LOS
MÉTODOS PASTORALES DEL OPUS DEI
dedicado a EscriBa,
por su valentía y sinceridad
Marcus Tank, 20 de noviembre de
2006
1. Tomando pie en el magnífico y ponderado artículo
de Manuel Ortuño que nos facilitó Compaq, me parece interesante glosar
algunos aspectos de fondo que suscita. Hace ya tiempo que lo tenía en mente,
como a todos los que habéis padecido las nefastas consecuencias de los modos
habituales de actuar (gobernar) en el Opus Dei. El acceso a algo tan oscuro
como los motivos inspiradores íntimos del fundador y de sus sucesores, así
como a la verdadera entidad de la “acción pastoral” de la Prelatura, no es
fácil si pretende conocerse en directo, pero resulta bastante claro si uno
se aproxima observando las obras concretas más demostrativas: es decir, los
medios empleados en esa pastoral.
En la actualidad
es general la percepción, por parte de propios y extraños, de que en el Opus Dei no se pretende de hecho
ejercer la caridad como lo primero, ni existe como línea prioritaria de
gobierno, sino más bien el interés “utilitarista” de la Prelatura, definido
y redefinido según conveniencias. Algunos miembros la practican por su cuenta,
sin duda, pero con frecuencia se ven obstruidos en su libre ejercicio por las
indicaciones teóricas y prácticas de la institución —a veces, verdadera
estructura de pecado— que llegan hasta impedir un desarrollo de la amistad
noble y auténtica entre los fieles. Resumiendo, lo que prevalece en el gobierno
de la institución son sus intereses más opacos, que se identifican falsamente
con la “voluntad de Dios”.
¿Qué explicación tiene todo esto? ¿Se trata de
un proceso degenerativo habitual en las empresas humanas? No creo que sea éste
el caso sino, más bien, algo mucho más preocupante y radical. A mi entender, se
trata de la consecuencia natural de un
desarrollo viciado de raíz. En el Opus Dei existe, según el diagnóstico más
benigno, un notorio fanatismo: un fideísmo desvinculado de la verdad, de la
razón, y del mismo Espíritu divino. O, dicho de otro modo, se ha “hipervalorado” de tal forma el supuesto carisma fundacional
y la figura de su fundador que se ha llegado a “cuasidivinizar”
todo, construyéndose un compacto edificio doctrinal y normativo sobre esa base
falsa o, al menos, muy desenfocada.
La consecuencia más grave e inmediata es que se
colocan al fundador y al carisma por encima de la autoridad y de la praxis
eclesial, obviando el discernimiento de la Iglesia en temas tan nucleares. Si
no ha ocurrido una ruptura formal, como en el caso del integrismo lefebvriano, sí se da una falta de comunión espiritual,
canónica y pastoral: un funcionamiento independiente y al margen de la
jerarquía ordinaria, autosuficiente, por mucho que se hable de unión con el
Papa y los Obispos locales. Y esta percepción es lo que justifica que muchos
acusen a la Obra de vivir o de estar organizándose de hecho como una “iglesia
paralela” dentro de la Iglesia.
2. Pero la cosa no se reduce al puro fanatismo
religioso que, hoy por hoy, es ya tildable de “locura
colectiva”, pues la mentalización institucional hace que muchos sean poco
conscientes del hecho. El obrar desviado llega hasta la deshonestidad
(inmoralidad) en las prácticas de esta institución “de” la Iglesia, pues no se
corta para utilizar el engaño, la calumnia, la coacción, el maltrato, las
manipulaciones graves de la verdad histórica, las acomodaciones y
“replanteamiento” del espíritu fundacional, y un largo etcétera, en el que cabe
añadir hasta el empleo de medios ilícitos de espionaje e información. No
exagero lo más mínimo. Hace años me parecían disparatadas e imposibles este
tipo de afirmaciones, pero ahora las hemos experimentado de cerca en toda su
crudeza.
Resultaría fácil
probar una por una las afirmaciones que acabo de hacer, pero sería demasiado
largo. Por eso, lo que ahora me propongo es simplemente ofrecer un contraste
entre la actividad real del Opus Dei y la pastoral cristiana auténtica, la que
vemos en Cristo y en su Iglesia. Sinceramente digo que no he llegado a la
explicación última de lo que pasa o está pasando en el Opus Dei: para ello
tendría que estar en la piel del fundador, o de su primer sucesor, o tal vez
conocer los documentos históricos —si existen— más comprometidos. Pero sí puedo
intentar una explicación penúltima de lo que realmente es el “talante real” de
la Obra, aunque soy consciente de que sólo los muy informados ab intra podrán
compartir mi diagnóstico sin sorprenderse.
