La
única vez que vi al fundador
J.O., 25-2-2004
La verdad es que leyendo la web se queda uno pasmado de la
uniformidad de las historias que cuentan unos y otros. Existe
un patrón idéntico que curiosamente no cambia
en función de las diferentes épocas que les
ha tocado vivir a unos y a otros. En eso sí que el
Opus Dei es inmutable.
Podría contar muchas cosas o hacer un relato muy parecido
a muchos de los que he podido leer en la web cambiando los
nombres o las circunstancias. Por eso me limitaré a
describir de la manera más aséptica posible
algunos sucedidos vividos por mí en primera persona
sobre los que he visto algún comentario pero no una
descripción detallada.
Comenzaré con la única vez que yo conocí
al fundador en persona. Quizá por la falta de medios
económicos de mi familia en mi caso era implanteable
ir al UNIV, y además creo que el Univ todavía
no había tomado la dimensión que tomó
más tarde. Por eso, la única vez que yo pude
ver al fundador en carne y hueso fue en Pozoalbero en un viaje
que tuvo lugar en los primeros 70, no recuerdo el año
exacto pero está documentado. La presencia del fundador
en Pozoalbero era parte de un viaje por España el que
se encontraría con sus hijos.
La intendencia en Pozoalbero era espectacular. De la vigilancia
del perímetro (los que lo conocéis sabéis
los muchos cientos de metros que tiene ese perímetro),
nos encargábamos un grupo de numerarios que habíamos
venido del Centro de Estudios (C.M. Almonte) y un grupo de
agregados sevillanos junto con algunos otros numerarios de
distintas procedencias que llenaban hasta abarrotarlo el pabellón
de Pozoalbero, razón por la cual, a muchos nos tocó
dormir en el suelo durante todo el tiempo. Todo el dispositivo
era dirigido por M.J., entonces director del Centro de estudios.
Día y noche se establecieron unos turnos de vigilancia
con miembros del grupo estratégicamente situados a
lo largo de la tapia para que nadie pudiese saltarla y acercarse
a una de las casas. Eran turnos de dos horas y en una noche
podían tocarte uno o dos de esos turnos. Ni que decir
tiene que yo pasé miedo apostado al lado de la tapia
en medio de un montón de eucaliptos que con el viento
crujían y se movían de modos ciertamente tétricos.
Eso la gente lo vivía con espíritu más
o menos jovial, ayudado de manera inequívoca por el
abundante coñac peleón y el café de termo
que generosamente se disponía sobre una mesa a la entrada
del pabellón.
Estas provisiones generaron pronto un serio aviso de MJ en
el sentido de moderar la ingesta ya que parece ser que alguno,
no habituado a tal derroche de medios había rozado
la cogorza. Para los más recientes: en aquella época
beber este tipo de brebajes no sólo estaba permitido
sino que era bastante frecuente que se sirviera en fiestas,
tertulias y otros eventos memorables.
Ni que decir tiene que durante el día, aparte del cumplimiento
del plan de vida había más planes consistentes
en arrimar el hombro a destajo en el montaje del escenario
y de toda la parafernalia que rodeaba el feliz evento. Todos
estábamos muy ilusionados porque era una oportunidad
única para disfrutar de la presencia del fundador del
que tanto habíamos oído hablar. Por eso me resultó
sorprendente y más aún, hasta diría que
indignante que el día que llegó sólo
se nos permitió verlo desde las ventanas del pabellón
que daban al patio de entrada y desde la lejanía del
arco de entrada al pabellón, sin la más mínima
posibilidad de acercarse al Mercedes (bonito coche) o al fundador
que fue recibido por los directores de delegación y
comisión y por uno de los tres primeros curas, JLM.
Un día alguien saltó la tapia, era un grupo
de colgaos de algún centro de Sevilla: había
gente que se pasaba horas y horas en la puerta para ver entrar
y salir el coche (ventanas oscuras) a todo trapo. Los intrusos
no llegaron ni a las cercanías de la casa pero la bronca
fue morrocotuda. Se nos dijeron cosas como que si no sabíamos
cuidar del padre, que qué hacíamos en la obra.
