La
Redención en Escrivá de Balaguer
Autor: Ávila
Junio 2004
1. La satisfacción en San Anselmo
2. Imágenes deformadas de la
satisfacción
3. Las consecuencias de una imagen deformada
de la realidad
4. El largo camino hacia el concilio Vaticano
II
5. Teologías de la Salvación
cristiana para supervivientes
6. De "la cruz de palo" al "borrico
de noria"
7. La Redención y la soberbia
8. Bajar de la cruz y resucitar
FIN DEL ESCRITO
El día 6 de abril, envié un mensaje
corto a la correspondencia, ante la sospecha de que el opus
utilizara para su proselitismo la última película
de Gibson:
Al parecer la obra está haciendo mucha propaganda
de la película La Pasión. Debe haber gato
encerrado, o alguna idea teológica que favorece sus
postulados; quizás una idea de la redención
cuyo origen se remonta a san Anselmo, muy divulgada y exagerada
a finales del XIX, mediante la cual la redención
nos llega por el sacrificio vicario de Cristo en la cruz.
De ahí se justifica y ensalza la mortificación
corporal y el sufrimiento como único camino de salvación.
Fundamentalismo puro.
Un abrazo y feliz resurrección,
Vuelvo a referirme a él ampliando mi punto de vista.
1.- La satisfacción en san Anselmo
Veía y sigo viendo, la necesidad de remontarnos a
san Anselmo por ser su teoría acerca de la redención
la que ha marcado el segundo milenio del cristianismo (cf.
el mensaje de Salvador
del 13.4). Siguiendo la tradición de los Padres, Anselmo
propone la salvación como un combate victorioso de
Cristo contra las fuerzas del mal. Padre e Hijo en un acto
de amor aceptaron la muerte aunque el Padre no desease el
tormento de su Hijo. El perdón de Dios no puede bastar
para la salvación de los hombres porque lleva siempre
consigo una exigencia de reparación. Desde aquí
construye su argumento en cuatro fases:
a) Es necesario que a todo pecado le siga la satisfacción
o la pena; es decir, por el pecado ha sido ofendido,
violado y robado el honor de Dios. Para repararlo se exige
un plus de compensación por el daño recibido,
el hombre debe devolver más de lo que quitó.
b) La satisfacción (término que proviene del
derecho romano) no puede darla el hombre pecador, porque todo
lo que es y lo que hace se lo debe al mismo Dios. Ninguna
satisfacción es posible ante la más mínima
ofensa al Creador.
c) Sin embargo, la satisfacción es necesaria para
que se cumpla el designio de Dios sobre el hombre, porque
de lo contrario la creación hubiera fracasado y el
hombre no alcanzarÌa la salvación.
d) Por tanto, se deduce que sólo un Dios hombre puede
cumplir la satisfacción. Si ningún hombre puede
satisfacer y sólo el hombre debe hacerlo por ser quien
ofendió y al mismo tiempo sólo Dios puede satisfacer
una ofensa hecha al mismo Dios síguese que
ha de darla necesariamente un hombre Dios. De ahí
concluye la necesaria encarnación de Cristo y su muerte
en cruz para conseguir la salvación de la humanidad
De este modo se destacaban para la posteridad varios elementos
del mensaje del salvación: pecado del hombre, encarnación
de Jesucristo y salvación por la cruz. Otros quedaban
en la penumbra o desaparecían: la bondad y belleza
de la creación incluido el ser humano, la vida histórica
de Cristo, las causas que le condujeron a la muerte y, sobre
todo, la resurrección se convertía en un apéndice
final sin apenas contenido ni consecuencias prácticas
para la vida cristiana. El honor medieval entra en escena
y se vincula con el pecado en sentido jurídico: el
pecado ha ofendido el honor divino.
Santo Tomás asume la teoría de la satisfacción
de san Anselmo matizando alguno de sus aspectos y colocándola
en una perspectiva más amplia. El concilio de Trento
la introduce en el lenguaje dogmático: Las
causas de esta justificación son (
) la meritoria,
su Unigénito muy amado, nuestro Señor Jesucristo,
el cual, cuando éramos enemigos, por la excesiva caridad
con que nos amó, nos mereció la justificación
por su pasión santísima en el leño de
la cruz y satisfizo por nosotros a Dios Padre.
2.- Imágenes deformadas
de la satisfacción
A finales del medioevo y en la edad moderna la idea de la
satisfacción se fue degradando para dar paso a la justicia
conmutativa e incluso vindicativa. Se comprendió como
una compensación por el pecado cometido mediante un
castigo expiatorio, proyectando a las relaciones del hombre
con Dios la simple justicia humana. Dios debe ser vengado
e incluso Él mismo se venga infligiendo una pena proporcional
a la ofensa recibida. Metida la teología en el terreno
jurídico, la redención habría tenido
lugar por un pacto sacrificial en donde el Padre
exigía al Hijo el sufrimiento a fin de compensar la
gravedad infinita del pecado del hombre. Los protestantes
en el siglo XVI insistían en la cólera de Dios
abatiéndose sobre Cristo, quien, en sustitución
nuestra cargaba con los pecados de todos. También el
campo católico se deslizó por la misma pendiente.
En el siglo XVII, la oratoria de Bossuet gritaba: Sólo
a Dios pertenece vengar las injurias; mientras no intervenga
en ello su mano, los pecados sólo serán castigados
débilmente (
) Era pues preciso, hermanos míos,
que Él cayera con todos sus rayos contra su Hijo; y
ya que había puesto en Èl todos nuestros pecados,
debía poner también allí toda su justa
venganza. Y lo hizo, cristianos, no dudemos de ello.
En términos parecidos se manifiesta Bourdaloue: El
Padre eterno, olvidando que era su Hijo y considerándolo
como su enemigo, se declaró perseguidor suyo. No bastaba
la crueldad de los judíos para castigar a un hombre
como éste, a un hombre cubierto de los crímenes
de todo el género humano. Sí, cristianos, es
Dios mismo y no el consejo de los judíos el que entrega
a Jesús. Porque eras tú mismo, Señor,
el que justamente cambiado en un Dios cruel, hacías
sentir a tu Hijo único la pesadez de tu brazo. Hacía
tiempo que esperabas esta víctima; había que
reparar tu gloria y satisfacer tu justicia. Golpea ahora,
Señor, golpea: está dispuesto a recibir tus
golpes y sin considerar que es tu Cristo, no pongas ya los
ojos en él más que para acordarte de que inmolándolo,
satisfaréis ese odio con que odias el pecado.
Esta enseñanza terrible pasó a ser corriente
en el siglo XIX y primera mitad del siglo XX.
Lo esencial ya no es la oferta del perdón de Dios
y la conversión del hombre. La redención se
juega entre Dios y Dios, entre el Hijo que ofrece una prestación
sustitutoria en la cruz y el Padre que cambia de actitud y
pasa de la cólera a la benevolencia.
A mediados del siglo XIX otro autor desciende al detalle:
hay en la efusión de sangre una virtud expiadora
útil al hombre. O esta otra joya: Este
fenómeno extraño y monstruoso sobre el que se
va a satisfacer. Perdónale, Señor, perdónale,
es tu Hijo. No, no. Es el pecado; es preciso que sea castigado.
El concepto de redención se ha pervertido. Estamos
en el reino de la patología. A esto yo le llamo fundamentalismo
puro. Los libros de pastoral y espiritualidad de comienzos
del siglo XX divulgan estas ideas enfermizas. La sustitución
y la expiación penal se han convertido en doctrina
corriente. La culpa por el sufrimiento de Cristo en la cruz
cae como una losa sobre el penitente: Medianoche,
cristianos; es la hora solemne en que el Hombre Dios desciende
a nosotros para borrar la cólera de su Padre. La Ley
inexorable caía sobre su víctima, una sangre
inmensamente valiosa aplaca su furor.
En este caldo de cultivo teológico vivió Escrivá
e incluso algunos de nosotros. Me pregunto y solicito ayuda
de otros orejas: ¿Cuál era la idea de redención
para Escrivá? ¿qué entiende por sacrificio,
expiación y reparación? ¿cuál
era la imagen de Dios resultante? ¿qué relación
guarda el cilicio, las disciplinas, la lucha de agua fría,
el dormir en tabla con las ideas expuestas hasta el momento?
3.- Las consecuencias de una imagen
deformada de la redención
La teología y la espiritualidad, decíamos ayer,
quedaron marcadas por una concepción perversa de la
redención. Si añadimos la escasa preparación
teológica del clero de aquella época y la sustitución
de la teología por las normas de piedad, las consecuencias
nefastas no se hicieron esperar. Al pueblo fiel le llegaban,
sobre todo, por la predicación. Ninguna idea es neutral
y todas encuentran su verificación en la práctica.
La interpretación patológica de la redención
afectaba a toda la vida cristiana.
La imagen de Dios quedaba seriamente dañada. Dios
necesitaba reparar la ofensa producida por el pecado. Mediante
un pacto sacrificial desea la muerte del Hijo hecho pecado
para satisfacer la justicia. El Dios compasivo y misericordioso
se aleja peligrosamente en beneficio de un Dios terrible.
Del cristianismo se retiene el pecado y la redención
por la cruz, incluso por la materialidad de la sangre derramada.