3. Evidentemente,
el carisma de santificación en las realidades seculares es muy atractivo para
los cristianos y es un carisma sin duda divino, pues incluso lo ha ratificado
el Concilio Vaticano II. No pongo en duda que un planteamiento así de la
espiritualidad provenga de inspiración divina. Lo que resulta problemático es
que una “infusión divina” de tan hondo calado y proyección no conlleve en la
persona receptora unas disposiciones mínimas de honestidad, de sentido
sobrenatural y rectitud. De entrada, esto me parece simplemente extraño.
Desde luego, hay que aceptar la posibilidad de
que la realidad haya sido ésa, según la probada experiencia del obrar divino en
la historia. Es verdad, en efecto, que muchos grandes personajes del Antiguo y
del Nuevo Testamento que recibieron gracias muy especiales —patriarcas,
profetas, apóstoles— no fueron grandes santos y, a veces, sus vidas dejaron
mucho que desear desde el punto de vista moral. Este hecho ciertamente reafirma
la gratuidad de los dones divinos y su acción histórica independiente de las
cualidades personales de los elegidos.
Y también es cierto que el carisma del Opus Dei,
de santificación en lo secular, no es monopolio de su fundador, ya que fue
suscitado igualmente con anterioridad a su acción pastoral y en muchos otros
lugares del mundo. Es verdad que ninguna organización lo ha impulsado con tanta
“eficacia”, hablando al modo humano, y quizás Dios haya querido utilizar las
“manías de grandeza” de Escrivá o su talante emprendedor y organizador para su
promoción.
El fundador del Opus Dei fue sobre todo un
gestor con ínfulas de poder y una gran capacidad de adaptación, no tanto una
persona de principios. Su extraña personalidad, y la fanática sobreprotección
por parte de Álvaro del Portillo, le llevaron a manipular la verdad histórica
de su biografía y de la misma institución que fundó. Pero tapar, o negar, las
enormes deficiencias personales del fundador —como él mismo y sus sucesores han
hecho— para “proteger” el carisma, carece de todo sentido: las obras de Dios y
su fuerza relucen más genuinas en contraste con las limitaciones de sus
portavoces humanos. No suplantemos, pues, a Dios. La Sagrada Escritura no se
recata en manifestar los defectos y pecados del mismo San Pedro.
4. Pero vayamos al tema de los medios que emplea
y ha empleado el Opus Dei para su desarrollo. Las acciones de Escrivá y sus
colaboradores en los primeros tiempos fueron muy “políticas”, casi de
nacional-catolicismo, por no decir de tendencia “fascistoide”,
aunque pretendieran ser de sólo fines espirituales. Él personalmente estaba
suscrito al periódico más integrista que se editaba por aquellas fechas. El
ambiente de los años treinta y posteriores en España lo facilitaban sin duda,
aunque también había gente de talante bastante más abierto entre los cristianos
convencidos: Pedro Poveda es un ejemplo. No olvidemos
que los valores y las añoranzas heroico-idealistas del ya muy lejano Siglo de Oro español pervivían en
muchos. Y así el nacional-catolicismo era el paradigma de religiosidad más
extendido por la “España católica” de aquellos tiempos.
Todo quedó reflejado en Camino y en los escritos de los primeros, hasta bien entrados los años cincuenta. Un hombre como Rafael Calvo Serer, que no se caracterizaba precisamente por la
cerrazón, escribía —en La fuerza creadora
de la libertad— cosas como éstas:
"Frente a la
negación de la Teología, que está en la base del marxismo y frente a la
Teología deísta, que según Rüstov, fundamenta al
liberalismo capitalista, el cristiano ha de aplicar los principios de
subsidiaridad y solidaridad, fundados en la imagen cristiana del hombre como
ser social. A nadie que esté a la altura del tiempo le podrá sorprender que en
España mantengamos la fe en la aplicación política de la doctrina católica, que
es consustancial con el espíritu de la Victoria. Con la unidad católica como
axioma nacional y de acuerdo con una filosofía cristiana de las estructuras
sociales, es como hay que ir haciendo carne y sangre de nuestra vida pública el
anhelo de justicia" (pp.64-65).
