FUERA
Y DENTRO A LA VEZ
CAMINO, 3 de mayo de 2004
Ante todo os agradezco la creacion de esta web que une a
tanta gente y tiene tanta vitalidad. En ella he encontrado
experiencias tristes pero procedentes de personas maravillosas
que lucharon por un ideal de vida, aunque se sintieron defraudadas
por quienes se lo ofrecieron. Es también una web donde
lo humano, el cariño, la comprensión, brillan
de forma especial después de haber brillado por su
ausencia tanto tiempo. No llegué a pertenecer a la
Obra, ni siquiera (menos aún) como colaboradora (pienso
que son los peores) pero sí viví una fuerte
experiencia con ella, pues estudié en la Universidad
de Navarra. Me salvó del Opus el haber estudiado antes
en un instituto público, donde tuve muy buenos profesores,
de letras, además, de los que te hacen pensar. Por
eso más que nada flipé con lo que
vi allí, encima en un ámbito universitario.
Era como jugar a las casitas, como dice mi madre, lo cual
tenía su encanto, lo malo es que el juego muchas veces
era equivocado y siempre en serio.
Me fastidiaba sobre todo la manipulación, que nos
ocultaran cosas y el que cortaran una amistad que empezaba
a tener con una numeraria y que prometía frutos (no
una vocación mía de numeraria, sino simplemente
los de la amistad), más en un momento en que acababa
de salir de casa y estaba sola.
En la Obra notaba que despreciaban todo lo de fuera, hasta
pronunciaban de distinta manera los nombres de las residentes
del colegio de las que pertenecían a la Obra. Nuestros
nombres los pronunciaban con un pelín de asco, casi
imperceptible, pero que se notaba. Las cosas más grandes
del colegio las tenían que hacer las numerarias y a
las demás se nos tenía vedado casi hasta hacer
obras de caridad. Era una manera, pensaba, de hacer palanca
para las que no pertenecíamos, perteneciéramos.
Era un mundo con todas sus normas, lleno de belleza externa
y de fuerza, por su unidad, como una bola de fuego que quemó
a mucha gente. Mientras unas brillaban y eran como las estrellas
del colegio mayor, otras que también pertenecían
a la obra, pero eran, a lo mejor, agregadas, estaban en la
sombra, brillaban menos que las que éramos residentes,
porque esas ya estabn dentro y no importaban.
Recuerdo a una chica agregada que estaba siempre como dormida
porque tenía depresión, pero no la ayudaban,
al menos no por parte de la dirección, que eran las
que tenían más responsabilidad. He de reconocer
que a mí sí me ayudaron algunas, al menos en
lo que pudieron, aunque el apoyo más fuerte lo recibí
fuera de la Obra. Las numerarias eran muy disciplinadas y
laboriosas, invertían tiempo en los demás, dejaban
allí todas sus energías, su juventud. Pero aquello
era muy estrecho para ser habitable.
Sobre todo me molestaba el exceso de formalidad y la falta
de afectos. Estos estaban desprestigiados hasta en la relación
con Dios. Se separaba mucho entre afectos, sentimientos, razón
y sólo la razón era válida. Tengo que
decir que si he salido adelante fue gracias a la referencia
del exterior y mi fe siguió viva o mejor dicho, se
renovó, gracias a otros católicos.
Quería compartir con vosotros mi testimonio, porque
aunque no he pertenecido a la Obra, he convivido con ella
y quisiera aportar algo también. Como a todos los demás
la Obra me ha marcado. Es un estilo o no sé cómo
llamarlo. Un sello, dicen algunos simplemente. Lo mejor de
la obra quizá es la convivencia con los demás,
que da lugar a tantas anécdotas, como las que nos cuenta
Satur. Vista desde
fuera es curiosa su forma de relacionarse con el exterior
y sus fuertes choques, signo de habitar otro mundo, con otras
leyes, como el de Don Quijote.
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