ÉRASE
UNA VEZ...
FÉLIX, ex agregado, 33 años
en el Opus Dei
1. Nota aclaratoria
2. Cuento o parábola
3. El banquete (6-6-2004)
4. El águila divina (13-6-2004)
5. Un hogar especial (13-6-2004)
6. Censurón (16-6-2004)
7. Vidas parecidas (20-6-2004)
8. Visiones distintas (11-7-2004)
9. Historia de una vida (9-2-2005)
Nota aclaratoria
Todos los escritos reunidos bajo el epígrafe "Érase
una vez" son narraciones breves de sucesos ficticios
o de carácter fantástico, hechas con fines didácticos
o recreativos (que coincide con la definición que
el diccionario Espasa da a la palabra "cuento").
Félix
Cuento o parábola
Soy alguien muy distinto desde el momento en que me seleccionaste
entre tantos, en todo iguales, y después te metiste
en mí. Los demás te alabaron mucho; me instaron
a que te considerara como a un dios, a que obedeciera tus
palabras, a que viera en ti mí plenitud... Y de tanto
oírles lo acepté. A partir de entonces gobiernas
mi vida, con perseverancia me imbuyes tus pensamientos, me
inculcas lo que he de amar, has hecho que sea sordo a las
voces que podrían llevar mis pasos por otros caminos,
me obligas a vivir según tus normas... Y te soy dócil,
acepto tus costumbres sin juzgarlas. Además, exiges
obediencia ciega a tus instrucciones, para que nada interfiriera
con tus mandatos, y yo te obedezco con toda mi maquinaria.
Eres mi padre, no tengo otra voluntad ajena a la que me impones,
soy tuyo del todo. Por otra parte, aunque quisiera, no puedo
escapar de tu red informática puesto que eres el programador
exclusivo de mis circuitos electrónicos. Por eso -y
gracias a ti- en la actualidad soy el robot de más
alto precio del mercado.
El Banquete
En el país de Cercadeti hay un hombre importante que
lleva dando un banquete, ininterrumpidamente, desde hace años.
En esa comida siempre hay muchos invitados; las viandas que
se sirven son de primerísima calidad: toda suerte de
pescados frescos y sabrosos, las carnes, de las más
caras que se pueden encontrar en el mercado; postres exóticos,
frutas exquisitas... Los cocineros hacen una maravillosa obra
de arte con todos esos alimentos, pues son de los mejores
que hay en su oficio...
Mas el anfitrión, sin ser visto por nadie, se entretiene
en echar un veneno muy potente en cada puchero, olla y sartén
que se utiliza. Esa pócima carece de color, tampoco
huele a nada y ni siquiera tiene sabor, por eso una vez disuelta
en la comida nadie puede percatarse de ella.
En el ágape, algunos prueban una mínima cantidad
de esos manjares, tienen mucha prisa en resolver otros asuntos
importantes y, excusándose ante el anfitrión,
se van de allí al poco de llegar. Por la minucia que
han comido el tóxico no les hace efecto. Estos son
los que divulgan a lo largo y ancho del mundo el refinamiento,
la abundancia y la bondad de ese convite, del que se sienten
grandes admiradores.
El resto de los comensales, conforme avanza la comida, se
va encontrando cada vez peor por lo que una parte de ellos
decide abandonar el agasajo. Ya repuestos, cuentan que ese
banquete es una maravilla, pero que a ellos dicen
les debió sentar mal algo de lo que comieron, quizás
por una indisposición personal ante tan gran exquisitez,
por una reacción alérgica o por cualquier otro
tipo de circunstancia que, desde luego, no tiene nada que
ver con los alimentos consumidos que de suyo son perfectos.
A determinadas personas esa droga les produce unas alucinaciones
que les lleva a creerse iguales al anfitrión; estos
son los que se van junto a él y se aplican, con entusiasmo,
en echar en las viandas tanto o más veneno que quien
les invitó.
Determinados comensales se llegan arrastras hasta la cocina
y allí descubren como el jefe y sus fanáticos
intoxican las comidas antes de servirlas. Hacen ímprobos
esfuerzos y, a duras penas y maltrechos, consiguen evadirse
de esa trampa. Desde que se van, como voz que clama en el
desierto, intentan convencer a las autoridades y vecinos del
daño que se está infringiendo en la mesa de
ese aparente gran hombre. Pero... casi nadie les hace caso.