La mentalidad de
activista cristiano del fundador y sus posiciones integristas en la defensa
de la fe, tipo “cruzada”, prevalecen sobre los aspectos más espirituales del
carisma. Primero se habla de conquistar
los ambientes intelectuales y universitarios, combatiendo a la Institución
Libre de Enseñanza. Para nada se oye hablar de la santificación del trabajo:
éste es un discurso de los años sesenta, con el que más tarde se pretenderá
rehacer la historia del pasado —¡como si esto fuera posible!— y, desde la
perspectiva canónica, se habla de santidad pero en el contexto de los “estados
canónicos de perfección” aunque en medio
del mundo y, por tanto, mediante la práctica de los consejos evangélicos.
Así, poner a Cristo en la cumbre de todas las
actividades humanas se entiende en la práctica como conquistar y dominar
para Dios todas las estructuras sociales: la cultura, la ciencia, la política,
la economía, los lugares de poder fáctico. Como después se demostró en la
práctica, el acceso para el control de esos ámbitos seculares era y es una
pretensión corporativa, pretendida y organizada: en su momento —sobre todo en
España— fueron cátedras universitarias, editoriales, periódicos y revistas, el
CSIC, bancos o la creación de sociedades financieras interpuestas, o también la
ocupación de puestos políticos y de la Administración del Estado.
Nada de esto es una “teología de la secularidad”,
y menos de carácter espiritual, sino pura acción monista “político-religiosa”
o “religioso-política”, según convenga mirarla. Será Hans Urs von
Balthasar, sobre todo, quien haga una crítica de
estos enfoques abriendo paso a una verdadera teología del laicado, en la estela
de Yves-Marie Congar y
otros, al tiempo que proponía una “teología específica” para los institutos
seculares: cf. Sponsa Verbi pp.417-51 sobre la teología de los institutos seculares,
publicadas primero en 1956. Y en este contexto han de situarse sus
críticas al Opus Dei de la España franquista, a comienzos de los años
sesenta, de las que nunca se desdijo: al contrario de lo que suelen repetir
vagamente muchos fieles de la Prelatura, sin saber exactamente de qué hablan.
Hoy, con la perspectiva de lo ya acontecido, bien puede decirse que aquellos
escritos fueron realmente proféticos.
5. No es necesario abundar en lo que de sobra se
sabe. Sólo alguna puntualización a modo de ejemplo. Antonio Pérez, que fue uno
de los más altos responsables del Opus Dei, ha comentado su intervención
directísima en la configuración de estas tramas de poder fáctico, político y
financiero. Gregorio Ortega se trasladó a Portugal para organizar allí otro
tanto. Se compran y se crean bancos. Y, por ejemplo, tres miembros numerarios,
con cierta experiencia en esos negocios, intentan montar el “Banco Andorrano”
por indicación de los Directores: ¿por qué Andorra y no Valencia, o bien otro
lugar? La razón es que buscaban modos de sacar grandes cantidades de dinero de
España, con destino a Roma y a otros países. Esto se realizó luego, en buena
medida, a través de las sociedades financieras constituidas en Portugal o
también con empresas tipo Matesa.
En sus Memorias,
Eugenio Trías ha relatado que, durante un verano trabajando en la Comisión
Regional en Alemania, le encargaron hacer fotocopias de notas provenientes de
la sede central de Roma, cuyo destino eran las distintas regiones. En una de
ellas, para su escándalo, se decía a quienes tuvieran influencias que
procurasen colocar a gente de la institución o afectos a ella en cargos de
poder. Y podríamos seguir. Ahí está la conocidísima Fundación General Mediterránea o la del Banco Popular, que en buena
parte se han dedicado a sufragar inmuebles y otros gastos del Opus Dei con
enormes cantidades de dinero. Y en países como Holanda, por citar ahora algo
muy actual, se utilizan formas análogas para canalizar los ingresos y
aportaciones de los fieles —numerarios, sobre todo— y evadir así impuestos.
