Por favor, no embaucar
Gervasio, 26/12/2016
1. Lástima que no localice por mi
ordenador un mail, que me envió hace cosa de un mes un numerario amigo mío. En
ese mail me cuenta cosas de su vida en la Obra. No hace ni mucho menos la
confidencia conmigo —hasta ahí podríamos llegar—, sino que me proporciona un a
modo de crónica mensual sobre la Obra, tal como él la percibe desde su
centro; un centro corriente y moliente de una ciudad de provincias española. Me
decía —no es textual— más o menos así: del
Papa Francisco oficialmente se nos habla resaltando nuestra proverbial adhesión
a la figura del Romano Pontífice; pero luego en petit comité los
curas lo critican. Son muy carcas; son integristas. Critican cómo van las cosas
por el mundo eclesiástico. Pero en cambio son triunfalistas respecto a cómo van
las cosas por el Opus Dei. A mí me parece que las cosas del Opus Dei van mal. Hablan
de portarse como los hijos de Noé, que cubrían las vergüenzas de su padre que
yacía borracho, en referencia a que hay que ocultar muchas cosas del magisterio
y de las actuaciones de Papa Francisco.
Estoy
un poco harto. Desde que entré en OD hasta el día de hoy, salvo con Juan Pablo
II, en el OD sólo escuché comentarios negativos sobre los romanos pontífices. Eso
sí, entre cuchicheos. A esta actitud nos tenía acostumbrados Escrivá. De Juan
XXIII decía que era bobalicón; de Pablo VI, que era jesuitón;
de Pío XII contaba chismes descalificatorios, que no sé a cuento de qué
venían.
Recuerdo
que en cierta ocasión —un tal
Gervasio así lo contaba—, alguien relató
algo al fundador para lo cual tuvo que mencionar a Pío XII. Nada más oír ese
nombre Sanjosemaría exclamó:
— ¡Que Dios lo haya perdonado!
Y a continuación se tapó la boca
como si esa exclamación se le hubiese escapado. Posteriormente tuve ocasión de
comprobar, a través de una persona familiarizada con los ambientes de sacristía
que esa exclamación —¡Que
Dios le haya o la haya perdonado!—, es frecuente en el mundo clerical para
descalificar a un difunto. Y suele hacerse de esa manera: como si se les
hubiese escapado.
¿Por qué merecería Pío XII esa
descalificación? El fundador no lo explicó. En otra ocasión le oí descalificar
a Pío XII relatando el siguiente chisme. Pío XII —nos reveló— era un
tuberculoso crónico. A Pío XII le molestaba
por poco higiénico que las gentes le besasen las manos. Antes de los besamanos
se cubría las manos con unas pomadas especiales que originaban como una especie
de guante. Y lo risible, según el fundador, era que fuese precisamente un
tuberculoso el que tuviese asco de quienes le besaban las manos y no al revés. (Cfr. Los directores
mayores del Opus Dei).
En
fin, que no dejaba títere con cabeza entre los papas de su tiempo. A Juan Pablo
II no llegó a conocerlo nunca. Seguro que algún lunar le hubiese encontrado, para
descalificarlo, a pesar de lo mucho que hizo por la Obra. No le dolían prendas al
descalificar a aquellos a quienes tenía que estar agradecido. Miguel Fisac —el que dormía a su lado, compartiendo ambos un mismo
camastro, durante el paso de los Pirineos— decía que nunca le había oído hablar
bien de nadie, salvo de don Álvaro. Pertenecía a ese tipo de personas que basan
su autoestima en descalificar a otros. No entienden que para ponderar lo buenas
que son las peras, no hay que descalificar ni a las manzanas ni al resto de la
fruta.
La
actitud negativa y crítica respecto a lo papas nace en Escrivá en 1946, cuando
se traslada a vivir a Roma. Hasta entonces tenía idealizada la figura del
Romano Pontífice. Por ejemplo, se imaginaba a sí mismo recibiendo la comunión
de manos del Romano Pontífice como algo sublime. Posteriormente él mismo decía
que en Roma había perdido la inocencia.
Los
papas le hacían sombra. Cuando llegaba un nuevo colegial al Colegio Romano de
varones —no sé si hacía lo mismo con las colegialas que llegaban al Colegio
Romano para mujeres, llamado de Santa María— era habitual que lo invitase a acercarse
a la basílica de San Pedro, para que allí rezase un credo. Al llegar a aquello
de creo en la Iglesia Católica…
Escrivá añadía por tres veces: a pesar de
los pesares, a pesar de los pesares, a pesar de los pesares.
