Breve introducción sobre Leonisa

¡JESÚS MÍO, YO NO PUEDO MÁS!

Leonisa, numeraria auxiliar, 28 de septiembre de 2011

Traducido del texto original en italiano por Haenobarbo

 

Me llamo […] nací el 21 de agosto de 1952 en San Massimo, de la Isola del Gran Sasso, en la provincia de Teramo, donde actualmente he vuelto a vivir.

Conocí el Opus Dei a través de mi hermana, que en 1965 se había matriculado, por consejo de un religioso, en la Escuela Hogar SAFI de Roma, y que al final del curso, en 1968, había pedido la admisión en la Obra como Numeraria Auxiliar, es decir como miembro con dedicación total y destinada a trabajar a tiempo completo en la gestión doméstica de los centros del Opus Dei.

A mi vez, pedí la admisión en el Opus Dei como Numeraria Auxiliar el 27 de junio de 1970, a la edad de 17 años y 10 meses (en ese época se llegaba a la mayoría de edad al cumplir los 21 años). Dado que mi familia no estaba en absoluto de acuerdo con nuestra adhesión a la Obra, como se había visto en el caso de mi hermana, las Directoras me dieron la indicación de ocultárselo.

Lo que me movió a pedir la admisión a la Obra fue el ideal espiritual de santificarme en la vida ordinaria, mediante mi trabajo;  me entusiasmaba la posibilidad de tener una profunda unión con Cristo en el cumplimiento de mis deberes seculares, sin alejarme del mundo, y que esto me permitiera llevar el ideal cristiano a muchas otras personas. Lo que deseo subrayar es que en ese momento no me di cuenta claramente de que, pidiendo la admisión en la Obra como Numeraria Auxiliar, de hecho me disponía a trabajar exclusivamente para la organización, sin posibilidad de elecciones alternativas, y según un criterio que solo con el transcurso del tiempo y lentamente, descubrí que despreciaba absolutamente las más elementales normas de respeto a los derechos humanos, civiles y laborales.

Es parte de los métodos de formación del Opus Dei con las nuevas vocaciones, llevarlas por un plano inclinado para descubrir las exigencias vocacionales, que resultarían excesivamente exigentes si se presentaran todas juntas, motivando cada nueva exigencia  en la generosa adhesión de la persona con la voluntad de Dios.

Por otra parte, no se les hace tener conciencia a las nuevas vocaciones de que se encuentran en un período de discernimiento sino, por el contrario, se les da a entender por todos los medios que, si bien en los primeros años se encuentran en una etapa en la cual la propia entrega debe ser confirmada con las incorporaciones sucesivas, en realidad la vocación se ve de una vez para siempre, que no admite repensarla porque quién pone la mano en el arado no debe mirar atrás, so pena de actuar contra la voluntad de Dios, y que las sucesivas incorporaciones, planteadas como ocasión para adherirse más conscientemente a la llamada divina, de hecho no son otra cosa que meros cumplimientos jurídicos:  viene inculcado que la vocación es para siempre ya desde el primer momento.

Téngase presente que tales comportamientos se emplean con chicas jovencísimas, generalmente de ambientes sencillos, alejadas de la propia familia y de su propio ambiente y completamente inexpertas.  Nuestra situación personal nos llevaba por lo tanto a encontrarnos al final desconcertadas, sin darnos cuenta de toda una serie de razonamientos, motivaciones, sugestiones y presiones que éramos absolutamente incapaces de gestionar y evaluar correctamente.

Mi familia, como he dicho, era completamente contraria.  Durante mi Curso Anual en el verano siguiente en Ovindoli, mi familia, aún no conociendo la ubicación del centro donde vivía, logró encontrarme e hicieron un intento de regresarme a casa. Las Directoras se opusieron enérgicamente y mi familia no tuvo la capacidad de actuar contra el Opus Dei.

En cualquier caso, hice la primera incorporación, la Admisión, el 6 de enero de 1971 a la edad de 18 años, y la incorporación temporal, la Oblación, el 25 de marzo de 1972, a la edad de 19 años; ambas, antes de haber llegado a la mayoría de edad.

El curso de la Escuela hogar que frecuentaba, preveía algunas lecciones teóricas y una mayoría de lecciones prácticas que sustancialmente consistían en la actividad de trabajo doméstico en el Elis, un gran centro masculino del Opus Dei.  Puedo por lo tanto afirmar que mi actividad laboral a favor del Opus Dei se inició en 1968 a los 16 años de edad. En julio de 1970, terminada la escuela, inicié una actividad estrictamente profesional (ya no formativa) en otro centro de la sección masculina en Roma en noviembre de 1971. Esa relación laboral se formalizó por primera vez al contratarme la Fundación RUI.

