Unas páginas que pueden ayudar a entender qué es el Opus Dei, antes, durante y después de la ‘experiencia opus’

 

 

SECTAS, LA AMENAZA EN LA SOMBRA

Págs. 45-58. Antonio Luis Moyano. Editorial: Nowtilus.

En formato PDF 36KB

 

 

¿Se dejaría usted seducir por una secta?

El primer contacto con una secta suele deslumbrar al neófito. Se tiene la extraña sensación de entrar en un mundo absolutamente maravilloso, lleno de gente igualmente maravillosa y en el que todos sonríen rebosantes de felicidad. El ambiente reinante se percibe como una especie de isla en medio de la tempestad en la que, en contraste con el mundo exterior, reinan el amor y la fraternidad más sincera.

El despliegue de una amabilidad pseudofamiliar, rebosante de exquisitos modales, alimentará las necesidades afectivas del futuro adepto y le convertirá en el centro de un auténtico “bombardeo afectivo” que desactivará sus posibles suspicacias. A base de afectuosas sonrisas y palmaditas en la espalda, el neófito acaba por situarse en el eje del contexto pseudofamiliar característico de la secta, que le convertirá, al menos durante las primeras semanas, en un punto de atención para los restantes miembros.

Esta especia de “bombardeo afectivo”, en el que al neófito se le colma de todo tipo de atenciones y halagos, será tanto más eficaz cuanto mayores sean las necesidades afectivas del futuro adepto. El establecimiento de un vínculo emocional entre la persona y el resto del grupo será uno de los elementos principales que garanticen su “enganche”.

La puesta en escena de ese “bombardeo” responde a una planificada estrategia en la que los ya miembros “interpretan” su papel con objeto de captar la atención de aquellas personas que puedan convertirse en potenciales adeptos y facilitar así su integración en el grupo. Al mismo tiempo, procuran mostrar una imagen que, a los ojos de quien entable conversación con ellos, no se corresponda con el estereotipo clásico del “sectario” fanatizado por sus propias convicciones y poseedor de la única verdad.

Gradualmente comenzarán a fortalecerse una serie de vínculos emocionales con la colectividad de los restantes miembros. De este modo se establecer un “enganche” que acabará ligando al neófito con el grupo para participar del mismo sentimiento compartido de conciencia grupal.

La secta se articula a través de una estructura jerarquizada que asume semejanzas con el patrón familiar, donde la autoridad del líder simboliza la figura paterna y los acólitos permanecen cohesionados por un espíritu de hermandad. Cuando, tratándose de sectas con un gran número de seguidores, la figura del líder no está presente de una manera activa, dirigentes que ocupan determinados escalafones intermedios en la jerarquía del grupo desempeñan ese papel de figura paterna que proporciona seguridad a los miembros de base.

A medida que continua el proceso de adaptación al grupo, el adepto encontrará en un miembro veterano a un confesor, un guía o un “segundo padre” que le confortará para ofrecerle seguridad y respuesta a ese mar de inquietudes que le invaden. Se genera una relación de dependencia en la que el adepto necesita abrazar la tutela paternalista de un miembro capaz de mitigar su angustia e inseguridad. La figura del líder está siempre presente en ese vínculo, bien a través de alusiones frecuentes a su doctrina, o mediante su reflejo en el dirigente que, al considerarlo un modelo de perfección espiritual, imita su personalidad y carisma, e incorpora como suyas muchas de sus frases.

 

Buscando respuestas…

            La promesa de acceder a esta Verdad Absoluta se consigue a través del inicio de un interminable rosario de cursillos de adoctrinamiento. Durante un periodo inicial, al futuro adepto se le pone a “prueba” y se ocultan la dinámica y doctrinas internas de la organización. Metafóricamente, al neófito se le cubren los ojos con una venda que le impide saber cuál es el sentido de su ingreso y futura participación en la secta.

            En la planificada estrategia de captación, la secta logra cautivar la atención del futuro adepto con discursos generales y utópicos, que nada tienen que ver con el trasfondo ideológico que se profesa en su doctrina interna.

            Ante un mensaje tan atractivo, el neófito cree que va a ingresar en una asociación en la que va a poder hacer realidad ese utópico espíritu de fraternidad universal que todos ansiamos y que le permitirá desarrollarse integralmente como persona y potenciar sus facultades internas. Ignora lo que hay detrás de todo este despliegue de propaganda.

            La entrada en la secta conducirá al neófito por una especie de sendero iniciático cuyo anzuelo suele ser algún curso orientado a perseguir el mejoramiento personal o la realización espiritual.

