Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?

La Redención en Escrivá de Balaguer
Inicio
Quiénes somos
Correspondencia
Libros silenciados

Documentos internos del Opus Dei

Tus escritos
Recursos para seguir adelante
La trampa de la vocación
Recortes de prensa
Sobre esta web (FAQs)
Contacta con nosotros si...
Homenaje
Links

La Redención en Escrivá de Balaguer

Autor: Ávila
Junio 2004

1. La satisfacción en San Anselmo
2. Imágenes deformadas de la satisfacción
3. Las consecuencias de una imagen deformada de la realidad
4. El largo camino hacia el concilio Vaticano II
5. Teologías de la Salvación cristiana para supervivientes
6. De "la cruz de palo" al "borrico de noria"
7. La Redención y la soberbia
8. Bajar de la cruz y resucitar FIN DEL ESCRITO

 

El día 6 de abril, envié un mensaje corto a la correspondencia, ante la sospecha de que el opus utilizara para su proselitismo la última película de Gibson:

Al parecer la obra está haciendo mucha propaganda de la película La Pasión. Debe haber gato encerrado, o alguna idea teológica que favorece sus postulados; quizás una idea de la redención cuyo origen se remonta a san Anselmo, muy divulgada y exagerada a finales del XIX, mediante la cual la redención nos llega por el sacrificio vicario de Cristo en la cruz. De ahí se justifica y ensalza la mortificación corporal y el sufrimiento como único camino de salvación. Fundamentalismo puro.

Un abrazo y feliz resurrección,

Vuelvo a referirme a él ampliando mi punto de vista.

1.- La satisfacción en san Anselmo

Veía y sigo viendo, la necesidad de remontarnos a san Anselmo por ser su teoría acerca de la redención la que ha marcado el segundo milenio del cristianismo (cf. el mensaje de Salvador del 13.4). Siguiendo la tradición de los Padres, Anselmo propone la salvación como un combate victorioso de Cristo contra las fuerzas del mal. Padre e Hijo en un acto de amor aceptaron la muerte aunque el Padre no desease el tormento de su Hijo. El perdón de Dios no puede bastar para la salvación de los hombres porque lleva siempre consigo una exigencia de reparación. Desde aquí construye su argumento en cuatro fases:

a) “Es necesario que a todo pecado le siga la satisfacción o la pena”; es decir, por el pecado ha sido ofendido, violado y robado el honor de Dios. Para repararlo se exige un plus de compensación por el daño recibido, el hombre “debe devolver más de lo que quitó”.

b) La satisfacción (término que proviene del derecho romano) no puede darla el hombre pecador, porque todo lo que es y lo que hace se lo debe al mismo Dios. Ninguna satisfacción es posible ante la más mínima ofensa al Creador.

c) Sin embargo, la satisfacción es necesaria para que se cumpla el designio de Dios sobre el hombre, porque de lo contrario la creación hubiera fracasado y el hombre no alcanzarÌa la salvación.

d) Por tanto, se deduce que sólo un Dios hombre puede cumplir la satisfacción. Si ningún hombre puede satisfacer y sólo el hombre debe hacerlo por ser quien ofendió y al mismo tiempo sólo Dios puede satisfacer una ofensa hecha al mismo Dios “síguese que ha de darla necesariamente un hombre Dios”. De ahí concluye la necesaria encarnación de Cristo y su muerte en cruz para conseguir la salvación de la humanidad

De este modo se destacaban para la posteridad varios elementos del mensaje del salvación: pecado del hombre, encarnación de Jesucristo y salvación por la cruz. Otros quedaban en la penumbra o desaparecían: la bondad y belleza de la creación incluido el ser humano, la vida histórica de Cristo, las causas que le condujeron a la muerte y, sobre todo, la resurrección se convertía en un apéndice final sin apenas contenido ni consecuencias prácticas para la vida cristiana. El honor medieval entra en escena y se vincula con el pecado en sentido jurídico: el pecado ha ofendido el honor divino.

Santo Tomás asume la teoría de la satisfacción de san Anselmo matizando alguno de sus aspectos y colocándola en una perspectiva más amplia. El concilio de Trento la introduce en el lenguaje dogmático: “Las causas de esta justificación son (…) la meritoria, su Unigénito muy amado, nuestro Señor Jesucristo, el cual, cuando éramos enemigos, por la excesiva caridad con que nos amó, nos mereció la justificación por su pasión santísima en el leño de la cruz y satisfizo por nosotros a Dios Padre”.

2.- Imágenes deformadas de la satisfacción

A finales del medioevo y en la edad moderna la idea de la satisfacción se fue degradando para dar paso a la justicia conmutativa e incluso vindicativa. Se comprendió como una compensación por el pecado cometido mediante un castigo expiatorio, proyectando a las relaciones del hombre con Dios la simple justicia humana. Dios debe ser vengado e incluso Él mismo se venga infligiendo una pena proporcional a la ofensa recibida. Metida la teología en el terreno jurídico, la redención habría tenido lugar por un “pacto sacrificial” en donde el Padre exigía al Hijo el sufrimiento a fin de compensar la gravedad infinita del pecado del hombre. Los protestantes en el siglo XVI insistían en la cólera de Dios abatiéndose sobre Cristo, quien, en “sustitución” nuestra cargaba con los pecados de todos. También el campo católico se deslizó por la misma pendiente. En el siglo XVII, la oratoria de Bossuet gritaba: “Sólo a Dios pertenece vengar las injurias; mientras no intervenga en ello su mano, los pecados sólo serán castigados débilmente (…) Era pues preciso, hermanos míos, que Él cayera con todos sus rayos contra su Hijo; y ya que había puesto en Èl todos nuestros pecados, debía poner también allí toda su justa venganza. Y lo hizo, cristianos, no dudemos de ello”.

En términos parecidos se manifiesta Bourdaloue: “El Padre eterno, olvidando que era su Hijo y considerándolo como su enemigo, se declaró perseguidor suyo. No bastaba la crueldad de los judíos para castigar a un hombre como éste, a un hombre cubierto de los crímenes de todo el género humano. Sí, cristianos, es Dios mismo y no el consejo de los judíos el que entrega a Jesús. Porque eras tú mismo, Señor, el que justamente cambiado en un Dios cruel, hacías sentir a tu Hijo único la pesadez de tu brazo. Hacía tiempo que esperabas esta víctima; había que reparar tu gloria y satisfacer tu justicia. Golpea ahora, Señor, golpea: está dispuesto a recibir tus golpes y sin considerar que es tu Cristo, no pongas ya los ojos en él más que para acordarte de que inmolándolo, satisfaréis ese odio con que odias el pecado”.

Esta enseñanza terrible pasó a ser corriente en el siglo XIX y primera mitad del siglo XX.

Lo esencial ya no es la oferta del perdón de Dios y la conversión del hombre. La redención se juega entre Dios y Dios, entre el Hijo que ofrece una prestación sustitutoria en la cruz y el Padre que cambia de actitud y pasa de la cólera a la benevolencia.

A mediados del siglo XIX otro autor desciende al detalle: “hay en la efusión de sangre una virtud expiadora útil al hombre”. O esta otra joya: “Este fenómeno extraño y monstruoso sobre el que se va a satisfacer. Perdónale, Señor, perdónale, es tu Hijo. No, no. Es el pecado; es preciso que sea castigado”.

El concepto de redención se ha pervertido. Estamos en el reino de la patología. A esto yo le llamo fundamentalismo puro. Los libros de pastoral y espiritualidad de comienzos del siglo XX divulgan estas ideas enfermizas. La sustitución y la expiación penal se han convertido en doctrina corriente. La culpa por el sufrimiento de Cristo en la cruz cae como una losa sobre el penitente: “Medianoche, cristianos; es la hora solemne en que el Hombre Dios desciende a nosotros para borrar la cólera de su Padre. La Ley inexorable caía sobre su víctima, una sangre inmensamente valiosa aplaca su furor”.

En este caldo de cultivo teológico vivió Escrivá e incluso algunos de nosotros. Me pregunto y solicito ayuda de otros orejas: ¿Cuál era la idea de redención para Escrivá? ¿qué entiende por sacrificio, expiación y reparación? ¿cuál era la imagen de Dios resultante? ¿qué relación guarda el cilicio, las disciplinas, la lucha de agua fría, el dormir en tabla con las ideas expuestas hasta el momento?


3.- Las consecuencias de una imagen deformada de la redención

La teología y la espiritualidad, decíamos ayer, quedaron marcadas por una concepción perversa de la redención. Si añadimos la escasa preparación teológica del clero de aquella época y la sustitución de la teología por las normas de piedad, las consecuencias nefastas no se hicieron esperar. Al pueblo fiel le llegaban, sobre todo, por la predicación. Ninguna idea es neutral y todas encuentran su verificación en la práctica. La interpretación patológica de la redención afectaba a toda la vida cristiana.