Ese contrato de trabajo, como era práctica normal para todas las Numerarias Auxiliares en aquella época, fue el expediente jurídico que hizo legal el desarrollo de mi actividad profesional en el Opus Dei que, en realidad, se desarrolló, en el transcurso de los años, en lugares y centros diversos y distantes entre ellos, no todos bajo la responsabilidad de la Fundación RUI.

En septiembre de 1971 fui trasladada a Castello di Urio, donde se encuentra el centro para la primera formación de Numerarias Auxiliares italianas, y ahí recibí el primer sobre con mi paga, que se nos pidió guardar entre nuestros documentos.  En realidad se trataba de una ficción burocrática porque los sobres se nos entregaban vacíos.

Es costumbre en efecto, que los miembros del Opus Dei con dedicación total – Numerarios y Agregados de las dos secciones, masculina y femenina y las Numerarias Auxiliares –, entreguen la totalidad de lo que ganan a la Obra, como un modo de vivir la virtud de la pobreza, tomando después de la caja del centro en el que viven una módica cantidad de dinero para los pequeños gastos (de los cuales deben rendir cuenta mensualmente al Director). 

Pero mientras que quienes desempeñan trabajos externos reciben realmente el dinero que luego entregan a la caja del Centro, nosotras, las Numerarias Auxiliares, no recibíamos de hecho ninguna paga: ésta pasaba directamente de quién daba el trabajo (por la persona jurídica, interpuesta, de una sociedad o similar promovida por ella), a la caja del Centro de la Obra a la cual pertenecíamos.

Luego, las Directoras proveían a nuestras necesidades, siempre según una lógica de gran sobriedad y sacrificio personal. Las Numerarias Auxiliares vestíamos la mayor parte del tiempo uniforme y el pequeñísimo guardarropa que usábamos para las raras salidas, estaba generalmente formado por la ropa desechada por las Numerarias.  Solo rara vez comprábamos alguna prenda de vestir nueva y en ese caso, de mediana calidad.

En la formación que constantemente recibíamos, se insistía en que, por el espíritu de la Obra, lo más importante era la vida de oración pero, cuando se hablaba del trabajo, igualmente se decía que representaba un rol principal porque para nosotros el trabajo era oración. Con estas premisas se nos animaba continuamente a ser generosas al vivir nuestra vocación, entregándonos sin medida en el cumplimiento de las normas del plan de vida y sobre todo en el trabajo ininterrumpido.

Esto significa que nuestra actividad laboral se desarrollaba prácticamente sin pausa, excepción hecha del tiempo dedicado a las Normas (dos medias horas de oración mental, 15 minutos de lectura espiritual, el rezo del rosario, la asistencia a la Santa misa principalmente) y dos breves pausas de descanso común obligatorias: la Tertulia, al final de las dos medias jornadas de trabajo.

Estaba prohibido el reposo después del medio día y cualquier momento de descanso personal. Nuestra jornada debía ser plena y los pocos momentos libres eran consumidos por la actividad apostólica.  Esto era igual en los días ordinarios que para los domingos, que tenían un horario de trabajo apenas reducido pero con muchas otras obligaciones apostólicas o ascéticas.

Los  días de fiesta grande como Navidad o Pascua, etc., eran los más cansados para nosotras las auxiliares, dado que las costumbres del Opus Dei prevén que se celebren con solemnidad, sea en los actos litúrgicos sea en las comidas: el tiempo que no se emplea en los trabajos de limpieza, planchado,  etc. en los días de fiesta, se trabajaba en la preparación de las ceremonias litúrgicas, en la preparación de la comida y en el servicio de mesa.

En 1974, mi hermana que pertenecía al Opus Dei tuvo una fuerte crisis de vocación;  su salud se había deteriorado fuertemente, había adelgazado al punto de tener que ser alimentada con sonda (que muchas veces rechazaba), estaba tan mal que no parecía ella. Uno de mis hermanos, llamado por las Directoras de la Obra, fue a buscarla a Milán, donde había trabajado en aquel último período, y volvió a casa sin absolutamente nada después de seis años de trabajar en la Obra. Mi familia tuvo entonces que comprarle un abrigo al inicio del invierno. Económicamente se encontró solo con los aportes INPS pagados: volvió sin una Lira.