La vigilancia y la rigidez eran tales que yo me enteré
al día siguiente de una de las tertulias, de que mi
padre, que trabajaba como chofer, había venido a traer
a su jefe, supernumerario él, y había intentado
entrar para verme. Le dijeron que la única manera era
entrar a la tertulia y después buscarme. Mi padre,
que no estaba para bromas dijo que él me quería
ver a mí y no a otros bichos, y, herido en su sensibilidad,
se fue. Sólo al día siguiente alguien me comentó
que mi padre había montado un numerito en la puerta.
¡Sorprendente, ¿verdad? Pero entonces yo hice
una renuncia más a mi propio juicio y se me pasó
el cabreo y lo ofrecí etc, etc.
Pero no era esto lo que yo quería contar, aunque puede
dar una idea del ambiente que se vivía allí.
Por supuesto las preguntas que se iban a hacer en la tertulia
(fueron de las primeras multitudinarias que se filmaron) también
requerían no poco esfuerzo de organización porque
nada se dejaba al azar.
Por las noches se organizaban tertulias entre turno y turno
que venían a aumentar nuestro cansancio y que giraban
normalmente en torno a los temas más o menos apocalípticos
que eran tan del gusto de la gente más mayor en aquella
época. Eran los inicios del Palmar de Troya y las ¿apariciones?
habían tenido lugar unos años antes. En Sevilla
ese era un tema muy comentado y hubo sacerdotes de la Obra
que se desplazaron con regularidad al Palmar y contaban sin
ningún reparo cómo el lugar rezumaba santidad
y gracia divina. En este ambiente también se elucubraba
abundantemente sobre el papel de la obra como resto de Israel
en una iglesia que había perdido los papeles y cómo
en un momento dado la obra con el padre a la cabeza tomaría
el timón (esta expresión se usaba con toda tranquilidad)
de la barca, operación naútica en la cual tenían
un papel que jugar el secreto todavía no revelado de
Fátima y los mensajes de la virgen en el Palmar. Como
tantas otras cosas aquello a mí me sonaba a música
celestial sobretodo en el estado de cansancio en el que solía
encontrarme.
Pero una mañana se nos comunica que ese día
se va a redoblar la vigilancia y que aquí no se mueve
nadie. ¿Razón? La vidente del Palmar se presenta
y es recibida por el fundador. Los que presenciaron el encuentro
contaban versiones no muy coherentes pero la más llamativa
consistía en que vidente y fundador, fundador y vidente,
de rodillas se fundieron en un abrazo que duró varios
minutos y que impresionó de manera indudable a crítica
y público (crítica no había y público,
muy poco, apenas cuatro o cinco personas aparte del chofer,
numerario por supuesto y los dos custodios) Hablaron en privadísimo
largo rato y ella se marchó por donde había
venido, no sin antes intercambiar regalitos varios tipo reliquia
de aquí recuerdo de acullá.
Ni que decir tiene que aquel suceso dio lugar a una amplia
serie de elucubraciones que se presentaban como hechos probados
por parte de los más mayores y de directores bastante
cualificados, incluso sacerdotes. Años más tarde
pensé que en aquella época debimos estar a punto
de acabar como Lefebre o peor aún, como el cura Clemente,
que no sé que es peor.
Aparte de las tertulias generales en las que siempre lográbamos
los peores puestos porque teníamos que estar vigilando
hasta empezada la tertulia, yo logré ver al fundador
tres minutos que se nos concedieron como de cagalástima
a un grupito de diez o doce que estuvimos en el momento oportuno
en el sitio justo, y otra tertulia más general con
todos (para esa también se prepararon las preguntas).
Eso sí hicimos amistad con el chofer que, muy elegante
él y muy eficaz pasaba largos ratos con el motor arrancado
para regular la temperatura exacta que tenía que alcanzar
el interior del habitáculo.
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