La imagen de Dios quedaba seriamente dañada. Dios necesitaba reparar la ofensa producida por el pecado. Mediante un pacto sacrificial desea la muerte del Hijo hecho pecado para satisfacer la justicia. El Dios compasivo y misericordioso se aleja peligrosamente en beneficio de un Dios terrible. Del cristianismo se retiene el pecado y la redención por la cruz, incluso por la materialidad de la sangre derramada. Y basta. Entre Dios y el hombre se establece una relación de miedo y culpa. Éste, debe expiar y reparar la ofensa horrible hecha a Dios.

La causa de todos los males no es difícil adivinarla. No puedo resistir la tentación de reproducir un texto de la época. La obra mereció varias reediciones a lo largo del siglo XIX. En la cuarta edición de 1891, el Rvd. P. Guillermo Stanihursto glosaba "La Pasión de Cristo" en 584 páginas. En medios de los azotes a Cristo, comentando la negación de Pedro en la página 190, dice:

"Para caer de la gracia de Dios; para perder el derecho al reino del cielo; para hacer bancarrota de todos tus méritos; para olvidarte de ti, del cielo, de Dios; para ser despojado de la fe, de la esperanza, de la caridad, de todas las virtudes naturales, sobrenaturales, infusas, adquiridas, no hay necesidad de algún astuto espíritu del abismo que te embista, ni del tentador Satanás que te lisonjee con largas promesas, y que mostrándote todos los reinos del mundo te diga: 'todo esto te daré': no hay necesidad de un tirano que te amenace con el suplicio; BASTA UNA MUJER".

Compare el lector este texto con la siguiente anécdota de Satur y descubrirá la vigencia del viejo texto:

"Cuentan que un renombrado sacerdote de la Prelatura comentó en una meditación... "Hermano mío, estás comiendo en el centro, es fiesta, y tus hermanas, con todo el cariño, sacan una tarta de postre. La tarta es fantástica, de nata y chocolate, y en medio, coronándola, hay una preciosa guinda roja. Todos tus hermanos se van sirviendo sin ponerse la guinda, y llegas tú y te sirves la guinda...". Silencio. El sacerdote calla. Poco después grita: ¡¡¡HERMANO MÍO; HOY ES UNA GUINDA; MAÑANA SERÁ UNA MUJEEEEER!!".

Con frecuencia el mensaje llegó a través de la predicación hasta bien entrado el siglo XX, o para ser más precisos hasta el concilio Vaticano II. Algunos creaban escuela y se grababan a fuego en el corazón del oyente. Imagine el lector a un predicador desde el púlpito gritando: CUANDO PEQUES PENSARÁS QUE A CRISTO ESTÁS AZOTANDO Y QUE TE DICE LLORANDO: HIJO NO PEQUES MÁS. En los bancos, un adolescente cualquiera escucha una y mil veces esas palabras u otras parecidas. Comprende rápidamente ser él el causante de los azotes a Cristo. A este adolescente le han enseñado que el pecado mayormente se sitúa de cintura para abajo y más concretamente en la entrepierna. Y como resulta que este adolescente cualquiera, por cuestión de la edad es una hormona revuelta con dos patas, queda encogido. Y como además le han enseñado que se peca de pensamiento, obra y omisión busca desesperado el primer confesionario para acusarse de haber matado a Cristo.

El mecanismo de culpa y miedo se ha puesto en marcha, una fuerza colosal de dominio, un círculo infernal del que le costará años salir. Las consecuencias de esta forma de comprender el cristianismo y la salvación resultarán desastrosas.

Un hombre cualquiera contempla al adolescente que fue en los autobuses repletos de críos camino de los cines de Barbastro (cf. Carmina 11-4). Van a ver la película de Gibson. A continuación reciben la catequesis:

"En una aula, dos sacerdotes glosaban a gritos las sangrientas imágenes vociferando "ESTO ES POR VUESTRA CULPA" "ESTO ES EL FRUTO DE VUESTROS PECADOS"!!!!.

Y (cf. atp el 13-4):

A gritos y en estado de fanatismo feroz e histérico. LAS NIÑAS, EN SU MAYORÍA, LLORABAN PRESAS DE AUTÉNTICAS CRISIS NERVIOSAS Y ENTRABAN LUEGO TEMBLANDO EN EL CONFESIONARIO COMO ZOMBIES SIN SABER SIQUIERA DE QUÉ ACUSARSE EXACTAMENTE".

El hombre comprueba con tristeza la repetición de su historia. Conoce la influencia de la opus en la gestación de la película (Aquilina 11-4). Se le encoge el alma (otra cosa ya no puede). Sí, es verdad, aquí está el gato encerrado. La escena le parece de juzgado de guardia. La opus ancló su barca en ideas mezquinas y no está dispuesta a soltar la presa del miedo y la culpa. Una máquina colosal de dominio.

Creyente, cristiano viejo, miembro de la Iglesia católica, el hombre adulto lee y relee la crítica de Víctor Hugo:

"Prestáis a Dios este razonamiento.
En otro tiempo, en un lugar de encanto bien escogido
puse a la primera mujer y al primer hombre;
comieron, a pesar de la prohibición, una manzana:
por eso sigo castigando a los hombres.
Los hago infelices en la tierra y les prometo
en el infierno, donde Satanás se revuelca entre brasas,
un castigo sin fin por el pecado de otro.
Su alma cae en llamas y su cuerpo en carbón.
No hay nada más justo. Pero yo soy muy bueno
y esto me apena. ¡Ay! ¿Qué hacer? ¡Una idea!
Les enviaré a mi hijo a Judea;
lo matarán. Y entonces -por eso lo acepto-,
habiendo cometido un crimen, serán inocentes.
Viéndoles así cometer un pecado completo,
les perdonaré el que no han cometido;
eran virtuosos, yo los hago criminales;
entonces podría abrirles de nuevo mis brazos paternales,
y de esta manera se salvará esta raza,
una vez lavada su inocencia con un crimen".

Continuará, si Dios quiere.


4.- El largo camino hacia el concilio Vaticano II

El concepto de redención es la piedra angular de todo el edificio teológico. En su concreción, la Iglesia se juega mucho, tanto en el plano teórico como en el práctico. La salvación es el tema "central" en el Antiguo y Nuevo Testamento. Atraviesa cada una de las páginas de la Biblia y de la Tradición de la Iglesia. Sin embargo, nunca ha sido definido dogmáticamente. Es decir, no existe de momento un dogma explícito sobre la redención. Tampoco las teorías de san Anselmo y de santo Tomás deben ser tomadas como normativas. Todavía menos vinculantes son para los cristianos las desviaciones y deformaciones posteriores.

Esta realidad produce un gran alivio y esperanza para muchos. Otros, por el contrario, desearían ver fijada tajantemente una fórmula dogmática. Lo intentaron y estuvieron a punto de conseguirlo en el Vaticano I. El 10 de diciembre de 1869 se distribuyó a los Padres conciliares un primer esquema que fue rechazado. A finales de febrero de 1870 estaba terminado un segundo esquema, De fide catholica. Constaba de nueve capítulos, seguido de sus correspondientes cánones condenatorios. Las circunstancias históricas impidieron su discusión y votación. Nunca fue aprobado. Sin embargo, un sector de la Iglesia quiso darle una autoridad teológica arguyendo que por motivos accidentales el concilio debió interrumpirse. De haber sido así, el catolicismo habría consagrado la teoría de la "satisfacción vicaria", teología insuficiente para los cambios que se avecinaban.

La visión deformada de la "satisfacción vicaria" pasó a los libros de texto y a la discusión teológica a comienzos del siglo XX entrecruzándose con el de "sustitución" y el de "expiación penal". Un manual de esos primeros años del XX lo explicaba de manera bien sencilla: la redención significa el rescate de un esclavo por medio de un pago. El pago tiene que hacerse al dueño del esclavo, que es Dios, y no el diablo. El diablo sólo interviene como el verdugo que inflige el castigo. El precio consiste en una satisfacción igual a la ofensa, es decir, la satisfacción de un Dios- Hombre. Dios quedará aplacado entonces y será propicio para con la humanidad.

Un grupo de teólogos alemanes y franceses comienzan a reaccionar críticamente a partir de 1940. Se redescubre la resurrección como parte esencial de la redención y no como un apéndice apologético (1950). En el aniversario del concilio de Calcedonia (1951), Karl Rahner propone una revisión general de toda la cristología. Los exegetas, sobre todo protestantes, van haciendo su trabajo de revisión desde principios de siglo. Más adelante también los católicos comenzaron a trabajar en este campo.

