Sobre
el mito de la oposición entre la ciencia y la religión.
He
considerado oportuno, tras la lectura de escritos de Atomito como Teología
vs. Ingeniería, incluir aquí algunos párrafos del tercer volumen de
mi libro: Mis convicciones sobre el cristianismo explicadas a mis amigos no
cristianos.
Comenzaré
colocando una cita de Max Planck, el creador de la teoría de los quanta, premio
Nobel de Física en 1918, católico:
Nunca
puede darse una verdadera oposición entre la ciencia y la religión. Cualquier
persona seria y reflexiva se da cuenta, creo yo, de la necesidad de reconocer y
cultivar el aspecto religioso presente en su propia naturaleza, si quiere que
todas las fuerzas del alma humana actúen conjuntamente en perfecto equilibrio y
armonía. Y realmente no es accidental que los mayores pensadores de todas las
épocas fueran almas profundamente religiosas, incluso si no mostraban en
público sus sentimientos en este sentido (Max Planck, cit. en Wilber,
1987, p. 210).
1.
Científicos de los siglos XV a XIX con vivencia profunda de
su fe religiosa:
Una visión panorámica de la
historia de la ciencia permite percatarse fácilmente de la profunda vinculación
entre ésta y la civilización cristiana. Tras quince siglos de contribuciones
importantes de cristianos –como prueba de su búsqueda de las verdad– en el
saber teológico y filosófico, llegó el momento en el que se fue esbozando el
concepto actual de saber científico. Aquí ya no se trataba de la búsqueda de la
verdad de lo que podía acreditarse como revelación divina –la verdad
teológica–, ni de la búsqueda de la verdad sobre cuestiones como la esencia del
ser humano, de su capacidad intelectiva, de su libertad, de la naturaleza del
cosmos, etc. –la verdad filosófica–. Ahora se trataba de la búsqueda de la
verdad sobre el mundo físico, y una verdad que tras la intuición de hipótesis,
éstas pudiesen verificarse empíricamente. Es decir, se trataba del inicio de lo
que acabaría siendo el actual concepto de saber científico. Se trataba del
inicio de la historia de las ciencias buscadoras del conocimiento sobre las
dimensiones físicas, químicas, biológicas, psicológicas, antropológicas,
sociológicas, etc., de la realidad humana y cósmica. La búsqueda de la verdad
sobre la materia inorgánica, los seres vivientes infrahumanos, el animal humano
capaz de crear cultura, etc. Los científicos siendo competentes para abordar la
investigación de lo empíricamente contrastable; los filósofos competentes para
buscar respuestas a las preguntas que la ciencia empírica no puede resolver
sobre la esencia de las realidades del Universo, su razón de ser, su posible
finalidad, sus causas últimas, etc.; los teólogos, indagando, a partir de la
revelación divina –siempre que previamente se haya acreditado su origen
sobrenatural– la luz que ésta pueda ofrecer, no sólo para adquirir cierto
conocimiento sobre la Realidad divina y su proyecto para el ser humano, sino
también para profundizar sobre todo lo relacionado con la vida humana en el
cosmos y en la historia y su destino después de la muerte.
Pienso que, para contribuir en
desmontar la falsa idea, propagada con frecuencia, sobre las incompatibilidades
de la ciencia con la religión en general y con el cristianismo en especial, irá
bien recordar: a) que la ciencia fue un descubrimiento de cristianos; b) que a
lo largo de la historia de la ciencia ha sido abundante el reconocimiento de
científicos sobre su fe religiosa, mayoritariamente cristiana; c) que esto ha
seguido ocurriendo en el siglo XX como veremos en el próximo capítulo.
Ha habido muchas grandes civilizaciones en la
historia del mundo que alcanzaron logros estupendos en arquitectura, en
escultura, en drama, en cerámica, incluso en filosofía. Pero en ciencia,
propiamente dicha, ninguna de ellas logró, como ya hemos dicho, algo ni
siquiera remotamente comparable a lo conseguido en nuestra civilización
occidental cristiana […] En esas otras grandes civilizaciones, sin embargo, el
universo era, o bien algo caótico e incomprensible en el fondo, o bien algo
sujeto a férreas leyes de eterno retorno. En la Europa Medieval Cristiana, el
mundo, creado por Dios de la nada y en el tiempo, era básicamente bueno, estaba
bien hecho, y la inteligencia del hombre, hecho por Dios a su imagen a
semejanza, era capaz de alcanzar la verdad, la unidad y la belleza existentes
en ese mundo creado por Dios (Gonzalo, 2000, pp. 161s.).
