CON
LA VERDAD POR DELANTE
Enviado por M.C., el 8-8-2003
Encontré este sitio en la red por primera vez esta
semana, y aunque dejé el Opus Dei hace ya más
de doce años, durante varios días no me he podido
despegar del ordenador en mis ratos libres. Gracias por crear
esta pagina, porque no hay demasiadas oportunidades de compartir
vivencias y opiniones con gente que haya pasado por lo mismo.
Leyendo los testimonios de tantos otros, me he reído
y he llorado, y me he sentido muy identificado con muchas
de las situacion descritas.
Como tantos otros, necesitaría escribir un libro sobre
la experiencia. No un libro sensacionalista, ni rencoroso,
sino un libro que permitiera abarcar todos los aspectos de
lo que fue esa vida. Pero como no me animo con el libro, aquí
quiero reflejar algunas cosas que llevo dentro desde hace
mucho tiempo.
Mi historia es bastante típica: madre supernumeraria,
padre cooperador (y unos años despues supernumerario),
familia numerosa, colegio de Fomento, club juvenil los fines
de semana (donde me lo pasaba muy bien, por cierto), primer
viaje de Semana Santa a Roma con sólo 13 años...
Y a los catorce y medio caí como fruta madura y pedí
la admisión como numerario.
En mi caso, la separación de la familia fue un poco
más brutal de lo habitual, porque me fui al centro
de estudios cuando aun me quedaban dos años de estudios
de secundaria, lo que entonces eran tercero de BUP y COU.
Es decir, que a los 16 años dejé de pasar la
Navidad con mi familia de sangre, para pasarla
con mi nueva familia.
En la Obra pasé catorce años, un período
de tiempo en el que fui avanzando gradualmente de la inocente
felicidad entusiasta, a una agonia creciente con total sensacion
de asfixia.
Me he decidido a escribir, porque creo firmemente en aquello
de que la verdad os hara libres. Y en honor a
la verdad, he de decir que, junto con mis
críticas a la institución que reflejo mas adelante,
también me fui con cosas positivas.
Por ejemplo, de los centros en los que viví, algunos
los recuerdo con verdadero afecto, porque se juntó
allí gente abierta, agradable y que de verdad trataban
de fomentar un espíritu de familia. Otros, sin embargo,
me producen dolor de estomago con solo mencionarlos.
Igualmente, mantengo una verdadera amistad con algunos numerarios
que lo siguen siendo; a otros no tengo ganas de verlos ni
en pintura.
Sigo siendo católico practicante y creo que mis años
en la Obra me dejaron un hábito de oración,
la devoción a la Virgen y a la Eucaristia y una disciplina
personal que, con el tiempo, han sido fundamentales en mi
vida.
A pesar de lo que acabo de escribir, durante los seis años
posteriores a mi marcha, tuve pesadillas recurrentes sobre
la Obra. Acabé yendo a un psicólogo, y aunque
ahora son mas esporádicos, aun de vez en cuando tengo
sueños de ese tipo.
Como a muchos otros, lo que me acabó empujando a salir
fueron las ganas de enfrentarme a la vida por mí mismo,
de sacarme las castañas del fuego, y la
contradicción cada vez más evidente que experimenté
entre la teoría de que yo era un cristiano y ciudadano
corriente, y la realidad de que vivía en un convento
camuflado.
Como muchos de vosotros habéis escrito, experimentar
la libertad ha sido algo increible. Aún hoy en día
me da a veces una enorme satisfacción hacer algo tan
sencillo como fregar los platos o poder cocinarme algo, en
mi cocina y cuando quiero.
Para mí, las peores aspectos de la obra son:
1. El tremendo proselitismo que se hace con gente tan joven.
2. El total control de la persona y su conciencia.
3. La falta de madurez y experiencia de tanto y tantos a los
que se les encomiendan tareas de formacion y direccion
espiritual, entre ellos, bastantes sacerdotes. Creo
que esto acaba haciendo mucho daño a muchas almas.
4.Las contradicciones entre teoría y práctica.
No voy a explayarme sobre esos cuatro puntos, pero sí
quiero dejar constancia de algunos ejemplos.
Como ejemplo de la manipulación y el proselitismo
sin conciencia, recuerdo una situacion particularmente llamativa.