El sitio más adecuado para tal rezo del
credo —a mi modo de ver— es el oratorio de Santa María de la Paz, situado en
los sótanos de Villa Tevere, con la mirada puesta en dirección a la cátedra —sede oficial
de la prelatura, tengo entendido— sita en el presbiterio. Debajo está la tumba
de Sanjosemaría.
Los pesares del credo los encuentro más por parte del OD, que
por parte de la Santa Sede. Si algo tiende a minar mi fe en la Iglesia Católica
Apostólica y Romana no es la Santa Sede, sino el Opus
Dei. Lo mismo les pasa a muchos ex. En no pocos casos el paso por el Opus Dei les
hace perder o vacilar en su fe.
Invito especialmente a los ex a acudir
en peregrinación a la tumba de Sanjosemaría en Roma y
recitar un credo con su a pesar de los
pesares. Un buen día para hacerlo podría ser el 26 de junio. Si no os dejan
entrar, podéis recitar el credo en la calle, en Bruno Buozzi
73, con la mirada en la dirección antes mencionada. Debe tenerse en cuenta que
la Fe Católica exige tener fe en la Iglesia Católica Apostólica y Romana, pero
no en el Opus Dei ni en su zurupeto fundador, alias Sanjosemaría,
alias Mariano, alias marqués de Peralta, alias primer gran canciller de la
Universidad de Navarra, etc.
No me quiero divertir demasiado. No me
opongo a que se evalúe críticamente a los papas, tanto a los que son historia
pasada, como a los contemporáneos. Lo que considero mal es procurarse provecho
personal mediante la crítica a otras personas, en este caso, a los papas. Eso
no es de recibo. Y lo lograba: lograba que le hiciesen más caso a él que al mismísimo
papa. ¡Angelito!
También le sentaba mal que el papa se
asomase a la imponente ventana del imponente Palacio Apostólico Vaticano los
miércoles, para rezar el Ángelus con los fieles presentes en la Plaza de San
Pedro. Parece el cuco de un reloj
marcando las doce en punto, criticaba. ¡Qué más quisiera él que tener tal
capacidad de convocatoria y poder rezar con el pueblo romano y peregrinos en
olor de multitudes, Urbi et orbi!
2. En
tema de magisterio público, la voz cantante corresponde a los obispos, a los
concilios ecuménicos y al papa. A los demás, el acompañamiento orquestal. No
corresponde a los moderadores supremos de los institutos de vida consagrada, ni
a los de las sociedades de vida apostólica, ni a los de las prelaturas
personales. Si el Papa habla de acercar a los sacramentos a personas con situaciones matrimoniales
irregulares, pues habrá que rumiarlo, aceptarlo y asimilarlo. Y así en las
demás cosas.
En el Colegio Romano de la Santa Cruz me
inculcaron —se inculca— que hay que hacer más caso a El Padre—como se hacía
llamar Escrivá— que al papa. Al papa sólo cuando habla ex cátedra, que es en muy raras ocasiones. Una vez aceptada tal
actitud, uno queda perfectamente formado y preparado para ser sacerdote del Opus
Dei. En eso queda lo de ser muy romano.
Lo que mejor resultado le daba para hacerlos
de menos, era proclamarse adalid de la ortodoxia católica. Lejos de él ser un perro mudo. Él no era como otros. Según
él, San Juan XXIII y el beato San Pablo VI no se preocupaban por la ortodoxia
católica suficientemente. Cuando Pablo VI derogó el Índice de Libros
Prohibidos, Escrivá inventó otro índice (Eso, hoy día, se suprime cuando se
proyectan las películas en las que lo narra con orgullo, tan campante. También
se ocultan sus cartas conocidas como campanadas.).
A Juan XXIII le reprochaba dar demasiada cancha a teólogos de dudosa ortodoxia.
Llegó a meter en su índice de libros prohibidos al mismísimo Prefecto de la
Congregación de la Doctrina de la Fe, que dejó su cargo para ser papa con el
nombre de Benedicto XVI. Anhelaba que acabase cuanto antes el Concilio Vaticano
II, que tantas cosas acertadas nos enseñó y tanto bien
y renovación trajo a la Iglesia. El ambiente del Concilio Vaticano II, en curso
durante los años sesenta, le ponía de los nervios. Además se sentía ninguneado. ¡Ningunearle a él! En ocasiones
se desahogaba redactando una nota, sin destinatario preciso, ad futuram rei memoriam, que mandaba guardar en el archivo
histórico, cual si se tratase de algo importante. También buscaba alivio a su
dolor y frustración en el concilio de Trento —eso sí que era un concilio—, en
el Catecismo para Párrocos de San Pío X y en la misa de San Pío V, comisario
que fue de la Inquisición Romana. Se volvió un maniático de la doctrina, porque
el concilio Vaticano II —a diferencia de otros concilios— en modo alguno fue
convocado para condenar herejías o definir dogmas.
