POR QUÉ DEJÉ EL
OPUS DEI
Publicado en PRESÈNCIA,
19/07/1975
Domenc
Fita y Molat nace en Gerona el 10 de agosto de 1927. Después de estudiar dibujo
en el taller gerundense de Joan Carrera y en Olot, amplía estudios de dibujo,
escultura y pintura en la Escuela Superior de Bellas Artes de Sant Jordi, de
Barcelona, donde en el año 1951 obtiene el título de profesor de dibujo. Con
otros compañeros de escuela, entre los cuales tenemos al malogrado olotense
Leonci Quera, constituye el grupo "Flamma", de vocación
artístico-religiosa (1948). El 13 de diciembre de 1953 tiene un accidente
mientras pinta la cúpula del baptisterio de la iglesia de Belén de Barcelona.
Sale de la clínica tres años después.
Además
de las diversas realizaciones de arte sacro con el grupo Flamma las obras más
destacables de Fita en lugares públicos son, entre otras, las pinturas de la
iglesia de San Francisco, de Horta, (1949), la cruz de esmaltes y forja de
Sarriá de Dalt (1956), los ángeles en hierro forjado del seminario de Gerona
(1957), los altorrelieves en piedra de San Cosme y San Damián (1957), el
Jesucristo yacente en alabastro de la catedral de Gerona y la vidriera del
ábside del mismo templo (1958), la imagen en alabastro de la Virgen en la
iglesia del Corazón de María, de Gerona (1959), el paso para la procesión de la
Semana Santa de Gerona (1959), los esgrafiados de la sala de gimnasio del Club
de Natación de Bañolas (1960), las imágenes de piedra de San Narciso y San Juan
en la fachada de la catedral de Gerona (1961), la imagen de San Benito en
plancha de hierro forjado en la Abadía de Montserrat (1963), las vidrieras,
viacrucis y baldaquino de la clínica de Bañolas (1964), el monumento a la
sardana de Lloret de Mar (1971), cerámicas en Salt, Gerona y Olot (1972),
mosaicos y paredes de cimà (1973), etc.
Actualmente
moldea directamente el cuerpo humano, resultando una serie de esculturas en las
cuales el azar de la ejecución (materias plásticas de colores) configura, en
los resultados, una expresión que sobrepasa el naturalismo habitual de su obra.
Entre los premios obtenidos en su vida artística destacan el de la fundación
"Amigó Cuyàs" (1960), el II premio de escultura de la Diputación de
Barcelona (1951), el I premio de escultura de la Diputación de Gerona (1952,
1958, 1964). El II premio de pintura (1957) y el I premio de dibujo (1958),
también de la Diputación de Gerona.
La
muerte de monseñor Escrivá de Balaguer nos lleva hacia la casa del artista Domènec
Fita. Querríamos que, con motivo del fallecimiento del Fundador, hiciese
público para nuestros lectores el secreto de su aventura espiritual y humana,
que le hizo abandonar el Opus Dei después de una serie de años de militancia
entusiasta. Domènec Fita se aviene con una condición: que nos limitemos a
recoger, palabra por palabra y con las mínimas interrupciones, su explicación.
Lo que sigue no es, pues, exactamente una conversación clásica, el contenido de
la cual se va creando poco a poco a través del diálogo. Nuestras preguntas son
solo las agujas que mantienen hilvanado el monólogo a través del cual Fita
vierte el testimonio de su experiencia apasionante.
—Desde antes de
conocer el Opus Dei yo tenía muy clara una idea: el hombre tiene el deseo
permanente de realizarse con la máxima plenitud. Ahora bien, mientras la
dependencia del hombre respecto de Dios le da una posición justa —libertad y
caridad—, la dependencia del hombre respecto de la estructura de la Iglesia lo
ha disminuido, porque el fin de esta estructura ha sido más el poder y la
política que la formación y la libertad de las conciencias de sus miembros. Así
pues, a pesar de ver y presentir muchas cosas equivocadas dentro de la Iglesia,
yo creía, rezaba, amaba, y deseaba transformaciones de su arte, más propiedad y
autonomía de sus miembros, quitar aquella masificación, aquel triunfalismo,
aquellas normas de piedad personal mezquina y egoísta que históricamente nos
habían dejado en herencia. Nunca me han gustado los entusiasmos irracionales y las
multitudes me han dado una especie de vergüenza, como si el individuo quisiera
exaltar su impotencia de comprensión, de reflexión y de actuación personal. Y
yo creía y creo sobre todo en el individuo, en el individuo que busca la
verdad. Es en esta situación, en este estado de ánimo, cuando entra el Opus Dei
en mi vida.