Veamos una relación de científicos
ilustres que dieron pruebas de su respeto a la religión, y mayoría de ellos
cristianos. Me limitaré casi solo a nombrarlos y añadir unas pocas líneas de
cada uno. En algún caso se tratará de una declaración de ellos reconociendo la
importancia que concedieron a la religión. Me limito a referirme a físicos y
astrónomos, por tratarse de quienes he podido ser mejor informado. Casi todos
los datos los recojo del libro de Gonzalo: Pioneros
de la Ciencia (2000), y de Ken Wilber (Ed.): Cuestiones cuánticas. Escritos místicos de los físicos más famosos del
mundo (1987).
a) Nicolaus Copernicus
(1473-1543), de Polonia.
Estudió en las universidades de
Cracovia (Polonia), Bolonia y Padua (Italia). Fue sacerdote, con el cargo de
canónigo de la catedral de Franenburg. De su vasta cultura destacó sobre todo
como astrónomo.
Como es bien sabido, Copernicus en su obra
principal, De revolutionibus orbium celestium (1543) presenta su tesis
de que los movimientos de los planetas son circulares y centrados alrededor del
Sol. Más tarde Kepler descubriría, a partir de los datos de Tycho Brahe, que en
realidad son elipses con excentricidades muy pequeñas. Dedujo además,
correctamente, que la distancia del Sol a las estrellas fijas debería ser muy
grande, y que la Tierra debía rotar alrededor de su eje, con la Luna girando
alrededor de ella. Las predicciones del sistema copernicano no eran mejores que
las del sistema tolomeico, pero la simplificación del cálculo era
extraordinaria […]
Copernicus, el gran innovador en Astronomía, junto
con Kepler y Galileo, y Buridan, el gran innovador en Mecánica, junto con el
mismo Galileo (todos ellos sabios cristianos) culminan en Newton, que une
definitivamente ambas y pone en marcha así la gran aventura de la ciencia
contemporánea. Nada parecido había ocurrido en ninguna de las civilizaciones
paganas, incluyendo la brillante civilización griega de los siglos previos al advenimiento
del Cristianismo
(Gonzalo, 2000, pp. 126 y 127).
A diferencia de lo que casi un
siglo después hizo Galileo, Copernico presentó su teoría heliocéntrica como una
hipótesis, en espera de que algún día se pudiese comprobar empíricamente, cosa
que no ocurrió hasta unos cincuenta años después de la muerte de Galileo.
b) Johannes Kepler (1571-1630), de
Baviera.
Matemático y astrónomo que puso
mucha atención en descubrir regularidades geométricas en el Universo. Sus
principales contribuciones –aparte de sus intuiciones imaginativas sobre el
universo– fueron observaciones y cálculos meticulosos, con ayuda de los
logaritmos de John Napser a partir de los cuales Kepler encontraba una vía a posteriori para reconocer la realidad
divina.
c) Galileo Galilei (1564-1642)
Físico, astrónomo y matemático italiano, pionero
como experimentalista y como teórico de las leyes fundamentales de la mecánica,
desarrolladas de forma definitiva por Newton un siglo después […]
En 1616 se le exigió a Galileo que enseñara la
doctrina heliocéntrica como una hipótesis y no como un hecho demostrado, dada
la insuficiencia de las pruebas que presentaba. Éstas relacionaban el
movimiento de la Tierra con la existencia de mareas, y no convencían a nadie
porque, de hecho, eran erróneas (Gonzalo, 2000, pp. 27 y 28).
