresa.
Me habló de mi vocación al Opus Dei. Empezó
a hacerme ver que no era por casualidad que yo hubiera conocido
ese centro del Opus Dei y que hubiera tenido la suerte de
tener padres católicos que me hubieran enviado a un
colegio de la Obra. Según él, Dios me había
dado más y por tanto me pedía más que
a la gente normal: una vida de más entrega, y me daba
a entender que el momento de entregarme había llegado
para mí porque me estaba proponiendo el hacerme de
la obra. Me explicó más o menos qué es
un numerario y a qué se compromete. ¡Me estaba
proponiendo que yo me hiciera numerario!. (No llegó
a explicarme nada acerca de la vocación para supernumerario
o agregado).
Es decir, aquella tarde no se me explicó cuáles
son los tipos de miembros que hay en el Opus Dei. Evidentemente
yo no pedí que se me explicara porque no sabía
que en aquel momento era ésa una información
que me podía interesar. Probablemente yo ni siquiera
había oído la palabra agregado.
Seguramente sí que sabía que los supernumerarios
eran miembros de la obra que se casaban, porque el director
de mi colegio estaba casado y yo sabía que era de la
organización.
Y es que a mis catorce años, yo disfrutaba de mis
aficiones, el deporte, mis amigos, etc. y no sabía
qué había que hacer para pertenecer a la Obra,
porque no me lo había planteado jamás. No era
un tema que me preocupara y no tenía una curiosidad
especial sobre esta cuestión, por tanto no había
indagado ni preguntado nada a nadie.
Eso sí, había notado que algunos de mis compañeros,
los que estaban en mi clase y venían al club, tenían
un status por llamarlo de alguna forma,
ahora me explicaré- superior al mío en el club.
No solo tenían un trato de más familiaridad
y afecto sino que también tenían el derecho
de pasar a la zona de la casa reservada solo a los que vivían
en la casa ( la zona propiamente residencial, con habitaciones,
comedor, etc.). Incluso a veces eran invitados a comer o a
cenar con todos los universitarios residentes. Yo, como la
mayoría de los estudiantes que no vivíamos allí,
no pasaba a la zona estrictamente residencial porque me lo
habían explicado, y lo comprendí perfectamente:
los residentes tienen derecho a cierta zona reservada exclusivamente
para ellos en su propia casa, una zona libre de estudiantes
de fuera. Bastante hacían con dejarnos ir a estudiar
y estar en la parte no reservada.
Aún y todo, yo tenía una natural curiosidad,
no sabía qué habían hecho esos amigos
míos para tener ese privilegio. Pero tampoco se lo
pregunté a ellos. Era una de esas cosas que da cierto
pudor preguntar. Por poner un ejemplo, es como si le preguntara
yo a un amigo: ¿por qué tienes más amistad
con fulanito que conmigo?
Yo pensaba que era simplemente una cuestión del tiempo
que se llevaba yendo por el club. Esos amigos llevaban más
tiempo que yo yendo por el club, así que conocían
mejor a los de la casa, y recíprocamente, eran mejor
conocidos por los de la casa, así que yo suponía
que en cierto momento, de forma natural, un buen día
fueron invitados a pasar un rato, o tal vez fueron invitados
a comer, y eso les otorgaba automáticamente el nuevo
status.
Volviendo a la conversación en el cuarto de dirección,
imaginad la sorpresa que yo me llevé. ¡Y qué
miedo! La decisión que se esperaba de mí era
una decisión seria, la de un hombre que decide su vida,
que entrega su vida y es consecuente con su promesa. Lo que
más me preocupaba es que si yo decía que sí,
debería permanecer célibe toda mi vida: no tendría
jamás novia, mujer o hijos, así que.. ¡vaya!...
se trataba de la única decisión realmente importante
que yo había que tenido que tomar en toda mi vida.
Imagino que una persona ajena al opus dei, o que nunca haya
pasado por esta experiencia , tal vez no pueda comprender
la intensidad del momento. Puede parecer que una conversación
así no puede comprometer tanto tu vida y menos cuando
eres tan joven. Puede parecer que no pudiera ser algo a tomar
tan en serio en aquel momento. Pero todos los ex que me estáis
leyendo sabéis perfectamente que sí es una decisión
comprometedora, no menos importante que el sí
matrimonial que se pronuncia en el altar.
No me preguntéis cuáles son los mecanismos
psicológicos que nos hicieron verlo y sentirlo así.
Los que habéis pasado por este trance, supongo que
estaréis bastante de acuerdo en admitir que la decisión
que tomamos en aquel día, lugar y hora el día
de nuestro pitaje- fue totalmente comprometedora para nosotros,
y fuimos conscientes de ello. Seguramente porque era una promesa
de entrega total a Dios y encima con testigos, con carta y
con firma.