Monseñor Escrivá
velaba en la medida de sus posibilidades no sólo por su OD, por su pusillus grex, como
orgullosamente lo llamaba, sino por todo el pueblo de Dios. En suma, se
atribuía funciones que no le correspondían en tema de ortodoxia. Le parecía que
la Historia, la Humanidad y la eterna salvación de las almas todas, cargaban
sobre sus sacerdotales hombros. ¡Cuánto sufrimiento! Sufría por la Iglesia,
como Santa Catalina de Siena. Don Álvaro decía que ese sufrimiento le acortó la
vida, pues, según le había sido comunicado desde el más allá, le correspondía
morir más tarde. Y lo mismo en tema de liturgia —el nuevo canon de la misa le
hacía derramar lágrimas— y consideraba deplorable que los sacerdotes dejasen de
usar sotana. Su celo no tenía límites. Suplía con su ardoroso afán de almas
—eso sí, por libre, sin contar con ellos, sin enterarse demasiado de qué iba la
cosa— las deficiencias de San Juan XXIII y del Beato Pablo VI.
A mi modo de ver, como diría un italiano
era troppo zelante.
Tenía exceso de celo. Se metía donde nadie lo llamaba. Aspiraba a ser el Pepito
Grillo de los papas y Obispos, cuando los papas y obispos, por razón de su oficio, cuentan con mucha mejor asistencia, que
es la del Espíritu Santo. Y así seguimos. Al día de hoy siguen con la misma pose
y cantinela: ¡Qué mal va la Iglesia! ¡Suerte que aquí estamos nosotros para arreglarla!
Y luego bostezan. Una vez cogido este tic, resulta difícil no perpetuarlo,
porque justifica la propia razón de ser.
En el OD se margina el magisterio
público de la Iglesia —papa, obispos y concilio— y se exalta el magisterio del
fundador. En vez de al Buen Pastor se escucha el magisterio del fallecido moderador
de una institución privada —cual es la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus
Dei— y el de sus sucesores.
2. Afirma el Catecismo de la Obra en su
octava edición (nº 306): La
jurisdicción del Prelado se circunscribe a la tarea apostólica peculiar
de la Prelatura, la de los Obispos diocesanos se extiende sólo a la cura pastoral ordinaria de los fieles (Vide infra Anexo
I). Lo desmienten con los hechos. Invaden el terreno de la jerarquía de la
Iglesia todo lo que pueden. Para lograrlo, no tienen inconveniente en calificar
de obispo del Opus Dei a Echevarría, cuando saben perfectamente que no lo fue,
sino sólo su prelado. Muy a su pesar, en el Código de Derecho Canónico las
prelaturas personales fueron excluidas de los cánones relativos a la jerarquía
de la Iglesia, a instancias principalmente de Ratzinger. En el último momento sobre
todo el que sería futuro papa, que obtuvo mayoría en las votaciones celebradas
al respecto, les chafó la llamada intención
especial.
Pero
no saben perder. Cuando a Monseñor Escrivá en su momento le ofrecieron ser
obispo meramente titular, agarró tal cabreo que se subía por las paredes. Lo
recuerdo bramando. Lo rechazó ofendido. Eso no era lo que él quería. Como
premio de consolación y muestra de buena voluntad, tras el fracaso de la
intención especial, ofrecieron a don Álvaro ser obispo titular. Tanto él como
don Javier lo aceptaron mansamente, pero para salirse con la suya. Tras
aceptar, abusaron —sobre todo don Javier— de sus respectivos títulos
episcopales, haciéndose pasar por obispos del OD. Se dieron a la impostura, a
sabiendas. ¡Impostores!
Me da
la impresión de que no se consideran a sí mismos impostores. Sólo un poco
pillos. ¿Tienen buena fe? Han encargado a teólogos y canonistas del OD —que anidan
principalmente en la Universidad de la Santa Croce—
que estudien el tema, pero con respuesta pagada. Se les indica la conclusión a
la que tienen que llegar. Algunos —p.e. Illanes—
dicen al respecto cosas dignas de La Codorniz.
La problema es que a estos impostores luego
los hacen santos. ¿Cómo se combina la santidad con la impostura? Se puede perfectamente ser santo y estar en un error.