Resulta sorprendente la leyenda
negra propagada contra la Iglesia por su supuesta crueldad en su juicio a
Galileo. Tal como señala Messori, en una encuesta entre los estudiantes de
ciencias de todos los países de la Comunidad europea, los resultados fueron
éstos: el 30% tenía el convencimiento de que Galileo Galilei fue quemado vivo
en una hoguera; el 97%, que había sido torturado. La realidad puede resumirse
así:
1. Lo que el tribunal que juzgó a
Galileo le exigía es que reconociese que su teoría heliocéntrica era una
hipótesis, ya que todavía no se había verificado empíricamente. La prueba
experimental de la rotación terrestre alrededor del sol no se pudo presentar
hasta el año 1748, es decir, un siglo después. Mucho antes que Galileo ya la
había propuesto Copernico, pero este siempre lo hizo como una hipótesis.
2. La única prueba que Galileo
presentó en el juicio era errónea. Decía que “las mareas eran provocadas por la
‘sacudida’ de las aguas a causa del movimiento de la Tierra”, y calificó de
“imbéciles” a los jueces colegas que defendían que “el flujo y reflujo del agua
de mar se debe a la atracción de la luna”, que se comprobó ser la verdadera.
3. Teniendo en cuenta la actitud
despectiva e incluso insultante con que Galileo –persona autoritaria y
narcisista– se expresó ante unos jueces compuestos de científicos equivalentes
a su nivel científico, al final, consciente quizá de sus impertinencias,
expresó su agradecimiento por la pena tan moderada que le impusieron.
4. Veamos como resume Messori las
características de su pena y encerramiento:
¿Tortura? ¿Cárceles de la Inquisición? ¿Hoguera?
Aquí también los estudiantes europeos del sondeo se llevarían una sorpresa.
Galileo no pasó ni un solo día en la cárcel, ni sufrió ningún tipo de violencia
física. Es más, llamado a Roma para el proceso, se alojó (a cargo de la Santa
Sede) en una vivienda de cinco habitaciones con vistas a los jardines del
Vaticano y con servidor personal. Después de la sentencia, fue alojado en la
maravillosa Villa Medici en el Pincio. Desde aquí, el “condenado” se trasladó,
en condición de huésped, al palacio del arzobispo de Siena, uno de los muchos
eclesiásticos insignes que le querían, que lo habían ayudado y animado, y a los
que había dedicado sus obras. Finalmente llegó a su elegante villa en Arcetri,
cuyo significativo nombre era “Il gioiello” (“La joya”).
No perdió la estima o la amistad de obispos y
científicos, muchas veces religiosos. No se le impidió nunca proseguir con su
trabajo y de ello se aprovechó, continuando sus estudios y publicando un libro
–Discursos y demostraciones matemáticas sobre dos nueva ciencias– que es
su obra maestra científica. Ni tampoco se le había prohibido recibir visitas,
así que los mejores colegas de Europa fueron a verle par discutir con él.
Pronto le levantaron la prohibición de alejarse a su antojo de la villa. Sólo
le quedó una obligación: la de rezar una vez por semana los siete salmos
penitenciales (Messori,
1996, pp. 119s.).
5. Lo que se puede hoy afirmar es
que tanto Galileo como los científicos que le juzgaron cometieron el error de
una lectura fundamentalista –literal– de la Biblia. El hecho de que en un lugar
de ella se afirme que el sol se detuvo, se interpretó como una prueba de que el
sol gira alrededor de la tierra.
6. Pero hay que insistir en que lo
único que le reclamaban, y que él no tuvo en cuenta en sus escritos, es
advertir del carácter de hipótesis de su teoría. Los eclesiásticos y
científicos que le juzgaron nunca tuvieron en cuenta las circunstancias de la
vida privada de Galileo. Éste se encontraba viviendo con una mujer, sin
casarse, con la que tuvo dos hijas. Como esta situación le creaba
inconvenientes en aquella época, forzó autoritariamente a que sus hijas se
internasen en un convento sin tener vocación. La jerarquía de la Iglesia le
opuso resistencia. Al final, ante su insistencia cedió. Una de las hijas se
adaptó, la otra fue muy desgraciada. Éste es el hombre Galileo real. La
comunidad de científicos, en la actualidad, hubiese también reconocido inválido
no reconocer como mera hipótesis una teoría todavía no verificada.
7. Antes de Galileo, a partir de
Copérnico once papas escucharon con respeto la teoría heliocéntrica de
Copernico, animaron a que se siguiese investigando, y a Copernico se le
concedió el nombramiento de miembro de la Academia pontificia. En cambio, tanto
Lutero como Melantone habían atacado con dureza la hipótesis de Copernico. Y
Kepler, que también la compartía, había sido juzgado de blasfemo por los
evangélicos y expulsado del colegio teológico de Tubinga.
