INTRODUCCIÓN A LAS CARTAS DE ESCRIVÁ DE BALAGUER DE 25 DE ENERO DE 1961 Y DE 25 DE MAYO DE 1962

Lucas, 5 de marzo de 2010

 

Estas Cartas pretenden explicar, en clave fundacional, el cambio institucional que se produce en el Opus Dei, alrededor del año 1960, en cuanto al tipo de espiritualidad propugnado por su fundador y a su configuración jurídica. En efecto, la Próvida Mater Ecclesia supuso para la organización de Escrivá la aprobación jurídica definitiva. La Próvida considera a los institutos seculares como una nueva forma jurídica del estado de perfección, en la que los miembros se santifican mediante la práctica de los consejos evangélicos en medio del mundo. El mismo Escrivá (cf. Conferencia de Escrivá de 17.dic.1948: La Constitución Apostólica “Provida Mater Eclessia” y el Opus Dei) expone cómo los institutos seculares son el último eslabón de la evolución del estado de perfección en la Iglesia (Ver Índice y texto de la esta conferencia, que cito en el Anexo I). Pero Escrivá, sorprendentemente, propone a partir del año 1958 (cf. Carta Non ignoratis) un cambio institucional con la excusa de que la figura de Instituto Secular no se adecua a su fundación.

En consonancia con este cambio de actitud, en la carta de 1961 exhibe la opinión contraria a la que mantenía en su intervención de 1948, afirmando: La Obra, hijos míos, no es un eslabón al final de esta cadena. No ha venido a ser un nuevo estadio de la vida religiosa o de perfección. Es un eslabón de otra evolución: la que el Espíritu Santo vivificador ha ido infundiendo en el laicado católico (Carta de 25 de enero de 1961, n.9). La conclusión es que el fundador no debió de tener muy claro su carisma, presuntamente recibido de Dios en 1928, pues primero dice que el Opus Dei es un estado de perfección, el último eslabón de evolución de dicho estado, y, como acabamos de señalar, al cabo de unos años afirma lo contrario: Lo que a nosotros el Señor nos pide, no es que cambiemos nuestro estado de simples fieles, de clérigos o laicos seculares, por el status perfeccionis, sino que —con la ayuda de Dios repetiremos estas mismas ideas cuantas veces sea necesario— cada uno de nosotros busque la perfección cristiana dentro precisamente de su propio estado y condición de vida (Carta de 25 de mayo de 1962, n. 91).

Ignoro qué ha podido ocurrir entre el año 1956, en que miembros eminentes del Opus Dei intervienen como conferenciantes en el Congreso de Perfección y Apostolado, Madrid 1956, siendo admitida pacíficamente por la institución hasta ese momento la figura de Instituto Secular como adaptada al carisma de la Obra, y el año 1958, en que el fundador escribe la Carta Non ignoratis cambiando completamente de postura. En cualquier caso, todo esto resulta sumamente extraño. Y, en mi opinión, no es suficiente la explicación que nos han dado de que algunos institutos seculares adoptaron formas de institutos religiosos. Y no es suficiente porque Álvaro del Portillo declara que dando libertad la Próvida Mater Ecclesia para que los institutos seculares se organizasen sin vida común, sin votos, con independencia económica de los miembros, etc., el Opus Dei opta por mantener los votos y el régimen de vida más riguroso (cf. Álvaro DEL PORTILLO, Constitutio, formae diversae, institutio, regimen, apostolatus, Institutorum saecularium, en Acta et documenta Congressus generalis de stativus perfectionis, Romae 1950, II, Roma, Librería Internazionale Pia Societá San Paolo, 1952, p. 289-303 (296-7) y que más se parece a los religiosos, aunque sin llevar hábito. Si Escrivá hubiera tenido claro lo que supone un espíritu laical y que no eran el último eslabón del estado de perfección, hubiera optado por el régimen de instituto secular más acorde con ese espíritu de santificación en medio del mundo. Además, al llegar la prelatura tampoco cambiaron en nada el régimen de vida que llevaban los miembros del Opus Dei como Instituto Secular y, en lo que se refiere a los votos, se sustituyeron por compromisos jurídicos que en el fondo son lo mismo pero con otro nombre.

Por otra parte, si al ser erigido el Opus Dei como Instituto Secular Escrivá hubiera tenido también claro que el estado de perfección no era adecuado a su carisma, lo más lógico es que no hubiera permitido a los directores y directoras máximos de la institución, junto con eminentes canonistas de la misma, participar en el mencionado Congreso de Perfección y Apostolado, Madrid 1956, donde todos exponen las lindezas de los nuevos institutos de perfección, descendiendo a detalles sobre el modo de vivir la obediencia y otras cuestiones espirituales tal y como se practicaban en la Obra. ¿Qué pintaban los directores en un congreso como ese si no estaban de acuerdo con su situación jurídica? De hecho, en la Carta de 1958, una vez decidido el cambio institucional, Escrivá afirma que ellos nunca participaron en reuniones sobre estados de perfección: ... para que no pudiera originarse ni difundirse ninguna falsa opinión sobre nuestra vocación específica, nunca quisimos -con conocimiento de la Santa Sede- formar parte de las federaciones de religiosos, o asistir a los congresos o asambleas de los que se dice que están en estado de perfección (Carta Non ignoratis, 1958). En este sentido también hay que señalar la intervención del fundador en el Congreso General sobre el Estado de Perfección, Roma 1950.

