La patología de Escrivá: por qué el
Opus Dei da Vergüenza
E.B.E. – 24 de Octubre
2011
(Francis Bacon, autorretrato)
Gervasio da en el clavo cuando habla de lo vergonzoso que era y es hablar del Opus Dei. Ser franciscano, ser dominico puede ser “una curiosidad histórica” para quienes no sean religiosos, y para quienes lo sean puede ser algo sumamente admirable. Ahora bien, la pertenencia al Opus Dei está cargada de una fuerte ideología: la visión de la realidad que tenía Escrivá (semejante al caso de una secta). Es como pertenecer a un grupo de ultraderecha racista que promueva “el amor por las razas inferiores”. El Opus Dei da vergüenza porque es casi imposible de demostrar lo que predica: el resultado es algo forzado, a pesar de tener a su fundador canonizado y haber recibido de la Iglesia un enorme respaldo. Por más perfumes que se le echen desde afuera, hay algo adentro del Opus Dei –en la raíz - que sigue oliendo mal.
Por eso la AOP [Apostolado de la Opinión Pública] inventó todo un discurso institucional para hablar del Opus Dei sin tener vergüenza: «Opus Dei for dummies» podríamos llamarle, y son las diferentes formas de “cómo hablar del Opus Dei sin sonrojarse en el intento”.
Dice Gervasio:
"aunque formalmente están destinados al gran público, en realidad están destinados a los propios miembros del Opus Dei, para ilustrarlos sobre lo que deben decir, negar, o mentir"
Lo interesante es comprobar cómo el Opus Dei es percibido a sí mismo –por los mismos protagonistas- como algo realmente obsceno –que causa profunda vergüenza en público, por eso se lo oculta- y que sólo puede ser presentado a la luz del día vistiéndolo, cubriéndolo, tapándolo, con ropajes rígidos y nada espontáneos. Así como la prelatura es un “traje a medida” para ocultar el instituto secular que hay adentro del Opus Dei, las explicaciones que dan los miembros del Opus Dei son otro traje a medida.
Lo contradictorio es que en teoría se debería hablar del Opus Dei en público sin problemas, pero en la práctica hablar del Opus Dei en público da vergüenza, porque hacerlo es algo obsceno. ¿Y por qué es obsceno? Ahí vamos.
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Vergüenza para pecar
Fue Escrivá mismo quien introdujo ese sentimiento de vergüenza patológico para que cada uno evitara hablar abiertamente sobre el Opus Dei y así no delatara accidentalmente los abusos internos a las conciencias.
«La intimidad de la entrega personal a Dios y la intimidad de la vida de nuestra familia, no son cosas para andar pregonándolas por la calle, ni para satisfacer la curiosidad del primer oliscón agresivo que llame a la puerta» (Escrivá, Meditaciones I, págs. 447-448)
¡Qué imagen más extremista! Blanco y negro. No hay grises. El Opus Dei más que una institución es una intimidad como la del alma y cualquiera que se interese por conocer sus reglamentos y documentos ha de ser un “oliscón agresivo”, un invasor.
Lo obsceno como sentimiento, es un mecanismo muy fuerte para auto-controlar qué cosas mostrar y qué cosas ocultar muy bien. Escrivá recurrió a ese mecanismo para ocultar a su Opus Dei de las miradas ajenas, y -mientras tanto- funcionar bajo tierra –crecer para adentro, solía decir curiosamente- como un topo, y un día emerger a la superficie sorpresivamente con la figura de prelatura.
Lo de Escrivá es verdaderamente barroco-rococó: rizar el rizo. Como sabía que lo que estaba haciendo no estaba bien –por ejemplo el engaño vocacional-conventual-, para ocultarlo introdujo una fobia a revelar todo lo que tuviera que ver con el funcionamiento institucional, calificándolo de “intimo”. De esa manera, hablar del Opus Dei era “hablar de sus partes íntimas”. No se podía hablar abiertamente del Opus Dei sin exponerse al mismo tiempo a una situación de obscenidad. Tuerca y contratuerca, diría Escrivá. Amarrar bien, que nada se escape, que nada se suelte. Había que convertir en pecado el asunto y ya la vergüenza se encargaría del resto.
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Esto es lo obsceno de Escrivá: declarar íntimo algo que debe ser público, como ahora hacen los superiores del Opus Dei con los documentos internos publicados en Opuslibros, que además ocultan esa conducta –vergonzosa, obscena- detrás de “los derechos de autor” (son una excusa para reclamar un deseo oculto: el de censurar y silenciar a Opuslibros). Las constituciones y el Derecho Particular en latín no han hecho sino ocultar su contenido al público mediante el tupido velo del idioma latín: todo está a la vista y al mismo tiempo todo está oculto, como un truco de magia frente al público, el mago Escrivá con su manía de ocultarse y desaparecer... curiosa asociación la de Escrivá. A la vista del público, Escrivá hacía desaparecer las cosas y por lo tanto nadie podía decirle que estaba manifiestamente “ocultando algo” ya que lo hacía “a la vista” de todos. Este es el truco del Opus Dei: hacer todos sus engaños “a la vista”.
De esa manera –al declarar lo que debía ser público como de carácter íntimo- institucionalizó el secretismo a la vista de todo el mundo. No dio a entender que era algo privado sino íntimo: lo íntimo ni siquiera se menciona. Lo privado al menos se lo declara públicamente como privado. Pero de lo íntimo, ni siquiera públicamente se lo declara como tal. Lo íntimo directamente no existe para la órbita pública.
Fuimos entrenados para no hablar del Opus Dei. ¿Cómo no nos va a costar ahora hablar del Opus Dei públicamente, aun habiendo dejado esa organización hace años? De la misma forma, la AOP estaba entrenada sólo pada hablar lo necesario y no más de lo necesario. No hay que extrañarse entonces que muchos se resistan todavía a participar en Opuslibros: les parece obsceno hablar del Opus Dei en público, porque fueron bien entrenados.