8. La realidad es que con quienes
más problemas tuvo Galileo no fue con los eclesiásticos, que en muchas
ocasiones fueron sus defensores, sino con sus colegas laicos de las
universidades, “que por envidia o conservadurismo, blandiendo Aristóteles más
que la Biblia, lo intentaron todo para quitarlo de en medio y reducirlo al
silencio” (Messori, 2000, p. 120).
La filósofa italiana Sofía Vanni
Rovighi denuncia el doble rasero con que se ha denunciado como injusta la
actuación de los que juzgaron a Galileo y se pasan por alto los errores,
insolencias y actuaciones autoritarias de Galileo.
No es justo, además, no medir todo por el mismo
rasero: hablar, por lo tanto, de delito contra el espíritu refiriéndose a la condena
de Galileo, y ni chistar cuando se habla de la entrada forzada en convento que
Galileo impuso a sus dos jóvenes hijas, intentándolo todo para eludir las leyes
eclesiásticas, que protegían la dignidad y la libertad personal de las jóvenes
encaminadas a una vida religiosa, estableciendo un límite mínimo de edad para
los votos. Se observará que la acción de Galileo debe ser juzgada teniendo en
cuenta la época histórica, y también que Galileo quiso hacerse perdonar aquella
violencia, siendo muy bondadoso sobre todo hacia Virginia, sor María Celeste;
son consideraciones muy justas, pero pedimos que se aplique igual medida de
comprensión histórica y psicológica a la hora de juzgar a los adversarios de
Galileo (Messori, 1996,
p. 134).
La realidad es que Galileo, a
pesar de su faceta narcisista e irrespetuosa, y de una praxis vital no pocas
veces en desacuerdo con el evangelio, quiso siempre reafirmar su fe cristiana y
su vinculación a la Iglesia. Llegó a declarar párrafos como éste, algo
exagerado, en verdad:
En todas mis obras no habrá quien pueda encontrar la
más mínima sombra de algo que recusar de la piedad y reverencia de la Santa
Iglesia (Cit. en
Messori, 2000, p. 120).
d) Sir Isaac Newton (1642-1727)
Son muchos los que han reconocido
en él al más importante científico de la historia. Einstein dejó por escrito la
admiración que le profesaba. Entre sus descubrimientos hay que destacar, en
Física: la gravitación universal; en Matemáticas: el cálculo infinitesimal; y
en Óptica: la descomposición de la luz en el espectro de colores puros. Entre
sus muestras de sensibilidad religiosa Gonzalo recoge la siguiente afirmación:
Este bellísimo sistema del sol, los planetas y los
cometas pudo surgir solamente del consejo y dominio de un ser inteligente y
poderoso (Newton. Mathematical
Principles of Natural Philosophy and his System of the World. Cit. en Gonzalo, 2000, p. 35).
e)
Alessandro Volta (1745-1827)
Descubrió
y puso a punto la batería eléctrica, con la que permitió la investigación
sistemática de los fenómenos eléctricos.
En esta fe
[cristiana católica] reconozco un puro regalo de Dios, una gracia sobrenatural;
pero no he descuidado por ello los medios para confirmarla, y para desechar las
dudas que de vez en cuando han surgido. Estudié atentamente los fundamentos y
las bases de la religión, los trabajos de apologistas y adversarios, las
razones a favor y en contra, y debo decir que, como resultado de estas
investigaciones, ha quedado (para mí) revestida de tal grado de probabilidad,
aun desde el punto de vista de la mera razón, que (creo) que cualquier espíritu
no pervertido por el pecado y la pasión, cualquier espíritu naturalmente noble,
debiera amarla y aceptarla (Cit. en Gonzalo, 2000, p. 41).
f)
André Marie Ampère (1775-1836)
La
principal contribución de este físico y filósofo de la ciencia, entre otras
muchas, fue la formulación de una de las leyes fundamentales del
electromagnetismo que lleva su nombre: la ley de Ampère.