Y basta. Entre Dios y el hombre se establece una relación
de miedo y culpa. Éste, debe expiar y reparar la ofensa
horrible hecha a Dios.
La causa de todos los males no es difícil adivinarla.
No puedo resistir la tentación de reproducir un texto
de la época. La obra mereció varias reediciones
a lo largo del siglo XIX. En la cuarta edición de 1891,
el Rvd. P. Guillermo Stanihursto glosaba "La Pasión
de Cristo" en 584 páginas. En medios de los azotes
a Cristo, comentando la negación de Pedro en la página
190, dice:
"Para caer de la gracia de Dios; para perder el derecho
al reino del cielo; para hacer bancarrota de todos tus méritos;
para olvidarte de ti, del cielo, de Dios; para ser despojado
de la fe, de la esperanza, de la caridad, de todas las virtudes
naturales, sobrenaturales, infusas, adquiridas, no hay necesidad
de algún astuto espíritu del abismo que te embista,
ni del tentador Satanás que te lisonjee con largas
promesas, y que mostrándote todos los reinos del mundo
te diga: 'todo esto te daré': no hay necesidad de un
tirano que te amenace con el suplicio; BASTA UNA MUJER".
Compare el lector este texto con la siguiente anécdota
de Satur y descubrirá la vigencia del viejo texto:
"Cuentan que un renombrado sacerdote de la Prelatura
comentó en una meditación... "Hermano mío,
estás comiendo en el centro, es fiesta, y tus hermanas,
con todo el cariño, sacan una tarta de postre. La tarta
es fantástica, de nata y chocolate, y en medio, coronándola,
hay una preciosa guinda roja. Todos tus hermanos se van sirviendo
sin ponerse la guinda, y llegas tú y te sirves la guinda...".
Silencio. El sacerdote calla. Poco después grita: ¡¡¡HERMANO
MÍO; HOY ES UNA GUINDA; MAÑANA SERÁ UNA
MUJEEEEER!!".
Con frecuencia el mensaje llegó a través de
la predicación hasta bien entrado el siglo XX, o para
ser más precisos hasta el concilio Vaticano II. Algunos
creaban escuela y se grababan a fuego en el corazón
del oyente. Imagine el lector a un predicador desde el púlpito
gritando: CUANDO PEQUES PENSARÁS QUE A CRISTO ESTÁS
AZOTANDO Y QUE TE DICE LLORANDO: HIJO NO PEQUES MÁS.
En los bancos, un adolescente cualquiera escucha una y mil
veces esas palabras u otras parecidas. Comprende rápidamente
ser él el causante de los azotes a Cristo. A este adolescente
le han enseñado que el pecado mayormente se sitúa
de cintura para abajo y más concretamente en la entrepierna.
Y como resulta que este adolescente cualquiera, por cuestión
de la edad es una hormona revuelta con dos patas, queda encogido.
Y como además le han enseñado que se peca de
pensamiento, obra y omisión busca desesperado el primer
confesionario para acusarse de haber matado a Cristo.
El mecanismo de culpa y miedo se ha puesto en marcha, una
fuerza colosal de dominio, un círculo infernal del
que le costará años salir. Las consecuencias
de esta forma de comprender el cristianismo y la salvación
resultarán desastrosas.
Un hombre cualquiera contempla al adolescente que fue en
los autobuses repletos de críos camino de los cines
de Barbastro (cf. Carmina
11-4). Van a ver la película de Gibson. A continuación
reciben la catequesis:
"En una aula, dos sacerdotes glosaban a gritos las
sangrientas imágenes vociferando "ESTO ES POR
VUESTRA CULPA" "ESTO ES EL FRUTO DE VUESTROS PECADOS"!!!!.
Y (cf. atp
el 13-4):
A gritos y en estado de fanatismo feroz e histérico.
LAS NIÑAS, EN SU MAYORÍA, LLORABAN PRESAS DE
AUTÉNTICAS CRISIS NERVIOSAS Y ENTRABAN LUEGO TEMBLANDO
EN EL CONFESIONARIO COMO ZOMBIES SIN SABER SIQUIERA DE QUÉ
ACUSARSE EXACTAMENTE".
El hombre comprueba con tristeza la repetición de
su historia. Conoce la influencia de la opus en la gestación
de la película (Aquilina
11-4). Se le encoge el alma (otra cosa ya no puede). Sí,
es verdad, aquí está el gato encerrado. La escena
le parece de juzgado de guardia. La opus ancló su barca
en ideas mezquinas y no está dispuesta a soltar la
presa del miedo y la culpa. Una máquina colosal de
dominio.
Creyente, cristiano viejo, miembro de la Iglesia católica,
el hombre adulto lee y relee la crítica de Víctor
Hugo:
"Prestáis a Dios este razonamiento.
En otro tiempo, en un lugar de encanto bien escogido
puse a la primera mujer y al primer hombre;
comieron, a pesar de la prohibición, una manzana:
por eso sigo castigando a los hombres.
Los hago infelices en la tierra y les prometo
en el infierno, donde Satanás se revuelca entre brasas,
un castigo sin fin por el pecado de otro.
Su alma cae en llamas y su cuerpo en carbón.
No hay nada más justo. Pero yo soy muy bueno
y esto me apena. ¡Ay! ¿Qué hacer? ¡Una
idea!
Les enviaré a mi hijo a Judea;
lo matarán. Y entonces -por eso lo acepto-,
habiendo cometido un crimen, serán inocentes.
Viéndoles así cometer un pecado completo,
les perdonaré el que no han cometido;
eran virtuosos, yo los hago criminales;
entonces podría abrirles de nuevo mis brazos paternales,
y de esta manera se salvará esta raza,
una vez lavada su inocencia con un crimen".
Continuará, si Dios quiere.
4.- El largo camino hacia el concilio
Vaticano II
El concepto de redención es la piedra angular de todo
el edificio teológico. En su concreción, la
Iglesia se juega mucho, tanto en el plano teórico como
en el práctico. La salvación es el tema "central"
en el Antiguo y Nuevo Testamento. Atraviesa cada una de las
páginas de la Biblia y de la Tradición de la
Iglesia. Sin embargo, nunca ha sido definido dogmáticamente.
Es decir, no existe de momento un dogma explícito sobre
la redención. Tampoco las teorías de san Anselmo
y de santo Tomás deben ser tomadas como normativas.
Todavía menos vinculantes son para los cristianos las
desviaciones y deformaciones posteriores.
Esta realidad produce un gran alivio y esperanza para muchos.
Otros, por el contrario, desearían ver fijada tajantemente
una fórmula dogmática. Lo intentaron y estuvieron
a punto de conseguirlo en el Vaticano I. El 10 de diciembre
de 1869 se distribuyó a los Padres conciliares un primer
esquema que fue rechazado. A finales de febrero de 1870 estaba
terminado un segundo esquema, De fide catholica. Constaba
de nueve capítulos, seguido de sus correspondientes
cánones condenatorios. Las circunstancias históricas
impidieron su discusión y votación. Nunca fue
aprobado. Sin embargo, un sector de la Iglesia quiso darle
una autoridad teológica arguyendo que por motivos accidentales
el concilio debió interrumpirse. De haber sido así,
el catolicismo habría consagrado la teoría de
la "satisfacción vicaria", teología
insuficiente para los cambios que se avecinaban.
La visión deformada de la "satisfacción
vicaria" pasó a los libros de texto y a la discusión
teológica a comienzos del siglo XX entrecruzándose
con el de "sustitución" y el de "expiación
penal". Un manual de esos primeros años del XX
lo explicaba de manera bien sencilla: la redención
significa el rescate de un esclavo por medio de un pago. El
pago tiene que hacerse al dueño del esclavo, que es
Dios, y no el diablo. El diablo sólo interviene como
el verdugo que inflige el castigo. El precio consiste en una
satisfacción igual a la ofensa, es decir, la satisfacción
de un Dios- Hombre. Dios quedará aplacado entonces
y será propicio para con la humanidad.
Un grupo de teólogos alemanes y franceses comienzan
a reaccionar críticamente a partir de 1940. Se redescubre
la resurrección como parte esencial de la redención
y no como un apéndice apologético (1950). En
el aniversario del concilio de Calcedonia (1951), Karl Rahner
propone una revisión general de toda la cristología.
Los exegetas, sobre todo protestantes, van haciendo su trabajo
de revisión desde principios de siglo. Más adelante
también los católicos comenzaron a trabajar
en este campo.
Al comenzar el concilio Vaticano II, un sector de la Iglesia
vuelve a solicitar la definición dogmática de
la Redención. Gracias a Dios, fracasaron de nuevo.