            Al futuro miembro se le abren las puertas a una nueva dimensión de la realidad. La angustia que produce en el ser humano el planteamiento de las eternas interrogantes de ¿”Quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos?” encuentra respuesta a través de una nueva interpretación de determinados textos sagrados o de una “nueva filosofía” que en algún momento, fueron relegados a la humanidad.

            La doctrina, y por extensión toda la comunidad sectaria, se convierte en la única depositaria de esa Verdad Absoluta, capaz de reconfortar la inquietud que a todos nos invade cuando nos planteamos la eterna interrogante del sentido de nuestra propia existencia.

            En este sentido, pueden calibrarse dos tipos de “sectadicción”: la dependencia mental a la doctrinal del líder, que justifica la dinámica del grupo y es asumida de forma acrítica durante el proceso de adoctrinamiento; y la vinculación afectiva que se establece con los demás miembros de la comunidad sectaria. Esta doble adicción suple dos tipos de necesidades básicas. La primera sacia la angustia existencial inherentes a todo ser humano al ofrecer respuesta a las eternas interrogantes “Quién soy, de dónde vengo y adónde voy”. La segunda satisface las carencias afectivas del adepto. De hecho, la misma estructura sectaria suele reproducir el modelo familiar, donde el líder simboliza la figura paterna.

            Por un mecanismo psicológico de inercia, el neófito acaba adoptando una actitud pasiva ante la primera fase de adoctrinamiento. Su incapacidad para refutar cada una de las enseñanzas expuestas en las sagradas revelaciones, acaba debilitando su sentido crítico y le hace acatar cualquier doctrina por absurda que parezca. Las estructuras cognitivo-afectivas del neófito se convierten en una esponja permeable cuyos circuitos pueden ser programados por la secta a su antojo.

            Los primeros cursillos de adoctrinamiento convierten en terreno abonado las estructuras mentales del adepto. Más adelante, las enseñanzas inculcadas durante esta primera etapa se convertirán en los catalizadores que permitirán la fase de conversión, o lavado de cerebro, dinamizada en posteriores niveles de integración.

            Una vez que ha finalizado esta primera fase, y si parece que el futuro principiante va a continuar en la organización, los guías le indicarán que todos los conocimientos adquiridos durante este periodo, hay que llevarlos a la práctica.

            El líder instrumentaliza el contenido de la doctrina para fundamentar un comportamiento de sumisión en sus seguidores. Se interpretan arbitrariamente el Antiguo y el Nuevo Testamento para instigarle o inhibirle determinadas conductas, lo que acabará por mermar su libre albedrío.

 

La disciplina es el camino

            Al adepto se le exige seguir una vida de disciplina y sacrificio si realmente quiere continuar en el camino iniciático propuesto por los dirigentes. Para continuar en este viaje de autorrealización espiritual, deberá organizar su vida y subordinarla al servicio a favor de la secta. Quien quiera permanecer dentro de la secta deberá cambiar su estilo de vida y asumir el cambio de una serie de pautas de conducta.

            Evitar la lectura de libros alejados del marco doctrinal sectario es una invitación tácita a no contrastar otros puntos de vista alternativos a los expuestos por el líder. Este imperativo persigue obstaculizar la posibilidad de que el adepto pueda encontrar, a través de la lectura, marcos de referencia distintos a los que se le ha inculcado en la organización.

            Si el adepto logra conservar sus vínculos familiares y sus amistades, estos acaban deteriorándose. Los antiguos compañeros se perciben como extraños al grupo sectario e incluso como posibles enemigos en la medida en que no comparten el ideario de la secta.

            La secta te roba tu tiempo y tu mente. Tu tiempo al forzarte a mantener un ritmo de trabajo diario monótono y alienante que te obliga a reducir tus horas de sueño y de ocio. Tu mente, al introducirte una nueva doctrina, ajena a tu modo de pensar y a tu personalidad previa, acaba alterando tu visión de la realidad. Para ello, la secta incentiva el “no razonar”, que anula tu capacidad crítica.

 

De la obediencia a la sumisión

            De un modo más o menos explícito, todos los grupos sectarios incluyen en su mensaje una visión negativa de la libertad individual. Se considera que la libertad, la “verdadera libertad” sólo se logra cuando el ser humano queda subordinado a la obediencia. A través de miles de argumentos distintos, los líderes instruyen que la única vía que garantiza una perfecta evolución espiritual es la sumisión.