Al comenzar el concilio Vaticano II, un sector de la Iglesia vuelve a solicitar la definición dogmática de la Redención. Gracias a Dios, fracasaron de nuevo. Sin ser un concilio cristológico como los del primer milenio, el Vaticano II abre nuevas perspectivas. El misterio del ser humano queda definitivamente esclarecido en el misterio del Verbo encarnado. Cristo, el nuevo Adán, nos revela al Padre y su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre lo profundo de su vocación (GS 22,1). Recogiendo las intuiciones de Tertuliano e Ireneo, el concilio afirma que Cristo nos descubre el verdadero sentido del hombre y de Dios. Su naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida, manifestándose a lo largo de toda su existencia la verdad del hombre y la verdad de Dios. Con su "encarnación se ha unido , en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado" (GS 22,2). Más aún, se hizo solidario con cada uno de nosotros y con la humanidad, "quiso participar de la vida social humana". Asistió a las bodas de Caná, comía con pecadores, a los que acogía, y curaba a los enfermos; se dejaba seguir por las mujeres, hablaba con ellas, tenía discípulas, lo que para aquel tiempo era un escándalo. Era el auténtico predicador de la igualdad entre hombre y mujer con su vida y con su conducta. Reveló el amor del Padre desde las relaciones más comunes de la vida social, enseñaba sirviéndose de las imágenes cotidianas, vivía como un trabajador de su tiempo (GS 32,2). A lo largo de toda su existencia mantuvo la comunión absoluta con Dios y con nosotros. En nombre de esta comunión hizo de su muerte y resurrección un acto de reconciliación estableciendo los vínculos de una nueva comunidad fraterna en su Cuerpo, que es la Iglesia (GS 32,4). De este modo se convierte en el centro del universo, en Señor de la historia, en el "gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones"; y así, "caminamos como peregrinos hacia la consumación de la historia humana, la cual coincide plenamente con su amoroso designio: restaurar en Cristo todo lo que hay en el cielo y en la tierra" (GS 45,2).

La nuevas directrices del concilio estaban a años luz de los viejos esquemas. No quedaba ni rastro de la "satisfacción vicaria", ni de la "sustitución", o el "pacto sacrificial". Por el contrario, dieron alas a una renovación de la cristología. El trabajo de Jesucristo en silencio, el trato con los enfermos, las curaciones, las comidas con pecadores, su muerte y resurrección etc., todo era lugar sagrado de revelación y salvación. El sacrificio en la cruz se empezaba a entender como la consecuencia de una vida de servicio y entrega compasiva. La alegría de la resurrección y la reconciliación ofrecida sí eran motivo de salvación.

Pero en mi opinión, el concilio no hizo justicia a los damnificados por errores anteriores. En la cuneta de la historia quedaban cientos, miles de personas, generaciones enteras de hombres y mujeres que se habían alejado de la fe de la Iglesia por culpa de las viejas ideas sobre la Salvación, que habían sido, en mi opinión, una de las causas fundamentales de la deserción del cristianismo. Además de no hacer justicia a las víctimas de la represión, dejó el cadáver insepulto. No criticó los excesos ni los corrigió. Creyó que unas cuantas paladas de renovación serían suficientes para superarlo. Una leve nota de la Comisión Teológica Internacional criticando las desviaciones protestantes, no las católicas, les pareció suficiente a los padres conciliares. Craso error.

En este contexto de debate teológico debemos interpretar lo sucedido con la película de Gibson. En cuanto tal, no merece muchos comentarios, basta con decir que es nefasta (cf. Flavia 16.4). Lo importante es la utilización que se está haciendo de ella. Además de servir para el proselitismo con adolescentes, la obra identifica el concepto de redención de Escrivá con el proyectado por la película. Divulga ideas totalmente obsoletas y en desuso para la inmensa mayoría de la Iglesia, en un momento de grave crisis de la Iglesia y también de la obra. Y, lo más importante, prepara el camino al 'Doctorado' del fundador, la mejor manera de consagrar su doctrina y de legitimar la teología de la satisfacción vicaria. Sería, si Dios no lo remedia, la revancha por el fracaso de los dos concilios anteriores.



5.- Teologías de la Salvación cristiana para supervivientes

Un impulso renovador atravesó la Iglesia al acabar el concilio Vaticano II. La "opción preferencial por los pobres" y la ayuda a los necesitados fueron algunas de sus consecuencias. Pero sucedió lo que nadie tenía previsto: el Vaticano II respondía tardíamente a la segunda oleada secularizadora provocada por la Ilustración (la primera, según unos, comenzó con la irrupción del sujeto; otros incluso creen que viene de más atrás). Entre 1970 y 1975 una tercera oleada se había puesto en marcha de manera silenciosa y afectaba gravemente a un pequeño grupo de países del sur de Europa. Conocida como "salida masiva de la religión", ya no se enfrentaba a la fe cristiana ni a la Iglesia, sencillamente la ignoraba o reducía a ámbitos estrictamente privados. La Iglesia pasó en pocos años del optimismo conciliar a la decepción por la falta de acogida. La salida de la religión galopaba y el concilio no era capaz de frenarla. A la decepción pronto se unieron las turbulencias provocadas en el seno de la misma Iglesia a la hora de aplicar sus resoluciones. A finales de la década de los setenta, Roma decidió un cambio de tendencia conocido por todos.

Las indicaciones cristológicas del Concilio exigían una renovación de toda la cristología y de la teología de la salvación. Se despierta un vivo interés por el Jesús histórico que dura hasta nuestros días. A principios de los 80, la Conferencia Episcopal francesa solicita un informe histórico sobre la Redención a un prestigioso teólogo, B. Sesboüé. Superar los viejos esquemas de la satisfacción vicaria, suponía volver a la Biblia y a la historia del cristianismo en busca de la Tradición de la Iglesia. El estudio histórico comprueba la existencia de 10 modos diversos y complementarios de entender la Redención. Un primer grupo la contemplaba "desde arriba", desde el don que Dios nos hace (mediación descendente). Un segundo grupo "desde abajo", las acciones realizadas por Cristo para salvarnos (mediación ascendente). Sin dudarlo, la teología creyó necesario recuperar el primer aspecto, la salvación como don gratuito de amor ofrecido por Dios a la humanidad.

La salvación es la idea central del pensamiento judío en el Antiguo Testamento. La cuestión será cómo acceder a ella. Se ofrece a través de dos conceptos clave: La Promesa y la Alianza. Por la primera queda garantizado para siempre el amor incondicional de Yahvé para con su pueblo. Ningún acontecimiento, por grave que sea, hará desdecirse a Dios del compromiso adquirido. Así, la salvación se convierte en un don gratuito para toda la eternidad.

Al lado de la Promesa encontramos otra línea de interpretación, la Alianza. Dios establece una Alianza con su pueblo concretada en un Pacto y unas normas que cumplir, los mandamientos. La salvación sigue siendo un don, pero cuenta con la colaboración humana. Ambas teologías recorren todo el Antiguo Testamento sin que podamos separarlas. El cristianismo optará por la primera sin menospreciar la segunda. La salvación, antes que nada es un don de amor maravilloso recibido gratuitamente. El hombre se adhiere libremente por la fe y lo recibe en el Bautismo.

La Biblia se sirve de dos imágenes para explicarlo: la enfermedad y la esclavitud. Lo contrario de la enfermedad (con su trágica expresión final de la muerte ) es la salud, la vida. Lo contrario de la esclavitud es la libertad. En consecuencia, la salvación ofrecida en la Biblia tiende a conceder un bien, la vida plena, y eliminar una mal, la esclavitud. Para el cristianismo, Jesús de Nazaret (nombre que significa "Yahvé salva") se constituye en el único Mediador entre Dios y los hombres. Él es el Salvador y Él es quien nos aporta la Salvación.

El Nuevo Testamento ofrece un rico elenco de términos sacados de la experiencia humana para describir la salvación aportada por Jesucristo: mediación, redención o rescate, remisión, liberación, justificación, perdón, reconciliación, adopción, participación en la naturaleza divina, expiación, sacrificio, martirio, etc.

El primer milenio del cristianismo favoreció, sobre todo, una interpretación de la salvación como don venido de Dios a través de su Hijo, mediación descendente. El segundo milenio prefirió el movimiento ascendente: la humanidad representada por Cristo recupera la amistad con Dios por un acto de conversión y sacrificio en la cruz. En el primer milenio la Resurrección ocupaba un lugar esencial, mientras que en el segundo milenio era una simple consecuencia de la Cruz.

Las diferentes interpretaciones de la salvación como don recibido de Dios son las siguientes:

- Cristo revelador e iluminador. Si el mayor bien que puede recibir el ser humano es la posibilidad de entrar en comunión con Dios, la salvación consiste en conocer el misterio de Dios, entrar en contacto con Él, tener la posibilidad de comunicarse. La primera aportación de Jesucristo será la de revelarnos a Dios como Padre amoroso, deseoso de entrar en diálogo con nosotros, en una relación de amor y libertad incondicional. Jesucristo nos revela a lo largo de toda su existencia, culminada en la muerte y resurrección, la revelación absoluta del amor de Dios. Esta teología está presente en los cuatro evangelios, san Pablo, Clemente de Roma, Ireneo. Todavía no se ha dicho ni una palabra sobre el pecado. Es muy apropiada para supervivientes de viejas represiones. Sana mucho cuando se hace carne y sangre del acontecer diario.