Sin ser un concilio cristológico como los del primer
milenio, el Vaticano II abre nuevas perspectivas. El misterio
del ser humano queda definitivamente esclarecido en el misterio
del Verbo encarnado. Cristo, el nuevo Adán, nos revela
al Padre y su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio
hombre y le descubre lo profundo de su vocación (GS
22,1). Recogiendo las intuiciones de Tertuliano e Ireneo,
el concilio afirma que Cristo nos descubre el verdadero sentido
del hombre y de Dios. Su naturaleza humana ha sido asumida,
no absorbida, manifestándose a lo largo de toda su
existencia la verdad del hombre y la verdad de Dios. Con su
"encarnación se ha unido , en cierto modo,
con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó
con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre,
amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen
María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros,
semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado"
(GS 22,2). Más aún, se hizo solidario con cada
uno de nosotros y con la humanidad, "quiso participar
de la vida social humana". Asistió a las bodas
de Caná, comía con pecadores, a los que acogía,
y curaba a los enfermos; se dejaba seguir por las mujeres,
hablaba con ellas, tenía discípulas, lo que
para aquel tiempo era un escándalo. Era el auténtico
predicador de la igualdad entre hombre y mujer con su vida
y con su conducta. Reveló el amor del Padre desde las
relaciones más comunes de la vida social, enseñaba
sirviéndose de las imágenes cotidianas, vivía
como un trabajador de su tiempo (GS 32,2). A lo largo de toda
su existencia mantuvo la comunión absoluta con Dios
y con nosotros. En nombre de esta comunión hizo de
su muerte y resurrección un acto de reconciliación
estableciendo los vínculos de una nueva comunidad fraterna
en su Cuerpo, que es la Iglesia (GS 32,4). De este modo se
convierte en el centro del universo, en Señor de la
historia, en el "gozo del corazón humano y
plenitud total de sus aspiraciones"; y así,
"caminamos como peregrinos hacia la consumación
de la historia humana, la cual coincide plenamente con su
amoroso designio: restaurar en Cristo todo lo que hay en el
cielo y en la tierra" (GS 45,2).
La nuevas directrices del concilio estaban a años
luz de los viejos esquemas. No quedaba ni rastro de la "satisfacción
vicaria", ni de la "sustitución", o
el "pacto sacrificial". Por el contrario, dieron
alas a una renovación de la cristología. El
trabajo de Jesucristo en silencio, el trato con los enfermos,
las curaciones, las comidas con pecadores, su muerte y resurrección
etc., todo era lugar sagrado de revelación y salvación.
El sacrificio en la cruz se empezaba a entender como la consecuencia
de una vida de servicio y entrega compasiva. La alegría
de la resurrección y la reconciliación ofrecida
sí eran motivo de salvación.
Pero en mi opinión, el concilio no hizo justicia a
los damnificados por errores anteriores. En la cuneta de la
historia quedaban cientos, miles de personas, generaciones
enteras de hombres y mujeres que se habían alejado
de la fe de la Iglesia por culpa de las viejas ideas sobre
la Salvación, que habían sido, en mi opinión,
una de las causas fundamentales de la deserción del
cristianismo. Además de no hacer justicia a las víctimas
de la represión, dejó el cadáver insepulto.
No criticó los excesos ni los corrigió. Creyó
que unas cuantas paladas de renovación serían
suficientes para superarlo. Una leve nota de la Comisión
Teológica Internacional criticando las desviaciones
protestantes, no las católicas, les pareció
suficiente a los padres conciliares. Craso error.
En este contexto de debate teológico debemos interpretar
lo sucedido con la película de Gibson. En cuanto tal,
no merece muchos comentarios, basta con decir que es nefasta
(cf. Flavia
16.4). Lo importante es la utilización que se está
haciendo de ella. Además de servir para el proselitismo
con adolescentes, la obra identifica el concepto de redención
de Escrivá con el proyectado por la película.
Divulga ideas totalmente obsoletas y en desuso para la inmensa
mayoría de la Iglesia, en un momento de grave crisis
de la Iglesia y también de la obra. Y, lo más
importante, prepara el camino al 'Doctorado' del fundador,
la mejor manera de consagrar su doctrina y de legitimar la
teología de la satisfacción vicaria. Sería,
si Dios no lo remedia, la revancha por el fracaso de los dos
concilios anteriores.
5.- Teologías de la Salvación
cristiana para supervivientes
Un impulso renovador atravesó la Iglesia al acabar
el concilio Vaticano II. La "opción preferencial
por los pobres" y la ayuda a los necesitados fueron algunas
de sus consecuencias. Pero sucedió lo que nadie tenía
previsto: el Vaticano II respondía tardíamente
a la segunda oleada secularizadora provocada por la Ilustración
(la primera, según unos, comenzó con la irrupción
del sujeto; otros incluso creen que viene de más atrás).
Entre 1970 y 1975 una tercera oleada se había puesto
en marcha de manera silenciosa y afectaba gravemente a un
pequeño grupo de países del sur de Europa. Conocida
como "salida masiva de la religión", ya no
se enfrentaba a la fe cristiana ni a la Iglesia, sencillamente
la ignoraba o reducía a ámbitos estrictamente
privados. La Iglesia pasó en pocos años del
optimismo conciliar a la decepción por la falta de
acogida. La salida de la religión galopaba y el concilio
no era capaz de frenarla. A la decepción pronto se
unieron las turbulencias provocadas en el seno de la misma
Iglesia a la hora de aplicar sus resoluciones. A finales de
la década de los setenta, Roma decidió un cambio
de tendencia conocido por todos.
Las indicaciones cristológicas del Concilio exigían
una renovación de toda la cristología y de la
teología de la salvación. Se despierta un vivo
interés por el Jesús histórico que dura
hasta nuestros días. A principios de los 80, la Conferencia
Episcopal francesa solicita un informe histórico sobre
la Redención a un prestigioso teólogo, B. Sesboüé.
Superar los viejos esquemas de la satisfacción vicaria,
suponía volver a la Biblia y a la historia del cristianismo
en busca de la Tradición de la Iglesia. El estudio
histórico comprueba la existencia de 10 modos diversos
y complementarios de entender la Redención. Un primer
grupo la contemplaba "desde arriba", desde el don
que Dios nos hace (mediación descendente). Un segundo
grupo "desde abajo", las acciones realizadas por
Cristo para salvarnos (mediación ascendente). Sin dudarlo,
la teología creyó necesario recuperar el primer
aspecto, la salvación como don gratuito de amor ofrecido
por Dios a la humanidad.
La salvación es la idea central del pensamiento judío
en el Antiguo Testamento. La cuestión será cómo
acceder a ella. Se ofrece a través de dos conceptos
clave: La Promesa y la Alianza. Por la primera queda garantizado
para siempre el amor incondicional de Yahvé para con
su pueblo. Ningún acontecimiento, por grave que sea,
hará desdecirse a Dios del compromiso adquirido. Así,
la salvación se convierte en un don gratuito para toda
la eternidad.
Al lado de la Promesa encontramos otra línea de interpretación,
la Alianza. Dios establece una Alianza con su pueblo concretada
en un Pacto y unas normas que cumplir, los mandamientos. La
salvación sigue siendo un don, pero cuenta con la colaboración
humana. Ambas teologías recorren todo el Antiguo Testamento
sin que podamos separarlas. El cristianismo optará
por la primera sin menospreciar la segunda. La salvación,
antes que nada es un don de amor maravilloso recibido gratuitamente.
El hombre se adhiere libremente por la fe y lo recibe en el
Bautismo.
La Biblia se sirve de dos imágenes para explicarlo:
la enfermedad y la esclavitud. Lo contrario de la enfermedad
(con su trágica expresión final de la muerte
) es la salud, la vida. Lo contrario de la esclavitud es la
libertad. En consecuencia, la salvación ofrecida en
la Biblia tiende a conceder un bien, la vida plena, y eliminar
una mal, la esclavitud. Para el cristianismo, Jesús
de Nazaret (nombre que significa "Yahvé salva")
se constituye en el único Mediador entre Dios y los
hombres. Él es el Salvador y Él es quien nos
aporta la Salvación.
El Nuevo Testamento ofrece un rico elenco de términos
sacados de la experiencia humana para describir la salvación
aportada por Jesucristo: mediación, redención
o rescate, remisión, liberación, justificación,
perdón, reconciliación, adopción, participación
en la naturaleza divina, expiación, sacrificio, martirio,
etc.
El primer milenio del cristianismo favoreció, sobre
todo, una interpretación de la salvación como
don venido de Dios a través de su Hijo, mediación
descendente. El segundo milenio prefirió el movimiento
ascendente: la humanidad representada por Cristo recupera
la amistad con Dios por un acto de conversión y sacrificio
en la cruz. En el primer milenio la Resurrección ocupaba
un lugar esencial, mientras que en el segundo milenio era
una simple consecuencia de la Cruz.
Las diferentes interpretaciones de la salvación como
don recibido de Dios son las siguientes:
- Cristo revelador e iluminador. Si el mayor bien que puede
recibir el ser humano es la posibilidad de entrar en comunión
con Dios, la salvación consiste en conocer el misterio
de Dios, entrar en contacto con Él, tener la posibilidad
de comunicarse. La primera aportación de Jesucristo
será la de revelarnos a Dios como Padre amoroso, deseoso
de entrar en diálogo con nosotros, en una relación
de amor y libertad incondicional. Jesucristo nos revela a
lo largo de toda su existencia, culminada en la muerte y resurrección,
la revelación absoluta del amor de Dios. Esta teología
está presente en los cuatro evangelios, san Pablo,
Clemente de Roma, Ireneo. Todavía no se ha dicho ni
una palabra sobre el pecado. Es muy apropiada para supervivientes
de viejas represiones. Sana mucho cuando se hace carne y sangre
del acontecer diario.