Y supongo que además por cuestión de la sugestión,
un tema que me gustaría que fuera tratado por gente
que sepa de ello, para aclarar más las cosas, y para
explicar qué parte juega la sugestión en todo
este asunto porque yo no soy psicólogo ni nada parecido.
No voy a entretenerme a divagar ahora entre la relación
que hay entre la sugestión y el engaño ni en
la cuestión moral del asunto, pero creo que algo interesante
se sacaría de un debate entorno a ese tema.
Pregunta: ¿cuanto tiempo solemos requerir para tomar
una decisión vital? ¿Cuánto tiempo se
toma una persona adulta para decidir cuándo y con quién
quiere casarse?
No contestaré a estas preguntas. No hay una respuesta
exacta. ¿Quién tomaría libremente una
decisión así en pocas horas sin que hubiera
una causa grave que le apremiara, y por si fuera poco, sintiendo
además la presión, la coacción, de otras
personas?. ¿No sería ello una temeridad?
Después de más de una hora, ese universitario
salió del cuarto y dejó su puesto a otra persona.
No recuerdo si en total fueron 4 o 5 personas las que así
se fueron turnando y me fueron hablando ininterrumpidamente
a lo largo de la tarde, excepto uno o dos ratos (de menos
de 15 minutos aproximadamente) de soledad en el oratorio.
Fue una sesión maratoniana. Yo, naturalmente fui fatigándome
mucho más que ellos.
Las dos últimas personas con la que hablé en
aquellas horas fueron el sacerdote (que ya he dicho que era
un amigo especial, realmente yo tenía un afecto muy
especial por él) y el director del club, así
que todo había ido de menos a más: empezó
hablándome la persona más cercana a mí
y acabé hablando con el director de la casa, el cual
ya he dicho que era uno de mis profesores en el colegio.
Ni merienda ni nada. Los únicos "respiros"
que tuve fueron porque me invitaron una o dos veces a pasar
al oratorio Me propusieron hacer oración, hablar directamente
con Jesucristo en el sagrario. A pedirle ayuda, a pedirle
luz. A pedirle que yo viera que ser numerario
era lo que Jesús me pedía.
Yo traté entonces, con mucha preocupación y
miedo, de poner en orden todo ese caos, ese vértigo
que daba vueltas y más vueltas en mi cabeza, y que
se había introducido inesperadamente en mi vida aquella
misma tarde, tratando de hablar con Jesús en el sagrario,
tratando de oír algo, o "ver" una señal,
una indicación, una prueba de que Él me pedía
dar ese paso. Llegué hasta el extremo de pedir a Jesús
que hiciera moverse algún objeto del oratorio o que
se encendiera espontáneamente alguna de las velas sobre
el altar. Me sentía tan solo y asustado... Sentía
angustia. Una angustia que yo jamás había experimentado.
Cierto que no estaba solo, allí estaba Jesús
en el sagrario, pero para mí estaba dentro de una caja
y yo no podía penetrar en ella y hablar directamente
con Jesús. ¿Cómo podía yo saber
con certeza si cualquier insinuación que yo creyera
proceder de Jesús en el sagrario, no era mero producto
de mi sugestión o de la influencia de las conversaciones
que yo acababa de tener habían ejercido sobre mi mente?
¿Cómo saber la verdad? ¿ Cómo
saber la verdad urgentemente?
Cuando salí del oratorio y ellos volvieron a la carga,
yo respondí honestamente que yo no veía nada
claro. Incluso les dije que en esos momentos que había
pasado a solas en el oratorio se me había pasado por
la cabeza el pedir a Dios una señal de que Él
ciertamente era quien me pedía esa entrega total, como
la de una vela que se enciende espontáneamente. Me
respondió el cura que no me hiciera tantas ilusiones.
¿Quién era yo para exigir un milagro a Dios
y más aún cuando la vocación ya es un
regalo por el que una persona debería sentirse agradecidísimo?.
Además, ¿qué mérito tendría
el que yo me entregara tras ver un milagro? Me sentí
estúpido al haber reconocido ante el cura que yo había
pedido esa señal. Y es que al oír su respuesta
y ver su cara, me pareció de golpe, que mi pretensión
había sido infantil y me sentí avergonzado,
pero el cura no le prestó importancia ya que él
quería llevarme por otros terrenos utilizando otros
argumentos y parece ser- no había mucho tiempo
que perder.