- Cristo vencedor y redentor. La salvación ha sido adquirida por la victoria de Cristo sobre las fuerzas del mal. Su sentido primigenio viene de la liberación de la esclavitud en Egipto, atraviesa los libros históricos y los Salmos. Una recreación del universo que nos libera de cualquier esclavitud, incluida la del pecado, y nos constituye como Pueblo libre. La redención fue adquirida por Jesucristo en un combate contra el mal que duró toda su vida y culminó en su pasión y Cruz. En la resurrección, el combate terminó en victoria de Cristo y con Él la humanidad entera fue liberada. Constituido Señor del universo, la victoria definitiva llegará a su apoteosis final con la Parusía.

El combate tuvo un precio, se pagó un rescate en la cruz. ¿Cómo entender el rescate? ¿A quién se pago el precio? Es aquí donde debemos tener cuidado para no caer en los errores señalados. En ningún lugar del Nuevo Testamento se dice que el rescate fuera una compensación que se debía pagar a Dios, o un precio previo que pagar para que Dios mostrara su amor. Fuimos liberados de la esclavitud del pecado y de la muerte, incluso a costa del sufrimiento de Cristo, porque la generosidad del amor de nuestro Señor está dispuesta a dar todo, incluso el precio más alto, por aquellos a quienes Él quiere salvar. También en esta teología aparece la grandeza de una donación sin tasa, hasta la muerte, para redimirnos gratuitamente del misterio del mal.

- Cristo liberador. Muy ligada a la anterior, insiste en el aspecto del hombre liberado. Jesús fue el hombre libre por excelencia y nos enseña la ley de la libertad cristiana. La salvación se ofrece como liberación de la libertad. San Ireneo y san Agustín serán sus máximos exponentes en la antigüedad. En la actualidad ha sido desarrollada por la Teología de la Liberación. La salvación como liberación implica a todo el ser humano, no sólo su alma; incluye en casi todas las páginas del evangelio la liberación de los cuerpos, incluso en su dimensión social y política.

- Cristo divinizador. El término no es bíblico, el tema, sí. Pablo recurre con frecuencia a la adopción filial conseguida por Cristo. Somos hijos de Dios en el Hijo, miembros de la familia de Dios. La filiación la realiza Cristo asumiendo, no destruyendo, la naturaleza humana. Sólo se salva aquello que se asume, aquello que se acepta, en el pleno sentido de la palabra. Y al asumirlo queda divinizado. Uno de nosotros está sentado hoy a la derecha del Padre. La divinización no arranca al hombre de su consistencia creada, sino que le devuelve la perfecta humanidad. La divinización es la máxima expresión de la humanización..

- Cristo justicia de Dios. El hombre pecador ha sido justificado por Cristo. Esta teología fue desarrollada por san Pablo en las cartas a los Gálatas y Romanos. Agustín la recoge en su lucha contra los pelagianos. Lutero hace de ella el centro de su teología. La diferencia con los católicos se encuentra en la necesaria cooperación del hombre justificado ante la gracia recibida. El diálogo ecuménico ha avanzado en este siglo considerablemente, acercando las posiciones de ambas tendencias.

- El Cristo reconciliador. La salvación es también perdón. Puro don de Dios que únicamente precisa nuestra respuesta agradecida. En el nombre de Cristo, dice Pablo, dejaos reconciliar con Dios. Es la categoría preferida por los teólogos actuales. Un misterio de reconciliación de Dios con los hombres y de los hombres entre sí. La Iglesia tiene como principal cometido favorecer la reconciliación, del hombre consigo mismo, del hombre con Dios, del hombre y la mujer, del hombre y el cosmos, de unos pueblos con otros.

El don amoroso de la salvación alcanza a toda la humanidad. Estamos salvados por el único Mediador, Jesucristo. No necesitamos de ningún otro salvador o mediador. Su beneficio llega a creyentes e incrédulos. Fuera de la Iglesia, sí hay salvación.

El cambio de perspectiva favorece notablemente la recuperación de quienes sufrieron los rigores de la satisfacción vicaria. No todo está dicho sobre la salvación, falta la otra dimensión, pero si se recupera ésta, los supervivientes que conservan la fe y también los que la perdieron pueden respirar a pleno pulmón.


6.- De "la cruz de palo" al "borrico de noria"

Adentrarse en los escritos del nuevo santo es tarea harto compleja. A estas alturas no han sido publicadas todas sus obras. El gran público conoce una parte, no así los escritos internos, que guardan celosamente el espíritu de la obra. Esta pagina web ha demostrado la existencia de un doble lenguaje, uno para los de dentro y otro para los de fuera. Del mismo modo también han sido probadas las contradicciones del autor: puede decir lo mismo y lo contrario sin inmutarse (cf. E.B.E. "La formación de la identidad en el Opus Dei", "La barca del Opus Dei" y "Las redes de la barca del Opus Dei"). Incluso hay quien duda de la autoría de Surco y Forja (cf. Ñamñam, 16.2). Con la excepción de "Camino", no existen estudios críticos, ni se han hecho públicos ­que yo sepa- los autógrafos de ninguno de los libros. La costumbre arraigada en la Iglesia de encargar la biografía y la publicación de las obras a personas de prestigio ajenas a la institución, tampoco ha sido seguida en esta ocasión.

A pesar de las dificultades, merece la pena intentar analizar el concepto de Redención en Escrivá, porque ahí se encuentra, según creo, la razón última del sufrimiento causado a tantos. Confieso mis pre-juicios, al menos dos: La lectura asidua de las experiencias de dolor narradas en esta página web me llevan a constatar que la obra genera enfermedad en sus miembros y que el número de estos enfermos, lejos de quedar reducido a algunos casos, es muy extenso. Segundo prejuicio: muchos hemos sufrido los errores cometidos en el pasado por una interpretación deformada de la teología de la redención, pero no hemos llegado a las graves consecuencias explicadas por los ex miembros; en consecuencia, algún fallo debe de haber en la teoría y en la praxis de la obra.

A continuación presentamos una aproximación o hipótesis en la que se deberá profundizar y habrá que verificar.

El pensamiento de Escrivá respecto a la redención está en la órbita conceptual de su época, como no podía ser de otra manera (sólo los genios son capaces de trascenderla). Adán ofendió a Dios (Es Cristo que pasa, 183). "Debemos hacernos cargo, aun en lo humano, de que la magnitud de la ofensa se mide por la condición del ofendido, por su valor personal, por su dignidad social, por sus cualidades. Y el hombre ofende a Dios: la criatura reniega de su Creador" (Es Cristo que pasa, 95).

Cristo nos redimió por su sacrificio en la cruz. Pecado y redención en la cruz condensan el drama de la humanidad. Hasta aquí se sigue el esquema de la satisfacción vicaria, sin que aparezcan las graves desviaciones de otros autores, cólera de Dios, sustitución, pacto sacrificial, etc. Por el contrario, se afirma que la Redención es un acto de amor (Amigos de Dios, 276).

En la Cruz se "consumó" nuestra Redención, Cristo la "obtuvo" para nosotros: "Este umbral de la Semana Santa, tan próximo ya el momento en el que se consumó sobre el Calvario la Redención de la humanidad entera" (Amigos de Dios, 110); "porque la Cruz nos habla del sacrificio del Dios hecho Hombre. Lleva esta consideración a tu obediencia, sin olvidar que El se abrazó amorosamente, ¡sin dudarlo!, al Madero, y allí nos obtuvo la Redención" (Surco, 373; cf. lo mismo en "Es Cristo que pasa", 121)

En la Cruz fuimos rescatados a precio de sangre: "ha comprado cada alma, una a una, al precio- lo repito- de su Sangre." (Camino 135); "El se dio a sí mismo en rescate por todos" (Es Cristo que pasa, 121). Queda sin especificar si el pago era la condición indispensable para que Dios mostrara su benevolencia con los hombres, error habitual en la satisfacción vicaria.

El sacrificio de Cristo en la cruz llegó hasta el extremo de convertirse en holocausto, es decir, hasta quedar consumido, al igual que las víctimas animales sacrificadas en el Templo de Jerusalén: "Jesús se entregó a Sí mismo, hecho holocausto por amor" (Amigos de Dios 129). Si la vida del cristiano consiste en imitar a Jesucristo y la salvación nos vino dada por el sacrificio en la cruz, el creyente debe hacer lo mismo, hacerse holocausto por la negación de sí mismo: "Hay que darse del todo, hay que negarse del todo: es preciso que el sacrificio sea holocausto (Camino, 186); "Para acompañar a Cristo en su gloria, al final de la Semana Santa, es necesario que penetremos antes en su holocausto, y que nos sintamos una sola cosa con El, muerto sobre el Calvario" (Es Cristo que pasa, 95; cf. Forja, 1022; Surco, 34; Vía Crucis, 9). Por tanto, el holocausto se realiza por la negación de sí mismo, es decir el "agere contra" y se realiza dejándose clavar en la cruz: "¡Clavarse en la Cruz! Esta aspiración, como luz nueva, venía a la inteligencia, al corazón y a los labios de aquella alma, muchas veces. -¿Clavarse en la Cruz?: ¡cuánto cuesta!, se decía. Y eso que sabía muy bien el camino: "agere contra!" -negarse a sí mismo. Por eso suplicaba: ¡ayúdame, Señor!" (Forja, 401). Darse del todo y negarse son equivalentes para conseguir el fin de llegar a ser holocausto (Camino, 186).

