SATUR, 2005
1.
Se cuenta la anéldota de
aquél... (6/3/2005)
2.
Don Pedro Lombardía
(14/3/2005)
3.
Ramón, Venancio y Sor Seneguer
(28/3/2005)
4.
Juan Pablo II (3/4/2005)
5.
Anéldotas para pasar el rato
(10/4/2005)
6.
El Doctor Dallómesbó
(15/4/2005)
7.
Benedicto XVI (24/4/2005)
8.
Conciencias algo confundidas (4/5/2005)
9.
El ADN del Opus Dei (8/5/2005)
10.
Un numerario en apuros (15/5/2005)
11.
Agobiatas de la Opus toda
(22/5/2005)
12.
De apariciones y hechos extraordinarios
(5/6/2005)
13.
Historias del Poblado. MACARIO. (12/6/2005)
14.
No me basta decir te quiero (19/6/2005)
15.
Policarpio Polaino
(26/6/2005)
16.
Anéldotas al hielo picado
(3/7/2005)
17.
El subconsciente de Escrivá (13/7/2005)
18.
Benedicto XVI y aviso para navegantes
(25/7/2005)
y 19. Despedida (1/8/2005) FIN DE LA
SERIE
1. Se cuenta la anécdota de aquél que se quedó encerrado una noche
entera en una fábrica de perfumes, precisamente en los laboratorios donde se
cultivan y preparan las fórmulas y los concentrados en su esencia. Toda la
noche atrapado, el pobrín, entre aromas extasiantes y olores de diseño. Y dicen los que le vieron
que, al salir la mañana siguiente, iba gritando como un loco al mundo todo
“¡¡¡DADME A OLER MIERDAAA, DADME A OLER MIERDAAAAAA…!!!.
Un
poco asín puede suceder a más de una/o cuando deja la opus. Se han formado durante
tantos años en el mundo cerrado de las esencias de frases hechas, de valores
maravillosos, de fraternidades de diseño, fórmulas magistrales que hacen de
esta vida algo fantásticamente precioso. Y, además, han creído firmemente en
ellas, se entregaron en cuerpo y alma; no sólo las vivieron, las comunicaron.
Cara se paga una formación que olvida la debilidad de la condición humana
ignorando lo peor de nosotros mismos. Tarde o temprano esa condición nos
muestra a ese otro que anida en nosotros y, fíjate tú, resulta que no soy tan majete como me prometieron, o me prometí. Resulta que soy,
también, un cuelpo pelsona
y eso.
Y
uno se pone a gritar “¡¡¡DADME A OLER MIEEEEEERRRRDAAAAA!!!”. Y se enfrenta al
mundo todo. Normal. Todo volverá a su sitio. Los pecados de desmesura son los
que Jesús perdonaba sin problemas, sin meter paquetes. Son como un río que se
desborda y arrasa con todo, pero con el tiempo las aguas vuelven a su cauce:
hay más debilidad que maldad.
Otra
cosa es el río que sí está en su cauce, que nunca se desborda, que está sereno
y tranquilo y, sin embargo, ¡ay!, está envenenado.
Tiene la mejor de las apariencias, resulta maravilloso en su paisaje, pero todo
el que beba de él morirá. Son los pecados del fariseo: la apariencia de virtud,
el orgullo del que se siente poseído de una verdad sin amor, el juego de
palabras muy bonitas faltas de contenido y de obras, la soberbia disfrazada de
ser elegido, aristócrata del amor en el mundo, la vanidad de asimilarse siempre
a los poderes del mundo y a una vida mollar cinco estrellas..
Y
no es que Jesús no perdone con facilidad esos modos, es que el que los posee no
se entera. Le cuesta mucho advertir que está hecho una
gusanera de suficiencia y de engreimiento. Le resulta más fácil pensar y juzgar
lo que ve en otros: el desmadre de la carne, una vida desenfrenada,
desordenada, errática. Y las juzga con dureza. Incapaces de entender el corazón , les encanta juzgar las acciones sólo por las
apariencias.
De
hecho el exceso no siempre significa impureza: puede proceder de un impulso
extremado superior al común de los mortales, o de una sed de infinito
desorientada, pero no impura –así les sucede a tantas biografías apasionadas
por una vocación interior-, o de la desesperación…
Y
también sucede que la impureza no acarrea necesariamente excesos: hay hombres
que tienen por Dios a su vientre y que son relativamente sobrios; otros son
lujuriosos hasta los tuétanos y, sin embargo, se conforman con una sola mujer;
hay ambiciosos que son moderados en su audacia, y tantos otros pecadores de la
pradera “prudentes” que por acojone a las
complicaciones de la vida, a los sufrimientos, o por automatismo social,
mantienen su bajeza dentro de los límites permitidos por la ley.
Algunos
de ellos se parapetan, por ejemplo, en los tan traídos y llevados “métodos
naturales” para “follar”, así, con todas las letras, “follar”, sin respetar
dignidades, sensibilidades y ternuras . Eso sí: están
dentro de los límites prescritos por la ley… se confesarán de no haber guardado
la vista con una secretaria, y pasarán por alto que aquella noche su mujer le
pidió un poco de por favor.
Este
pecado, que es el del fariseo, es siempre más difícil de curar que cualquier
tipo de pecado de exceso, porque el que se pasa ve los diques que derriba,
mientras que el fariseo se cree “virtuoso” por respetar esos diques: el agua
más corrompida le parece limpia con tal de que corra por el cauce de los
convencionalismos sociales.
Un
fariseo es un señor que debería de saber que cada vez que su dedo índice acusa
a otro, su dedo meñique, su dedo anular y su dedo corazón le están acusando a
él.
En
la opus puede haber un fariseismo muy cercano, es el que se describe también en
los Evangelios. Eran gente que rezaba, que dirigía almas, que tenían unas
formas exteriores de santidad, de orden, de ley…usaban el nombre de Dios, sus
palabras y sus consejos con unos maquillajes de piedad maravillosos, con gestos
graves y maneras muy litúrgicas. Y se lo cargaron. Lo
mismo que se hubiesen cargado a María Magdalena a pedradas, o se fueron a por
el ciego que recobró la vista a joderle la alegría del mejor día de su vida (“tú , que has nacido empecatado, ¿nos vas a dar lecciones a
nosotros?”), se cachondearon
de las parábolas de la misericordia, o se ciscaron de las amistades de Jesús.
Eran la leche.
A la opus como institución –otra
cosa son las personas- le encanta dar el pego. Los mineros de Mieres que fueron recibidos por Escrivá en Pamplona , tenían de mineros lo que yo de Batushi… pero si hay que ponerse, pues se pone: todo por la opus. ¿Que dicen que
no hay noruegas numerarias auxiliares?, pues se busca
una chica que se llama Francisca Garssen , Paca Garssen para los amigos, y se le coloca en primera fila en
el UNIV para que el Papa vea que hay nivel Maribel. ¿Que no hay gitanos?, venga a por un gitano.
-
Páááádrels, soy el Isra, y
pos que le de quiero muso
-
Yo también, hijo… ¡¡¡Otra pregunta!!!
En
un UNIV los de la universidad de Navarra tuvieron los santos güevos de presentarse con un coro que cantó una canción en
ruso. No sé cuantos tíos cantaron allí, cerca de cien, pero se presentaron como
medio rusos… cuando allí sólo había un ruso, uno, que fue el que se acercó a
saludar al santo Padre. Vete tú a saber dónde estará
ese tío ahora… pero se quedó fetén. Y el Papa convencido del pedazo de labor
que se hacía en la antigua Unión Soviética.
Ese
mismo año salieron unas veinte japonudas vestidas con
sus kimonos exuberantes, sus superlazos en el culo,
sus vistosos abanicos, sus peinetas de aguja zen, y
se marcaron una danza en plan “Mitokatokiski” que
daba vergüenza ajena. Lo ve Hiroito y se hace el
harakiri. Y es que japonudas, lo que se dice japonudas, tres, el resto del Colegio Mayor Andanda. Y el santo Padre, normal, emocionado con la labor
en el Lejano Oriente. San Francisco de Javier, un pelanas.
Las
tertulias con el Perlado cada vez se parecen más a ejercicios de marketing
donde el número sí importa, los lugares de los invitados también importan, los
“políticos” de nuestra cuerda, los influyentes, la prensa. Se afirma una y otra
vez “somos pobres”, “somos amigos de Dios”, “cada vez nos quiere más gente”,
“somos muy felices”… y a unos le dan ganas de gritar a la salida “¡DADME A OLER
MIERDAAAA!”.
Nadie
ha visto su cara directamente. Necesitamos un espejo, una fotografía, un vídeo,
para saber qué careto tenemos. Algo que nos devuelva nuestra imagen. Hay gente
que si se mirara en el espejo se mataría en defensa propia… pero es otra
historia.
Y
cuando estamos hablando con una persona, es ella la que tiene más capacidad de
observarme a mi que yo mismo, en lo psicológico
también. La opus está ciega
a esas cosas, pues una de las posibilidades que tiene de mejorar, de cambiar
modos, de ser ella misma, es la mirada del otro – “otro” entendido como alguien
que de verdad la conoce y puede aconsejar, charlar…-, ahora bien, si nunca
escucho al otro, si tapo cualquier tipo de carencia, si no necesito ayuda de
nadie porque soy inviolable, perpetua, santa e inmaculada en todos mis modos,
reglas y criterios, si lo que me dicen no me importa, o en realidad me creo
superior, o sólo me interesa oír a la gente que me dice cosas buenas, entonces,
habrá muchas cosas que nunca sabrá de ella misma. Nunca.
Por
esa razón y otras, es tan difícil que las cosas cambien en la Cosa.
Le
conocí en un curso anual. Lo nuestro fue un flechazo: dos gansos. Sólo
coincidimos dos años –nos emplazamos para el año siguiente, pero alguien pensó
que nuestra relación le aumentaba la tensión, le agotaba en lugar de descansar,
que es a lo que se va a un curso anual, y nos prohibieron coincidir nunca mais. Era un andaluz barroco, muy divertido, de una
imaginación explosiva y original. Contaba con chispa miles de historias, con un
gracejo cordobés que daba color a todo lo que contaba, una cabeza prodigiosa y
una memoria planetaria.
Feo,
desgarbado, de ojos saltones, labios húmedos, que sostenían una pipa casi
permanentemente, cabeza unida directamente al tronco, sin cuello, piernas que
terminaban en unos pies que marcaban siempre las dos menos diez al andar,
mariconera al hombro y sonrisa pícara tras unas gafas enormes
. Nadie diría que ese hombre era entonces Presidente de la Asociación
Mundial de Canonistas, Consultor del nuevo Código de Derecho Canónico,
Catedrático de Derecho Canónico de la Universidad de Navarra … una eminencia.
Ese hombre, en realidad, era Don Pedro. Nada más y nada menos. Después, todo lo
demás. Los títulos, cargos, encargos y oropeles no le añadían nada...
Si no hablaba en las tertulias –algo muy difícil de conseguir– se dormía sin
rubor alguno, a pierna suelta, con la boca mirando al techo, resoplando, cuando
no roncando. Lo de dormirse debía de ser algo muy natural en él. Contaba que en
el Colegio Romano, fue con dieciocho años, se dormía hasta en el hombro de
Escrivá en las tertulias, mientras hablaba el santo, y que éste decía “
dejadlo, no le despertéis, que está agotado”.
“Una
tarde, seguía contando Pedro, estaba haciendo la oración y veía que, por
primera vez en toda mi vida no me dormía. Porque yo en el Colegio Romano lo que
más tuve es sueño. Me moría de sueño. Y aquel día estaba feliz porque, por fin,
podía hacer media hora de oración seguida tratando a Nuestro Señor. Y en esto
que oigo “ ¡¡¡TANTUM ERGOOO SACRAMENTUUUUMMM…!!!” y
pego un bote como un gato”… y es que estaba dormido, soñando que estaba
despierto, hasta tal punto que habían terminado la oración, preparado el
oratorio, comenzado la Bendición y el tío, raca raca, durmiendo como un bendito con la frente apoyada en el
banco delantero.
Sus
anécdotas eran muy floridas, y no se cortaba con nada, ni con nadie. Las
adornaba hasta extremos inverosímiles, hipnotizantes. Una era muy famosa. Se la
contó a Escrivá y, dicen, que muriéndose de risa, viendo venir el final de la
historia, le lanzó un algo mientras le gritaba“ ¡¡¡calla, Pedro, no sigas, callaaa!!!”.
Comenzaba
diciendo que a él había relatos de la Biblia que le costaba mucho aceptar. Uno
de ellos eran esos que, al terminar una batalla el Pueblo Elegido, se cuenta que “omnes simul clamabant” (todos juntos
cantaban),”y miles de tíos se marcaban todos unos salmos de la leche, más
largos que un chorizo de Pamplona y con unos textos difíciles. ¿Cómo podían
ponerse tantos de acuerdo y coincidir en el mismo texto de un modo espontáneo?”
.
“Y
Nuestro Señor, sabiendo de mi zozobra espiritual, vino en mi ayuda y me hizo
ver que sí, que todo en la Biblia es palabra de Dios”.
Y
es el caso que en Zaragoza, se rodó Salomón y la Reina de Saba , de Samuel Bronston, con Yul Bryner –el divino calvo-, y Gina Lollobrígida,
conocida como “la Lollo”. Y Pedro estaba haciendo la
mili allí. Mandaron a la tropa como extras de la película a rodar varias
escenas al desierto de los Monegros. La peña
emocionada –hay que ponerse en España años cincuenta– de poder ver a la Lollo en vivo. La Lollo entonces
era un monumento de mujer, un símbolo, un ser de otro planeta, un referente, un
canon de belleza que hasta los perros y los gatos se daban la vuelta para verla.…Y llegó la escena cumbre. Se trataba de representar el
recibimiento de la Reina de Saba en las puertas de Jerusalem por Salomón y su ejercito. Colocaron a todos los
soldados de reemplazo en dos filas, vestidos de judíos, lanza en ristre y
cascos de época. Samuel Bronston dio las indicaciones
para el rodaje con un megáfono.
-
Señores, vamos a rodar la escena en que la Reina de Saba
es recibida por Salomón en las puertas de Jerusalem.
La Reina va a aparecer en un carro tirado por dos caballos por allí, entrará
entre las dos filas que ustedes han formado, y ustedes deberán manifestar su
alegría porque ella llega. Me da igual lo que digan porque no se va a grabar
sonido, pero deben manifestar mucha alegría. Levanten las manos, griten alegres ,celebren y festejen el recibimiento.
Todos
contentos, expectantes y nerviosos porque, por fin, iban a poder ver pasar a
escasos metros de ellos a la auténtica Gina Lollobrígida.
ELLA. Y eso se lo contarían a sus amigos, a sus hijos,
a los hijos de sus hijos… ellos estuvieron allí.
Efectivamente,
a lo lejos, ven venir un fastuoso carro tirado por dos corceles, negros como
ala de cuervo, guiados por la mano de la Reina de Saba
que asomaba de una magnífica túnica blanca, escote abierto por delante hasta la
rodilla, frente altiva, mirada de leona: ¡¡¡LA LOLLO!!!.
“Y,
de repente, sin ponernos de acuerdo, de un modo espontáneo, como los auténticos
soldados de la Biblia, comenzamos todos a gritar “omnes
simul clamabant”. ¡¡¡TÍA
BUENAAAAA, TÍA BUENAAAAA, TÍA BUENAAAAAA”… Y vi que
el señor me había hecho ver que la Biblia no miente”.
Allí también todos “omnes simul
clamabant”.
También
contaba que un tal Pichurri –las historias que
contaba de éste dan para un libro– pastor de Teruel, más bruto que un arado,
ignorante y, como se verá, bastante primario, ya grabada la escena, consigue
acercarse a la mismísima Lollo, le coge del brazo y
le expeta emocionado “¡¡¡QUIÉN TE PILLARA CAGANDO,
MAJAAAA!!!”. Poesía pura. La Lollo nunca volvió a ser
la misma.
En
las excursiones de aquellos dos cursos anuales se apuntaban dos o tres coches
sólo por el hecho de que venía él. Era una de esas personas que sabía convertir
de una anécdota algo de película. Probablemente ni él supiera de esa capacidad.
Nos pasábamos horas cantando horteradas, relatando historias como la de las Hermanas
Flamarique –conocidas cantantes de jotas que fueron a
la Asamblea de Amigos de la Universidad de Navarra con un autobús de Tafalla y pillaron –el autobús entero- una gastroenteritis
de Padre y Señor mío. Oírle contar el regreso -¡¡¡PARAAAA;
PARAAAAA!!!, gritaban las Flamarique– era desternillante.
Contaba
muy bien los chistes. El “del padre del viento“ lo bordaba, pero desdice del
tono propio de Orejas. Los de caníbales le gustaban mucho.
“Van
el caníbal padre y el caníbal hijo por la selva y, de repente, se encuentran
una misionera rubia protestante que está de muerte. Y le dice el caníbal jijo a su padre:
-
Qué, papi, ¿nos la comemos?.
-
No. Nos la llevamos a la tribu y nos comemos a tu madre.
En
las excursiones solíamos hacer rutas turístico, culturales-gastronómicas,
y nos desfasábamos bastante. En una visita a la Monasterio de Poblet volvimos loco al pobre guía. Nos comentó que el
retablo era del conocido escultor Damián Forment. Y
uno va y le comenta.
-
Yo tengo en mi casa una cosa de Forment.
-
¿Qué me dice?, y qué es, si puede saberse.
-
Una colonia que pone “ For Men”.
Don
Pedro allí se despachurraba.
Al
mismo guía, cuando nos mostró un Cristo en la Cruz, otro le pregunta muy serio.
-
Oiga, ésa talla de San José, ¿de qué siglo es?.
El
hombre no daba crédito a la pregunta, y observaba el Crucificado pensando el
nivel del que hacía la pregunta.
-
¿San José?, ¡¡¡pero si es un Cristo en la Cruz?.
-
Pero, ¡qué dice! –le respondía- ¿no ve las barbas? Vamos, vamos, ese es un San
José de tomo y lomo.
Don
Pedro disfrutaba y comentaba “cuando lo cuente en la Facultad, no se lo creen…
sobretodo la Culobien”.
-
Y quién es la Culobien
-
La Culobien es una secretaria de la Facultad que, la
verdad, y vamos a dejarnos de leches, tiene un culo muy majo.
Pero
lo que hizo que siempre quede en la memoria de mi vida fue el Día del Trovador.
Nos
encontrábamos doce numerarios comiendo nuestra bolsa de excursión en los
jardines adjuntos a un Parador Nacional cinco estrellas. Ya sabéis: dos
bocatas, una lata, y dos piezas de fruta. Yo, aún conservo la costumbre,
llevaba una guitarra. Y en esas estábamos cuando Don Pedro me reta.
-
A que no hay cohóne para cantar en el comedor del
Parador.
Don
Pedro ignoraba que soy de esos que cuando le dicen “ a que no hay…”, pues hay. Así
me ha ido. Él era un Peter Pan, pero yo era otro: dos
chavales. Sucede que él entonces tenía sesenta años y yo veintitantos.
-
¿Qué no hay?.-le respondo-. Hay, pero sólo si usted pasa el platillo cuando
termine el recital.
- Hecho.
-
Pues, venga.
El
que hacía cabeza del grupo –ya se sabe que en la opus siempre hay un tío que hace cabeza– “ya te vale,
cabeza, que dicen los maños”-, me coge en un aparte y me dice “ oye, que es Don
Pedro, ni se te ocurra”. Pero ya era tarde.
Entramos
en el comedor y sin pedir permiso ni encomendarnos a nadie decimos.
-
Señoras y señores, somos unos trovadores del siglo XX que vamos amenizando con
nuestras canciones las viandas que comen las buenas gentes en mesones y cantinas . Sigan degustando de su comida y relájanse.
Y comenzó
el recital, mesa a mesa, sin que a nadie le importara. Modestia aparte, el tono
de las canciones era más que alto. Don Pedro a mi lado, con un platito de
postre, se balanceaba al ritmo de boleros y rancheras. La pinta que llevábamos
era, efectivamente, de trovadores con miles de kilómetros a la espalda.
Al
terminar la última mesa nos despedimos.
-Y
para finalizar cantaremos una última canción y aquí, Don pedro, presidente de
la Asociación de Canonistas, Consultor del Nuevo Código de Derecho Canónico Y
Catedrático de la Universidad de Navarra, pasará el platillo. Sean generosos, y
gracias por su amabilidad al escucharnos.
Comienza
la canción y una niña se acerca y deposita un billete en el platito. Don Pedro
me ordena parar, besa el billete y dice al público.
-
Esto que acabo de hacer es el “Osculum Vestalis”, el beso que daban las sacerdotisas en la Roma
del Imperio, en el templo de Venus, cuando un ser inocente ofrecía su donativo.