En esa época también yo empecé a vivir una profunda crisis vocacional.  Se habían acumulado años de trabajo pesado e incesante que habían comenzado a minar mi salud física pero, sobretodo, había sido destinada a la Administración de un Centro de varones junto a otra auxiliar de carácter bastante difícil, pero que había vivido en la Casa Central y con muchos años de vocación y que, por estas razones, gozaba de la absoluta confianza de las Directoras que preferían no poner en discusión sus modos de hacer.

Tenía un carácter excesivamente ansioso y perfeccionista que descargaba sobre mí, que era la joven de la situación. Yo iba acumulando el stress de desdramatizar e intentar no darle importancia a los pequeños problemas que la hacían salirse continuamente de sus casillas. Por otra parte vivíamos en un centro alejado de aquel en el que trabajábamos, lo que requería largos y fatigosos viajes diarios, en los medios de transporte públicos romanos (debíamos llegar a la mañana temprano para preparar el desayuno y regresábamos tarde). Por otra parte el regreso de mi hermana a casa me había afectado.

Todo esto junto fue la razón por la que fui al curso de retiro de aquel año, decidida a dejar el Opus Dei.  Hablé con el sacerdote que dirigía el retiro, que formaba parte del gobierno de la Obra en Italia, que reaccionó dramáticamente.  Me acusó de toda una serie de pecados (falta de generosidad en el trabajo -cuando en realidad nunca había ahorrado esfuerzo y siempre había consumido mis fuerzas-, soberbia, infidelidad, etc.) y sin esperar a que yo confirmase o no sus hipótesis sobre mi situación moral, me dio la absolución, indicándome con energía que de abandonar la Obra no se hablaba y que debía aumentar mi entrega.

Salí de aquella confesión confundida, débil y sin fuerzas. Volví a tratar hablar de mis problemas, en una ocasión posterior, con el sacerdote Consiliario, cargo que actualmente se denomina Vicario Regional, es decir la máxima autoridad de la Obra en Italia.  Tampoco él quiso hacerse cargo de mi situación, todo lo contrario, y me mandó aumentar la separación respecto a mi familia, de no volver a verlos (cosa que por otra parte sucedía ya muy raramente) para evitar sentir la influencia de la situación de mi hermana.  De hecho, desde aquel momento no volví a ver a nadie de mi familia durante 11 años.

En mi dirección espiritual, las Directoras y los sacerdotes se empeñaron en convencerme de que no debía poner en discusión una vocación divina y de origen sobrenatural, respecto a la cual todos estaban segurísimos de ello, sólo yo la ponía en duda. Todo esto sucedía cuando no había hecho aún la incorporación definitiva, por lo tanto, en teoría (aunque yo de esto no tenía clara conciencia) habría podido tranquilamente desvincularme de la Obra simplemente no renovando mi entrega en la siguiente fiesta de San José.

En realidad yo seguía moviéndome por un gran deseo de amar a Jesucristo y de hacer su voluntad. Lo que me provocaba la crisis eran los modos concretos de mi vida en el Opus Dei y la cantidad de trabajo que debía desarrollar, porque era motivada a hacerlo con dedicación absoluta, sin descanso y por lo tanto, resintiéndome también en la salud.

Al final, bajo la presión de los argumentos que me daban en la dirección espiritual, resolví perseverar, pero mi carácter se fue apagando. Reprimí mi tristeza, mi abatimiento, mi rebelión y más si cabe el llanto. No lograba disfrutar de nada ni siquiera de las cosas que profesionalmente hacía bien. Poco a poco dejé de hacer apostolado porque no podía aceptar la idea de inducir a otras a aquel camino que para mí se estaba revelando tan dramático.

Casi al mismo tiempo comencé a somatizar este profundo malestar. Empecé a sentirme muy mal de estómago, con tal intensidad que me resultaba imposible probar lo que preparaba en la cocina. Hablaba de mi malestar físico a las Directoras quienes siguieron subestimándolo.  Una vez, por no haber probado una salsa, salió a la mesa demasiado salada; se me reprochó el  no haberla probado pero continuaron sin hacerse cargo de mis problemas de salud.

Uno de mis hermanos, con motivo de su viaje de novios vino a verme a Palermo donde había sido transferida por esa época. Se asustó al verme en tal estado de profunda postración y avisó a mi madre, pero mi familia estaba muy lejos y humanamente contaban con muy poco apoyo para resolverse a hacer frente, de modo eficaz, al Opus Dei.