Seguramente el cambio institucional mencionado se deba al descubrimiento por parte de Escrivá de la teología del laicado durante la década de los cincuenta, pero, sobre todo, al atractivo de las prelaturas nullius y de la Misión de Francia como una solución jurídica óptima para el Opus Dei por su inclusión en la estructura jerárquica de la Iglesia y, por lo tanto, como un modo de ser nombrado obispo. No olvidemos que en 1955 él pidió por tercera vez ser obispo, esto es, jerarca de la Iglesia, y la Santa Sede se lo negó, por lo que es probable que iniciase otro camino para lograr ese objetivo al que le impulsaba su personalidad narcisista. Esto es lo que parece sugerir la petición formal que Escrivá dirigió a Juan XXIII, el 7 de enero de 1962, pidiéndole un cambio de estatuto jurídico para el Opus Dei. En ella sugiere dos posibles soluciones jurídicas: A) Dar al Instituto una organización similar a la de la Misión de Francia. Se trataría de erigir el Instituto en Prelatura Nullius, proveyéndole de un territorio, aunque fuera puramente simbólico, en el que los sacerdotes serían incardinados; y que las Constituciones ya aprobadas del Instituto fueran el derecho propio por el que se rigiera la Prelatura. B) Confiar al Presidente del Instituto, que es elegido de por vida, una Prelatura Nullius (ya existente o por crearse) con la facultad aneja de incardinar a los sacerdotes del Instituto en dicho territorio, que podría ser la Casa Generalicia (Bruno Buozzi, 73) o un pequeño territorio de una diócesis cercana a Roma (cf. Anexo II). El hecho mismo de querer mantener como derecho peculiar de la Prelatura Nullius las mismas Constituciones aprobadas por la Santa Sede para su erección como Instituto Secular, no resulta comprensible en un contexto de carisma laical.

En cualquier caso, con independencia de estas conjeturas, lo que sí se evidencia con estos cambios institucionales, y con las contradicciones en las palabras del fundador, es que Escrivá no sirvió a un carisma recibido de Dios, porque nunca tuvo claro tal carisma. El “carisma” era su propia voluntad: él era el carismático. Y a pesar de sus conocidas expresiones acerca de su condición de instrumento de Dios para hacer el Opus Dei, él no parece que fuera instrumento, sino artífice.

¿Por qué toda esta historia se ha ocultado a los miembros del Opus Dei y no aparece tampoco en las biografías del fundador, tan prolijas en detalles nimios sobre su vida? ¿Por qué no se ha comentado nada de sus tres intentos de ser nombrado obispo, ni del famoso Congreso de Perfección y Apostolado, Madrid 1956? Se nota que es una faceta de la historia del Opus Dei que más les vale olvidar. Y también se aprecia, que el cambio de planteamiento institucional ocurrido en los años sesenta es tan profundo y compromete tanto su espiritualidad y carisma específico que es mejor ni mencionarlo. Es más, le obligó a redactar, en la década de los sesenta, Cartas e Instrucciones, adulterando las fechas de las mismas para que pareciera que el espíritu era así desde el principio. Y nosotros, mientras tanto, tragándonos confiadamente la explicación de que fue la Santa Sede quien le obligó a emitir votos, porque el fundador no quería ni votos, ni botas; y que el fundador tuvo que ceder, sin conceder…; y otras muchas mentiras en aspectos fundamentales para nuestras vidas.

A continuación voy a citar el Índice y algunos textos de la conferencia del fundador LA CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA “PROVIDA MATER ECLESSIA” Y EL OPUS DEI (Conferencia pronunciada en Madrid el día 17 de diciembre de 1948, sobre la naturaleza del Opus Dei en cuanto estado de perfección evangélica, sus notas comunes con otros modos de perfección y sus caracteres diferenciales, así como los principios en que se basa y las normas de carácter canónico que lo regula).

 

ANEXO I

ÍNDICE

Palabras Iniciales

 

I. El estado de perfección hasta la “Próvida Mater Ecclesia

 

Primera fase: el ascetismo como fruto del Evangelio

Segunda fase: la vida monástica

Órdenes mendicantes y clérigos regulares

Congregaciones de votos simples

Un nuevo tipo del estado de perfección: sociedades de vida común sin votos

Una última forma: la sancionada en la “Provida Mater Ecclesia

Condiciones inherentes al nuevo estado

 

II.- El Opus Dei. Sus notas características

 

Fines del Instituto

Modos y medios de santificación y apostolado

Humildad, alegría y caridad, rasgos esenciales

Los sacerdotes del Opus Dei

 

III.- Dos nuevos documentos pontificios sobre los Institutos Seculares

 

El Motu Propio “Primo Feliciter

La Instrucción “Cum Sanctissimus Dominus

  

“Desde que Cristo invitó a todos a seguirle por el camino de los consejos evangélicos, nació, al menos en sus elementos sustanciales, el estado de perfección, y brotó ya desde los primeros tiempos, con fuerza irresistible en el alma de muchos fieles, el deseo de poner por obra, en cuanto es posible a la naturaleza humana, la perfección de vida trazada por el Evangelio y practicada por el mismo Jesucristo: vida de santidad personal y de actividad apostólica. Esta vida de perfección, reconocida jurídicamente por la Iglesia y regulada en sus elementos esenciales y en otros accidentales añadidos con el transcurso del tiempo, dio origen al estado religioso. […] Hasta ahora -prescindiendo de la moderna discusión sobre la perfección de los c1érigos y de los religiosos- se consideraba el status perfectionis adquirendae como sinónimo del estado religioso, y he aquí que aparece un estado de perfección -con la existencia, por tanto, de una “vocación peculiar de Dios” (Provida)– en el que ninguno de sus miembros son religiosos.