- Cristo vencedor y redentor. La salvación ha sido
adquirida por la victoria de Cristo sobre las fuerzas del
mal. Su sentido primigenio viene de la liberación de
la esclavitud en Egipto, atraviesa los libros históricos
y los Salmos. Una recreación del universo que nos libera
de cualquier esclavitud, incluida la del pecado, y nos constituye
como Pueblo libre. La redención fue adquirida por Jesucristo
en un combate contra el mal que duró toda su vida y
culminó en su pasión y Cruz. En la resurrección,
el combate terminó en victoria de Cristo y con Él
la humanidad entera fue liberada. Constituido Señor
del universo, la victoria definitiva llegará a su apoteosis
final con la Parusía.
El combate tuvo un precio, se pagó un rescate en la
cruz. ¿Cómo entender el rescate? ¿A quién
se pago el precio? Es aquí donde debemos tener cuidado
para no caer en los errores señalados. En ningún
lugar del Nuevo Testamento se dice que el rescate fuera una
compensación que se debía pagar a Dios, o un
precio previo que pagar para que Dios mostrara su amor. Fuimos
liberados de la esclavitud del pecado y de la muerte, incluso
a costa del sufrimiento de Cristo, porque la generosidad del
amor de nuestro Señor está dispuesta a dar todo,
incluso el precio más alto, por aquellos a quienes
Él quiere salvar. También en esta teología
aparece la grandeza de una donación sin tasa, hasta
la muerte, para redimirnos gratuitamente del misterio del
mal.
- Cristo liberador. Muy ligada a la anterior, insiste en
el aspecto del hombre liberado. Jesús fue el hombre
libre por excelencia y nos enseña la ley de la libertad
cristiana. La salvación se ofrece como liberación
de la libertad. San Ireneo y san Agustín serán
sus máximos exponentes en la antigüedad. En la
actualidad ha sido desarrollada por la Teología de
la Liberación. La salvación como liberación
implica a todo el ser humano, no sólo su alma; incluye
en casi todas las páginas del evangelio la liberación
de los cuerpos, incluso en su dimensión social y política.
- Cristo divinizador. El término no es bíblico,
el tema, sí. Pablo recurre con frecuencia a la adopción
filial conseguida por Cristo. Somos hijos de Dios en el Hijo,
miembros de la familia de Dios. La filiación la realiza
Cristo asumiendo, no destruyendo, la naturaleza humana. Sólo
se salva aquello que se asume, aquello que se acepta, en el
pleno sentido de la palabra. Y al asumirlo queda divinizado.
Uno de nosotros está sentado hoy a la derecha del Padre.
La divinización no arranca al hombre de su consistencia
creada, sino que le devuelve la perfecta humanidad. La divinización
es la máxima expresión de la humanización..
- Cristo justicia de Dios. El hombre pecador ha sido justificado
por Cristo. Esta teología fue desarrollada por san
Pablo en las cartas a los Gálatas y Romanos. Agustín
la recoge en su lucha contra los pelagianos. Lutero hace de
ella el centro de su teología. La diferencia con los
católicos se encuentra en la necesaria cooperación
del hombre justificado ante la gracia recibida. El diálogo
ecuménico ha avanzado en este siglo considerablemente,
acercando las posiciones de ambas tendencias.
- El Cristo reconciliador. La salvación es también
perdón. Puro don de Dios que únicamente precisa
nuestra respuesta agradecida. En el nombre de Cristo, dice
Pablo, dejaos reconciliar con Dios. Es la categoría
preferida por los teólogos actuales. Un misterio de
reconciliación de Dios con los hombres y de los hombres
entre sí. La Iglesia tiene como principal cometido
favorecer la reconciliación, del hombre consigo mismo,
del hombre con Dios, del hombre y la mujer, del hombre y el
cosmos, de unos pueblos con otros.
El don amoroso de la salvación alcanza a toda la humanidad.
Estamos salvados por el único Mediador, Jesucristo.
No necesitamos de ningún otro salvador o mediador.
Su beneficio llega a creyentes e incrédulos. Fuera
de la Iglesia, sí hay salvación.
El cambio de perspectiva favorece notablemente la recuperación
de quienes sufrieron los rigores de la satisfacción
vicaria. No todo está dicho sobre la salvación,
falta la otra dimensión, pero si se recupera ésta,
los supervivientes que conservan la fe y también los
que la perdieron pueden respirar a pleno pulmón.
6.- De "la cruz de palo"
al "borrico de noria"
Adentrarse en los escritos del nuevo santo es tarea harto
compleja. A estas alturas no han sido publicadas todas sus
obras. El gran público conoce una parte, no así
los escritos internos, que guardan celosamente el espíritu
de la obra. Esta pagina web ha demostrado la existencia de
un doble lenguaje, uno para los de dentro y otro para los
de fuera. Del mismo modo también han sido probadas
las contradicciones del autor: puede decir lo mismo y lo contrario
sin inmutarse (cf. E.B.E. "La
formación de la identidad en el Opus Dei",
"La barca del Opus Dei"
y "Las
redes de la barca del Opus Dei"). Incluso hay
quien duda de la autoría de Surco y Forja (cf. Ñamñam,
16.2). Con la excepción de "Camino", no existen
estudios críticos, ni se han hecho públicos
que yo sepa- los autógrafos de ninguno de los
libros. La costumbre arraigada en la Iglesia de encargar la
biografía y la publicación de las obras a personas
de prestigio ajenas a la institución, tampoco ha sido
seguida en esta ocasión.
A pesar de las dificultades, merece la pena intentar analizar
el concepto de Redención en Escrivá, porque
ahí se encuentra, según creo, la razón
última del sufrimiento causado a tantos. Confieso mis
pre-juicios, al menos dos: La lectura asidua de las experiencias
de dolor narradas en esta página web me llevan a constatar
que la obra genera enfermedad en sus miembros y que el número
de estos enfermos, lejos de quedar reducido a algunos casos,
es muy extenso. Segundo prejuicio: muchos hemos sufrido los
errores cometidos en el pasado por una interpretación
deformada de la teología de la redención, pero
no hemos llegado a las graves consecuencias explicadas por
los ex miembros; en consecuencia, algún fallo debe
de haber en la teoría y en la praxis de la obra.
A continuación presentamos una aproximación
o hipótesis en la que se deberá profundizar
y habrá que verificar.
El pensamiento de Escrivá respecto a la redención
está en la órbita conceptual de su época,
como no podía ser de otra manera (sólo los genios
son capaces de trascenderla). Adán ofendió a
Dios (Es Cristo que pasa, 183). "Debemos hacernos
cargo, aun en lo humano, de que la magnitud de la ofensa se
mide por la condición del ofendido, por su valor personal,
por su dignidad social, por sus cualidades. Y el hombre ofende
a Dios: la criatura reniega de su Creador" (Es Cristo
que pasa, 95).
Cristo nos redimió por su sacrificio en la cruz. Pecado
y redención en la cruz condensan el drama de la humanidad.
Hasta aquí se sigue el esquema de la satisfacción
vicaria, sin que aparezcan las graves desviaciones de otros
autores, cólera de Dios, sustitución, pacto
sacrificial, etc. Por el contrario, se afirma que la Redención
es un acto de amor (Amigos de Dios, 276).
En la Cruz se "consumó" nuestra Redención,
Cristo la "obtuvo" para nosotros: "Este
umbral de la Semana Santa, tan próximo ya el momento
en el que se consumó sobre el Calvario la Redención
de la humanidad entera" (Amigos de Dios, 110); "porque
la Cruz nos habla del sacrificio del Dios hecho Hombre. Lleva
esta consideración a tu obediencia, sin olvidar que
El se abrazó amorosamente, ¡sin dudarlo!, al
Madero, y allí nos obtuvo la Redención"
(Surco, 373; cf. lo mismo en "Es Cristo que pasa",
121)
En la Cruz fuimos rescatados a precio de sangre: "ha
comprado cada alma, una a una, al precio- lo repito- de su
Sangre." (Camino 135); "El se dio a sí
mismo en rescate por todos" (Es Cristo que pasa,
121). Queda sin especificar si el pago era la condición
indispensable para que Dios mostrara su benevolencia con los
hombres, error habitual en la satisfacción vicaria.
El sacrificio de Cristo en la cruz llegó hasta el
extremo de convertirse en holocausto, es decir, hasta quedar
consumido, al igual que las víctimas animales sacrificadas
en el Templo de Jerusalén: "Jesús se
entregó a Sí mismo, hecho holocausto por amor"
(Amigos de Dios 129). Si la vida del cristiano consiste en
imitar a Jesucristo y la salvación nos vino dada por
el sacrificio en la cruz, el creyente debe hacer lo mismo,
hacerse holocausto por la negación de sí mismo:
"Hay que darse del todo, hay que negarse del todo:
es preciso que el sacrificio sea holocausto (Camino, 186);
"Para acompañar a Cristo en su gloria, al final
de la Semana Santa, es necesario que penetremos antes en su
holocausto, y que nos sintamos una sola cosa con El, muerto
sobre el Calvario" (Es Cristo que pasa, 95; cf. Forja,
1022; Surco, 34; Vía Crucis, 9). Por tanto, el holocausto
se realiza por la negación de sí mismo, es decir
el "agere contra" y se realiza dejándose
clavar en la cruz: "¡Clavarse en la Cruz! Esta
aspiración, como luz nueva, venía a la inteligencia,
al corazón y a los labios de aquella alma, muchas veces.