—¿Cómo?
—Hacia los años
1951-52, y a través de una persona que quería como amigo y confidente, conocí
los retiros del Opus Dei. Este es el procedimiento normal. Los retiros
constaban de dos partes, con un descanso estratégico para tantear e ilusionar a
los recién llegados y a los que ya estaban en camino. Una primera parte de
doctrina clásica de la Iglesia adecuada al tiempo litúrgico, y una segunda
parte para hacer real la vida de piedad ejercitando las virtudes humanas, más
de cara al espíritu del Opus Dei. Estas estrategias del amigo, para un
comunista serán un medio proselitista del partido; para los miembros del Opus
Dei son la voluntad divina; unos y otros van a parar al mismo sitio con
finalidades diferentes.
—En
este ambiente ¿te encontrabas bien?
—La telaraña de
amigos me hacía agradable todo aquello, a pesar de no entender nada de su
estructura. Pero yo tenía el deseo de darme y de trabajar por la Iglesia de
Cristo.
—¿Cuándo
entraste definitivamente en el Opus Dei y cuándo saliste?
—Las fechas son
estas: En 1958 escribí la "carta al Padre". En 1959 hice la admisión.
En 1960 llegué a ser miembro por la oblación. En 1972 dejé la Obra
definitivamente. Y digo definitivamente porque al final de las diferentes
etapas vividas ya estaba lejos de comulgar con ellos, pero intentaba todavía
ayudar a transformar desde dentro lo que me parecían defectos que yo percibía.
Quería a las personas y las quiero y creo que ellas son buenas y tienen buena
disposición; lo que pasa es que la estructura es monolítica y todo depende del
jefe. Finalmente, ante la imposibilidad de poder aportar mejoras, lo dejé.
—¿Podríamos
repasar estas etapas que dices?
—Sí; podrían ser
estas. Una primera etapa de inocencia e ilusión: desconocimiento de la trama de
la Obra, disposición a dejarme guiar y cumplir las normas que se me indicaban y
que, a pesar de ser muchas, yo me esforzaba en cumplirlas. Una segunda etapa de
sentirme plenamente Opus Dei, de creer firmemente que participaba en una
empresa divina: era un instrumento dirigido para hacer el Opus Dei —sentido
proselitista— con trabajo y discreción. La tercera etapa fue de análisis
crítico ante los contrasentidos que vi en las cosas artísticas, tanto en las
revistas internas "Obras" y "Crónica", como en los
ambientes que frecuentaba, sobre todo en Castelldaura (Premiá de Mar). Después
vendría la etapa, que ya he citado, de ganas de aportación y de transformación
de todo aquello que para mí era un contrasentido: tiempos de lucha y de
oración. Finalmente, la etapa del desánimo y la decisión de salir de allí ante
la impermeabilidad de la fuerte estructura que domina a todos los miembros. El
fundador era el catalizador de todo y todos teníamos que estar atentos incluso
a sus insinuaciones.
—¿En
dónde empezó tu primera etapa?
—Mis primeros
contactos con el Opus Dei coinciden con su llegada a Gerona, y cuando pienso lo
que representó para la ciudad esta presencia de la Obra veo que se pueden
señalar dos cosas importantes: una el trabajo de zapa, que desmembró, en vez de
revitalizar, las débiles organizaciones religiosas existentes —Acción Católica,
Adoración Nocturna, Escultismo, etc.— llevándose a los más aptos. La otra fue
la castellanización de sus miembros: todo lo daban en castellano. Libros,
escritos, charlas, cursos, retiros, convivencias… En esto actuaban igual que el
sistema político: el catalán solo servía para el folclore. A mí me molestaban
la indiferencia de la mayoría, las ironías como "ya entendemos el castellano"
o "resulta antieconómico hacerlo en catalán" y el último argumento
que decía "se ha de ser universal" y que quería decir "se han de
aceptar las cosas en castellano".