Este proceso espiritual se realiza subiendo a la cruz. Una Cruz de palo, sin rostro ni figura humana, que el creyente deberá completar con su propio yo: "Cuando veas una pobre Cruz de palo, sola, despreciable y sin valor... y sin Crucifijo, no olvides que esa Cruz es tu Cruz: la de cada día, la escondida, sin brillo y sin consuelo..., que está esperando el Crucifijo que le falta: y ese Crucifijo has de ser tú" (Camino, 178; 277).

Lejos de ser una metáfora, el estar clavado en la cruz debe convertirse en la constante del quehacer diario, identificándose hasta el fondo en su ser crucificado. Negarse a sí mismo hasta llegar a ser nada, holocausto. La totalidad del ser humano queda afectada por esta idea matriz; los sentidos interiores y exteriores (Camino, 181), el corazón (Camino, 163), la vista (Camino, 183), la corporeidad (Camino, 196; 226) y el mundo. Una batería de conceptos ascéticos vendrán en ayuda del recién crucificado: mortificación, penitencia, abnegación, obediencia, pobreza, pureza, lucha interior, rendir el juicio, humildad, etc. Cada uno de ellos intentará atornillar un aspecto concreto de su ser. "Ningún ideal se hace realidad sin sacrificio. -Niégate. -¡Es tan hermoso ser víctima!" (Camino, 175; 186). La exaltación del dolor como expiación alcanza cimas impresionantes, "Bendito sea el dolor. -Amado sea el dolor. Santificado sea el dolor... ¡Glorificado sea el dolor!" (Camino, 208). Y el sujeto paciente hará este camino hacia la negación de sí mismo con alegría, porque "en el dolor está precisamente la felicidad" (Camino, 217; cf. 169), y la alegría: "Procede de abandonar todo y abandonarte en los brazos amorosos de nuestro Padre-Dios" (Camino, 659).

En ningún momento el sufrimiento expiatorio provocado por la negación del yo queda vinculado a la solidaridad o al amor al prójimo, es simple consecuencia de la negación de si mismo que el sujeto debe conseguir clavado en la cruz.

A cambio, se nos promete la Vida eterna, es decir, la salvación en el otro mundo: "Bebamos hasta la última gota del cáliz del dolor en la pobre vida presente. -¿Qué importa padecer diez años, veinte, cincuenta..., si luego es el cielo para siempre, para siempre... para siempre? -Y, sobre todo -mejor que la razón apuntada "propter retributionem"-, ¿qué importa padecer si se padece por consolar, por dar gusto a Dios nuestro Señor, con espíritu de reparación, unido a El en su Cruz, en una palabra: si se padece por Amor?..." (Camino,182).

El proceso se realiza, aquí está lo más grave, en la peor de las soledades. Dios será su único consuelo. No hay lugar para las relaciones humanas ni para las amistades, bastará con la confesión y la confidencia semanal, objeto de manoseo de la conciencia, como tantas veces ha sido denunciado en esta web. El Director te entregará y explicará unas normas y un plan de vida. La gracia de Dios, más la gracia especial del Director y nuestra obediencia llevarán a término el proceso.

En pura lógica, un holocausto del yo tan intenso y realista sólo puede llevar a la destrucción de este yo, o al menos, a su fragmentación o disociación (E.B.E. 4.5). Cada uno sabe mejor que nadie sus limitaciones y pobrezas; el ser humano es muy "probecito", en eso podemos estar de acuerdo con el nuevo santo (Camino, 608). Pero llegar a decirnos: "depósito de la basura", "cacharro de los desperdicios" (Camino, 592), "polvo sucio y caído" (Camino, 599), "dentro de poco -años, días- serás un montón de carroña hedionda" (Camino, 601), nos parece excesivo. Y es que -no lo olvidemos- seguimos en el esquema de la satisfacción vicaria. Recuerdan estas expresiones a un autor de principios del XX, quien viendo a Jesús hecho pecado (error garrafal, Jesús "carga" con el pecado "no es" pecado), se atrevió a llamarlo "estercolero". A este desprecio del yo se le denomina virtud de la humildad.

A estas alturas, en su agobio, los seguidores de este camino buscan aire fresco. Esta doctrina puede parecerles un martirio. No andan equivocados, el mismo fundador lo reconoce: "¡Qué bien has entendido la obediencia cuando me has escrito: "obedecer siempre es ser mártir sin morir"! (Camino, 622). La frase me parece que resume perfectamente el proceso, mártir sin llegar a morir. ¿Ofrece san Josemaría otras salidas? Según él, "podremos hacer de toda tu miseria algo grande" (Camino, 605), Jesús vendrá en nuestra ayuda y rellenará el vacío dejado por el yo viejo (Camino, 596), convirtiéndonos en una "escultura, imagen de Jesús" (Camino, 56). Sin especificar el tipo de imagen de Jesús, si muerto o resucitado, el lector se queda con ganas de mayores concreciones. Si se tratara de la imagen del Cristo pascual, transformado por la resurrección en corporeidad espiritual, pletórico de paz, renovador de la vida de unos pescadores atemorizados, dispuesto a compartir el pan y el pescado en la orilla de cualquier lago, entonces -digo- la propuesta podría en última instancia llegar a ser sanadora.

Pero no, una nueva metáfora irrumpe en el escenario para bajar al sujeto paciente de la cruz y sentarlo en el trono de la humildad: el borrico de noria (Camino, 606). La imagen está bien traída, como en el mito del eterno retorno; dejando a la persona sin futuro, la virtud de la humildad nos devuelve al comienzo de la Pasión de Cristo: "¡Bendita perseverancia la del borrico de noria! -Siempre al mismo paso. Siempre las mismas vueltas. -Un día y otro: todos iguales. Sin eso, no habría madurez en los frutos, ni lozanía en el huerto, ni tendría aromas el jardín. Lleva este pensamiento a tu vida interior" (Camino, 998); "¡Ojalá adquieras -las quieres alcanzar- las virtudes del borrico!: humilde, duro para el trabajo y perseverante, ¡tozudo!, fiel, segurísimo en su paso, fuerte y -si tiene buen amo- agradecido y obediente" (Forja, 380; Amigos de Dios, 137). Podemos preguntarnos: ¿Quién lleva las riendas del borrico? ¿A quién hay que ser agradecido y obediente? ¿Quién es el amo? La doctrina responde que Jesús lleva las riendas de todo (Forja, 381; Es Cristo que pasa, 181). Por lo leído en esta página web, la práctica parece desmentirlo: la obediencia ciega, la relación de filiación con el Padre-Escrivá y el peso de la Institución Opus Dei, impiden el acceso a la libertad y a la resurrección.

A mí, esta espiritualidad, que quieren que les diga, cuando menos me parece muy peligrosa, por no decir directamente enfermiza. ¿Hay alguien capaz de salvarse con semejante camino? ¿No está aquí la raíz del sufrimiento de tantos ex miembros? ¿No hay manera de salir de la satisfacción vicaria?


7. La Redención y la soberbia

Habíamos dejado al sujeto paciente pasando de la cruz de palo al borrico de noria, o lo que es lo mismo, oscilando entre la despersonalización y el sometimiento. Obsesionados por la cruz y la negación del yo, la satisfacción vicaria interpretada por Escrivá, centra sus esfuerzos en la imitación de Cristo crucificado. Es un camino individual, o mejor dicho, individualista, defecto no imputable a Escrivá, porque venía siendo habitual desde finales de la Edad Media y se instaló definitivamente en la espiritualidad del siglo XIX y principios del XX.