Hubo
un periodo de su vida influido por su padre agnóstico que le convenció para que
estudiase la Enciclopedia de Diderot y
d’Alembert. Sus principales descubrimientos científicos los realizó cuando
ya se había integrado en la fe cristiana-católica, tras un largo periodo de
inquietudes y dudas.
Una de las
evidencias más sorprendentes de la existencia de Dios es la maravillosa armonía
por la cual el universo se preserva y por la cual los seres vivientes son
dotados con todo lo necesario para la vida, para la reproducción y para el gozo
de usar sus potencias físicas e intelectuales (Cit. en
Gonzalo, 2000, pp. 52s.), que la recoge de Kneller, 1995, p. 122).
g)
Michel Faraday (1791-1867)
Siendo,
a los doce años, recadero de un librero y posteriormente encuadernador, se
concentró durante su tiempo libre en estudiar profundamente por su cuenta,
sacando mucho partido de la Enciclopedia
Britanica. Con el tiempo sus investigaciones contribuyeron, entre otras
aportaciones, en la formulación de los principios fundamentales de la
electricidad, entre ellos la llamada ley de Faraday.
El gran fin
para el que fue hecha (la energía magnética) parece adivinarse en la distancia
ante nosotros; las nubes que lo oscurecen a nuestra vista parecen hacerse más
tenues cada día, y no dudo que un descubrimiento glorioso del conocimiento de
la naturaleza, y de la sabiduría y del poder de Dios en la creación, nos espera
[…] (Cit. en Gonzalo, 2000, p. 58).
h)
James Clerck Maxwell (1831-1879). Natural de Edimburgo (Escocia)
Algunos
han equiparado la relevancia científica de este físico a la que posteriormente habían
de tener Max Planck y Albert Einstein, dada su importante creación de la teoría
electromagnética de la luz. Pero sus contribuciones abarcaron otros ámbitos,
por ejemplo la formulación definitiva de la teoría clásica de los campos
i) Sir William Thomson (Lord Kelvin) (1824-1907). Natural
de Belfast (Irlanda).
Universalmente
reconocido en su tiempo, y posteriormente, por sus importantes y numerosas
contribuciones a la teoría electromagnética, la termodinámica y a la
interconversión de energía eléctrica y térmica
(Gonzalo, 2000, p. 71).
Deberíamos
recordar que el puro razonamiento mecanicista demuestra que hubo un tiempo en
que la tierra no contenía nada; y (éste) nos enseña que nuestros propios
cuerpos, como los de las plantas y los animales vivientes… son formas
organizadas de vida para las cuales la ciencia no puede apuntar antecedentes,
excepto la voluntad de un Creador, verdad ampliamente confirmada por la
evidencia geológica (Thomson, cit. en Gonzalo, p. 71).
2.
Científicos del siglo
XX con igual vivencia profunda de su fe religiosa
6.2. Científicos que dieron testimonio de su fe religiosa
Respecto a los científicos, contra el rumor generalizado sobre la
incompatibilidad o, al menos, conflicto, entre la ciencia y la religión, se ha
podido seguir comprobando la presencia sucesiva de científicos que dejan
constancia en alguno de sus escritos, o sus declaraciones orales en
conferencias, sobre su fe en un Dios creador –en la línea de la tradición
bíblica– y, en la mayoría de ellos, su fe cristiana.
La
aventura de la ciencia moderna ha requerido el esfuerzo de muchos hombres
oscuros, y un puñado de genios, a lo largo de muchas generaciones. Y ha sido
posible por su fe en el valor objetivo de un universo bien hecho, su confianza
en la capacidad intelectual para investigarlo, y su fe en un único Dios,
creador de ambos (Gonzalo, 2000, p. 162).
Quiero al menos mencionar nombres de científicos ilustres del siglo XX,
que dieron testimonio de su fe religiosa, en casi todos ellos cristiana: Max
Planck (1858-1947), alemán, premio Nobel de Física en 1918, miembro de la
Pontificia Academia de Ciencias; Sir William Henry Braga (1862-1942), inglés,
premio Nobel de Física en 1915; Arthur Holli Compton (1892-1962), de
California, premio Nobel de Física, junto con C.T. Wilson, en 1927; Louis
Victor de Broglie (1892-1987), francés, premio Nobel de Física de 1927, miembro
de la Pontificia Academia de Ciencias; sir Arthur Eddington (1882-1944), que
por medio de una fotografía de un eclipse solar realizó la primera prueba que
verificó la teoría de la Relatividad de Einstein; Victor Francis Hess
(1883-1964), austriaco, astrofísico premio Nobel de Física en 1936, juntamente
con C.D. Anderson, y Georges Lemaître (1894-1966), belga, también astrofísico,
presidente de la Academia Pontificia de Ciencias, nombrado por Pío XII.
