PARA LA CAUSA DE BEATIFICACIÓN
Y CANONIZACIÓN DEL SIERVO DE DIOS
ISIDORO ZORZANO LEDESMA
DEL OPUS DEI
VI.-FE
56.-Vivía de la fe.-El Siervo de Dios vivía de la fe;
en él era esta virtud profunda, constante y creciente desde su niñez. De
familia cristiana y educado en colegio de religiosos, el Siervo de Dios fué
creciendo en la fe recibida en sus primeros años con la frecuencia de
sacramentos, con su vida de oración, con la lectura espiritual, de tal manera
que siempre, en medio de la actividad más intensa, sabía conservar un profundo
recogimiento, sólo posible por el hábito de una fe viva, operativa, heroica.
Profesaba una fe inconmovible en todas las verdades reveladas, firmemente sumiso al magisterio de la Santa Iglesia, teniendo verdadero horror a todo lo que pudiera enturbiar, en lo más mínimo, la pureza de esta fe.
Su vida de entrega y sacrificio
fué una vida de fe llevada hasta sus últimas consecuencias.
Todo lo cual será probado por testigos dignos de fe
por haberlo visto, oído o leído, o que lo saben por ser cosa pública y notoria,
los cuales indicarán, además, sus fuentes de información.
57.-Deseos
de profundizar en las verdades de la
fe . Bien
instruido en las verdades de la fe, el Siervo de Dios se esmeraba en aumentar y
profundizar tanto en el conocimiento de las verdades dogmáticas y morales como
en el de la vida espiritual.
Para ello y para crecer en su
vida interior, hacía todos los meses Retiro espiritual con el Fundador, aunque
le fuese necesario en los primeros años de su vocación realizar un pesado viaje
desde Málaga a Madrid. Asimismo, como recuerdan sus hermanos, todos los años
hacia Ejercicios espirituales con extraordinario fervor.
-38-
Procuraba también instruir a los
demás. Desde los comienzos de su vocación manifestó gran entusiasmo, siguiendo
la costumbre y espíritu del Opus Dei, por la enseñanza del Catecismo, y
propagaba la afición a la catequesis entre los estudiantes.
Todo
lo cual, etc.
58:
Lectura del Evangelio y de libros espirituales. El Siervo de Dios tenía gran amor al
Evangelio; todos los días dedicaba a su lectura buen espacio de tiempo. Ya
enfermo grave, pedía que se lo leyeran, e indicaba exactamente el pasaje en que
había quedado el día anterior. Cuenta un compañero suyo, que estaba a su lado
un día en que le llevaron el Viático: «A primera hora de la mañana ha venido el
Padre a traerle el Viático. Pero antes me había dicho: Esperemos al Señor
leyendo el Evangelio y las Epístolas».
Además, todos los días leía
algún otro libro espiritual: Santos Padres, Santa Teresa, etc. En Málaga
llevaba siempre a las excursiones algún libro de lectura espiritual
-especialmente la Imitación de Cristo-, y en su habitación, sobre la mesa de
trabajo, era fácil encontrar vidas de santos.
Durante toda su enfermedad, y ayudado
por sus hermanos, fué fiel a esta lectura diaria, escogiendo sobre todo los
libros que trataban de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Cuando le llevaban
algún libro nuevo experimentaba gran alegría. En cierta ocasión en que le
entregaron dos libros espirituales, dijo el Siervo de Dios: «Estupendo. Déjalos,
déjalos. Y llévate, si no te molesta, todo lo que encuentres de lectura profana».
Todo
lo cual, etc.
59.-Su espíritu
de oración.-Admirable fué el espíritu de oración
del Siervo de Dios. Vivía de continuo en la presencia del Señor, que a veces le
absorbía por completo. Y aunque su espíritu de oración no se interrumpía
-39-
a lo largo de todo el día, jamás omitió la
oración mental establecida en el plan de vida de los socios del Opus Dei.
En la pensión de Málaga donde se
hospedaba, recuerdan haberle encontrado en alguna ocasión completamente
abstraído delante de un Crucifijo.
Durante el difícil periodo de la
guerra, nunca abandonó la oración, y además ayudó eficazmente a que sus
hermanos fuesen fieles a esta práctica. Todos los días, durante mucho tiempo,
les iba a ver en las Embajadas o escondites en que se encontraban. Y ocultos
en cualquier parte, hacían la oración con frases del Fundador recogidas por
escrito o que el Siervo de Dios repetía de memoria.
Los estudiantes que convivieron
con el Siervo de Dios en la Residencia de Universitarios que los socios del
Opus Dei establecieron en la calle de Jenner, después de la guerra, asocian el
recuerdo del Oratorio a la figura del Siervo de Dios, «haciendo la oración
junto al Sagrario, al lado de la Epístola, en el banco del fondo, con mucha
reverencia y devoción».
Todo
lo cual, etc.
60.-Durante
su enfermedad.-Este
espíritu de
oración lo conservó el Siervo de Dios en su enfermedad, hasta en los momentos
de mayor angustia. Antes de ingresar en el Sanatorio, sólo podía arrodillarse
con mucha dificultad, y, sin embargo, hacía la oración de rodillas.
En el Sanatorio tenía siempre a
su alcance un libro para ayudarse en la oración mental; era él quien pedía a
los que le acompañaban que hiciesen juntos su rato de oración.