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Una interioridad rota
¿Por qué lo hizo Escrivá? ¿Cómo una estrategia? El problema de Escrivá y su Opus Dei es que las estrategias de este tipo son tantas que terminan cuajando en patología. Ya no se trata de un recurso casual sino de un patrón de conducta. No es una copa de vino, son botellas enteras. No es un gusto que se da, es un vicio que lo aqueja. A lo que le encontró gusto fue al vicio, no al vino, digamos.
Una persona en su sano juicio no hace este tipo de engaños, ni aunque sea por maldad: si quiere hacer el mal, lo hace de manera racional (y hasta pasional) pero no de manera patológica, pues en ese caso, además de querer hacer daño, tiene otro problema adicional. Los psicópatas que hacen daño (problema moral), además tiene otro problema: el psiquiátrico (es sumamente interesante el artículo de Wikipedia sobre psicopatía, al menos para una aproximación al tema).
Más que trastrocar la realidad para hacer daño y beneficiarse, o beneficiarse mediante el daño, lo que al parecer sucedió, es que Escrivá necesitaba deformar la realidad para adecuarla a su entendimiento. Es como el autorretrato que pintó ese magnífico artista llamado Francis Bacon: no quiso hacer una fotografía o copia de “lo real” sino plasmar su interpretación. Uno ve ese rostro y se da cuenta de que hay allí todo un mundo interior muy complejo.
El Opus Dei es el autorretrato de Escrivá: la interpretación que él hizo “de lo que vio” (dejo de lado su origen sobrenatural) y también –inevitablemente- la interpretación “de quien vio” lo que vio. Estudiando al Opus Dei se puede entender mucho de la psiquis de Escrivá, y por eso seguramente Escrivá no quería que se hablara abiertamente del Opus Dei: era lo mismo que hablar de él, y lo que él deseaba era “ocultarse y desaparecer”.
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De la misma manera, Escrivá declaró laico lo que era propio de religiosos (subvirtiendo nuevamente el orden y creando fobias a todo “lo religioso” para que uno no se acercara, justamente para no hablar ni referirse al tema ni remotamente). Lo mismo, el mismo proceder siempre. Trastrocar el orden de las cosas y las palabras. Una vez puede ser gracioso, varias veces puede ser un recurso táctico, demasiadas veces ya es espeluznante.
Escrivá tenía categorías mentales verdaderamente subvertidas, y nos obligaba a llamar a las cosas “por el nombre equivocado”, machacándonos que no éramos consagrados ni religiosos sino laicos como los demás. Esto es psicológicamente problemático, va más allá de una simple táctica. Teníamos prohibido –realmente- el acceso a la realidad, viviendo en una suerte de “atmósfera psicótica”. A la vista de todo el mundo, Escrivá nos negaba el acceso al mundo: de nuevo el truco de magia. No había pruebas para recriminarle, “todo era visible”, todo estaba a la vista. El truco era indemostrable.
El Opus Dei tiene todo un aire psicótico, de pérdida del sentido de la realidad. Y encima Escrivá sentenciaba (como para completar la patología y rematar el asunto):
«Pero las ideas claras, la conciencia clara: lo que no podemos es hacer cosas malas y decir que son santas» (Escrivá, Meditaciones III, pág. 715).
Escrivá creaba su realidad interior y al mismo tiempo negaba su opuesto: lo tenía todo estudiado, todo asegurado. Lo que hacía Escrivá es bastante enrevesado, por lo cual no es fácil explicar.
Anticipaba todas las críticas que podíamos llegar a escuchar, haciéndonos saber que en algún momento vendrían. En realidad, ya estaban adentro: esas críticas eran reales (el elitismo, el secretismo, la coacción, en engaño, la manipulación, etc.) pero nosotros no éramos consciencias de ello (de tanto que las había negado Escrivá). Escrivá nos decía: si oyen algo de eso, les quiere adelantar que son calumnias («qué visión de profeta tiene “el Padre”, decíamos, ¿cómo sabe lo que va a venir?, claro porque tiene luces de Dios, por eso sabe ver el futuro», pensábamos ingenuamente). En el Opus Dei –continuaba Escrivá- hay una libertad extraordinaria, por lo cual les quiero anticipar que habrá calumnias –mentirotas grandes como un elefante, que vienen del demonio- diciendo que no hay libertad en el Opus Dei y vosotros sabréis que se trata de calumnias. «Entendido Padre, lo que usted diga».
Lo que hizo Escrivá, lo hizo con una conciencia tan plena que es inexcusable. Lo planificó todo, lo previó todo. A sangre fría.
Al negar el opuesto (la falta de libertad o la falta de secularidad), negaba la realidad exterior (a su conciencia) y afirmaba como real su ficción. Tuerca (hay libertad) y contratuerca (no hay coacción). Otra imagen fatal, esta de la tuerca y contratuerca, que se suma y compromete psiquiátricamente a Escrivá. Creaba confusión y al mismo tiempo se declaraba a favor de la claridad. Eso es mucho más que un tejemaneje. Para poder hacerlo bien hay que estar mal. No es gratuita esa habilidad.
«Conceder sin ceder, con ánimo de recuperar». El problema patológico de Escrivá era creer -¿o hacer creer?- que su forma de proceder no era patológica sino una simple táctica. Se sentía un listillo, pero había algo más. Escrivá decía que era una táctica (tiene todo un capítulo de “Camino” dedicado al tema), pero en realidad era una patología. No podía actuar de otra manera que no fuera retorcida, al mismo tiempo que afirmaba lo contrario:
«Con rigideces nada se consigue: se pierde la espontaneidad y la iniciativa y se da lugar a que surjan espíritus retorcidos: hombres que, por no formarse en la verdad, acaban yendo contra su conciencia con pecados, que podríamos llamar barrocos, complicados, poco naturales. Libertad, hijos míos, libertad, que es la clave de esa mentalidad laical que todos tenemos en el Opus Dei» (Escrivá, Carta, 29-IX-1957, n. 55., citado en Meditaciones IV, págs. 272-273).