—¿Cómo
se vive esta segunda etapa en la cual uno "se siente plenamente Opus
Dei"?
—El Opus Dei
absorbe tan totalmente a sus miembros que poco a poco uno ya no entiende otra
cosa; mejor dicho, uno se va quedando en una visión dirigida como las que
tienen los asnos que llevan junto a los ojos aquellas anteojeras que les
impiden mirar hacia los lados. Te guían y tú no tienes más remedio que hacer
camino.
—¿Cómo
se consigue esto?
—Con una fuerte
formación en el espíritu del Opus Dei, una asidua asistencia a los medios de
formación cada semana y el fuerte tejido que todo esto representa a lo largo de
cada año, juntamente con el hacerte participar de muchas actividades de la Obra
y crearte entusiasmo por ella. Es así como vas sintiéndote seguro y parece que
solamente el Opus Dei tiene la verdad.
—¿Tú
lo pensabas así?
—En aquellos
momentos, sí. Recuerdo que los sacerdotes que no eran de la Obra o que no
asumían su espíritu integrista los encontraba defectuosos. Y no hablemos ya de
los fieles, de las órdenes religiosas, de los obispos, de los cardenales, etc.
Llegué a este punto cuando más me identifiqué con el Opus Dei. Realmente, así
lo creía. Recuerdo que me pidieron que escribiera una carta a
"Destino" contra un escrito que publicó Gironella criticando
"Camino". Gironella era amigo mío y poco a poco se me iba alejando
porque yo me iba sintiendo más Opus Dei. Una cosa parecida me pasó con el Padre
Abad Aureli Escarré, con el que me unía un gran afecto. Se me pidió que hiciese
una nota por escrito sobre lo que habíamos hablado en nuestras conversaciones y
lo hice. Respecto de estos hechos siempre he sentido malestar y confieso que
esto me hizo querer más a estas personas, sobre todo al Padre Abad; él sabe que
he dado pruebas de quererlo; sin embargo, nunca como él se merecía. Puedo decir
también que el deseo que tenía de ayudar al arte en la Iglesia me llevó a
relacionarme con personas de diferentes órdenes religiosas y esto no gustó a
mis directores, que incluso alguna vez me dijeron que yo era un clerical.
Seguramente veían mi permeabilidad para captar otras espiritualidades que no
eran las del Opus Dei.
—Tú,
sin embargo, todavía te "sentías" Opus.
—Sí, y este
sentirse Opus Dei lleva a funestas consecuencias: vas haciendo una iglesia
aparte. Ni el párroco ni el obispo representan nada; sus actuaciones son
observadas con un espíritu crítico pasado por el cedazo de la doctrina que vas
recibiendo. Cristo y su Evangelio son utilizados para hacer el Opus Dei. El
Opus Dei tiene una teología, una liturgia, etc. Y el Ordinario del lugar ha de
ceder a su fuerte resistencia.
—¿Y
cómo empezaste a salir de esta etapa?
—El Concilio
Vaticano II y sus consecuencias evidenciaron que lo que parecía un espíritu
avanzado era en realidad un espíritu integrista y reaccionario. Esto llevó a
una acción organizada del Opus Dei contra los obispos y, como ejemplo más
evidente, a estorbar la Asamblea conjunta de obispos y sacerdotes de España.