Un día, mientras trabajaba en el Oratorio en Palermo, exploté:  tiré algo por el aire, que cayó con estrépito y grité vuelta al Sagrario:  “Jesús mío yo no puedo más”. Vino la Directora que no me dijo nada pero me llevó poco después al médico.

Probablemente para hacerme cambiar de ambiente, fui transferida a Castello di Urio, al centro de formación de auxiliares jóvenes.  En medio de las jóvenes me sentí un poco mejor.  En este período hice la fidelidad (incorporación definitiva) el 29 de enero de 1978 y me ocupé en trabajos de guardarropa en un ambiente más sereno.  Volví a Milán a trabajar en la administración de centros de varones y poco después fui trasladada nuevamente a Urio.

Allí fui destinada a desarrollar actividades teóricamente más livianas, por lo que fui probablemente un poco envidiada, pero que resultaron físicamente debilitantes por la falta de motivación y por lo repetitivas. Trabajaba de la mañana a la tarde cosiendo dobladillos de manteles de altar destinados a nuestros oratorios o para la venta.  La única interrupción de esa actividad estaba constituida por el trabajo de confección de las formas para la Santa Misa, trabajo que desarrollaba con gran devoción y cuidado, pero que pronto se volvió dañino porque se desarrollaba en un ambiente pequeño y húmedo y suponía tiempos prolongados. Esta actividad y los trabajos duros desarrollados con anterioridad, me llevaron al fin a un grave y complejo síndrome que manifestaba los siguientes síntomas:

-         Problemas en la espalda

-         Dolores en las manos por la repetición constante de los mismos movimientos

-         Osteoporosis precoz

-         Bronquitis crónica

-         Amenorrea precoz e irreversible

-         Anorexia

-         Problemas circulatorios

La cartilla médica que preparó en esa época el médico que me trataba y que testimoniaba esta situación, fue hecha desaparecer inmediatamente por las Directoras y nunca he podido recuperarla, aunque tengo los posteriores certificados.

Comenzaron a manifestarse los síntomas de la depresión.  Me llevaron primero a un médico pediatra que atendía a las personas del centro;  éste me mandó a una neuróloga al considerar que era lo más adecuado para mi situación y ésta, a su vez, después de un error mío por el que tomé una sobredosis de fármacos para combatir un insomnio que no me dejaba tener descanso, me mandó a un psiquiatra.  Era el año 1987.  Todos los médicos que me habían visto en este período eran, como está previsto, miembros de la Obra.

En este punto, frente al ya grave y evidente deterioro de la salud física y psíquica, se produjo un giro radical por parte de las directoras, en su trato conmigo.  Después de haberme forzado durante años a permanecer en la Obra contra mi voluntad, aduciendo la existencia de una vocación sobrenatural, de improviso, cuando mi situación se había agravado tanto, decidieron que no debía seguir ahí y que debía volver con mi familia.

Mis problemas físicos y de ánimo eran entonces evidentes y esto provocaba, de continuo, la crítica y la hostilidad de mis hermanas Numerarias y Numerarias Auxiliares más celosas y perfeccionistas, lo que aumentaba mi sufrimiento y la pérdida de salud.  Se había producido un círculo vicioso del cual era imposible salir.

En efecto, después de las dos primeras sesiones con el psiquiatra que produjeron alguna mejora, me fue presentada una carta pidiendo la salida voluntaria de mi trabajo (mi contrato, naturalmente, después de tantos años, era por tiempo indefinido) ya redactada, que me negué a firmar.

Toda la fase final de mi relación con el Opus Dei se ha jugado en este duro plano:  las Directoras que se querían deshacer de mí ahora que mi salud limitaba mi capacidad de trabajo, pero pretendiendo que fuera yo, voluntariamente, la que asumiera la responsabilidad, y yo después de haber sido retenida en la Obra durante tantos años, completamente a contrapelo, con el solo deseo de cumplir la voluntad de Dios respecto a mi (o mejor dicho: aquello que me habían hecho creer que era la voluntad de Dios respecto a mi) no me quería ir, y si me iba, quería que quedara bien claro que era contra mi voluntad y porque ya no era considerada útil para el Opus Dei, y no por mi propia iniciativa.