Los que siguen ingiriendo esa exquisita comida emponzoñada
empeoran de tal manera que llega un momento en que carecen
de fuerzas hasta para levantarse de la mesa. Permanecen dóciles
en su sitio, sentados en la silla que les asignaron al llegar,
comiendo las mismas viandas que generosamente
les sigue procurando quien les invitó... y así
perseveran, muriéndose a chorros, hasta que la vida
les dice adiós.
El Águila divina
Amanece el día con gran fiesta. De todas partes se
escucha la voz embargada de dicha de los hombres que exclaman:
-¡Mirad hacia el Este!, el Águila de los dioses
nos visita de nuevo.
En efecto, el sol recién despuntado es eclipsado por
la silueta del gran Ave del Cielo. Es llamada así desde
tiempo inmemorial. Su tránsito es señal de buen
augurio pues con la primera de sus visitas, hace milenios,
se vieron abiertos los caminos de los dioses en la tierra.
Nadie olvida que con su inaugural aparición nació
para los hombres el fuego. Desde entonces el pueblo pudo cocinar
sus alimentos, forjar los metales, protegerse de los enemigos,
calentarse... Sí, todos recuerdan que el primer surcar
de ese Ave por los cielos llevó aparejada la civilización
debida a la luz y al calor del fuego.
Verdaderamente es un ser imponente: reluce bajo los rayos
del sol como un diamante negro, inmenso, grande como una casa,
visible en todo momento; los movimientos recios de sus alas
baten el aire, como sin esfuerzo; cuando su presencia se interpone
con el sol lo eclipsa durante un tiempo que parece inacabable...
Va hacia el oeste, hacia las grandes montañas inexploradas,
y nunca interrumpe su vuelo. Invariablemente viaja del levante
al ocaso y a los pocos días se le vuelve a ver recorriendo
el camino inverso, siempre hacia el desconocido destino que
los dioses le tienen inscrito.
Y cuando aparece el Ave del Cielo es gran jornada de agradecimiento
y gozo. En cada ocasión que su figura surge, de tanto
en tanto, sin fecha fija, en los hombres todo son alabanzas
al Cielo. Los trabajos quedan suspendidos, los segadores abandonas
sus hoces para entonar salmos, las amas de casa detienen sus
tareas vulgares; todos se arrodillan, las campanas de las
iglesias tocan a arrebato para que ningún remolón
se pierda la gloria de ese espectáculo... Y los animales
también se anonadan ante la majestuosidad del Águila;
hasta las ramplonas aves de corral, de mirada corta y vuelo
rastrero, se encaraman al poyete más alto para admirar
ese divino batir de alas por el que ellas se mueren de celo.
Y el Águila pasa, hacia su destino, imperturbable
a la adoración de que es objeto. Cuando ya lejos de
las miradas de los humanos su majestad corona las cumbres
de los montes, al final de su trayecto, también el
éxtasis de su presencia adormece a todo ser vivo. Allí
hay dicha para todos... Bueno, para todos no. Alguien está
encadenado en el pico de la montaña, a una roca, desde
hace milenios, que es visitado de tanto en tanto por ese Ave,
y en esas visitas ambos tienen su destino eterno. Él
es un pecador, un terrible pecador que se llama Prometeo,
quien un día sintió lástima de los hombres
y por ellos y para ellos robó fuego del Cielo. Allí
está Prometeo, encadenado por los dioses por su pecado
de exceso de amor a los mortales, esperando que el Ave le
arranque las entrañas. Sí, Prometeo, de nuevo,
vela angustiado el momento en el que el Águila caiga
sobre su hígado para devorarlo, igual que lleva haciendo
durante milenios... Y los hombres... y los hombres no sabemos
quien es Prometeo.
Un Hogar especial
-Pero hombre, ¿otra vez aquí? ¿Por qué?
-Pregunta extrañado el alcaide.