San Bernardo aseguraba que la Virgen María había nacido con pecado original. Me
parece que Santo Tomás —nada menos que el gran teólogo— también. Quien se
auto-engaña, con los razonamientos que sean, puede ser declarado santo. No es
lo mismo ser hereje material que hereje formal. Pero cuando alguien es llamado al orden más
de una vez, las cosas acaban pasando de castaño a oscuro.
El primer sucesor de Escrivá, don Álvaro
del Portillo, se preocupó de que fuese canonizado, como suelen hacer lo
seguidores de los fundadores y fundadoras. La canonización de un fundador
supone un espaldarazo para la institución por ellos fundada. Como la diócesis
es una institución consolidada desde los inicios del cristianismo, para que sea
aceptada, no hace falta ir canonizando a los sucesivos obispos. Con el papado
pasa lo mismo. El papado está tan consolidado como institución, que resiste
papas Borgia, cardenales simoníacos, querindongas de eclesiásticos, párrocos pederastas
protegidos por el Vaticano y/o por su obispo y más para con ello. Que haya que
ir canonizando a los sucesivos prelados revela la debilidad de la institución
que regentan. Pretenden que confiemos en el OD, no por lo que el OD es, sino
por la santidad y simpatía de sus superiores. Algo así como comprar fruta a una
frutera, no por lo buena que es su fruta, sino por lo buena persona que la
frutera es.
Yo no
volvería a hacer obispo titular al siguiente prelado del OD. Es un título del
que abusan. Que tomen ejemplo de las monjas salesas. Las monjas salesas llaman nuestro padre a San Francisco de Sales, su fundador, como también hacen
los del OD respecto al suyo. San Francisco era obispo de Ginebra. Pero ni a él
ni a sus monjas se les pasó por la cabeza considerarlo su obispo, entre otras cosas porque muchas de ellas vivían y viven
fuera de Ginebra. El obispo o arzobispo de los del OD es el del lugar de su
domicilio o quasi domicilio. Su obispo no es el
prelado del OD, por muchos moños que se ponga. Al recitar el canon de la misa, supongo
que los sacerdotes numerarios del OD dirán: con
tu servidor el Papa N, con nuestro Obispo
N y todos los demás Obispos que, fieles a la verdad, promueven la fe católica y
apostólica. No creo que hayan cambiado el canon —tras la erección del OD en
prelatura personal—, mencionando dos obispos: don Javier y el del lugar.
Escrivá era muy respetuoso con el canon romano. Esperemos que lo sigan siendo.
En el
citado catecismo se sostiene, —ya he hecho notar que carece de censura
proveniente de la jerarquía eclesiástica—, que los del Opus están sometidos a dos jurisdicciones de la misma
naturaleza. La jurisdicción del Prelado es de la misma naturaleza —se lee allí— que la del Obispo diocesano, en cuanto que
las dos son determinaciones de la potestad de gobierno en la Iglesia. La jurisdicción
del Prelado se circunscribe a la tarea apostólica peculiar de la Prelatura,
la de los Obispos diocesanos se extiende
sólo a la cura pastoral ordinaria de los fieles. (Vide Anexo I) Ambas potestades de gobierno —tal es el mensaje que se
pretende dar— sólo se diferencian en que
versan sobre ámbitos distintos. Tienen distintas competencias ciertamente; pero
en el bien entendido de que sucede lo mismo que con las Oblatinas
Descalzas. La superiora general de las Oblatinas
Descalzas no tiene una potestad de la misma naturaleza que la del obispo
diocesano. Se dedica a las tareas propias de las oblatinas.
La potestad del obispo o arzobispo del lugar es de naturaleza pública. La
potestad de Echevarría —lo mismo que la de la superiora general de las Oblatinas Descalzas— era de naturaleza privada. La única diferencia
digna de mención estriba en que a la prelada de las oblatinas
no se le subió el cargo a la cabeza.
Como bien
dice el citado catecismo, los sacerdotes numerarios no desempeñan la llamada cura pastoral ordinaria de los fieles,
de donde deriva la palabra “cura”. El propio Escrivá decía de sí mismo que
él quería ser sacerdote, pero nunca quiso ser un cura. Aquello, no era lo que Dios me
pedía, y
yo me daba cuenta: no quería ser sacerdote para ser sacerdote, el cura, que
dicen en España. Yo tenía veneración al sacerdote, pero no quería para mí un
sacerdocio así. Lo demostró con hechos. Se largó de Perdiguera,
a donde su obispo lo destinó como regente auxiliar del párroco, sin esperar a
terminar su mandato. Mejor ser capellán de monjas, funcionario del Estado, profesor
de academias particulares, etc., que ser sacerdote con cura de almas. Entre lo
que le pedía su obispo y lo que, según él, Dios le pedía, siempre optaba por
esto último. Tal era el estilo de su acendrada obediencia. Nunca aguantó a
nadie por encima de él, salvo a Dios cuya voluntad hacía converger donde le
apetecía.