¿Cuántas veces uno se preguntaba por qué las cosas no se podían hacer de manera más simple y abierta? Las razones eran variadas (prudencia, discreción, etc.) pero el resultado era el mismo: siempre retorcido. Y esto inevitablemente daba vergüenza.
Eran tales las contradicciones dentro del Opus Dei, que uno necesitaba apostarse en algún principio de sanidad, para estar psíquicamente a salvo y sentirse “en el camino seguro” (otra imagen de Escrivá). No es posible vivir en contradicción permanentemente.
Por aquél tipo de afirmaciones, uno “creía” en la sanidad mental de Escrivá. Lo que sucediera en los hechos mucho no importaba siempre y cuando “los principios” que enunciaba estuvieran claros.
Pero, como la conciencia lo tenía prohibido, el cuestionamiento de la realidad lo haría nuestro propio cuerpo: manifestándose con depresiones, ansiedades y cualquier otra expresión de “inadecuación” al mundo de Escrivá. Por eso tanto esfuerzo, tanta coacción, tanto holocausto del yo:
«Hay que saber deshacerse, saber destruirse, saber olvidarse de uno mismo; hay que saber arder delante de Dios, por amor a los hombres y por amor a Dios, como esas candelas que se consumen delante del altar, que se gastan alumbrando hasta vaciarse del todo» (Escrivá, Meditación, 16-II-1964).
Es que no hay otra forma de adaptarse al mundo de Escrivá, porque para ello necesitábamos estar realmente trastornados como él, y no lo estábamos. Por eso luego, al salir del Opus Dei debíamos pasar necesariamente por un proceso de adaptación al mundo, pero al mundo exterior al de Escrivá, el mundo en el cual hoy vivimos. Y no es simplemente porque habíamos sido o vivido “como los religiosos”: además de eso, habíamos vivido según un orden trastrocado de las cosas y las palabras. Necesitábamos ver con nuestros propios ojos y no con los culos de botella que nos había obligado a usar Escrivá. La relación con el Opus Dei era en un solo sentido: cada uno debía adaptarse a Escrivá, mientras que el Opus Dei jamás se adaptaría a las circunstancias de cada uno. De ahí la importancia “estratégica” del sometimiento.
El holocausto del Yo es tal vez donde la perversión de Escrivá –su daño- se manifiesta con más intensidad: quería que nos volviéramos como él –adecuándonos a su psicología particular-, hasta perder el control sobre nosotros mismos –aniquilarnos, destruirnos- y perder el sentido de realidad, anulando nuestro yo –nuestro juicio- hasta acabar verdaderamente enfermos, sin retorno, un verdadero sacrificio de aniquilación completo. Escrivá estaba trastornado y quería que nosotros acabáramos como él, haciéndole compañía.
«¡me dejaré conocer mejor, guiar más, pulir, hacer! (…) que no tenga en más aprecio mi propio criterio —que no puede ser certero, porque nadie es buen juez en causa propia— que el juicio de los Directores» (Escrivá, Meditaciones III, pág. 225)
Todo muy bonito lo que decía. El problema es cómo acababa. Quería que nuestra psiquis se dejara moldear como el barro en manos del alfarero. Si lo hubiéramos permitido, hubiéramos quedado completamente dañados, como no pocos terminan en el Opus Dei. Por eso es fundamental el control sobre las conciencias: para acabar fuera de la realidad y absorbidos dentro del mundo de Escrivá.
Más que un Código de Derecho Particular, lo que tiene el Opus Dei es una Psicología Particular: lo necesario ahora es que especialistas la describan adecuadamente.
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Escrivá afirmaba “la libertad teórica” y al mismo tiempo negaba rotundamente la real ausencia de ella. Lo que podríamos llamar “las redes de la barca”. Por eso el Opus Dei “es perfecto y no tiene fallas”: Escrivá aceptaba sólo una parte de la realidad, la que él definía como real, su mundo mental. Existía la libertad teórica que él decretaba y por lo tanto la ausencia de coacción (que es decir lo mismo, nada más que por vía negativa). No aceptaba nunca que existiera otra cosa, es decir, que existiera una realidad exterior a su mundo. “La coacción no existe” ni puede existir, ni nunca ha sucedido o sucederá (afirmaciones apodícticas típicas de Escrivá, proféticas, mesiánicas). Era el mundo perfecto.
Escrivá tomaba cosas del mundo exterior, interactuaba, pero sin salir de su mundo: vivía en una cueva -¿Qué son sino Villa Tevere o Cavabianca?: mundos cerradísimos- y de hecho así era el Opus Dei, una cueva. ¿Cómo no iba a dar vergüenza decir que “somos del mundo” al mismo tiempo que no salíamos de la cueva? Era hacer el ridículo, y sin embargo había que poner cara de piedra, cuando no un entusiasmo ficticio, delirante.
La vergüenza era un síntoma muy saludable de que no estábamos trastornados estructuralmente, y de que manteníamos un contacto importante con la realidad. En cambio, con la excusa de “la santa desvergüenza” Escrivá escondía -a la luz de todos, como un mago- su patología –la hacía pasar por virtud, como un mago-, su psicopatía, su ausencia de vergüenza. No tenía ningún problema en negar la realidad porque se había creado un entorno favorable a ello: el microcosmos del Opus Dei, el escenario preparado donde hacía sus pases de magia y tenía su público adicto. Escrivá no salía de su mundo –creó un teatro adecuado para actuar- y todos los que le rodeaban le confirmaban su visión, la compartían igual que él, por mandato de él.