Cuando ya era numerario, pero todavia estaba adscrito a un
centro y viviendo con mi familia real, durante una tertulia
salió a colación que un chico con muy buenas
condiciones se le iba a plantear o se le había planteado
ya la vocación. Al oir esto, un sacerdote allí
presente que había tratado a varias hermanas
del joven estudiante dijo: Me montais una meditacion
y éste pita. Ni cortos ni perezosos, los directores
del centro se pusieron en marcha. El adscrito que trataba
al muchacho lo llamó por teléfono y lo invitó
a venir a una meditación, aunque no fuera el día
de la meditación semanal de San Rafael. El chaval dijo
que sí y se vino (vivía bastante cerca). La
escena me deprime al recordarla: todos los que estábamos
en la capilla (que por supuesto llamábamos oratorio)
éramos de la Obra, menos este joven, cosa que él
no sabía, por supuesto.
La meditación por parte de este vibrante sacerdote
estuvo total y completamente dirigida a la víctima
elegida y versó, lógicamente, sobre vocación
y entrega. Al terminar, el subdirector del centro se llevó
al chico en cuestión a dar un paseo en coche para charlar
y rematar la faena. El muchcacho, por cierto, no cayó,
por lo que le aplaudo.
Más adelante, después de terminar mis estudios
universitarios, viví durante una temporada en un centro
en el que se llevaba un club juvenil. Los socios del club
eran del quinto al octavo grado, asi que las edades comprendidas
eran de los 10 a los 14 años. Por entonces, en España
se habian avivado las críticas a la Obra por nutrirse
de gente demasiado joven. Así que un día, en
el centro, nos leyeron una nota de la delegación en
la que se nos urgía a evitar el uso de la palabra niños
para referirnos a los socios del club; en su lugar, debíamos
decir chicos, término que todavía
refiriéndose a gente joven, tiene una connotacion menos
infantil. Se me quedó grabado, porque me hizo sentir
que vivía en una especie de régimen estalinista;
lo que importaba no era si tratabamos o no con niños,
con personas de una edad determinada, sino la etiqueta, la
palabra que usábamos para referirnos a ellos. Cambia
la palabra, y ya no existe el problema. Sencillo, no?
En cuanto a las contradicciones mas flagrantes, ya he mencionado
lo de ser un ciudadano corriente, que obviamente no lo eres.
También, que se te enseñe que la Obra
es familia y es milicia creo que es en sí mismo
contradictorio. Pero que además nadie pestañee
cuando, en los estudios internos, te explican el principio
de no contradicción, es antológico.
Desde el primer momento aprendes también que en el
apostolado, "no se trata de instrumentalizar la amistad".
¡Ay, ay, ay! Podria citar con nombres y apellidos situaciones
en las que los directores me dijeron que me hiciera amigo
de fulanito, que tenía potencial. Pero todavía,
tambien podría citar el ejemplo inverso: A este
déjalo, que mejor que lo trate este otro numerario.
Valiente concepto de amistad y de libertad.
Tras abandonar la organización, lo que fue un proceso
lento y doloroso, como una carrera de obstaculos, fue maravilloso
descubrir la Iglesia. Si, así, como suena. Ser un catolico
de a pie, junto con muchos otros. Darte cuenta de que hay
persona buenísimas y santísimas que nunca han
oido hablar del Opus Dei. Confesarte con un sacerdote que
te abre nuevos panoramas o te alivia las heridas que llevas
en el corazón con palabras profundas que llevan un
mensaje de amor. Escuchar homilías en las que las reflexiones
sobre un pasaje del evangelio son nuevas, no las manidas de
siempre que escuchaste una vez y otra en la Obra. Y tambien
darte cuenta de que el mensaje de la Obra de santifcarse en
medio del mundo, con ser estupendo, ni es tan nuevo como nos
hacían creer, ni mucho menos tan exclusivo.
Por supuesto, me dejo mcuho en el tintero. Por ejemplo, no
he mencionado nada del efecto que el Opus ha tenido en mi
familia y no voy a entrar ahi. Pero cuando dejé la
Obra y volví a tener un trato mas directo y abierto
con mis muchos hermanos, me quedé boquiabierto de lo
quemados y heridos que estaban con el tema de la Obra. Un
día que nos juntamos varios a cenar y pasamos revista
al impacto que el Opus Dei había tenido en nuestra
familia, una de mis hermanas soltó, a modo de balance:
Esto no es una familia ni es nada. Lo peor no
fueron las palabras; lo peor fue el tono de resentimiento
y dolor con que las pronunció.
Mi objetivo no era ni condenar ni ensalzar, ni atacar ni
defender. Al final, Dios es el que nos juzgará a todos.
Y ahí sí que no quedará más remedio
que ir con
la verdad por delante.
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