La cura de almas corresponde a los
sacerdotes incardinados en la diócesis. Los sacerdotes numerarios y sus coadjutores —provenientes estos últimos
de las filas de los agregados laicos— no se dedican a eso, sino a la tarea
apostólica peculiar de la Prelatura. En el colegio de segunda enseñanza
regentado por religiosos, donde estudié parte del bachillerato, solíamos llamar
curas a los sacerdotes de la
institución: padre Fulano, padre Mengano, etc. No les molestaba demasiado; pero
a veces protestaban. No somos curas,
hacían notar.
Los
sacerdotes numerarios y los coadjutores tampoco son curas. No se dedican a la llamada cura de almas. Son sacerdotes dedicados a las tareas propias de
la prelatura. Quedan automáticamente incardinados desde su
ordenación en la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz (abreviadamente sss+).
3. Desde 1950, también pueden acceder a la sss+, en calidad de agregados,
los sacerdotes con cura de almas; es decir, los sacerdotes no incardinados en
la sss+, sino en la diócesis (Vide Anexo II). La sss+, al acogerlos, no pretende participar en la cura de
almas de los sacerdotes diocesanos. Por ello los sacerdotes incardinados en
algún instituto de vida consagrada, aunque tengan cura de almas — situación
cada vez más frecuente, dada la escasez de clero—, no pueden ser admitidos
dentro de la sss+. Lo que el Opus Dei pretende es que
los sacerdotes diocesanos, además de la cura de almas que desarrollan en la
diócesis, colaboren en las peculiares tareas de la prelatura, si bien nunca
ocupando cargos de gobierno. Los tienen de peones de brega.
Sea como
fuere, el caso es que desde el punto de vista de la cura de almas los
sacerdotes de la sss+ se dividen en dos categorías:
sacerdotes con cura de almas y sacerdotes sin cura de almas.
Sólo el obispo diocesano es sucesor de
los Apóstoles. Y da la casualidad —qué casualidad— de que es quien se dedica a
la cura pastoral ordinaria de los fieles, aunque no
exclusivamente a ella. Ni los sucesivos prelados del Opus Dei, ni sus
sacerdotes se dedican a tal tarea. Es algo muy visceral en Escrivá, proveniente
de la mencionada actitud de rechazo del fundador hacia la cura de almas, y en
consecuencia pasa a ser fundacional. No sólo no era lo que Dios le pedía, sino
que hasta se lo prohibía.
Para mí que ya empezó a fundarse a sí
mismo cuando se marchó de Perdiguera en 1925; e incluso empezó a fundarse a sí
mismo antes. No quiso ser religioso carmelita, quería ser sacerdote, pero no
para ser cura, sino para marchar a Madrid y doctorarse en Derecho. Pues ya
tenemos pergeñado al primer numerario del OD, antes de 1928. A partir de 1928 se
siente movido a fundar a otros a su imagen y semejanza, en ambientes
universitarios, que es lo que el cuerpo —o quizá Dios, según él— le pedía. Lo
que funda es prolongar su personalidad en otras personas. Por eso las mujeres
llegan más tarde y los agregados —laicos y sacerdotes— más tarde todavía, en 1950.
Decía de sí mismo que él y sólo él encarnaba el espíritu del OD. Algo así como L’ Éstat c’est moi. Don Álvaro añadía
que imitarlo era el camino reglamentario. El fundador decía que quien no pasaba
por su corazón y por su mente no podría encontrar a Cristo. ¡Angelito! Sólo le
faltaba añadir que también era necesario pasar por sus anteojeras.
Los sucesivos prelados del OD no son
sucesores de los Apóstoles. Son prelados a título de sucesores de ese barbastrense
que fundó una institución, actualmente configurada como prelatura personal. La
típica institución proveniente de una revelación privada.