En ese momento suena el teléfono y el funcionario
lo responde antes de que Obdulio conteste. Luego se levanta
de la silla y se disculpa:
-He de salir a resolver un asunto. Vuelvo enseguida.
Obdulio se queda solo.
Obdulio ingresó en prisión a los 18 años.
Estaba en una cafetería con Mónica, su novia,
cuando el hijo del cacique del lugar comenzó a importunar
a la chica. La situación llegó a las manos entre
los dos hombres y una infortunada caída desnucó
al oponente de Obdulio. El poder y odio del padre del chico
hizo el resto: Obdulio fue condenado a cadena perpetua por
asesinato. Hace seis meses, cuando llevaba cumplidos 37 años
de prisión (a sus 55 años) una amnistía
general le concedió la libertad (con la que él
llevaba soñando desde que fue encerrado) y ahora, mientras
espera a que el alcaide vuelva, recapacita en silencio:
¡No te digo! Claro, es muy fácil decir otra
vez aquí. Después de toda una vida en la cárcel
esta es mi casa, ya me conozco todos los recovecos, los funcionarios
me aprecian, los internos ven en mí al decano de todos
y me respetan demasiado porque me sé todas las triquiñuelas
de la cárcel; aquí pierdes los deseos, los amores
de fuera ya están muertos y tengo, si no amigos, conocidos
con quien distraerme y cuatro paredes para dormir. En la calle
todo es muy duro, me encuentro perdido. ¿A dónde
voy a pedir trabajo con 55 años y con mis antecedentes
penales? Nadie se fía de mí. ¡Qué
triste fue ver otra vez a Mónica luego de 37 años
sin echármela a la cara!, y lo vieja que está,
con la imagen de chica joven que conservaba de ella, tan elegante
y guapa y ahora gorda como una marsopa, con tres hijos y dos
nietos que tiene y con esas bolsas de piel por todos lados;
pero además ni me permitió entrar en su casa,
¡Dios mío!, por ella he perdido mi vida entera
y ahora ni me deja pasar al zaguán. Que si su marido
es muy celoso por aquí, que no se quería complicar
vida por allá, el caso es que ni un centímetro
traspasé el umbral de su casa. Papá, por suerte
para ti estabas ya muerto cuando pasó todo aquello
y mamá, la pobre, que el disgusto de verme en prisión
la llevó a la tumba hace cinco años y mi hermana
no me lo perdona, voy a verla y me dice que ya somos unos
extraños, que después de haberla hecho una infeliz
porque ella era ante todos la hermana de un criminal y que
ahora te presentas a joderme lo que me queda de vida cuando
ya me había olvidado del delincuente de mi hermano
y además mataste a mamá a sofocos y de todo
lo que lloró por las noches. Pero es que no sé
cómo desenvolverme en la calle, con lo fácil
que son las cosas aquí en la cárcel en la que
todo te lo dan hecho, te pones enfermo pues médicos
que te curan, que te dicen como has de hacerlo todo, no tienes
que preocuparte ni por el horario, ni por hacer la comida,
ni por nada de nada; y afuera ¡qué horror! y
yo que pensaba que la libertad era algo grande, pero como
la tranquilidad de esta cárcel no la hay en ningún
lugar del mundo y aunque la hubiera no me veo con fuerzas
para empezar una nueva vida. Así que me lo pensé
muy bien y me dije ¡ya está! compro una pistola
en el mercado negro y me fui a ver al Rijas, porque otra cosa
no será pero los que han pasado por la prisión
me aprecian mucho, y el Rijas me la vendió por cuatro
perras y con ella me metí en pleno día en centro
comercial ese del centro y ¡hala! que me dieran todo
lo que tenían en la caja. Y jajaja cómo me rió
cuando pienso en la dependienta que me sale con aquello de
¿está usted loco?, le van a detener en dos minutos,
no ve la seguridad que tenemos aquí; claro ella no
podía entender que yo no soporto la libertad y que
lo que quería precisamente era asegurar que me detuvieran
y así fue; se presentaron de pronto siete polis nada
menos y yo no opuse ninguna resistencia y mientras me esposaban
me dice la cajera que por la cara de felicidad que puse parecía
que me llevaban al cielo en vez de a la cárcel y es
que para mí la prisión es precisamente eso:
el Cielo; porque aquí estoy acostumbrado a esta vida
y no la cambio ya por la libertad; por nada del mundo vuelvo
a ser libre. Y el resto fue fácil, un abogado de oficio
al que le conté que lo que pretendía era volver
a la cárcel y que si él hacía algo por
librarme y lo conseguía la siguiente vez mataba a una
persona, porque la paz de las cuatro paredes de ésta,
mi casa, mi hogar, la prisión, no la cambio por nada
del mundo y aquí estoy de nuevo y por muchos años.