La angustia que él quería que nosotros sintiéramos si abandonábamos el Opus Dei –de ahí las amenazas, el rejalgar, etc.-, era probablemente la misma angustia que él sentiría si se le acababa su mundo de ficción: por eso amenazaba a quienes se fueran del “teatro” antes de acabar su función –que incluía la canonización-, porque sin el público, el teatro no era nada, Escrivá se quedaría en evidente soledad y en una profunda angustia existencial, la misma que le llevó a crear el Opus Dei. Necesitaba la confirmación de la mirada de los demás, de un gran público. Abandonar el Opus Dei era una afrenta personal: Escrivá se lo tomaba como una amenaza contra su persona, contra su estructura psíquica más profunda.
Por eso teníamos los días contados: era imposible que vocación alguna hiciera compatible lo patológico con nuestra sanidad mental. No estábamos llamados a permanecer en esa situación por mucho tiempo, aunque ese tiempo significara décadas.
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Este tipo de negaciones discursivas –negar la coacción, negar la falta de secularidad, etc.- la hacen también -por ejemplo- los políticos cuando mienten. El problema es cuán estructural es la mentira: si se hace crónica, ya no es “un recurso”, es una patología.
Cuando alguien ya miente tanto, manifiesta serios problemas para relacionarse con los demás y muy probablemente considera a la realidad como el engaño y el enemigo, del cual hay que defenderse o incluso atacar (Escrivá prefería defenderse, más que atacar: ten la valentía de ser cobarde, huye, decía en “Camino”, y difícilmente se refería sólo a la sexualidad). Escrivá vivía peleándose con la realidad y de ahí su obsesión por ser eficaz, por vencer a la realidad que se le oponía constantemente, que conspiraba contra él. Hacía suyo el comportamiento paradójico: hablando de chifladura divina, declarando santo lo vergonzoso, valiente lo cobarde, y así siguiendo. Parece gracioso y ocurrente, pero deja de serlo cuando se transforma en un patrón de conducta.
¿Y las manías persecutorias? “Que no nos quieren, que nos escupen, que nos persiguen,” etc., y a todos nos tenía atrapados con ellas: “pobre Padre, cómo lo persiguen” (si, las manías). Enemigos seguro que tendría, como cualquier persona importante, pero esa manía y esa mística persecutorias con la cual teñía su realidad, eran de otro orden. Se creía extraordinario, como también su fundación lo era para su visión.
«Vosotros no sabéis que por muchos años hemos sufrido la persecución, también de los buenos. No lo sabéis, porque el Padre ha prohibido que se hable o se escriba de esas cosas. Fue una persecución como la que sufrió Jesús de parte de los sacerdotes y de los príncipes del pueblo: calumnias, mentiras, trapisondas, insultos; en la prensa, en las conversaciones... Éramos la burla de todo el mundo. Todos se sentían con derecho a escupir encima» (Escrivá, Meditaciones, II, pág. 381)
Sin embargo, él no tenía contemplaciones para el que reclamara el mismo derecho, al contrario, se mostraba impiadoso:
«Cuando uno no se ha dado por completo, a la primera dificultad la inteligencia se enreda, y cuesta comprender lo que entiende una criatura de diez años, y viene el pensamiento de que no se nos entiende. Hijo, habla, y verás cómo sí te comprenden. ¿No será que a ti, por las circunstancias de un momento, porque tu soberbia quiere saltarse una limitación, no te interesa que se te entienda?» (Escrivá, Crónica, 1972, pp. 637.639).
«En la Obra, si alguno tiene disgusto o vive con tristeza, es por culpa suya: porque los medios para servir in laetitia están al alcance de todos» (Escrivá, Crónica, 1973. pp. 644).
«El noventa y nueve por ciento de los conflictos que nos planteamos nos los inventamos: son bolas que hacemos crecer, son razonadas sinrazones, son un engaño para ocultar nuestra concupiscencia.
¿Y sabéis, entre estos conflictos, cuál es el origen más general? La falta de humildad: la soberbia. Porque no me quieren, porque no se preocupan de mí, porque no tienen en cuenta mi talento, porque no se dan cuenta de lo que yo puedo y valgo... Y aquí tenéis a un alma que podría tener una paz maravillosa, que podría vivir con una tranquilidad y una alegría inmensa, y por soberbia, por querer lucir, por querer llamar la atención, por querer un trato especial, se hace desgraciada e infecunda. Porque un alma que va por estos caminos, si no abre el corazón y no se humilla, además de sufrir, hace sufrir a los demás y no puede, de ninguna manera, ir adelante» (Escrivá, Meditaciones III, pág. 661)
Escrivá creía en su realidad más que en ninguna otra cosa (la visión del 2 de octubre, ¿habrá sido un episodio psicótico?, realmente me lo pregunto). Y nos obligaba a ver como él veía, a creer en su realidad y no en la que pudiéramos experimentar por cuenta propia. Aunque no fuéramos psicóticos, debíamos actuar como tales: negando la evidencia sin ningún tipo de complejos. ¿Cómo extrañarnos, entonces, de tantas enfermedades mentales dentro del Opus Dei? Con negar la realidad ya es suficiente para enfermarse. Eso sí: hablar del Opus Dei en público nos daba vergüenza, pero negar la realidad –en privado- no nos generaba ningún complejo.
Escrivá negaba que fuéramos religiosos y afirmaba que éramos laicos. En los hechos, funcionábamos como religiosos y consagrados (un mix, digamos) pero en su interpretación éramos tan laicos como cualquier otro. No era una cuestión de táctica su negación de la realidad: Escrivá tenía graves problemas en su relación con la realidad (aunque ello no le impidió para nada tener un éxito extraordinario, porque era un maestro de la seducción, según se deduce de diversos testimonios).
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“Debíamos pasar por la mente y el corazón del Padre” si queríamos estar unidos a Cristo, afirmaba rotundamente Escrivá. Y claro: era la única forma de aceptar psíquicamente el Opus Dei, metiéndonos en su realidad mental y asumiendo que era la única y verdadera realidad. Tal vez sea todo una casualidad y este análisis que hago aquí esté completamente equivocado, pero lo cierto es que son demasiadas las cosas que van coincidiendo, el rompecabezas que se va armando, con las piezas que ha ido dejando Escrivá en su vida.