Con todo, no es la peor lacra de este esquema soteriológico. Centrada la redención en la reproducción de la cruz sacrificial de Cristo en la vida del individuo, poco a poco, sin apercibirse, se va entrando en una espiral solipsista. Conseguir el holocausto completo del yo exige una "lucha" constante. Escrivá recurre con frecuencia al término: "La paz es algo muy relacionado con la guerra, La paz es consecuencia de la victoria. La paz exige de mí una continua lucha. Sin lucha no podré tener paz" (Camino 308); "ser fiel a Dios exige lucha. Y lucha cuerpo a cuerpo" (Surco, 126); "La prueba, no lo niego, resulta demasiado dura" (Surco 127); "el Reino de los Cielos se arrebata con violencia, con la pelea de cada instante" (Surco, 130). La salvación no es un don gratuito de Dios al que me adhiero libremente, se ha convertido en una conquista, algo que conseguir con esfuerzo. Hay que entablar una lucha a muerte contra las pasiones, la necesidad de descanso y las caídas. El fundador no especifica si las caídas se refieren a la evasión de impuestos, las calumnias, la falta de respeto a la dignidad del adolescente en su compulsión proselitista, la utilización de la gente sencilla de los barrios para ganar adeptos, o a asuntos relacionados con el sexo. Nos tememos la última opción. Hay que cumplir múltiples normas, tener un plan de vida. No hay oportunidad para el sosiego ni para el descanso, la perfección exige una entrega total y absoluta. La imposibilidad de cumplir irreprochablemente todas las reglas y las negaciones del yo arrastra a la persona al permanente sentimiento de culpabilidad.

Algunos, bastantes por lo que sabemos, se rompen por el camino, no aguantan la presión y terminan somatizando la tensión. No pasa nada según la obra, ya sabemos "que tú no eres más que el envoltorio del regalo: un papel que se rompe y se tira" (Surco, 288). Otros, superan la prueba y se convierten en "instrumentos", "obedeced, como en manos del artista obedece un instrumento" (Camino, 617). Piezas de un engranaje al servicio de la Institución: "Siempre al mismo paso. Siempre las mismas vueltas. -Un día y otro: todos iguales"; "las orejas estiradas como antenas, austero en la comida, duro en el trabajo, con el trote decidido y alegre" (Camino, 998 y Es Cristo que pasa, 181).

Mientras el seguidor de este camino espiritual se hace "violencia" para poder llegar a "decapitar el yo" (Surco, 279 y 280), el santo fundador viaja hacia la gloria a bordo de un Mercedes Benz con chofer (Hormiguita, 17-5-04). A primera vista puede parecer contradictorio y, sin embargo, encierra una lógica. Puede compaginarse el holocausto del yo con la mayor de las riquezas y la mayor de las soberbias. La razón, a mi entender, es bien simple: tanto luchar por unirme a la cruz de Cristo me deja ensimismado, absorto, incapaz de comprender la realidad que me rodea. Tanta fuerza y violencia realizada, verificada en múltiples sacrificios, disciplinas, cilicios, mortificaciones y penitencias varias, normas y planes de vida, -"se va a matar", decía la madre del joven Escrivá- (cf. Fisac, Escrivá de Balaguer - ¿Mito o Santo?), me lleva a la conclusión de haber hecho lo que debía, de haber conseguido clavar mi yo en la cruz de palo, en definitiva, de haber realizado "ahora" en mí la redención de Cristo, de haber reparado lo suficiente, de haber hecho cuantos desagravios eran necesarios (Via Crucis, V estación, 2).

En conclusión, yo me he salvado con mi esfuerzo. No me ha salvado Dios. Ya no formo parte de la "manada", ni del "rebaño", ni de la "piara" de gentes que no saben si tienen alma (Camino, 914). Nada tengo que ver con el "montón". Soy caudillo (Camino, 16).

El viaje hacia la cruz de Cristo así entendida, me devuelve una imagen grotesca y enferma de mi yo, henchida de soberbia. Nadie podrá criticar mi afán de riquezas, ni mi coche con chofer, ni el gusto por los honores, porque yo soy pobre, estoy clavado en la cruz de Cristo, he mortificado mi yo hasta el fondo, vivo desprendido del todo, usando de las cosas como si no existieran: "No consiste la verdadera pobreza en no tener, sino en estar desprendido: en renunciar voluntariamente al dominio sobre las cosas" (Camino, 632).

Los humanos tienen la costumbre ancestral de convertir en iconos las ideas fundantes de sus grupos. La obra puede ocultar durante años sus Constituciones, sus Estatutos, el Vademécum de los Consejos Locales y demás vademecums, glosas, cartas... multitud de escritos internos. Puede tomar todas las precauciones necesarias para que nadie apunte nada en las charlas de formación o en los retiros. Puede prohibir sacar de las casas libros y documentos, grabar las meditaciones, etc. (cf. Vademécum). Todas las precauciones serán inútiles. Bastará entrar en las casas de la obra y escudriñar la iconografía que decora el ambiente. Las dos o tres ideas madre del fundador estarán representadas. Esas ideas se habrán convertido en iconos. Éstos cohesionarán al grupo y le recordarán visualmente las ideas de origen. En las casas de la obra no faltan ninguna de las tres: la cruz de palo, el borrico de noria y las fotografías del fundador y su familia de sangre. Y patos, porque, decía Escrivá refiriéndose al proselitismo, "los patos aprenden a nadar, nadando", o sea, que no hay que pensarse las cosas mucho -pedir la admisión, por ejemplo- sino lanzarse directamente. En fin, el resumen de la obra queda -a mi entender- así: aniquilamiento del yo (cruz de palo), sometimiento y perseverancia (borrico), imagen del Padre (mediación por filiación) y proselitismo (patos).

Además de conquistarnos el engreimiento supremo, la fijación por la imitación de la cruz de Cristo así entendida, nos conducirá a la insensibilidad social. Cristo crucificado no remite al sufrimiento del mundo ni a su resurrección. Ambos quedan encerrados en un círculo vicioso.

En junio de 1974, se refería Escrivá a un cuadro que hay en la sede central de la obra, en Roma, sobre la puerta que da a un oratorio dedicado a la Sagrada Familia: "Es de un pintor de cuarta o quinta fila -se llama Del Arco-, del tiempo de Velázquez, más o menos: representa un Cristo coronado de espinas, que está giboso, ¡giboso!... ¡giboso!... Como yo me he visto giboso muchas veces, cansado, reventado, llegando al atardecer de esa manera, me consuela mucho pensar en la imagen de Cristo Jesús, tal como viene en ese cuadro. Él era la hermosura, la fortaleza, la sabiduría..., y allí -atado a la Columna- estaba así. De modo que si alguna vez pesa, y os sentís gibosos, acordaos de Jesús. Jesús, reventado. Jesús que tiene hambre. Jesús que tiene sed. Jesús que se cansa. Jesús que llora. Jesús que sabe ser amigo de sus amigos... Y, sobre todo, Jesús con María y José: es ya el colmo. ¡Id ahí, id ahí! ¡Aprended! Y entonces andaremos bien".

Los gibosos de la realidad no cuentan, el sufrimiento del mundo tampoco, la resurrección queda postergada para el más allá. A esta actitud se le puede llamar narcisismo.

San Josemaría construye el opus tomando varios préstamos: Por una parte, una interpretación rigorista del ya de por sí deformado esquema de la satisfacción vicaria. Por otra, aprovecha los vientos totalitarios de su época para establecer una nueva mediación de acceso a Dios a través de la filiación vinculante a su persona, el Padre-Escrivá (volveremos sobre esto en otra ocasión). Por último, la organización económica se nutre gracias al modo de funcionamiento de las pequeñas empresas familiares de principios del siglo XX.

En su vuelo celeste, origen de la fundación, el nuevo santo "vio" en 1928 la obra para toda la eternidad. Olvidó el fardo ideológico que llevaba a las espaldas. Demasiado peso para tan alto vuelo.


8.- Bajar de la cruz y resucitar

La última entrega consta de tres partes: a) expongo las consecuencias para el creyente en la salvación como don de Dios; b) comento brevemente la teología actual de la salvación; c) termino con la redención en Escrivá en tiempos del Vaticano II.

a) Consecuencias de creer que la salvación es don de Dios

La salvación -dijimos- es un don, nunca una conquista del hombre. La Trinidad se revela al hombre en un acto de amor, perdón, libertad y vida. Dios ofrece la salvación gratuitamente a la libertad del ser humano, quien la recibe en el bautismo. Puede adherirse a ella y hacerla suya; puede rechazarla, o puede permanecer indiferente. En cualquier caso, al dirigirse a la libertad humana, la oferta no está condicionada ni por la coacción ni por el miedo. En caso contrario, el ofrecimiento sería indigno de Dios y también del hombre. En el Vaticano II, la Iglesia Católica prohibió expresamente utilizar cualquier tipo de amenaza en la transmisión del Evangelio: "La dignidad de la persona humana se hace cada vez más clara en la conciencia de los hombres de nuestro tiempo, y aumenta el número de quienes exigen que los hombres en su actuación gocen y usen de su propio criterio y de una libertad responsable, no movidos por coacción, sino guiados por la conciencia del deber (…) Pero los hombres no pueden satisfacer esta obligación [de adherirse a la fe] de forma adecuada a su propia naturaleza si no gozan de libertad psicológica al mismo tiempo que de inmunidad de coacción externa" (Declaración sobre la libertad religiosa, 1-3).