Poco antes de su muerte, estando
con él el Fundador, se quedó dormido el Siervo de Dios; llevaba entonces una
larga temporada sin poder dormir ni de día ni de noche por los dolores y la
sensación constante de asfixia. Cuando al poco rato despertó, miró en seguida
el reloj e hizo un gesto de contrariedad. El Fundador le preguntó:
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«¿Qué te ocurre?» -«Que se me ha pasado el
tiempo sin comenzar la oración», respondió. -«Pero Isidoro: ¿no estás haciendo
oración todo el día y toda la noche?» -«Es verdad, Padre -repuso el Siervo de
Dios con una naturalidad y sencillez admirables-, pero el horario he de
seguirlo como en casa, y a esta hora están haciendo oración mis hermanos».
Todo
lo cual, etc.
61.-Daba
gracias al Señor.-Con frecuencia hacía el Siervo de
Dios actos de amor y de desagravio, y elevaba su corazón al Señor para darle
gracias por todos los beneficios recibidos; conservó esta costumbre y aún la
intensificó durante su enfermedad, pues su espíritu de fe le hacía ver en sus
sufrimientos la Voluntad de Dios. Postrado en el lecho repetía, al menos cada
media hora, su acción de gracias, al oír las campanadas del reloj.
De modo muy especial hablaba de
la vocación a la Obra, considerándola como la mayor gracia que el Señor había
podido concederle, y en conversaciones con sus hermanos insistía sobre la
necesidad de agradecerla continuamente.
Todo
lo cual,
etc.
62.-Espíritu
de fe en sus conversaciones.-Todos los pensamientos del Siervo de Dios eran
presididos por el espíritu de fe. Sabía así dar sentido sobrenatural aún a la
conversación más intrascendente. En una ocasión fueron a visitarle algunos
jóvenes recién admitidos en la Obra; el Siervo de Dios se puso muy contento con
esta visita, viendo en aquellas nuevas vocaciones la realidad de la expansión
cada vez mayor del Opus Dei. Y comentó después sonriendo al que le acompañaba,
que eso sólo «se conseguía a fuerza de zurriagazos».
Son palabras suyas a otro de sus
hermanos jóvenes: «A medida que se va profundizando en la Obra se va viendo
cómo interviene la mano de Dios en todo. Lo estamos
-41-
viendo: es el Señor quien lo hace. Por eso la
condición para dar fruto es la fidelidad al Señor».
En otra ocasión en que hacía la
oración con el texto de San Juan: «...a fin de que cualquiera cosa que
pidiereis al Padre en mi nombre os la conceda» (Ioan., 15,
16), se dirigió
al acabar al que le que le acompañaba y le dijo, con una expresión de fe
extraordinaria: «Con el Señor somos invencibles».
Todo
lo cual, etc.
63.-En
sus deseos y acciones.-La fe era el móvil de todas sus
acciones. Y gracias a este espíritu tenía una facilidad extraordinaria para
ocultarse y para desaparecer. Estaba en todo a fuerza de pasar inadvertido: como
la sal, daba sabor sin aparecer.
Su actitud en el Oratorio era
fiel trasunto de su vida de fe. Con la mirada fija en el Sagrario, permanecía
inmóvil sin que nada le distrajese; y verle hacer una genuflexión ante el
Tabernáculo daba idea suficiente de su espíritu de fe. Su carácter siempre
igual en el trato con todos, su tranquila firmeza, la serenidad que reflejaban
sus actos, son explicables tan sólo por una fe muy viva y muy actual. Este
mismo espíritu procuraba comunicar a los demás, sobre todo mediante la práctica
de la oración. Desde Málaga escribía a uno de sus hermanos: «¡Qué de beneficios
podemos obtener de la oración! : no la dejes, es la llave que nos abrirá todas
las puertas, es la gota de agua que acaba por horadar la roca».
Todo
lo cual, etc.
64.-Levantaba
el corazón a Dios.-El Siervo de Dios sabía
referirlo todo a Nuestro Señor: el frío, al que era tan sensible; el intenso
calor del mediodía, cuando iba y venía apresuradamente de su trabajo durante su
estancia en Málaga; la lluvia, el cansancio después de una agotadora jornada o
una larga excursión. En todo veía la santa y amable Voluntad divina.
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Este mismo espíritu de fe le
llevaba a levantar su corazón a Dios siempre que se ponía en contacto con la
Naturaleza. Amaba el campo, y de la belleza de las cosas se sabía remontar con
facilidad y prontitud a Dios, Creador del cielo y de la tierra. En sus
excursiones se le veía a veces alejarse del grupo bullicioso de sus compañeros,
sentarse solitario en un cerro y permanecer largo tiempo extasiado con la vista
fija en el horizonte, en íntimo contacto con Dios.
La misma visión sobrenatural del
Siervo de Dios se manifestaba en los detalles más pequeños y en las ocupaciones
más humildes. Cuando enseñaba a otros miembros de la Obra el modo de llevar la
contabilidad de una casa, interpretaba sobrenaturalmente todos los detalles: «A
otros les pedirá el Señor otra cosa -decía-, pero que ahora nos pide a nosotros
es que llevemos bien estas cuentas, y hay que llevarlas al céntimo porque ésta
es su Voluntad». Y no era difícil descubrir que en esta fidelidad amorosa a lo
pequeño había alcanzado su santificación.
Todo
lo cual, etc.
65.-Santa
Misa (I).-Desde
su infancia tuvo el Siervo de Dios gran devoción a la Santa Misa, y ya en
Ortigosa de Cameros eran manifiestas la compostura y atención con que asistía
al Santo Sacrificio.
Durante su estancia en Málaga oía diariamente la Santa Misa, a muy temprana hora, e impresionaba la devoción con que la oía, sin que la inclemencia del tiempo fuese jamás obstáculo para cumplir con esta costumbre. Así le recuerdan la dueña y el servicio de la pensión en que vivía.
En sus rápidos viajes a Madrid,
cuando estaba en Málaga, no dejaba de levantarse muy temprano para ir a Misa a
la iglesia del Cristo de la Salud, a pesar del cansancio del viaje de toda la
noche precedente.