Quien engaña y se da cuenta, hace daño pero no por ello constituye patología. Entra y sale de esa situación ficcional: actúa un personaje para lograr su beneficio y luego vuelve a su forma de ser natural (su identidad estable, digamos).
En cambio el psicópata vive dentro de su mundo y sale a mostrarse natural y luego retorna a su mundo. Descubre así su habilidad “para actuar naturalmente”, capacidad que usa en beneficio propio, generalmente estafando a los demás (porque es un maestro creando confianza).
El Opus Dei es ese “mundo interior” de Escrivá, y lo que cada uno hizo fue meterse en ese mundo. Todo lo contrario a “nadie os saca de vuestro lugar”. En lugar de abrirse al mundo, Escrivá logró abastecerse de lo necesario para no salir.
Escrivá creó esa dualidad porque es la dualidad en la cual vivía su mente y lo que hizo fue crearse una institución, un entorno “adecuado” -desquiciado- donde “vivir tranquilo” y que los locos –“los que no entendieran”- fueran los demás. Por eso, para ser solidarios con su locura, es que todos los demás nos hicimos locos con él y por él. Pero como no teníamos la patología, es que pudimos volver a la normalidad, aunque no sin esfuerzos y grandes desgastes.
Tener vocación, en verdad, era tener la patología. Por eso los daños psicológicos de “la vocación” al Opus Dei y también el uso de fármacos para modificar nuestra “visión equivocada”, como contaba NVLP. Lo que cuenta en este testimonio es justamente una muestra del carácter psicótico del Opus Dei: NVLP fue a hablar a Villa Tevere de serios problemas que él veía en su país, y los superiores del Opus Dei actuaron negando la evidencia, actuando de espaldas a la realidad y tratando a NVLP como si el psicótico fuera él, quien negara la realidad fuera NVLP y no el Opus Dei. Por si quedaran dudas, lo medicaron con psicofármacos. Así los superiores confirmaron el ambiente psicótico que se respira en Villa Tevere.
El tercer día, empecé a darme cuenta de que no había mucho interés en hablar. Todo estaba relacionado con el fútbol, pasear, salir, descansar, que te dé el aire... Y hombre, dejar todo lo que tienes en la otra punta del mundo para venir inmediatamente a Roma y que te digan que te vayas a pasear porque el atardecer romano estos días es precioso, me parece muy romántico, pero también una tomadura de pelo. Así que después de lanzar varias indirectas para ver cuándo tendríamos un ratito para hablar, y no mucho interés en contestarme, le pregunté directamente: "¿Vamos a hablar de los temas que yo escribí en mis cartas?" Y me dijo: "no; de lo que has escrito en esas cartas no vamos a hablar."
De su testimonio se deduce claramente que NVLP conservaba un fuerte sentido de realidad –debido al cual detectaba los problemas dentro del Opus Dei- lo que le permitió constatar la estructural negación de la realidad que se transmitía desde Villa Tevere, raíz de todos los demás problemas.
La vocación modifica la conciencia de la realidad e impide ver lo patológico que hay en el Opus Dei y en su fundador. Impide volver a la realidad rápidamente y todo se convierte en una actuación interminable, que hace muy difícil salir del Opus Dei. No es extraño entonces que “ser cristianos corrientes” fuera más “una actuación” y no una realidad. Pero por suerte, nuestra conciencia nos hacía saber que “los días estaban contados” y que algún día volveríamos a la realidad.
Escrivá necesitó trastrocar todo su entorno para así “vivir normalmente” según el orden interior de su mente. Esto es dramático. No es casual que el Opus Dei fuera “una barca” y el mundo “un océano” donde uno moriría si salía de esa barca: esa era la imagen terrorífica que Escrivá tenía en su interior y que necesito proyectar afuera y dirigirla hacia los demás.
Su narcisismo, la maldición del rejalgar, los abismos para quien se fuera a confesar con un sacerdote extraño, las desgracias y disgustos para quien dejara el Opus Dei, la falta de ayuda para quien se fuera, la falta de empatía para quien sufría: todo eso simboliza el terror que Escrivá tenía en su psiquis y lo proyectaba, lo institucionalizaba, como quien intentara de esa manera exorcizar sus demonios interiores.
Más que la intervención del Vaticano, el Opus Dei necesita estructuralmente ayuda psicológica y psiquiátrica profunda. Es más: cualquier intervención del Vaticano será inútil si no se atienden estos problemas patológicos. El Vaticano hablará desde el plano religioso y el Opus Dei contestará desde otro mundo. Lo del Opus Dei parece ser más un problema de trastornos de personalidad que problemas religiosos (en Opuslibros se ha escrito bastante sobre el tema: cfr. ¡Qué personalidad! ¡Qué pena! Pero, ¡detengan la locura! - Vadovia, La compleja personalidad del Fundador del Opus Dei.- Doserra, La patología narcisista del Opus Dei.- Oráculo, el ya citado más arriba de Marcus Tank, ¡No tiren el bebé junto con el agua del baño!.- AgustínB, Semejanzas y diferencias entre san Josemaría y el padre Marcial.- Josef Knecht, el comentario de Ántrax al escrito de Vadovía, etc.).
La ausencia de culpa estructural es también algo patológicamente notable y grave, en el modo en que el Opus Dei descarta a las personas sin ningún tipo de remordimientos, basándose en “la teología de la barca” de Escrivá, donde su autor echa maldiciones y condenas sin ningún tipo de contemplaciones.
Será necesario que especialistas en psicología y psiquiatría analicen en algún momento la psicología de Escrivá, sus conductas y sus obras. Aquí solo se ha esbozado un borrador, a partir de “observaciones de campo” y elaborando interpretaciones provisionales, las cuales seguramente contendrán errores y faltas de precisión en el uso de términos técnicos. Es por ello necesaria la labor de especialistas.