Antes de que se reuniesen ya se nos dijo en un retiro que de aquella Asamblea
saldrían más cosas malas que buenas. Aquí sí que ya vi mi contrasentido de
estar dentro del Opus Dei. A mi entender el Opus Dei puede ser el cisma más
fuerte surgido después del Concilio. Van seguros y tienen un extenso poder de
revistas, agencias informativas, fuerzas bancarias, políticos, universidades,
centros educativos de muchas clases, y si hacemos un pequeño resumen de lo que
pasa en nuestras comarcas podremos tener conciencia de la fuerza que representa
la Obra en toda España. Tienen sus sacerdotes y querrían tener sus obispos sin
territorio, y se pedía mucho por el nuevo Papa. Pensemos que si cada feligrés
del Opus Dei diese a su parroquia tanto como da a la Obra se notaría mucho,
tanto en tiempo como en ayuda económica.
—Así
entraste en la etapa de análisis crítico.
—Sí, pero sobre
todo se desencadenó a través del arte. Vi el contrasentido del respirar
artístico de las revistas internas: un espíritu ramplón, falto de naturalidad y
de gusto… Seguramente si yo hubiese tenido otra profesión el análisis crítico
lo habría hecho por otro lado. El momento fuerte del choque con mi sensibilidad
artística vino, como he dicho, al estrenarse Castelldaura. Es un edificio hecho
con todo lujo, sin estilo porque los tiene todos, y está hecho para que no pase
de moda, para que sea intemporal. Es un popurrí de imitaciones de épocas y de
lugares: románico, gótico, barroco, etc. Ríete de los Paradores del Estado.
Contradice además todo el espíritu que predica el Opus Dei: secularidad,
naturalidad, alegría, pobreza, etc. El edificio parece más monacal que de
ciudadanos normales y corrientes; en cuanto a la naturalidad, ni pensarlo; todo
es rebuscado: en la capilla hay pinturas románicas imitadas, unas ventanas
ciegas con fluorescentes detrás para que parezca que hay luz natural. Tampoco
hay alegría, sino un ambiente que hace que, una vez en la capilla, te has de
sentar en unos sitiales con doseles decorados, de modo que te sientes un obispo
o un cardenal. Y en cuanto a la pobreza, después de lo que he dicho, ya te
puedes imaginar. Ver estas contradicciones me produjo un choque muy fuerte,
sobre todo cuando me dijeron que aquel edificio respondía al gusto personal de
monseñor Escrivá de Balaguer.
—¿Podemos
hablar un poco del Fundador?
—Yo realmente no
entendía que personas inteligentes no pudiesen aconsejarle y hacerle desdecirse
de sus disparates, pero se ve que ser fundador quiere decir tener hilo directo
con Dios para todo lo que se hace, tanto si es malo como si es bueno, y así uno
no se equivoca. Al Fundador lo mitificaban y lo idolatraban; lo hacían santo en
vida y él lo consentía. ¿Y si la idea que decía que era algo divino hacer el
Opus Dei fuera una manía suya? Haría falta un estudio psicológico acerca de su
normalidad para saber si ha sido, en su conjunto, un trastorno para la
verdadera Iglesia. Incluso se había dicho que él sabía cuándo moriría, pero
esta fecha ha fallado.
—¿Cómo
te explicas que tanta gente no llegue a tu etapa crítica?
—Los miembros del
Opus Dei, siguiendo las directrices de su Fundador, van hipotecando su
conciencia porque se les asegura su santificación, y a pesar de tener un
programa extenso de normas se les da también seguridad y tranquilidad. Creo que
muchos miembros habrán visto en la Obra los defectos más afines a su profesión,
pero ante la inseguridad que puede correr su fe, prefieren permanecer en la
Obra que les ha prometido esta solución. Yo comprendo muy bien la fuerza de la
inercia histórica: el fiel seglar ha tenido durante muchos siglos su conciencia
sometida y dirigida, sin ninguna aportación personal fuera de la obediencia a
los preceptos y mandamientos. Por eso comprendo que esta mayoría de edad asuste
y abrume a las personas que quieren ser fieles a Cristo y a su Iglesia. Pero el
Concilio Vaticano II ha empezado a querernos hacer mayores de edad en cuanto a
nuestra conciencia. También se da el caso, naturalmente, de personas que quizá
encajan en un medio como este, que les manda y los va conduciendo. Pero yo
valoro por encima de todo la conciencia individual. Hay un pasaje del Evangelio
que me ha hecho pensar mucho. Es aquel de Cristo que dice a la Samaritana
"Llega la hora y es ahora cuando los verdaderos adoradores adorarán al
Padre en espíritu y en verdad" (Jn. 4,23). El espíritu y la verdad son dos
realidades muy inconcretas y libres; son, de hecho, dos grandes interrogantes;
creo que Cristo no escribió nunca nada para no perjudicarnos ni limitar el
espíritu; se valió de la palabra que es el vínculo más directo entre los
hombres y el vínculo de la caridad. Y todo esto: la verdad, el espíritu, la
caridad, da más fruto que la eficacia, el dominio, el control, el poder, todas
las armas que utiliza el Opus Dei. Cristo murió en el fracaso aparente de su
obra redentora. El Opus Dei, por el contrario, quiere vivir en el éxito y el la
seguridad.