Y esta niña, símbolo de la inocencia, representa mejor que nadie ese momento.
La
gente no sabía si ese hombre estaba hasta las patas de vino, si era
catedrático, si estaba como un cencerro…
Con
las ganancias nos pagamos los cafés de todos, las copas de coñac de todos,
varios puros y aún sobró.
Por
la noche, en la tertulia, nadie creía lo que contamos. Pero uno de los
nuestros, actualmente periodista de prestigio, había llevado un cassette –otra cosa que hacíamos eran trabajos de campo y
entrevistas a lugareños– y lo grabó.
Al
día siguiente me llamaron a dirección. A Don Pedro le estaba subiendo la
tensión, había venido a descansar y lo iban a devolver a su centro hecho unos
zorros, me estaba pasando. Y, vamos, que nunca mais
salir con él.
No
volvimos a coincidir. Murió pocos años después de cáncer.
Y
uno agradece haberse cruzado esos dos meses con él. Un tipo fantástico por
dentro, y por fuera.
3. RAMÓN Y VENANCIO Y SOR SENEGUER
Paseaba
ensimismado por una calle peatonal de una ciudad cualquiera preguntándome algo
que me han explicado miles de veces, pero que no alcanzo a entender, y es por
qué los de Chile Austral no sienten la sangre presionando sobre sus cabezas,
por qué nosotros no advertimos que estamos peligrosamente inclinados sobre el
vacío infinito, por qué el agua de allá abajo no se derrama por el Universo
Todo… por qué, en definitiva, no nos subsumimos en la sopa de la Vía Láctea.
Son cosas que me preocupan, y que creo que preocupan a más gente, lo que pasa
es que no lo dicen.
Bueno,
en éstas estaba, cuando alguien me requiere sorpresivamente – ¿ Tú eres ”Satur”?, me
dice. “Pues, de sí: le soy”-le contesto.
-
¡¡¡Saturrrrrr!!! –me abraza emocionado-. ¡¡¡El hijoputa de Satur !!!. (En España hay gente que dice eso de “hijo de puta”
como algo cariñoso y de buen rollito). ¿Sabes quién
soy?... –iba a decirle que no, pero que creía que era el hijo de puta que me
acaba de llamar hijo de puta hacía unos segundos, y que no le llamaba hijo de
puta porque a lo mejor yo era su padre…- ¡¡¡soy Ramón
G.!!!, ¿te acuerdas?. Me diste clase en el colegio Pijaró.
Por
más vueltas que daba al careto de ese tipo no caía. Tenía delante de mi un
prototipo de jefe de planta de Corte Inglés, rubio, un metro noventa, sonrisa
“soy yo, soy yo, soy yo, Señor, que contigo quiere hablaaaaarrrr”,
adornada por unos labios que recordaban algo parecido al cartílago de un
caracol, traje impecable, mirada de iglú, pero nada en él me recordaba al niño
que se suponía que yo di clase. Los que yo he dado clase, aunque fuese sólo
durante un año, los distingo de seguida: están tocados del ala y tienen cara
así como de desorden interior profundamente deteriorado, de alguien que está
buscándose en alguna parte. No falla. Cuando me los
encuentro y pregunto “yo te di clase, ¿verdad?”. La contestación siempre es
“SÍ”.Y una mirada lobotomizada
que te observa con la curiosidad de un proctólogo.
-
¡¡¡Jodeeeer, Satur!!!
–insistía el jambo. ¿No te acuerdas?. Ramón, de la promoción de Borja, de Chusmari, de Oleguer… que íbamos
por el club Andanda.
-
Ah, sííí, ya caigo –mentí.
-
Bueno, bueno, bueno. ¿Y qué haces por aquí?
-
Pues, ya ves. Vivo aquí.
-
Ya; dando clases y contando chistes.¡¡¡Campeón!!! –y
me da otra palmetada.
-
Pues, no. Dejé de dar clases y ahora el payaso lo hago en casa, y el que me
quiera escuchar, que pague.
-
¡Juá, juá, juá!. Muy bueno.
La
verdad es que me sentía incómodo. Son situaciones en las que te parece estar
hablando con alguien que se supone debes conocer mucho muchísimo y, sin
embargo, te recuerda medio bocata de chorizo fermentado y envuelto en papel albal que encuentras de repente en el fondo de la mochila
de tu vida. Un bocata que sí, un día estuvo allí contigo, pero no le hincaste
el diente lo suficiente.
Pero
el tío te recuerda perfectamente.
En
medio de tanta confusión y oscuridad, derrepenete, de
pronoto, llegó la luz. Un fogonazo de magnesio que sí
quedó reflejado en la retina de mi memoria. Ramón me contó una anécdota que
protagonizamos los dos hace muchísimos años en una visita de pobres a las
Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Yo había olvidado la historia
–felizmente para mi-, pero él la llevaba grabada a
fuego de tal manera que desde aquel día ya nada fue igual para él. Yo quedé
para siempre en su biografía, y cada vez que ve un anciano desamparado, una
monjita de anciano desamparado y algo parecido a una residencia de tercera edad,
le vienen unos sudores, unos accesos y unas nauseas
que no veas.
Acostumbrábamos
a hacer las visitas de pobres a una residencia de Las Hermanitas -que, aunque
se llaman así, “Hermanitas”, son duras como el pedernal, fuertes como una
estalactita y de hermanitas nada: te llevan un agüelo
de cada brazo como si fueran pétalos de rosas. Una hermanita de esas que
parecen tan frágiles, escuchimizadas y arrugadas, te
pega un tortazo y te manda donde el viento da la
vuelta.
Casi
cada semana acudía las tardes de sábado con algún chaval y echábamos una mano
en la Residencia. Normalmente eran tonterías: acompañar a un tipo que conoció
el Mar Muerto cuando estaba Enfermo, hinchar cientos de flotadores patito hasta
el vértigo y el mareo total, flotadores que, supongo, les habría regalado algún
cabrón y que nosotros debíamos comprobar cuáles estaban pinchados, servir la
merienda o la cena…Ya digo, tonterías. Era fácil salir de esas visitas con una
agradable sensación de buen chico, de buen samaritano, con una sonrisa de
satisfacción y la conciencia de saberte tan cerca de Jesús, como un Cirineo del
siglo XX.
Había
una monjita, una hermanita, que no nos veía así como con muy buenos ojos. Le
debíamos parecer los típicos “¡¡¡supersocorro, que me ataca un Lacoste!!!”, unos pijillos que no
se sabía muy bien qué íbamos a hacer allí, unos yogurines
guaperillas y chachis que
bajaban de los barrios Ives Saint Lorans
a hacer la buena obra del día. Y una tarde, la tarde que fuimos Ramón y el menda, la “hermanita” dijo “hoy
pillas”. Y pillamos. Me lo recordó Ramón…¡¡¡pero
ahora mismo, mientras tecleo, tengo que levantarme de la silla y tomar aire
sólo de recordar aquellas horas de horror y asco!!!.
Sonriendo
Sor Presa la Tocacojones nos dijo dulcemente.
-
¿Podéis acostar a Venancio?
Venancio
era un hiperanciano que estaba sentado en una silla
sobre un cojín más gastado que el de Ironside.
-
Venga, Ramón, vamos a acostar a Venancio.
Ni
Ramón ni yo habíamos acostado nunca a un agüelo.
Pero, era Jesús con el rostro de Venancio Anciano, y allá que nos fuimos con
Venancio –un brazo en mi hombro, otro brazo en el hombro de Ramón– hasta la
cama. Venancio se dejaba hacer. Era buen chico.
-
Ramón, tú le bajas los pantalones, yo me encargo de la camisa, ¿ok?.
Ramón
debió de pensar que vaya cara, pero yo era el profe,
qué caramba.
Estoy
intentando desabrochar el botón primero de la camisa, el del cuello, con la
lengua fuera y una halitosis de Venancio que anunciaba que algo no funcionaba
allá dentro, cuando escucho a Ramón que le da una arcada, un arranque de
nausea, un ataque de vomitera brutal, y se pone a potar a escasos centímetros
de Venancio que, impertubable, sigue mirándome a los
ojos fijamente. Yo, que soy muy mindunguis para esas
cosas, y muy aprensivo, veo la potada de Ramón, y me pongo a potar yo también,
pero en el otro lado de la cama. Venancio, nada, a lo suyo. Y nosotros como el Fontanone, dale que te pego.
Terminamos
el primer pote de gomito y descubro alucinado y
horrorizado que Venancio está en calzoncillos totalmente cagado. Una cascada de
mierda que le cae calzoncillo abajo hasta los tobillos.
¡Vuelta
a potar Ramón y yo! Y Venancio como un campeón. Nada. Sólo nos miraba.
Nos
vamos a la monjita con lágrima en los ojos y cara de besugo con arcadas.
-
Hermanita, que mire lo que nos ha pasado…
-
¡Vaya por Dios! –dice así como si le hubiéramos comentado que le compramos
lotería de Navidad. ¡¡¡Ay Venancio, que no hay día que no hagas una!!!. Nada,
no os preocupéis, ya limpio la habitación, y vosotros llevadle al baño
geriátrico y le limpias con la grúa.
-
¿Que le que le qué…?. ¿Grúa?...¿Baño?.
Eso
no era una monja. Era La auténtica Sor Seneguer.
Acompañamos
entre espasmos y extraños movimientos corporales a Venancio. Lo de la grúa fue
de traca. Lo colocamos como pudimos, lo colgamos de una especie de pañal enorme
que se sostenía sobre un brazo hidráulico… pero la visión de esas pielnas repletas de heces, de ese cuerpo mortal, de esos
miembros que en su día debieron de ser causa de admiración y no pocas
sorpresas, nos hacía volver a gomitar y tener unas
arcadas que nos dolía hasta el ombligo. Algo patético.
Venancio, suspendido entre el baño y el brazo hidráulico, balanceándose, nos
observaba agarrados a la pared y echando la leche que mamamos.
Ya
una vez medio recuperados, los ojos llorosos, y sin nada más que echar, porque
ya no había nada más que echar, comenzamos a limpiarlo. Pero nos parecía que
allí se estaba produciendo un fenómeno extraño, porque más que limpiar
esparcíamos: era como si le estuviésemos limpiando con una bolsa de patatas
fritas. Y fue en ese momento cuando Venancio me coge por el cuello del jersey y me dice muy serio.
-
¿Porqué hacéis esto?.
Muy
buena la pregunta, Venancio. Porque eso no lo sabía ni yo. Pero le contesté,
así, por contestar.
-
Porque me gustaría que me lo hicieran a mi cuando sea
como usted.
No
me llamó “ cabrón” porque lo tenía suspendido del brazo hidráulico y sospechaba
en mi pensamientos asesinos, que si no…
Nos
fuimos a la Hermanita y le dijimos que ya estaba hecho
el encargo. La verdad es que nos tiramos con Venancio nuestras buenas tres
horas, lo acostamos con algún palomino pero, bueno, para ser la primera vez –y
la última– el encargo más o menos se hizo.
Las
risas de la monjita todavía se deben de oír en la
noches de luna llena en los pasillos de la Residencia.
Y
a nosotros no nos volvió a ver el pelo en su vida.
Venancio,
descansa en paz.
Ramón:
lo siento.
Papá:
te aconsejo que palmes de infarto, porque como me toque cuidarte a ti…
De
Juan Pablo II algo se puede contar. Durante diecisiete unives,
y los viajes que realizó y tuve la suerte de asistir, pude
cruzar camino con él, de un modo breve, pero muy intenso, en muchas ocasiones.
Fui muy afortunado, lo soy, y con frecuencia me gusta cerrar los ojos y
recrearme en alguno de esos encuentros a solas. Aunque hubo de todo – desde anéldotas de lo más payaso y divertido, hasta la
maravillosa posibilidad de poder hacerle alguna confidencia -, todas las
considero fantásticas, únicas y exclusivas.
Si
alguna vez alguien me preguntara cual fue el máximo
instante de felicidad en mi vida sin dudarlo respondería que el primer
encuentro personal con el Papa… y algunos muchos primeros momentos de mi
biografía, que no vienen al caso.
Estaba
uno en primera fila en el Cortile de San Dámaso. El
Papa, desde un pequeño balcón, escuchaba las distintas actuaciones de unas y de
otros, las anécdotas que contaban, las canciones…¡Lo tenía a tan solo unos
metros de mi!. Aprovechando que la tuna iniciaba una
canción pensé “ ¡ésta es la oportunidad de mi vida: ahora o nunca”. Me incorporé y acercándome al balcón le grité “¡Santo
Padre, ¿puedo subir?!”...
Un
segurata me coge del brazo y Juan Pablo hace un gesto
indicando que me acompañe y que suba a su encuentro. En ese instante ignoro
cuantos hombres verdaderamente felices habría en nuestro planeta -algún
esquimal que miraría orgulloso su recién construido iglú, algún chaval
enamorado dando vueltas alrededor de su chica con la que, por fin, había
conseguido coincidir tan sólo un segundo cruzándose las miradas, alguna madre
mirando el rostro de su hijo recién nacido, al lado de su marido que alucinado
piensa “¿esto es un niño?...¡ si parece un lagarto!”, alguna
monja clarisa que acabó de hacer los votos perpétuos
y la visten con la toca aerodinámica alerón chúpame la punta alehop tirabuzón de Lancome y se
mira en un espejo radiante de felicidad…-, todos esos y bastantes más, pero yo,
mientras subía las escaleras para encontrarme con el Santo Padre, era un hombre
que estallaba de felicidad, de emoción y de una alegría desbordante.
Cuando
se abrió el balcón y veo al Papa mirándome y allá abajo toda la peña cantando
eso del “Reina de reinas vengo a tu reino…” pensé “y
ahora, ¿qué le digo yo a éste hombre?”. Porque la verdad es que con tanta
emoción, tanta taquicardia y tanta improvisación, no tenía pensado de qué le
podía yo hablar, como no fuera contarle un chiste o echar el grito de Tarzán desde el balcón (soy muy bueno imitando el alarido
del hombre mono).
Nos
cogimos las manos -las de él suaves, muy cálidas, blancas, las mías eran un
chorro de sudor, algo parecido a un manojo de pepinillos a la vinagreta– y nos
miramos. Ya no veía a la gente, ni la plaza, ni el balcón, ni la guardia Suiza,
ni escuchaba las voces cantando. Sólo le véia a él. Y
sentí unas ganas irreprimibles de decirle quién era yo de verdad: que era un
desastre, un egoísta, un vanidoso, un guarro, un mediocre, un pobre hombre, un
triste, un quedón… ése hombre despedía confianza,
mucha comprensión, un corazón que intuías te iba a entender, una humanidad gigantesca.
Te
hacía querer ser bueno, mejorar. Te requería de un modo difícil de explicar a
que dijeras “ venga, lo voy a intentar”. Tenía un algo que te llevaba a Dios.
Es de esas personas mejores que nosotros que su presencia y testimonio te hacen
creer más profundamente en el bien absoluto y tender hacia él. Soy débil para
subir por mi mismo, demasiado mediocre, pero con gente
así uno es capaz de salir de esa mediocridad y subir por uno mismo. Con un
hombre así uno se sentía capaz de ser guiado y sostenido. A mi,
al menos, es lo que me provocaba su persona.
A
otros les sucede lo contrario: la presencia de un ser puro, en lugar de
atraerles, les repele y desanima: intentan manchar y destruir –al menos en su
mente– una pureza que son incapaces de compartir y
cuya sola presencia les hiere.
Son
formas distintas de pobreza. Algunos tienen hambre de pureza, de querer ser
mejores, de amar más, y el amor que viene a colmar ese vacío se recibe como una
bendición, una liberación. En otros, ya no se puede comer, y el mismo amor que
se le ofrece lo puede tomar como burla, humillación y ofensa.
-
Santo Padre – le dije dispuesto a contarle todo mientras seguíamos con las
manos juntas -, me llamo Satur y, y… ( un algo de
lágrimas, como arcadas, iba a estallar pronto) y… ¡¡¡¡UÁÁÁÁÁÁÁ!!!.
Me
pongo a llorar como un niño. Como una guardería de niños. Y, avergonzado, me
escondo en su pecho. Él me abraza y me acaricia el cogote mientras me dice al
oído con esa voz grave, segura, firme “eres muy bueno, eres muy bueno…” Y yo,
gritando, escondido en ese pecho, negaba como un loco “¡que
no, que no!.
La
peña de la Prelatura –aunque todavía no había sido la Erección de ella (lo de
Erección no va en coña, que conste) ya habían terminado la canción y comenzaron
a mosquearse con el Satur y el rollo que llevábamos
allá arriba. Era hora de marcharse. Recordé que los del autobús querían
rosarios, así que le pedí al Papa entre pucheritos de emoción.
-
Santo Padre, ¿me puede dar veinte rosarios para mis amigos?
Juan
Pablo me miró como pensando “este tío está con una goteras de tomo y lomo”.
-
¿Veinte? - contestó.
-
Sí, sí: veinte. Son para mis amigos.
El
Papa ponía cara de desconcierto – luego supe por qué.
-
Bien, veinte- contestó.
Al
decir eso, yo pensé que me los iba a dar, pero nada. Me miraba sonriendo. Y yo
a él. Pero allí no caía ningún rosario, ni una estampica,
ni ná de ná.
Yo
creo que en ese momento el Papa creía que yo era uno de esos sonaos que de vez
en cuando se le cuelan y que andan forrados de estampas de San Genaro, con
hojas de laurel en la mano, y con manifestaciones tipo “Tú eres Cristo, el Hijo
de Dios vivo, y me ha dicho San Genaro que te diga que cuidadín , que la Iglesia no
va bien”. Le hago una señal con los dedos, imitando el pase de las bolitas del
rosario, para que capte y tal. Entonces cayó en la cuenta y me indicó que su
secretario me los daría. Como así fue. Ya fuera del balcón Don Stanislaw abrió un maletín repleto de cientos de rosarios,
estampas y le digo “tranquilo, ya los cojo yo”. Si no me llevé de allí cincuenta
o sesenta no me llevé ninguno.
La
perplejidad del Papa con los rosarios que le pedí se debió a lo siguiente.
Primero, el hombre, por aquel entonces, no dominaba el castellano, así que sí
entendió, más o menos, algo de lo que le pedí. Pero es que en Italia el rosario
es la oración a la Virgen, mientras que el instrumento para rezar el rosario se
llama Corona. Así que el Santo Padre lo que me entendió es que le pedía, o que
él rezara veinte rosarios por mis amigos –petición absolutamente absurda y
enloquecida-, o que yo iba a rezar veinte rosarios con mis amigos por él –lo
que no deja de ser motivo de preocupación por mi salud mental en aquel momento.
Le debía de haber pedido veinte Coronas, y asunto arreglado. Eso hizo que en
los sucesivos encuentros que tuve con él, el hombre me mirara siempre con
cierto recelo y pensara “ ojo, Juan Pablo, que ya está aquí el
paliza de los rosarios”, y que su secretario escondiera la maleta al verme.
Yo
no sé exactamente como será eso del Cielo, pero creo que una vez estuve un rato
allí. Y fue los segundos que estuve llorando en ese pecho, acariciado por esas
manos, y con una voz cariñosa que me decía “eres muy bueno, eres muy bueno”. Y
allí me voy muchos días, a ese recuerdo, que me ayuda a querer ser bueno.
Y
ese es mi testimonio. Mi homenaje a un hombre, de verdad, bueno y santo.
Recuerdo
que le chiflaba mucho cantar: disfrutaba de verdad. Y una de sus canciones
favoritas -tenía muchas- era “Canta y no llores”. Le entusiasmaba el estribillo
ése del “Ay, ay, ay, ayyyy, canta y no llores, por
qué cantando se alegran, cielito lindo, los corazones”. Una buena letra para el
día de hoy. Lástima que alguien de la opus –alguien tontaina, estrecho,
escrupuloso y que si nace en verano sale botijo- decidió que esa canción no era
conveniente para las tertulias del UNIV y dejamos de cantarla.
Se
dice que el Papa tenía una sintonía especial con la opus. Puede ser. También la tenía con muchísimas
instituciones, asociaciones y grupos. Más de lo que nos pensamos. Y también que
sus modos, gestos y manifestaciones, estaban en las antípodas de los criterios
de la obra: besaba, acariciaba, tocaba y se dejaba
tocar, por todas y todos, con una sinceridad y naturalidad que en la opus es impensable. Era un hombre limpio de corazón. Sin
miedos, sin criterios absurdos y sin hacer escrúpulos estúpidos.
Me
voy a dar una vuelta con el coche, me voy a poner la canción de Celia Cruz “Te
busco” a todo volumen y miles de veces, y me voy a perder por esos mundos hasta
que me harte de llorar sin que me vea nadie.