Lo fundamental de lo dicho hasta ahora, es señalar que Escrivá manifestó en sus escritos y pensamientos, en las metáforas que elegía, en sus decisiones de gobierno, signos de una fuerte patología dominante en su persona y que se transmitió a la organización que fundó.
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Como conclusión, se puede elaborar y aventurar la siguiente hipótesis.
El mundo interior de Escrivá estaba fragmentado, como fragmentado y disociado es el Opus Dei, su autorretrato. Necesitaba fingir coherencia -unidad- para verse semejante a los demás y para ello creó su mundo –según los parámetros de su mente- desde el cual se sentía unido interiormente.
Para él, el Opus Dei era coherente porque estaba igualmente fragmentado que su mente: en ese sentido coincidían plenamente y en armonía. Pero desde afuera, las incoherencias saltaban a la vista. Eso es lo que Escrivá no veía, o no quería ver –porque lo angustiaría desesperadamente- y con “los lentes del Opus Dei” comenzó a ver otra realidad, la que él deseaba ver.
La coherencia es lo que realmente se esforzó por fingir Escrivá, y no el fragmento. Eso es lo que necesitaba tapar, y lo tapo con diversos fragmentos unidos como un collage.
Podía elaborar, duplicar o fingir muchas situaciones, pero lo que no podía aparentar era un interior unido. Por eso, es muy difícil lograr una imagen homogénea del Opus Dei: es un entramado de incoherencias y de emparchados, unidos sólo “por la voluntad del Padre” (es decir, el principio más arbitrario, el de su psiquis). Es lo que está sucediendo ahora con la carta del prelado de octubre: es un parche a otro parche, como así lo fue una edición del catecismo detrás de otra. Parches más parches. Y la “solución definitiva” resulta que no ha sido muy definitiva que digamos. La contradicción es lo que da coherencia al Opus Dei.
Quien no padece la patología, y necesita por alguna razón “ser momentáneamente otro” (engañar) en ese momento “deja de ser él mismo” y actúa (pero luego vuelve a “su sitio”). Escrivá necesitaba fingir constantemente que “era otro”, porque interiormente no se veía semejante a los demás (y de hecho, más tarde terminó dando una imagen exterior como de alguien superior a los demás, haciendo que los demás giraran en torno a su persona “si querían estar unidos a Cristo”, algo megalómano). Para ser aceptado, necesitaba actuar. Esto ponía en evidencia su constante “falta de adaptación” al mundo exterior.
“La solución” –la prelatura también fue otra solución a “una falta de adaptación”- fue crearse su mundo y así aislarse, para dejar de fingir: que sean los demás los que finjan, es decir, que sean los que ingresen al mundo de Escrivá los que empiecen a fingir y necesiten fingir (cuando se comuniquen con el mundo exterior). Por eso la sensación de estar viviendo en dos mundos: zona interna y zona externa. De ahí la vergüenza: por la falta de adaptación.
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El Opus Dei es naturalmente esquizofrénico. Y es una normalidad tan contradictoria y llena de fragmentos inconexos y de disociaciones.
Se ve en los textos de Escrivá, que no coinciden en una homogeneidad –no es que tuviera que ser perfecta, pero tampoco tan incoherente-, se ve en el pensamiento contradictorio, en la dualidad entre prácticas y teorías, en esa santidad tan perfectamente actuada –pero de a fragmentos, nunca una coherencia- que llegó a engañar a todo un proceso de canonización. Esto es lo magnífico de su locura y al mismo tiempo lo dramáticamente espantoso.
Escrivá actuó con tal perfección “fragmentos de virtud”, que se asemejó a la santidad. Y sin embargo eran eso: piezas, perfecciones aparentes, frases admirables, cada una perfecta en sí misma, pero todas ellas formando un conjunto desmembrado.
¡Que simbología la de la vasija unida con lañas!: es un autorretrato de Escrivá y de su Opus Dei.
Es otra imagen significativa elegida por Escrivá para describir el interior de una persona. Los símbolos que elige Escrivá -para identificarse con ellos- son muy reveladores (además, el asunto es el conjunto simbólico, el contexto que van formando, más que su valor aislado). En esa vasija, Escrivá se miraba al espejo, y quería que nosotros nos viéramos de la misma manera resquebrajada, rotos interiormente, de fragmentos unidos a la fuerza con alambres o con pegamentos. Dudo seriamente que alguien en el Opus Dei se sintiera o se sienta permanentemente –es decir, para siempre- en su interior como un conjunto de piezas averiadas unidas o sostenidas por alambres (las lañas son para siempre, sin ellas el jarrón no “sobrevive”). Salvo excepcionalmente, cuando uno ha estado seriamente dañado debido al proceso interior de aniquilación, es decir al holocausto del yo, lo cual razonablemente lleva a sentirse destrozado en su interior. Y además, en esa situación, no hay lañas que sostengan nada: uno se siente despedazado.
A quien se quiebra los huesos también se le colocan clavos, que a veces se retiran y otras veces se dejan. Pero una vez fuera del Opus Dei, el mismo proceso de sanación lleva a cicatrizar, a unir esas piezas y no se necesita más ni de alambres ni de muletas: las quebraduras interiores sanan, salvo que uno esté profundamente dañado, como Escrivá quería que nos sintiéramos y viviéramos para siempre en ese mundo unido a la fuerza del Opus Dei, donde él vivía y necesitaba vivir.
También puede sentirse quebrado en mil piezas en su interior quien haya cometido crímenes o dramáticos errores en su vida, que no es el caso de la mayoría. Se pueden tener heridas abiertas, cicatrices, pero estar roto interiormente es algo más grave. Además, eso de compararse con un objeto puede ser transitorio –metáfora del momento, de un diálogo-, pero no una buena imagen con la cual identificarse en lo más profundo de su persona. Una persona no es un objeto. Y eso de “ser instrumentos”, por más antecedentes históricos que existan dentro de la espiritualidad católica, en manos de Escrivá es una categoría nefasta.