Además si me soltaran ya me conozco el truco: basta
con delinquir y a casita de nuevo. Y como las mujeres para
mi edad ya son algo secundario, bueno, tampoco es eso, pero
me lo paso tranquilo sin ellas; porque hay que ver lo complicado
que es tratar con las mujeres cuando durante 37 años
no lo has hecho y es que además son muy raras ¡Qué
leche! ¡Son rarísimas!
Se abre la puerta. El alcaide entra de nuevo y distraídamente
pregunta: -¿De qué estábamos hablando,
Obdulio?
-Me preguntaba usted, extrañado, que por qué
estaba aquí otra vez y le respondo que porque no hay
libertad, que por eso es el sitio en donde mejor se vive de
todo el mundo.
-¿Quéééé?
-Pues lo que le digo... y no le quepa la menor duda de que
ustedes, los libres, no saben lo que se pierden no estando
presos: lo maravilloso que es que le gobiernen a uno hasta
en los más mínimos detalles. Y para mí
va a ser así hasta final de mi vida. ¡En la cárcel
por siempre!
Censurón.
Máximo Soberbio llevaba meses muy disgustado. Estaba
locamente encaprichado de Prímula, una encantadora
muchacha que no le prestaba atención; sus razones había,
pues entre tantos cuantos la pretendían Máximo
era el menos favorecido de todos: pequeñajo, raquitico,
con chepa, de ojos bizcos y rijosos... pero, eso sí,
pobre. Llevaba Máximo Soberbio días y días
sin dormir, suspirando a todas horas, regando la cama con
sus lágrimas y en una de esas veladas de pertinaz insomnio
escuchó una voz que, como el eco de sus pensamientos,
exclamaba: "¡Es tan fácil! ¡Es tan
fácil!...
-¿Quién eres? -preguntó con un nudo
en la garganta.
Pero a su reclamo tan sólo seguía oyéndose:
-¡Es tan fácil! ¡Es tan fácil!...
Dio a la luz de la mesilla de noche y nadie había
allí, mas la letanía de esos "es tan fácil"
continuaba. Ya he enloquecido, pensó, cuando de pronto
¡flash! se plantó ante él una esbelta
figura encapotada en negro, de barba lanceolada color cobre;
de ojos grandes y brillantes, como si dos lunas llenas se
le hubieran clavado en el rostro.
-Por... por favor... no me hagas daño... -Balbuceó
Máximo Soberbio aterrorizado.
-Mi única intención es ayudarte -respondió
el aparecido con meliflua voz.
-¿Y quién eres? -preguntó más
tranquilo.
El espectro era un diablo de nombre Censurón, quien
al ver tanta desesperanza de amores se había materializado
para ayudarle a forzar a Prímula hacia él.
-¡Pero querrás a cambio mi alma!
-¡Tú has leído muchos cuentos!
-Es lo normal en estos casos, ¿no?
-Pues no.
-¿¡Ah, no!?
-No. Forzar la voluntad de esa mujer es un pecado; cada vez
que yo te ayude pecas y... Bueno, en realidad sí que
quiero tu alma, pero cobrándomela a plazos. Tú
sólo tienes que aceptar mi ayuda y esa mujer será
tuya.
-¿Y cómo lo vas a hacer?
-Pues robándole los pensamientos.
Le explicó que para un demonio eso era algo muy sencillo.