En medio de la persecución
religiosa del Madrid rojo, puso todo su esfuerzo e ingenio para oír Misa y
comulgar con la mayor frecuencia posible; él se encargaba de
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encontrar a los sacerdotes y de arreglarlo
todo. Gracias al Siervo de Dios pudieron celebrarse misas gregorianas por un
pariente de uno de sus compañeros, muerto en el frente. En los últimos meses de
la guerra encontró el procedimiento para oír Misa diaria.
Todo
lo cual, etc.
66.-Santa Misa (II).-Ya después de la guerra,
para no faltar a la puntualidad en su trabajo, que comenzaba muy temprano,
después de haber hecho su oración mental, oía Misa de madrugada, incluso en el
invierno más riguroso.
Cerca de la casa en que vivía el
Siervo de Dios había un asilo, y alguien le preguntó por qué no iba a la Misa
que allí se celebraba, con lo cual podría levantarse media hora más tarde y
sufrir menos las inclemencias del tiempo. El Siervo de Dios contestó que en ese
caso tendría que comulgar antes de la Misa y dar gracias precipitadamente para
poder llegar a tiempo a su trabajo; por eso prefería madrugar e ir a otra
iglesia más distante, en la que además -decía- el Sacerdote celebraba muy
despacio, por lo que se le podía seguir muy bien.
La Santa Misa no era para él un
acto aislado: toda su vida interior se centraba en el Santo Sacrificio. Por las
tardes leía las oraciones de la Misa del día siguiente, y dirigía todos sus
actos a preparar la próxima Comunión. «Lo interesante -decía en cierta ocasión-
es que nosotros sepamos hacer de nuestro día una Misa».
Todo
lo cual, etc.
67.-Las
Comuniones del Siervo de Dios.-Su espíritu de fe se demostraba asimismo en el
gran amor que tenía a Jesús Sacramentado, al que deseaba recibir ardientemente
en la Comunión.
Ya en su infancia logró, tras
mucho insistir, permiso de su madre para recibir la Primera Comunión a los ocho
años. En aquella época no era costumbre recibirla tan pronto.
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Durante el período rojo, no
solamente procuraba comulgar todos los días, sino que se esforzaba en que otros
pudieran recibir al Señor. A causa de la persecución y la consiguiente escasez
de Sacerdotes, después de consultar a. las autoridades eclesiásticas, algunos
seglares fueron autorizados para llevar consigo y distribuir la Sagrada Forma.
El Siervo de Dios tuvo la inmensa dicha de llevar frecuentemente la Comunión a
sus hermanos escondidos.
Durante su enfermedad recibía la
comunión diariamente. «Gracias que recibo al Señor todos los días -decía-. Es
una ayuda extraordinaria. El me da la fortaleza. Si no, no podría resistir los
momentos de abatimiento. El me da fuerzas para seguir la lucha».
Todo
lo cual, etc.
68.-Amor
a la Eucaristía.-De su devoción al Señor Sacramentado son también
muestras sus frecuentes Comuniones espirituales, visitas al Santísimo y sus
saludos al Señor al entrar y salir de casa. En Málaga se le veía con mucha
frecuencia ante el Sagrario en la iglesia del Santo Cristo.
Cuidaba que no le pasara
inadvertida la proximidad de ninguna iglesia cuando iba por la calle, para
saludar interiormente al Señor Sacramentado, logrando hacer de su camino un
continuo «asalto» de Sagrarios.
Este mismo amor le hacia desear
vivamente la erección de nuevos Oratorios en las casas del Opus Dei. Deseo que
se manifestaba en su enfermedad ofreciendo muchos sufrimientos por los
Sagrarios que estaban a punto de ser erigidos; y cuando se enteraba de que en
alguna población había un nuevo Sagrario de la Obra, su alegría era inmensa.
Decía en una ocasión: «He recibido una carta muy simpática, muy cariñosa... un
Sagrario más en Barcelona. Y otro pronto. ¡Qué hermoso!» «Hay que pedir mucho
al Señor para tener en seguida un Sagrario en Bilbao. Pero para eso hay que
crecer en vida interior. Hay
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que sacrificarse. Mirad los de Barcelona: se
lo han ganado a pulso».
Todo
lo cual,
etc.
69.-Extremaunción.-En la recepción de este Sacramento
se manifestó el gran espíritu de fe del Siervo de Dios. Decía al Fundador:
«Padre, ¡qué buena es nuestra Santa Madre la Iglesia! Para cada momento tiene
el remedio oportuno». El Fundador le encargó que pidiese al Señor que, cuando
en su día le administrasen a él la Extremaunción, hubiese la misma santa
alegría que entonces. Más parecía tratarse de una fiesta que del último auxilio
a un moribundo.
El Siervo de Dios comentaba:
«Cuando en el mundo se administra la Extremaunción, ¡qué duelo y qué lágrimas!
Aquí, ¡qué alegría y qué paz! Sólo por eso merece la pena vivir en la Obra». Y
después de recibir el Sacramento, dijo que se había quedado muy tranquilo,
porque «ayuda mucho», añadió.
Todo
lo cual, etc.
70.
-Devoción a la Sagrada Pasión-Era tema frecuente de las meditaciones del Siervo
de Dios la Pasión de Nuestro Señor. Tenía especial devoción al pasaje de la
Oración en el Huerto.
Su lectura espiritual durante
gran parte de su enfermedad fué «La sagrada Pasión», del P. La Palma; cuando
terminaba de leer el libro lo volvía a empezar para aprender de Jesucristo a
identificar sus sufrimientos con la voluntad del Padre: «Cuanto más larga sea
la prueba, mejor; nos purifica más -decía-. Hemos de purificarnos con el dolor.