A la luz de esta doctrina sancionada por los documentos pontificios, podemos ya comprender las peculiaridades que -en el orden ascético y jurídico- ofrece el Opus Dei, primer Instituto secular de Derecho pontificio aprobado según las normas de la Constitución Próvida Mater, y que ha sido puesto como modelo de este nuevo tipo de vida de perfección por el Santo Padre Pío XII en el Decretum Laudis, concedido al Opus Dei el 24 de febrero de 1947. ("Mientras que el Opus Dei elevaba estas preces a Nuestro Señor (el Santo Padre) para obtener el Decretum Laudis como Sociedad de vida común sin votos públicos, se preparaba la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclessia. A la clarísima luz este documento fueron atentamente estudiados en la Sagrada Congregación el Instituto Opus Dei y su Constituciones, y de modo especial aquellos aspectos de su ordenación interna, régimen, ministerios y vida común en sentido amplio, que “ardua videbantur ac novitatis speciem  referebant”, y claramente apareció el Opus Dei como modelo de los Institutos seculares.” (Del Decretum Laudis concedido al Opus Dei.)

Fines del Instituto

"El fin general del Instituto es la santificación de sus miembros, por la práctica de los consejos evangélicos y la observancia de las propias Constituciones. El específico es trabajar con todas sus fuerzas para que los intelectuales se adhieran a los preceptos y aun a los consejos de Cristo Nuestro Señor, y que los lleven a la práctica; y de este modo fomentar y difundir la vida de perfección en el siglo entre las demás clases de la sociedad civil y formar a hombres y mujeres para el ejercicio del apostolado en el mundo". (Escrivá, Societas Sacerdotalis Sanctae Crucis et Opus Dei, Romae, 1948, § 2.) 

"Los socios que se consagran temporalmente o a perpetuidad, emiten votos privados, como puede hacerlo otro fiel cualquiera". (Escrivá, loc. cit., § 13)”

 

ANEXO II

 

Transcripción parcial de la Carta de Escrivá al Papa Juan XXIII, de 7 de enero de 1962, solicitando nueva configuración jurídica para la el Instituto Secular “Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus Dei”.

Per la realizzazione di questo scopo, si prospetterebbero queste due vie:

a) Dare all'Istituto una organizzazione simile, mutatis mutandis, a quella della Mission de France (cfr. A.A.S. 46 (1954), 567-574). Si tratterebbe cioé di erigere in Prelatura nullius l'Istituto, fornendogli un territorio, sia pure simbolico, cui i sacerdoti sarebbero incardinati; e dichiarando insieme, in armonia con il can. 319 § 2 (riguardante le Prelature di meno di tre parrocchie) che lo tus singulare, da cui deve essere retta la Prelatura, sono le Costituzioni (giá approvate) dell'Istituto.

b) Affidare al Presidente pro tempore dell'Istituto, che é eletto ad vitam, una Prelatura nullius, (giá existente o da crearsi), con annessa facoltá di incardinare i sacerdoti dell'Istituto al predetto territorio.

Per il territorio che sia in una che nell'altra soluzione sarebbe necessario (necessitate iuris), si indicano a titolo esemplificativo, e subordinatamente: il piccolo territorio dell'attuale sede della Casa Generalizia (Viale Bruno Buozzi 73, Roma); un piccolo territorio in una delle diocesi piú o meno vicine a Roma, ma sempre in Italia, perché ció sembra postulare la natura universale (e spiccatamente romana) dell'Istituto.

Le due soluzioni prospettate non vogliono essere, naturalmente, che a titolo di esempio. La Santa Sede, infatti, nella alta sapienza, saprá anche eventualmente scegliere quelle altre soluzioni che ritenga atte al raggiungimento degli scopi sopra enunciati.

 

ANEXO III

 

CARTAS DE 1961 Y DE 1962

 

(Los textos de estas cartas no están completos. Han sido extraídos del libro El itinerario jurídico del Opus Dei, EUNSA 1989, y llevan sus comentarios)

 

Carta, de 25 de enero de 1961  (citada en Iter jurídico, EUNSA 1989, pp. 327 ss.)

 

Quiero abriros mi corazón, en esta fiesta del Apóstol de las gentes —escribe al principio—, para que os llenéis de agradecimiento, al considerar cómo nos ha ido conduciendo el Señor por este camino nuevo que ha dispuesto con el Opus Dei (...).