—Domenec
Fita ha acabado su relato. Lo ha hecho sencillamente, ingenuamente, sin ninguna
clase de despecho ni de rencor. En el momento final tiene interés en
subrayarlo.
—Si me he decidido
a decir estas cosas es porque quiero a las personas del Opus Dei, tanto como a
las que no lo son, y porque amo a Cristo y a su Iglesia. Estoy convencido de
que todo el defecto de la Obra viene de la estructura y del funcionamiento que
el Fundador le ha marcado. Con todo esto los miembros no tienen nada que ver;
son simples instrumentos obedientes a las consignas del Fundador.
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EL
"CAMINO" DEL OPUS DEI (Por Modest
Prats alias Enric Blasi)
En
Girona, en Barcelona, en todo Cataluña y, según parece, en todo el mundo se han
celebrado funerales por monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer. Han sido unas
ceremonias litúrgicas ordenadas todas con un mismo y rígido patrón: el latín,
los sacerdotes revestidos con roquete sin concelebrar, con diácono y subdiácono (este último ya desaparecido de
la Iglesia), las mujeres con mantilla, comulgando de rodillas en unos
reclinatorios cubiertos por una blanca toallita, palmatorias, incienso,
casullas y dalmáticas negras, "spray" con olores de rosas, etc... Se
ha rehecho todo en un viejo y dignísimo ritual, sin ahorrarse los elementos
folklóricos ni tan viejos ni tan dignos. Incluso a los mismos celebrantes les
iba todo un poco grande porqué patinaban con cierta frecuencia a la hora de
poner en marcha las traidoras declinaciones latinas. Salvo en algunas
excepciones escasas, hemos leído en todos los periódicos y revistas unas notas
necrológicas que no eran otra cosa que elogiosas oraciones fúnebres.
Triunfales, las campanas han volteado a todo aire sin que hayamos podido
recoger ni el más mínimo repique ligeramente y/o lúcidamente crítico.
Estoy
seguro que esos panegíricos, esos tonos ditirámbicos nacían de la más profunda
y entrañable sinceridad. Ya sé que en Bilbao dos señores del Opus Dei ocuparon
las oficinas del director del "Correo Espanyol-Pueblo Vasco" para
controlar las noticias y los comentarios sobre el difunto, pero eso debe ser
una anécdota sin importancia que no desvirtúa la general espontaneidad de la
apoteosis. Con la misma sinceridad querría decir la mía ahora que los ecos del
homenaje unánime se han apagado un poco, mientras los campaneros retoman
fuerzas antes de volver. Las mías son unas consideraciones muy esquemáticas,
hechas - y no quisiera que se pudiera dudar de ello- con total respeto por la
persona de Mons. Josemaria Escrivá de Balaguer (a.c.s.).
Desde
hace unos buenos años me interrogo sobre la significación del Opus Dei. A pesar
que presentan perspectivas distintas, el aspecto religioso y socio-político de
esta institución no se pueden separar mucho si se quiere entender correctamente
el fenómeno.
