SOBRE
EL NIVEL DE ENSEÑANZA, DISIENTO
Enviado por Fede el 29 de octubre de 2003
Alguien se refería, en un excurso de su mensaje, al
"ridículo nivel de enseñanza" de los
centros educativos de la Obra. Esa generalización es
fuerte y, creo, pelín osada. Podría hablar,
porque mantenemos el trato y conozco su opinión, de
lo que piensan de la formación recibida en un colegio
"labor personal" algunos amigos que fueron compañeros
de clase, o de un curso o dos superiores al mío (algunos
de ellos numerarios, muchísimos ex-numerarios, y varios
ni lo uno ni lo otro). A la vista de cómo se ha desarrollado
nuestra carrera profesional y de la valía humana de
muchos de ellos, no me cabe duda de que los fundamentos que
adquirimos en ese colegio fueron muy sólidos. Pero
me limitaré a mi caso, procurando no generalizar.
Estudié nueve años en el Colegio Guadalete,
un colegio "de Fomento" (hoy, del "Grupo Attendis"),
y dos en la Universidad de Navarra (qué casualidad:
entro en el sitio del colegio y, en la primera página,
con fecha 13/10/2003, se lee esta noticia: "Orientación
Universitaria: Los alumnos de 2º de Bachillerato del
colegio Guadalete realizaron su tradicional viaje a Pamplona
para conocer la Universidad de Navarra").
A lo que iba. En ese colegio, conocido en la zona como "el
del opus", aparte la educación física,
que fue muy exigente y formó amantes (¡y hasta
"locos"!) del deporte, recibí una formación
intelectual y moral (ética) que considero excelente.
La religiosa, mire usted por dónde, creo que fue insuficiente
y no del todo bien enfocada, y no me pregunte usted por qué.
Algo parecido ocurrió con la educación musical,
pese a la innegable buena disposición del profesor
pero es cierto que nunca tuve buen oido, que no diferencio
entre un bolero y una rumba ni, ante un pentagrama, la "clave
de sol" de una redondilla). Varios profesores eran y
son numerarios, y reconozco que pusieron toda su ciencia y
arte para enseñarnos matemáticas, física,
química, biología... (Javier Villegas, no te
olvidaré jamás: estoy moralmente convencido
de que ese accidente fue un regalo de Dios, que te quiso ahorrar
sufrimientos en la Obra; ea, ya lo he dicho).
Yo iba para carrera "de ciencias", pero me trunqué
justo al final, deslumbrado por las primeras "asignaturas
internas" que cursé y, sobre todo, muy influido
por algunos directores de la Obra que no paraban de insistir
en lo mal que estaba el mundo y cuánta buena doctrina
teníamos que dar, y que para eso las carreras "de
letras" eran las idóneas. Acabé decidiéndome,
pues, por estudiar filosofía, para sorpresa y decepción
de mi padre, economista, que me había visto siempre
interesadísimo por la física y las matemáticas.
Además, le dije a mis padres, como cosa hecha, que
me iba a estudiar a Pamplona.
Sevilla estaba a menos de cien kilómetros de mi casa
y Pamplona a casi mil; esa distancia era la garantía
de que me podría ir a vivir a una residencia de la
Obra para cursar el "centro de estudios", ya que
en Sevilla tenía familiares con los que podría
haberme quedado, sin mayor gasto para mis padres, pero "no
era plan". Tuve que contar historias para justificar
que, como en la Universidad de Navarra, en ningún sitio
aprendería tanto, y que desde luego no era aconsejable
Sevilla, cuya Facultad de Filosofía estaba -les dije,
porque así me lo dijeron los directores- "tomada
por los rojos". Mi padre no dudaba de que Navarra fuera
garantía de calidad, y de hecho había realizado,
dentro de sus posibilidades, que años antes eran muchas,
generosas aportaciones a la Fundación de la Universidad
de Navarra, tanto directamente como a través de terceros
(siempre ha sido en esto muy discreto: todavía me sorprende
cómo ha podido ayudar a tantos; al ver mi nombre, pues
llevo el suyo de pila, varias personas que no conozco de nada
se han deshecho en elogios hacia él por su oportuna
intervención, económica o con consejos, en momentos
difíciles para ellas).