Al final dije que sí. No llegué a descubrir
ninguna señal especial, ni ninguna llamada especial
dentro de mí. ¿Por qué dije que sí
entonces? Pues probablemente porque ellos eran más
y mejores. Ellos habían hablado ya a muchos chavales
y contaban con esa experiencia: sabían qué argumentos
convenía sacar en el momento oportuno de la conversación.
Me conocían bien y probablemente habían planificado
cómo tratarme y qué decirme, no solamente aquella
tarde, sino en los días y semanas precedentes. Sin
yo saberlo me habían ido conduciendo hasta ese momento
crucial que a mí me cogía totalmente desprevenido,
a ellos no.
Probablemente tras 4 o 5 horas de semejante sesión
consiguieron doblegarme, sugestionarme o convencerme -jamás
personas adultas me habían hablado de aquella manera-,
y para mí no eran personas cualesquiera como ya he
dicho. Yo confiaba mucho en ellas y además tenían
influencia directa sobre mí. Dos de ellos, el cura
y el director eran profesores de mi propio colegio, como he
dicho. Otra razón que me decidió a decir que
sí, fue que avanzada ya la sesión y tal vez
como recurso final para arrancarme el sí, me revelaron
que mis amigos de clase (unos cinco o seis), con los que iba
cada tarde a estudiar a ese centro (esos que sí tenían
derecho a pasar a la zona prohibida esto
es, la zona residencial-), ya eran numerarios desde hacía
semanas o meses. ¡Y yo no tenía ni idea!.
Así que me quedé con sensación de ser
el último del grupo y el más despistado por
añadidura - al no haberme enterado-, algo que había
que remediar cuanto antes, subiéndome el último
al carro pero con dignidad y no menos valentía que
la de mis compañeros.
Como he dicho, aquella sesión continua en la que los
argumentos para que me decidiera a ser numerario se sucedían
uno tras otro sin parar, duró bastante. Más
o menos desde las cinco o seis de la tarde hasta las once
de la noche, hora en la que escribí la carta al Padre.
Era tan tarde cuando terminé, que me llevaron a casa
en coche.
Ya había pasado todo, ahora me felicitaban y sonreían
muy contentos, yo era uno más de la familia, como un
recién nacido. Y los abrazos y sonrisas ya eran de
otro tipo... se notaba que éste era el famoso paso
que había que dar para que trataran tan bien y te dejaran
pasar a la zona X.
Al día siguiente me empecé a preguntar por
qué no me habían hablado de la posibilidad de
ser supernumerario ( y por tanto ser miembro del Opus Dei
pero sin renunciar a casarme). Y claro, no supe qué
contestarme. Imaginé que los numerarios tenían
una categoría especial ( me habían dicho que
ser numerario era como ser apóstol de Cristo, uno de
aquellos doce privilegiados que entregaron todo pero vivían
junto a El) y que de alguna forma aquellas personas habían
descubierto que yo tenía cualidades para ser numerario
y no quedarme en solamente supernumerario. Pero éstas
eran ya consideraciones posteriores puesto que antes de pitar
yo no había tenido la oportunidad de informarme sobre
las diferencias entre la vocación de un numerario,
supernumerario o agregado. Ellos eligieron mi vocación.
Yo no.
Mi incorporación al Opus Dei cambió totalmente
mi vida.
¿Tuve la ocasión de hablar de algo tan importante
para mí , con mis propios padres antes de decidirme?
Claro que no. No vi a mis padres ni se me sugirió que
los llamara, durante aquella tarde. ¿Qué hubiera
pasado si no me hubieran atosigado tanto y yo hubiera podido
ir a casa para pensar mi decisión con paz, con tiempo?
Como he dicho, sí tuve ocasión de hablarlo con
Dios. Pero ¿en qué condiciones? Con aquella
gente esperándome fuera del oratorio a que les diera
la respuesta definitiva. ¿Qué problema había
en que yo dialogara con Jesucristo en el sagrario con más
calma, no sólo en aquellos ratitos en los que todo
me dio vueltas en la cabeza sino durante una semana, o durante
varias semanas o meses? ¿No se dice que es bueno el
silencio y el recogimiento para orar? El ruido que yo tenía
en mi cabeza en aquellos momentos que me concedieron para
orar , el desasosiego, los nervios, ciertamente no son las
mejores condiciones para rezar y tomar decisiones. Pero bueno,
no voy a insistir más. Aquella gente llevaba a cabo
regularmente y con éxito esta técnica de acoso
y derribo a los menores de edad y creo que les daba resultados
positivos.