5. Anéldotas para pasar el rato
Cuentan
que Henry Ford en una ocasión, hablando de sus
obreros, dijo: “cuando pido un par de buenos brazos, se empeñan en mandarme una
persona”. Pues esa misma impresión tenía uno de algunos directivos de los
colegios donde trabajé: cuando pido niños dóciles, cerebritos vírgenes, almas
por formar –parecían decir–:se empeñan en mandarme
personas. Y no era infrecuente que al comprobar que esas personitas piensan por
sí mismas, desarrollan su propio carácter –cada uno el suyo- de un modo
espontáneo, manifiestan poco a poco sus virtudes y sus defectos, sus rarezas,
sus aptitudes para lo uno y sus negaciones para lo otro, se impacientaran –los
directores, digo– y se agarraran unos mosqueos de intransigencia de mono cabreado...
En
una visita al zoo, durante un curso anual, acercamos
brevemente un mechero encendido a los testículos de un mono que nos ofrecía su culete pelado desde los barrotes de la jaula: el que ha
visto un mono cabreado no lo olvida nunca. Nunca.
Por
supuesto, fuimos expulsados del zoo por el guarda de
turno.
Después
de veintipico años dedicado a eso que llaman Educar,
dudo mucho que fuera lo mío. Andaba lejos de tener una vocación pedagógica, de
tomarme en serio programaciones, objetivos y proyectos. Lo mío se acercaba más
a un tipo que se asomaba a un escenario y disfrutaba de aquellos críos haciendo
de cada clase algo divertido, singular y, a poder ser, alegre. También más de
un director, más de un sacerdote, topaba conmigo buscando “un par de buenos
brazos, dóciles y serviles”, y se encontraba con algo parecido a una persona
con una inmensa atracción hacia el exceso, y la vida como algo que tiene que
ser muy alegre, divertido y , en la medida que se
pueda, inolvidable. Que sólo hay una. Y los críos, pues felices con un señor
que no suspendía, que se enrollaba sobre lo humano y lo divino, que contaba
chistes…Y, aunque en alguna ocasión parecía que era yo el que los manipulaba,
tengo para mi que sabían perfectamente de qué iba la
historia, y se dejaban hacer: al fin y al cabo, el
responsable último era yo.
Durante
años preparé generaciones de niños de 7 y 8 años para recibir la Primera Comunión . Que nadie me juzgue.
Ignoro
como nació la costumbre. Asistíamos con los críos a una Misa semanal en el
colegio como parte de la preparación para recibir a Jesús Sacramentado. Un día
se me ocurrió que uno de los críos que celebraba aquel día su cumpleaños podría
apagar las velas del altar y mientras lo hacía comenzamos a cantar todos
“¡¡¡CUMPLEAÑOS FELIIIIZZ, CUMPLEAÑOS FELIIIIIIZZZ, TE DESEAMOS TODOS,
CUMPLEAÑOS FELIIIIIIIZZZZZZ!!!”. Y así lo hicimos. Éxito total. El chaval emocionado, y la peña excitadísima. El sacerdote,
en la sacristía, ni se enteró. El asunto pronto se me escapó de las manos:
todos los días, hubiera cumpleaños o no, se cantaba la dichosa canción. Y,
bueno, mi papel era que lo hicieran por orden de lista. Los chavales se pegaban
por apagar las velas. Incluso era un castigo inmenso el decir “Poyales, el próximo día no apagas las velas” O un premio
muy especial.
Todo
terminó un día que asistió el subdirector del colegio a esa Misa. Yo,
acostumbrado, ni caí en la cuenta. La cara del hombre cuando ve que está
soplando las velas una criatura y todos a una se ponen a cantar me recordó la
del mono del zoo en el instante mismo que sintió que
le ardían las pelotas. Y el paquete que cayó apoteósico.
De
todas formas, la costumbre no se zanjó del todo… Años después todavía en alguna
ocasión, ya con quince y dieciséis años, continuaban de modo espontáneo con el
cumpleaños feliz. Pido perdón y penitencia.
Componía
canciones para que la Misa fuera un poco más amena para los críos –no olvidemos
que tenían siete y ocho años. Pobrines. El sacerdote
que oficiaba era un agregado, hombre mayor, y que habitualmente habitaba en una
dimensión mental cercana a la mística. Se enteraba más bien de poco de lo que
sucedía a su alrededor, y atendía poco a las letras de las canciones. Las
canciones eran tipo gregoriano con letras en castellano de perfil parecido a
los salmos. Una , nuestra favorita, decía lo
siguiente:
Soy
tu cervatillo, Señor, y bebo de tus aguas. (Estribillo)
Aunque
se me enrosquen los cuernos en las ramas,
Soy
tu cervatillo.
(Estribillo)
Cuando
voy por la praderilla,
Yo
diviso cervatilla
¡¡¡PERDÓN,
SEÑOOOOORRR!!!
(estribillo)
Lo
de PERDÓN, SEÑOR, como reacción a la visión de la cervatilla,
se cantaba en grosso forte piú
forte y muy sentidamente.
El
sacerdote, ensimismado en la liturgia del ofertorio, no movía ni una ceja.
Ése
sacerdote. Porque un día vino un cura numerario y al escuchar el principio de
la canción (juro que intenté que no la cantaran, pero ya se sabe que cuando los
chavales le cogen el gustillo al cachondeo no hay forma de pararlos), pues le
coló… hasta que llegó lo de la cervatilla. Su mirada
me recordó la del guarda del zoo cuando oyó los
alaridos del mono “de Arco”.
Otro
paquete.
Otra
que cantábamos en Cuaresma era “Vengo del polvo y al polvo voy”. Pero allí
nadie se atrevió a comentar nada, aunque se me insinuó que, tal vez, mejor la
de “perdona a tu pueblo, Señor”.
La
inocencia de los niños, y su creencia de que un profe
lo sabe todo, es maravillosa. Confían ciegamente en cualquier cosa que les
digas, siempre que lo hagas con convicción, muy serio, con seguridad. Un día
uno de los monaguillos se me acerca y me consulta ,”oiga,
no encontramos la campanita de la Misa”. Todo un contratiempo, porque a los
chavales les encantaba eso de darle a la campanita...“No te preocupes, hazlo con la boca. Cuando el
sacerdote levante la Sagrada Forma y el Cáliz dices “¡tilín tilín
tilín!”, tres veces, y muy
serio. A Jesús le gustará que tu corazón haga de campana”.
No
sé si a Jesús le gustó que el corazón del niño hiciera de campanita, pero el follón que se armó en el oratorio, el despiporre de la
clase toda y la bronca del cura, que echó del oratorio al crío, fue planetaria. -Luego me pidió que le castigara. Le dije que es
que el chaval no andaba bien de la cabeza y que no
haría más de monaguillo. Cualquiera le dice la verdad.
Éste
sacerdote, ahora anda por tierras del Levante feliz, les daba unas charlas en
el oratorio que solían ser muy pedagógicas. Siempre comenzaba con una
historieta, una anécdota, que desarrollaba después con moraleja. Tenía a los
chavales imantados, porque las contaba muy bien. Una tarde comenzó, para glosar
que en la vida había muchas tentaciones y peligros, con la historia de un
pajarito que iba por el bosque feliz y contento, entre flores y árboles
fantásticos, entre abejas que libaban y mariposas que revoloteaban locas de
contentura… Los chavales, en los dos primeros bancos del oratorio, le
escuchaban absortos, en silencio, expectantes.
-
Pero había un gato negro, enorme, inmensamente malvado, oculto en el bosque y
observando al pajarito en la oscuridad. Y nuestro amiguito cantaba feliz sin
darse cuenta del peligro que le acechaba.
Los
críos, sin respirar, no quitaban ojo del sacerdote.
-
Y, entonces, sin avisar, sin hacer ningún ruido, el gato saltó y ¡zampa! :
¡¡¡SE COMIÓ AL PAJARITO!!!.
Decir
eso el cura y un crío que estaba en primera fila, a un
metro del presbítero, salta del banco y grita “¡¡¡OSSSSSTIAAAAA!!!.
Yo
me quedé como el veterinario que atendió al mono del zoo.
Frús. Y el cura me mira y dice “pero, bueno, a éste
tío de donde le habéis sacado”. Después le intentó glosar el segundo mandamiento
de la Ley de Dios, pero creo que no consiguió mucho.
Años
después a este mismo sujeto le echaron del colegio por guasón. Tenía un agujero
en el bolsillo del pantalón y no se le ocurre otra cosa a la bestia que ponerse
el ciruelo, la minga, el varonil miembro erecto, saliendo por el agujero. Y
aparece en clase con los dos brazos cargados de libros y le dice a un profesor
que, la verdad, era bastante cabroncete, “oiga, Don Zutanín, ¿sería tan amable de sacarme el boli del bolsillo que yo no puedo?”. Lejos estaba aquel
hombre, numerario piadoso y apostólico, de pensar con qué se iba a encontrar en
aquel bolsillo.
Muy
amablemente Don Zutanín introduce su mano en el
bolsillo del urco y capta, alucinado que, o el boli es de Blandy Blú, o que lo que está tocando es un pepino muy parecido al
suyo. La clase, que estaba al tanto de la broma, se despiporra viendo la cara del fiel de la prelatura –muy
parecida a la del director del curso anual cuando le consultaron la corrección
fraterna porque un hermano nuestro le había quemado los güevos
a un mono en el zoo– y aplauden, y hacen la ola…Y al
jambo le mandaron de patitas a la calle por guarro.
Otro
día, más.
Con
La Piedra acostumbramos los sábados a visitar el Mercadillo de los Ríííchals, a ver qué hay por ahí. Es como ir al Corte
Inglés, pero sin escaleras. La guasa que se llevan los gitanos es de por sí un
espectáculo. Uno que vendía alfombras, un Heredia gordo, bigotudo, cetrino,
engominado desde las cejas hasta la espalda, viendo que el viento le arrastraba
una de las alfombras, gritó:
-
¡¡¡VÁÁÁMOS RUUUUBIA, COMPRA, QUE LAS TENGO VOLADORAS!!!
Allí
pasas un buen rato con los reclamos. ¡`¡CANSONCILLOS DE PRIMERA MÁÁÁNO. UNO A TRES LEÚÚROS… Y,
ATENCIÓNNNN, DOS A SEIS LEÚÚROS!!! – como si comprar dos fuera una oferta de no
va a más.
De
regreso, por una extraña asociación de ideas, me acordé del Doctor Dallómesbó...
En
Cataluña a los sacerdotes se les llama Mosén; o sea, que no se dice Don Juan, o
Padre Juan, o Father Juan, o Labé Juan: se dice Mosén
Juan. Y si es molt important,
o molt horinable, se le
denomina Doctor. Cuando es así, que se le llama Doctor, se usa el apellido,
nunca el nombre. Por ejemplo, Doctor Dallómesbó. Lo
de Doctor es de nivel. Marca estilo. Pisas moqueta.
En
un centro vivía uno de esos doctores. Mayor de edad, hombre de alta cuna y
sordo. Muy sordo. Habitualmente llevaba un sonotone que le pitaba en los momentos más
inoportunos: en medio de una meditación, dando la
Comunión, en la Bendición con el Santísimo, o en lo más apasionante de una
película de miedo. “¡¡¡ Píííííí!!!”, sonaba, y el hombre, nada, ni se enteraba, y el que estaba a
su lado –había auténticas peleas para no estar a su vera– debía de darle un
golpecito y señalarse la oreja como diciendo “EL MARTILLO, QUE LE CANTA EL
MARTILLO”.
Un
día estábamos viendo “La Jungla de cristal II”. En una de las escenas Bruce Willis, el poli protagonista del flim,
se gira y le dice a uno que le pide acompañarle “ ¡vete a tomal
pol culo!”. Nos reímos todos. El doctor, a mi
izquierda, oyó las risas, pero no la frase que tanta gracia había hecho y
girándose me pregunta.
-
¿ Qué ha dicho el poli?
Le
contestó mientras sigo pendiente de la pantalla.
-
Vete a tomal pol culo.
Y
el buen hombre, de rancio abolengo, doctor, mayor de la
opus, viendo atacada su dignidad, se levanta, la calvorota toda roja, se me planta delante y me grita.
-
¡Un poco de respeto, ¿eh?, un
poco de respeto!. A ver si uno no va a poder preguntar. ¡Pues bonita caridad
que vivimos!.
Y
se larga dando un portazo.
Todos
se me quedaron mirando y juzgándome culpable.. Salgo rápido a por él.
-
Oiga, que lo de vete a tomal pol
culo lo ha dicho el de la peli, que por eso nos ha
hecho gracia, que es lo que usted preguntaba. Que yo a usted no le mando a tomal pol culo.
Pero
ya era tarde para arreglar nada. Otro portazo, el de su habitación, fue la
contestación a mis explicaciones.
Una
tarde de excursión llamamos al centro porque no íbamos a poder llegar a cenar.
Se puso el Doctor al teléfono.
-
Oiga, que estamos en Pons y no vamos a poder…
-
No, aquí no hay ningún Mosén Pons –contesta todo
solícito, confundiendo “estamos en Pons”
con “está Mosén Pons”.
-
Que no…¡¡¡QUE ESTAMOS EN PONS Y QUE NO…
-
¡¡¡Que le digo que aquí no hay ningún Mosén Ponssss!!!
-
¡¡¡JODEEEEEERRRR; QUE YA SABEMOS QUE NO HAY NINGÚN
MOSÉN PONS, COOOOOÑOOO, QUE ESTAMOS EN PONS Y QUE NO VAMOS
A…
Y
colgó el doctor .
El
que hacía cabeza en la excursión me dice “déjame a mí”. Vuelve a llamar.
-
¿Doctor ?.-pregunta con voz de Ángelus de la Cope
-
¿Sííííí?.
-
Mire, que estamos en Pons y…
-
¡¡¡QUE LE DIGO QUE AQUÍ NO HAY NINGÚN MOSÉN POOOOOONNNNSSSSS!!!, ¡¡¡QUE NO VIVE
AQUÍ NADIE QUE SE LLAME POOOOOOOONNNNSSSSS!!!.
Y
vuelve a colgar. Lo dejamos por inútil.
Una
mañana nos comentó que iba invitado por un matrimonio amigo a uno de los
mejores restaurantes de la ciudad. Preguntó que si conocíamos cuál era la
especialidad de la casa para pedir algo original, algo que habitualmente no se
comía en los centros, que se saliera de lo normal. Y uno, muy guasón, le dice.
-
Allí hacen unas angulas a la Navarra que son espectacularmente sabrosas. Algo
inolvidable.
-
¿Angulas a la Navarra? –pregunta el Doctor.
-
Efectivamente. ¡Un plato superior!.
-
¿Y eso qué es exactamente? –pregunta el Mosén.
-
¿Cómo, no ha oído hablar de las truchas a la Navarra?:
esas que se abre la trucha y se introduce una loncha de jamón.
-
Sí, ese plato lo conozco, pero el otro…
-
Pues lo mismo, pero con angulas: se abre la angulilla y se le mete una loncha
de jamón.¡¡¡Exquisito!!!
Y
el hombre, todo convencido, se presenta con sus amigos en el restaurante y le
dice al maitre cuando pide la comanda.
-
Póngame esas angulas a la Navarra que preparan aquí que me han dicho que están
para chuparse los dedos.
-
¿Perdón?...
-
Sí, las angulas, que preparan abiertas con jamón dentro, como las truchas a la
Navarra.
El
matrimonio que invitaba no sabía donde meterse, el maitre se cogía el vientre porque se le iba la risa floja,
y nuestro doctor sonreía ingenuamente mientras desplegaba la servilleta
dispuesto a zamparse el manjar.
Al
regresar al centro le preguntamos que qué tal las angulas a la Navarra…y allí
le faltó muy poco para enviarnos donde Bruce Willis
envió al de la peli.
Éste
hombre no sabía pronunciar la “C” y la nombraba como “S”. Así decía “sosio” en lugar de “socio”, o “casería” por “cacería”. Una
tarde, en una meditación, estaba predicando sobre el ciervo de no sé qué salmo
y, muy serio, para en seco, nos mira fijamente y dice:
-
Cuando digo “siervo” no me refiero a un esclavo; estoy hablando de los animales
esos del bosque que tienen cuernos y comen hierba.
Y
el oratorio estalló en risas como fuegos artificiales.
BENECDITO
XVI
Cuentan,
o así me lo contaron, que Ratzinger
visitó Cavabianca y quedó profundamente conmovido de
lo que allí vio. No es para menos. La opus sabe mucho de eso que los expertos en marketing llaman
“pasillo del cliente”: todo ese lenguaje no verbal, y
verbal, que hace que uno quede impresionado de lo que ve, le cuentan e intuye
al conocer una empresa, una institución o la tienda de Ester y Lisa Mernabo. La opus,
se ha de reconocer, sabe muchísimo de eso que hace que uno se quede
sencillamente acojonado, sinceramente asombrado y
pasmado, de percibir un orden, una limpieza, una politesse
en unos tipos admirables, guapos, elegantes, simpáticos, listos, alegres,
serenos, apostólicos, fieles, piadosos, atentos y con unas capacidades que
dejan alelado a cualquier obispo, cardenal, Papa, político, laico intelectual,
aristócrata, y a quien se ponga por delante. Ése sabe cantar, aquél toca simultáneamente
el piano, la trompeta, y la dulzaina vasca, ése otro recita poesías como
chorizos de Gabriel y Galán, Quevedo, Rilke o Bramajatrha el Bramaputra, el de
más allá hace acrobacias con platos, vasos, cepillos de dientes y, encima con
traje y corbata, nada de leotardos que desdicen del cargo y posición. Otro es
mago, y hace desaparecer el solideo al cardenal y aparece en la foto de Tía
Carmen… Y el cardenal de turno no da crédito a lo que ve...
- Eminenchia –dice un numerario de colo – soy de una pequeña tribu de Burkina
Fasso, y hasta hace tan sólo unos años yo iba de
liana en liana, lejos de Dios, con un taparrabos muy pequeñito que sólo me
ponía para comer cerebro frito de mono. Éramos animistas y adorábamos a Ñuguñugu. Un día me enviaron mis padres a Strahmore School, obra
corporativa de LA PRELATURA OPUS DEI, y allí descubrí, gracias al apostolado de
los fieles de LA PRELATUUUURA DEL OPUS DEI, el don de la conversión y mi
vocación como numerario de LA PRELATURA OPUS DEI. Ahora soy muy feliz. Soy doctor en Ingenieria Nuclear,
doctor en Filosofía del Ser y del Pneuma, Doctor en
Derecho Canónico, tengo un master por el Emaití de Harvard, y este año me ordeno sacerdote de la Sociedad
Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus Dei, para servir a las almas…
Y,
claro, el cardenal de turno se queda a cuadros. Un flash. Luego el negrito va y
le cuenta una anécdota apostólica de esas redondas, sin fisuras, que te pone
toda la gallina de piel. Y, para acabar de acojonar
al prelado, que está apunto de quitarse la faja, el anillo, el solideo, la
púrpura, y dedicarse a ser monaguillo en la parroquia Oscar Romero de Leganés, el negrito agarra un arpa y le toca la Barcarola a
dos manos y ciruelo, sin mirar las cuerdas y sonriendo.
Después
aparece un japonudo que deja al negrito en mantillas,
más tarde un libanés –doctor en Filosofía de los Espacios e Informática
Sideral-, que trabajó en la Nasa, que le cuenta la conversión de un amigo judío
y, de remate, le canta Nersum Dorma
acompañado de lenguaje gestual para sordomudos… Y el cardenal, pues claro, que
le da un yuyu y que le falta el aliento pensando en
la mieeeeerda de seminaristas que tiene en el Colegio
Español: una panda de desgarramantas,
diplomados en magisterio, que sólo saben cantar “Túúúú,
has venido a la oriiiiillaaaa…”, y “Antes muerta que
sencilla”. “Cuando llegue allá les mando a su pueblo a todos, vaya peña”.
Para
ahorcarse. Como aquél que, dicen, le pidió una soga a un amigo porque quería
suicidarse.
-
Pero, chico –le dice el amigo- ¿te vas a ahorcar?
-
Pues, sí, estoy desesperado y no le encuentro sentido a la vida.
Le
da la cuerda el amigo y poco después pasa por allí y lo ve ahorcado… pero por
los pies.
-
Oye, que te has ahorcado por los pies…
-
Ya. Jolines, he empezado a ahorcarme por el cuello y
se me cortaba la respiración
Bueno,
que me he divertido -que diría Santa Teresa. Y el caso es que, según me
comentaron, Ratzinger –hombre tímido, celoso de su
intimidad y de manifestar sentimientos en público-, después de decenas de
testimonios de latinoamericanos top ten, de yankees que rompen la capa del ozono, de amarillos
sobrados, de mulatos geniales, de hispánicos bravos, nota que se le hace un
nudo en la garganta. Siente que le embarga la emoción ante tanto fruto
apostólico, ante tanto petronio entregado hasta la
muerte y muerte de cruz, ante ése Cuerpo de Élite
dispuesto a todo por Amor, y se levanta del sogiorno
donde se realiza la tertulia y se va a un pasillo.