¡Bendito sea el dolor!, como dicen aquellas palabras de «Camino». ¿Te acuerdas?
¡Qué hermosas son!».
Seguía con frecuencia el
Vía-Crucis. Y en su enfermedad tenía a mano, sobre la mesa de noche, un pequeño
-46-
cuadro con la representación de las catorce
estaciones, que le había llevado el Fundador.
Todo
lo cual, etc.
71.-Devoción
al Crucifijo.-En su trabajo levantaba con frecuencia el
corazón y la mirada a Jesucristo crucificado. Llevaba continuamente un Crucifijo
consigo, que tenía entre sus manos o debajo de la almohada mientras dormía, y
que colocaba encima de su mesa durante el trabajo.
En su enfermedad tenía siempre
el Crucifijo junto a sí, y frecuentemente lo sostenía en sus manos. Los que por
entonces le acompañaban recuerdan que se quedaba largo rato mirándole
fijamente, por entero abstraído, y que estas miradas se hicieron más frecuentes
el día de su muerte. A veces pedía que le dejaran recogerse un poco, y durante
largo espacio de tiempo permanecía con el rostro muy tranquilo y la vista fija
en el Crucifijo que tenia entre las manos.
En el Sanatorio de San Fernando
pidió que le colocaran otro Crucifijo enfrente, además del que tenía a la
cabecera de la cama; de esta manera podía contemplarlo mejor.
Todo
lo cual, etc.
72.
-Devoción al Sagrado Corazón.-Su espíritu de fe se manifestaba también en una
devoción y amor extraordinario al Corazón amoroso de Jesucristo.
En sus tiempos de Málaga
frecuentaba la iglesia del Sagrado Corazón, y con frecuencia hablaba del gran
amor que Cristo había demostrado a los hombres. Se entusiasmaba con las escenas
del Evangelio, en las que el Señor mostraba su amor y comprensión con los
pecadores y con los apóstoles, todavía llenos de flaquezas.
Este amor no era puramente afectivo.
En junio de 1941, época de grandes contradicciones para la Obra, el Siervo de
Dios, con permiso de sus Superiores, tomaba disciplinas
-47-
extraordinarias en honor del Sagrado Corazón,
a fin de que cesaran aquellas persecuciones; y ello durante todo el-
mes dedicado especialmente a su culto.
Todo
lo cual, etc.
73.-Devoción a la Virgen (I).-Otra prueba del
extraordinario espíritu de fe del Siervo de Dios era su devoción a la Virgen
Nuestra Señora. A Ella atribuyó su vocación con estas palabras: «Tenía una fe
ciega en nuestra Madre común, la que nos dejó Cristo, una de sus mejores
herencias; mis oraciones diarias llegaron a conmoverla, intercediendo por mi».
Hablaba con mucha frecuencia a
sus hermanos de la devoción a la Virgen, especialmente con ocasión de
necesidades urgentes de la Obra.
Contaba poco antes de su muerte a un hermano suyo detalles de los principios de la Obra: «No teníamos -decía- ni casa, ni ropa, ni bien alguno...; sólo el amor y fe en la Santísima Virgen, que poco a poco nos iba sacando de las dificultades. Vosotros que sois jóvenes habéis tropezado con la Obra en camino y hasta floreciente; pues todo eso que veis es fruto del gran Amor que la Señora nos profesa. Tenemos que quererla con toda nuestra alma, con un amor infinitamente mayor que todos los amores de la tierra. ¡Qué bien se ha portado Ella con nosotros!».
Todo lo cual, etc.
74.
Devoción a la Virgen (II).-Cumplía todas las prácticas de amor a la Virgen propias del Opus
Dei, con una fidelidad conmovedora. Rezaba todos los días las tres partes del
Santo Rosario, aplicando este rezo por intenciones concretas de la Iglesia, de
la Obra, de sus hermanos, etcétera.
Su extremada piedad edificaba y
conmovía a los que le trataban.
Durante su enfermedad siguió
practicando aquella devoción, e incluso en los momentos en que le era imposible
-48-
hablar, seguía mentalmente el Santo Rosario
que otro recitaba a su lado.
Llevó siempre el escapulario del
Carmen y utilizaba con frecuencia libros de lectura espiritual que aumentasen
su amor y devoción a la Señora. En el mes de mayo, llevado por su amor hacia
Ella, practicaba mortificaciones extraordinarias y visitaba con espíritu de
desagravio y de amor un Santuario de la Virgen. Todos los años hacia una novena
a la Inmaculada Concepción, aumentando en su obsequio la oración y la mortificación.
Todo lo
cual, etc.
75.
Devoción a la Virgen (III).-Otra manifestación de su devoción a la Señora eran las
frecuentes miradas que dirigía a la imagen que tenía en el dormitorio y en su
cuarto de trabajo; no entraba ni salía de una habitación donde hubiera una
imagen de la Virgen sin mirarla y hacer un acto de amor en lo intimo de su
corazón.
Durante la enfermedad se le
notaba muchas veces un recogimiento extraordinario, con frecuentes miradas a la
imagen de la Virgen que tenía sobre la mesa de noche; era precisamente la
Virgen de los Dolores, y el Siervo de Dios decía que mirándola podía llevar los
suyos con facilidad y alegría.
Como manifestación externa de su
amor, se recuerda que durante el mes de mayo colocaba al pie de esta imagen una
flor, que diariamente renovaba.
Todo lo cual, etc.