            “Aceptar la autoridad” (y la única autoridad que vale es la figura del guía espiritual de la secta, que para eso es un enviado de los dioses), es una de las primera premisas que el adepto debe acatar. Esta subordinación a la jerarquía sectaria se alienta a través de una serie de argumentaciones y razonamientos que forman parte de esa Verdad revelada por el líder.

            El razonamiento sectario se basa en un establecimiento incoherente de analogías. Partiendo de la base de que todo ser humano obedece una serie de normas o instituciones (la familia, el Estado…) se llega a la conclusión de que nuestra propia capacidad de raciocinio debe quedar supeditada a algún tipo de autoridad superior.

            Tácitamente, y de un modo gradual, la secta acaba mermando la capacidad crítica del individuo al fomentar su dependencia a la doctrina del grupo, que no es más que un instrumento manejado hábilmente por el líder para garantizar la subordinación de sus acólitos. De un modo expreso, al adepto se le prohíbe ejercer la “especulación mental”, se inhibe su capacidad de libertad de pensamiento para convertirle en un papagayo que, sin ser consciente de ello, sólo sabe repetir las ideas que la secta le ha inculcado y que considera como propias.

            En otras palabras, el intelecto del adepto se convierte en una especie de caja negra en la que ya no se procesa la información recibida ni se evalúa a través de los mecanismos racionalizadores de la conciencia, sino que se limita a recibir una serie de datos y a no procesarlos.

            A través de sesiones de meditación o de la lectura reiterada de textos doctrinales, el adepto incorpora en su mente determinados “clichés”. Los “clichés” son expresiones o frases de carácter imperativo, escueto y contundente que filtran la percepción de la realidad del sectario y acaban por canalizar su conducta. Son oraciones breves, de enorme carga emocional, que resumen la doctrina inspirada por el líder e inclinan al adepto a mantener una conducta de fidelidad al grupo. Éste acabará asumiendo como propio el marco doctrinal de la secta de tal manera que, todo lo que pasa en el mundo exterior, es interpretado según la referencia de lo “aprendido” en las reuniones del grupo.

 

Aislado en el Paraíso

            El secreto juramento por el neófito una vez que éste ha sido investido como miembro de pleno derecho después de pasar por una ceremonia de iniciación, obliga a no divulgar las doctrinas y rituales internos del grupo. Se considera que el mundo exterior es ignorante. Esta dinámica de secretismo acaba desencadenando un aislamiento psicológico por parte del adepto con su entorno más inmediato.

            La implícita “ley del tabú” que los dirigentes inculcan a los sumisos adeptos genera una dicotomía Secta-Mundo exterior que tiene una doble finalidad: impedir que los familiares y amigos del adepto puedan conocer las interioridades de la organización y, al mismo tiempo, obstaculizar el flujo de comunicación incluso entre los propios acólitos. En la medida que el secretismo de la secta es vivenciado de forma individual y no puede compartirse a través del diálogo con los demás miembros, éstos no son capaces de intercambiar impresiones y percibir la irracionalidad que subyace en su dinámica interna.

            Como el adepto no puede detallar sus vivencias dentro de la comunidad sectaria a ninguna otra persona ajena, se le coarta su posibilidad de contrastar su experiencia con otras posibles fuentes de información. Esta estrategia impide que la doctrina sectaria, que se considera como Verdad Absoluta, pueda ser rebatida a través de la lógica argumental.

            Sin necesidad de ser recluido físicamente en una comuna, la obligación de conservar en secreto mucho de los detalles de la doctrina del grupo contribuye a generar un estado de aislamiento psicológico del sectario con respecto al anterior ambiente de familiares y amigos. La exigencia de mantener la “pureza espiritual” alcanzada después del nuevo “juramento de iniciación” es un argumento más para “sugerir” un gradual alejamiento de su familia.

            El grupo genera en su seno una especie de “complicidad” heroica que vincula a todos sus miembros en el ejercicio de una misión redentora para la salvación del resto de la humanidad. Predicar o difundir literatura de su doctrina son tareas destinadas a que un mayor número de almas puedan acercarse al grupo. Estas labores exigen una disciplina al adepto, que cada vez encuentra menos tiempo para dedicar a su familia y amistades, quienes, por otro lado, no están preparados para comprender el sentido de la misión que le ha encomendado la secta.

            El adepto comienza entonces a asumir un Rol dentro de la comunidad, que es mediatizado a través de una serie de resortes de manipulación psicológica dinamizados durante su adoctrinamiento. Los dirigentes proyectan en el adepto la idea de que, si quiere realizarse espiritualmente, su voluntad deberá estar subordinada a la obediencia ciega y despojarse de su personalidad previa al ingreso en la secta, pues puede ser fuente de impurezas que obstaculicen su camino hacia la perfección. Se producirá así un efecto de disociación en el que la personalidad del sujeto es suplantada por el nuevo “Rol de sectario”.