En fin, las connivencias
con el poder político en España llegaron a ser tan ostensibles y a levantar
tanta polvareda que la Santa Sede tuvo que advertir al fundador de que no
siguiera por ese camino. Se quiera o no, un periódico o una revista de la
institución —aunque fuera sólo titular por intermediarios— nunca será independiente:
recuérdese, si no, lo que Agustina
cuenta a propósito de Telva y de ciertos
anuncios. Son hechos que ponen en evidencia la organización y el control de
los medios de comunicación “desde arriba”.
Hacerse
con un medio de comunicación o con una entidad financiera, lo mismo que la
participación organizada en la política, no surgen espontáneamente. En una
universidad, un colegio o una empresa promovidos y controlados por el Opus Dei,
se hace siempre “lo que mandan” (e interesa a) los Directores de la Obra,
aunque luego se diga que la institución tiene sólo una finalidad espiritual. Es
más, a cualquier fiel del Opus Dei —aun trabajando en un puesto público o
privado independiente de la Obra institucional y sus organizaciones— le es muy
difícil sustraerse a la influencia de la institución en su ámbito profesional,
en interés del Opus Dei, porque su teórica libertad profesional está condicionada por la “obediencia ciega”
que de él se reclama en la así llamada dirección espiritual personal.
6. Por su formación y personalidad, el fundador
concebía el reinado de Dios en el mundo como resultado de la instauración de
unas “estructuras humanas cristianas”: leyes, cultura, información, poder
económico, ordenamiento de la sociedad, costumbres, etcétera. Pero esto es una
equivocación, porque el Reino de Dios non
est de mundo hoc (Ion 18,36), no es una
institución de este mundo, decidida por una acción productiva del hombre, sino
un don de Dios. El Reino es interior: intra vos est (Lc 17,21), está
dentro de vosotros. Y ni siquiera el Reino puede identificarse con la Iglesia
peregrina.
El Reino de Dios se despliega en el corazón de
las personas santas. La presencia y acción divinas animando el corazón de
los hombres hacen que las acciones humanas y sus instituciones “se cristianicen”:
es decir, queden informadas por la caridad de Dios. El crecimiento y la fecundidad
de la Iglesia no es obra de hombres, como si se tratase de una empresa humana,
sino del Espíritu. Y al Espíritu no
se le puede forzar: se le ruega, se le descubre, pero no se le manipula, ni
se le compra (simonía). La “divinización” de lo humano
(la salvación) está en estricta dependencia de Dios. Todo esto es elemental
en una noción sacramental de la
Iglesia.
Pretender la
instauración del Reino —de la vida cristiana— como resultado de una acción
humana “empresarial”, algo programado y ejecutado con medios de poder fáctico,
es olvidarse de lo más elemental del Evangelio y de la vida de Jesús: es
olvidarse de su diálogo con Pilatos, en el momento decisivo. Nunca el Señor
pretendió crear instituciones humanas de poder, ni amparar su fuerza en los poderes
humanos. No empleó la espada, no se metió en políticia,
no creó asociaciones culturales. Jesús constituyó su Iglesia con una estructura
sacramental para comunicar la vida divina, haciendo presente así —por los
sentidos, y en cada tiempo— su acción salvífica. Y
todo ello se fundamenta en el don divino, en dependencia constante de la gracia
de Dios: la gratuidad del amor de Dios es su característica, no el “poder
humano”.
Volver la
ecuación en sentido inverso es hacer depender a Dios de los hombres, quedándose
en el mero plano de los intereses temporales. Sería pretender sustituir una
“estructura humana” teóricamente mala (“anticristiana” o empecatada) por otra
de signo aparentemente distinto, pero también humana, que de por sí no es capaz
de obrar la justicia divina. En el fondo, sería cambiar un totalitarismo por
otro: ese no abandonar el plano “humano” del poder fáctico es uno de los
errores comunes a las religiones sólo “humanas”, que por eso resultan siempre
de corte autoritario y absolutista. Sería —parafraseando a von
Balthasar— meter a Cristo en el mundo como tigre, a
la fuerza, pero no como el Cordero degollado que lava los pecados en el
sacrificio de su muerte y atrae a todos hacia sí. En definitiva, sería una
sustitución de Dios por la acción del hombre, como propugna la herejía
pelagiana, cuyos rasgos caracterizan no pocos aspectos de la “espiritualidad”
fomentada en el Opus Dei.