"Cuando contemplo el sendero que hemos recorrido desde 1928, me veo, hijos míos, como un niño pequeño delante de un Padre buenísimo. A un niño pequeño no se le dan cuatro encargos de una vez. Se le da uno, y después otro, y otro más cuando ha hecho el anterior. ¿Habéis visto cómo juega un chiquillo con su padre? El niño tiene unos tarugos de madera, de formas y de colores diversos... Y su padre le va diciendo: pon éste aquí, y ese otro ahí, y aquél rojo más allá... Y al final ¡un castillo! Pues así, hijos míos, así veo yo que me ha ido llevando el Señor ludens coram eo omni tempore: ludens in orbe terrarum (Prov. VIII, 30 y 31), como en un juego divino. Y al final de este maravilloso juego ¿no veis qué fortaleza más hermosa ha salido?: opus sanctum, bonum, pulchrum, amabilel, una Obra suya, con todo este colorido, con toda esa variedad de formas y perfiles, que son reflejo de la Bondad de Dios (nn. 1 y 2)

Este es el modo divino de hacer las cosas: una primero y otra después, guiando los pasos, utilizando causas segundas, mediaciones humanas. (...) ¿Veis?, una gracia primero, un encargo después: con una divina selección de tiempos, de modos y de circunstancias. Así ha ido el Señor haciendo su Obra: primero una Sección, después otra, y después —nuevo don— los sacerdotes. Y en cada aspecto de nuestro camino, en cada frente que había que ganar en esta hermosa guerra de paz, el Señor me ha tratado siempre así: primero esto, después aquello  (n. 2).

Una novedad, antigua como el Evangelio, que hace asequible a personas de toda clase y condición —sin discriminación de raza, de nación, de lengua— el dulce encuentro con Jesucristo en los quehaceres de cada día (n 4)

el estado religioso, hijos míos, no lo podía aceptar para nosotros, porque difiere —por su ascética, por sus medios y por sus fines específicos— de la ascética, medios y fines que Dios, en su providencial designio, quería para su Obra (nn. 5-6)

(En párrafos sucesivos se detiene a comentar y fundamentar esa distinción, señalando las peculiaridades de uno y otro camino. En primer lugar, el estado religioso es "fruto de la evolución histórica de unas formas de vida peculiares", en las que la perfección cristiana se convierte "para el religioso no sólo en el fin al que debe tender, sino en un peculiar y típico modo de vida, objeto de profesión". La llamada a la perfección, así entendida, comporta "no sólo la obligación de vivir cuanto Jesucristo aconsejaba, sino de vivirlo de una determinada manera: muriendo para el mundo, y entendiendo por mundo no sólo lo que puede fomentar las tres concupiscencias, sino también el estado de vida, los afanes, trabajos y ocupaciones negotia saeculariade los demás fieles, que no tienen esa peculiar vocación". Es ésa —concluye- ­la "base teológica" a la que corresponde en el plano jurídico, "la creación de un status", es decir, "un estado público", objeto de "una determinada regulación positiva": en suma, el estado religioso, tal y como lo recoge el Código de Derecho Canónico) (Iter p. 329; carta nn. 7-8)

La Obra, hijos míos, no es un eslabón al final de esta cadena. No ha venido a ser un nuevo estadio de la vida religiosa o de perfección. Es un eslabón de otra evolución: la que el Espíritu Santo vivificador ha ido infundiendo en el laicado católico, haciendo madurar su conciencia por saberse llamados también ellos —los simples fieles, los laicos corrientes— a participar, activamente y según una forma propia, en la única misión santificadora de la Iglesia; sin que por eso abandonen su condición de laicos ni su plena inserción en las estructuras de la ciudad temporal.

Dios quiso promover su Obra como una primicia de esta voluntad divina, como un medio para hacer oír esta llamada a la responsabilidad del laicado, para urgir a hombres y mujeres, de toda clase y condición, a vivir con plenitud su vocación cristiana, y para facilitarles —con espíritu específicamente laical y una peculiar dirección pastoral— un modo y un camino concreto de alcanzar ese fin, sin que abandonaran el estado ni la forma de vida que, por disposición divina, tienen en la Iglesia y en la sociedad civil.

No es, pues, nuestro camino, hijos míos, un alargamiento del estado religioso, para adaptarlo a determinadas circunstancias de permanencia en el mundo, exigidas por razones pastorales. Es otra cosa.

Podemos decir que, ascéticamente, se invierten los términos: lo que en la vida religiosa es óbice u obstáculo para seguir a Jesucristo según la propia vocación, en la Obra se hace camino: la occupatio negotiorum saecularium, que para quien profesa la vida religiosa dificulta el cumplimiento de su fin, para nosotros es precisamente el medio sine quo non, el único modo para ejercer un apostolado específico y para santificarnos.

“El trabajo es para nosotros el eje, alrededor del cual ha de girar todo nuestro empeño por lograr la perfección cristiana", "el carácter peculiar de la espiritualidad del Opus Dei está en que cada uno debe santificar su propia profesión u oficio, su trabajo ordinario; santificarse, precisamente en su tarea profesional; y, a través de esa tarea, santificar a los demás" (nn. 9-10)

(La cita ha sido larga. Y, sin embargo, necesaria, para mostrar el fundamento que explica y da sentido a la contraposición entre "estado de perfección" y "perfección en el propio estado") (Iter, p. 330)

"me habéis  oído decir que deseamos que desaparezcan de nuestra vida" (n 15) (se refiere a cualquier tipo de votos, privados o públicos)

"Los consejos del Señor, hijos míos, sería muy difícil contarlos. O se reducen a uno, que es precepto y no consejo —¡el Amor!—, o se habrá de contar, para cada virtud, el consejo de la generosidad en su ejercicio. (...) Sin embargo, comprendo muy bien —porque amo la tradición vieja, la sabiduría antigua de la Iglesia, cuando legisla— que esas tres virtudes, que crucifican tan directamente las tres concupiscencias capitales, hayan sido y sean el núcleo esencial y el instrumento principal de la vida de perfección evangélica de los religiosos. Pero el Señor ha querido que, en la Obra, esas mismas virtudes —que tanto amamos— se injertaran en todo el tejido peculiar de nuestra ascética. De modo que la pobreza, la castidad y la obediencia no tienen en el Opus Dei —como ya os he recordado- la tipicidad formal que adquieren en la vida religiosa" (nn. 52-53).