Don
Álvaro y alguno más salen, desconcertados por la reacción del Prefecto, y lo
encuentran llorando. Al parecer, le avergonzaba mostrarse así delante de
aquella gente.
Más
tarde le enseñan Cavabianca y el buen hombre no salía
de su asombro contemplando aquel pequeño pueblecito seminario. Y, dicen los que
lo vieron, que al ver el oratorio del seminario de la
Prelatura -un retablo magnífico, espectacular, grandioso-, el cardenal se quedó
boquiabierto. Al llegar a la sacristía –el despacho de la ministra Trujillo a
su lado es un puesto de la ONCE- exclamó “¡pero esto qué es!”.
-
Esto no está hecho con piedras, está hecho con Amor
–le contestó Don Álvaro.
Es
un modo de verlo. Aunque uno, por más que ama, no tiene pasta para demostrarlo.
Me encantaría poder amar así.
Así
me lo contaron, y así lo cuento.
Y
así con Ratzinger, uno de sus colaboradores más directos
era Don Fernando Ocáriz (O cáriz,
o yo…), y con don Estanilao, secretario personal de
Juan Pablo II que fue un verano al Pirineo acompañado de ilustres numerarios,
viviendo en algún centro, visitando alguna delegación y haciendo senderismo, o
con el primer ministro de Kenia -uno de sus ministros era de la opus-, o con Andreotti que visitó
con frecuencia Villa Tévere, o de un conocido
empresario –conocido por forrarse a base de especular
y trincar hasta parar en la cárcel-, que donó las becas de un año de todos los
seminaristas del seminario internacional con sede en Roma (hay que hacerse
amigo de las riquezas injustas)… y así hasta el infinito y más allá.
Es
su papel, el de la opus. Y
en ello están.
Y
tengo para mi que no siempre consiguen transmitir lo
que desean, ese mundo perfecto, incorruptible, maravilloso, de celofán. Un
mundo que, a pesar de tener portavoces del Vaticano, Presidentes de la Comisión
de interpretación de los Textos –el equivalente a un ministro de justicia-,
cardenales Camarlengos, y algunos obispos, no consiguen hacerse entender del
todo. Demasiado potito .
Y
creo que Benecdito XVI nos va a dar más de una
sorpresa –no las que esperan algunos porque para eso se necesita un Papa que
esté como un cencerro, y no es el caso. El que se ha paseado por su escritos –desde sus primeros libros (los que prohibió la opus y siguen vigentes, que yo sepa Benedicto no renegó de
ellos), al último -lo sabe, y lo intuye.
Hay
algo común entre la opus y
Benedicto, o Juan Pablo II, y es que poseen un espíritu conservador pero, ¡ay!,
tan distintos uno de otro.
La opus, en general, prefiere las “conservas”.
Virtudes artificialmente sustraídas al riesgo de la corrupción y a las promesas
de la vida. Quiere saber muy poco de eso que se llama la aventura de vivir al
aire libre. Tiene miedo al mundo, que dice querer santificar. Y muchas de sus
virtudes “conservadoras” proceden de técnicas muy parecidas a las de la
fabricación de las conservas: impregnación de azúcar, sal o vinagre, (hay
virtudes empalagosas , como ácidas, o amargas), de
conservantes y colorantes, la esterilización que mata los gérmenes (esa vida
triste, encerrada y egoísta de los centros de mayores), y la operación de
enlatar que suprime los intercambios con el mundo exterior (nuestros colegios,
nuestros médicos, nuestros lugares de veraneo, nuestros libros…)… Sin contar
que la fidelidad conseguida sólo es provisional, porque las conservas así
conseguidas acaban siempre por estropearse, y su descomposición es la peor de
todas.
Y
si uno se toma la molestia de leer y conocer la biografía de Juan Pablo II, o
de Benedicto, observa que son gente con una fidelidad viva, que prolonga el
pasado en el presente, que han vivido libres, a su aire, con sus equivocaciones
y su visión del mundo, con su biografía. También con sus caracteres, tan
diferentes. Una fidelidad que se asienta en su cultura y en su historia
personal, lejos de instituciones y de criterios tribales.
Se
equivocarán, como el que da limosna puede equivocarse de pobre, pero su corazón
no se equivoca, ni confunde. Son gente que, en my
opinión, buscan la verdad. Camino difícil. Y más entre esa maraña de
instituciones bienpensantes, con fantásticas formas farisaicas y artificiales,
que confunden al más experto en eso que llaman leer los corazones. Esos que
hablan con voces aflautadas, dulces, piadosas, mientras se frotan las manos, y
que te las están dando con mantequilla.
Lo
más malo que he visto en mi vida han sido un cura y una monja, en años
distintos. Y su maldad no estaba en el sexto y en el noveno. Pero malos, malos.
También hay taxistas malos, lo que no evita que cuando necesite ir en taxi lo
haga. Faltaría más.
Es
como esas feministas que hablan de que las mujeres han estado oprimidas, y es
cierto: hay que rectificar eso. Pero eso no las hace, en bloque, mejores o
peores que los hombres. Hay hombres estupendos y mujeres estupendas.
Y
uno se pone en la piel del Papa y eso de buscar la verdad en este mundo se le
hace de pesadilla. ¿Quién cree que puede cambiar la crueldad humana, el egoísmo
atroz, la mentira disfrazada de sentimientos epidérmicos, el orgullo de los
poderosos, la miseria moral?. Sólo por eso ya merece cierto respeto y, quizás,
compasión.
8. CONCIENCIAS ALGO CONFUNDIDAS
Me
decía un amiguete de la güels
que sería interesante tratar el asunto de la deformación de algunas conciencias
en la opus, y no en la opus,
donde uno se pierde en medio de tanta maraña de criterios, normas, de spíritus y costumbres aquí y allá ,
como lianas y enredaderas de una selva espiritual voraz y magníficamente
trepadora, hasta quedar atrapado sin saber exactamente qué es lo que está bien,
lo que está mal, lo que es una tontería, lo que es hermoso, lo que es feo, lo
que es una debilidad, lo que es una pasión, lo que es una enfermedad, lo que es
una gilipollez, lo que es un milagro, lo que es una
histeria: hasta no saber donde está uno realmente y
confundir, y confundirse.
Sorprende
encontrarte con alguien que tiene las cosas claras. Conocí hace unos meses una
dominicana que en pleno mediodía hacía autostop a la salida de un pequeño
pueblo de Castilla. Iba andando aceleradamente por el arcén con una pequeña
maleta y unas pintas que no dejaba duda alguna de su profesión. Prostritrutra, como la de Babilonia. Hacía un frío que
pelaba la pava, y no era difícil imaginar el que debía de estar pasando la
mulatilla. Paré.
Efectivamente,
la chica huía de un puticlús de un pueblo de mala
muerte y pedía ser llevada a una estación de autobuses donde iría desde allí a
otra ciudad, a otro puticlús, donde una amiga le
había prometido El Dorado: más nivel, más guita, y
clientes urbanos, nada de primitivos agrícolas, babosos y con unas manos como
cazos. Le acompañé hasta la estación y, encima, me sacó de
gratis el billete. Durante el trayecto charlamos de todo un poco. De
seguida un algo apostólico emergió de mi interior. Pensé “joder, como
conviertas a una de éstas pasas la historia: el que salva un alma tiene su alma
salvada… ¿Y si se bautiza, y luego se hace monja y funda una orden de ayudas a
las Rameras del Gólgota y de Gerasa?”.
Y, claro, yo emocionado y como transido. Le pregunté.
-
Pero, chica, ¿tú sabes lo que quieres?, ¿sabes dónde
vas en la vida?, ¿sabes el sentido que quieres darle a
tus años?.
-
Pues claro que sí, mi amor –contestó sin dudarlo ni un segundo. Busco al hombre
perfecto y sé que lo encontraré…
-
Si me buscas a mi –creí, en mi fatuidad, que ese
hombre perfecto era YO- que sepas que éste anillo pertenece a una mujer que me
espera.
-
¿Tú?. No, saborysón, mi hombre perfecto tiene las
medidas 80-3-10.
-
¿80-3-10?...
-
Sí ochenta años, tres infartos y diez millones de leuros,
amor. Busco un viehito que me saque de pobre.
Eso
es tener la ideas claras y lo demás son leches.
No
sé en qué novela de Ferlosio o de Delibes
al protagonista le sucede un hecho terrible que viene a cuento de lo que aquí
se trata. Y es que el jambo se masturba una noche y al día siguiente estalla la
Guerra Civil en España. El hombre está convencido de que todos esos muertos,
todas las barbaridades que allí sucedieron, toda esa carnicería, fue por culpa
de su pecado solitario. Tiene la certeza de que esa masturbación provocó la ira
de Dios y que si no hubiese caído en la tentación no se hubiese desarrollado
aquella guerra fratricida. Un millón de muertos – ¡un millón!- sobre su cabeza,
por su culpa.
El
drama de ese tipo es de una enormidad psicológica, de un peso interior, que
asusta y, simultáneamente, uno no puede menos que compadecerle.
Cuando
eso le pasa a uno, pues se entiende que es algo personal, que el tío está
cortocircuitado… pero cuando eso le sucede a unos
cuantos, quizás, el problema nace de unos modos de formar que se siembran en
personalidades escrupulosas, obsesivas, rígidas. Quizás los propios que forman
son también gente como el código de barras de leche El Castillo y, claro, se arma.
El notas que llama a tu puerta a las dos de la
madrugada con los ojos desorbitados, despeinado, angustiado, preguntando si
tienes agua bendita; el jambo que sufre viendo cómo
enciende las velicas en el oratorio un urco que va con la cerilla apurada apunto de quemarse el
pulgar y el índice porque prende primero la más cercana al Sagrario por la
izquierda, genuflexión, y se dirige a la más cercana al Sagrario por la
derecha, genuflexión, corre a por el segundo cirio más cercano al Sagrario por
la izquierda, genuflexión, esprinta a la segunda vela
más cercana al Sagrario por la derecha, genuflexión, vuela a por la tercera más
lejana al Sagrario por la izquierda, genuflexión (todos en el oratorio
encomendando -¡que se quema, que se quema!), se
despatarra a por la tercera y última vela por la derecha… ¡¡¡conseguido!!!. Y
deja algo parecido a una mosca quemada en la bandejita junto a la caja de
cerillas encajada en un estuchín de plata. Y el jambo
que sufre, pimba, le casca una corrección fraterna
explicándole que primero por la derecha desde la más cercana al Sagrario hasta
la más lejana y después, previa genuflexión, las de la izquierda con el mismo
criterio–hay auténticos especialistas en correcciones fraternas de cómo se
encienden las velas en el oratorio: ¡no pasan una!.
El
supernumerario que su mujer no aguanta que haga las normas delante de ella y en
los viajes, al repostar en una gasolinera, se encierra en el lavabo, saca un
evangelio en miniatura y lee los cinco minutos de rigor. El otro que exige en los
hoteles que le quiten la televisión porque, afirma, tiene tentaciones de
pureza. Y el recepcionista que le aconseja que la desenchufe, y el Goretti que no, que se la quiten, que él ya sabe lo que le
pasa después, que a usted no le tengo que dar explicaciones… y lo cuenta como
una auténtica virtud heroica, y hay quien piensa “estoy delante de un alma
delicada”. Estás delante de un tío más sonao que el
pecho de King Kong.
El
que te hace una corrección fraterna “es que el año pasado coincidí contigo en
un curso anual y contaste las mismas anécdotas que ayer y, la verdad, cambias
algunas cosas. Se parecen, sí, pero hay detalles que los cambias, y eso son
mentiras, pequeñitas, pero mentiras, y la mentira es un pecado venial que, como
decía nuestro Padre, hemos de tener horror del pecado mortal y también del
venial deliberado”. ¡Hala, tócate los cojones!. Y a callar. Para meterle el
brazo por la boca hasta el agujero del culo, sacar el
dedico, y darle la vuelta como un calcetín, como decía nuestro Padre, por cierto.
El
que despierta al cura a las cinco de la madrugada “¿me puede confesar?” es que estoy en pecado mortal “; y
es que el sacerdote, muy solícito y muy disponible, ha dicho en la meditación
“estoy para lo que queráis, a cualquier hora… ¡¡¡a cualquier hora!!!”. Con que a cualquier hora, ¿eh?, pues
toma, a las cinco de la madrugada.
El
que está viendo a Humprey Bogart
besando a ese pedazo de mujer que se llama Lauren Bacall y dice “cambia… que cambies… ¡quieres cambiaaaar!”. Y a uno le dan ganas de proponerle que vea las películas con una jarra de agua fría con mucho hielo
picado y que de vez en cuando se abra el pantalón y, venga, una chorrico pa dentro.
El
que llora porque tiene malos pensamientos con una imagen de Nuestra Señora, el
que te monta un pollo porque no entiende que se canten canciones de Joaquín
Sabina -¡unidad de vida, hay que formar en la unidad de vida!-. El que hace una
guerra en una convivencia porque la que sirve en el comedor se le transparentan
las bragas al pasar delante de un ventanal (realmente el problema no era que se
le transparentaran las playtex, el problema es que la
señora tenía un culo que no se sabía si compraba nalgas o vendía mollares). El que advierte que has
tomado café por la mañana antes de Misa –hay centros que el comedor a primera
hora es lo más parecido a la Santa Compaña, todos en
pijama, despeinados, en silencio, preparándose un café -y comprueba
escandalizado que has comulgado cincuenta y cinco minutos después de sorber la
taza, que más es medicina que placer, y te comunica que debes confesarte porque
has roto el ayuno eucarístico que está penado por la Iglesia como grave… Y así
hasta el infinito y más allá.
Mala
señal cuando se necesitan de cientos de criterios para formar hombres y mujeres
con criterio. Criterios que se incrustan en cabezas que necesitan de semáforos,
señales de tráfico que les aseguren si van bien o mal. Y, sin encambio, nada hay más inestable que las opiniones, los
entusiasmos y los ideales del espíritu. En general nuestras pasiones carnales,
nuestros hábitos físicos, son más sólidos que las sombras que pueblan el mundo
de nuestra razón. Se descubre la fidelidad, y el amor, cuando está enraizada en
nuestro cuerpo. Lo más inconstante en nosotros es el
yo, siempre hambriento, con su orgullo, su curiosidad, su sed insaciable de
nuevos ídolos. Se es más fiel no cuando se piensa mejor, sino cuando se siente
más profundamente. Y sentir, lo que se dice sentir, se siente con el cuerpo y,
a partir de él, esa sensibilidad conecta con la del espíritu. Por eso lo
verdaderamente espiritual tiene más afinidades y está más en sintonía con lo
sensible que con lo intelectual, y se graba más fácilmente en una emoción
corporal auténtica que en una opinión intelectual, o en un criterio que sólo se
fija por vía de razonamientos tan insípidos como una cuchara.
Curiosamente,
tantos años allá dentro dejan su huella. También en uno. A mi me costaría horrores comulgar en la mano, aún sabiendo que no
infrinjo ninguna ley. Y más de una vez he pensado hacerlo, pero nada, que no me
atrevo. En algún lugar de mi cerebro está ese chip y no hay modo de extirparlo.
Y en ocasiones, cuando estoy en la fila, mientras cantamos
eso de “Jesús tú eres mi mejor amigo, sí” plas, plas, plas (aplausos), y delante
de mi hay un señor de doscientos quince años, un papiro, y observo que el
sacerdote que imparte la Sagrada Forma es otro anciano de setecientos dieciséis
años, con un parkinson horrible, y que el abuelito que me precede al tomar la
Comunión le pega un lametón a los dedos del presbítero que casi le leva la
cara, me digo “macho, pon la mano, que aquí la coges del treinta y tres”. Y cuando voy a extender la mano izquierda, depositada sobre
la derecha, así, de repenete, de pronoto,
pimba, saco la lengua, y siento que unos dedos
húmedos, temblorosos, hurgan el interior de mi boca mientras intento contestar
a “Corpus Christi” con un “Abéddddnnjjj!
más patético que piadoso.
Y
que no puedo, oye. Que no puedo.
“Una
corona de oro para un espantapájaros”. La imagen se aplica de maravilla a
ciertas pretendidas vocaciones espirituales. Cuanta profundidad no purificada
bajo una débil capa de virtud y de oración –el que lo probó lo sabe. Cuánto
maquillaje de supuestas vidas cristianas, cuantos trucos baratos para ocultar
lo que todos somos. Qué gran ventaja si la prueba o el pecado derriban toda esa
aureola mentirosa y dejan al desnudo la podredumbre del alma, y descubrir la
verdad en el pecado y la mentira de la virtud simulada.
Descubrir
que no se puede decir “soy pobre” cuando se vive según los modos de esa
sociedad consumista, anticristiana, que tanto se critica. Se vive en las más
mejores zonas, los mejores pisos, las mejores parajes
de casa de convivencias, los mejores coches –basta pasearse por el aparcamiento
de bastantes colegios el día de la fiesta del colegio, o en una reunión de
padres-, se vive ese espíritu chincharrero, interesado, práctico, chato, sin
aristas, acomodaticio, aburguesado, consumista y ridículamente capitalista, con
esos modos de nuevo rico que ya no es privilegio de unos pocos, sino que, en su
fatuidad, imitan muchos, aunque sea a costa de hipotecar su vida a un banco.
Los colegios más caros, por el prurito de una pijez
que no acaba de casar con algunas virtudes cristianas que se predican sin
sonrojo alguno.
La
última. Se monta un catering a lo grande –40 leuros
por persona– para celebrar la primera confesión de las niñas bien de un colegio
bien. Joder con las niñas pecadoras. Antes las propias
mamás preparaban una chocolatada y asunto zanjado.
Ahora las pedorras nuevas ricas han tomado posiciones
en eso que, sin rubor, dicen que es “calidad de vida”.
En
una primera confesión que organicé el sacerdote era un tipo original y algo
lanzado. Chaparro y feo como él solo. La verdad es que era muy pequeñito. Un
día fuimos de convivencia con los chavales y los padres que quisieran para
celebrar la ceremonia de la primera confesión en un santuario. Primero fueron
las confesiones y allí dio una pequeña plática para remover los corazones de
las mamás que asistieron –no vino ni un padre. Una de ellas era una mujer de
esas que hasta la escultura de un monaguillo de tamaño natural que había en la
entrada de la iglesia, una de esas que el niño lleva un cepillo para las
limosnas, se le iban los ojillos, al muy pillín. Iba la señora con una
minifalda como la de Lulú cuando cantaba Bum bum ban a bang
en el festival de Eurovisión: muy festiva, muy alegre, muy fresca. Y el caso es
que cuando su niño va a confesarse le dice la mamá al presbítero “hemos hecho
el Jonathan y yo una hojita con sus pecaditos, para que no se le olvide nada”.
Y el cura va y le suelta “supongo que cuando entre usted al confesionario
vendrá con un listín de teléfonos”. Frús total. Pero frús, frús.
Después
vino la Misa. Todo bien hasta que llegó la comunión. Se gira el cura para abrir
el Sagrario y coger las Formas y cae en la cuenta que el altar está altísimo, y
el Sagrario lejísimos del altar. Y no se le ocurre otra cosa que tomar un poco
de carrerilla y lanzarse en plan rodillo, lo contrario al estilo fousbury, o como se diga eso, para ver si consigue abrir la
puerta del Sagrario. No lo consigue. Y se queda suspendido entre el cielo y la
tierra, la barriga sobre la mesa del altar, los pies zarandeando el aire… descojone del personal, y va y me dice por lo bajini “¡mecagüen la puta, Satur, abre el Sagrario!”
Bueno,
me he vuelto a divertir. Me convierto de nuevo.
Y
es que muchas vocaciones no son tal. Piensan bastantes de la
opus, y no de la opus, que
la vocación es algo que justifica a toda costa su conducta mediante principios
a priori. En lugar de reconocer espontáneamente lo diverso y contradictorio de
muchos de nuestros móviles –no me refiero a los teléfonos-, y aceptar la vida
como algo que se va haciendo, rectificando, volviendo a empezar, equivocándose
y acertando, deciden de una vez para siempre que no, que ellos son elegidos y,
por tanto, soy pobre porque sí, porque “nosotros somos pobres”, soy casto
porque sí “porque nosotros somos castos”, soy alegre porque “nosotros somos
alegres”. Y un jamón. La vida se anda, chino chano, y
a ver qué pasa, con Dios en el bolsillo, o solo, pero se anda.
Es
preferible el fanfarrón de la mentira y del pecado al fanfarrón de la
sinceridad y del ideal: el que cree mentir diciendo la verdad al que cree decir la verdad y miente. Hay muchos que creen
ser sinceros: creen amar y no aman. Hay quien decide que todo en su vida será
moral, que hasta su misma sed de gozar, de dominar, de vivir la pobreza ésa,
llevará la máscara de la virtud. El engaño es el precio de esa falsa unidad.