La
Obra aparece en la vida pública española, con toda la fuerza y empuje que le
conocemos, alrededor de los años cincuenta. A los ojos de los sacerdotes y
católicos acomodados se presenta con un aire renovador y atractivo. "Camino"
tiene un lenguaje estimulante, con ecos de modernidad que buscarías en vano en
las páginas rurales de los libros devotos de entonces. De todas formas, "Camino",
ni ahora ni hace más de 30 años, no podía embarbascar a nadie capaz de leer con
un mínimo de rigor. Ni podía, ni quería. Porque es un texto diáfano que nunca
"esconde el huevo y enseña el cuerno" desde la primera sentencia. Es
una especie de T.B.O. de la literatura religiosa... Es un libro para primarios
e ignorantes, de matiz fachenda, que tendría fatalmente de dar resultado en el
régimen imperante. (Josep Pla)
Bajo
la aparente modernidad del lenguaje aforístico se descubre, por poco que se
sepa leer con inteligencia, el más obtuso medievalismo católico. El proyecto es
muy claro: la restauración de la cristiandad por unas vías de actuación
"apostólica", inequívocamente fascistas. Y no nos debe extrañar. Los
ambientes sociales y religiosos que frecuentaba José Escriba Albás, los años de
elaboración de su idea, no daban para más. No hay que olvidar que los primeros
borradores del libro son de 1928 -recordar Primo de Rivera-, y que la primera
edición lleva esa fecha: 1939-. "III Año triunfal".
El
éxito de las ideas del monseñor aragonés estalló, pues, en los años 50 y
aparecían como una modernidad. Se dejó implicar mucha gente que creía, con
ingenuidad de palomo, en la capacidad renovadora del Opus Dei. Después, los que
iban de buena fe se desengañaron y se dieron cuenta, más o menos pronto, que la
obra de Mons. Escrivá era ineludiblemente reaccionaria. Los cambios que
ha sufrido la Iglesia, desde el Concilio hasta ahora, lo revelaron con una
claridad indiscutible en cuanto al aspecto religioso. A pesar que los cambios
en el régimen imperante no se hayan producido, también lo ha podido ver, en lo
que se refiere al aspecto socio-político, cualquiera que tenga ojos en la cara
y los use.
Como
el Opus Dei no ha aceptado nunca -frente a la evidencia- de ser un grupo
político y ha insistido siempre en su exclusiva peculiaridad
"espiritual", quisiera entretenerme con un poco más de calma en este
aspecto. Es aquí donde se muestran, precisamente, sus verdaderas
características. Como acabo de decir la espiritualidad apostólica del Opus Dei
se ha evidenciado en los últimos años como un fenómeno típicamente integrista.
Pero eso no es -como alguien podría creer- como reacción a los movimientos
post-conciliares. Se trata de una actitud que existe en la raíz misma del
proyecto.
El
Opus Dei tiene una visión de la vida cristiana netamente clasista, en el
sentido elitista. Es indiscutible que el precedente más inmediato de la Obra lo
constituye "La formación de selectos" del P. Ayala. El intento
de captar, primordialmente, la gente con vocación de "caudillo" nace
del convencimiento que la sociedad será cristiana si lo son sus dirigentes.
Estos conducirán al pueblo - rebaño obediente y dócil- a los pastos de una
cristiandad restaurada desde el poder. De aquí nace toda una espiritualidad
basada sobre la eficacia, la audacia, la cotización de lo que llaman
"virtudes humanas".
De
aquí nace aquello de la santificación en el ejercicio de la propia profesión
sin, pero, poner nunca en entredicho las bases y el mundo donde se ejerce esta
profesión. Asegurar el cielo, en estas condiciones, a aquellos que ya poseen la
tierra es un éxito apostólico seguro entre determinada gente que no desea nada
más.