Mientras se desarrollaban estos acontecimientos mi relación de trabajo con la Fundación RUI había sido transformada, en junio de 1988, mediante un pase directo, en relación de trabajo dependiente del CENSE. Se me hizo una liquidación a título de Acuerdo de Fin de Relación, por la suma de 5´185.000 Liras, que como de costumbre fue inmediatamente cobrada por las Directoras.  Cuando del CENSE pasé a trabajar con la Cooperativa CEDEL, por primera vez firmé un contrato de trabajo escrito (con la Fundación RUI y con el CENSE se hizo un entendimiento verbal).  En tal contrato escrito se especificaba que yo comería y dormiría en la sede de trabajo.  Señalo este hecho, porque sucesivamente – como diré – se procuró hacerme firmar otro contrato en el cual no estaba previsto que durmiera ahí, buscando con eso -sin que yo me diera cuenta-, que así me excluía de la forma de  vida de familia prevista para las Numerarias Auxiliares.  Por otra parte, empecé a firmar el recibo del sobre con la paga.

Mientras inicialmente, las sesiones con el psiquiatra me habían producido un cierto alivio, sintiéndome comprendida y ayudada en el estado de debilidad en que me encontraba, la Directora se entrometió en mi trato directo con él y obtuvo que el médico me presionara para que pasara un tiempo en casa de mi familia.

Al mismo tiempo, el psiquiatra me prescribió medicinas que fueron juzgadas excesivamente fuertes por el médico que me tomó a cargo cuando volví con mi familia y, por lo tanto desproporcionadas a mis necesidades. Entre otros efectos, esas medicinas me producían aturdimiento y me quitaban  el resto de capacidad de trabajo que me quedaba, dando así una coartada a las Directoras que querían demostrar o que no tenía capacidad para trabajar (pero esta razón habría por si sola sido insuficiente para alejarme de la Obra, donde se predica que los enfermos “son un tesoro”) o bien y sobre todo, que tenía problemas mentales de tal naturaleza que hacían imposible que continuara viviendo en comunidad.

Me mandaron a casa de los míos en noviembre de 1991.  Al principio - me dijeron- por seis meses, pero cumplido este período se me impidió volver a hacer “vida de familia”.  Durante esos meses vinieron a verme para hacerme firmar el sobre de la paga, que todavía se me daba como siempre vacío, y que empezaron a ser retenidos por las Directoras.  Vino también algunas veces y casi siempre sin yo saberlo, un sacerdote Numerario para hablar con mi familia a mis espaldas, diciendo que estaba mentalmente enferma, confundiéndolos y sembrando cizaña entre los míos y yo.  Traté de hablar con las Directoras regionales, pero solo recibí evasivas.

Después de varias tentativas reiteradas e inútiles de retomar mi trabajo y mi lugar dentro del Opus Dei, el 5 de diciembre de 1992, aconsejada y con el apoyo de un sindicalista relacionado con la Oficina del Trabajo, me presenté sin avisar en el Centro de Castelromano del que había sido apartada un año antes, reclamando mis documentos personales y pidiendo retomar el servicio.  El sindicalista dijo a la Directora que o me reincorporaban al trabajo o se iniciaría una demanda. Al final fui reintegrada al trabajo en marzo de 1993.

Antes de retomar el trabajo, pensé  en llevar a conocimiento del vaticano mi situación.  Cuando me acerqué a las oficinas del vaticano me di cuenta de que aquello que denunciaba no producía particular estupor o incredulidad;  tuve la clara sensación de que ya conocían hechos similares. Me aconsejaron hacerme asesorar por un abogado rotal con el que me pusieron en contacto.  El abogado me aconsejó pedir a título de reembolso por los gastos provocados a mi familia por todo el período en el cual había permanecido con ellos, el pago de mis retribuciones correspondientes a ese período.  Efectivamente me fue entregada la cantidad correspondiente a las retribuciones de noviembre de 1991 a febrero de 1993, después de descontar lo que se habían gastado en mí, en el mismo período, por visitas médicas, medicinas y viajes.

En su empeño por demostrar mi alejamiento voluntario, me cambiaron a la fuerza y contra mi voluntad de centro y trataron de cambiarme –como he apuntado antes- el contrato de trabajo, eliminando la cláusula  por la que se establecía que dormiría en el centro, o introduciendo un período de prueba de 45 días, injustificado en el caso de que se trataba, esto es, el paso directo de una empresa a otra.  El abogado rotal que me asistía comprendió inmediatamente el objeto perseguido con ese cambio y me dijo que no firmara el nuevo contrato.