Sólo no tienen arreglo los que padecen una patología estructural grave, y Escrivá quería que nos sintiéramos así: sin arreglo y necesitando para siempre las lañas del Opus Dei. Y si deseábamos irnos, nos deseaba la muerte en el océano del mundo (pues no lo decía como advertencia de abuela sino de manera rencorosa, vengativa, deseando que suceda). Interesante.
No resiste el análisis de psicólogos. Dicho vulgarmente, Escrivá estaba para el encierro y en cambio, logró encerrarnos a nosotros en su Opus Dei.
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¿Cómo vio el Opus Dei? Reuniendo fichas, reuniendo fragmentos. ¿Reuniéndolos como a las lañas? Así nació el Opus Dei -reflejo de su patología-, a partir de trozos reunidos, más que de una visión unida, venida de lo Alto. En todo caso nació de una idea: la de unir esos trozos creando una institución coherente a su mundo interior.
Escrivá insistía tanto en la “Unidad de la Obra” porque justamente él no tenía unidad dentro de sí. Todos teníamos que estar “unidos a él” porque él no lo estaba consigo mismo. Por eso la necesidad imperiosa de “institucionalmente” controlarlo todo (el afuera) para lograr una coherencia: porque adentro –en su interior- no había forma de lograr la unidad, necesitaba de las lañas.
Al parecer, cada uno de nosotros hacía de laña para él, por el modo en que su interioridad crujía cada vez que alguien deseaba desprenderse y marcharse del Opus Dei. Lo veía como laña sin sentido, despreciable, para ser pisoteada por la gente, decía, como sarmientos a ser quemados. Imágenes muy fuertes, muy viscerales, truculentas, procedentes de lo más profundo de su ser.
«Un sarmiento que no está unido a la vid, en lugar de ser cosa viva, es palo seco que sólo sirve para el fuego, o para arrear a las bestias, cuando más, y para que lo pisotee todo el mundo. Hijos míos ¡muy unidos a la cepa!, pegadicos a nuestra cepa, que es Jesucristo, por la obediencia rendida a los Directores» (Escrivá, Meditaciones IV, nro. 354).
La cepa era el mismo Escrivá, por más que señalara a Jesucristo (de nuevo esto de ocultarse detrás de una máscara, de una persona o de una excusa), pues si no pasábamos por su cabeza no podíamos estar unido a Cristo, había declarado antes. Escrivá jugaba a las escondidas, vivía ocultándose, como era su afán y como es el Opus Dei estructuralmente. Más que de humildad, es una imagen siniestra en este contexto del Opus Dei.
«Su norma de conducta nos la resumía con pocas palabras: “ocultarme y desaparecer es lo mío, que sólo Jesús se luzca”» (Escrivá, Meditaciones V, pág. 498)
Pero aun así, esa “unidad de la Obra” dejaba entrever las grietas de su locura: imposible disimular completamente la patología, porque precisamente lo patológico es lo dominante, su natural naturaleza. En la síntesis fragmentada manifiesta su ser real, no en las fracciones asiladas de perfección simulada.
No deja de ser impresionante –da miedo ya- el saber que la imagen que colgó de San Pedro el día de su beatificación en 1992 fue producto –según dijeron los directores- de “fragmentos” reunidos a partir de otras imágenes (Photoshop, dicho en términos informáticos) para formar así “una imagen más perfecta”. Es el arquetipo, el resumen tal vez más sintético y simbólico de su fragmentada interioridad. Refleja cómo aprendieron, quienes hicieron la imagen, la enseñanza a la perfección: la realidad es una aglomeración de piezas sueltas, coherentes en sí mismas pero incoherentes entre sí. Unidas a la fuerza, unidas por “la voluntad del Padre” Escrivá.
Ninguno de vosotros está solo, ninguno es un verso suelto: somos versos del mismo poema, épico, divino. Y a cada uno de vosotros, como a mí, nos interesa que no se rompa esta unidad, esta armonía (Escrivá, Meditaciones III, pág. 670).
Existe sin duda la posibilidad de que todos esos fragmentos citados, hayan sido reunidos aquí para dar coherencia a una simple teoría descabellada. El problema es que esa teoría se parece bastante a lo que sucedió en la realidad. ¿Habremos dado finalmente con el cadáver del Opus Dei? El fantasma, la sombra, era su patología.
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Dos razones para avergonzarse
Escrivá creó así en sus miembros verdaderas fobias respecto al Opus Dei, para que así no hablaran. Y lo que debería ser denunciado, se transforma en algo sagrado, reservado a la categoría de secreto sobrenatural. No es otra la mentalidad con la cual quieren ahora censurar Opuslibros los superiores del Opus Dei: consideran que hablar del Opus Dei es “exponer algo íntimo” y de lo que no se debería hablar ni publicar, como por ejemplos sus documentos internos y de gobierno.
No deja de ser significativo que el segundo de abordo ha tomado como bandera “el derecho a la intimidad” para que no se hable del Opus Dei, es decir, de la responsabilidad institucional que él tiene como segundo de abordo. Es el encubrimiento permanente: institucionalmente el Opus Dei comparte el trastorno de Escrivá.
Por eso le pueden mentir al Vaticano sin problemas: de cara al público muestro mi traje a medida, pero mi intimidad la muestro solamente a quienes yo quiero. Se acabó el asunto, la discusión: está justificada la dualidad más absoluta, sin ningún tipo de remordimiento moral, porque es patológico. El Vaticano es para el Opus Dei un voyeur que no tiene derecho a meterse en la intimidad del Opus Dei, por lo cual el Opus Dei tiene todo el derecho a mostrarle lo que quiera, incluso un simulacro de lo que el Vaticano le exige. El engaño es moralmente viable para el Opus Dei: vestir con ropajes la propia intimidad, para taparla y así no mostrarla.