7. Pero la cosa no se reduce a un problema de
espiritualidad trasnochada o mal entendida. Recuérdense esas palabras de Camino y de una de las cartas
fundacionales de Escrivá en las que invita a reflexionar sobre el modo de
actuación de los enemigos de Cristo: ¿No
ves cómo proceden las malditas sociedades secretas?, dice.
Y los sigue describiendo como personas que preparan cuadros de mando y trazan
sus malévolos planes secretos para dominar, someter, para actuar contra Cristo.
Si interpretamos a contrario sensu, no es difícil advertir que en el fondo Escrivá
está invitando a contrarrestar esa acción utilizando las mismas armas pero con
fines buenos. Y ahí está la clave para entender su “proyecto fundacional”.
Ese mimetismo explica que Escrivá haya creado sobre
todo una organización humana con fines
humanos, disciplinada sobre el epicentro de su persona —como un ejército en orden de batalla, solía
decir— y con unas normas y un gobierno nada transparentes, a fin de no mostrar
sus debilidades. No son éstos medios evangélicos. ¿El mejor camino para ese
resultado deseado? La “divinización” de todo: de su persona, su institución,
su espíritu. En el mejor de los casos, el resultado es sólo una organización
opaca al servicio de la fe, que usa las tácticas del secretismo (ahora llamado
discreción) y hace gala de un autoritarismo
totalitario, férreo, con el pretexto de la “unidad de espíritu”. Ahí todo
es “empresarial”, con quinquenios incluidos, como
decía EBE. Pero la realidad “creada” acaba siendo poco o nada acorde
con el “espíritu del evangelio”: ésta fue la certera intuición de von
Balthasar en su crítica. La experiencia ha mostrado luego
que se da como una sima entre los grandes principios espirituales (sobrenaturales)
enunciados y la realidad práctica.
¿Cómo entender que se
haya llegado a estos extremos? Mi opinión es que la cosa está más allá de las
limitaciones de formación teológica del fundador y tal vez deba buscarse la
explicación en su personalidad: la opacidad y la incoherencia constantes no se
explican sólo por ignorancia, por falta de ciencia teológica. En el “proyecto
fundacional” está que lo primero es la Obra y después las personas: si no en la teoría, sí en la práctica. La organización es lo que interesa, lo que
hay que proteger y defender aun a costa de las personas y, por desgracia, aun
de la verdad misma.
De este modo, la llamada “formación en el
espíritu” acaba siendo un bloque absolutamente compacto que todo lo prevé para
“configurar” o moldear a las personas de un modo determinado: el que en cada
momento “interesa” a la institución, pero con independencia de la verdad sobre
las personas y las cosas. ¿Por qué tantas y tantos se agobian y visceralmente rechazan, de modo consciente o inconsciente,
los periodos intensos de esa formación específica: cursos anuales, cursos o
días de retiro, convivencias de Consejos Locales? Para mí está claro: porque
son momentos de “concentración de ideas malsanas”. Y se da como un rechazo
espontáneo.
El proceso es lógico: esos “medios de formación”
suelen carecer habitualmente del atractivo de lo verdadero. La verdad no resplandece
porque no se busca en sí misma: al contrario, es sustituida por el interés
“sectario”. Incluso en los enfoques ascéticos generales de la espiritualidad
—el contenido de los guiones que deben glosarse— desaparece la belleza de
la verdad: no atraen porque de hecho responden a una “espiritualidad” manipuladora
o manipulante, que además suele buscar respaldo en los enfoques institucionalistas
de otros tiempos, pero ignora las mejores aportaciones del magisterio eclesial
y de la teología del siglo XX. Por eso “no llenan” el corazón y provocan rechazo.
Así es como el Opus Dei institucional ha acabado por generar ambientes cerrados
y rarefactos, que inducen a la angustia y a la depresión.
Esto mismo puede verse a la inversa. Cuando la
formación se despliega en libertad y no contaminada por el “sectarismo” que
pone los intereses de la institución por encima de todo, cuando se abre a las
enseñanzas libres de la Iglesia, entonces la angustia desaparece. Y es que
entonces desaparece de hecho la manipulación psicológica, tanto si los ponentes
de los temas son brillantes como si son mediocres.