Sabemos
que el ser humano tiene poco más de 30.000 genes, pocos más que el chimpancé
(cosa que algunos intuían), y el doble que la mosca del vinagre (eso no lo
intuía ni Tarzán). Sabemos
que posee 50 trillones de células y, dicen, que si todo el ADN se pusiera en
fila haría 60 veces el trayecto entre la Tierra y el Sol. Casi nada.
También
nos aseguran que el ADN es el archivo en el que se almacenan cuatro letras
químicas esenciales con instrucciones precisas para la vida. Pero todo esto no
es la verdad, al menos toda la verdad, ni siquiera la verdad más relevante.
Somos algo más que todo ese mapa: somos libres y responsables. Nada está
escrito de antemano por mucho que así lo profetice de cada uno la opus cuando condena a la
desgracia terrena, y quizá la eterna –por escrito y de palabra (ojo, que es muy
grave el asunto)- a quien busca otros caminos honradamente y de buen corazón.
Cuando afirma que traicionamos a la opus, a la Iglesia, a nuestros hermanos, al mundo entero.
Cuando determina a priori las acciones de sus fieles según el código de un ADN
muy particular, el suyo, que lleva inscritas las instrucciones precisas para
ser feliz en esta vida y, después, en la vida eterna… ¡Ay, pero como rompas esa
cadena de letras!: no vales ni un duro, ni dos pesetas.
No vales nada.
No
se me olvida la última noche antes de dejar la opus. Una conversación en una terraza de un colegio mayor
con el que entonces era mi director. Fue a matar el tío: “te veo dentro de unos
años solo, alcoholizado, en una barra americana, contando
una vida muy triste”. Le contesté que yo también me veía así… porque lo cierto
es que sí me veía así. Era una posibilidad.
¿Qué
“letra” me saltó en la cadena del ADN para impulsarme a buscar una vida donde
yo pudiera ser, quizás, mejor persona, mejor Satur,
que la pedazo de cosa que estaba hecho?. ¿Qué letra
saltó de esa cadena cuando me precipitó a un mundo sin garantías, sin nada más
que pensar que las cosas “saldrán porque Dios viene conmigo”?
¿Fue la A (adenina), la G (guanina), la T (timina) o la C (citosina)? ¿O fue la
I (ingenuo), o la C (caradura), o la T (traidor)?… ¿pudo ser la A (amor), o la S (sinceridad), o la C (confianza
en Dios), o la P (de Piedra)... unas letras que los científicos más avisados,
los opusimos listillos, y todos aquellos que creen que las cosas son como ellos
las predican, no “ven” en el ADN, pero que ellas solas pueden revolucionar los
50 trillones de células que integran el ser humano. Una sola de esas letras, la
A, hacen saltar por los aires todos los planteamientos más falsos, todos los
intereses espúreos, todas las mentiras, todas las
comodidades, todas las profecías agoreras y todas las tristezas.
Esas
letras han hecho posible las mayores locuras de este mundo. Y por eso hoy,
ahora, en algún lugar de este mundo alguien está quemando las naves.
Hablando
de naves.
San
Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás
decía que la opus era una
barca y a los que dejaban la opus les gritaba,
glosando la idea de que preferían ir a un portaviones que quedarse en esa barca
humilde, “vete, vete al portaviones…”. ¡Joder con la barca de la opus!
Yo
no sé en que portaviones estoy, me muevo y ando, y desconozco cuantos de los
que han dejado la opus viven
en portaviones, ¡pero anda que no hay que tener cara para decir que la
Prelatura Perlada es una barca!. ¡¡¡Joder con la barquita!!!:
¡¡¡QUIERO ESA BARCA!!!.
Y
ante planteamientos así habrá que plantarse delante de esa
opus y decirle que naranjas de la China: que están muy, pero que muy equivocados, que andan mal, que
así no van a ninguna parte: una corona de oro para un
espantapájaros.
Se
puso de moda en las convivencias de El Poblado organizar excursiones a los
Cañones del río Vero y a los Oscuros del Mascún.
Lugares de una belleza extraordinaria, fantástica en sus formas, y con ese
puntillo de aventura y riesgo que los hace inolvidables. Bajar esos cañones
donde el río durante millones años ha excavado la roca como si fuera
mantequilla, encajonado en murallas gigantescas, donde el sol apenas acaricia
las aguas, entre “Oscuros” que parecen la guarida de Gollum,
era una experiencia más que divertida. Horas saltando entre rocas,
zambulléndote desde un saliente en una pequeña y fresquísima poza, dejándote
arrastrar por una corriente brava que corre entre sinuosas curvas calcáreas,
buceando cuevas donde parece que has vuelto al seno de Gea, mamá Tierra,
rodeado de una humedad que recuerda a la del líquido seminiolílitico,
o como se escriba eso. El regreso al barro primordial. ¡Una experiencia difícil
de transmitir!
En
principio no era peligrosa la excursión pero había que andar atento en la
entrada del Cañón donde se avisaba de peligro de tormentas. No de tormentas en
esa zona, sino en el Pirineo, a cuarenta kilómetros de allí. En tan sólo dos
horas las aguas bajaban bravísimas y salvajes desde las montañas y se
encajonaban en el Cañón convirtiéndose en minutos en una trampa mortal: la
estrechez de los Oscuros hacía que subiera el nivel del río, y con una fuerza
imposible de resistir por muy en forma que se estuviera. Más de uno no ha
regresado del Mascún.
Y
es el caso que cuatro numerarios decidieron ir de excursión en un curso anual a
los Oscuros del Mascún. Y no se percataron del aviso
de tormenta del patín de la baraja que se anunciaba en la entrada del Cañón, y
allá que se fueron pertrechados tan sólo de un traje de baño de media caña y
unas zapatillas deportivas cantando eso de “¡adelante sin miedo no miréis patrás!...”. Y cuando estaban a mitad de recorrido de los
Oscuros, en una zona estrecha, entre paredes inexpugnables, oyen un ruido feroz
a sus espaldas y comprueban que una masa de agua marrón salvaje y desfasada se
les acerca y atrapa. Con la rapidez que sólo da el miedo suben a una enorme
roca que pronto se convierte en una pequeña isla en medio de aguas turbulentas
que aquí y allá chocan contra todo.
-
¿Qué hacemos? -pregunta el que hace cabeza– esto va a seguir subiendo y…
Observan
que un poco más abajo el Cañón se abre en una curva y que allí es posible salir
a tierra abierta.
-
Voy a dejarme arrastrar por la corriente hasta ese recodo -comenta otro de ojos
achinados- y aprovechando la fuerza centrípeta el río me expulsará a tierra y
voy a pedir ayuda al pueblo.
- Ok; inténtalo. Nosotros encomendamos, y si es fácil te
seguimos.
-
Encomienda.
-
Encomiendo.
-
Yo también encomiendo –añade un tercero.
-
Y yo –comenta el cuarto-. Yo encomiendo que no veas.
-
Y yo –exclama una trucha que estaba oculta debajo de una piedra.
-
Pas (hay gente que dice “pas” en lugar de “pax”).
-
In aeternum (nunca mejor dicho)
Nuestro
héroe reza un avemaría y en la parte de “ahora y en la
hora de nuestra muerte” dice “ahora, y en la hora de ÉSTA muerte”, y se
zambulle en las bravas aguas.
Bravas
aguas que le subsumen, le hacen desaparecer a la vista de sus hermanos, y allá
abajo, le voltean, le garrapiñan, le centrifugan de lado, de espaldas, de culo,
de cúbito supino, de cúbito
pronoto, de cúbito derrepenete… le zarandean como un muñeco, le golpean contra
las rocas. Y el tío que nada, que no sale en el recodo,
que no le centripetan. El tío sigue en el interior de
toda esa masa de agua sin saber ya ni quién es, ni de donde viene, ni a donde
va, ni que é lo que é, ni ná de ná.
-
¡¡¡Fumanchúúú!!! –gritan los de la isla- ¡Éste tío se
ha matado!
El
río, harto de arrastrar al chino, lo gomita en otro
recodo a cientos de metros de los de la isla. El hombre está aturdido. Tirado
como un pollito mojado jadea en la orilla, tose, escupe, chorrea, bocanea, e intenta saber qué hace allí, y cual es el
encargo que le han dado. Entonces se observa detenidamente a sí mismo y se
pregunta “vamos a ver, si yo no me llamo Curro Jiménez, ¿cómo es que tengo un
TRABUCO tan grande?”. Y es que entre tantas revueltas y más revueltas, el río
le había despojado del bañador. Caronte, el barquero,
le había cobrado la limosna de esa prenda a cambio de su vida.
Sí:
estaba en pelota picada. Con zapatillas, pero con la misma impresión que Adán
cuando mordió la manzana y Eva le preguntó “ ¿y ese ciruelo, desde cuándo lo
tienes?”. Y Adán, todo rojo, “¡andanda!, pues que no lo sé, oye”. El bañador a esas alturas estaba en
la confluencia del Vero con el Cinca.
He
aquí un auténtico dilema moral. He aquí la santidad puesta en crisis. He aquí
una de esas pruebas que nos envía la Providencia como. miles
de años antes, Dios hizo con Abraham –ése que le llamaban así porque llegaba
todos los días tarde a casa y no tenía llave y mamporreaba
la puerta gritando “¡¡¡Abrááán, Abrááán!!!”…
y con ese nombre se quedó. Por palizas.
“
¿Qué hago? -se pregunta angustiado nuestro atribulado ser humano: ¿me voy en
pelotas por los campos hasta el pueblo, como el de Gerasa,
y pido ayuda para mis hermanos que están apunto de perecer?;
¿voy en busca del bañador y regreso después?; ¿decido
quedarme por estos páramos dedicando mis días al ayuno, a la oración y a la
vida eremita? Enorme las dudas de esa pobre alma que sufre y que no sabe qué
decidir: si sigue el 6º mandamiento –lo que significa la muerte de los
desdichados que ha dejado a merced de la brutal naturaleza- o, por el
contrario, se aferra a la norma de la Caridad, que borrará la muchedumbre de su pecados.
Vence
la Caridad y se decide a subir una pendiente de media hora de camino sin senda,
entre abrojos, espinos, piedras y “quédateconmigo”,
esas plantas con púas que te agarran de la ropa –si se anda entre ellas con
ropa– y parecen querer retenerte. Y sufre en silencio los pinchazos en su piel
sólo acariciada antes por las suaves manos de su madre, hace muchos años.
Se
acerca al pueblecito de Alquezar. Está como un auténtico Ecce
Homo: sólo le falta la corona de espinas y la clámide –que para sí quisiera.
Reza, encomienda encontrarse en la primera casa con un viejete
que pueda prestarle un modesto pantalón de pana negra, pero, quiá, el pueblo entero está a esas horas en la calle,
tomando la fresca, de tertulia, repleto de excursionistas y de aventureros que
en la terraza de un bar toman unas cervezas mientras comentan la jornada.
Arranca una rama de un arbusto, se la coloca en salva sea la parte y, todo
coloradote, se planta en medio de la plaza y grita “¡¡¡por favor, por favor,
hay unos compañeros que están aislados en el cañón y necesitan ayuda!!!.
La
peña le mira con absoluto desconcierto y perplejidad mayúscula, incluso alguno
con envidia. Una ancianita suspira sentada en una sillita pensando, quizás, en otros
tiempos, cuando Honorio era un campeón. Hay quien le
hace fotos. Y le socorren, auxilian y dan pomada. Llaman a la Guardia Civil que
acompaña a nuestro fiel amigo hasta donde están apunto de perecer sus hermanos.
Tan sólo se apoyan cada uno en un pie, como aves zancudas, sobre la roca que
está en un plis de ser cubierta por las aguas.
Curiosamente cada uno lleva un rosario de dedo entre sus idems.
Con
una polea y una sirga lograron rescatarlos. Alborozados y festivos se abrazaron
celebrando el reencuentro.
-
¿Y ese pantalón tan hortera y esa camisa de flores?;
¿no llevabas un trajedebaño? O sea, que encima de que
estábamos jodidos vas tú y te dedicas a comprar ropa en el pueblo –le dice el
que hace cabeza.
- Bueno… es una historia muy larga de contar. Pertenece al
fuero interno, ya sabes.
El
tiempo pasa y olvidamos muchas historias. Es probable que a estas alturas,
veinte años después de ésta que aquí se ha contado, sus protagonistas no
recuerden el día que aquel hombre, Fumanchú, les
salvó de una muerte segura. Dio su vida, su honor, su pudor y vergüenza por
esas almas desagradecidas. Y se hablarán de otros milagros, de otras proezas y
de otras hazañas. Se canonizarán santos por mucho menos, y mártires. Pero esa
santidad heroica y escondida de nuestro hombre quedará para siempre esculpida
en el silencio de los Oscuros del Mascún. Y en el
corazón de Dios.
Que
estamos hechos de lo mejor y de lo peor se puede constatar día a día desde que
bajamos del árbol y nos pusimos a andar a dos patas: a Caín le costó muy poco
darle un mangazo a Abel –que debía de ser un tipo algo rarito y repelente– y
darle billete… después vinieron los demás hasta hoy.
Aristóteles
y Santo Tomás se muestran unánimes al definir la virtud como el justo medio
entre dos extremos opuestos. Así nos mantenemos en pie. Olvidar
esto trae consecuencias desastrosas; negar que en nosotros se desarrollan
juntos el bien y el mal tarde o temprano nos encamina al desequilibrio
espiritual y psíquico...
Esta es la causa de tantas neuras, tantas depresiones, tantos agobios en
bastantes algunos fieles de la Perlatura y de
instituciones donde impera un pesimismo moral que no quiere saber nada de uno
de los extremos opuestos: el macarril. En su
formación se tiende sólo a la santidad, se diluye la presencia del mal, se
siente el vicio como enemigo, como algo de lo que mejor no hablar. Tendamos a
la virtud, sólo a ella. Somos santos, somos puros, somos alegres, somos pobres,
somos ordenados, somos generosos, somos piadosos.
-
¿Y no puedes ser también, por ejemplo, vanidoso, perezoso, orgulloso, tacaño,
violento y/o estúpido?
-
No. Imposible: yo soy santo. Tú sí porque no luchas, no rezas y, claro, te pasa lo que te pasa.
-
Ya. ¿Y no sientes “el tigre” enjaulado que quiere saltar y…
-
Yo no hablo de “ESO”.
Las
virtudes y los vicios tienen la misma base humana; no existen
entre ellos ninguna diferencia de naturaleza, sino una diferencia de posición.
Una casa bien construida y otra que cae en ruinas pueden estar hechas con los
mismos materiales y la proporción en que se emplean aseguran el equilibrio o
provocan el hundimiento del edificio. ¿Por qué entonces la constatación de este
hecho elemental escandaliza a “formadores” consagrados que se dedican a revelar
caminos de santidad?. ¿Exigirían acaso que el deseo de los bienes materiales
fuera radicalmente diferente en el ladrón y en el hombre honrado, que la
sexualidad del esposo fiel nada tuviera que ver con la del adúltero, la del pedófilo o la del anadófilo (amor
desmesurado por los patos que hacen cuá cuá de un modo sospechosamente seductor)?.
Hemos
llegado al quid de la cuestión. Lo que no pueden soportar esos chicos es que la
virtud proceda de la misma fuente que el vicio, que entre las cosas buenas y
las malas no hay diferencia de origen. Y es que no perdonan
a la virtud su procedencia “ demasiado humana”, que diría Ních
–ése gran cabrón que le jodía ser sólo hombre. Hay en esos modos de formar una
terrible desconfianza e insatisfacción ante el ser humano. Y eso, a la larga,
destroza, lleva a la ruina y se desmorona. Al pensar así se tiende de un modo
histérico a huir hacia arriba escapando de lo humano y se habla de la “gracia
para escapar de la gravedad“, de la “caridad que es de otro orden”, o de los
famosos “actos gratuitos” que tanto gustaban a Gide, Graham Green y compañía. Les requetejode descubrirse “humanos, demasiado humanos”,
“frívolos”, “superficiales”, “epidérmicos”.
Pero
lo son. Lo somos. Les encantaría que el hombre tuviera dos naturalezas, una
para el bien y otra para el mal. Pero no; sólo tenemos una, y hay que quererla
para ir andando con cierta chulería, garbo y soltura por este mundo. Sabiendo,
y aquí está la sustancia, que hay un Ser más allá de la muerte que nos ama y
nos comprende, que para eso nos hizo, qué leches. No sé quién dijo – que a lo
mejor era gilipollas – que si conociéramos el fondo de todo tendríamos
compasión hasta de las estrellas. Y es verdad.
Por
eso, queridas y queridos depresivos provocados por esas formaciones, estimados agobiatas, neúroticos todos, os
pasa lo que os pasa. No comprendéis nada y os desespera ver las sombras que la
luz proyecta en vuestras vidas.
¡Benditas
sombras!
12. De apariciones y hechos extraordinarios
Estaba en la cocina preparándome un delicioso bocata de fuet,
queso, jamón de York, todo él bien untado de tomate,
un diente de ajo desmenuzado, y acompañado de una lata fresquísima de cerveza
cuando ella entró. Ella es La Piedra.
-
Quiero hablar contigo –me dijo solemne
-
OK; termino de echar esto por el agujero de la cara y charlamos, amol –le
contesté echándole varios perdigonazos de algo
parecido a un embrudo de migas con cosas raras
Minutos
después, con un kilito más, me dirigí a la sala de estar donde ella me esperaba
de pie junto a la ventana. Era la viva imagen de una gran dama a punto de
estallar. Esperando a Godot. Confié en poder estar a
la altura del tema que iba a plantear. Me encomendé a San Pablo Miki y los Toni y puse cara de
“soy tuyo, para ti nací, dime Piedra, ¿qué quieres de mi?”.
Con ese careto he salido de situaciones muy difíciles. Temí lo peor, escuchar
la única frase salida de sus labios que puede hacerme perder pie: "estoy
esperando quintillizos… y no son tuyos”...
-
Aquí estoy, cielito, dispuesto a hablar –dije-. ¿Qué querías?.
-
Sabes muy bien lo que quería –me contestó-. Dejémoslo así.
Se
dio la vuelta y marchó al dormitorio, sin duda para mirarse en un espejo que no
le refleja, introducirse en el féretro, cerrar la tapa, juntar las manos sobre
su pecho y dormir.
¡Hala!,
y uno allí con cara de tontolaba
preguntándose si será que volví a dejar la nevera abierta, o que olvidé sacar
los zapatos a la terraza (¡¡¡qué alegres cantaban aquella mañana los
pajaritos!!!) o, quizás, que ella regresó a casa y se
encuentra que no hay nadie y está Rafaela Carrá con
el sonoro a tuti plein
cantando eso de “Fiesta, que fantástica, fantástica la fiesta…”. No sé. También
podría ser que en la última salida a cenar con los amigos me pasé de Jacks Daniels y le pedí al baranda del bar de copas que me pusiera un CD que llevo
en el coche: un recopilatorio de cantos gregorianos de
la Abadía de Solesmes. Y allí me bailé un agarrado
del “Ite ad Joseph” con alguien que ahora no sabría
definir exactamente. Alguien que tenía un enorme parecido a Magdeleine
Albright hasta el moño de Hemoal,
creo…¡Yo que sé!. Y sí que recuerdo que la cara de la Piedra al verme bailando
todo serio era como muy chunga, pero pensé que le habría sentado mal algo
-¡cosas de mujeres!.
Trasladé
a un amigo mis zozobras con La Piedra.
-
Es hora de que hagas un viaje con ella, que descanséis, que hagáis un alto en
el camino. Tu mujer necesita que le dediques tiempo.
Me
gustó la idea de mi amigo que, por cierto, trabaja en una agencia de viajes, y
nos fuimos los dos a pasar unos días lejos de todo. Cuando escribo los dos no
me refiero a mi amigo y yo, quede claro. ¿No me he tragado cientos de cursos de
retiro de cinco días sin rechistar?, pues, venga, con
La Piedra a pasalo guapamente.
Esa
es la razón de no haber escrito estos días en Orejas. Estaba en el féretro,
dejándome morder, apuñalando su corazón con mi cuchillo de plata, sobrevolando
la noche con nuestras capas negras, limpiando colmillo. ¡¡¡Wakawakaaaaaaa!!!
Repaso
Orejas y disfruto leyendo nuevas aportaciones, algunas de nivel que te rilas, como la de Choza
y la cosa sexual, o la de Esquivias sobre la dirección espiritual,
las aportaciones de Marytepé al mundo de san Gabriel y, en
fin, todo lo que se ha publicado estos días.