"No se puede olvidar que fenómenos diversos, ascéticos y pastorales, requieren un planteamiento y unas soluciones jurídicas distintas también. Nadie, hijas e hijos míos, nos puede llamar tozudos porque insistamos en estas ideas, que a vosotros os resultan tan evidentes y tan elementales, que repetirlas os parecerá quizá machaconería" (n 72)

 

Carta del 25 de mayo de 1962  (citada en Iter jurídico, pp. 338 ss.)

 

(En esta Carta de 1962 —dirigida a quienes ocupaban en el Opus Dei cargos de gobierno, central, regional y local, o posiciones de particular relieve (n. 3)—, no sólo resume los puntos y cuestiones expuestos en Cartas anteriores, sino que plantea con toda nitidez las diversas facetas del problema institucional del Opus Dei, declarando que lo hace movido, como en ocasiones precedentes, por su conciencia de Fundador, pero agudizada ahora por la experiencia de las dificultades recién encontradas y —así lo manifiesta expresamente— por haber cumplido ya sesenta años, y animado a la vez por la seguridad de que cuenta con la oración de sus hijos, que llevan tanto tiempo implorando de la misericordia de Dios esa intención especial del Fundador) (Iter pp 338-339; Carta n. 1)

 

"Cuántos días —cuántas noches también— el motivo de esa acción de gracias son las innumerables pruebas que me dais del fervor con que todos consummaíi in unum (loann. XVII, 23)— imploráis del Señor que sea preservada la naturaleza genuina de nuestra vocación secular y laical, que nada tiene que ver con la de los religiosos: ni por el origen histórico, ni por el espíritu específico que nos es propio, ni por el modo peculiar de vivir; ni por el orden lógico de las virtudes cristianas, que hemos de cultivar; ni por la manera de la acción apostólica; ni por la forma de resolver los problemas que se presentan: que si a personas que no calan en la naturaleza de nuestra Obra alguna vez puede parecer que son los mismos, no lo son, ya que hay que plantearlos y resolverlos con procedimientos muy diferentes" (n. 2)

"nuestro deseo, nuestro deber de preservar intacta la naturaleza específica de la vocación que Dios nos ha dado, nos llevaba, nos lleva y nos seguirá llevando con incansable perseverancia, a ofrecer innumerables Santas Misas, que se cuentan por muchos millares; y también innumerables sacrificios personales y el mérito de nuestro trabajo profesional diario, por esta común intención que tan ardientemente deseamos ver realizada: que nuestra Santa Madre la Iglesia dé a la Obra una nueva situación jurídica, de modo que lo que no somos de facto —un Instituto Secular— no lo seamos tampoco de iure. (...) Por eso hoy debo deciros que me conmueve la fervorosa unidad de mis hijos, perseverantes unanimiter in oratione (Act. I, 14), perseverando unánimemente en la oración, y esa vigorosa fidelidad con la que —a través de vuestro trabajo ordinario— vivís, hasta en los más pequeños detalles, la espiritualidad secular y laical propia de nuestra llamada divina al apostolado". "Ante tanta fidelidad, unidad y delicadeza de espíritu, siento fuertemente el deber de conciencia —que me parece ser a la vez caridad de Padre, prudencia de gobernante y lealtad de hombre— de abriros con sencillez mi corazón, para comunicaros los sentimientos de comprensión y de confianza de los que, por gracia de Dios, se encuentra lleno" (nn. 3-4)

"sabréis hacer también eco inteligente, en el alma de todos mis hijos y de todas mis hijas, de lo que voy a deciros" (n. 4)

(El espíritu del Opus Dei) "es dar testimonio de Cristo y confesarlo delante de los hombres, pero —al revés que los religiosos- precisamente manteniendo intacta una comunión de vida con los fieles corrientes, que son vuestros iguales, tan perfecta y tan sincera, que no admite ningún grado de separación o de segregación. (...) Para compartir con entrañable solidaridad humana y cristiana los problemas, los trabajos, los nobles afanes de los hombres,  no necesitamos hacer rarezas: nos basta ser fieles a nuestra vocación de hijos de Dios, personalmente dedicados al servicio de la Iglesia, siempre con la condición expresa de no ser religiosos ni equiparados a los religiosos, en el lugar que ocupamos en la vida, cada uno en el suyo, respondiendo a una especial llamada divina, a una vocación, que el Espíritu Santo ha querido promover, enriqueciendo con un  nuevo carisma la Santa Iglesia" (nn. 5-6)

"La vocación a la Obra —os he enseñado desde el principio y lo repetiré muchas veces— no viene a sacar a nadie de su sitio"  "Por eso, esta peculiar dedicación de cada uno al conseguimiento de los fines apostólicos del Opus Dei, no podrá nunca significar un cambio de status, del estado que cada uno tiene en el momento de esa llamada divina: de su condición de simple fiel ante la Iglesia. (...) Porque lo mismo que la vocación cristiana, el Bautismo, no altera ni violenta, sino que eleva la naturaleza humana, así la llamada a la Obra —que lleva sencillamente a actualizar y desarrollar los dones del Bautismo, permaneciendo cada cristiano en su estado secu­lar— no altera ni violenta nuestra condición de vida" (nn. 7-8)