Eso
nos transporta a una segunda consideración para tipificar la espiritualidad de
monseñor. Toda la vida no hizo nada más que vender seguridades. Ahora hablan de
teología "segura", pero este concepto lo aplican por todos lados. La
incapacidad crítica que demuestran los miembros de esta asociación por todo
aquello que se refiere a su vida, hasta los aspectos más marginales de su
organización, es una muestra bien clara de esta instalación en un baluarte
hecho de murallas seguras e inexpugnables. Una moral "segura" que
menosprecia todo aquello que en la vida es ambigüedad. Un "camino"
seguro y siempre claro a los ojos del "padre" que lo sabe todo y a
quién hay que creer con docilidad de cordero estúpido. La seguridad de unas
consignas que todos repiten con voz uniforme sin que se admita ni la más ligera
discrepancia. Y, sobre todo -y de esta manera volvemos a donde hemos empezado-
la seguridad que da saberte guiado por un mito, que te dirige y vela sobre tu
vida con dulces afectos paternales.
Yo
no tengo ninguna duda sobre la evolución que hará el Opus Dei ahora que el
fundador indiscutible y venerado está muerto. Ya hay quién señala algún
síntoma. Pero tampoco no dudo que la mistificación del "padre"
continuará más allá aún de los límites ridículos que ha conseguido estas
últimas semanas. Este proceso no lo parará nadie. Pero no hace falta que nos
preocupemos y más vale cogérselo bien siguiendo aquel consejo de Tertuliano que
con tanto acierto observó Pascal: Hay huchas cosas que merecen ser
ridiculizadas y convertidas en objeto de juego por miedo a darles demasiada
importancia si la combatíamos seriamente. Nada es más adecuado a la vanidad que
la burla.
Lo
que corresponde a los miembros del Opus Dei, una vez habrán acabado las honras
fúnebres, es transformar su institución. No puede ser que continúen siendo lo
que han sido hasta ahora: una fuerza religiosamente integrista, políticamente
reaccionaria, socialmente conservadora.
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DOS
DÍAS ANTES YO ESTABA EN "TORRECIUDAD" (Jaume
Ministral)
Regresaba
de Lourdes por Viella cuando sentí curiosidad por conocer este fabuloso
complejo espiritual que es o será "Torreciudad". Desde Barbastro una
autopista impresionante... "A Torreciudad 16 km"... poca circulación,
asfalto perfecto... "A Torreciudad 13 km"... la tierra es seca y
áspera. Se ve desde muy lejos porque la masa de edificios, el templo y el
campanario están emplazados en la cima de una montaña pelada y se recortan
sobre el cielo azul. A sus pies el embalse de El Grado donde se estancan las
clarísimas aguas del Cinca. El conjunto impresiona.
Al
llegar uno se da cuenta que todo ha sido pensado, calculado y realizado con
cerebro, con abundancia de medios y con un criterio bien definido. Te parecen
pocos los 2.000 millones empleados considerando el resultado. Por ejemplo, las
autopistas interiores están bordeadas por chopos que requieren agua constante,
en una montaña tan seca, y no están iluminadas por las vulgares y americanas
luces metálicas, sino por antiguas farolas de hierro negro. Un guarda jurado de
uniforme me prohíbe el acceso a la explanada donde podrán reunirse 40.000
peregrinos. Los carteles, estratégicamente situados, me recuerdan que esta
tierra es especial, un lugar donde habrá que vestirse con modestia cristiana
porque es tierra de Jesús y de María, especialmente. Pasan coches llenos de
curas con sotana que hablan y ríen, contentos. Voy para otro lugar y un nuevo
guardia, con distinto uniforme, me impide el paso otra vez y pide que me
retire.
Dentro
de pocos días se inaugurará con asistencia de Monserñor y...
Al
llegar a Barcelona me entero de la muerte del Fundador, tan rápida, sin haberse
podido despedir de los centenares de miles de discípulos que habrían repetido
como una oración la última frase que todo hombre mayor pronuncia antes de
morir.
Encima
de mi mesa tengo siempre el pequeño librito de los 999 aforismos que he leído,
que leo frecuentemente... y recuerdo "Torreciudad" creada con el
esfuerzo de unos devotos catalanes, aragoneses, valencianos, mallorquines..., y
releo las locuciones del Fundador..., porque quería formarme una imagen justa y
objetiva del Opus y de su creador y no encuentro aquel punto clave que hacer
decir "eso". El librito es un conjunto de sentencias dignas de P.