76. Devoción a los Angeles Custodios.-Tenía
el Siervo de
Dios una especial devoción a los Angeles Custodios, así como a los Santos
Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Se encomendaba a su Custodio con gran
devoción todos los días; saludaba también a los Angeles Custodios de las casas
de la Obra que frecuentaba, y, cuando visitaba alguna población, no dejaba de
dirigir una jaculatoria al Custodio de la ciudad; en sus labores de apostolado
y
-49-
en las ocasiones difíciles se encomendaba al
Angel de la Guarda de las personas que trataba.
En el Madrid rojo de la guerra,
cuando tenía que realizar visitas o gestiones de peligro, se encomendaba a su
Angel Custodio para que le sacara con bien de la empresa. Así, por ejemplo,
recomendaba que se pusiese en manos de los Custodios el arriesgado asunto de la
presentación militar y el interrogatorio correspondiente ante los encargados de
la recluta roja, de unos miembros del Opus Dei cuyas quintas habían sido
llamadas hacía casi dos años y que, después de estar en cárceles y Embajadas,
intentaban llegar a la línea del frente rojo para poderse pasar a la zona
nacional.
En una ocasión tuvo que hacer el
Siervo de Dios una gestión en cierto Consulado. El cónsul le hizo una pregunta
peligrosa a la que no contestó, sin que el cónsul, por su parte, insistiese en
preguntar. «Cuando salimos -dice el que le acompañaba- se lo hice notar, y me
dijo Isidoro: es que no convenía contestarle y yo encomendé a los Custodios que
no volviera a interrogarnos».
Todo
lo cual, etc.
77.-Devoción
a los Santos.-Tenía especial devoción a San
José, al que se encomendaba diariamente como maestro de la vida interior, y al
que invocaba al comenzar y terminar sus ratos de oración mental. Practicaba la
devoción de los siete domingos y honraba al Santo de un modo especial durante
el mes de marzo y el día de su fiesta. En la víspera del 19 de marzo
acostumbraba a pedir Vocaciones para el Opus Dei por intercesión del Santo Patriarca.
Tenía asimismo especial devoción
a los Apóstoles, particularmente a San Pedro, San Pablo y San Juan. Dice en una
carta de 1° de marzo de 1935: «Me acordé yo, el domingo, de San Matías, pues
tengo verdadera predilección por los apóstoles, modelos nuestros, y ellos en
justa reciprocidad
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tienen que corresponder velando por nuestro
apostolado y ayudándonos con sus inspiraciones».
Asimismo era devoto del Santo de
su nombre, al que aconsejaba se encomendaran los trabajos profesionales, por
ser Doctor de la Iglesia.
También tenía gran devoción a
Santa Teresita del Niño Jesús; a una de sus dos hermanas le inculcó esta
devoción dándole a conocer la «Historia de un alma», y enseñándole
prácticamente a encomendarse a ella durante la guerra.
Todo
lo cual, etc.
78.-Devoción
a San Nicolás de Barí.-Tenía
especial devoción a San Nicolás de Bari, a quien encomendaba su labor en la administración de la Obra;
nunca dejaba de invocarle cuando empezaba y terminaba los trabajos de
contabilidad, y recomendaba a los demás que tuvieran gran devoción a este Santo
y le ofrecieran pequeñas mortificaciones, para la favorable marcha de los
asuntos económicos.
Todavía más viva era su devoción
al Santo durante el tiempo de su enfermedad. Una vez en que se le hablaba de lo
mucho que tenía que pedir en el Cielo para la Obra y por todos, dijo en tono de
broma, dirigiéndose al Fundador: «Lo primero que haré es ver a San Nicolás. Yo
creo que no se ha enterado todavía; ya verá usted en cuanto yo vaya allí, cómo
se nota».
Un compañero suyo había pintado
varias imágenes diferentes de San Nicolás. El Siervo de Dios, después de hablar
de su próximo viaje al Cielo, se volvió hacia el que le acompañaba con una
expresión radiante, y dijo: ‘Ahora sabré qué cara tiene efectivamente San Nicolás!»
Todo
lo cual, etc.
79.-Amor
a la Iglesia (I).-Amargamente
se dolía de las ofensas hechas al Señor, a la Virgen, a la Iglesia y al Santo
Padre. Hacía frecuentes actos de desagravio, Dice
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el doctor Justo Martí, que convivió con el
Siervo de Dios en Madrid durante los años anteriores a su enfermedad: «No
recuerdo haber pasado con él una sola vez a pie o en las plataformas de los
tranvías abarrotados de gente, por delante de una Embajada extranjera en la que
había una capilla protestante, que no me recordara la conveniencia de rezar una
jaculatoria o Avemaría en desagravio de aquel sitio en el que se despreciaban
las prerrogativas de la Virgen».
Asimismo le dolía todo cuanto
pudiera suponer pérdida de prestigio para la Iglesia; por eso le producía hondo
sentimiento la conducta de quienes se llamaban católicos y no cumplían con sus
deberes sociales o profesionales, o de aquellos que estaban obligados a dar
buen ejemplo y no lo daban.
En circunstancias en que algunas
personas, cegadas por la incomprensión, atacaban a la Obra, el Siervo de Dios
se llenaba de pena, «no por nosotros -decía-, pues sólo han servido para que
las personalidades de la Iglesia conozcan mejor y amen más a la Obra; lo siento
por los que nos han perseguido, que son también parte de la Iglesia».
Todo
lo cual, etc.
80.-Amor
a la Iglesia (II).-Su amor a la Iglesia le hacía sentir grandes
ansias de extender el Reino de Dios, para la salvación de muchas almas. Aun en
medio de los horrores y tragedias de la guerra, cuando muchos, incluso buenos,
estaban tristes y desesperados, el Siervo de Dios expresaba con naturalidad y
sencillez su grandísima confianza en el Señor, su esperanza y la seguridad de
que Dios pronto habría de sacar de tantos males bienes abundantes para la
salvación de las almas y para la paz de la Iglesia. Vivir lo sobrenatural con
tanta sencillez y naturalidad era indicio impresionante de una fe poco común.