"Sois vosotros, hijos míos, llenos de buen espíritu, incansablemente trabajadores, los que habéis hecho realidad esta siembra universal de enseñanza vivida" (manifiesta después de haber recordado los frutos ya producidos por la labor apostólica del Opus Dei. Y añade:) "Por estas razones, desde la hondura de mi pobre vida, me limito a tratar de amaros con toda mi alma —pido a Dios que me juzgue solamente por el Amor que le tengo y por el amor que os tengo— y a adoctrinaros con la mayor solicitud posible, según aquella enseñanza de la Escritura Santa en la que he buscado siempre la medida de mi fidelidad: que las palabras, que hoy te ordeno, estén en tu corazón. Las inculcarás a tus hijos, las meditarás cuando estés en casa, cuando estés por la calle, cuando estés acostado y cuando estés en pie (Deut. VI, 6 y 7).

"Comprended hasta qué punto os comprendo; con cuánta sinceridad comparto vuestro vibrante deseo de que nada altere ni enturbie la naturaleza secular y laical de nuestra vocación, que es la razón misma de mi vida y de la vuestra, y el medio apto para la fecundidad del apostolado que desarrollamos en servicio de la Santa Iglesia, y para nuestra santidad personal" (n. 10)

(El Opus Dei) "con su jerarquía universal y su espiritualidad específica, constituye dentro del género de la espiritualidad laical —pienso que decirlo no es falta de humildad, sino dar gloria a Dios, de quien viene todo bien— un poderoso fermento para mover al laicado católico a asumir la responsabilidad eclesial, que le es propia en todos los quehaceres nobles del mundo" (n. 13)

"Comprendo bien, por eso, que junto al desasosiego ante el temor de que pueda alterarse o violentarse la naturaleza genuina de nuestra vocación, os manifestéis también preocupados por las dificultades prácticas que vais encontrando en la realización de nuestras labores apostólicas, personales o corporativas, en medio de la sociedad civil, si esa sociedad os considera como religiosos." "Por ejemplo, sé que a no pocos os han negado en vuestros respectivos puestos de trabajo el derecho a ejercer la profesión, o han sido promovidas contra vuestra tarea profesional excepciones más o menos públicas de legitimidad (precisamente por asimilarlos a los religiosos o por aplicarles la legislación que a ellos les corresponde) (nn. 14-15)

"lo que a nosotros el Señor nos pide, no es que cambiemos nuestro estado de simples fieles, de clérigos o laicos seculares, por el status perfeccionis, sino que —con la ayuda de Dios repetiremos estas mismas ideas cuantas veces sea necesario— cada uno de nosotros busque la perfección cristiana dentro precisamente de su propio estado y condición de vida"  (n. 91)

(Esa razón de su vida se traduce en) "el gravísimo compromiso de defender la integridad de nuestra espiritualidad, de nuestra vocación secular y de nuestra condición de simples fieles"

"Si yo personalmente tengo —ante la Iglesia— el derecho a no tener derechos, de cara a Dios Señor Nuestro tengo el deber de poner todos los medios limpios sobrenaturales y humanos para cumplir la Santa Voluntad de Dios, en lo que concierne al establecimiento de su Obra, tal como El me la ha dado a entender" (n. 26)

"Yo no puedo enterrar el talento (Matth. XXV, 25), porque no quiero que el Señor me lo quite, con justa indignación: no puedo dejar que se ahogue, que se impida, el fruto apostólico de la Obra de Dios" (Ibid., n. 27)

(Afirmación de aquel periodista londinense, que le entrevistara en 1959: el Opus Dei es como "una entidad corporativa de hombres maduros de muchas naciones, inspira­da en principios a la vez nuevos y elementales"). "Vosotros sabéis tan bien como yo —comenta— que precisamente nuestra riqueza está en esos principios nuevos, porque difieren de la doctrina común sobre el estado de perfección; y elementales porque se fundan en la común responsabilidad humana del trabajo: ya que el hombre fue creado ut operaretur (Genes. II, 15); en la llamada común de todos los cristianos a la perfección, según las palabras del Señor: estote ergo vos perfecti sicut et Pater vester cáelestis perfectus est (Matth. V, 48); y en un apostolado sencillo y vibrante como el de los primeros fieles de la Iglesia.

"Esos principios nuevos y elementales son la substancia de nuestra llamada divina, el objeto de mis desvelos y de vuestros desvelos, para que no venga a menos la fidelidad que debemos a lo que Dios quiere de nosotros. Para mí, especialmente, ese deber de vigilancia, con el fin de que no se desnaturalice —para que no se destruya— la realidad de nuestra vocación secular, es un deber grave de conciencia. Y sé que de su cumplimiento deberé dar estrecha cuenta a Dios" (n. 27)

