LA
IGLESIA QUE COMULGA CON EL OPUS DEI
IVÁN, 8 de noviembre de 2004
Introducción.
En un escrito anterior
expuse como la verdad no necesita a nada ni a nadie
ajeno a ella misma que la apadrine para darle vida, porque
lo que es verdadero se impone por su sola presencia; y que,
por el contrario, aquellos que están en la falsedad
necesitan seducir a padrinos que con su manto
de prestigio les permitan ocultar sus mentiras.
Cuando la confianza en alguien que nos da seguridad nos lleva
a seguir su consejo, si después comprobamos el error
de nuestra conducta por culpa de que aquella persona nos mintió
en su asesoramiento, la conclusión es que en adelante
ese consejero pierde ante nosotros toda credibilidad. Si un
mecánico en el que confiamos nos dice que tenemos que
hacerle un arreglo al coche por valor de mil euros, lo hacemos,
y después descubrimos que ese gasto era innecesario;
ese mecánico, a partir de entonces, deja de serlo para
nuestro vehículo y quizás hasta ni le saludemos
al encontrárnoslo por la calle.
Como punto de partida para ser de la Obra está la confianza
en la Iglesia. Si no es porque la Obra es una institución
arropada por la Iglesia ningún católico pediría
la admisión en ella. La gente piensa que la Iglesia
tiene que haber estudiado al Opus Dei antes de admitirlo en
su seno, por lo que lo consideran como una institución
sana, y para los fieles esa fe se transfiere hacia las personas
de la Obra a quienes ven como hombres y mujeres que son Iglesia
y que por tanto tan sólo buscan el bien de quienes
se acercan a ella, lo que con el tiempo lleva pedir la admisión
en el Opus Dei, confiando en lo que les dicen sus miembros
de que ven en ellos vocación para pertenecer a él.
Algunos, tras 5, 10, 20, 30 ó más años,
nos hemos ido de la Obra porque vimos con claridad que es
un grupo que viola los derechos
humanos fundamentales, que huye
de la verdad, que todas sus grandilocuentes palabras
de pura ortodoxia se fundamentan en lo opuesto: en la herejía
de sentirse a si misma como la Iglesia a la que pretende
sustituir; que es un pecado grave en sus dirigentes
el silencio
ante las acusaciones graves de que son objeto etc., etc.,
etc., y atónitos observamos que la respuesta de la
Iglesia ante este hecho es también la de callar y seguir
apadrinando a la Obra.... Pues entonces, la tendencia natural
de aquel que ha gastado una parte importante de su vida en
una falacia por culpa de la Iglesia que le dijo que se acercara
y confiara en esa institución se traduce en abandonar
también a la Iglesia.
Cuando dejé la Obra yo pasé por esa situación
de contencioso interior con la Iglesia. Lo que
he descubierto desde entonces es lo que trato a continuación.
Los términos equívocos.
Se dice que una palabra es equívoca cuando designa
realidades diversas, cuando puede entenderse o interpretarse
en varios sentidos. Por ejemplo, en todas las frases siguientes
se emplea la palabra vela con un significado muy
distinto en cada una de ellas: Estoy a dos velas,
La noticia me tuvo toda la noche en vela, Le
puse dos velas a san Pancracio, Tengo una embarcación
a vela.
Es fácil saber lo que en un discurso significa una
palabra equívoca cuando sus acepciones son muy distintas
entre sí, como ocurre en las frases anteriores (por
el contexto de la oración comprendemos a que tipo de
vela nos estamos refiriendo en cada caso), pero
esa dificultad aumenta cuando los significados se aproximan,
para lo cual hemos de recibir aclaraciones que van más
allá de la frase en la que se emplea la palabra. Por
ejemplo, corazón designa por una parte
al órgano que mueve la sangre y por otra a los sentimientos
del hombre. Si nos encontramos con alguien que nos dice: La
noticia me produjo un gran dolor de corazón;
necesitamos que nos aclare si fue porque le dio una angina
de pecho o porque le dejó muy afectado sentimentalmente.
La confusión ya es mayúscula cuando lo designado
por una palabra se refiere al todo y a partes de una realidad.
El mejor ejemplo es el término Iglesia,
por lo que pasamos a verlo en detalle.