Los prelados sucesores de Sanjosemaría guardan las reliquias de su fundador como oro
en paño. También sus escritos y sus enseñanzas. Guardan con veneración las
instrucciones sobre el modo de hacer proselitismo, las instrucciones sobre el
servicio doméstico, las Regulae internae pro administrationibus, etc, etc, etc. Las guardan con tanta veneración que cada vez las
hacen más inaccesibles. De este modo, nadie podrá mancillarlas. Hacen bien,
porque cada día esas instrucciones y escritos fundacionales resultan más
obsoletos, por lo que conviene esconderlos aún más. Lo esquizofrénico de la
situación es que para dar a conocer las enseñanzas del fundador hay que ocultar
sus escritos. No sólo hay que poner notas a la Instrucción de San Rafael—para
hacerla comprensible—, como hizo el pobre don Álvaro, sino que las notas de don
Álvaro necesitan a su vez de nuevas notas actualizadoras. Hasta en un libro tan
abierto al gran público, como es Camino, muchas de las máximas se han quedado
sin garra, sin punta, por estar centradas en valores y formas de percepción de
épocas pasadas y pierden fuerza en la cultura de hoy. Lo malo no es que haya
que modernizar el modo de hacer proselitismo, sino que lo que se
ha quedado obsoleto es la idea misma de proselitismo. No entienden o no
quieren entender esta enseñanza del Papa Francisco, que tanto les atañe. Lo
despachan sustituyendo proselitismo por otra palabra como hicieron con
lo de sustituir superiores por “directores”. Como en el juego infantil
consistente en hablar sin decir ni “si”
ni “no”, ni “blanco”, ni “negro”.Y se
quedan tan panchos.
¡Cuánto envejece el Opus! No me refiero
a que hoy en su seno abundan los viejos y escasean los jóvenes. La problema estriba en que el OD se identifica tanto con la
personalidad, biografía e idiosincrasia de su fundador, que ha envejecido a su
mismo ritmo, como el reloj del abuelito que le compraron cuanto nació. El
abuelito muere a los noventa años y el reloj ya no puede andar o al revés muere
primero el reloj y luego el abuelito. El OD, tras la muerte del abuelito, se
está convirtiendo a pasos agigantados en pasado histórico, en algo que era, que
fue, que ya no es. Yo así lo percibo. Cosas que tienen carácter fundacional —como
la vocación de numeraria auxiliar—, son ya de época lejana, de la belle époque, de cuando se bailaba el
charlestón. El Opus Dei cuajó al modo de entonces. Resulta difícil entenderlo
fuera de esa época. Las clases sociales propias de la belle époque son las que dieron lugar a las categorías vocacionales
de los numerarios, los agregados y las numerarias auxiliares. Por expresarlo
simbólicamente, los sucesores de Sanjosemaría están condenados
a continuar ingiriendo crespillos el Viernes de Dolores en recuerdo de su mamá,
doña Dolores Albás.
Los obispos, como son sucesores de los
Apóstoles y no de Escrivá, ni toman crespillos; ni se dedican a las actividades
propias de la prelatura; ni tienen un servicio doméstico de carácter
fundacional. ¡Qué más quisieran ellos que tener un servicio doméstico a la
antigua! Nos gustaría a todos. Padecen abnegadamente su feroz proselitismo. Pretenden
que los fieles de las diócesis —incluidos hasta sus curas— dediquen su dinero y
sus energías a las tareas propias de la prelatura, en detrimento de la cura de
almas, en la que nunca Escrivá trabajó, salvo el par de meses que pasó en
Perdiguera, de donde salió escopetado y espantado. Los obispos ni son colegas de
Escrivá, ni les corresponde ser difusores de su ramplón magisterio, ni de su
espiritualidad, más bien frailuna, pues está basada en el cumplimiento de una
regla. Lo peor es que su espiritualidad es poco diocesana por no decir anti-diocesana.
Lo es sólo de boquilla.
Los del OD deberían hacer más caso tanto
al magisterio público de su obispo —o arzobispo— del lugar, como a sus
llamamientos a implicarse en las actividades de la diócesis. No hacen caso al
obispo del lugar en las materias que son competencia del obispo. Se comportan
como fieles a-diocesanos, como fieles
ajenos a la diócesis territorial a la que pertenecen. Al obispo del lugar se le
arrincona. No se sabe siquiera quién es. En las Preces de la Obra se le designa
como antistite huius dioecesis, sin mencionar siquiera su nombre. La táctica
es siempre la misma. Se procura ganar al obispo del lugar con toda clase de
zalemas —de eso se encargan principalmente los sacerdotes de la sss+— y luego se le avasalla. Si no se deja, se le pone
verde por los mentideros de la Curia Romana. ¡Ándate con cuidado, obispito!,
que tengo un amigo en el Pentágono.
Un numerario recién llegado a Roma le
dijo con satisfacción al Padre: El obispo
de X –me parece que se refería al de Murcia- está muy contento con nosotros. A lo que el
a la sazón monseñor y prelado doméstico de su santidad, Escrivá de Balaguer
respondió: lo importante es que nosotros
estemos contentos con él. La misma
táctica se ha adoptado y se continúa adoptando con los papas. Cuando no se
dejan seducir por las zalemas, se les pone verdes. Eso sí con cara de mucho
sufrimiento, porque Iglesia carece de buen pastor. Se portan como los hijos de
Noé.