(Ese contexto le lleva a presentar la cuestión institucional como cuestión acuciante, de justicia, ya que los miembros del Opus Dei acudieron a la Obra con conciencia y con vocación de cristianos corrientes, y no pueden ser llevados hacia un camino distinto)Porque vosotros habéis venido a la Obra, os habéis comprometido a dedicaros plenamente al fin apostólico y santificador del Opus Dei, abrazando una vocación completamente distinta de la vocación religiosa” (...). "Para mí (...) no es sólo un problema de fidelidad al querer divino, sino también de justicia con vosotros todos. (...) Antes de admitiros en la Obra, también por razón de justicia, a cada uno de vosotros se os explicó bien —para que vuestra decisión fuera consciente y libre— que no ibais a ser religiosos ni personas equiparadas a los religiosos. Se os dijo que conservaríais en todo vuestra íntegra personalidad y vuestra condición de laicos corrientes, que en nada ibais a ser segregados o separados de los demás hombres, que están en el mundo y son iguales a vosotros; que, al venir al Opus Dei, no cambiaríais de estado, sino que continuaríais con el que tuvierais; y que vuestra vocación profesional y vuestros deberes sociales seguirían siendo parte integrante de la vocación divina que habíais recibido" (n. 33)

"¿Cómo podría yo ahora cometer la iniquidad de obligaros a seguir una vocación diversa? No, no podría exigiros eso de ninguna forma, y ni siquiera podría pediros —recurriendo a argumentos poco leales, que violenten la libertad de vuestras conciencias— que renovéis vuestro compromiso con la Obra, abrazando una vocación que no es la que hemos recibido de Dios.

"Ni yo puedo hacer eso con vosotros, ni nadie puede hacer eso conmigo. (...) Eso —además de ser humanamente una villanía— sería una falta grave contra la moral cristiana, contra la ley divina positiva y aun contra la misma ley natural.

"En toda la legislación y la praxis eclesiástica no hay ninguna norma o principio que pudiera justificar una tal tiranía. Os ruego que consideréis que os hablo con toda sinceridad y claridad, pero también con maduro pensamiento. No soy un joven que escribe a la ligera: tengo —voy teniendo— muchos años encima, y Dominus prope est (Philip. IV, 5): para mí el juicio del Señor está cerca" (n. 34)

"Hay en mi alma una gran devoción a San Francisco, a Santo Domingo, a San Ignacio; pero nadie en el mundo me puede forzar a hacerme franciscano, dominico o jesuíta. Como nadie me puede obligar a tener mujer, a que me case (...). En la vida espiritual cuenta la gracia de Dios, su voluntad, su querer, que señalan un camino y una misión. (...) ¿Quién podrá cambiar esa vocación divina?

"El derecho natural, el derecho divino positivo, la moral cristiana y los derechos adquiridos se opondrían —repito— a una violencia de ese tipo, defendiendo la libertad de las conciencias" (n. 35)

(El Opus Dei se acogió en 1947 a la legislación de Institutos Seculares, obteniendo) "un reconocimiento jurídico que, salvando las peculiaridades de nuestra vocación secular, nos permitiese tener la jerarquía interna universal, imprescindible para el necesario crecimiento y para la coordinación de nuestros apostolados"; "solución jurídica que, aunque fue de compromiso, entonces aseguraba suficientemente lo que la Obra necesitaba. Y la Obra creció y se extendió rápidamente por todo el mundo". "Hoy —como vosotros notáis muy bien, y yo he recordado nuevamente en esta carta— ya esa solución es incapaz de garantizar las peculiaridades de nuestra vocación específica" (n. 36)

(Es necesario —concluye—) "que solicitemos perseverantemente una solución jurídica clara —basada en el derecho ordinario de la Iglesia, y no en privilegios— que definitivamente garantice la fidelidad a nuestra vocación, que asegure y fortalezca el espíritu del Opus Dei y la fecundidad de nuestros apostolados en servicio de la Iglesia Santa, del Romano Pontífice, de las almas" (n. 36)

"Quienquiera que desee ir adelante ha de contar sinceramente con todo el pasado. Y ese pasado nos enseña con completa claridad que, aunque en nuestro Ius peculiare he procurado dejar siempre bien salva la plena secularidad (...), eso ya no basta para defender la naturaleza laical de nuestra espiritualidad y de nuestros apostolados" (n. 45)

"Se ha dicho, hijos míos, que la Iglesia es Cristo confiado en manos de los hombres. (...) Me parece oportuno recordaros ahora esta naturaleza a la vez divina y humana de la Iglesia Santa, porque nosotros hemos de confiar este deseo nuestro de fidelidad a la vocación recibida, en manos de esos hombres en quienes Cristo mismo se confía. Y quiero —y os pido con toda el alma— que meditéis, como también yo medito, en esa forma de abandono humilde y esperanzado con que Cristo realiza este divino acto de confianza” (n. 60)

"Os confieso que esas posibles dificultades nunca me han inquietado. Me limito a pedirle al Señor que, si esos obstáculos alguna vez se diesen, El haga que nosotros tengamos la posibilidad de dialogar, de poder exponer en la sede y en el momento oportunos, las muchas razones que gracias a Dios tenemos para demostrar la rectitud de intención que nos anima, la eficacia de nuestro servicio y la legitimidad de lo que deseamos" (n. 68)

"No excluyo, hijos míos, que pueda haber quienes —con una concepción insuficiente, acientífica, del derecho eclesiástico— se comporten como si ya conociesen y tuviesen perfectamente regulada toda esa profundidad y riqueza de los dones de Dios, como si hubiesen ya catalogado definitivamente todos los caminos, todas las modalidades de la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia”.