Acepciones del término Iglesia.
1 La que es Una, Santa, Católica,
Apostólica y Romana. Es la
acepción de la Iglesia Total, la Perfecta, la que está
vivificada y bendecida por Cristo.
Todas las demás acepciones son de realidades incluidas
como partes de la anterior.
2 Como conjunto formado por el clero y los fieles de
una determinada época o zona geográfica. La
iglesia española, La iglesia del siglo
XIX.
3 Como gobierno eclesiástico formado por el
Papa y la jerarquía católica. La Iglesia
ha aprobado al Opus Dei.
4 Como conjunto de personas disfrazadas de discípulos
de Cristo pero cuya conducta, normas y leyes son esencialmente
anticristianas. Esta es la Iglesia del Anticristo, la que
está infiltrada en la Iglesia y que con su obrar hace
que las gentes huyan de la persona y doctrina de Jesús.
La Iglesia aprobó la Inquisición y con
ella la tortura y muerte de los heterodoxos.
5 Por último, la acepción material, como
lugar de culto. He ido a rezar a la iglesia.
La Iglesia que comulga con el Opus Dei.
Aunque hemos visto realidades tan distintas del término
\"Iglesia\", en el hablar cotidiano se produce la
confusión de referirse a la Iglesia como
si sólo tuviera un significado. Por ejemplo, podemos
oír algo parecido a La Iglesia sólo protege
a los poderosos, en donde se establece una confusión
entre la Iglesia Total con la parte suya que se corresponde
a la jerarquía de un periodo de tiempo más o
menos amplio.
En lo que digo a continuación no juzgo a persona alguna,
esa es una misión que sólo le corresponde a
Dios, todas mis críticas van encaminadas a lo que sale
de los hombres: a su conducta externa y a su repercusión
sobre la Iglesia.
Según lo visto, podemos preguntarnos: ¿Qué
Iglesia es la que comulga con el Opus Dei?
Desde luego no es la de Jesucristo, quien trenzó con
cuerdas un látigo y expulsó del Templo a aquellos
que hacen de la Casa de mi Padre una cueva de ladrones,
tampoco la de aquellos que hoy día toman ese flagelo
que Jesús nunca destrenzó y por Él,
con Él y en Él luchan contra las normas,
leyes y costumbres que intentan adulterar la Santa Iglesia
de Dios.
La realidad del Opus Dei me obliga a añadir dos nuevas
acepciones al término Iglesia que se corresponden
con las que comulgan con él:
1 Aquella parte de la Iglesia histórica
que es seducida por el Opus Dei.
La Obra es una maestra en el arte de halagar, atraer y
fascinar a aquellos que le interesan. De eso sé mucho,
pues yo he formado parte de esa Iglesia durante 35 años,
el tiempo en el que fui miembro suyo, hasta que descubrí
su engaño y la abandoné. Por esa razón
no me cuesta nada comprender a los miembros de la jerarquía
eclesiástica que ante el falso cariño que
la Obra muestra hacia ellos y la falsa ortodoxia de la que
hacen gala, se han dejado engañar y aprueban lo que
la Obra les pide que aprueben.
2 Aquella parte de la Iglesia coaccionada y
acosada por el Opus Dei.
Cualquiera que no comulga al cien por cien con la Obra es
un objeto de coacción y acoso por parte de cualquier
miembro de la Prelatura que pueda ejercerlo.
Imaginemos por un momento que reunimos a cien personas que
no conocen la Obra, no ya con espíritu religioso, sino
que simplemente sean gente con sentido común, y les
pedimos que escriban el nombre de tres pilares sobre los que
según ellos se podría fundamentar la espiritualidad
de una institución religiosa. Podemos encontrar respuestas
parecidas a las siguientes:
Humildad, caridad y pobreza o Servicio a
los necesitados, generosidad y oración o Fe,
amor al prójimo y sencillez...
Pero lo que a mí me cuesta mucho entender es que alguno
escribiera: Intransigencia, coacción y desvergüenza.
Pues bien, leamos el punto 387 del libro Camino,
escrito por el fundador de la Obra: "El plano de santidad
que nos pide el Señor, está determinado por
estos tres puntos: La santa intransigencia, la santa
coacción y la santa desvergüenza".