Algunos sectores de la Iglesia, incluyendo el opus, se muestran reticentes a aceptar la nueva perspectiva conciliar, creyendo -con razón- que si desaparece el incentivo del miedo se pierden muchas posibilidades proselitistas. Éste es el primer síntoma, y muy importante, de la distancia abismal entre los dos esquemas soteriológicos, el anterior al Concilio y el que va surgiendo después. En medio de una total impunidad, el Opus Dei sigue amenazando con la pena del infierno a los disidentes e imputa pecados mortales inexistentes a quienes abandonan. La historia juzgará severamente el atropello de los más elementales derechos humanos conculcados por una institución de la Iglesia Católica, cuando, además, la Iglesia los había desterrado de su teoría y praxis. Mientras, ellos, los elegidos de Dios, convertidos en sabuesos de la ortodoxia, denuncian a diestro y siniestro cualquier atisbo de renovación teológica o eclesial. Hemos de dar la razón a Antonieta: "las cosas que allí se viven, se hacen, son de locos. Eso no puede ser de Dios". Quien suscribe queda conmovido al escucharla después de diez años de dejar la obra: "todavía me azota aquello de que Dios es justo y por mi falta de generosidad a mi "llamado" puede entonces mandarme una desgracia! DIOS ME AMPARE DE SEMEJANTE COSA!!!!" (27.5.2004). Señora, todo lo que le dijeron de Dios está pervertido, es una pura patraña. ¡Cómo va a querer Dios el mal de sus hijos!

A ésta y parecidas aberraciones nos había conducido la teología de la satisfacción vicaria. Todo el entramado se cae como un castillo de naipes si volvemos a la raíz del cristianismo que nunca debimos olvidar: Un Dios amoroso y entrañable, compañero fiel en los días y las noches de la vida, que no cesa de aguardarnos si nos alejamos, nos divisa desde lejos si volvemos sobre nuestros pasos y organiza para nosotros la gran fiesta del amor si regresamos.

b) Hacia una teología actual de la salvación cristiana

Jesucristo revela al mundo la salvación de Dios a través de todo el misterio de Cristo, desde su preexistencia y Encarnación hasta la Parusía (mediación ascendente). Podemos acercarnos a la comprensión del misterio desde las acciones objetivas realizadas por Cristo, o desde la aceptación de la salvación por parte de los creyentes. Comentaremos brevemente el segundo aspecto. Partiendo de la Biblia, la Iglesia, a lo largo de su historia, ha explicado la obra salvífica de Cristo con las categorías siguientes: sacrificio, expiación, satisfacción y sustitución.

Los errores de apreciación del pasado y la recuperación de la salvación como don gratuito están obligando a un replanteamiento general de las categorías ascendentes. El discurso teológico se encuentra en este sentido en pleno proceso de reelaboración.

No obstante, algunas cuestiones son ya incontrovertibles: la unidad indisoluble entre muerte y resurrección de Cristo, y adoptar el punto de vista de la humanidad que sufre. La importancia que los evangelistas dan a la muerte de Cristo nos invita a comprenderla desde el dolor humano. Por eso, el colofón a un extenso trabajo sobre soteriología moderna afirmaba en 1986: "Una Cristología que quiera constituirse en respuesta/ revelación de la Salvación, debe aceptar normativamente la óptica de los sufrientes de la historia, como lugar de acceso a lo específicamente cristiano". A ello están colaborando de manera decisiva las aportaciones de los supervivientes del Holocausto judío. Tardaron años en verbalizar el horror. Ahora que lo han conseguido, su contribución (tanto de ateos, como de judíos, católicos y protestantes) está siendo decisiva para la soteriología. El sufrimiento humano tiene nombre, apellidos y rostros, los de cada una de las víctimas. Una reflexión sobre el martirio de Cristo no puede dejar de lado esta realidad.

La muerte y la resurrección de Jesucristo -decimos- forman una unidad indisoluble. Son el paso de la muerte a la vida, del pecado a la reconciliación, de la tristeza a la alegría. El creyente que decide libremente aceptar la oferta recibida en el bautismo procura liberarse -ayudado por la gracia- y pasar de la muerte a la vida en Cristo. Los cristianos lo llamamos conversión. La Iglesia en su conjunto y cada uno de sus miembros debería encontrarse en un permanente estado de conversión a Jesucristo.

Al resucitar, Cristo no reprochó la traición a sus seguidores. Volvió a encontrarse con ellos trasmitiéndoles el perdón, la paz y la alegría. Estamos llamados a ser felices, anticipo de la gran fiesta de la Parusía. Por tanto, la resurrección ha de empezar en este mundo y llegará a plenitud al final de los tiempos. De ahí nace el deber moral de hacer este mundo habitable. Los primeros cristianos comprendieron poco a poco esta gran revolución y miraron hacia atrás recordando las palabras del Señor resucitado, a quien sentían vivo y convertido en vida de sus vidas. En los encuentros con el Resucitado nace un cristianismo alegre, pacífico, misionero, mucho menos tétrico del que nos enseñaron, sombrío por haber quedado prisionero de la cruz (cf. Felipe 6.4). Recuperar la resurrección de Jesús, integrarla en la vida, extraer las consecuencias en orden a la alegría y al encuentro personal con Él, se han convertido en uno de los mayores retos para el cristianismo actual.

Al rememorar la vida de Jesús, sus discípulos enseguida se dieron cuenta de la importancia del Gólgota. En la cruz estaba Cristo, símbolo de todos los crucificados y damnificados de la historia. Fue torturado y ejecutado por la violencia de los hombres. Algunos de ellos, muy religiosos, lo enviaron a la cruz en el nombre de Dios. Su Padre-Dios no lo mató, porque Dios no es un criminal y es una aberración afirmar que hemos sido salvados por un crimen. Ahora bien, hay que aprender a ver y localizar a los crucificados. Jesús nos enseñó a hacerlo "desde abajo", naciendo en un pesebre, curando a los pobres, acogiendo a los niños y a las mujeres. En un gesto profético sin precedentes resumió su doctrina en el lavatorio de los pies a los discípulos. Sólo desde abajo, desde el suelo, se puede aprender a ver el dolor de la humanidad.

Luego la salvación está en adherirme al tránsito de la muerte a la resurrección. La alegría, la paz y el perdón de la resurrección me envían a la cruz y la cruz a la resurrección. Ahora bien, la finalidad última no es la cruz, sino la resurrección, que se verá completada en la Parusía.

Propongo al lector un cambio de perspectiva desde la misma cruz de Jesucristo. ¿Y si en vez de subirnos a la cruz de palo se tratara de bajar a los que están clavados en ella empezando por cada uno de nosotros? ¿No es más normal considerar la cruz de Cristo como parte de un proceso hacia la resurrección? Nadie duda del sufrimiento del mundo ni del valor infinito y ejemplar de la muerte de Cristo. En la cruz está clavado Jesús, con su rostro ensangrentado, símbolo de todos los crucificados del mundo y de todas las violencias. La contemplación de Jesús en la cruz nos remite a los damnificados de la historia. De este modo, la cruz y la resurrección se habrán convertido en el primer acicate para la vida, la fuente de nuestro comportamiento moral, aplicable a la práctica profesional y familiar y social.

Ahora debemos preguntarnos por las motivaciones y el modo de proceder para bajar de la cruz y resucitar con Cristo. Una vez más volvemos al único Maestro, Jesús de Nazaret. A Él lo mató la violencia del mundo como consecuencia de su compromiso por mostrarnos el amor de Dios, la libertad y la felicidad, llevando hasta sus últimas consecuencias su constante actitud de servicio, una vida entregada por los demás ("pro-existencia" le llaman ahora). En esa donación de sí, que hace gustosamente quien está lleno de amor, encontramos la raíz del "sacrificio" agradable a Dios, igual al realizado por millones de personas cada día en su profesión o en la atención a su familia.

Según la definición clásica de san Agustín, el sacrificio tiene como finalidad ponernos en comunión con Dios. Sacrificio serán aquellas obras buenas que contribuyen a unirnos a Dios. Esta comunión es una auténtica felicidad para el hombre, es salvífica. Observemos cómo Agustín excluye de la idea de sacrificio el sufrimiento o la privación. En todo caso comportarán algún tipo de dolor por la limitación y el pecado humanos, pero no dejan de ser un dato segundo. Libremente respondemos a Dios dándonos a los demás por amor. En esto consiste el sacrificio y la ofrenda que podemos darle. Es un acto existencial antes que ritual. Ofrecemos a Dios el servicio a nuestros semejantes como un acto de donación libre y garante de la propia felicidad. La totalidad de la vida se ofrece por los otros. Así debe entenderse el sacrificio de Cristo, inaugurando un movimiento al que se asocia toda la humanidad en su marcha hacia Dios (Mc 10, 45).