4. Por delante de mi casa pasan con
frecuencia —calle arriba o calle abajo— sacerdotes numerarios del OD. Van
y vienen de algún centro de la Obra, me da la impresión. Se les reconoce por la
pinta. Aspiran a ir vestidos como un sacerdote diocesano más;
pero, a mi modo de ver, no debieran hacerlo, porque no son sacerdotes diocesanos ¿Por qué
engañar? ¿Por qué ir vestido de sacerdote diocesano cuando no se es tal? No
tienen cura de almas, no pueden administrar el bautismo, ni la confirmación, ni
la unción de enfermos —salvo a los numerarios y agregados—, ni oficiar
matrimonio alguno, a no ser por delegación del párroco. Tampoco dicen misas
para el pueblo fiel, sino que sólo dicen misa para los numerarios y las numerarias
en sus respectivos oratorios privados, por cierto malolientes como consecuencia
de la excesiva quema de grasas animales en espacios tan reducidos. No hay quien
respire bien allí. Para confesar a gentes que no son del OD necesitan licencia
del ordinario diocesano. No se implican, salvo raras excepciones en tareas
diocesanas. ¿A quién quieren embaucar vistiéndose de lo que no son?
Quizá
individualmente no son conscientes de que no son curas seculares, porque sus
superiores les han hecho creer que son sacerdotes seculares. Viven engañados. Deberían
—entiendo yo— hacer como los dominicos o los carmelitas. Visten de sacerdote;
pero no de sacerdote secular. No son impostores. Si la condición sacerdotal
debe manifestarse en el modo de vestir, por lo mismo no debe ocultarse la
correspondiente incardinación sacerdotal.
El fundador del OD entendía el
sacerdocio como una condición personal de trascendencia social, por lo que la
condición sacerdotal debía percibirse exteriormente. No pretendo valorar el
fondo de la cuestión, sino sólo resaltar que, si la condición de sacerdote ha
de manifestarse en el modo de vestir, no debe ser embaucara. El sacerdote numerario no debe
hacerse pasar por lo que no es.
Los numerarios laicos llevan, como
único distintivo externo de su condición de numerario, el llamado “anillo de la
fidelidad”, un distintivo tan discreto, que incluso pasa inadvertido.
Curiosamente los sacerdotes del OD, pese a haber hecho la fidelidad, no llevan
tal anillo. No llevan ese distintivo de su condición de numerarios, que los identifica
como sacerdotes sin cura de almas. Son ellos los que debieran llevarlo y no los
numerarios y agregados laicos, entiendo yo. Deberían preguntarse con
sinceridad: ¿Hay en mi porte exterior
algo molesto, chocante o extraño, que desdiga del cargo y posición que ocupo?
A ver si de una vez dan con ello. A ver si por fin caen en la cuenta, después
de tantas semanas de escuchar esa pregunta una y otra vez.
Esta deficiencia se ve compensada, en cierto modo,
porque a la legua se nota cuándo un sacerdote es un cura y cuándo no lo es. Por
la calle se los reconoce bastante bien. Los curas diocesanos suelen vestir de
calle y con discreción. El clerman no es un traje
discreto. Si acaso llevan una cruz u otro pequeño distintivo. Los sacerdotes
del OD van bastante apañaditos, siempre sin barba, con
su clerman negro —nunca gris—, una cartera de mano y un
alzacuellos tan incómodo que da grima verlo.
Si no recuerdo mal dentro de las casas del OD —tanto
de mujeres como de hombres— durante el día han de vestir sotana. Por la noche
se acuestan en pijama, como sus hermanos laicos. Tienen una triple indumentaria.
En las casas van de sotana durante el día. De noche en pijama. En la calle, de clerman. Me parece que es así.
El resultado es el contrario al pretendido, me
parece a mí. Con el clerman no parecen sacerdotes
diocesanos. Si quieren vestir como tales —aunque no deben hacerlo—, que se
informen sobre qué es lo que el ordinario del lugar ha dispuesto al respecto, que
rara vez es el uso de clerman. No corresponde a los
sacerdotes numerarios predicar con el ejemplo acerca de cómo deben vestir los
sacerdotes diocesanos, porque no les corresponde a ellos sino a su obispo
pronunciase en tema de la vestimenta sacerdotal de sus sacerdotes. Es como si a
mí me diese por vestirme de mujer —con falda por debajo de la rodilla y
ocultando lo más posible el pecho—, para dar ejemplo de modestia cristiana a las
mujeres. El tono en el vestir femenino han de darlo mujeres, me parece a mí. A
un sacerdote no diocesano no le corresponde dar lecciones sobre cómo debe ir
vestido un sacerdote diocesano.