Creo que si el Opus Dei continúa aprobando esta forma
de proceder, esta manera torticera y mezquina de captar socios
entre los menores de edad los cuales tienen menos autonomía
intelectual y menos recursos para no verse influidos o presionados-
yo estoy en absoluto desacuerdo y estoy rotundamente convencido
de que es un proceder inmoral.
Pienso que se cometió una grandísima injusticia
y un gran abuso conmigo. La convicción de que yo entré
en la obra de una manera rara y sospechosa, a toda prisa y
sin que yo realmente hubiera sentido una llamada especial
a esa forma de vivir, es lo que a la larga me ayudó
a salir de allí 10 años después, porque
Dios nos ha dotado de razón y de inteligencia, y ésta
me daba a entender que yo realmente no había entrado
debidamente informado y libremente.
Yo nunca llegué a pertenecer al consejo local de un
centro (el grupo que dirige un centro de la obra compuesto
por director, subdirector, secretario y sacerdote), por tanto
no puedo saber cuál es el mecanismo interno de ese
grupo y exactamente cómo se planea y decide que se
ha de hablar a un chaval para que pite. Probablemente alguno
de vosotros sí habéis pertenecido a consejos
locales y lo sabéis mucho mejor que yo. Así
que, en lo que voy a decir ahora muy bien podría equivocarme,
pero tengo la seguridad de que no andaré muy equivocado
y en todo caso- aquellos de vosotros que hayáis
pertenecido a un consejo local podréis decirme os
lo pido y os lo agradezco- si estoy en lo cierto o no.
¿De qué manera un consejo local decide que
se hable a un joven -por ejemplo de 14 o 15 años- para
pitar? ¿Qué criterios se siguen? ¿Qué
valoraciones se hacen? ¿Qué normas dejó
indicadas el fundador si es que las dejó escritas-?
Yo no puedo responderos a estas preguntas. Mi humilde opinión
es que el consejo local no pone la libertad del joven en cuestión
por encima de las necesidades proselitistas del centro y de
la institución Opus Dei. El consejo local no ayuda
al joven ni lo estimula para que conozca los diferentes caminos
que existen en la iglesia para ir hacia Dios, a que realmente
encuentre su propio camino en la vida y que sea fiel a Dios,
y feliz, sea cual fuere la llamada de Dios o la voluntad del
propio joven. En vez de respetar la sagrada libertad de cada
persona, el consejo local de alguna forma se atribuye facultades
divinas: el derecho a pensar que ellos mismos tienen claro
lo que Dios quiere que se haga.
El consejo local evalúa las condiciones del sujeto
para ser numerario y si el chico las cumple, ellos asumen
que entonces es Dios quien se las ha dado y por tanto sólo
resta saber si tiene la generosidad suficiente para dar el
paso final: el sí. Si el chaval finalmente dice sí
es porque Dios le ha dado la gracia y la generosidad suficiente
para entregarse, prueba bastante clara de que se había
acertado en la elección del candidato.
A mí me costaría realmente creer que los consejos
locales son plenamente conscientes del error que hay detrás
de este planteamiento a todas luces equivocado y que atenta
tan claramente contra la libertad personal, al arrogarse una
especie de infalibilidad Papal doméstica. Pienso que
en todo este asunto, los propios directores están también
sugestionados y por eso ponen tanto empeño, tanto interés
y tantos medios. El problema es que se comete un abuso y no
hay una objetiva justificación de los medios que se
emplean para el pitaje que es el fin- Pero la sugestión,
o el creer erróneamente que se conoce qué es
lo bueno y qué es lo verdadero, pueden hacer que la
objetividad se pierda y que ellos sí vean justificación
en los medios que emplean. Así que no me queda más
remedio que llegar finalmente a la consideración de
la conciencia de cada uno, ese último recurso muy espiritual
a veces, pero muy animal a veces también
que hace que se nos revuelvan las tripas al ser testigos de
un hecho aborrecible. Gracias a la conciencia detectamos el
mal sin tener que ejecutar largos o complicados razonamientos
mentales. Simplemente lo vemos, lo sentimos. Pero por desgracia
sabemos que incluso la conciencia puede ser manipulada o corrompida.
Así que tampoco es infalible.
No he sabido condensar todo lo que quería decir en
menos espacio. Siento que este escrito me haya salido tan
largo finalmente.
Si alguien piensa que he dicho algo que no es verdad o pudiera
aclararme algo o explicarme algo para que yo lo entienda mejor,
le estaré muy agradecido.
Me gustaría poder leer en este foro cómo fue
el pitaje de otras personas para ver si el mío puede
ser considerado un pitaje normal y corriente (de un chico
de menos de 15 años) , y para ver si puedo encontrar
similitudes o pautas generales al considerar varios casos.
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