-¿Clavarse en la Cruz?: ¡cuánto cuesta!,
se decía. Y eso que sabía muy bien el camino:
"agere contra!" -negarse a sí mismo. Por
eso suplicaba: ¡ayúdame, Señor!"
(Forja, 401). Darse del todo y negarse son equivalentes para
conseguir el fin de llegar a ser holocausto (Camino, 186).
Este proceso espiritual se realiza subiendo a la cruz. Una
Cruz de palo, sin rostro ni figura humana, que el creyente
deberá completar con su propio yo: "Cuando
veas una pobre Cruz de palo, sola, despreciable y sin valor...
y sin Crucifijo, no olvides que esa Cruz es tu Cruz: la de
cada día, la escondida, sin brillo y sin consuelo...,
que está esperando el Crucifijo que le falta: y ese
Crucifijo has de ser tú" (Camino, 178; 277).
Lejos de ser una metáfora, el estar clavado en la
cruz debe convertirse en la constante del quehacer diario,
identificándose hasta el fondo en su ser crucificado.
Negarse a sí mismo hasta llegar a ser nada, holocausto.
La totalidad del ser humano queda afectada por esta idea matriz;
los sentidos interiores y exteriores (Camino, 181), el corazón
(Camino, 163), la vista (Camino, 183), la corporeidad (Camino,
196; 226) y el mundo. Una batería de conceptos ascéticos
vendrán en ayuda del recién crucificado: mortificación,
penitencia, abnegación, obediencia, pobreza, pureza,
lucha interior, rendir el juicio, humildad, etc. Cada uno
de ellos intentará atornillar un aspecto concreto de
su ser. "Ningún ideal se hace realidad sin
sacrificio. -Niégate. -¡Es tan hermoso ser víctima!"
(Camino, 175; 186). La exaltación del dolor como expiación
alcanza cimas impresionantes, "Bendito sea el dolor.
-Amado sea el dolor. Santificado sea el dolor... ¡Glorificado
sea el dolor!" (Camino, 208). Y el sujeto paciente
hará este camino hacia la negación de sí
mismo con alegría, porque "en el dolor está
precisamente la felicidad" (Camino, 217; cf. 169),
y la alegría: "Procede de abandonar todo y
abandonarte en los brazos amorosos de nuestro Padre-Dios"
(Camino, 659).
En ningún momento el sufrimiento expiatorio provocado
por la negación del yo queda vinculado a la solidaridad
o al amor al prójimo, es simple consecuencia de la
negación de si mismo que el sujeto debe conseguir clavado
en la cruz.
A cambio, se nos promete la Vida eterna, es decir, la salvación
en el otro mundo: "Bebamos hasta la última
gota del cáliz del dolor en la pobre vida presente.
-¿Qué importa padecer diez años, veinte,
cincuenta..., si luego es el cielo para siempre, para siempre...
para siempre? -Y, sobre todo -mejor que la razón apuntada
"propter retributionem"-, ¿qué importa
padecer si se padece por consolar, por dar gusto a Dios nuestro
Señor, con espíritu de reparación, unido
a El en su Cruz, en una palabra: si se padece por Amor?..."
(Camino,182).
El proceso se realiza, aquí está lo más
grave, en la peor de las soledades. Dios será su único
consuelo. No hay lugar para las relaciones humanas ni para
las amistades, bastará con la confesión y la
confidencia semanal, objeto de manoseo de la conciencia, como
tantas veces ha sido denunciado en esta web. El Director te
entregará y explicará unas normas y un plan
de vida. La gracia de Dios, más la gracia especial
del Director y nuestra obediencia llevarán a término
el proceso.
En pura lógica, un holocausto del yo tan intenso y
realista sólo puede llevar a la destrucción
de este yo, o al menos, a su fragmentación o disociación
(E.B.E. 4.5).
Cada uno sabe mejor que nadie sus limitaciones y pobrezas;
el ser humano es muy "probecito", en eso podemos
estar de acuerdo con el nuevo santo (Camino, 608). Pero llegar
a decirnos: "depósito de la basura", "cacharro
de los desperdicios" (Camino, 592), "polvo
sucio y caído" (Camino, 599), "dentro
de poco -años, días- serás un montón
de carroña hedionda" (Camino, 601), nos parece
excesivo. Y es que -no lo olvidemos- seguimos en el esquema
de la satisfacción vicaria. Recuerdan estas expresiones
a un autor de principios del XX, quien viendo a Jesús
hecho pecado (error garrafal, Jesús "carga"
con el pecado "no es" pecado), se atrevió
a llamarlo "estercolero". A este desprecio del yo
se le denomina virtud de la humildad.
A estas alturas, en su agobio, los seguidores de este camino
buscan aire fresco. Esta doctrina puede parecerles un martirio.
No andan equivocados, el mismo fundador lo reconoce: "¡Qué
bien has entendido la obediencia cuando me has escrito: "obedecer
siempre es ser mártir sin morir"! (Camino,
622). La frase me parece que resume perfectamente el proceso,
mártir sin llegar a morir. ¿Ofrece san Josemaría
otras salidas? Según él, "podremos hacer
de toda tu miseria algo grande" (Camino, 605), Jesús
vendrá en nuestra ayuda y rellenará el vacío
dejado por el yo viejo (Camino, 596), convirtiéndonos
en una "escultura, imagen de Jesús"
(Camino, 56). Sin especificar el tipo de imagen de Jesús,
si muerto o resucitado, el lector se queda con ganas de mayores
concreciones. Si se tratara de la imagen del Cristo pascual,
transformado por la resurrección en corporeidad espiritual,
pletórico de paz, renovador de la vida de unos pescadores
atemorizados, dispuesto a compartir el pan y el pescado en
la orilla de cualquier lago, entonces -digo- la propuesta
podría en última instancia llegar a ser sanadora.
Pero no, una nueva metáfora irrumpe en el escenario
para bajar al sujeto paciente de la cruz y sentarlo en el
trono de la humildad: el borrico de noria (Camino, 606). La
imagen está bien traída, como en el mito del
eterno retorno; dejando a la persona sin futuro, la virtud
de la humildad nos devuelve al comienzo de la Pasión
de Cristo: "¡Bendita perseverancia la del borrico
de noria! -Siempre al mismo paso. Siempre las mismas vueltas.
-Un día y otro: todos iguales. Sin eso, no habría
madurez en los frutos, ni lozanía en el huerto, ni
tendría aromas el jardín. Lleva este pensamiento
a tu vida interior" (Camino, 998); "¡Ojalá
adquieras -las quieres alcanzar- las virtudes del borrico!:
humilde, duro para el trabajo y perseverante, ¡tozudo!,
fiel, segurísimo en su paso, fuerte y -si tiene buen
amo- agradecido y obediente" (Forja, 380; Amigos
de Dios, 137). Podemos preguntarnos: ¿Quién
lleva las riendas del borrico? ¿A quién hay
que ser agradecido y obediente? ¿Quién es el
amo? La doctrina responde que Jesús lleva las riendas
de todo (Forja, 381; Es Cristo que pasa, 181). Por lo leído
en esta página web, la práctica parece desmentirlo:
la obediencia ciega, la relación de filiación
con el Padre-Escrivá y el peso de la Institución
Opus Dei, impiden el acceso a la libertad y a la resurrección.
A mí, esta espiritualidad, que quieren que les diga,
cuando menos me parece muy peligrosa, por no decir directamente
enfermiza. ¿Hay alguien capaz de salvarse con semejante
camino? ¿No está aquí la raíz
del sufrimiento de tantos ex miembros? ¿No hay manera
de salir de la satisfacción vicaria?
7. La Redención y la soberbia
Habíamos dejado al sujeto paciente pasando de la cruz
de palo al borrico de noria, o lo que es lo mismo, oscilando
entre la despersonalización y el sometimiento. Obsesionados
por la cruz y la negación del yo, la satisfacción
vicaria interpretada por Escrivá, centra sus esfuerzos
en la imitación de Cristo crucificado. Es un camino
individual, o mejor dicho, individualista, defecto no imputable
a Escrivá, porque venía siendo habitual desde
finales de la Edad Media y se instaló definitivamente
en la espiritualidad del siglo XIX y principios del XX.
Con todo, no es la peor lacra de este esquema soteriológico.
Centrada la redención en la reproducción de
la cruz sacrificial de Cristo en la vida del individuo, poco
a poco, sin apercibirse, se va entrando en una espiral solipsista.
