AMIGOTES
Y MALAS COMPAÑÍAS
Enviado por Antrax el 26 de octubre de
2003
La verdad es que hace tantos años que dejé -venturosamente-
aquella casa de locos, que sus huellas en mi persona son (o
parecen ser) del todo imperceptibles. Mi único contacto
con el Opus Dei consiste en la permanencia dentro de esa institución
de algunos hermanos míos, lo que sinceramente deploro,
por cuanto alguno de ellos ha pasado la cueva física
y moralmente a causa de su peculiar situación, ya que
de peculiares, si no aberrantes, se puede tachar esas vidas
encorsetadas en un medio artificial y sumamente opresivo.
Algún otro hermano mío ha tenido el buen criterio
de hacer bastante de su capa un sayo, aún dentro, cosa
que me alegra en beneficio de su salud y personal bienestar.
Bien: todos ellos son mayorcitos y sé perfectamente
que cualquier intento de disuasión sería contraproducente,
dado que prefiero que me sigan considerando persona respetuosa;
porque, si no, igual dejaban de comer conmigo de vez en cuando
y de aceptar mi hospitalidad esporádicamente y de tomarse
unas copas hablando de otros asuntos. No me compensa.
Desde hace algunos meses entro con interés en esta
excelente página (o sitio), llena de inteligencia y
honestidad; incluso he mandado alguna otra colaboración.
Enhorabuena y que no decaiga. Debo reconocer que me ha ratificado
en mi conclusión sobre lo dolorosamente perjudicial
que el Opus Dei ha sido y está siendo para cientos
de personas de buenísima fe y notable calidad humana.
Sinceramente, me cabrea mucho lo que están pasando
estas gentes tras su salida o fuga y deseo que consigan soltar
lastre cuanto antes y mirar a la vida con esperanza y, hacia
lo pasado, con cierto espíritu de saludable coña.
Lo digo con todo el respeto del mundo.
El caso es que la lectura de vuestras cosas me ha hecho rememorar
a algunos amigotes y malas compañías que me
ayudaron mucho a sortear los Escilas y Caribdis de la escapatoria
en la Pamplona de aquellos años 60, casi 70. ¡Anda
que no ha llovido!
Todos eran miembros del Opus Dei en una u otra situación,
todos acabaron marchando en fechas parecidas. Un filósofo
americano gran contertulio y buen bebedor de cerveza, un psicólogo
catalán bastante volteriano, por más que se
fingiera conductista, un sociólogo de gran conciencia
política, un japonés inexplicablemente interesado
por la obra de Moratín, un psiquiatra la mar de serio,
un filósofo sevillano de corazón tan enorme
como su modesta sabiduría
Con alguno de ellos
he vuelto a coincidir, nos hemos visitado o escrito años
más tarde. La verdad es que resultaba divertido aquello
de plantearnos reclamar el título de hijosdalgos a
fuero de España para los profesores de la Universidad
de Navarra, en concordancia con la demanda por parte de Monseñor
del Marquesado de Peralta. Y no menos pintoresco que, reclamando
la supuesta libertad política en el seno de la cosa,
nos dedicásemos a pegar carteles contra la falsa reforma
democrática franquista en su plebiscito, con la subsiguiente
y escandalosa detención de algunos de nosotros. Tampoco
olvidaré las prodigiosas expediciones "apostólicas"
a Logroño en una ruinosa Vespa, que Serafín
(llamémosle así) y el que suscribe convertíamos
en una alocada exhibición de acrobacia motorística
jamás confesada a director o presbítero alguno.
Realmente tengo que agradecerle a la institución ésa
haber topado con gente tan excepcional. Me gustaría
volver a establecer contacto con alguno de los supervivientes,
cosa que veo difícil porque cada uno ha tirado por
distinta vereda y algunos ni siquiera sé si viven.
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