En los comienzos de la Obra,
cuando los medios eran tan escasos que apenas permitían cubrir los gastos más
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indispensables, su fe y sus
ansias de hacer bien a las almas le llevaban a hablar frecuentemente de lo que
sería el Opus Dei cuando pudiera poner todos los medios modernos al servicio de
las Misiones.
Y pensando en esta expansión de la Obra, en servicio de la Santa Iglesia, el
Siervo de Dios, con ardiente fe y heroico espíritu de sacrificio, después de
obtener el permiso del Fundador, se ofreció como víctima por la Iglesia.
Todo
lo cual, etc.
81.-Amor
a la Iglesia (III).-Se
manifestaba también su amor a la Iglesia en el modo de vivir las ceremonias del
culto y en su gran predilección por las oraciones litúrgicas. En los últimos
días de su enfermedad, ya agonizante, pidió que le llevaran un libro de los
Salmos para empaparse de la oración oficial de la Iglesia y morir según su
espíritu: «Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi» (Ps. 121, 1).
Con cuidado exquisito preparaba
lo necesario para el culto del Oratorio. Dice uno de los que con él
convivieron: «Me impresionaba la minuciosidad con que hacía las cosas pequeñas
y el amor que en ellas ponía. Estaba encargado de llenar de aceite una lámpara
del Sagrario, y siempre estaba pendiente de que ardiera constantemente la
lamparilla».
Cuando, durante su enfermedad,
se le llevaba diariamente la Comunión al Sanatorio, procuraba con extraordinaria
delicadeza que todo en la habitación estuviese en orden y dispuesto para recibir
dignamente la visita del Señor.
Asimismo se mostraba su espíritu
de fe y su amor a la Iglesia en su devoción a los Sacramentales.
Siempre tenía agua bendita, con
la que se santiguaba y rociaba la cama al acostarse. En el Sanatorio conservó
esta costumbre, y como su postración era tan grande que le incapacitaba hasta
para el más pequeño esfuerzo, se hacia rociar la cama con agua bendita y
humedecía luego
-53-
sus dedos para santiguarse. Ni una sola noche
se le pasó por alto esta práctica piadosa, según recuerdan todos los que le
acompañaron en su enfermedad. Hasta el mismo día de su muerte tuvo a mano sobre
la mesita de noche el agua bendita.
Todo
lo cual, etc.
82.-Amor
a las Reliquias y a las Indulgencias.-También era grande su amor a las
reliquias, en especial a la Vera Cruz, a la que profesaba gran veneración. En
su enfermedad tenía continuamente cerca de sí una reliquia, de Santa Teresita
del Niño Jesús, que había sido proporcionada por Sor Celina, hermana de la
Santa, y en su cartera llevaba consigo un trozo de la sotana del Sumo Pontífice
Pío X.
La gran estima que tenía el
Siervo de Dios de las Indulgencias, es prueba asimismo de su vivo espíritu de
fe. Aprovechaba cuantas ocasiones se le presentaban para lucrarlas, con
frecuencia en sufragio de las almas del Purgatorio. Ofrecía a diario sus
trabajos y mortificaciones por estas almas, a las que encomendaba especialmente
en el Memento de la Santa Misa.
Su amor a las Indulgencias le
hacia besar con gran respeto y devoción la cruz de palo, indulgenciada, que, en
memoria de la Cruz del Señor, hay en las casas del Opus Dei. Uno de los que
convivieron con el Siervo de Dios, edificado por esta costumbre, dice: «Pronto
comprendí su vida interior al verle besar la cruz de palo: lo hacía siempre con
gran fervor, y sin rutina; imaginé su deseo de verse clavado en la cruz
solitaria por amor al Señor y a la Obra».
Todo
lo cual, etc.
83.-Amor
al Sumo Pontífice.-La fe del Siervo de Dios se manifiesta también
en el gran amor al Santo Padre, como Vicario de Jesucristo y cabeza visible de
la Iglesia. Todos los días, según el espíritu de la Obra, encomendaba
-54-
con gran fervor su persona e intenciones:
«Oremus pro beatissimo Papa nostro...», moviendo a devoción a cuantos le oían.
En los meses de septiembre y
octubre del año 1933 hizo el Siervo de Dios un viaje a Roma para ganar el
Jubileo, muy ilusionado por la ocasión que se le presentaba de conocer
personalmente al Santo Padre, de recorrer aquellas ruinas llenas de recuerdos
del heroísmo de los primeros cristianos y visitar la capital del orbe católico.
Fué recibido en audiencia por Su Santidad, conservando toda su vida el recuerdo
de esta gracia, de la que hablaba con frecuencia.
Hacía extensiva esta respetuosa
veneración al Nuncio de Su Santidad en España, en quien veía la prolongación de
la paternal autoridad del Papa. Con ocasión de haber celebrado un día la Santa
Misa en una de las casas del Opus Dei, el señor Nuncio se enteró de la
enfermedad del Siervo de Dios y dijo que al día siguiente celebraría la Misa
por él. Este exclamó, lleno de alegría, al saberlo: «¡Así da gusto estar
enfermo!».
Todo
lo cual, etc.
84.-Amor
a la Jerarquía de la Iglesia.-El hábito de fe del Siervo de Dios se
manifestaba asimismo en la veneración y filial cariño que profesaba a la
Jerarquía de la Iglesia, devoción manifestada ya desde su niñez.