Sólo tenía que meterse en la cabeza de Prímula
y cada vez que ella intentara pensar en un pretendiente iba
él y ¡zas! le robaba el pensamiento; así
al cabo de poco tiempo sólo le quedaría en la
cabeza la idea de Máximo Soberbio como único
hombre del mundo y añadió: -Porque, amigo mío,
para elegir hay que tener delante todas las ofertas; si a
una persona se le impide contemplar todas menos una ella se
creerá muy libre cuando toma esa, pero en realidad
es una pobre esclava que necesariamente ha de aferrarse a
lo único que se le pone delante.
Firmaron el trato y cada vez que Prímula intentaba
observar a un chico iba Censurón y la hacía
torcer la mirada a otra parte, cuando ella abría una
revista y la foto de un hombre podía eclipsar a Máximo
Soberbio él la imbuía que eso era pecado y ella
pasaba la página, le quitó los pensamientos
de ir a lugares y fiestas donde podría entablar amistad
con varones, de ver señalados programas de televisión,
de ir al cine, de estar a solas con hombres, de leer determinados
libros... Como no podía pensar en ningún otro
pretendiente excepto en Máximo Soberbio sus sentimientos,
afectos y pasiones se volcaron solamente en él... y
a todos extrañó mucho cuando al cabo de unos
meses Máximo Soberbio la pidió en matrimonio
y ella aceptó.
Prímula compartió con ese hombre largos años
de desgraciada existencia. Estuvo unida a alguien con quien,
ni loca, se habría casado si Censurón la hubiera
dejado pensar en cualquier otro. Y lo más curioso de
esta historia es que durante lustros ella afirmó apasionadamente
que nadie la forzó a elegir a ese cheposo como marido.
Hasta que llegó un día en que Prímula...
Bueno, esa es otra historia que contaré próximamente.
Vidas Parecidas
El psicólogo hace pasar a Corneado a la consulta.
Revisa su historia clínica y rememora como un año
atrás, de la noche a la mañana, su paciente
fue puesto en la calle por su mujer. Desde que ella se enamoró
de otro hombre fue preparando muy bien las cosas antes de
pedirle el divorcio y de esa manera logró quedarse
con todos los bienes del matrimonio. Corneado entró
en un estado obsesivo que le llevaba a hablar compulsivamente
de esa "víbora" y de las injusticias que
había tramado contra él.
-¿Qué tal va todo? ¿Ya ha conseguido
dejar de hablar de su primera mujer?
Corneado responde que así es, que en su vida hay un
nuevo amor y que ya casi nunca menciona su relación
anterior. Es felicitado por el profesional quien le añade
algún consejo (que no viene al caso referir) y al fin
le despide con las palabras:
-Cuanto menos hable de su primer matrimonio tanto más
curado estará. Usted debe reorganizar su existencia.
El mal que ella le causó ya no va a más, ni
dañará a otros, por lo que debe olvidarla del
todo.
Expoliado es el paciente que recibe después. Seis
años atrás fue despojado de todas sus propiedades
por un hábil estafador que ante todos aparenta ser
un hombre de bien por lo que la sociedad le concede vía
libre para seguir con sus actividades delictivas. La enfermedad
de Expoliado es semejante a la del caso anterior con la diferencia
de que ha trascurrido mucho más tiempo y ya se encuentra
curado. El paciente comenta:
-Estoy rehaciendo mi vida, para mí aquello ya está
muerto y rememorar lo que ese delincuente me hizo me supone
un esfuerzo. No es que ahora me sea doloroso contarlo, como
al principio, es que me cansa.
-¿Y ya no habla de ello?
Expoliado le cuenta que ya quisiera él poder dejar
de tocar el tema pero que está obligado ha hacerlo,
que con su ejemplo otros damnificados también denunciaran,
que es una obligación porque esa persona continúa
dañando, que mientras ella siga libre habrá
muchos que por su causa se arruinarán, enfermarán,
y que incluso alguno puede llegar a suicidarse; que aun cuando
le suponga intranquilidad personal debe continuar poniendo
el dedo en la llaga para que la sociedad se sensibilice...
El psicólogo coincide con Expoliado mediante un suave
movimiento de cabeza arriba y abajo.