Conseguir el holocausto completo del yo exige una "lucha"
constante. Escrivá recurre con frecuencia al término:
"La paz es algo muy relacionado con la guerra, La
paz es consecuencia de la victoria. La paz exige de mí
una continua lucha. Sin lucha no podré tener paz"
(Camino 308); "ser fiel a Dios exige lucha. Y lucha
cuerpo a cuerpo" (Surco, 126); "La prueba,
no lo niego, resulta demasiado dura" (Surco 127);
"el Reino de los Cielos se arrebata con violencia,
con la pelea de cada instante" (Surco, 130). La salvación
no es un don gratuito de Dios al que me adhiero libremente,
se ha convertido en una conquista, algo que conseguir con
esfuerzo. Hay que entablar una lucha a muerte contra las pasiones,
la necesidad de descanso y las caídas. El fundador
no especifica si las caídas se refieren a la evasión
de impuestos, las calumnias, la falta de respeto a la dignidad
del adolescente en su compulsión proselitista, la utilización
de la gente sencilla de los barrios para ganar adeptos, o
a asuntos relacionados con el sexo. Nos tememos la última
opción. Hay que cumplir múltiples normas, tener
un plan de vida. No hay oportunidad para el sosiego ni para
el descanso, la perfección exige una entrega total
y absoluta. La imposibilidad de cumplir irreprochablemente
todas las reglas y las negaciones del yo arrastra a la persona
al permanente sentimiento de culpabilidad.
Algunos, bastantes por lo que sabemos, se rompen por el camino,
no aguantan la presión y terminan somatizando la tensión.
No pasa nada según la obra, ya sabemos "que
tú no eres más que el envoltorio del regalo:
un papel que se rompe y se tira" (Surco, 288). Otros,
superan la prueba y se convierten en "instrumentos",
"obedeced, como en manos del artista obedece un instrumento"
(Camino, 617). Piezas de un engranaje al servicio de la Institución:
"Siempre al mismo paso. Siempre las mismas vueltas.
-Un día y otro: todos iguales"; "las
orejas estiradas como antenas, austero en la comida, duro
en el trabajo, con el trote decidido y alegre" (Camino,
998 y Es Cristo que pasa, 181).
Mientras el seguidor de este camino espiritual se hace "violencia"
para poder llegar a "decapitar el yo" (Surco,
279 y 280), el santo fundador viaja hacia la gloria a bordo
de un Mercedes Benz con chofer (Hormiguita,
17-5-04). A primera vista puede parecer contradictorio y,
sin embargo, encierra una lógica. Puede compaginarse
el holocausto del yo con la mayor de las riquezas y la mayor
de las soberbias. La razón, a mi entender, es bien
simple: tanto luchar por unirme a la cruz de Cristo me deja
ensimismado, absorto, incapaz de comprender la realidad que
me rodea. Tanta fuerza y violencia realizada, verificada en
múltiples sacrificios, disciplinas, cilicios, mortificaciones
y penitencias varias, normas y planes de vida, -"se va
a matar", decía la madre del joven Escrivá-
(cf. Fisac, Escrivá
de Balaguer - ¿Mito o Santo?), me lleva a la conclusión
de haber hecho lo que debía, de haber conseguido clavar
mi yo en la cruz de palo, en definitiva, de haber realizado
"ahora" en mí la redención de Cristo,
de haber reparado lo suficiente, de haber hecho cuantos desagravios
eran necesarios (Via Crucis, V estación, 2).
En conclusión, yo me he salvado con mi esfuerzo. No
me ha salvado Dios. Ya no formo parte de la "manada",
ni del "rebaño", ni de la "piara"
de gentes que no saben si tienen alma (Camino, 914). Nada
tengo que ver con el "montón". Soy caudillo
(Camino, 16).
El viaje hacia la cruz de Cristo así entendida, me
devuelve una imagen grotesca y enferma de mi yo, henchida
de soberbia. Nadie podrá criticar mi afán de
riquezas, ni mi coche con chofer, ni el gusto por los honores,
porque yo soy pobre, estoy clavado en la cruz de Cristo, he
mortificado mi yo hasta el fondo, vivo desprendido del todo,
usando de las cosas como si no existieran: "No consiste
la verdadera pobreza en no tener, sino en estar desprendido:
en renunciar voluntariamente al dominio sobre las cosas"
(Camino, 632).
Los humanos tienen la costumbre ancestral de convertir en
iconos las ideas fundantes de sus grupos. La obra puede ocultar
durante años sus Constituciones,
sus Estatutos, el Vademécum
de los Consejos Locales y demás vademecums,
glosas, cartas... multitud de escritos internos. Puede tomar
todas las precauciones necesarias para que nadie apunte nada
en las charlas de formación o en los retiros. Puede
prohibir sacar de las casas libros y documentos, grabar las
meditaciones, etc. (cf. Vademécum). Todas las precauciones
serán inútiles. Bastará entrar en las
casas de la obra y escudriñar la iconografía
que decora el ambiente. Las dos o tres ideas madre del fundador
estarán representadas. Esas ideas se habrán
convertido en iconos. Éstos cohesionarán al
grupo y le recordarán visualmente las ideas de origen.
En las casas de la obra no faltan ninguna de las tres: la
cruz de palo, el borrico de noria y las fotografías
del fundador y su familia de sangre. Y patos, porque, decía
Escrivá refiriéndose al proselitismo, "los
patos aprenden a nadar, nadando", o sea, que no hay que
pensarse las cosas mucho -pedir la admisión, por ejemplo-
sino lanzarse directamente. En fin, el resumen de la obra
queda -a mi entender- así: aniquilamiento del yo (cruz
de palo), sometimiento y perseverancia (borrico), imagen del
Padre (mediación por filiación) y proselitismo
(patos).
Además de conquistarnos el engreimiento supremo, la
fijación por la imitación de la cruz de Cristo
así entendida, nos conducirá a la insensibilidad
social. Cristo crucificado no remite al sufrimiento del mundo
ni a su resurrección. Ambos quedan encerrados en un
círculo vicioso.
En junio de 1974, se refería Escrivá a un cuadro
que hay en la sede central de la obra, en Roma, sobre la puerta
que da a un oratorio dedicado a la Sagrada Familia: "Es
de un pintor de cuarta o quinta fila -se llama Del Arco-,
del tiempo de Velázquez, más o menos: representa
un Cristo coronado de espinas, que está giboso, ¡giboso!...
¡giboso!... Como yo me he visto giboso muchas veces,
cansado, reventado, llegando al atardecer de esa manera, me
consuela mucho pensar en la imagen de Cristo Jesús,
tal como viene en ese cuadro. Él era la hermosura,
la fortaleza, la sabiduría..., y allí -atado
a la Columna- estaba así. De modo que si alguna vez
pesa, y os sentís gibosos, acordaos de Jesús.
Jesús, reventado. Jesús que tiene hambre. Jesús
que tiene sed. Jesús que se cansa. Jesús que
llora. Jesús que sabe ser amigo de sus amigos... Y,
sobre todo, Jesús con María y José: es
ya el colmo. ¡Id ahí, id ahí! ¡Aprended!
Y entonces andaremos bien".
Los gibosos de la realidad no cuentan, el sufrimiento del
mundo tampoco, la resurrección queda postergada para
el más allá. A esta actitud se le puede llamar
narcisismo.
San Josemaría construye el opus tomando varios préstamos:
Por una parte, una interpretación rigorista del ya
de por sí deformado esquema de la satisfacción
vicaria. Por otra, aprovecha los vientos totalitarios de su
época para establecer una nueva mediación de
acceso a Dios a través de la filiación vinculante
a su persona, el Padre-Escrivá (volveremos sobre esto
en otra ocasión). Por último, la organización
económica se nutre gracias al modo de funcionamiento
de las pequeñas empresas familiares de principios del
siglo XX.
En su vuelo celeste, origen de la fundación, el nuevo
santo "vio" en 1928 la obra para toda la eternidad.
Olvidó el fardo ideológico que llevaba a las
espaldas. Demasiado peso para tan alto vuelo.
8.- Bajar de la cruz y resucitar
La última entrega consta de tres partes: a) expongo
las consecuencias para el creyente en la salvación
como don de Dios; b) comento brevemente la teología
actual de la salvación; c) termino con la redención
en Escrivá en tiempos del Vaticano II.
a) Consecuencias de creer que la salvación es
don de Dios
La salvación -dijimos- es un don, nunca una conquista
del hombre. La Trinidad se revela al hombre en un acto de
amor, perdón, libertad y vida. Dios ofrece la salvación
gratuitamente a la libertad del ser humano, quien la recibe
en el bautismo. Puede adherirse a ella y hacerla suya; puede
rechazarla, o puede permanecer indiferente. En cualquier caso,
al dirigirse a la libertad humana, la oferta no está
condicionada ni por la coacción ni por el miedo. En
caso contrario, el ofrecimiento sería indigno de Dios
y también del hombre. En el Vaticano II, la Iglesia
Católica prohibió expresamente utilizar cualquier
tipo de amenaza en la transmisión del Evangelio: "La
dignidad de la persona humana se hace cada vez más
clara en la conciencia de los hombres de nuestro tiempo, y
aumenta el número de quienes exigen que los hombres
en su actuación gocen y usen de su propio criterio
y de una libertad responsable, no movidos por coacción,
sino guiados por la conciencia del deber (
) Pero los
hombres no pueden satisfacer esta obligación [de adherirse
a la fe] de forma adecuada a su propia naturaleza si no gozan
de libertad psicológica al mismo tiempo que de inmunidad
de coacción externa" (Declaración sobre
la libertad religiosa, 1-3).