Diariamente pedía por el Obispo
del lugar, sin omitir nunca esta costumbre, y cuantas veces hablaba de los
Prelados de la Iglesia lo hacía con gran amor y veneración.
Durante la enfermedad vivió aún
más intensamente, si cabe, esta unión a la Jerarquía de la Iglesia. No
desperdiciaba una sola ocasión para inculcar a los demás este amor filial hacia
los Obispos en comunión con la Santa Sede: «Hay que pedir mucho por ellos
-decía-; tienen mucha carga encima». Pero su amor no se manifestaba solamente
con palabras y afectos, sino también con obras.
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Frecuentemente hacía
mortificaciones por la persona e intenciones del señor Obispo de la Diócesis,
llegando durante su enfermedad a extremos extraordinarios. El Fundador le pidió
una vez que ofreciera por el señor Obispo de Madrid alguna de las molestias que
sufría, y el Siervo de Dios, no contento con ello, dejó de tomar unas gotas,
único remedio para poder dormir algo. En otra ocasión, como la angustia y
ahogos le hiciesen sudar abundantemente, rehusó que le secasen el sudor, «pues
lo estaba ofreciendo -dijo- por el señor Obispo de Madrid».
Todo
lo cual, etc.
85.-Amor a los Sacerdotes y
religiosos.-El Siervo de Dios
mostró gran veneración por los Sacerdotes, como representantes de Dios, y de
modo muy especial por el Fundador de la Obra, Monseñor D. José María Escrivá de
Balaguer.
Sentía
asimismo esta veneración hacia todos los religiosos, y por eso participó con
entusiasmo en obras de apostolado dirigidas por aquéllos. Así, por ejemplo, la
labor con los niños que cuidaban las Madres Adoratrices y sus trabajos en el
Asilo del Niño Jesús, fundado por el P. Aycardo, S. J., del que hablaba con
gran afecto. Tanto es así, que impresionó a cuantos le vieron velar el cadáver
de este religioso, el día de su fallecimiento, y dirigir el Rosario arrodillado
en medio de todos los niños, absorto en profunda meditación.
En su
enfermedad ofrecía frecuentes mortificaciones y sufrimientos por sus hermanos
en el Opus Dei que se preparaban para el Sacerdocio, inculcando en cuantos le
visitaban este deseo de pedir y mortificarse por ellos.
Todo
lo cual, etc.
86.-Espíritu
de fe en la relaciones con sus superiores.- Virtud que vivía el
Siervo de Dios de una manera especialísima era la fe en sus superiores, y de
modo muy particular en el Fundador. Aunque había sido compañero
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suyo en
los estudios de Segunda Enseñanza y tenían la misma edad, movido por su
espíritu de fe, le demostró en todo momento una ilimitada veneración y amor, y
el rendimiento más absoluto.
En
cuantos le rodeaban procuró infundir este mismo amor y espíritu de filiación,
cuyo recuerdo conservan muy grabado los que le trataron.
De
idéntica manera vivía la fe en los demás superiores, como representantes de
Dios, sin tener para nada en cuenta su edad o condiciones personales, y aun
cuando muchas veces fuesen mucho más jóvenes que él.
Todo
lo cual, etc.
87.-En
el trato con sus hermanos.-El Siervo
de Dios vivía de 1a fe. Y este espíritu lo llevaba también al trato con sus
hermanos en el Opus Dei, con los que procuraba vivir la Comunión de los Santos.
Infundía a los demás su espíritu de oración y de fe mediante sus
conversaciones, sus cartas y su sobrenatural manera de obrar.
Recuerda
uno de sus hermanos el gran efecto que le producía la conversación con el
Siervo de Dios, cuyas palabras, llenas de fe, penetraban profundamente en su
alma: «Mi fe se agigantaba al ponerse en contacto con la suya». Y escribe otro,
a propósito de una conversación con el Siervo de Dios: «Me habló con profundo
entusiasmo de la verdad de la promesa del ciento por uno, al dejar las cosas de
este mundo. Se veía que hablaba por propia experiencia, como quien palpa la
recompensa de sus sacrificios y renuncias».
Todo
lo cual, etc.
88. La fe
heroica en su vocación.-Mostró el Siervo
de Dios su hábito heroico de la virtud de la fe en seguir su vocación. En los
momentos primeros y más difíciles de la Obra, cuando hacía falta mucha fe, el
Siervo de Dios lo entregó todo. Hoy, después de la aprobación pontificia, la fe
para corresponder a la vocación en el Opus
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Dei no es distinta de la que se exige para
seguir cualquier otro camino de perfección; entonces, cuando aún no se veía
nada hecho, se necesitaba una fe superior. La del Siervo de Dios fué desde el
primer día operativa: no se limitó a creer, se dió por completo.
Todo
lo cual, etc.
89.-En
su perseverancia-Su perseverancia en la vocación demuestra la firmeza
de su fe. Aislado en Málaga, cuando exteriormente apenas se veía algo de la
Obra, nunca le faltó la fe en el Opus Dei ni en el Fundador. Sus agotadores
viajes a Madrid, con el solo objeto de pasar un día al lado de aquél, prueban
de un modo claro y patente el heroísmo de su entregamiento.
«Estos viajes tan rápidos -dice
uno de sus hermanos- le suponían dos noches seguidas en el tren. Y recuerdo que
por aquella época el Padre me ponía a Isidoro como ejemplo, más de una vez,
cuando me hablaba de entregamiento y de fe en nuestro camino».