Visiones Distintas
Estaba cansado de oír a ese hombre hablar tan bien
de sus padres, para quien su madre era la más santa
del mundo y su padre el más honrado. Harto, se decidió
a escribirle una carta:
Ingenuo señor X:
Sus apreciaciones sobre la bondad de sus padres distan
mucho de la realidad. He de decirle que su madre era, disculpe
la expresión, una cualquiera. Siempre iba al "trabajo"
con una flor de plástico prendida en la solapa (ya
podía haber tenido el buen gusto de usar una natural)
y se colocaba en una esquina de la calle la Ballesta; su precio
era, cuando usted nació, de 200 Ptas. por sesión.
Sus siete hermanos son hijos de padres distintos... Incluso
uno de ellos... no le digo cuál, es hijo mío.
Con respecto a su padre, he de aclararle que era un fullero,
ladrón, amigo de trampas en el juego, de hecho el piso
en que usted vive ahora fue obtenido por una estafa a un ingenuo
alemán que fue desplumado en una partida de póker
en la que su padre marcó las cartas y le arruinó...
No le digo todo esto para acongojarle, sino para que esté
al tanto de como son las cosas y deje de una vez de engrandecer
a quienes no se lo merecen.
Suyo Z
En contestación a esa carta, a los pocos días
recibió la siguiente:
Ofensivo señor Z:
Me siento profundamente dolido por lo que usted me ha
escrito. No sé por qué le molestan tanto las
flores de plástico. Comprendo que a muchas personas
les gusten más las naturales pero a mí en concreto
me resultan más gratas las artificiales. Además,
su carta parece más bien la de un adolescente que la
de una persona de sus años. Le insto a que recapacite
y valore que las flores que usaba mi madre eran tan dignas
como las recién cortadas.
Espero una respuesta suya rectificando ese craso error.
Suyo X
Historia de una vida
Antes de ser quien soy tuve que sufrir una intensa metamorfosis.
En un principio era libre, caminaba adonde quería,
el mundo entero era mi casa. A pesar de mis lentos pasos a
ras del suelo (como después me echó en cara
la Voz) consideraba como mías cada una de las moreras
del bosque en donde nací, el césped que rodeaba
la casa del capataz, las montañas lejanas cuyas cumbres
el sol incendiaba al anochecer... era mío todo el espacio
que abarcaba mi vista. En aquel tiempo fui muy feliz.
Pero entonces surgió la Voz. Al principio como un
susurro: ¡Deja de arrastrarte!. Luego su
intensidad aumentó: Ten miras más altas,
abandónate a la esclavitud que la Vida te pide.
Su tormento sobre mí crecía: Si no sigues
el Camino que tienes trazado serás un infeliz. Más
vale ser un esclavo de lo Supremo, que libre en el Infierno
que te espera. Ponte de una vez en manos de la gran Obra de
tu salvación...
Por un tiempo me resistí, pero al final no pude soportar
más la presión de la Voz y me abandoné
a la esclavitud que ella me proponía. Al hacerlo sentí
alegría.
La Voz me fue dirigiendo y a ella me entregué en cuerpo
y alma. Sé que de mí surgieron los hilos sutiles
que en aquella cárcel me esclavizaron, pero no pude
hacer nada para impedirlo, la Voz los dirigía y yo
fui fiel a sus normas. Al final quedé constreñido
en un espacio miserable. La oscuridad y tristeza en la que
se confinó mi vida fue en aumento. No te preocupes,
afirmaba siempre la Voz, tu perfección exige
este sacrificio. Y en aquel ataúd permanecí
tanto tiempo que ahora me parece una eternidad.
¡Dios mío, cuántos continúan aún
presos en esas mortajas! Pero yo no fui uno de ellos. Un día
me rebelé. Tapé mis oídos a los clamores
de la Voz y a dentelladas me abrí un túnel hacía
la libertad... y escapé... y ahora doy por bien pasado
todo cuanto padecí. Si no hubiera seguido a la Voz,
seguiría siendo un gusano. Y si, en su momento, no
la hubiera desobedecido, estaría condenado a permanecer
como una eterna y amojamada crisálida. Pero no ocurrió
de esa manera. Supe obedecer y desobedecer a tiempo, por lo
que ahora soy una gran mariposa, libre, hermosa y envidiada
por todos cuantos aman la belleza y la libertad.
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