Presentó la famosa teoría del “Big bang”, que explicaba la recesión de las
galaxias, en el marco de la teoría general de la Relatividad de Einstein.
También tenían una profunda sensibilidad religiosa, de estilo más bien
panteísta, aunque probablemente por haber recibido una versión deficiente sobe
la fe teísta en un Dios creador entendido como Realidad divina personal, los
físicos Albert Einstein (1879-1955), alemán premio Nobel de Física de 1921,
miembro de la Pontificia Academia de Ciencias y Wolfgang Pauli (1900-1958),
premio Nobel de Física, en 1945.
Como he indicado, todos estos relevantes científicos dejaron
declaraciones escritas y orales por las que quedaba claro su rechazo del
ateismo, e incluso del agnosticismo. Casi todos eran teístas cristianos, y
todos mostraban profundo respeto hacia la experiencia religiosa. Veamos algunos
ejemplos de afirmaciones suyas:
Nunca
puede darse una verdadera oposición entre la ciencia y la religión. Cualquier
persona seria y reflexiva se da cuenta, creo yo, de la necesidad de reconocer y
cultivar el aspecto religioso presente en su propia naturaleza, si quiere que
todas las fuerzas del alma humana actúen conjuntamente en perfecto equilibrio y
armonía. Y realmente no es accidental que los mayores pensadores de todas las
épocas fueran almas profundamente religiosas, incluso si no mostraban en
público sus sentimientos en este sentido (Max Planck, cit. en Wilber,
1987, p. 210).
Los
dos –el sabio cristiano y el no cristiano– se esfuerzan en descifrar el
múltiplemente imbricado palimsesto de la naturaleza, donde las trazas de
diversas etapas de la larga evolución del mundo están recubiertas y
confundidas. El creyente tiene, pudiera ser, la ventaja de saber que el enigma
tiene solución, que la escritura subyacente es, a fin de cuentas, la obra de un
ser inteligente, ya que el problema puesto por la naturaleza ha sido puesto
para ser resuelto, y ya que su dificultad es proporcionada, sin duda, a la
capacidad de la humanidad presente o por venir. Ello no le dará, quizá, nuevos
recursos para la investigación, pero ello contribuirá a mantenerle en ese sano
optimismo sin el cual un esfuerzo sostenido no puede continuar por largo tiempo (Georges
Lemaître, cit. en Gonzalo, 2000, pp. 150s.).
Deberíamos
recordar que el puro razonamiento mecanicista demuestra que hubo un tiempo en
que la tierra no contenía nada; y (este) nos enseña que nuestros propios
cuerpos, como los de las plantas y los animales vivientes… son formas
organizadas de vida para las cuales la ciencia no puede apuntar antecedentes,
excepto la voluntad de un Creador, verdad ampliamente confirmada por la
evidencia geológica (William Thomson, cit. en Gonzalo, 2000, pp. 72s.).
Aunque
es verdad que los resultados científicos son enteramente independientes de
cualquier tipo de consideraciones morales o religiosas, también es cierto que
justamente aquellos hombres a quienes la ciencia debe sus logros más
significativamente creativos fueron individuos impregnados de la convicción auténticamente
religiosa de que este universo es algo perfecto y susceptible de ser conocido
por medio del esfuerzo humano de comprensión racional (Einstein,
cit. en Wilber, 1987, p. 170).
Pienso que la presencia continuada de científicos relevantes que atestiguan
su fe religiosa, y en mayoría de casos, cristiana, sigue constituyendo una
confirmación de las buenas relaciones que pueden darse entre la Ciencia y la
Religión, y en especial el Cristianismo. No hay que olvidar que la idea de la
ciencia, tal como se entiende desde hace siglos, fue un invento de cristianos,
y también fueron éstos quienes concibieron y crearon las primeras
universidades.
Erasmo