PRESENTACION
Nuestro Padre nos animó siempre a cantar, como una
manifestación de esa alegría que es
un tesoro cristiano del Opus Dei (1). Cuando las palabras se quedan cortas para expresar el
cariño, suple el canto. Entonces, cantar es amar y orar: en las reuniones de
familia, en los viajes... He llenado
las carreteras de Europa -comentaba nuestro Fundador- de avemarías y de canciones (2).
El espíritu de la Obra nos lleva a entonar a lo divino las melodías
populares. Pero tenemos además nuestras canciones de familia. Surgieron poco a poco, con espontaneidad. Nuestro Fundador
deseaba que tuviéramos tradiciones de familia que sirvieran para reforzar esa
unidad de corazones y de afectos tan propia del Opus Dei. Lo que nos une es el
espíritu de la Obra, pero ese espíritu no puede estar desencarnado: necesita de
manifestaciones externas propias. Y nuestro Padre pensó que una de esas
manifestaciones fuese el canto: las canciones de Casa han de servirnos para
estar más unidos unos con otros.
Por otra parte, nuestro Fundador quería que esas canciones
nos dieran tema de oración. San Agustín decía que el que reza cantando, reza dos veces. Y yo añado que el que canta en familia se siente dos veces en
familia. Por eso, durante los primeros años, nuestro Padre insistió en que se
compusieran canciones de Casa, pero era difícil, porque no había nadie capaz de
hacerlo. Por fin, se lanzaron dos o tres hermanos vuestros, y luego otros (3).
Las
primeras canciones de familia surgieron en el último trimestre
(1)
De nuestro Padre, Tertulia, 10-X-1972, en Dos meses de catequesis, 1, p. 97.
(2) De nuestro Padre.
(3) Del Padre, Tertulia, 31-1-1982.
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de
1947, con ocasión de un viaje de nuestro Fundador desde Roma a Madrid. Uno de
esos días, en la tertulia con los del primer Centro de Estudios, nuestro Padre
comentó que sería muy bonito componer unas canciones que formaran parte de
nuestro patrimonio familiar: canciones nuestras,
que legásemos a los que vinieran después. Más adelante, conforme la Obra se
extendiese por el mundo, esas tonadas se repetirían en nuestros Centros, y, con
el tiempo, se añadirían otras nuevas, compuestas en todos los idiomas.
Ese deseo formaba parte de los proyectos de nuestro
Fundador que miraban clarividentemente al futuro. En aquellas canciones veía
-como nos ha comentado el Padre- un medio más para mantener siempre joven el
aire de familia y alentar la unidad de la Obra.
Después de aquella tertulia, se reunieron algunos músicos
y poetas. Era un día de fiesta. Con asombro de los mismos juglares, nació
la primera: Anda, borrico. La
ensayaron unas cuantas veces y la cantaron delante del Padre. Le
gustó, e inmediatamente animó a todos los que vivían en Diego de León para que
la aprendieran. Durante unos días, en las tertulias se escuchó repetidamente
aquella melodía.
Poco a poco fue aumentando el repertorio. Se acercaba la
Navidad, y surgió Soy una mula. Con ocasión de diversas fiestas de Casa,
aparecieron otras: Al paso de Dios, Pito "pa" que pites tú, Subid
sin descansar, Molinoviejo, Las aguas pasarán...
Con frecuencia se elegían ritmos vibrantes. Para la letra,
se buscaba un tema que evocase motivos de nuestra gran novela de aventuras, y frases de nuestro Padre. La primera
vez que se pensó recoger palabras íntimamente vinculadas a la vida interior de
nuestro Fundador, hubo cierto reparo, pues se temía que aquello no le gustase.
Estaban en el salón azul de Diego de León, ante el piano de cola, tanteando
posibles melodías. Sobre el atril del piano, la cuartilla con el esbozo de la
letra. Entró nuestro Padre. Escuchó la canción medio trazada. Leyó los
versos... y se disiparon las dudas: todo le pareció muy bien, e incluso ayudó a
incorporar matices nuevos.
En medio de su intenso trabajo, nuestro Padre encontraba
tiempo para seguir la marcha de las canciones. Algunas eran poco afortunadas.
Nuestro Fundador aprovechaba esas ocasiones para dar criterio, mientras
aquellos bocetos iban jubilosamente al cesto de los papeles. Un de-
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talle:
un día, en la tertulia, dijo que se comprase un diccionario de rimas, pues
facilitaría el trabajo de versificar.
En aquella labor colaboraron muchos hermanos nuestros,
enviando versos y músicas. Desde Madrid se pidió a todos los Centros de España
que mandaran letras. De Italia llegó Nascosta rosa. Algunos preparaban
melodías conocidas con letras adaptadas, que reflejaban mejor nuestro espíritu,
como sucedió con Borrico de noria.
Hubo una tonada antigua que desde el principio se hizo
propia: Tan buen ganadico. Los versos de Juan del Enzina se cantaban ya
en las primeras clases de música del Centro de Estudios. Cuando se comenzó a
preparar el repertorio de canciones de Casa, no se dudó en incorporar ésta. Y
lo mismo ocurrió con el villancico Madre, en la puerta hay un Niño, que
nuestro Padre había aprendido de la Abuela. Se ensayó para una Navidad, y
nuestro Fundador se conmovió mientras lo cantaban, cerca del belén, en la sala
de estar de Lagasca.
En los años siguientes, el número de canciones de Casa fue
incrementándose. En otra Navidad, la Hoja Informativa publicó Borrico, le
das tu querer. En enero de 1955 apareció Fieles, vale la pena, que
se grabó el 14 de febrero de 1955, en el Colegio Romano de la Santa Cruz.
Después irían llegando otras canciones: Cantares de ronda, Pero pesca
submarina, Es la hora de la ronda...
-No dejéis de
cantar esas canciones, decía nuestro
Padre. Hay que sabérselas. Nosotros tenemos que cantar por todos los caminos
de la tierra... Se os caerán las lágrimas de alegría, cuando
tengáis setenta años y oigáis cantar esas canciones a los más jóvenes (4).
Para secundar este deseo de nuestro amadísimo Fundador, el
Padre ha dispuesto que se publique este libro: entre las distintas canciones,
hay algunas (nn. 3, 7
y 28) que se compusieron para que las pudieran
cantar nuestras hermanas. Todos encontraremos en estas páginas la eterna juventud
de nuestro espíritu, siempre viejo y siempre nuevo, hecho canción. Y
los que tengáis facilidad, seguid componiendo canciones: es oración y un buen
servicio a los hermanos vuestros que vendrán después. Pasará el tiempo -nos
decía el Padre en una tertulia- y se os caerán las lágrimas oyendo cantar,
a gente más joven que vosotros, lo mismo que cantáis ahora (5).
(4) De nuestro Padre, Crónica 1-64,
pp. 31 y 32.
(5) Del Padre, Tertulia, 31-1-1982.
Roma, 1986
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