¿PERSONAS
NORMALES?
CASTOR, 3 de octubre de 2004
Me siento obligado a darle las gracias a José
Carlos por partida doble por habernos contado la historia
de su salida. Primero, por lo que supone de apertura y de
vulnerabilidad; yo, por ejemplo, no he contado la mía
y no creo que lo haga. Y segundo, porque, con intención
o sin ella, la historia de Josecar (nunca pensé que
fuera a escribir su nombre en una contribución a esta
página) pone el dedo en una de las llagas cruciales
que muchos hemos tocado directa o indirectamente en esta web:
¿Puede un numerario ser una persona normal, un cristiano
en medio del mundo?
José Carlos (primera vez que me dirijo a ti), no pretendo
analizar tu caso, ni la actuación de tus directores
en tu situación particular. Si lees mis escritos (el
primero, en agosto del año pasado, lo firmé
con las inciales MC), podrás ver que seguramente tenemos
bastante en común, y que no me he cortado para decir
lo que vi de bueno en la obra, al tiempo que he listado mis
desacuerdos y críticas.
Pero, tal como lo veo leyendo lo que tú has narrado,
lo que acabó con tu vida de numerario fue, simple y
llanamente, haber intentado ser una persona normal y, todavía
más importante, haber tratado de ser tú mismo.
Quiero insistir en que no es mi intención juzgar a
nadie o interpretar hechos y vidas que no conozco de cerca.
He de confesar que desde el principio me he saltado los escritos
de Josecar; me falta el tiempo y la paciencia para leer algo
que con frecuencia me suena a viejo, conocido y farragoso
(lo siento, Josecar, pero he de ser sincero). Y siempre me
ha irritado encontrarme la sección de Correspondencia
inundada con sus escritos o con los de otros participantes
en contestación a los de él, cuando hay tantos
otros testimonios y temas más interesantes. Y cuando
se desató la polémica sobre si expulsarlo o
no, me mantuve totalmente al margen.
Pero mira por dónde, creo que la paciencia de los
Orejas para con él, así como la inquebrantable
cortesía y constancia de Josecar, han dado fruto en
uno de los escritos que más luz arrojan sobre los problemas
de la institución.
He aquí un caso en el que un numerario está,
según sus propias palabras, "enamorado de su vocación";
trata de vivirla al cien por cien; tiene un trabajo honrado,
santificable y que le llena; pone su corazón en él
y traba amistades verdaderas, no de las del apostolado dirigido
de usar y tirar. ¿Y qué le ocurre? Pues que
los directores, como siempre con la mejor de las intenciones
(y lo digo sin sarcasmo alguno), le pegan un tirón
de riendas que casi lo dejan con una sonrisa de oreja a oreja
que no se la quitan ni con cirugía.
Ya ha quedado claro en muchos otros escritos que el caso
de los supernumerarios es diferente; son otra especie. De
los agregados no llegué a tener un conocimiento muy
cercano. Pero ¿cuántos de los que nos fuimos
que éramos numerarios lo dejamos en gran medida porque
no nos sentíamos cristianos corrientes, ciudadanos
normales, "uno más entre nuestros iguales"?
¿En definitiva, porque vivíamos en una burbuja?
Algunos numerarios viven en una burbuja total. Me refiero
a los que son oficiales en una delegación, por ejemplo,
o cuyo trabajo profesional transcurre en una obra corporativa
o similar, como los colegios de Fomento en España.
Como todos los numerarios, ellos comen y duermen en un centro
de la organización, van de vacaciones dónde
y cuando la organización les dice, y tienen todas sus
necesidades atendidas por la organización, incluido
el lavado y planchado de ropa. Pero además, reciben
su salario de la organización, y sus relaciones laborales
y sociales son con otros miembros o, cuando menos, con personas
afines a la organización. La verdad, tal vez en esas
circunstancias haya numerarios que piensen que llevan una
vida normal.
Yo, como Josecar, tenía un trabajo "en el mundo."
No me exigía la dedicación y abnegación
de un médico, pero sí que me llevaba mis horas,
y también creaba lazos profesionales y de amistad naturales.
A medida que iba pasando el tiempo, me sentía cada
vez más como un monje camuflado: por las mañana
salía a trabajar con mi chaqueta y corbata, y por la
tarde regresaba al "convento" con sus horarios estrictos,
sus tiempos de silencio, sus cánticos, sus actos de
piedad colectivos . . . (y, a diferencia de una verdadera
orden religiosa, su control absoluto mediante una dirección
espiritual indigna de ese nombre).
Además, no podía hacer con mis amigos las cosas
que a mis amigos les gustaba hacer (ir al teatro o al fútbol,
por ejemplo), y ni siquiera les podía dar una buena
explicación. Ellos me invitaban a comer a sus casas,
pero yo no podía invitarlos a la mía. La verdad,
era una vida un poco extraña. Tan extraña, que
cuando estaba en el largo y doloroso proceso de irme, llegó
un momento en el que mis argumentos y razones para marcharme
se redujeron a uno: no me gustaba ser numerario.
Yo, como Josecar, tuve una salida menos traumática
que otras que se han descrito aquí, y todavía
mantengo amistad con un par de numerarios. Uno de ellos posiblemente
sea el único caso que se me viene a la cabeza de numerario
que parece una persona normal. Tiene su propio negocio, su
propio coche, parece capaz de tomar sus propias decisiones...
Siempre me he preguntado, cuando he visto a alguno así,
si esos reciben trato especial de los directores, o si tienen
una combinación especial de madurez y carácter
que les permite vivir con cierta autonomía sin por
ello romper con la institución. No lo sé. Pero
por lo que yo vi en mis catorce años de numerariez,
ésos eran los menos (de hecho, sólo consigo
recordar a otro más).
Para la gran mayoría, el problema es que la vida que
te imponen impide un desarrollo normal de la persona, de la
afectividad, de los intereses legítimos que cualquier
persona puede desarrollar en su camino hacia la madurez. Vives
en una especie de pecera de cristal; ves el mundo, pero ni
lo tocas ni te toca. Y si lo intentas, ¡venga tirón
de riendas! Y entonces tienes dos opciones: recular y adaptarte
a la pecera, o marcharte. Curiosa mentalidad en quienes aspiran
a ser sal de la tierra y luz del mundo.
El caso de Josecar, si su relato es veraz y objetivo como
parece serlo, es particularmente incriminatorio para el sistema.
Como ya he dicho, cuando yo me fui, no estaba enamorado de
mi vocación; llevaba años con altibajos y, como
ya he dicho, no me gustaba ser numerario. A mí también
me ofrecieron un cambio, irme a otro sitio donde estuviera
"más arropado". En definitiva, más
protegido y menos en el mundo.
En el caso de Josecar, parece que pusieron entre la espada
y la pared a alguien a quien le hubiera encantado continuar
y que, probablemente, hubiera podido ser un buen elemento
de apostolado en medio del mundo. Y no dudo que lo sea ahora,
porque, gracias a Dios, se fue.
De verdad, José Carlos, dirigiéndome a ti de
nuevo, creo que debes dar gracias a Dios, porque escogiste
la mejor parte. Decidiste vivir tu vida, con tus aciertos
y tus errores, tal como Dios te hizo y tal como te parió
tu madre; en tu profesión (¡tu vocación!)
y con tu personalidad. ¡Enhorabuena! Y a los que te
forzaron a tomar esa decisión, que Dios los ilumine.
Gracias por tu escrito.
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