Ripalda, consejos acertadísimos, máximas que se encuentran incluso en las
meditaciones Zen, vulgaridades y alguna expresión que te indigna, que te hace
sonrojar como si hubieras recibido una bofetada... Fue escrito, en parte,
durante los inicios del "Nacional-Catolicismo" y por eso la presión
al "seas Caudillo" es reiterativa; esta palabra caudillo, sale
en 6 aforismos y en dos de ellos se reitera por dos veces (833-931). Pienso que
se habría podido continuar fácilmente el citado libro. así, por caso:
1000.-
"La corbata te define en el mundo en que te desenvuelves. Tus hijos
comprenderán que no haya postre el domingo si necesitas una corbata nueva.
En este punto se intransigente. No admitas ninguna clase de diálogo".
Quería
decir que como no puedo leer el Sermón de la Montaña sin un escalofrío en el
corazón, no creo que mis nietos se emocionen al enterarse que serán "clase
de tropa" si se casan.
Pero
por otra parte me impresiona la fe ciega, entusiasta, que tienen los que
pertenecen a la Obra. Una fe que no admite objeciones. Me decía un sacerdote
que Monseñor había hablado en Sudamérica, recientemente, en un amplio teatro, y
que respondió a miles de preguntas sin duda alguna, sin un instante de reposo,
durante horas y horas y se maravillaban de la sabiduría y doctrina...
-
Contestando preguntas, dices. Este no es un método de diálogo propiamente
dicho. Quiero decir que, ¿nunca se dio el caso que después de una respuesta, el
que preguntaba exclamara: "discrepo con lo que ha dicho"?
No,
no había jamás lugar a la contra-respuesta. Él sentaba doctrina, afirmaba con
total seguridad, sin posibilidad de ser contradicho. Me pareció muy similar a
las "Cortes Españolas", y no al espíritu dialogante, de intercambio
de pensamientos. Recuerdo que hace años, alguien preguntó a Monseñor qué
opinaba del control de la natalidad y él respondió:
-
"No quiero ensuciarme hablando de los que convierten el santo lecho
matrimonial en un catre de mancebía".
Me
parece duro, fuerte e incluso poco ortodoxo, pero admito que Monseñor pensara
así. Lo que no entiendo es que la gente aplaudiera y ni un solo matrimonio
abandonara el local. Pero a pesar de las divagaciones, la consulta de libros y
textos auténticos, no acabo de hallar la clave que me haga exclamar "ahora
lo tengo".
Mis
contactos con personas muy adictas a la Obra me han permitido establecer unas
constantes comunes a todas ellas y solo me refiero al aspecto religioso, pero
que son significativas:
-
Les gesta más hablar de Pío XII que de Juan XXIII.
-
Les gusta más hablar del Santo Padre que del Concilio.
-
Les gusta más hablar de María que de Jesucristo.
-
Les gusta más rezar el rosario que leer el Evangelio.
-
Les gusta más el latín que el catalán, en la Iglesia.
Pero
no llego a encontrar la clave. Por ejemplo, el tema de la humildad tan
importante al estudiar a un santo. Manuel Aznar contra que Monseñor era la
humildad en persona y escribe:
-
Un día me dijo: Dios es tan generoso conmigo que me libra constantemente de
la terrible tentación de la soberbia.
No
puedo explicarlo, pero huelo, palpo, intuyo en esta frase un valor antitético a
lo que quiere decir, en el fondo es..., y ahora pienso en el sacerdote más
humilde que jamás he conocido, en el único Santo que he tratado. Y no recuerdo
que nunca, nunca me hubiera hablado de lo que Dios hacía por él. Hablaba de
Dios, evidente, pero referido a todos. Le tenía un respeto tan grande que no
recuerdo que nunca se hubiera referido a una manifestación personal, directa.
¡Para él que se consideraba tan poca cosa!
Ahora
si he encontrado la clave, ¡ahora lo entiendo!