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La conciencia sana no se deja engañar: el Opus Dei es algo que no se puede explicar abiertamente. Hay dos razones para no hablar, en resumen:
· No se puede hablar porque Escrivá declaró de carácter íntimo todo lo que tenga que ver con el Opus Dei y hablar de ello implica transgredir, ir contra el pudor, ser obsceno. Esta artificialidad o “traje a medida” sirve para tapar la verdadera obscenidad. Como la prelatura respecto del instituto secular que lleva adentro.
· No se puede hablar porque –si se hace- da vergüenza reconocer el sometimiento que uno aceptó –aunque sea engañado, da lo mismo, es vergonzoso- sin saber explicar por qué uno lo hizo. La única explicación es irracional: Dios me lo pidió. Pero es irracional no porque Dios me lo pidió sino porque “Escrivá dijo que Dios me lo pidió y yo me lo creí”, a lo cual uno dice ¡¡¿Qué?!!
Una cosa es discernir con la propia conciencia y otra cosa es que Escrivá discierna por uno: eso es irracional. Que Escrivá te toque la intimidad sin pedir permiso, es obsceno (aunque se escude en Jesús como su maestro):
«Es cuestión de lanzarse con arrojo —con fortaleza—, sin miedo, a meterse en la vida de los demás, como hicieron con nosotros: “a mí —nos ha dicho nuestro Padre— el Señor no me ha pedido permiso para meterse en mi vida”» (Meditaciones III, pág. 595).
Una cosa es que se meta Dios en mi alma y otra que se meta Escrivá y sin pedir permiso, pero para Escrivá se trataba de “la misma situación”: la homologaba. Y el manoseo de la conciencia es tapado con la excusa de “la intimidad de la Obra”. De locos, pero real.
Por lo tanto, hablar del Opus Dei es vergonzoso por razones ficticias –fobias inducidas- y por razones concretas –la falta de explicaciones propias para decir por qué uno hizo lo que hizo y sobre todo por qué uno se dejó hacer lo que se dejó hacer, “como el barro en manos del alfarero” diría Escrivá-. El abuso es doble, porque me dejé hacer –sin saber bien por qué - y por lo que me hicieron. Y de esto es lo que el Opus Dei no quiere que se hable de ninguna manera: de su obscenidad. Menos aún de la situación psíquica de Escrivá.
Opuslibros ha expuesto la obscenidad del Opus Dei y del mismo Escrivá: esto es lo dramático y lo que el Opus Dei quiere borrar de su historia institucional. Quiere borrar la historia clínica del Opus Dei y de Escrivá, que son la misma.
La técnica de Escrivá (“podemos hablar de esto entre nosotros – muchas veces sólo con los directores- pero no con los de afuera”) es la misma que usaba Maciel para explicarle a sus niños abusados que “esto que vamos a hacer (el abuso sexual) ha sido dispensado por el Papa para mi caso particular por problemas de salud, pero no se lo cuenten a nadie porque no lo entendería” (es el modo cómo Maciel hacía “comprensible” el abuso explicándoselos a sus niños, según testimonio de uno de los abusados).
Lo de Escrivá es de una perversión refinada e institucionalizada. Es lógico que “el segundo en el mando” no quiera que se relacione a él con el Opus Dei en una web que se habla de las perversiones del Opus Dei y su fundador. Pero además, el segundo en el mando del Opus Dei es también una persona pública por ser Consultor de la Santa Sede, así que no sólo por el Opus Dei es conocido. Contribuir con el silenciamiento es contribuir con la perversión de Escrivá.
Es imposible mantener una conversación abierta con los superiores, sobre el Opus Dei, porque justamente la idea es no profundizar sobre el asunto. Las respuestas -a las preguntas incómodas- están pensadas para cortar la conversación, no para continuarla. Como hace cualquier AOP bien entrenado.
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Conclusiones
Cada vez que escribo sobre el Opus Dei y leo tantos testimonios en la misma dirección, no dejo de pensar: ¿y si estoy equivocado, si lo que estoy escribiendo es completamente errado? Porque, o las acusaciones son monstruosas, o el acusado es un monstruo. No hay punto medio. Por eso es tan polémico el Opus Dei: en este sentido no hay lugar para grises, por más que alguien quisiera matizar (sobre todo a favor de Escrivá).
No es casual que el Opus Dei quiera acabar con Opuslibros, con la excusa de la demanda. Esperemos que la Santa Sede intervenga, o bien antes de que el Opus Dei se desmorone por su crisis interna, o bien antes de que Opuslibros desaparezca. Hay que acabar con el monstruo, como se encaró –muy tardíamente- el daño dejado por Maciel.
También sobre Maciel se decía que las acusaciones en su contra eran “plumas de escándalo”, se decía que calumniaban a Maciel para destruir a la Iglesia, y en realidad –sin pruebas- estaban calumniando a las víctimas, es decir, todo al revés. Desde luego, ahora reina el silencio. Ya me gustaría leer algún artículo de los grandes defensores de Maciel rectificando el tono condenatorio hacia las víctimas.
No hay modo de hacer comprensible o justificable lo que –según las pruebas- hizo Escrivá, menos aún de canonizarlo (salvo por alguna explicación desconocida hasta el momento). Las pruebas son tanto los testimonios -innumerables- como sus mismos escritos (secretos muchos de ellos), como sus medidas de gobierno, como así también la fisonomía patológica del Opus Dei, su autorretrato.
Como es tan monstruoso el asunto, me pregunto si no estaré equivocado. Pero solamente por eso, por una resistencia natural a aceptar que Escrivá haya sido un psicópata, un monstruo, que manipuló conciencias, que no tuvo sentimiento de culpa, y defraudó a miles y miles de personas –como lobo disfrazado de oveja- sin otro fin que satisfacer sus propias necesidades interiores, de una interioridad averiada.
== FIN ==
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