Es una pena que las circunstancias sociales en
España no sean como las de Méjico. Me contaba un sacerdote numerario que vivió
allí hace muchos años que, como su anticlerical gobierno —o constitución o lo
que fuese— prohibía el uso de hábitos religiosos por la calle, lo que hacían los
sacerdotes numerarios al salir a la calle era remangarse la sotana por encima
de la rodilla, dejando ver los pantalones. Luego cubrían el resto de la sotana
con un chaquetón, abrigo o lo que fuese. Al llegar a su destino, se quitaban el abrigo, dejándolo en una percha y se des-remangaban la sotana. De ese modo tan
simple cumplían con todos.
5. Lo más grave no es lo de la
indumentaria. Eso es sólo un síntoma; pero no la enfermedad. Lo peor es que,
sin corresponderles, aspiran a sustituir a la Iglesia en su triple función de magisterio,
orden y jurisdicción. Aspiran a ser su Pepito Grillo. Pero la Iglesia no está
necesitada de tal Pepito Grillo. Le basta con el Espíritu Santo. Ni Escrivá ni sus
sucesores representan a la Iglesia. Que no embauquen. Que no se hagan pasar por
lo que no son. No representan a la jerarquía de la Iglesia, ni a su disciplina,
ni a su liturgia. Zapatero a tus zapatos: a las peculiares tareas de la
prelatura. ¡Hala! ¡A tomar crespillos! que es lo vuestro. Es un gran postre y
muy económico.
Gervasio
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Anexo I
Hasta el año 2013
se podía acceder al citado catecismo con facilidad, pues se encontraba
disponible en formato PDF en esta misma web. Tras una injusta sentencia de
24-XII-2013 de la Ilma. Sra. Magistrada Dª Olga Martín, titular del juzgado de
lo Mercantil nº 10 de Madrid, Agustina de los Mozos ha sido obligada a retirar
de la web que ella dirige el PDF en cuestión. La edición impresa en papel del
catecismo no está sujeta a los usuales tributos propios de la venta de libros,
pues se trata de una edición no venal. No obstante, la citada magistrada del
juzgado de lo Mercantil de Madrid ha ordenado retirar el PDF, a instancias de
la sociedad mercantil SCRIPTOR S.A. En suma ha dado un planteamiento mercantil
a una edición que carece de valor comercial. Como nos encontramos ante un
documento secreto, me veo en la imposibilitado de alegar referencia alguna, en
orden a que se pueda comprobar que no me invento la cita. Aseguro que es
textual —salvo error u omisión—, si bien el subrayado es mío. El citado libro,
según conjeturo —no he podido tenerlo en mis manos en papel—, está editado en
Roma, en la imprenta sita en la casa central del Opus Dei. Carece de censura
eclesiástica.
Anexo II
Dentro se la sss+ hay dos tipos de socios: a) Los incardinados en la sss+, para lo cual es requisito indispensable que ser previamente
agregado o numerario del Opus Dei. Si eran numerarios pasan a llamarse sacerdotes numerarios y si eran
agregados curiosamente no pasan a
llamarse sacerdotes agregados sino sacerdotes coadjutores. Estos sacerdotes
coadjutores son muy escasos en número. La primera ordenación sacerdotal de
agregados laicos tuvo lugar en 1983,
ocho años después del fallecimiento del fundador. El nombre de sacerdotes
agregados —que sería el lógico— ya estaba ocupado desde 1950 por los
sacerdotes diocesanos; por lo que hubo que improvisar otro nombre: coadjutores. b) Los sacerdotes incardinados
fuera de la sss+, curiosamente son denominados —por
razones históricas— sacerdotes agregados o
bien sacerdotes supernumerarios,
cuando su vinculación con la sss+ no es
tan comprometida como la de los sacerdotes agregados y recuerda a la de los supernumerarios laicos.
Así, pues, hay cuatro clases de sacerdotes dentro de la sss+.
Los a) que no tienen cura de almas y los b), que sí la tienen.
En tema de
sacerdocio ha habido una continua improvisación. Quizá aparezca una quita
clase, cuando se permita a los supernumerarios —una vez viudos, o solteros—
ordenarse y quedar incardinados en la sss+. No se les
podría llamar sacerdotes supernumerarios,
pues tal denominación ya está ocupada por los sacerdotes diocesanos de la sss+. A ver qué nombre se les ocurre.