SUFRIMIENTO
DE ALGUIEN QUE NUNCA LLEGÓ A PITAR
MARCOS, 8 de septiembre de 2004
Tengo 25 años y por motivos de trabajo no puedo vivir
en mi tierra. Soy extremeño (España) y desde
hace algunos años tuve que salir de Extremadura.
Nunca pertenecí al Opus Dei, pero mi vida ha estado
siempre marcada por las consecuencias de haberme acercado
a esa "institución" y por tener alguien de
mi familia que sí pertenece a la Prelatura. Cuando
tenía entre 13 y 15 años frecuenté algunos
clubes en mi tierra (para los que piensen que miento: Cáceres-
Club Aljibe, en Calle Ronda del Carmen nº 2, 2ºF,
en Badajoz- Club Puentenuevo, Calle Martín Cansado
nº 3) y participaba en las actividades que se organizaban
para atraer a los chavales. Solíamos jugar a gimkanas,
en busca del tesoro, hacíamos merendolas... pero luego
llegaba la parte práctica, jeje, la charlita de marras.
Era los sábados por la tarde.
Poco a poco fui introduciéndome en el mundillo éste
de las charlas de formación, incluso llegué
a ir a algunos cursos de retiro, concretamente en una pedazo
de casa que hay en Aracena, y en un colegio que hay en el
mismo Sevilla, en la Avenida de las Palmeras (alguien que
ponga en duda la veracidad de lo que digo, venga) También
estuve en un retiro en un castillo medieval que hay en Lora
del Río. Acudí también un verano a un
campamento de la Obra que está en un pueblo de Cádiz.
El campamento se llama "El Pinsapar" Os doy todos
estos datos no vaya a haber algún lanzado proclive
a la Obra que me llame mentiroso, aunque sé que dirán
que todo son calumnias, que el demonio está usándonos
para "meter la pata".
Sigo. Conocí a gente de la Obra cuyos nombres aún
recuerdo: Rafael R., Xordi V., Luis B., Don Pedro T., Don
Manuel B, Iván (no recuerdo el apellido, pero sé
que era un numerario vasco) No sé si alguno de vosotros
habrá coincidido con alguno de estos numerarios y sacerdotes.
Bueno, el caso es que comencé a entrar peligrosamente
en la boca del lobo. Ya las direcciones espirituales, la confesión
semanal, la oración diaria (mañana y tarde),
los propósitos, el maldito minuto heroico (odio levantarme
a la primera, me encanta remolonear) estaban a la orden del
día en mi vida. Me estaba convirtiendo en un ser completamente
triste. Tenía 15 años y detestaba salir con
mis compañeros de clase, porque ellos frecuentaban
lugares que a mí se me antojaban incluso prohibidos
(unas salas de juegos recreativos, ya veis) La gente con la
que convivía en el Instituto optó por darme
de lado, no estaba hecho para estar "en medio del mundo",
al menos no de este mundo en que vivimos (será que
aquello que los del Opus Dei entienden por "mundo"
es algo distinto a lo que entendemos nosotros).
Pero aquello que me marcó para siempre fue lo que
se refiere a la educación sexual. En las direcciones
espirituales el primer tema que atacaban era el de la pureza.
Siempre me inculcaron la extrema gravedad de los pecados contra
la pureza, y yo estaba en una edad en que comenzaba a abrirse
para mí, como para todo adolescente, el desconocido
mundo de la sexualidad. Me estaba descubriendo a mí
mismo, y descubría que me gustaba mirar a algunas chicas,
que había ciertos comportamientos de algunas compañeras
de clase que me provocaban excitación. Y claro, eso
me hacía sentirme sucio por dentro, miserable y pobre
de espíritu, porque es lo que me habían enseñado.
Me decían en las direcciones espirituales que cuando
acudiesen pensamientos impuros a mi cabeza, tratara de mortificarme
haciendo algo que me costase esfuerzo, o dejando de hacer
algo que me gustase, para desagraviar al Señor por
ese mal pensamiento, y para adquirir fortaleza para vencer
al demonio en sus tentaciones.
Todo ello se aderezaba y se acentuaba muchísimo porque
en mi casa ha habido siempre Opus Dei para rato: mi madre
es supernumeraria, mi hermano llegó a pitar (aunque
al poco tiempo se fue: hoy es alguien nuevo por suerte) y
mi padre perteneció durante varios años (un
19 de marzo mandó todo al carajo y decidió dejar
la Obra), lo que hacía que el tema sexual en mí
fuese algo completamente demonizado, terrorífico e
indigno. Me convirtieron en una persona completamente abatida,
que cada vez que sentía o pensaba en contra de la moral
impuesta, pensaba de sí misma que era sucia e indigna.