8. Por tanto, el llamado “espíritu” no es más
que una “excusa” verbal y práctica para asegurar la dominación de las personas
y someter sus conciencias: nada tiene de “espíritu”, y sí mucho de organización
espuria. En caso de resistencia, justifica incluso la acusación de soberbia, si
es que ya antes no se ha emprendido el camino de fomentar la bajo autoestima en
esos fieles peligrosos. Piénsese, si no, en qué exige el “espíritu”: se reduce
siempre a normas o criterios de obligado cumplimiento, que son puro control y
disciplina de los fieles. Las personas son de hecho manipuladas, pero no
ayudadas ni “acompañadas” en su vida espiritual.
Esto viene a confirmar la mayor importancia de
la “gestión” (organización) frente a la espiritualidad. Y explica también que,
después de tantos años de andadura histórica del “carisma”, apenas se haya
profundizado teológica y filosóficamente en ninguna de las supuestas líneas
medulares de la propia espiritualidad. Por eso es de gran utilidad hacer ahora
el contraste entre los “medios” del Opus Dei y los medios evangélicos, pues la
comparativa desvela mejor cuán lejos de la pastoral eclesial quedan todas las
prácticas de esa Prelatura personal.
¿Qué medios empleó Cristo y emplea su Iglesia?
Jesucristo mueve a la conversión mediante la comunicación de la verdad íntima
de Dios, las obras de caridad y de misericordia, por la amistad: no os llamo siervos sino amigos, dice a
los apóstoles en su despedida. La rectitud, el servicio, la abolición de toda
clase de esclavitudes, el respeto exquisito a la libertad sin coacciones, el
perdón, ésos son los medios evangélicos: en definitiva, el testimonio de que
Dios nos ama en Cristo, que no vino a juzgar ni a condenar sino a morir por
todos los pecadores.
¿Qué medios emplea el Opus Dei en su acción
“espiritual” institucional? El enfoque es por demás “humano”, muy de
organización humana secreta, sin apenas transparencia, sin objetivos
desinteresados, con una amplia tradición de engaños y manipulaciones a sus fieles
y a la jerarquía de la Iglesia. Ha sido un desarrollo de fanáticos, si no de
locos, lleno de discontinuidades en las actitudes básicas, de acomodaciones y
de “redefiniciones” del carisma. Mentir sobre las
mismas realidades supuestamente fundacionales me parece de una incoherencia
poco compatible con la conexión con Dios. La sencillez es una característica de
las gentes de Dios, pues sin esa disposición es difícil recibir nada de lo
Alto.
Pero es que la cosa llega a más. Por el puro
interés de la institución se realiza una praxis vocacional utilitarista,
también la sacerdotal, de coacción moral y psicológica de las conciencias, sin
detenerse en el respeto al futuro existencial de las personas, ni en el
discernimiento del verdadero querer de Dios. Esto es tan monstruoso, que
resulta increíble. Pero el hecho es que, en nombre de Dios, se obliga al
sometimiento total de la persona a la institución representada por el Prelado y
sus Directores, cuyos actos jamás son transparentes. Y después, a quienes pudieran deteriorar la imagen de ese “Opus Dei” por sus
negativas experiencias, se les calumnia, se les difama o se les denigra, sin
ningún reparo moral.
No existe ningún respeto a la intimidad de las
personas, ni a su libertad ni a su autonomía en materias de conciencia, como
exige la doctrina de la Iglesia. El empleo de penas canónicas contra derecho
para presionar a los sacerdotes está a la orden del día. Se llega a extorsionar
y a espiar a la gente con métodos que son delictivos, desde el punto de vista
civil y canónico, Baste recordar lo que el fundador
en persona hizo con Carmen Tapia, los interrogatorios tipo Gestapo,
y con tanto otros como Gregorio
Ortega, por ejemplo. Hoy se controlan los números de teléfono con
los que se habla desde un centro o desde los móviles, si es posible; la institución
se entromete delictivamente en las cuentas privadas de correo electrónico
o en ordenadores y agendas, o se contratan los servicios de investigadores
privados para “espiar”, porque pocas cosas quedan fuera de sospecha. Y podría
seguir describiendo conductas con un largo etcétera de comportamiento de cloacas,
practicados por quienes hacia fuera muestran una piel de mansos y afables
corderos.