Leyendo
a Juan
Diego –gracias por lo que escribes de mi, yo
también te quiero, manito– y toda la historia esa del sacerdote y su encuentro
con la cabra luciferina me preguntaba como puede ser que en una institución que
dice no hay plazas de tontos, con unos tipos que se afirma de ellos que son la
aristocracia de la inteligencia, pueden caer en creerse a pie juntillas los
cuentos más increíbles. Cuela todo. Y cuela a pequeños y grandes, hombres y
mujeres, obispos y teólogas, a todos en contri seres humanos (in tanti contri ergo humanun sum criaturas ad conversionem).
Pozí, asín es. Y basta que uno
cuente que una supernumeraria se encontró a San Josemaría
acostando a sus hijos porque la probre no había
podido ir a Misa y la muy bruta va, encomienda al santo a sus hijos y se larga a ver qué pasa. O el sacerdote que se encuentra al santo
confesando en su confesionario. O el supernumerario que, se dice, tiene
alocuciones eucarísticas en la acción de gracias que le duran horas. O aquel
sacerdote que, se comenta en los pasillos, ve a Nuestra Señora y habla con
Ella…
A
éste le conocí. Efectivamente, la verdad es que el hombre hablaba en voz alta,
cuando estaba a solas en su habitación, con La Virgen. Soy testigo porque lo
sufrí: era su vecino de pared. No se cortaba un pelo y a mi
me tenía más que acojonado: hiperacojonado. Estaba convencido de que a un metro
de mi María y Don Ándale hablaban y hablaban, aunque sólo se le escuchaba a él.
Tanto sufrí que en varias ocasiones me propuse sorprenderles para serenar mis
nervios y salir de dudas. Un día llamé; Don Ándale dijo “adelanteeee”,
y nada. Allí no había nadie. Ni tampoco ese olor que, dicen, se desprende en
lugares donde la Virgen ha estado.
En
mi paranoia creí que si llamaba les daba tiempo a que la visión desapareciera
así que decidí abrir la puerta y sorprenderle en plena alocución o locuela,
como la madre de San Josemaría cuando le sorprendió a
éste con la Madre de Dios. Esperé a que comenzara su charla habitual y, pimba, abro la puerta como si hubiese confundido la
habitación.
Nunca
olvidaré el careto de es hombre, el respingo que dio: en pijama, despeinado
panocha, ojos alechugados que me miraban como si fuera el espectro de Búster Keaton. Pero ni rastro de la Virgen.
Nunca
salí de dudas.
Estas
historias, y más increíbles, se cuentan y transmiten con una velocidad
fantástica: de tertulia en tertulia, de charla en charla, de confidencia en
confidencia, de meditación en meditación… miles de Tarzanes
de liana en liana llevando de aquí para allá milagros, favores, hechos
extraordinarios y actos sobrenaturales de primer orden.
Es
la anónima necesidad que todos tenemos de “tocar” la fe, como sea, aun a costa
de dejarnos engañar. Incluso sabiendo que no es verdad. Es querer un
certificado de que estamos en el verdadero camino hacia la santidad. Estamos
“con los buenos”, vivo en la verdad y Dios está conmigo. No me bastan los
bienes más humildes, esos que nos acompañan todos los días: el trabajo diario,
el sueldecillo que me gano para ir tirando, soportar
al vecino, cultivar al amigo y, en fin, vivir la puta vida, tan maja ella. No
basta con descubrir que en esa vida, tan normal, hay algo sagrado, más que un
pretendido milagro. Y se busca un atajo que me demuestre que sí, que voy cojonudamente, que no hay misterios ni intimidades
intuidas: que “toco a Dios” .Y se necesita saber que
hay Niños Jesuses que reviven, imágenes que sonríen,
custodios que hacen favores a saco, muertas que resucitan para advertirnos que
“no recéis por mi porque no fui sincera en la charla y
ahora vivo un castigo que merezco… escarmentad, hermanas”. Y, claro, a quien se
le ocurre no contar que merendaba los sábados, y que se ponía hasta el culo de
caramelos Sugus de Suchard.
Hala, pues a joderse, por no ser sincera.
Al
final de ese camino, que es una mentira mezcla de histeria y superstición,
disminuye el vínculo en la tensión que todos tenemos entre el ser y el tener.
En último término, la fe que no procede de una vida vivida en la normalidad,
que se adorna de milagros, favores y hechos extraordinarios que salen de la
chistera de un mago vestido de sacerdote, de monje o de laico comprometido, es
sólo un talismán anónimo, que lo consigue todo, pero hiriendo de muerte todo lo
que toca: maridos, esposas, hijos, amigos, trabajo y
supuestas santidades.
Podrán
reunir en un solo ramo todas las flores del mundo -de plástico-,pero serán incapaces de hacer brotar la más humilde
violeta. Vaciarán todas las floristerías de milagros y hechos sobrenaturales,
pero no tendrán ni puta idea de lo que es la alegría del jardinero… ése que sí
sabe lo que es “un milagro” de verdad. Ciento por ciento
milagro.
En
un comité directivo de un colegio se llegó a la conclusión, con un
convencimiento maravillosamente estúpìdo, de que el
problema que había allí era “que el diablo había metido el rabo y estaba
enredando”. Y no había quien les sacara de allí.
-
Pero, bueno, no será eso…
-
Que sí, que sí, convéncete, que el diablo ha metido el rabo. Esto es cosa de
Satanás.
Y
no eran los únicos. Conocí un encargado de casas de convivencias, un tipo
original e irrepetible, con nombre de muñeco de ventríloco
que merecerá un capítulo para él sólo, y que cuando había algún problema, fuera
del tipo que fuera, siempre decía “es el diablo, Satur,
es el diablo, que aquí pasan cosas muy raras”. Y lo
decía más que convencido.
La
verdad es que era un recurso que de vez en cuando escuchabas en bastantes de
los de la opus: el diablo está metiendo el rabo.
Vamos,
hombre, le digo yo al director de mi empresa que no se cumplen los objetivos
porque el diablo está metiendo el rabo y el tío me pega una tortazo
a mano abierta que veo al coro de la Abadía de Solesmes
vestidos de primera Comunión cantando con la voz de los Bee
Gees “freres aqué, freres aque,
donevú, donevú, sonelepatine, sonelepatine, din don, din don…”
13. HISTORIAS DEL POBLADO. MACARIO.
El
Poblado es un conjunto de casas de convivencias al pie de las paredes de un
pantano de aguas azuladas, muy cerca de Torreciudad –
los lugareños contaban “mira que listos los del opus
que echan “ azulete” en el agua para que quede más bonito (imaginaban que una
vez al mes un bedel -probablemente agregado– iba con una barca derramado
azulete por las aguas).
Miles
de convivencias se han hecho allí, y miles de historias han sucedido y,
glosando a San Juan, si se escribieran una por una, me parece que en el mundo
entero no cabrían los libros que podrían escribirse. Y gran parte de esas
historias no hubiesen sucedido de no haber sido por la existencia de un hombre
-una mezcla de vendedor ambulante, actor, feriante e histrión. Un tipo de otro
planeta: poliédrico, exagerado, pillo, de una fantasía excesiva… Le llamaremos
Macario del Poblado. Y tengo para mí que es uno de los personajes más
interesantes y desconcertantes que he conocido; con él llorabas, reías, desesperabas, te subías por las
paredes, jurabas no creerle más, no volver más allí… y siempre se regresaba,
aun sabiendo que él seguía allí, más inamovible que las paredes de cemento del
pantano.
Macario
era el encargado de administrar todos aquellos barracones desde su inicio. Unos
barracones miserables (entonces, ahora ya son otra cosa), donde en habitaciones
de apenas tres por tres metros el tipo era capaz de meter un crucifijo, una
imagen de la Virgen, tres literas, tres armarios, seis toallitas que por la
textura podrías deducir que eran eso, toallitas,
aunque no eran pocos los que la usaban de pañuelo, tan pequeñas eran. La sala
de estar era un conjunto absurdo de tapices, retales de mercadillo: cada
sillón, cada silla, era un caledoscopio muy difícil
de explicar, un amasijo de pegotes sin sentido alguno, muebles ideados por un
decorador que, supongo, esa prueba debía de ser el examen de recuperación de la
primera evaluación de la especialidad de FP II de la Escuela de Barbastro de Arte y Decoración. Por supuesto, se lo zingaron, pero allá quedó su
obra maestra. El comedor era una nave inmensa, repleta de mesas enormes, gélido
en invierno y la gehena en verano… sin embargo, allí se pasaba de maravilla,
esa es la verdad.
Macario
administraba todo aquello con un criterio: no gastaba ni en bromas y, si podía,
a la hora de facturar te metía unas cuantas multas por desperfectos y extras
varios. Para él desperfectos eran el cambiar un aspersor de lugar “¡¡¡hala, mecagüen la leche, ya me habéis jodido un aspersor: cinco
mil duros, a tomal pol
culo!!!. ¡¡¡Por favor, por favor, que me ha dicho el Padre que cuidemos el
Poblado, que es para la Virgen, oyes!!!.
Macario
mezclaba sin rubor alguno, y esa era su táctica, los tacos, con el Padre con el
que parecía tener contacto directo a diario, Nuestra Señora, la pobreza, el
proselitismo, calcular todo en duros y terminar con ese “oyes” que conmovía
mucho … y lo bueno es que le funcionaba, al menos el primer año, cuando no se
le conocía. Cuando ya se le había pillado el hilo la cosa cambiaba. Una tarde
de agosto llegaron en autobús cuarenta de Granada. Bajaron en pantalones
cortos, naúticos y polos vistosos. Nada más verlos
bajar Macario sale a su encuentro como un loco.
-
¿Quién es el director?, ¡aquí no baja nadie así!. ¡He
dicho que quién es el director!
Baja
un tipo así como muy guaperas, un Petronio
con rayban, melena muy cuidada, pantalón corto,
mocasines de pala corta sin calcetines y un Fred Perry blanco inmaculado.
-
Yo soy el directó, qué paza.
-
Pues que les digas a tus chicos que El Poblado es como un centro, como Torreciudad y, mecagüen la leche,
que no se puede ir aquí medio en pelotas, como si esto fuera la playa, oyes.
Aquí nadie va en pantalón corto. Eso es lo que pasa.
-
Perdone, ¿con quién hablo?.
-
Soy el Director de todo esto. Y el Padre me ha pedido que no bajemos el tono,
así que a ver si echamos una mano y colaboramos, oyes.
Petronio se le queda mirando y presiente que ese tío no cede ni a
tiros así que se gira y ordena al conductor del autobús “a Barbastro,
a buscar un hotel”. Macario no da crédito a lo que acaba de escuchar. Se acerca
a Brumel, se le abraza al cuello y le expeta.
-
¡¡¡Mecagüen la puta, qué tío!!!. ¿Sabes lo que te
digo?: pues que a mi los
soberbios me dan pol culo y, ¿sabes lo qué te digo,
oyes?
-
¿Qué me dice?
-
Pues que me estás dando pol culo, así que ya te estás
marchando de aquí. Y esto se lo voy a contar ahora mismo al Rector de Torreciudad, pero ahora mismo (otro recurso habitual era
apelar al rector).
Otra
de sus estrategias era echar la culpa de lo que sucedía al diablo, o a un
encargado al que había avisado de algo y, curiosamente, no estaba en ese
momento, cuando se le necesitaba. Así todos los directores de cualquier
convivencia, curso de retiro o evento espiritual avisaban con días de
antelación (sobretodo en invierno) que recordara que llegaban el viernes y que
estuviera encendida la calefacción y el agua caliente. Pero, quiá, lo habitual era que el viernes el diablo había
estropeado el termo, la caldera. Y puedo asegurar que el frío era de ir a mear
y no encontrártela. Macario con ese ahorro, semana a semana, mes a mes, le
sacaba beneficio al consumo del Poblado.
Una
noche de viernes llegaron veinticinco chicos de Barcelona a un curso de retiro.
No había calefacción ni agua caliente. Y el director arrambló con todas las
perchas del barracón, las puso en medio de la sala de estar, y organizó una
hoguera que dejó aquello como la cueva de Altamira. Al día siguiente se
largaron con viento fresco, sin decir oste ni moste…
A
Macario se le invitaba a la tertulia y allí era cuando Macario era un
espectáculo. Yo le he escuchado su pitaje de miles de
formas distintas, todas dramáticas, extrañas, misteriosas y que te ponían la
gallina de piel. Toda la gallina de piel de piel. Nunca conseguí averiguar cuál
era la verdadera, si alguna era la verdadera.
-
Yo era ateo. Pero ateo, ateo. No creía en nada. Ganaba mucho dinero y tenía un
Mercedes y la vida no me importaba nada. Un día, volviendo de una noche de
farra con cuatro amigos tuvimos un accidente, fue algo terrible… aquí al lado
fue, y se me murieron los tres amigos. Me quedé solo…¡¡¡Y ESTÁBAMOS EN PECADO
MORTAL!!! ¡¡¡TODOS EN PECADO MORTAL!!!. ¡¡¡Y EL ÚNICO QUE QUEDO VIVO FUI YO,
OYES!!!...
Juro
que en aquel momento, escuchándole gritar, con esa voz trémula y sentida, te
saltaban las lágrimas.
-
Y decidí que esa vida no tenía sentido. Poco a poco fui convirtiéndome gracias
a un sacerdote –aquí glosaba la importancia de un amigo sacerdote en quien
confiar– y ahora soy el hombre más feliz de la tierra. No soy millonario pero,
oyes, no me cambio por ese otro porque tengo un amor que vale más que todo el
dinero del mundo. Y no hay día que no rece por aquellos amigos míos para que el
Señor les haya dado un momento de luz antes de morir… ¡qué sabemos, oyes!.
Acordaos de ellos, por favor.
Y
terminada la tertulia más de uno y de diez corríamos
al oratorio para rezar por el alma de esos pecadores que, muy probablemente,
caso de haber existido, estuvieran en una discoteca poniéndose ciegos de
cubatas, pecando los tíos a troche y moche.
Memorable
fue la tertulia de Macario en un curso de inglés. Un mes de convivencia da para
mucho y Macario tendía a tener sus enchufados entre los chavales. Conocía la
vida de bastantes de ellos, sus circunstancias familiares y personales, y le
dolía que esos chavales, después de un mes allí, viviendo cerca de la Virgen,
rezando, en gracia de Dios y tal, marcharan en agosto a la playa, al abandono
espiritual, a ir en pantalón corto y eso. Y en aquella tertulia no se le ocurre
otra cosa que contar lo siguiente:
-
Cuando yo era ateo y me importaba todo un comino decidí ir con mi familia a
veranear a Sitges (pueblo costero conocido por sus laxas costumbres). Yo entonces no conocía para nada el opus
dei, pero mis hijas iba por un club como el que vais
vosotros. Yo, oyes, pues las respetaba, porque allí les decían que fueran
mejores hijas, mejores estudiantes, mejores amigas y, oyes, a mi eso me gustaba. Además que mis hijas son un sol, que las
quiero con locura. Y allí que nos fuimos, a Sitges. No sé cuantas horas de
viaje nos pegamos para llegar allí, oyes. Y cuando entramos en el pueblo,
viendo el ambiente que había por las calles, van mis hijas y me dicen “para
papá, para y date la vuelta, por lo que más quieras”. Y yo les digo “¿pues, qué
pasa, hijas?”. Y las chicas, muy serias, me contestaron “PARA, PAPÁ; SI NO
QUIERES VER A TUS HIJAS EN PECADO MORTAL”… ¡¡¡Y ME DÍ LA VUELTA!!!. ¡¡¡QUÉ
LECCIÓN, DIOS MÍO, QUÉ LECCIÓN!!! Para que veáis la fuerza que tienen los hijos
y el ejemplo que pueden dar. Y vosotros, pues lo mismo, ¡que
no sabéis la fuerza que tenéis cuando vuestros padres os ven majos y enamorados
de Dios, oyes...
Claro,
luego siempre había algún chaval que chutado de Macario iba con esos modos a
sus padres y la armaba bien armada.
-Oye
– llamaba un padre – que me dice mi hijo que no quiere ir a la playa porque
está en pecado mortal y que, además, no quiere que lo estemos nosotros.
Macario
no paraba ante nada y ya fuera por la playa, o por si uno tenía los padres
separados, o tomaba droga, siempre tenía alguna anécdota donde él estuvo a
punto de separarse y su hija le ayudó a no hacerlo, o conoció a un amigo íntimo
que estaba en la droga… Nunca salió el tema de la homosexualidad, pero estoy
seguro de que de haber surgido, o Macario fue maricón una temporada en su vida,
o conoció alguno que, arrepentido, volvió a la heterosexualidad y ahora es
padre feliz y enamorado con diecisiete hijos. No problemo.
En
aquella tertulia del “para, papá”, el problema me lo creó a mi,
que era el director. Y es que a mi lado estaban unos nativos ingleses, unos
profesores del curso de inglés cogidos a lazo que lo de opus
dei le sonaba a Luke Skywalker. Y los tíos, la verdad, estaban muy quemados. Se
habían hecho a la idea de venir a España un mes: sol, mujeres bonitas,
monumentos, cerveza… y se encuentran en un Poblado de Huesca, un secarral,
entre tipos que van a clases de inglés a reírse de ellos, rezan, van a Misa,
suben al Santuario, bajan del Santuario y juegan al fútbol como posesos. Y,
encima, el día libre tienen que acompañarles de excursión a un valle perdido
donde la única especie femenina que pueden ver es la trucha, la vaca y la oveja.
Planazo. No ganaban para sustos, los pobres. El primer día del curso sale uno
de la ducha igual que Adán antes de la caída: un tipo con poderío, todo hay que
decirlo. Un campeón. Un crack. Los chavales, normal,
alucinados, escandalizados y divertidos. Yo, al verle, me acerco y le susurro
“ponte la toalla”
-
Ya la tengo ponida -me señala tocándose el hombro
donde, efectivamente, está la toalla.
-
No, en el hombro no, en la cintura, que me los acomplejas…. (y a mi, qué caramba)
Los
british se pasaban las horas en la piscina con unos
trajes de baños minúsculos cuyos paquetes no los gira
ni Seur 10 –y con el cabreo
correspondiente de Macario ante tanto derroche exhibicionista.
A
la salida de la tertulia los profes de inglés
pidieron entrevista conmigo.
- ¿Qué
ser Sitges? –preguntan con ojos vidiriosos.
-
¿Sitges?... bueno, Sitges es un pueblo costero, cerca de Barcelona. Un lugar de
veraneo
-
¿Por qué hombre de gafas decir que darse la vuelta al llegar a Sitges?. ¿Qué
sucede en pueblo de Sitges?
-
Nada, que Macario es un exagerado y…
-
¿Por qué hombre decir que sus hijas estar en pecado
mortal?, ¿qué pasa en Sitges?
-
Joder, ya, hombre, que no pasa nada, lo que pasa es
que la gente va en traje de baño a la playa y toma el sol y esas cosas y este
tío se cree que van en pelotas… ¡¡¡que es un exagerado, hombre, ya, joder!.
Allí
metí la pata, y de qué manera.
-
Queremos conocer Sitges –impusieron con los ojos como sapos.
-
Pues de que no.
-
Pues de que sí, porque estar hasta los eggs de
aguantar niños y rezos y excursiones a montañas.
-
Pues de que no.
-
Pues go away, aquí quedas
con niños y hombre de gafas. Ir a la mierda todos.
Me
limpié la espuma de los labios. Estaba perdido.
-
Pues de que sí, venga, que no es para tanto, hombre, coleguis.
Y
allí se fueron los cuatro el día de excursión. Y regresaron, ya de madrugada,
felices, agotados y gambas total. Hartos de ver curvas
mollares y de cervezas y de daikiris:
super en pecado mortal .
El
Poblado creció, se mejoró y dejó de ser un apeadero del far
west. Macario envejeció con él. Dejó de ser sherif y pasó a administrar con nuevas leyes y modos que la
civilización fue pautando. Pero un nuevo enemigo descubrió para su cruzada
particular: los Tozales, y todas esa chicas pijas que los habitaban, con sus pantalocintos
cortos, sus falditas, sus polos, su simpatía contagiosa, su libertad, sus
visitas a la cafetería de la Hostería donde se encontraban con los chicos del
Poblado. La tentación vive arriba.
Pero
eso ya es otra historia, oyes.
14. No me basta decir te quiero
Pronto
hará cuatro años que dejé la opus
y necesito decirte que no me basta decir que te quiero. Necesito que lo sepa
todo el mundo.
Durante
años viví una vida muy triste. Era un tipo muy
divertido, pero si alguien me siguiera, se encontraría con un pobre hombre, un
desventurado. Un tipo atrapado en miserias y vanidades que sabía simular,
esconder y mentir. Un hombre que confesaba en iglesias perdidas historias que
no tenían ningún sentido y salía de ellas pensando “¡vaya mierda de vida, vaya
mierda!”. Veintisiete años de tonterías.
Tú
también vivías sola.