Me llevaron al absoluto ostracismo social: "cristianos
corrientes en medio del mundo" ¡y un cuerno!.
Por fin, llegó el momento de deshacerme de todo aquello
y comenzar a ser alguien normal, acorde con la sociedad en
que vivimos, sin dejar de tratar de ser mejor cristiano cada
día. Ahora no tengo relación alguna con la Obra
y a pesar de ello continúo siendo cristiano, católico,
apostólico y romano, y practicante. El único
vínculo que tengo con el Opus Dei es que mi madre aún
pertenece a la Prelatura, pero ella no habla nunca de ello
conmigo, porque sabe lo que pienso y me respeta.
Cierto día en una dirección espiritual, el
que por entonces era director del centro al que yo iba, me
preguntó por "la pureza". "¿Te
ha dado guerra esta semana la pureza?" Me espetó.
Lo recuerdo perfectamente, palabra por palabra. El caso es
que esa misma semana me confesé con el sacerdote del
centro, que por aquel entonces era Don Manuel B., y sucedió
lo que sucede siempre, que la confesión se termina,
y tras la absolución llegan las preguntitas de dirección
espiritual de marras (aquí todo el mundo es director
espiritual, vaya tela) y en esto que se me pasa por la cabeza
una idea, que sinceramente, creo que Dios me la puso en el
camino: decirle, en el tema de la pureza y la sexualidad,
justo lo contrario a lo que le había dicho a mi director
espiritual días antes. Y hete aquí que comprobé,
días después, que eso de la confidencia era
una auténtica patraña. Y para mí fue
el detonante, pues siempre he sido extremadamente celoso de
mi intimidad, y si ya había cedido bastante en contársela
a un desconocido, me aterraba aún más la idea
de que pudiesen cotejar varias personas la información
y los datos de lo que yo hacía en mi vida íntima.
En la dirección espiritual de la siguiente semana,
me hicieron algo que aquel cretino (perdón, me ha salido
del alma) llamó "corrección fraterna":
me dijo que me habían cogido en una mentira, que le
había dicho a él una cosa sobre la pureza, y
al sacerdote otra distinta. Habían hablado entre ellos
de lo que, en el ámbito que yo creía total y
absolutamente privado de la dirección espiritual, les
había contado. Y aquello me exasperó, me impulsó
a tomar la decisión de romper toda relación
con la Obra. Gracias a Dios, parece que de lo alto me vino
aquella idea a la cabeza que me abrió los ojos. Por
suerte, no había pedido aún la admisión
y tuve menos dificultades que otros al marcharme. Eso sí,
estuve bastante cerca, ya sabía incluso cómo
tenía que hacer para solicitar la admisión,
que era escribir una carta a Don Álvaro. Desde entonces,
me ha costado muchísimo esfuerzo aprender a vivir una
sexualidad digna, y a aceptarme en mis debilidades tal como
soy. He sufrido mucho porque me había convertido en
un reprimido total y absoluto.
Hace poco me he encontrado, por casualidad, con uno de los
numerarios que conocí por entonces, y me ha propuesto
tomar con él un café para charlar. Mi contestación
fue un poco ineducada, pero mi felicidad y la de mi pareja
y amigos está por encima de toda norma de cortesía:
"¿tengo cara de querer charlar contigo?"
Como véis, no sólo los numerarios y supernumerarios
sufren a la hora de abandonar la Obra y enfrentarse a un mundo
ajeno al que ha estado viviendo hasta entonces. Aún
hoy recuerdo mis lágrimas por sentirme sucio y traidor
a Dios cada vez que una chica se me acercaba y me sentía
atraído. Sufro por ello, pero cada vez le doy más
gracias al Cielo por haberme apartado de aquello a tiempo.
Os felicito muy sinceramente por vuestra página web.
Creo que nos servís a muchos de nosotros como terapia.
Me ha gustado también conocer muchas cosas de la vida
interna de los numerarios y numerarias, cosas que desconocía
(como la mayoría) y que me parecen de lo más
macabro. ¿Hay algo más obsceno y repugnante
que una mujer tenga que castigarse con unas disciplinas en
las nalgas? ¿Qué inmundicia transmite esta institución?
¡Por Dios!
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