"Tengo que deciros, hijos míos, que esas personas existen, y que son —a mi juicio— los responsables del desprecio que, por desgracia, muchos sienten hoy por la lex ecclesiastica. Porque esos falsos doctores se comportan como si el carisma naciera de la norma jurídica, como si el traje engendrara el cuerpo, como si la forma precediera a la materia" (n. 76)

"En estas fases preliminares del próximo Concilio Ecuménico Vaticano II —por el que todos nosotros, en fervorosa unión de intenciones con el Santo Padre Juan XXIII, estamos pidiendo la asistencia especial del Espíritu Santo, y ofreciendo diarias mortificaciones— se dedica particular atención al tema del laicado: a su espiritualidad y a su misión apostólica.

"¡Si vierais cuánto me alegro de que el Concilio vaya a ocuparse de estos temas, que desde el año 1928 llenan nuestra vida! Doy gracias a Dios Nuestro Señor, por la parte que la Obra —su vida, su espiritualidad, sus apostolados— haya podido tener, junto con otras beneméritas Asociaciones de fieles, en la provocación de este fenómeno de profundización teológica, que sin duda traerá grandes bienes a la Iglesia. Y agradezco también al Señor que haya dado ocasión a varios hermanos vuestros de colaborar directa e intensamente en estos trabajos" (n. 92)

"Hijos míos, ya comprenderéis bien que no se trata en absoluto de intentar forzar la decisión de la Santa Sede, ni tampoco de polemizar con quienes sean llamados a estudiar este problema. (...) Hijas e hijos míos, he servido y amado a la Iglesia y al Papa con todo el ardor de mí corazón; y a veces, en la presencia del Señor, considero que este amor y este servicio opere et veritate (I loann. III, 18), con pruebas externas de realidad y de verdad— son tan grandes como las del alma que más ame y más sirva.

"Pienso, por eso, que nadie podrá honestamente dudar de la rectitud de intención con que acudiremos de nuevo, a la hora oportuna, ante la Santa Sede. A ella someteremos con ilimitada confianza filial los motivos y las razones que tenemos, para hacer viable primero y, después, más eficaz nuestro mejor servicio a la Santa Iglesia y a las almas"  (nn.  94-95)

"Y si, junto a la exposición de este problema espiritual —que afecta a la esencia misma de nuestra vocación—, sugerimos y razonamos también la solución técnica que juzgamos más adecuada, es porque queremos evitar que nadie nos englobe, con superficial apreciación del problema, en el grupo de ésos que el realismo administrativo de la Curia Romana da a veces en llamar misticismos proféticos, creadores de imaginarios problemas insolubles". "No, hijos míos —prosigue—; bien sabéis vosotros que no es ése nuestro caso. No inventamos problemas, ni pretendemos soluciones imposibles.

"Tenemos, ciertamente, clara conciencia del carisma grande —don de Dios, thesaurus absconditus (cfr. Matth. XIII, 44)— con que la misericordia de Dios ha querido llenar y transformar nuestra vida". "Pero esa vocación específica, secular y laical, no es una construcción imaginaria, o un falso misticismo, ni tampoco una idea profética, nacida y anidada en la inteligencia de un estudioso de teología, sin más consistencia real que la abstracta de una idea.

"Nuestra vocación es una realidad viva, encarnada en la diaria existencia de muchísimas personas de condiciones, naciones, lenguas, y razas tan distintas, que, dispersas por el mundo, trabajan en servicio de la Iglesia, creen, aman y rezan, trabajan, sonríen y, mientras sirven siempre por amor de Jesucristo, esperan.

"Este es el realismo de nuestra vocación y, por tanto, del problema verdadero que la fidelidad a esa vocación plantea, que nos lleva ardientemente a desear la solución jurídica definitiva necesaria, que humildemente sugerimos" (nn. 95-96)

 

(Ese poner todos los medios, esa insistencia, es) "un problema de conciencia: no quiero que se condene mi alma, ni las vuestras, por no suplicar y pedir filialmente, por ser yo con vosotros canes muti, non valentes latrare (Isai. LVI, 10); como perros mudos, que no se atreven a ladrar, defendiendo el tesoro de su Señor" (n. 96)

"¡No admitáis, pues, ningún pensamiento de duda o de temor! Estad seguros: lo que queremos es de Dios, y va bien para servirle en todas las circunstancias, porque no somos sólo para esta edad, sino para cualquier época, para cualquier lugar" (n. 99)

"Cuantas veces razono sobre mi pequeñez y sobre el prodigioso desarrollo de la Obra en el mundo, siempre llego a concluir con este pensamiento, que tanto me ayuda a descansar en Dios: un hombre solo, y menos yo, no puede hacer esto: digitus Dei est hic (Exod. VIII, 19); aquí está bien clara la mano de Dios.

"De nuevo, hijos míos, en este momento crucial de la fundación de la Obra, ante ese modo razonable de movernos para salvar la naturaleza específica de nuestra vocación, el Señor nos llena el alma de paz y de certeza; y nos recuerda fui tecum in ómnibus ubicumque ambulasti (II Reg. VII, 9)—  que ha estado siempre a nuestro lado, desde el primer día, aun en medio de las más tremendas tormentas" (n. 100)

"¡Hijos míos! Con renovado amor a la Iglesia Santa, vamos a hacer lo que sobrenatural y humanamente podemos, para proporcionar a esta muchedumbre de la Obra —de la que somos directamente responsables— el pan de su fidelidad a la vocación. ¡Lo demás lo hará el Señor! Repetidle: ecce nos reliquimus omnia, et secuti sumus te, quid ergo erit nobis? (Matth. XIX, 27). Señor, haz una de las tuyas: que se vea que eres Tú" (n. 102)

 

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