La
verdad es que nadie lo diría, pero tú supiste ver poco a poco en mí toda esa
tristeza y esa soledad, y todas mis mentiras. Al intuir eso sentiste el deseo
de salir a defenderme contra no se sabe quién, como si vieses golpear a un
niño. Te quiero por muchas razones, pero ésta me conmueve de un modo difícil de
explicar: saber que yo no era más que un pobre cobarde, un clown
de circo a cuyas mejillas iban todas las bofetadas. Y tú apareciste como
aparece el amor: un fatalismo alegre que atrapa, transfigura y rompe de verdad
un corazón acortezado, con una belleza insoportable,
como la belleza insoportable de la música. Un amor que me comprometía hasta los
tuétanos y hacía que mi vida fuese, quizás por primera vez, una auténtica
historia tan hermosa, absurda, extraña y misteriosa como la mejor de la novelas, como la mejor de las películas.
Por
eso te quiero. ¡Qué alegría sentir siempre tu amor!, ¡qué alegría ese segundo exacto en el que nos conocimos!. El
segundo ése que nos obligó a amarnos hasta nunca, en el que pasamos a ser un
asunto de vida o muerte, una apuesta al todo o nada.
Y
comenzamos de cero con una inconsciencia maravillosa, encantadora. Nos pusimos
el mundo por montera. Estaba tan seguro contigo que todo lo demás me importaba
nada. Todo. No tenía miedo al pasado, a todas aquellas historias que sabía
podría presentarse y juzgarme con toda la dureza del mundo. Con razón. Y no
tenía miedo porque tú las conocías y, desnudo de mentiras, las perdonaste de
verdad y de corazón.
Te
uniste a un tipo que no sabe hacer nada, que ignora eso de amar en la vida
doméstica compartiendo porque no ha compartido nada durante años. A mi me lo hacían todo. Y te has encontrado un hombre que ni
plancha, ni hace la comida, ni sabe arreglar nada y que es más tonto que mear
en un porrón. Por eso también te quiero. Aguantar un
fantasma no debe de ser fácil. Soportar un tipo que sólo sabe cantar, escribir,
contar chistes, leer… y que vive como un manguta. Me
quieres muchísimo, chica. Nadie me ha querido así. Yo también te quiero, aunque
no te llegue a la suela de los zapatos.
En
estos años he conocido mujeres más hermosas que tú, más pijinas,
y he sentido ese otro yo que me dice “venga, hombre, que no
pasa nada”; hasta creí ser guapo porque pedorras dispuestas me decían que me parecía a no ser qué
actor. En noches en ciudades anónimas las pasiones tristes del ayer me han
cantado baladas recordándome quien fui y me han
susurrado promesas de caricias intentando que la vida vuelva a ser una mierda.
Sin embargo no he fallado -¡qué alegría podértelo escribir!-, aunque fuese a
costa de cinco Jacks Daniels
de soledad en la habitación de un hotel. Prefiero un colocón
de malta, cada sorbo es un te quiero, a llegar a casa y no poder mirarte nunca
más a los ojos –también color wiski . Cada uno se defiende como puede, chica. A veces la
oración no sirve para nada, ni los cilicios, ni las disciplinas: unos buenos
tragos… y a dormir, que mañana será otro día.
Y
es tanta la alegría que siento de estar contigo que te respeto como nunca antes
respeté a nadie. Ni siquiera a mi. ¡Qué suerte haberte
conocido!
Muchas
veces nos hemos enfadado. Muchas. Últimamente no sé qué nos pasa que hace una
buena temporada que no sucede. Desde ayer por la mañana. Mala señal, así que
hoy volveré a dejar la puerta de la nevera abierta y así tenemos una bronquita
guapa. Y luego, hala, a irnos al bar de abajo a tomarnos una cervecitas hasta
que se nos hacen las tantas. ¡Qué pensará en el barrio
de nosotros?: dos maromos cuarentones en la barra de
un bar, un día cualquiera, charlando y charlando… ¿De qué coño hablarán esos
dos?.
Aunque
no necesito palabras para reconocerte -hasta cuando duermes intuyo quién eres-
joder, necesito lucirte, porque tu brillo me ilumina ante el mundo entero. Ya
sé que hay gente –de los tuyos y de los míos– que no acabamos de gustar. Son
peña que les encantaría ser administradores de nuestros afectos, de nuestras
vidas, les apasionaría que fuéramos complementarios y armónicos. Y concitamos
miradas de sorpresas cuando nos conocen y repreguntan perplejos “¿cómo es
posible que se haya enamorado de ésa/de ése, ¿pero qué le ve?:
¡si son como un huevo y una castaña!. Y, sin embargo, ahí estamos, cogidos de
la mano, dispuestos a levantarnos de la mesa si alguien insinúa algo malo del
otro. ¿Que no sabe planchar? -dices -¡pues me importa una mierda!. ¿Que no le
gusta cantar? -digo- ,¿y qué pasa?: si habla mejor que
la mejor de las canciones, ¡¡¡gilipollas!!!... decididos los dos a traicionar
incluso nuestro sentido común para darle aire a nuestras insensateces,
conjurados a no pedirnos nada a cambio porque hasta llegamos a degustar el
riesgo cuando no nos va en él más que la aventura y la desventura.
Siempre
llegas antes que yo a mi propia vida, y ordenas mi mundo como sabes que me
gusta, a mi antojo. Entonces me avergüenzo porque sabes hacer de lo extraño lo
normal… y siento que soy el hombre más afortunado del planeta: ¡que suerte
tiene el que vive contigo!
Necesito
que lo sepa todo el mundo. Sabiendo que nunca leerás estas líneas, porque para
ti Orejas, la opus y la
madre que los parió no significan nada: hasta en eso
he tenido suerte.
No
sé exactamente quién es Jesucristo, ni Dios, ni todas esas cosas que otros
aseguran que son así y asá, que las ven con una
claridad meridiana… ¡ vaya suerte, chaaaato!. Sin
embargo, algo me dice que sí, que está muy cerca de nosotros dos. No es un
sentimiento, una certeza, ni siquiera una intuición: es que nunca hemos sido
tan felices y como niños vamos de estreno todos los días.
La verdad es que Aquilino llevaba tiempo metiéndose en jardines de los que
difícilmente se sale de rositas. Probablemente ni él mismo fuese consciente de
su situación y chapoteando en la vanidad de su condición de Catedrático de Psiconosequé por la Universidad de Nosédónde,
jaleado por una peña de gente dispuesta a creerse todo a condición de que el
que habla diga lo que ellos quieren oír, y viviendo cada vez más de reservas,
de tópicos, de lugares comunes, pues al final , después
de una frenada magnífica, se ha dado un meco de padre
y señor mío.
Supongo
que como pichiquiatra sabrá de algo, incluso mucho.
Lo que no puede ser, porque no puede ser, es que trate de la psicopatología del divorciado, de las neurosis del
endemoniado, del enfermo homosexual, de la afección neuropatológica
del hombre en el arte postmoderno, de la angustia hiperactiva del adolescente
en la movida, de la sexualidad vacía del viudo en cuanto viudo, de los
problemas sádico mentales de la fecundación in vitro
(y que conste que yo no invitro a fecundar a mi mujer
a nadie…). Escucharle en la
COPE cada semana era constatar que ese hombre tocaba de oído y desafinado sobre
muchos temas, eso sí, con una seriedad muy de catedrático, muy de tío con una
experiencia vastísima y sin fisuras. Sucede que habitualmente se ha movido en
escenarios donde espectadores entregados aplauden hasta con las orejas, pero,¡ay!, un día el tío se lanza a una
piscina donde lo que hay no son pececitos de colores.
Al
increíble Aquilino le invitamos a dar una conferencia en un colegio hace más de
diez años, previo pago de cien lechugas, hotel y desplazamiento, sobre “la
Movida: un estudio de campo”. Lo del estudio de campo al Polaino
le ponía. Lleno a rebosar –el cartel de ése hombre tenía tirón– y, la verdad,
que el catedrático tiene más cara que un zapato, y se tira unos mocos de los de
echar hilo a la cometa: mucho rollito de estudio científico por pubs de Madrid junto con un equipo de investigadores
–serían colegiales del Colegio Mayor donde vivía-, y él de copas con ellos para
“observar in situ los comportamientos tribales de los adolescentes“ -siguiendo
unos protocolos aparentemente sociológico-estadísticos… total, para decir una
cantidad de sandeces que cualquier monitor de club de bachilleres, cualquier
tutor de campamentos, cualquier catequista, cualquier profesor, o
inclusivamente Debodeserlerdo le da mil vueltas y,
encima, le resfría. Una hora diciendo tonterías, cien mil pelas y a tomal pol saco.
Hace
cuatro años en los cursos anuales de Galicia, Asturias, Aragón, Andalucía,
Castilla –León… bueno, de todas las comunidades autónomas de nuestra Península,
se emitió una entrevista a Aquilino que versaba precisamente sobre la
homosexualidad. Le entrevistaba un jambo que daba cera que no veas, y Polaino, venga, a dar caña. Reconocía sin pudor que no
tenía mucha experiencia y que ésta se reducía en el trato con homosexuales a
unos cuarenta (hoy son 150…). A mi lado dormitaba un
catedrático de Navarra –nos lo emitieron a las cuatro y media de la tarde en
Sevilla, que hay que ser cabrón para tratar así a peña con la fidelidad hecha y
el cuadrienio-, y el hombre va y dice “este tío no tiene ni puta idea de lo que
dice”. Y era cierto: patinaba y patinaba sobre los mismos conceptos que cuatro
años después le llevaron a no tener conciencia de donde estaba, con quién
estaba y a quienes se dirigía. Y se la dio. Merecido se lo tiene por inepto,
por creído y por frívolo.
Dos
días después de la sesión de Aquilino un senador nacionalista –Jordi Casas- tratando el mismo tema dejó las cosas
muchísimo más claras, definidas y aplastantemente asentadas sin recurrir a
enfermedades, ni a modos sexuales patológicos, ni a padres alcohólicos,
violentos… sencillamente, habló desde el sentido común. Porque el tema no es la
homosexualidad, el tema es qué norma jurídica se busca para amparar los
derechos y deberes de los homosexuales en sus relaciones con la sociedad civil.
Si es el matrimonio, una ley de parejas de hecho o algo. Y también si pueden o
no adoptar.
Cualquiera
que lleve años en la Enseñanza sabe que la homosexualidad es algo muy difícil
de comprender. En realidad, la sexualidad misma, sea como sea, ya se hace
laberíntica porque se encarna, nunca mejor dicho, en pelsonas
cuerpos humanos, y a su vez, en afectividades, en biografías hereditarias, en
sensibilidades tan distintas, que hay que ser muy estúpido para afirmar “esto
es así, así y así”. Y un jamón.
De
mi puedo decir que conocí, y sufrí, tres casos de
homosexualidad de nacimiento. Y sus padres no eran ni violentos, ni
alcoholizados, ni tenían pelo en los nudillos: eran padres de familia numerosa
más normales que una piedra que se quedaron con cara
de “pero, ¿por qué a nosotros?” cuando comprobaron que
no había nada más que hacer que aceptar que el chico era de la acera de
enfrente. Ni enfermo ni gaitas: nacieron así.
También
conocí unos cuantos que en algún recodo del camino se
perdieron, no se sabe dónde. Son los que en mitad del camino de la madurez, en
esas edades ambiguas donde la sexualidad se difumina y, de una manera difícil
de definir, se confunde sexualidad, afectividad, querencias extrañas,
requerimientos, apegos a líderes cercanos, obsesiones inmaduras, timideces peligrosas, curiosidades… y te quedas allí, en
ese mundo tan complejo, por unos años , o para
siempre. No son pocos los profesores cariñosos, los monitores entusiastas, los
catequistas entregados, los campamentarios efusivos,
que llevados de su afectividad han “tocado”, y al “tocar” han “sentido”, y al
“sentir” han caído en una telaraña de sentimientos y de enganches físicos que
ni ellos mismos sabrían explicar ni explicarse: perdidos ellos, y perdidas las
criaturas.
Madres
posesivas que tienen al hijo como sucedáneo de cosas muy raras que impiden que
se desarrolle la intimidad del chaval, que fagocitan su interior como Hanibal Lécter, negándole su
derecho al pudor en edades que si no lo haces explota
de manera incontrolada y fatal. Madres que bañan a sus hijos a los quince años,
madres que continúan con la costumbre de pedirle que duerma con ella cuando
papá está de viaje, madres que les preguntan si se masturban, si tienen
erecciones cuando ven cierta escenas… y el chaval, que
“siente” lo que no le gustaría “sentir” de su madre, de sus padres, pues se
hace la picha un lío y sale por donde buenamente
puede.
Padres
de familias hechos y derechos que les da por probar y, derrepenete,
depronoto, se descubre que tiene un amante, como
aquel de un colegio que le pillaron con el subdelegado del gobierno en la
provincia y el tío, en pelota picada, le decía a la mujer y al suegro “¡pero si
sólo era por probar!”.
Y
de unos se dirá que son unos pervertidos, que lo son, de otros unos enfermos,
que los habrá, de los de allí, unos pobrecicos, y de
los de acá pues buena gente… ¡ yo qué sé!. El lío es magnífico. Y quizás algún
mecanismo misterioso hace que no podamos comprenderlo del todo, sería
comprender el misterio fascinante de cada persona, y que no podamos buscarlo
directamente, sino sólo al desgaire, como de reojo… dejando un terreno a la
duda.
Polaino no. Polaino lo tiene clarísimo.
Y
el caso es que las morales sexuales se pueden dividir en dos grupos: los que se
preocupan de los actos, sus regulación, sus casos, su
prontuario y sus criterios. Y los que se interesan por el carácter, la forma de
vida de una persona, su calidad en la convivencia. La moral de los actos supone
de antemano que todo acto es intrinsecamente bueno o
malo. La del carácter piensa que los actos son buenos o malos según configuren
la personalidad del sujeto. Lo que dice exactamente es que un conjunto de actos
perfectos puede engendrar una personalidad terrible. Es lo que les sucede a
todos los puritanismos: es peor el narcisismo de la perfección que el del
placer, que es más tonto.
Se
dirá, como afirma Aquilino, que son 10.000 los pichiquiatras
que creen que la homosexualidad es una enfermedad. Todos necesitamos vivir de
algo, y cobrar, y trincar de familias preocupadas, desechas y desesperadas con
“el problema de su hijo”. También hay 27.512 tipos por este mundo que se
dedican a la ablación del clítoris, y a nadie se le ocurre pensar que son gente
razonable.
Quede
claro que estoy por los derechos de los homosexuales, pero no en la figura del
matrimonio. Y que lo de la adopción, pues que no lo veo.
Por
último. Una curiosidad. ¿A quién se le ocurre apellidándose Polaino
ponerle de nombre a su hijo Aquilino?. ¿No cayó en la cuenta de la Sinequadquoque literaria que creó y del lío que metió al
pobre Aquilino con ese juego de palabras?. ¿Por qué se empeñó en que el “ino” de Aquilino rimara con el “aino”
de Polaino ¿Por qué no le puso Policarpio,
que queda más mejor: “Policarpio Polaino?
(Popó para los amigos). En fin, misterios del alma
humana…
16. Anéldotas
al hielo picado
Unas
cuantas anéldotas siempre son motivo de alegría, y
más en días como estos del verano donde el calor puede hacernos caer en estados
de apatía lagartijera .
Se
aclara que en España la palabra “huevo” tiene miles de significados y
acepciones. Puede ser una medida de cantidad (éste tío sabe un “güevo” de cine), de valentía (le echó “güevos
“el tío), o de que importa nada el asunto (me importa un güevo),
o que vale muchísimo (ha ganado un “güevo” de pasta),
o que costó un sacrificio sobrehumano (me ha costado un “güevo”
llegar a la final ), o de que se dice más o menos, sin
precisión (lo digo a “güevo”, pero ése pesa 80 hilos
), también de cantidad (hemos comido un “güevo” )… a
ésta última acepción se refiere el suceso que se relata a continuación.
Por
supuesto, la palabra huevo aplicada en estos ejemplos
se considera poco educada y sólo se reserva a conversaciones de taberna, de
amigotes y como muy espontáneas. Así si Benedicto Décimo
Sexto sale al balcón y dice “¡¡¡Peñaaaaaa de
España, que sé que habéis venido un güevo de gente de
Madrid!!!”, pues muy de mal. Sería el declive de toda
una civilización.
Uno
tendía hace años a pensar que las numerarias
auxiliares eran seres humanos de una finura y espiritualidad cercana a la de
los grandes místicos. No las veías, no las escuchabas, pero en los pocos
segundos que advertías su presencia –al servir en el comedor, por ejemplo-,
algo te decía en tu interior “estás con una SANTA”. Rodeadas de un halo de
misterio que les hacía más hermosas, más inquietantemente espirituales, te
aturdía poderlas escandalizarlas –aunque no oían, dicen– con algún comentario
que pudiera herir sensibilidades que tratan de tú con Dios.
Y
es el caso que estando en un colegio Mayor de la opus durante un curso anual donde, dicho sea de paso,
creamos tres notas para toda España, a la hora de la pitanza teníamos que pasar
por un self service. El self era de un diseño ideado por la mente de un tipo que
debía de ser unicelular: una barra con una enorme tapia que impedía ver a las
chicas que servían al otro lado, a cinco mil kilómetros. De ellas sólo se
distinguía, en una delgada línea que formaba el final de la tapia y la barra,
una manos que parecían las de “las manos mágicas te dirán la forma de aprendeeeer un nuevo truco que de magia eeeeees,
y el resto depende de usted”. Para pedir cualquier cosa la peña se agachaba, se
ponía en cuclillas, acercaba el morro a la línea y decía “póngame más
salchichas, por favor”. No veías nada, por supuesto, pero te hacías oír.
Aquel
día había de segundo huevos fritos con patatas. El que iba delante de mí se
agacha, se acuclilla, introduce el morro en la delgada línea y demanda “póngame
pocas patatas, por favor”. Efectivamente unas manos hacen aparecer un plato con
dos huevos fritos y pocas patatas. Llego yo, me agacho, me acuclillo, meto el morrete y pido “a mí un huevo, por favor”. Y,
efectivamente, una manos delicadas, con dedos como páginas de la guía de
Palencia, sacan un hermoso plato blanco… ¡¡¡pero con un auténtico “GÚEVO” de
patatas!!!. Una montaña de patatas fritas. Preferí no aclarar a nuestra hermana
el error y dejarla feliz pensando en lo generosa que había sido con su hermano,
al que le gustaban tanto las patatas. Y descubrí, tarde –como todo lo que he
aprendido de las mujeres– que quizás además de santas son así como de calne y güeso.
Y
es que de confusiones así hay un montón, un güevo de
confusiones. En un colegio se fichó de profesor de inglés a un nativo. Un tipo
rubio, maneras de marine, más cuadriculado que el que diseñó el self service, y con ganas de
hacerlo muy bien. El hombre sabía que ese puesto podía ser la salvación de su
vida, una vida nómada, entre academias, clases particulares, cursos de inglés,
y ahora tenía la oportunidad de echar el ancla en un colegio top ten. El nativo no tenía ni faba
de español, pero se aplicó en ello con un entusiasmo ejemplar. Iba con una
agenda tomando notas de giros, de frases que se dejaban caer aquí y allá, en
conversaciones desenfadas de patios, de tertulias de comedor, y preguntaba por
su significado. El tío era muy paliza, la verdad.
Al
año de estar allí alguien tuvo la brillante idea de elevarlo al grado de
“preceptor”. Esto al tío le dio una gravedad very very. Hablaba con sus tutorados cada semana, les seguía con
la profesionalidad y dedicación de un jardinero de cottage.
Una máquina.
Un
día tuvo su primera tutoría con padres, y no unos padres cualesquiera: él era
el presidente y fundador de la mayor empresa del país en su género, y ella era
la esposa: la cacatúa perfecta para hacer el anuncio ése de las pérdidas de
orina. Y el jambo, unas horas antes de la entrevista, entra en el despacho de
los profesores que dábamos clases a su tutorado .
Aclaración
segunda: cuando unos profesores hablan de sus alumnos, cuando están solos, no
acostumbran a decir “Juanito no está motivado”, o
“Manolito es hiperactivo”, o “Jacobo tiene lateralidad
cruzada del conquevo de la refractaria”. No, eso no
va así: lo que se dice es “Juanito me tiene hasta los
cojones”, o “Manolito es gilipopllas”, o Jacobo es
más tonto que mear en un porrón”. Luego, durante la entrevista con los padres,
uno ya sabe traducir los términos y convertirlos a Román Paladín.