Para entonces, el momento económico no era bueno y,
para mi familia, era malísimo. Mi padre llegó
a asumir por esas fechas (principios y mediados de los ochenta)
deudas por importe de unos 600 millones de pesetas, en su
voluntad de "salvar" a quienes, en realidad, habían
provocado la situación de insolvencia de la empresa
que dirigía (que fue finalmente declarada en suspensión
de pagos, tras durísimos años de abogados y
juicios, y "comiendo" la familia entretanto de la
hipoteca y rehipoteca de la vivienda y de lo que ingresaba
mi madre vendiendo lotería). Mi padre me expuso la
situación con bastante claridad, e incluso calculamos
con papel y lápiz el "coste de oportunidad"
de, en lugar de estudiar filosofía, hacer una carrera
técnica o de formación profesional, y de esa
forma empezar a aportar pronto a la familia unos ingresos
que eran muy necesarios. Además, me dijo, si había
sacado a las niñas del colegio "del Opus"
(a los niños, no, porque decía mi madre, y creo
que tenía razón, que la educación que
allí recibían las niñas no valía
lo que costaba), era porque, pese a haber puesto él
dinero para becas de otros, cuando las pidió para sus
hijos no se las concedieron, argumentando el entonces secretario
del colegio que mi padre no necesitaba ayuda ninguna para
pagar el colegio, le dijo, "siendo rico como eres y teniendo
la casa que tienes" (¡y mi padre debía 600
millones de pesetas de entonces y sobre la casa pesaba segunda
hipoteca!). Pero mi padre también me dijo que, si quería
estudiar Filosofía en Pamplona, respetaría mi
decisión y haría lo que pudiese por apoyarla.
En esos días lloré mucho, porque veía
lo que costaba, humana y económicamente, hacer "lo
que debía". Apoyado en la "gracia de la vocación"
y habiendo visto en la oración la "voluntad de
los directores", que conocían mi situación
familiar, dije que me iba a Pamplona. (Eso sí: para
cubrir en parte los gastos, tuve que pedir un préstamo
bancario, que avaló un familiar, y que al cabo del
tiempo saldó mi padre y que luego yo, en cuanto dejé
la Obra, reintegré. Antes, no, aunque pedí hacerlo
con mis primeros ingresos, porque había llegado a ese
compromiso con mi padre, al objeto de dedicar ese dinero a
facilitar la educación de mis hermanos, siendo yo como
era el mayor de siete. Para los directores, sin embargo, el
incumplimiento de ese compromiso no debía inquietarme,
porque, si tenía "buen espíritu",
asumiría que, siendo numerario, yo ya tenía
"otra familia que atender". Dos veces planteé
devolver ese dinero y, a la tercera, me dijeron que no lo
consultase más.)
En fin, que me fui a Pamplona, y dejo ya las cuestiones económicas.
Bueno, la última: hubo al menos un año, de los
dos que pasé allí, en el que me concedieron
una beca, que me vino como caída del cielo, de una
fundación alemana para ayudar económicamente
a seminaristas, ya que, de hecho, además de "estudios
civiles" en Filosofía, en Pamplona cursé
también "estudios eclesiásticos" en
la entonces Facultad de Humanidades -léase Teología
y ciencias afines- de la Universidad de Navarra y residía
en el Colegio Mayor Aralar, uno de los "seminarios de
la Prelatura" (o de la Sociedad Sacerdotal de la Santa
Cruz y Opus Dei, o de lo primero pero no de lo segundo, o
al revés, que ya no sé bien qué es jurídicamente
qué). Es un hecho que bastantes numerarios costeamos
en parte los estudios con la generosidad de esos donantes;
vale decir: esas becas alemanas ayudaron a mantener el "Edificio
de Humanidades", pues en parte se nos animaba a cursar
esos estudios, pienso, para captar esas becas y así
"arrimar el hombro".
De la educación académica recibida en la Universidad
de Navarra no tengo la menor queja y no veo necesidad de defenderla.
Mis quejas van por otro lado. Por ejemplo, por verme obligado,
una vez terminados los dos años del centro de estudios,
a volver a Sevilla, por indicación de los directores
y pese a mi oposición, porque esa era "mi Delegación".
Entonces tuve que justificar ante mis padres que, después
de todo, después de lo que había costado que
fuese a Pamplona, "terminar filosofía en Sevilla"
tampoco era tan mala opción (lo que era cierto: los
licenciados en Filosofía por Navarra, los "filósofos
del opus", no eran bien vistos en los concursos de provisión
de plazas en universidades o institutos públicos).
Pero ya me he extendido bastante y apenas puedo aportar al
respecto.
Resumo mi mensaje: en mi opinión, la enseñanza
que recibí en la Universidad de Navarra y, antes, en
un colegio "del opus" no sólo no fue "ridícula",
sino que fue excelente. Si las cosas han cambiado o no desde
entonces, eso ya es otra historia (el actual director de "mi"
colegio, a quien conozco, me merece todo el respeto y está
perfectamente capacitado para el puesto, y en lo intelectual
me da cien vueltas; de la actual plantilla de profesores,
o de qué piensan los alumnos, no puedo hablar).
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