Sería muy largo relatar con detalle todo lo que aconteció en esos meses.  Resumiendo puedo decir que:

-         Me dirigí a todas las autoridades que entendí podían intervenir legítimamente defendiendo mis derechos (el Santo Padre, el Prelado del Opus Dei, varias autoridades civiles, etc.) y hacerles conocer mi situación.

-         Evité, en cuanto la prudencia y mi escaso conocimiento de las leyes y situaciones laborales me permitía, realizar cualquier acto que me pudiera hacer daño, pero era una persona que entre los 16 hasta los 40 años había vivido recluida en una administración del Opus Dei, casi sin contacto con el mundo exterior y por tanto sin experiencia. Por lo demás, en esa época aun no habían surgido los numerosísimos precedentes similares a mi situación, de otras personas que han abandonado el Opus Dei y que desde hace unos diez años se han venido a conocer gracias a las nuevas tecnologías y a la oportunidad que ofrecen de intercambio de experiencias y de difusión de noticias.  En este sentido, me encontré luchando completamente sola y sin poder contar con testimonios que hubieran podido apoyar mis aseveraciones, con falta de documentación o que me había sido sustraída.

-         Busqué hacer defender mis derechos por abogados, aún estando prácticamente privada de medios y no teniendo idea de a quién dirigirme para conseguirlo.  De hecho, algunos abogados a los cuales me dirigí no supieron o no quisieron meterse con el Opus Dei, y muchas veces bajo la presión ejercida por los abogados de la parte contraria, o renunciaron a mi defensa o presentaron documentación incompleta, o la olvidaron, lesionando mis intereses.

-         De cualquier modo, a pesar de que la casi totalidad de las personas citadas por mí a juicio no pudieron ser localizadas por la justicia, el 25 de marzo de 2005 veía reconocida en la sentencia de la Corte de Apelación de Roma, con sentencia Nª 122/05 mis derechos, por haber sido objeto de despido injustificado, pero a causa de la documentación incompleta sólo me ha sido reconocido el reembolso de tres meses de sueldo (en lugar de las 18 solicitados) a título de indemnización por el daño, y un importe irrisorio (1.760,38 euros) a título de Liquidación por finalización de relación (TFR) a causa del cambio de contrato de la Fundación RUI a la Cooperativa CEDEL, ocurrido en tiempo recientísimo.  Anteriormente había renunciado a recibir a título de transacción, una cifra importante -a mi modo de ver no suficientemente adecuada-, por el temor de que, aceptándola, habría debido renunciar definitivamente a mis reivindicaciones, sobre todo, a obtener un reembolso adecuado y el reconocimiento del verdadero desarrollo de los hechos.  Además de cuanto he descrito, no he recibido ningún otro resarcimiento por mis 25 años de trabajo en el Opus Dei, ni a título de retribución atrasada ni a título  del conveniente TFR (proporcional a los años de servicio efectivamente trabajados) ni a título de resarcimiento por la precaria situación de salud provocada.

-         La única vez que conseguí obtener de una Directora una respuesta a mi pregunta sobre cual era el motivo por el cual me alejaban de la Obra, le oí contestarme: “es la cuestión del trabajo: las otras viéndote, trabajan menos”.  Así, comprendí que los motivos para alejarme de mi vocación no eran sobrenaturales sino completamente humanos, y que no era de ninguna manera verdad que en el Opus Dei, como decía el fundador, “los enfermos son un tesoro”.

Sobre la base de los documentos alegados (extracto de la cuenta INPS y de la libreta de trabajo) y de otros que estoy eventualmente dispuesta a presentar que documentan 22 años y 7 meses de actividad, con regular relación de trabajo, mi reclamo económico es de 123.434 euros, y 4.067 a título de TFR (de la Fundación RUI y del CENSE), más 119.367 euros correspondientes al 50% de 13 retribuciones mensuales por todo el período de que se trata menos los 18 meses ya pagados. Calculando la retribución al 50% tengo en cuenta, por una parte, lo que haya pagado por mis gastos ordinarios (comida y alojamiento, etc.) y por otra parte el enorme daño existencial que he sufrido, encontrándome a los 41 años sin trabajo ni perspectivas para llegar a la edad de obtener una pensión sin ser carga para nadie, con la salud gravemente perjudicada y con grandes problemas de adaptación causados por la vida completamente retirada y alejada del mundo que he llevado hasta mi salida del Opus Dei.

Conviene tener presente, al evaluar la suma pedida, que la retribución a la que hago referencia era aquella que se nos pagaba y que llegaba siempre al mínimo valor contractual, a pesar del enorme trabajo que se nos pedía.