El 4 de abril de 1935 escribía
el Siervo de Dios desde Málaga: «Pídole al Señor que nos dé perseverancia. Me
explico por qué los primeros discípulos le pedían al Señor Fe, mucha Fe: es el
escudo en el que han de estrellarse nuestros desasosiegos y decaimientos. Al
saber que todo lo hacemos por El, sin satisfacción inmediata terrena, en
cumplimiento de una voluntad que es la suya, no hay más remedio que rendirse,
convirtiendo las utopías en realidades, en hechos, que también serán para su
mayor gloria; no hay más remedio que irle cercando cada día más con nuestras
oraciones, trabajos, mortificaciones, concesiones voluntarias..., pausadamente,
sin precipitaciones, en la inteligencia de que en cada instante nos dará
siempre lo que más convenga, aunque ello sea, o aparente ser, contrario a
nuestros deseos».
Todo
lo cual, etc.
90.-Fe
en el apostolado de la Obra.-El Siervo de Dios
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tenía gran fe en el apostolado de la Obra: con frecuencia hablaba del gran servicio que haría a la Iglesia y de su expansión por todo el mundo. Hablaba con naturalidad, con pausa, y lograba emocionar a sus hermanos con estas perspectivas y encenderlos en ansias de santidad. Les insistía para que en todo viesen siempre la mano de Dios, «porque nosotros no somos otra cosa que instrumentos, los peores de todos; por eso, siéndole fieles, estaremos dispuestos en todo momento para dar el máximo fruto».
Las mismas dificultades que
encontraba la Obra, en sus primeros tiempos, hasta la muerte del Siervo de
Dios, sirvieron para que aumentara su espíritu de fe. Decía entonces: «En la
Obra todo es providencial».
Todo
lo cual, etc.
91.-Persecuciones
que sufrió por su fe.-El Siervo de Dios sufrió persecuciones por su
religiosidad y fe, y en todas ellas puso de manifiesto un gran
espíritu sobrenatural. A pesar de ser unánimemente estimado en Málaga por
obreros y alumnos, sin distinción de matices políticos, hubo sectarios que
organizaron verdaderas campañas contra el Siervo de Dios por sus ideas religiosas.
Sus actividades para organizar la Federación de Estudiantes Católicos fueron
violentamente atacadas y le ocasionaron muchos disgustos y contrariedades en su
labor profesional y docente. En cierta ocasión, como fuese propuesto para un
destino importante, uno de sus compañeros se opuso diciendo: «¿Qué clase de
ingeniero es éste que va a Misa todos los días?».
Durante la guerra, por su
actuación directiva en la Junta de Acción Católica de Málaga, se llegó a tratar
de darle muerte en una reunión de elementos comunistas y de la Federación
Anarquista Ibérica. La reacción del Siervo de Dios fué alegre y llena de
espíritu sobrenatural en medio de todas estas persecuciones.
Todo
lo cual, etc.
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92.-Su fe heroica durante
la guerra civil.-Había motivos humanos más que suficientes para que
flaquease la fe del Siervo de Dios durante la guerra, cuando tuvo que quedar
como director de sus hermanos en la zona roja. Hallábanse éstos en aquella
época de persecución separados unos de otros, con muy difíciles posibilidades de
comunicación y peligro inminente para la vida de todos. El Siervo de Dios
conservó siempre la misma visión sobrenatural y la comunicaba a sus hermanos.
Recuerda uno de éstos que en
cierta ocasión comentaban «los desastres de la guerra, e Isidoro empezó a hacer
el recuento de los beneficios que, por otra parte, había traído consigo. La
veía de un modo totalmente sobrenatural, como una oportunidad magnífica que
Dios nos deparaba para santificarnos. Sus palabras nos encendían de entusiasmo
y alegría y de agradecimiento a Dios, y nos elevaban muy por encima de las
dificultades y peligros que nos rodeaban».
Todo
lo cual, etc.
93.-En su enfermedad.-Durante
los largos
meses de su enfermedad pudo apreciarse esta fe inquebrantable del Siervo de
Dios. Todo lo hacía con visión sobrenatural, sobreponiéndose en todo momento a
las reacciones humanas. Dominaba la sensación de repugnancia que le producía el
alimento y lo tomaba porque veía en las prescripciones del médico la Voluntad
misma de Dios. Y después, bien avanzada la noche, sin lograr digerir nada,
comentaba: ¡Cómo sufro comiendo! ¡Lo bueno es que no se pierda nada! ¡Qué
visión tan distinta la nuestra!; y desde aquí todavía se ve mejor. Pronto voy a
la otra casa -el Cielo-; la muerte sólo es un cambio de casa».
Fe que comunicaba a los demás, inspirándoles una seguridad extraordinaria. «Era una fe -dice uno de sus hermanos- pegadiza: creaba ambiente de fe. Todos los que le rodeaban sentían el dolor natural de su muerte,
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pero al mismo tiempo una seguridad
desconcertante; mucha pena, pero una pena alegre».
Todo
lo cual, etc.
94.-Ante
la muerte.-Si
el Siervo de Dios vivía de la fe y mantuvo a lo largo de toda su vida el hábito
de esta virtud, no puede sorprender la fe que demostró ante la proximidad de su
muerte.
Desde que tuvo la seguridad de
que moría hasta el último momento, su naturalidad ante la otra vida fué
extraordinaria, como nacida de una fe firme y profunda. Se trataba de partir
para «la casa del Cielo», y lo hacía con tanta naturalidad como si fuese a
realizar un viaje cualquiera.
El Siervo de Dios podía haber
escrito antes de morir el epitafio de su sepulcro: «Vita mutatur, non
tollitur». Su fe en la otra vida y la serenidad con que la esperaba, eran los
mejores testimonios de la santidad de su paso por la tierra. .
Todo lo cual será probado por testigos dignos de fe por haberlo visto, oído o leído, o que lo saben por ser cosa pública y notoria, los cuales indicarán, además, sus fuentes de información.