Dejo para otra ocasión los comentarios sobre la santa
intransigencia y la santa desvergüenza para sólo
centrarme ahora en la santa coacción.
Para aclarar el sentido que el autor da a la palabra coacción
leamos en el punto 399 del mismo libro:
Si, por salvar una vida terrena, con aplauso de todos,
empleamos la fuerza para evitar que un hombre se suicide...,
¿no vamos a poder emplear la misma coacción
la santa coacción para salvar la Vida (con
mayúscula) de muchos que se obstinan en suicidar idiotamente
su alma?
(Voy a hacer una pequeña digresión. Por respetar
Dios la libertad del hombre consiente en que Adán y
Eva pequen, no los coacciona para evitar que pierdan la
Vida [con mayúscula], por lo que son expulsados
del Paraíso y con ellos todos nosotros... y Jesucristo
tampoco coacciona nunca a nadie... y va san Josemaría
y nos viene con que hay que coaccionar al prójimo y
que esa coacción es nada menos que santa... Eso sólo
se puede explicar porque el santo se contemplaba a sí
mismo como alguien que sabía más que el Creador
y Redentor, por lo que estaba capacitado para enmendarle la
plana al mismísimo Dios.)
Yo también he pertenecido a esta parte de la Iglesia
coaccionada por el Opus Dei. Es tan molesto el acoso que la
Obra ejerce sobre ti si la criticas (va desde buscarte las
vueltas para conseguir echarte del trabajo, a estar importunándote
con llamadas telefónicas, a intentar infectar con virus
la web en la que se dice algo que a ellos no les gusta...),
que te lleva a callar durante mucho tiempo. Acabas cansado
de tanto acoso y dejas de decir la verdad con tal de que te
dejen en paz.
Si observamos a aquellos de la Obra que escriben a esta web,
comprobaremos que ninguno responde a acusación alguna
que se hace sobre la Institución, pero es muy frecuente
que pidan el nombre real de quienes lo escriben (y no con
pseudónimo). Si no son capaces de contestar a lo que
se les dice, ¿para qué quieren saber quién
es su autor?
Os lo voy a explicar: quieren saber el nombre de quienes dicen
verdades sobre ellos a las que carecen de respuestas para
así poder acosarlos después, para ejercer sobre
ellos esa diabólica coacción que forma parte
de su esencia anticristiana y que ellos han llevado al colmo
de la perversión poniéndole el calificativo
de Santa. Esa es la única razón
por la que piden el nombre real de quien habla sobre ellos,
y por eso mismo es por lo que yo no se lo doy, que primero
respondan a mis acusaciones, y después les desvelaré
mi identidad.
Por lo anterior, también comprendo, perdono y disculpo
a las personas de la Iglesia que callan y no hacen
para evitar el acoso a que serían sometidos por la
Obra en el caso de que hablaran o actuaran en
contra de ella.
Como conclusión, la Iglesia que comulga con el Opus
Dei es la parte de ella que es seducida y coaccionada por
él.
Es una gran confusión culpar a la Iglesia Total con
aquella parte suya que apadrina al Opus Dei. En la primera
entrega de mi escrito Nuevas
herejías se demuestra que es herético
considerar a una parte de la Iglesia como la Iglesia Total
(la Perfecta), por ello, no sólo es injusto culpar
a la Iglesia Total de los errores cometidos por la jerarquía
de un determinado periodo histórico (el que aprueba
y apadrina al Opus Dei desde su fundación hasta la
actualidad) sino que además caemos en la herejía
de identificar a esa parte con la Iglesia Total.
Si alguien se hizo de la Obra por amor a Jesucristo y ese
mismo amor a la Verdad le hizo abandonarla cuando descubrió
la falsedad sobre la que se cimenta el Opus Dei, lo que procede
después de salirse es continuar por el mismo camino:
no abandonar a Jesús sino identificarse con él
luchando contra la parte de la Iglesia que pertenece al Anticristo,
la que pretende implantar algo tan anticristiano e hipócritamente
herético como es el Opus Dei.
Estos son los razonamientos por los que sigo amando a la verdadera
Iglesia de Cristo y también, por lo mismo, los que
me hacen escribir sobre el Opus Dei.
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