Sobre todo lo que he narrado, estoy dispuesta a presentar la adecuada documentación.  A tal fin ofrezco mis datos y nombres completos.

 

 

CARTA LA PRELADO JAVIER ECHEVARRÍA

(Traducción del texto original en italiano por Haenobarbo)

Reverendo Monseñor Echevarría,

 

Me llamo […] y he pasado muchos años de mi vida, desde junio de 1970 hasta 1994 como Numeraria auxiliar del Opus Dei.

 

Pedí la admisión en la Obra muy joven, tenía 17 años, adhiriéndome a la propuesta de responder a una vocación para seguir a Jesús en mi vida de cada día, en mi trabajo diario, sin dejar las circunstancias de mi vida ordinaria.

 

Sólo poco a poco, siempre presentándome una nueva exigencia como voluntad de Dios para mí, fui informada de los modos concretos en los que debía vivir mi vocación. Tales exigencias se tenían como una consecuencia lógica de un “si” pronunciado de modo totalmente inconsciente respecto a las consecuencias prácticas y concretas que tendrían en mi vida.

 

No se me ha dejado nunca espacio para una valoración prudente y responsable, en primera persona, de la coincidencia entre mis personales aspiraciones y el modo concreto de vida en el Opus Dei. Mis 17 años y la completa ignorancia, normal en una adolescente originaria por lo demás de un pequeño pueblo, de aquello que es normal y prudente en la vida de un adulto y de aquello que no lo es, me impidieron evaluar la “normalidad” de aquellas exigencias que me venía detalladas, presentadas e impuestas.

 

Sobre todo, y lo subrayo como un hecho particularmente grave, nunca se me habló, ni explícita ni implícitamente, de discernimiento vocacional, por el contrario siempre fui empujada desde el primer momento, a no poner de ningún modo en discusión la vocación que se me decía tener.

 

No se me dijo, –y yo lo comprendí solo mucho más tarde, cuando ya me encontraba prisionera en el mecanismo-, que el trabajo cotidiano, objeto de mi santificación, se desarrollaría exclusivamente en centros del Opus Dei y bajo la dependencia de sociedades – srl o spa, según los casos- que hacia fuera, a los ojos de la sociedad civil, gestionaban jurídicamente los diversos centros de la Obra en los que he trabajado. Como sabemos es práctica habitual. Me parece importante subrayar que mientras al principio, cuando se propone la vocación, se subraya la llamada a servir a Dios en las propias y diversas circunstancias personales, luego de modo subrepticio y velado, se deja pasar poco a poco y dándolo como cosa que se da por descontado, que toda la propia vida profesional se desarrollará dentro de la administración de centros del Opus Dei, con formas que se asemejan mucho a la clausura religiosa.

 

De este modo me encontré, siendo adscrita a un centro y dependiendo ascéticamente de las directoras que formaban el Consejo Local de aquel centro, dependiendo contractualmente de varias de esas sociedades y concretamente:

 

-          entre 1970 al 1º de junio de 1988 de la Fundación RUI

-          entre el 2 de junio de 1988 al 31 de diciembre de 1990 de Censeentre el 1º de enero de 1991 al 19 de junio de 1993 en el Cedel, de donde fui ilegítimamente despedida, como lo ratifica la sentencia 122/05 de 25 de marzo de 2005 dictada por la “Corte d’Appello” de Roma.

 

Durante todos los años que he trabajado en el Opus Dei como Numeraria Auxiliar no recibí jamás mi retribución: el sobre de la paga era entregado sin el dinero correspondiente entre 1970 y 1990 y sin que fuera pedida siquiera la firma de recibo.  Desde 1991 se empezó a pedir que firmáramos el recibo.

 

En 1993, entiendo que a consecuencia de los problemas que empezaron a surgir por la praxis seguida hasta entonces, se pasó al modo siguiente:  una de las Directoras del Consejo Local del centro al que pertenecíamos presenciaba la entrega por parte de la Cooperativa Cedel de los sobres de la paga que contenían en dinero contante y sonante la retribución de cada una; después, en el mismo día, otra directora del Consejo Local  retiraba la cantidad entera, pudiendo de tal forma afirmar que cada una de nosotras había “entregado voluntariamente” la propia retribución. En tal situación, en realidad, no existía el mínimo margen de voluntariedad real, de libertad, de parte nuestra, Numerarias Auxiliares.