Algunos sectores de la Iglesia, incluyendo el opus, se muestran
reticentes a aceptar la nueva perspectiva conciliar, creyendo
-con razón- que si desaparece el incentivo del miedo
se pierden muchas posibilidades proselitistas. Éste
es el primer síntoma, y muy importante, de la distancia
abismal entre los dos esquemas soteriológicos, el anterior
al Concilio y el que va surgiendo después. En medio
de una total impunidad, el Opus Dei sigue amenazando con la
pena del infierno a los disidentes e imputa pecados mortales
inexistentes a quienes abandonan. La historia juzgará
severamente el atropello de los más elementales derechos
humanos conculcados por una institución de la Iglesia
Católica, cuando, además, la Iglesia los había
desterrado de su teoría y praxis. Mientras, ellos,
los elegidos de Dios, convertidos en sabuesos de la ortodoxia,
denuncian a diestro y siniestro cualquier atisbo de renovación
teológica o eclesial. Hemos de dar la razón
a Antonieta:
"las cosas que allí se viven, se hacen, son
de locos. Eso no puede ser de Dios". Quien suscribe
queda conmovido al escucharla después de diez años
de dejar la obra: "todavía me azota aquello
de que Dios es justo y por mi falta de generosidad a mi "llamado"
puede entonces mandarme una desgracia! DIOS ME AMPARE DE SEMEJANTE
COSA!!!!" (27.5.2004). Señora, todo lo que
le dijeron de Dios está pervertido, es una pura patraña.
¡Cómo va a querer Dios el mal de sus hijos!
A ésta y parecidas aberraciones nos había conducido
la teología de la satisfacción vicaria. Todo
el entramado se cae como un castillo de naipes si volvemos
a la raíz del cristianismo que nunca debimos olvidar:
Un Dios amoroso y entrañable, compañero fiel
en los días y las noches de la vida, que no cesa de
aguardarnos si nos alejamos, nos divisa desde lejos si volvemos
sobre nuestros pasos y organiza para nosotros la gran fiesta
del amor si regresamos.
b) Hacia una teología actual de la salvación
cristiana
Jesucristo revela al mundo la salvación de Dios a
través de todo el misterio de Cristo, desde su preexistencia
y Encarnación hasta la Parusía (mediación
ascendente). Podemos acercarnos a la comprensión del
misterio desde las acciones objetivas realizadas por Cristo,
o desde la aceptación de la salvación por parte
de los creyentes. Comentaremos brevemente el segundo aspecto.
Partiendo de la Biblia, la Iglesia, a lo largo de su historia,
ha explicado la obra salvífica de Cristo con las categorías
siguientes: sacrificio, expiación, satisfacción
y sustitución.
Los errores de apreciación del pasado y la recuperación
de la salvación como don gratuito están obligando
a un replanteamiento general de las categorías ascendentes.
El discurso teológico se encuentra en este sentido
en pleno proceso de reelaboración.
No obstante, algunas cuestiones son ya incontrovertibles:
la unidad indisoluble entre muerte y resurrección de
Cristo, y adoptar el punto de vista de la humanidad que sufre.
La importancia que los evangelistas dan a la muerte de Cristo
nos invita a comprenderla desde el dolor humano. Por eso,
el colofón a un extenso trabajo sobre soteriología
moderna afirmaba en 1986: "Una Cristología que
quiera constituirse en respuesta/ revelación de la
Salvación, debe aceptar normativamente la óptica
de los sufrientes de la historia, como lugar de acceso a lo
específicamente cristiano". A ello están
colaborando de manera decisiva las aportaciones de los supervivientes
del Holocausto judío. Tardaron años en verbalizar
el horror. Ahora que lo han conseguido, su contribución
(tanto de ateos, como de judíos, católicos y
protestantes) está siendo decisiva para la soteriología.
El sufrimiento humano tiene nombre, apellidos y rostros, los
de cada una de las víctimas. Una reflexión sobre
el martirio de Cristo no puede dejar de lado esta realidad.
La muerte y la resurrección de Jesucristo -decimos-
forman una unidad indisoluble. Son el paso de la muerte a
la vida, del pecado a la reconciliación, de la tristeza
a la alegría. El creyente que decide libremente aceptar
la oferta recibida en el bautismo procura liberarse -ayudado
por la gracia- y pasar de la muerte a la vida en Cristo. Los
cristianos lo llamamos conversión. La Iglesia en su
conjunto y cada uno de sus miembros debería encontrarse
en un permanente estado de conversión a Jesucristo.
Al resucitar, Cristo no reprochó la traición
a sus seguidores. Volvió a encontrarse con ellos trasmitiéndoles
el perdón, la paz y la alegría. Estamos llamados
a ser felices, anticipo de la gran fiesta de la Parusía.
Por tanto, la resurrección ha de empezar en este mundo
y llegará a plenitud al final de los tiempos. De ahí
nace el deber moral de hacer este mundo habitable. Los primeros
cristianos comprendieron poco a poco esta gran revolución
y miraron hacia atrás recordando las palabras del Señor
resucitado, a quien sentían vivo y convertido en vida
de sus vidas. En los encuentros con el Resucitado nace un
cristianismo alegre, pacífico, misionero, mucho menos
tétrico del que nos enseñaron, sombrío
por haber quedado prisionero de la cruz (cf. Felipe
6.4). Recuperar la resurrección de Jesús,
integrarla en la vida, extraer las consecuencias en orden
a la alegría y al encuentro personal con Él,
se han convertido en uno de los mayores retos para el cristianismo
actual.
Al rememorar la vida de Jesús, sus discípulos
enseguida se dieron cuenta de la importancia del Gólgota.
En la cruz estaba Cristo, símbolo de todos los crucificados
y damnificados de la historia. Fue torturado y ejecutado por
la violencia de los hombres. Algunos de ellos, muy religiosos,
lo enviaron a la cruz en el nombre de Dios. Su Padre-Dios
no lo mató, porque Dios no es un criminal y es una
aberración afirmar que hemos sido salvados por un crimen.
Ahora bien, hay que aprender a ver y localizar a los crucificados.
Jesús nos enseñó a hacerlo "desde
abajo", naciendo en un pesebre, curando a los pobres,
acogiendo a los niños y a las mujeres. En un gesto
profético sin precedentes resumió su doctrina
en el lavatorio de los pies a los discípulos. Sólo
desde abajo, desde el suelo, se puede aprender a ver el dolor
de la humanidad.
Luego la salvación está en adherirme al tránsito
de la muerte a la resurrección. La alegría,
la paz y el perdón de la resurrección me envían
a la cruz y la cruz a la resurrección. Ahora bien,
la finalidad última no es la cruz, sino la resurrección,
que se verá completada en la Parusía.
Propongo al lector un cambio de perspectiva desde la misma
cruz de Jesucristo. ¿Y si en vez de subirnos a la cruz
de palo se tratara de bajar a los que están clavados
en ella empezando por cada uno de nosotros? ¿No es
más normal considerar la cruz de Cristo como parte
de un proceso hacia la resurrección? Nadie duda del
sufrimiento del mundo ni del valor infinito y ejemplar de
la muerte de Cristo. En la cruz está clavado Jesús,
con su rostro ensangrentado, símbolo de todos los crucificados
del mundo y de todas las violencias. La contemplación
de Jesús en la cruz nos remite a los damnificados de
la historia. De este modo, la cruz y la resurrección
se habrán convertido en el primer acicate para la vida,
la fuente de nuestro comportamiento moral, aplicable a la
práctica profesional y familiar y social.
Ahora debemos preguntarnos por las motivaciones y el modo
de proceder para bajar de la cruz y resucitar con Cristo.
Una vez más volvemos al único Maestro, Jesús
de Nazaret. A Él lo mató la violencia del mundo
como consecuencia de su compromiso por mostrarnos el amor
de Dios, la libertad y la felicidad, llevando hasta sus últimas
consecuencias su constante actitud de servicio, una vida entregada
por los demás ("pro-existencia" le llaman
ahora). En esa donación de sí, que hace gustosamente
quien está lleno de amor, encontramos la raíz
del "sacrificio" agradable a Dios, igual al realizado
por millones de personas cada día en su profesión
o en la atención a su familia.
Según la definición clásica de san Agustín,
el sacrificio tiene como finalidad ponernos en comunión
con Dios. Sacrificio serán aquellas obras buenas que
contribuyen a unirnos a Dios. Esta comunión es una
auténtica felicidad para el hombre, es salvífica.
Observemos cómo Agustín excluye de la idea de
sacrificio el sufrimiento o la privación. En todo caso
comportarán algún tipo de dolor por la limitación
y el pecado humanos, pero no dejan de ser un dato segundo.
Libremente respondemos a Dios dándonos a los demás
por amor. En esto consiste el sacrificio y la ofrenda que
podemos darle. Es un acto existencial antes que ritual. Ofrecemos
a Dios el servicio a nuestros semejantes como un acto de donación
libre y garante de la propia felicidad. La totalidad de la
vida se ofrece por los otros. Así debe entenderse el
sacrificio de Cristo, inaugurando un movimiento al que se
asocia toda la humanidad en su marcha hacia Dios (Mc 10, 45).
A veces, incluso con frecuencia, la donación de sí
por amor tiene su lado doloroso y se convierte en "expiación".