            El conjunto de creencias y valores que servían de motivación a la persona antes  de su ingreso en la secta queda situado al margen para dejar espacio a la nueva doctrina del líder. Es como si la secta echase un bloque de hormigón que cancelase el libre pensamiento del sujeto. De ahí que uno de los principales objetivos de la terapia de rehabilitación sea rescatar esa isla de la propia conciencia que ha quedado atrapada en ese muro de cemento.

            Se distorsiona la percepción de la realidad del adepto y se le hacer percibir que su esfuerzo y su sacrificio a favor de la organización, son como una especie de heroicidad que no todo el mundo es capaz de asumir. Lo que a ojos del profano puede significar una pérdida de tiempo, para el adepto se convierte en una especie de válvula de escape que le permite superar frustraciones.

            En las reuniones y ceremonias internas de la secta, se gesta un ambiente especial que posibilita el desarrollo de estados de histeria colectiva inducidos a través del espíritu de uniformidad que anima y contagia a los miembros del grupo. Cada adepto asume un Rol y actúa para responder a las características del mismo. Es una especie de “teatro” en el que cada miembro interpreta un papel.

            La adopción del Rol satisface una doble necesidad: la de evadirse de los problemas con los que la persona se enfrenta en su realidad circundante, y la de iniciar una especie de “despegue” de esta sociedad percibida como materialista y alienante. No olvidemos que la doctrina de la secta predica la llegada de un Paraíso o la instauración de un nuevo reino o estado civilizatorio que se está gestando a partir de ella, por lo que el trabajo de sus miembros constituye poco menos que una misión redentora de esta ignorante humanidad.

 

Despertar de una pesadilla

            El miedo a esa otra realidad ajena al mundo paradisíaco preconizado por la secta, es uno de los instrumentos cohesionantes dinamizados dentro de la comunidad para evitar deserciones. A los que abandonan la secta se les amenaza con la posibilidad de la condenación eterna o de un castigo que acabará sumiéndoles en un infierno psicológico en esta vida… o en la que viene. La generación de un sentimiento de culpabilidad, que sólo puede mitigarse al lograr la redención a través de la obediencia a los dirigentes, y el temor a un hipotético “castigo divino” si ese compromiso no es asumido con disciplina, son dos de las armas utilizadas por la secta para condicionar la sumisión de sus acólitos.

            Durante el proceso de adoctrinamiento, se atemoriza tácitamente el ánimo del sectario de mil maneras. Todos esos miedos que han sido sembrados en su mente pueden manifestarse en forma de remordimientos de conciencia.

            Si hay experiencias depresivas tras abandonar el grupo, son interpretadas desde el prima sectario, como un castigo del demonio por haber traicionado la fidelidad a los dirigentes y demás miembros.

            Adeptos que habían militado en la secta durante muchos años y que, desengañados, deciden un día abandonar la organización, se convierten de la noche a la mañana, en perfectos extraños. Ya no se les reconoce como “hermanos” de la cofradía sectaria. Los restantes miembros de la comunidad reciben instrucciones de negar el saludo a los disidentes. Con esta medida se pretende evitar nuevas deserciones al desaprobar el que los adeptos presten oídos a las opiniones de aquellos ex-miembros que han mostrado una postura crítica con respecto a la doctrina del líder.

            Durante su posterior recuperación y reinserción al “mundo normal”, el ex sextario atravesará por un periodo de crisis en el que experimentará episodios de “flotaciones” o “flash-back”, que le trasladarán mentalmente a determinados momentos y escenas de su pasado vivido dentro del grupo.

            Además de tiempo y dinero, los disidentes acaban por perder cualquier tipo de reconocimiento y de amistad por parte de sus excompañeros, lo cual puede ocasionarles periodos de ansiedad por temor a posibles represalias. Pesadillas y sueños recurrentes revivirán en su memoria la oscuridad de los rituales que experimentó durante su estancia en la secta. A partir de ahí comienza un camino hasta que el exadepto pueda olvidar el infierno que empezó aquel día en que su voluntad quedó doblegada ante la más peligrosa seducción.

 

 

 

Volver a Recursos para seguir adelante

Ir a la correspondencia del día

Ir a la página principal de la ‘web clásica’

Ir a la página principal de la ‘web nueva’