¿Pueden ser calificados de “evangélicos” estos
“medios”? ¿Son aceptables en la pastoral eclesial que
la Jerarquía ordinaria ha confiado a la Prelatura Opus Dei? ¿Existe algún fin
sobrenatural que justifique ese tipo de actuaciones? Repugna ya formular las
preguntas, pues las respuestas son obvias, sin alternativa. Esas actitudes son
más propias de una trama mafiosa que de una organización eclesial, que debería
asumir la caridad y la justicia como norte de su obrar.
9. Es difícil comprender por qué personas “responsables”
se comportan de ese modo: ¿en qué “labor” están?, ¿en qué cabeza cristiana cabe que sean lícitas esas obras? Pero
la verdad es que, en el Opus Dei, siempre se ha actuado así: se hizo con Panikkar, con Carmen Tapia, con María
Angustias Moreno, y con tantos otros menos conocidos. En estos últimos
años, porque ya hay mucho que ocultar y se multiplican los problemas para
la dirección de la institución, las verdaderas motivaciones están quedando
más al descubierto: la corrupción se está haciendo impúdica al llegar a los
niveles inferiores, ya que los puestos son cubiertos —por pura necesidad práctica—
con gente dispuesta a obedecer en lo que haga falta, sin apenas personalidad
ni autonomía de conciencia. Y esto, en efecto, tiene la ventaja de que permite
advertir sin filtros disimulados las intenciones de la cabeza.
Sí, hay algo más que un simple deseo
“equivocado” —en los modos— de que Cristo “triunfe” en el mundo: se desea el
triunfo del Opus Dei a toda costa, usando para ello los medios que sean
necesarios, sin mirar si son buenos o malos, evangélicos o antievangélicos,
porque si son ad maiorem
Operis Dei gloriam
tendrán el marchamo de la complacencia divina. Pero pretender la
cristianización con métodos que no sean estrictamente evangélicos es hoy un
enfoque doctrinalmente superado, infantil, trasnochado, producto de un “idealismo”
humano más que de un auténtico sentido de fe. No negaré que la acción puede
obtener algunos éxitos parciales, aparentes, pero para mí es obvio que será
incapaz de promover un auténtico “crecimiento del Reino de Dios” en las almas,
pues lo que Cristo viene a instaurar no son estructuras sociales.
Los
enfoques corporativistas de la Prelatura no pueden funcionar porque no
son ya ni cristianos: están viciados de raíz por su marginación de la persona.
Al final, acaba siendo una pastoral que prevé empresarialmente fines, calcula
conveniencias y objetivos, valora luego resultados, pero margina la directa
acción de Dios. Es esto lo que lleva a la destrucción de las personas, a no
preocuparse por la caridad y, más tarde o más temprano, a una ofuscación que hace
posible emplear métodos sectarios, mafiosos y delictivos, sin una particular
conciencia de inmoralidad.
¿Pueden entenderse estas actitudes como
fidelidad al fundador? Es posible que sí, si él actuó también de esa manera y,
de ahí, la importancia de no manipular los hechos la historia. Pero es obvio que esos
comportamientos nunca son ni serán actos de fidelidad a Jesucristo, ni a
ninguna voluntad divina. Hoy tenemos a la vista de todos el luminoso ejemplo de
Juan Pablo II pidiendo perdón por los abusos y pecados de los cristianos y de
la misma Iglesia institucional, por haber utilizado “métodos no evangélicos” al
servicio de la fe, por las aquiescencias tácitas o expresas con la intolerancia
y la violencia al servicio de la verdad.
Tal vez algunos deberían releer con frecuencia
algunos párrafos de la carta apostólica Tertio millennio adveniente, donde
ese gran Papa decía: “Es justo que (…) la Iglesia asuma con una conciencia más
viva el pecado de sus hijos recordando todas las circunstancias en las que, a
lo largo de la historia, se han alejado del espíritu de Cristo y de su
Evangelio, ofreciendo al mundo, en vez del testimonio de una vida inspirada en
los valores de la fe, el espectáculo de modos de pensar y actuar que eran
verdaderas formas de antitestimonio y de escándalo»
(n. 33). ¿Es el Opus Dei una excepción inmaculada en
esa historia? ¿No ha llegado acaso el tiempo de que esta institución reconozca
con sinceridad sus propios “demonios familiares”, que tantos males y tantos
estragos han venido causando a tantos? ¿No estamos acaso en un tiempo eclesial
(providencial) de purificación, que sí es verdadera Voluntad divina?
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