A veces, incluso con frecuencia, la donación de sí por amor tiene su lado doloroso y se convierte en "expiación". A la cruz no hay que subirse, nos suben si somos consecuentes. Muchos serán arrastrados a la fuerza y Cristo se hizo solidario con ellos. Otros, pretendiendo seguir sus pasos, con temor y temblor aceptan correr el riesgo. Hablamos de la expiación sufriente. Señala el aspecto doloroso del sacrificio, consecuencia del pecado de la humanidad. Es utilizado en el Nuevo Testamento para interpretar el misterio de la cruz, sobre todo, en la Carta a los Hebreos. En la Biblia, la expiación va muy unida a la intercesión. Ya en el Antiguo Testamento los sacrificios de expiación se viven como días de perdón. Jesucristo intercede por nosotros en su vida terrena y lo sigue haciendo después de la Resurrección. Es nuestro abogado permanente, dirá el evangelista Juan. En este sentido deben interpretarse los dos textos más controvertidos: 2 Cor 5,21 y Gal 3,13. Cristo carga con nuestro pecado para que podamos recibir la justicia y salvación. Cristo no se hace pecado a título personal, como algunos interpretaron después; entre Él y el pecado hay un abismo. En un acto de "solidaridad" extrema (término preferible al de "sustitución" de la teología clásica), carga con los pecados de todos para eliminarlos. La expiación es su oración espiritual de intercesión plenamente realizada. En esta solidaridad y misericordia toma sobre sí nuestra condición sufriente en todo lo que tiene de desesperante e inexplicable. Solidario con quienes sufren, acepta libremente la muerte en la cruz para ofrecer a las víctimas y a todos la misma posibilidad de resurrección que Dios le concedió a Él. La expiación en este sentido equivale a solidaridad compasiva. Y tiene puestas sus miras en el ser humano sufriente. La contemplación de la sangre en cuanto tal, paraliza; la expiación como solidaridad compasiva y amorosa nos lanza en ayuda de los sufrientes.

El lado doloroso del sacrificio amoroso de la vida puede llevarnos, como a Cristo, a aceptar libremente el trago amargo de acabar crucificados. En este sentido Dios no preservó a su Hijo, fue consecuente con el dinamismo de la encarnación y aceptó que acabara víctima de la sinrazón. El amor solidario y compasivo le hizo a Jesús compadecerse y cargar con todos en la cruz. Seremos corredentores si procuramos nosotros mismos bajar de la cruz ayudados por otros, cargar con nuestras limitaciones y pecados (nuestra propia cruz) y colaborar con Jesucristo a que cuantas más personas mejor, bajen del sufrimiento y pasen a una vida de alegría y felicidad resucitada. Incluso corriendo el riesgo de ser injuriados o de acabar crucificados. Esos actos de solidaridad extrema con las víctimas del mundo fue realizado por Cristo y por muchos de sus seguidores. Según el pensamiento católico, en la noche absoluta de la cruz y la sinrazón, siempre anidaba en el Señor y en otros mártires la esperanza del triunfo de la víctima. En definitiva, el cristianismo proclama su victoria definitiva mediante la Resurrección. Jesucristo, la Víctima Inocente, ha sido glorificado, sentado a la derecha del Padre y convertido en Señor y Juez del universo. Y con Él todas las víctimas del mundo.

c) La redención en Escrivá y el concilio Vaticano II

En "Camino", la resurrección de Cristo no aparece por ningún lado, ni como teoría ni como praxis. Una única mención al final del librito, sin ningún valor teológico, nos dice que los apóstoles fueron "casi" testigos de la muerte y resurrección del Maestro (Camino, 925). En el esquema clásico de Escrivá la resurrección no tenía cabida hasta la vida eterna; pecado y cruz culminaban la redención. Con la llegada del concilio Vaticano II, todo este entramado teológico se podía haber ido al traste. En una pirueta digna de mención, Escrivá incorporó a su discurso las ideas del concilio Vaticano II.

En 1973 se publicó por vez primera una selección de homilías que van desde 1951 la primera, a 1970 la última. No disponemos de datos respecto a su autenticidad. Dado el afán constante de la obra por revisar su historia, manipulando fotografías y datos, podría ser que también en esta ocasión hubiera interpolaciones o cambios en las fechas. En cualquier caso, si nos atenemos al texto recibido, el tono y el contenido teológico de las homilías dan un brusco viraje si las comparamos con "Camino". El trasfondo teológico sigue siendo el mismo, pero se producen cambios significativos: Una mayor atención al Evangelio y, sobre todo, la incorporación de la cristología conciliar en las homilías posteriores a los años 60. En la pronunciada el 15 de abril de 1960, Escrivá ya ha tomado conciencia de la importancia de la Resurrección en la obra salvífica de Cristo, aunque rápidamente nos advierta que antes hemos de pasar por la cruz (Es Cristo que pasa, 95). El Domingo de Resurrección de 1967, entiende la redención como divinización que "redunda en todo el hombre como un anticipo de la resurrección gloriosa" (Es Cristo que pasa, 103). Toda la vida de Cristo, su trabajo, predicación y milagros, su muerte en la cruz y su resurrección, atraerán a todos hacia Él (Es Cristo que pasa, 105). "Cristo resucita en nosotros, si nos hacemos copartícipes de su cruz y de su muerte" (Es Cristo que pasa, 114); "Jesús ha concebido toda su vida como una revelación de ese amor" (Es Cristo que pasa, 115); "El Señor no nos impulsa a ser infelices mientras caminamos, esperando sólo la consolación en el más allá. Dios nos quiere felices también aquí" (Es Cristo que pasa, 126). Los ejemplos podrían multiplicarse. El lector queda sorprendido ante el cambio tan profundo en la mentalidad de san Josemaría. ¿Se habrá producido su conversión a la teología conciliar? ¿Habrá superado de una vez por todas los viejos esquemas de la satisfacción vicaria?

Los estudiosos de la obra se basan en estos datos de última hora para analizar el pensamiento teológico de Escrivá en su conjunto: "Como en sus otros escritos -afirma uno de ellos- el Beato Escrivá de Balaguer se atiene en el resumen que aquí presenta de la Pasión a los conocidos datos escriturísticos, sabiendo seleccionar para recuerdo del oyente sus aspectos esenciales. Destaca, en efecto, que Cruz y Resurrección forman un solo misterio pascual en el que ambos aspectos se iluminan mutuamente; que el fundamento de nuestra fe lo constituye la Resurrección del Señor; que el misterio de la cruz está relacionado con la realidad del mysterium iniquitatis". Desde este presupuesto conciliar el autor relee los textos de Camino con un sentido completamente distinto al expuesto por nosotros. El holocausto del yo y la cruz de palo pasan de ser un sistema nefasto de aniquilamiento del yo a una "existencia totalmente entregada a la voluntad de Dios" (Es Cristo que pasa, 98). Las normas de piedad dejan de estar desconectadas de la vida para pedirnos "su relación con la vida corriente". De repente hemos descubierto el sufrimiento del mundo y se nos pide con urgencia atender a las necesidades de los demás y esforzarnos por remediar las injusticias del mundo (Es Cristo que pasa, 98). En la misma cruz de Cristo se manifiesta el "absoluto respeto a la libertad humana y al discurrir de la historia", es decir se jubila al borrico de noria (cf. Lucas F. Mateo-Seco, "Sapientia Crucis. El misterio de la Cruz en los escritos de Josemaría Escrivá de Balaguer", en Scripta Theologica, 24 (1992/2) 419-438).

En una hábil maniobra, el opus relee a Escrivá desde sus escritos conciliares. Una vez más se "adelanta" (E.B.E.) a los acontecimientos para que nadie pueda criticarle su integrismo. La Iglesia lo autoriza porque, como ya dijimos, el Concilio no corrigió los errores de la teología anterior. De este modo, el opus quiere hacer compatibles ambos esquemas cuando en realidad no lo son. No podemos caer en la trampa: la biblia del opus sigue siendo "Camino" y su praxis también. Operan con los esquemas de la satisfacción vicaria interpretados por Escrivá de manera rigorista y enfermiza creando sufrimiento entre sus miembros. Y hacen todo lo que pueden para que no avancen ni la teología ni la pastoral de la Iglesia.

Nota final

Todos los días se hace soteriología práctica y teórica en opuslibros. No se utilizan los nombres clásicos, redención, satisfacción, divinización, etc. Se prefieren otros: "reconstrucción", "curación" y "sanación". Sirven para creyentes y no creyentes. También para quienes somos amigos de la web.

Estas líneas deben mucho a Bernard Sesboüé, "Jesucristo el único Mediador. Ensayo sobre la redención y la salvación", Salamanca 1990 (2 vols.); el mismo autor ha publicado un libro muy útil comentando el Credo de la Iglesia Católica: "Creer", en Ediciones San Pablo (2002); también he utilizado el libro de Olegario González de Cardedal, "Cristología", Madrid 2001).

AVILA
junio 2004





 

Arriba

Volver a Tus escritos

Ir a la página principal

Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?