A la cruz no hay que subirse, nos suben si somos consecuentes.
Muchos serán arrastrados a la fuerza y Cristo se hizo
solidario con ellos. Otros, pretendiendo seguir sus pasos,
con temor y temblor aceptan correr el riesgo. Hablamos de
la expiación sufriente. Señala el aspecto doloroso
del sacrificio, consecuencia del pecado de la humanidad. Es
utilizado en el Nuevo Testamento para interpretar el misterio
de la cruz, sobre todo, en la Carta a los Hebreos. En la Biblia,
la expiación va muy unida a la intercesión.
Ya en el Antiguo Testamento los sacrificios de expiación
se viven como días de perdón. Jesucristo intercede
por nosotros en su vida terrena y lo sigue haciendo después
de la Resurrección. Es nuestro abogado permanente,
dirá el evangelista Juan. En este sentido deben interpretarse
los dos textos más controvertidos: 2 Cor 5,21 y Gal
3,13. Cristo carga con nuestro pecado para que podamos recibir
la justicia y salvación. Cristo no se hace pecado a
título personal, como algunos interpretaron después;
entre Él y el pecado hay un abismo. En un acto de "solidaridad"
extrema (término preferible al de "sustitución"
de la teología clásica), carga con los pecados
de todos para eliminarlos. La expiación es su oración
espiritual de intercesión plenamente realizada. En
esta solidaridad y misericordia toma sobre sí nuestra
condición sufriente en todo lo que tiene de desesperante
e inexplicable. Solidario con quienes sufren, acepta libremente
la muerte en la cruz para ofrecer a las víctimas y
a todos la misma posibilidad de resurrección que Dios
le concedió a Él. La expiación en este
sentido equivale a solidaridad compasiva. Y tiene puestas
sus miras en el ser humano sufriente. La contemplación
de la sangre en cuanto tal, paraliza; la expiación
como solidaridad compasiva y amorosa nos lanza en ayuda de
los sufrientes.
El lado doloroso del sacrificio amoroso de la vida puede
llevarnos, como a Cristo, a aceptar libremente el trago amargo
de acabar crucificados. En este sentido Dios no preservó
a su Hijo, fue consecuente con el dinamismo de la encarnación
y aceptó que acabara víctima de la sinrazón.
El amor solidario y compasivo le hizo a Jesús compadecerse
y cargar con todos en la cruz. Seremos corredentores si procuramos
nosotros mismos bajar de la cruz ayudados por otros, cargar
con nuestras limitaciones y pecados (nuestra propia cruz)
y colaborar con Jesucristo a que cuantas más personas
mejor, bajen del sufrimiento y pasen a una vida de alegría
y felicidad resucitada. Incluso corriendo el riesgo de ser
injuriados o de acabar crucificados. Esos actos de solidaridad
extrema con las víctimas del mundo fue realizado por
Cristo y por muchos de sus seguidores. Según el pensamiento
católico, en la noche absoluta de la cruz y la sinrazón,
siempre anidaba en el Señor y en otros mártires
la esperanza del triunfo de la víctima. En definitiva,
el cristianismo proclama su victoria definitiva mediante la
Resurrección. Jesucristo, la Víctima Inocente,
ha sido glorificado, sentado a la derecha del Padre y convertido
en Señor y Juez del universo. Y con Él todas
las víctimas del mundo.
c) La redención en Escrivá y el concilio
Vaticano II
En "Camino", la resurrección de Cristo no
aparece por ningún lado, ni como teoría ni como
praxis. Una única mención al final del librito,
sin ningún valor teológico, nos dice que los
apóstoles fueron "casi" testigos de la muerte
y resurrección del Maestro (Camino, 925). En el esquema
clásico de Escrivá la resurrección no
tenía cabida hasta la vida eterna; pecado y cruz culminaban
la redención. Con la llegada del concilio Vaticano
II, todo este entramado teológico se podía haber
ido al traste. En una pirueta digna de mención, Escrivá
incorporó a su discurso las ideas del concilio Vaticano
II.
En 1973 se publicó por vez primera una selección
de homilías que van desde 1951 la primera, a 1970 la
última. No disponemos de datos respecto a su autenticidad.
Dado el afán constante de la obra por revisar su historia,
manipulando fotografías y datos, podría ser
que también en esta ocasión hubiera interpolaciones
o cambios en las fechas. En cualquier caso, si nos atenemos
al texto recibido, el tono y el contenido teológico
de las homilías dan un brusco viraje si las comparamos
con "Camino". El trasfondo teológico sigue
siendo el mismo, pero se producen cambios significativos:
Una mayor atención al Evangelio y, sobre todo, la incorporación
de la cristología conciliar en las homilías
posteriores a los años 60. En la pronunciada el 15
de abril de 1960, Escrivá ya ha tomado conciencia de
la importancia de la Resurrección en la obra salvífica
de Cristo, aunque rápidamente nos advierta que antes
hemos de pasar por la cruz (Es Cristo que pasa, 95). El Domingo
de Resurrección de 1967, entiende la redención
como divinización que "redunda en todo el hombre
como un anticipo de la resurrección gloriosa"
(Es Cristo que pasa, 103). Toda la vida de Cristo, su trabajo,
predicación y milagros, su muerte en la cruz y su resurrección,
atraerán a todos hacia Él (Es Cristo que pasa,
105). "Cristo resucita en nosotros, si nos hacemos
copartícipes de su cruz y de su muerte" (Es
Cristo que pasa, 114); "Jesús ha concebido
toda su vida como una revelación de ese amor"
(Es Cristo que pasa, 115); "El Señor no nos
impulsa a ser infelices mientras caminamos, esperando sólo
la consolación en el más allá. Dios nos
quiere felices también aquí" (Es Cristo
que pasa, 126). Los ejemplos podrían multiplicarse.
El lector queda sorprendido ante el cambio tan profundo en
la mentalidad de san Josemaría. ¿Se habrá
producido su conversión a la teología conciliar?
¿Habrá superado de una vez por todas los viejos
esquemas de la satisfacción vicaria?
Los estudiosos de la obra se basan en estos datos de última
hora para analizar el pensamiento teológico de Escrivá
en su conjunto: "Como en sus otros escritos -afirma
uno de ellos- el Beato Escrivá de Balaguer se atiene
en el resumen que aquí presenta de la Pasión
a los conocidos datos escriturísticos, sabiendo seleccionar
para recuerdo del oyente sus aspectos esenciales. Destaca,
en efecto, que Cruz y Resurrección forman un solo misterio
pascual en el que ambos aspectos se iluminan mutuamente; que
el fundamento de nuestra fe lo constituye la Resurrección
del Señor; que el misterio de la cruz está relacionado
con la realidad del mysterium iniquitatis". Desde
este presupuesto conciliar el autor relee los textos de Camino
con un sentido completamente distinto al expuesto por nosotros.
El holocausto del yo y la cruz de palo pasan de ser un sistema
nefasto de aniquilamiento del yo a una "existencia
totalmente entregada a la voluntad de Dios" (Es Cristo
que pasa, 98). Las normas de piedad dejan de estar desconectadas
de la vida para pedirnos "su relación con la
vida corriente". De repente hemos descubierto el
sufrimiento del mundo y se nos pide con urgencia atender a
las necesidades de los demás y esforzarnos por remediar
las injusticias del mundo (Es Cristo que pasa, 98). En la
misma cruz de Cristo se manifiesta el "absoluto respeto
a la libertad humana y al discurrir de la historia",
es decir se jubila al borrico de noria (cf. Lucas F. Mateo-Seco,
"Sapientia Crucis. El misterio de la Cruz en los escritos
de Josemaría Escrivá de Balaguer", en Scripta
Theologica, 24 (1992/2) 419-438).
En una hábil maniobra, el opus relee a Escrivá
desde sus escritos conciliares. Una vez más se "adelanta"
(E.B.E.)
a los acontecimientos para que nadie pueda criticarle su integrismo.
La Iglesia lo autoriza porque, como ya dijimos, el Concilio
no corrigió los errores de la teología anterior.
De este modo, el opus quiere hacer compatibles ambos esquemas
cuando en realidad no lo son. No podemos caer en la trampa:
la biblia del opus sigue siendo "Camino" y su praxis
también. Operan con los esquemas de la satisfacción
vicaria interpretados por Escrivá de manera rigorista
y enfermiza creando sufrimiento entre sus miembros. Y hacen
todo lo que pueden para que no avancen ni la teología
ni la pastoral de la Iglesia.
Nota final
Todos los días se hace soteriología práctica
y teórica en opuslibros. No se utilizan los nombres
clásicos, redención, satisfacción, divinización,
etc. Se prefieren otros: "reconstrucción",
"curación" y "sanación".
Sirven para creyentes y no creyentes. También para
quienes somos amigos de la web.
Estas líneas deben mucho a Bernard Sesboüé,
"Jesucristo el único Mediador. Ensayo sobre la
redención y la salvación", Salamanca 1990
(2 vols.); el mismo autor ha publicado un libro muy útil
comentando el Credo de la Iglesia Católica: "Creer",
en Ediciones San Pablo (2002); también he utilizado
el libro de Olegario González de Cardedal, "Cristología",
Madrid 2001).
AVILA
junio 2004
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