 

Actualmente sé, de fuente cierta que, probablemente a causa de la insuficiencia de las precauciones tomadas para evitar protestas, se ha pasado a una práctica aún más fraudulenta: el sobre con la paga entregada contiene el estipendio pagado en forma de cheque. Tal cheque está girado sobre una cuenta corriente con firma conjunta de tres personas, una de las cuales es la trabajadora. Esta última, estando privada por la praxis de la Obra, al derecho de tener para sí un talón de cheques o una tarjeta de crédito, no puede de hecho disponer por sí misma y sin el aval de al menos una de las directoras que tiene firma conjunta, de lo que teóricamente le pertenece. De este modo se ha puesto a salvo lo previsto en la letra de la ley, eludiendo su espíritu.

 

Me parece importante subrayar que las mismas directoras que presenciaban la entrega de los sobres de la paga por parte de la Cooperativa Cedel y que luego retiraban la retribución, eran las personas responsables de nuestra dirección espiritual personal y de la dirección del centro en el que vivíamos, con una total superposición de responsabilidad espiritual, de gobierno organizativo y jurídico, situación que por sí misma es suficiente para describir la absoluta falta de libertad en la cual vivíamos, además de ser canónicamente ilegítima.

 

Aquello que debería ser una libre adhesión, la consecuencia de un empeño de vida asumido libremente y vivido con voluntariedad actual, venía a ser de hecho una obligación impuesta desde fuera e ineludible, gracias a mecanismos de vigilancia policial con los cuales se realizaba.

 

Todo cuanto he descrito hasta ahora, como Usted bien sabe, es una práctica generalizada para todas las Numerarias Auxiliares, al menos en los períodos y en el área geográfica a la cual me refiero.

 

En mi caso personal, a todo esto se añade la imposibilidad de ver a mi familia durante 11 años, a causa de la oposición de las Directoras y el hecho de haber sido objeto, una vez llegada a la edad de 40 años y encontrándome en una situación de reducción de mi capacidad de trabajo a causa de los maltratos  y de las exigencias de la vida de trabajo impuesta en los centros de la Obra, de despido injustificado y unilateral, y por tanto injusto como ha sido ratificado en la sentencia a la que he hecho referencia, y a una persecución violenta frente a mis tentativas de resistencia a tal tratamiento.

 

Tal despido ha sido contemporáneo a mi expulsión violenta por el Opus Dei, contra la cual he luchado largamente, hecho éste que confirma una vez más la estrecha superposición entre la vida profesional y la vida espiritual y vocacional de los miembros de la Prelatura del Opus Dei, y demuestra que, tras la fachada de la relación de trabajo dependiente con la Fundación RUI, o el Cense, o el Cedel, etc., en realidad la que da el trabajo es la Prelatura, que en cuanto tal es responsable de todas las obligaciones que nacen de tales relaciones de trabajo.

 

En consecuencia de todo lo que he descrito hasta este punto, le pregunto Reverendo Echavarría: ¿qué valor tiene la incorporación jurídica que incardina a un fiel a la Prelatura del Opus Dei? Porque yo pedí la admisión el 27 de junio de 1970, he hecho la Oblación el 25 de marzo de 1972 y la fidelidad o incorporación definitiva el 29 de enero de 1978. Al día de hoy, no sé que haya sido dimitida.

 

Mis personales vivencias espirituales – vocacionales – y laborales son sobrepuestas y confusas, como es normal en un régimen tan poco claro como el vigente en el Opus Dei, y sin ningún consentimiento o acuerdo de mi parte, me encuentro siendo objeto de un despido laboral inicuo, a consecuencia del cual me encuentro fuera del opus Dei.

 

Deseo recibir de usted aclaraciones en relación con mi situación y explicación de la conducta que se ha tenido para conmigo, de parte de directoras cualificadas de la institución de la cual usted es responsable. Quiero creer que la responsabilidad pastoral, que es parte integrante de su misión, le hará encontrar el modo de dar respuesta a mis preguntas, que nacen de mi ánimo escandalizado y herido por el trato recibido de personas de las cuales tendría que esperar sólo el bien.

 

Envío mi petición con acuse de recibo: si no recibo una respuesta satisfactoria según verdad y justicia, dentro de quince días me veré obligada a presentar en otros lugares çesta mi solicitud.

 

Dios es mi testigo de que cuanto he descrito en estas páginas responde exactamente a la verdad, y quiero esperar que su conciencia lo reconocerá y no querrá desatender mi petición de justicia y clarificación.

 

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