Escribí
que “uno ya sabe”… pues no. El tío de la Albión nos preguntó por el chavalín y nosotros, pues eso: que
si era un vago de mieeeerda, que si nos tenía hasta
los cojones porque era un pijo, que si nace en verano
sale botijo… Y el otro apuntando en la libretita – “no coráis,
por favor, esperar poquitou que en libreita no puero escribir todou”-.Y nosotros, venga,a darle cera al crío. Y llega el urco,
saluda a los papis –el notas iba con un traje Emidio Tuchi recién estrenado,
con la marca cosida en la manga– les invita a sentarse y, sin anestesia, les
dice:
-
Los profesures no estar conchenchous de Javier. El de Sousiales
dice que estar muy agilipolladou, y que no hace más
que toucar cojones a peña…
-
¿Perdón? –dice el papá de Javier.
- Buenou, sí, es lo que dice el de Sousiales
(que era yo, precisamente). Y el de Machemáchicas dice que es microcefálico.
-
¿Cómo qué… -intenta preguntar la cacatúa con unos ojos que recordaban mucho a
los de Betty Davis en La
Loba.
La
entrevista duró poco más. Los papis se fueron directos a dirección. Horas
después estábamos tres profesores con el director
donde escuchamos una de las broncas más magníficas que jamás se ha oído. Cuando
vi la escena de los Intocables de Eliot
Ness en la que Al Capone en
una comida le machaca el cerebro a un tío con un bate de béisbol mientras habla
de hacer equipo un escalofrío me vino, y el recuerdo de aquella bronca
memorable.
En
los colegios hay un encargo que todo chaval espera y celebra con alegría
inmensa: el alumno de guardia. No sé a quien se le ocurrió semejante encargo
-¿el mismo del Self Service,
quizás?-. Consistía eso del alumno de guardia en estar en una mesa en medio de
un pasillo para realizar las tonterías que se le ocurriera
a cualquier profesor: ir a por tiza, llevar los partes
de asistencia, “vigilar “la clase y apuntar en la pizarra a los malos mientras
el profe iba a cambiar el aceite a las aceitunas… La
verdad es que era una magnífica manera de perder el tiempo, no hacer nada, no
pegar ni golpe y pasarlo guapamente. Por eso los chavales contaban los días que
faltaban para ser alumno de guardia.
Los había espabilaillos, y los había más
lerdos. Y cuando tocaba uno de estos, pues había algún profesor que disfrutaba
para realizar pequeñas venganzas, sin que fuesen advertidas por el que pagaba
la inocentada.
En
uno de los colegios, éste que hablaba tan pijillo, el alumno de guardia
disponía de teléfono: un teléfono por pabellón, tres alumnos de guardia. El
cebo estaba en el alumno de Primaria, de unos diez años: gente buena. Y cuando
se sabía que el alumno era del género “ameba en equilibrio” se llamaba desde
otro pabellón. Había profesores que imitaban bastante bien voces de otros
profesores y, era la clave, de uno de los subdirectores.
-
¿Alumno de guardia?
-
Sí, señor.
-
¿Quién eres?
-
Soy Poyales, señor.
-
Muy bien, Poyales. Mira, soy el señor Mernabo –el subdirector imitado-, acaba de llamar la esposa
del señor Menéndez (Menéndez era un hueso de sesenta años, a punto de jubilarse,
un triste), comunícale ahora mismo que esté tranquilo que su abuela ha tenido
un niño, y que todo ha ido magníficamente. ¿Entendido, Poyales?.
-
Perfectamente.
-
A ver, repítemelo.
-
Que le diga al Señor Menéndez que su abuela ha tenido un niño, que todo ha ido
muy bien .
-
OK, Poyales, ¿y quién ha dado la noticia?.
-
Su esposa.
-
Venga, díselo, que el hombre estará preocupado.
Poyales corre hasta el pabellón de los
mayores, llama a la puerta del aula de Menéndez y dice emocionado, exultante,
como el que da el mensaje del final de la Segunda Guerra Mundial
-
Señor Menéndez, que ha llamado su esposa que no se preocupe, que su abuela ha
tenido un hijo y que todo ha ido muy bien…
Las
risas todavía resuenan en las noches de luna llena sobre los patios y pasillos
de la institución.
La
mejor, quizás, fue el día que llama al alumno de guardia…
-
¿Alumno de guardia?
-
¡Sí señor?.
-
¿Quién eres?.
-
Soy Poyales.
-
Muy bien, Poyales, soy el señor Mernabo.
Mira acaba de llamar la hermana del señor Menéndez diciendo que viene esta
tarde a ensayar la fiesta deportiva. Dice que vendrá con la Majoretes
del Paseo de Gracia para ver por donde va el recorrido y no improvisar…
-
¿Majoretes…?
-
Sí, Poyales, majoretes. La
hermana del señor Menéndez es majorete y queremos que
en la fiesta deportiva vayan ellas delante abriendo el desfile de los equipos.
Así que vete a Dirección y se lo comunicas al director para que las atienda
cuando lleguen, que yo no podré, que tengo Junta de Evaluación.
Excuso
decir que si Menéndez tenía sesenta años, su hermana no le iría a la zaga.
Imaginarla de majorete, con botas, gorro de plumas,
minifalda blanca y bastón ya era de traca.
-
¿Entendido, Poyales?
-
Entendido, señor Mernabo.
-
A ver repítemelo…
Sale
zingado el chaval a
dirección, llama a la puerta y comunica jadeando la noticia. El director no
estaba solo: se celebraba una reunión del APA. El dire
escucha la noticia y no logra entender. Cortocircuito. La peña se mira
perpleja.
-
A ver, repíteme lo que acabas de decir.
-
Pues que me ha dicho el señor Mernabo que por la
tarde viene la hermana del señor Menéndez a ensayar con las majoretes
del paseo de Gracia para la fiesta deportiva.
-
¡que- viene- la – hermana – del- señor ME NEN DEZ vestida – de MA JO RE TE…!
-
Sí, señor.
El
dire intenta localizar a Mernabo,
pero no está en el colegio. Desesperado, envía recado a Menéndez: quiere verle
inmediatamente.
-
Menéndez, ¿qué es eso de su hermana majorete que
viene esta tarde a ensayar con otras majoretes para
la fiesta deportiva?
-
¿Cómo qué de qué lo qué é…?
-
¿Usted tiene una hermana majorete, Menéndez?
-
¿Majorete?, ¿de esas que levantan
la patita con minifalda?
-
¡Joder, Menéndez, una majorete, que ya sabemos qué es
eso, hombre!
-
Pero a qué viene esto…
Ayyyyy, días de locura:¡qué tiempos aquellos!.
17 EL SUBCONSCIENTE DE ESCRIVÁ
La
gente en cuanto se institucionaliza queda inmediatamente atrapada por una falta
de crítica total hacia la institución a la que pertenece, hacia su fundador,
sus líderes, sus mártires, sus poetas e intelectuales. Se acortezarán
en sus criterios, se harán fuertes en jaulas donde la seguridad viene dorada en
barrotes por sus editoriales, sus emisoras, sus publicaciones, sus comunicadores , sus valores…Ntodos
hablan de lo mismo: libertad, respeto, dignidad,
honradez, fidelidad… pero no todos entienden lo mismo.
Para
un tipo de la opus
“libertad” no significa lo mismo que para uno de la PSOE, ni para uno que
milite en la PP ni, probablemente, para un tranchexchual
que pertenezca a la Asociación “El Rábano por las hojas”. “¿Zapatero?... es un
enemigo de la Iglesia, un masón, un payaso, un demagogo “me decía uno del
partido popular, muy respetable. “¿Aznar?… ¡valiente cabrón!, un facha endurecido por el afán de poder, un asesino que nos
embarcó en una guerra por sus cojones…”, comenta alguien muy cercano, afiliado
a C.C.O.O.. “¿Escrivá?... un pavo real, se compró su
santidad y punto”, añade la insigne vaticanista Concha Queta
… Y para otros Zapatero es un hombre providencial, Aznar
el mayor estadista que jamás ha tenido Europa, y Escrivá es la P.M.H (La Puta Maravilla Hindú).
Esta
manera de juzgar a un personaje “al peso” desconcierta bastante; como si
determinadas frases - ¿qué digo?, una simple
concesión, un pequeño desliz, algo que se da por sobreentendido, una callada
por respuesta – no fueran con frecuencia mucho más reveladoras del pensamiento
secreto de un hombre que una exposición coherente y dogmática. No hay que
dejarse engañar por “coherencias” que muchas veces vienen dadas por intereses
ideológicos de grupo, de partido, de poder, más tácticos que reales.
Habría
que conceder cierta importancia a la menor frase en la que un personaje parece
contradecir el conjunto de su obra: por ahí es donde precisamente se
“traiciona”, se descubre, dejando entrever inconscientemente sus aspiraciones
más íntimas. Aspiraciones contra las cuales su pensamiento más organizado y
endurecido en sistema puede ser sólo una reacción defensiva.
Cuando
Sanjosemaría dice al cumplir cincuenta años a una
hija suya "a mis años tengo que hacer esfuerzos para no volver la cabeza,
cada vez que veo pasar una mujer guapa."– así lo comenta Pilar Urbano –,
expresa un algo que habla mucho más de su alma que todas las explicaciones
pretendidamente espirituales sobre la Santa Pureza que aduce en Camino, Surco y
Forja. Y más en un comentario dicho delante de hijas suyas (aunque en el pie de
cita sólo se nombra a Encarnita Ortega resultaría curioso que la perla se la
dijera a ella nada más)… de todos son conocidos los criterios sobre el
particular, criterios promulgados por él mismo que eran, contri menos, rígidos,
llevados de la sospecha sobre la naturaleza humana en cuanto a la sexualidad y
fuera de toda interpretación. Llamativo el comentario – la verdad es que a
Escrivá le fallaba muchas veces el subconsciente - : hace entrever, bajo la máscara del rigorismo, el verdadero
rostro del autor de “Es Cristo, que paisa”. Esa frase
es un vestigio de un hombre que se tenía mucho miedo, mucho, y en su angustia
no puede menos que quejarse del cuerpo de muerte - ¡bienvenido al club, colegui!. Se adivina la carne malherida sangrando a través
de la coraza insensible de una doctrina que le aherrojaba. Se adivina también
una cierta capacidad de ternura, o de piedad hacia sí mismo, muy lejana a
disciplinas y cilicios.
Lástima,
podía haber descubierto otra ascética y las cosas hubiesen sido pelín distintas para todos.
No
es tontería esto de darle importancia a esas “pequeñas contradicciones” que
dicen mucho de lo bueno y de lo malo de cada uno. En la vida de relación de
cada día, una mirada furtiva en medio de una conversación banal hacia la mujer
inconfesablemente deseada puede esconder una pasión más fuerte que todas las
palabras de ternura murmuradas sin amor, con rutina, a la fiel esposa a la que
se ha dejado de amar. Un sólo segundo de esas miradas furtivas posee toda la
capacidad necesaria para hacer locuras que habitualmente no hacemos porque
somos cobardes, tímidos, conservadores y bastante egoístas. También porque no
se han dado las circunstancias que dejen a esa pasión abierta o herida. Esa
mirada furtiva lleva en su seno la fuerza de todos los adulterios, de todas las
fornicaciones, de todas las mentiras que un día alguien desnudó con una sola
frase “ el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. No hubo
cojones.
No
sé Escrivá – cada hombre es un mundo - , pero de mi sé
que si delante de varias mujeres el día de mi cincuenta cumpleaños comento eso
de “ que he cumplido cincuenta años y todavía me cuesta no girarme cuando veo
una mujer guapa…”, muy probablemente “esa mujer guapa que tanto me cuesta no
girarme para verla” este delante de mis narices. Y, probablemente, ella sienta
lo mismo que yo.
De
todas formas, no son pocos los que tienen una capacidad asombrosa de andar
siempre “volteados” , sorteando farolas, driblando
señales de tráfico y semáforos, intuyendo aceras, cada vez que divisan un cuelpo de mujer. Sin despeinarse los tíos
: “ Dicen que andando, andando, se encuentran cosas…y yo me encontré
contigo,¡cara de rosa!. Y prefiero darme de leches
contra las farolas a perderme esas curvas refrescantes como olas “.
No
se me olvida una charla con un supernumerario. Llevaba años ayuno de relaciones
con su mujer – lo que no había impedido que tuviera un buen racimo de hijos.
Estaba muy quemado con esa señora que quizás, igual que él, soñaba con que una
vez sus hijos alcanzaran la mayoría de edad un hombre apuesto la secuestrara y
la hiciera feliz. El pobre, en su desesperación ,
afirmaba que muchas veces, cuando estallaba la guerra entre ellos, y se pasaba
las horas solo en el salón de su casa fuma que te fuma, sentía ganas de escapar
y visitar un puticlub…” pero no me atrevo: tengo miedo a coger una enfermedad, a que alguien me vea.
Soy un cobarde: ¡¡¡pero te juro que un día lo haré!!!.
Supongo
que a estas alturas seguirá quemando ducados, sin haber mojado churro y
esperando que el último niño termine la carrera…para seguir de abuelo de la
hija de su primera hija, acompañado de su santa esposa, que seguirá esperando
que el del Banco de Sabadell la secuestre y la haga una mujer de verdad.
Ese
hombre había escrito libros sobre la familia, el amor y todas esas cosas que
ponen tanto a esa gente. Había impartido cursos de Orientación Familiar, sus
conferencias eran una maravilla y, sin embargo, de noche, a solas consigo mismo,
con los dedos amarillos de nicotina, se juraba que un día, “¡¡¡un día te vas
enterar de quién soy yo, chavala, que aún estoy vivo!!!
Es
el subsconciente.
Los
hijos no han salido exactamente como sus padres habían soñado. Y en su ceguera , la de los padres, no cayeron en la cuenta de que
las criaturas sabían exactamente que lo suyo no era un hogar. Un niño sabe
siempre quienes son sus padres, y son felices cuando
al abrir la puerta experimentan eso de un ambiente seguro y más o menos
estable, porque se nota y se ve. Pero ese sentimiento no lo pueden conservar,
ni llevárselo consigo ni diez minutos, si ven que papá aplasta colillas hasta
altas horas de la madrugada pensando en dar la campanada algún día, mientras
mamá lee Telva y sueña que “cuando se hagan mayores
“él” vendrá a rescatarla: el farmacéutico de la esquina: ése sí que me
entiende. Un encanto.”
Y
sus nietos cantando la jota:
Ahora
tiene mi abueloooo
sólo
un colmillo
en
donde mi abuelaaaaa
le
cuelga los calzoncillooooos
Ya digo: el subsconciente.
18. BENEDICTO XVI Y AVISO A NAVEGANTES
Se
acusa a Orejas de ser una página donde se respira mucho rencor, resentimiento,
odio incluso. Tratando de este modo a la Opus Dei se ataca a la Iglesia.
Incluso hay a quien le damos pena. Se nos aconseja que olvidemos –no se niega
que algunos testimonios sean tan reales como escandalosos-, pero se nos invita
a pasar página. La vida sigue. No hagamos mala sangre.
Pues
no. Hay demasiada gente que necesita un poco de comprensión, de ser entendida
cuando se siente muy mal, cuando se llora en soledad y te estás sorbiendo los
mocos porque piensas que eres la última mierda que cagó Judas, cuando crees que
eres un fracasado y no sabes a quién contárselo. Y se asoman a esta página y
descubren que a ésa le sucedió lo mismo, que aquel otro salió adelante de
aquella manera y que, en fin, hay quien está pasando por situaciones parecidas,
que algunos han sabido volver a empezar de un modo maravilloso… y que hay quien
va con la pinza saltada de por vida.
Para
eso estamos. Y eso ayuda.
Son
demasiados los que piensan que SÓLO tenían vocación a la
opus, y que su fracaso es total, universal,
definitivo e irreparable. Han puesto la mano en el arado y lo han abandonado.
Ya nada será lo mismo. Ni él será el mismo. El anatema de Jesucristo y el
rejalgar de Escrivá le acompañarán en esta vida y en la del más allá… Un
traidor.
Otra
mentira.
Benedicto
XVI escribe en “Fe, verdad y tolerancia. El cristianismo y las religiones del
mundo”… “¿En dónde consta que el tema de la salvación debe asociarse
únicamente con las religiones? ¿No habría que abordarlo, de manera mucho más
diferenciada, a partir de la totalidad de la existencia humana? ¿Y no debe
seguir guiándonos siempre el supremo respeto hacia el misterio de la acción de
Dios? ¿Tendremos que inventar necesariamente una teoría acerca de cómo Dios es
capaz de salvar, sin perjudicar en nada la singularidad única de Cristo?”.
¡Muy
bien, campeón! Y así con la vocación –que es el camino personal por el que cada
uno se salva (salvación entendida como madurez hacia el amor), que todo hombre
tiene por el hecho de serlo. Eso es lo que llama Pepe “la totalidad de la
existencia humana” No es cuando abandonas la opus que dejas el arado, es cuando dejas de ser quién de
verdad debes de ser, incluso perteneciendo al opus.
Que los hay: están dentro y con el arado decorando la pared de su habitación.
Un arado, por cierto, de diseño.
Y
para realizarse en tu propia vocación se necesita tiempo –el tiempo también es
gracia: y con el tiempo llega el conocimiento personal: saber quién soy, como
soy, aceptarme, quererme en lo bueno y en lo malo, y darme al mundo. A partir
de allí se va andando, chino chano. Al que le vaya
bien la opus, pues perfecto,
al que no, pues también, al que le ha tocado vivir en el islam,
pues lo mismo. Y gloso de nuevo al Papa, para que se chinchen
algunos…
“Por
ejemplo, hoy en día contemplamos diversas maneras en las que se puede vivir el islam: formas destructoras y formas en los que podemos
reconocer cierta cercanía el misterio de Cristo. ¿Podrá y tendrá el hombre que
arreglárselas simplemente con la forma que encuentre ante sí, por la forma que
en que se practica en su entorno la religión que le ha correspondido? ¿O acaso
no tendrá que ser una persona que tiende a la purificación de su conciencia y
que –al menos eso- va así en pos de las formas más puras de su religión”. (página
48. Ediciones Sígueme. Salamanca, 2005)
Otra
vez, muy bien, machote.
Lo
que no puede ser es que la opus
vaya diciendo que lo suyo es el rien de rien, y que cuidadín con abandonarme
que te rilas de las patas pabajo, “como decía
Jesucristo”. Porque Jesucristo no decía eso. Lo que no puede ser es que
aguanten al personal que por sus modos de vida, los propios de la opus, entran en crisis
psicológicas profundas y graves, y los aguantan con excepciones que no van y
tratamientos que tampoco porque les importa más el número que la felicidad de
las personas.
Andan
estos chicos de la perlatura con una noción de la
vocación que es para mear y no echar ni gota. No hay vuelta atrás: o blanco o
blanco. Se mueven en el mundo de la justicia, ligada a la medida. Pero Dios no
debe nada a nadie, y aunque hagamos sacrificios increíbles y admirables por Él
sus recompensas siguen siendo gratuitas y generosas.
Los
de la opus son como la peña
de la parábola del obrero de la undécima hora: los
trabajadores contratados desde la mañana hablan con el lenguaje de la justicia
–exigen equivalencia entre trabajo y salario: “¿Por qué le das a ése, que no ha
trabajado más que una hora, lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el
peso del día y del calor?”.
-
Porque me sale de los cojones –podría haber contestado yo mismo, por ejemplo.
Pero el dueño de la tierra esa es más fino y contesta:
-
¿Y TÚ POR QUÉ VES MAL QUE YO SEA BUENO?
Buen
corte.
Y
es que ese afán de justicia mal enfocado, que se manifiestan en esas profecías
agoreras al que abandona la opus,
les lleva a una visión deformada del amor. Ese “ver mal” que habla Jesucristo,
y que ellos siguen erre que erre “viendo mal”, puede entenderse de dos formas:
como malevolencia o como impotencia. La justicia esa sin amor se encuentra muy
cerca del resentimiento, del deseo de que te vaiga mal y, por otra parte, su mirada, más atenta a lo que
se le debe –con lo buenos y sacrificados que son- que al don generoso, no llega
a penetrar hasta el fondo supremo de las cosas, que es el amor y la gratuidad.
No
se enteran. Y eso sí que da mucha pena. Da mucha pena ver muchedumbres de
buenas personas dirigidas por tipos, también buenas personas, que les llevan
por caminos que no siempre son de paz, de piedad, de santidad, de amor. Son
caminos pelín rígidos, mecanicistas, algo
politizados, confusos en cuanto a ciertas piadosas costumbres cercanas a la
superstición (devoción a las reliquias, besos con trescientos días de indulgencia,
uso de estampas como amuletos…), permisivos en los modos de vivir la pobreza
(es escandaloso el ritmo de vida de bastantes supernumerarios, especialmente en
Latinoamérica), un sentido de “elegidos”, de aristocracia rancia, de alegrías
que suena a postizo.
Es
un puzle curioso donde se mezclan frases verdaderas,
sentencias maravillosas, costumbres muy sanas y valores muy puros con cosas muy
raras… pero muy raras.
Pero,
en fin, es lo que hay. Los chicos son asín. Lo que no
quita que se avise a navegantes, por si acaso.
Vienen
días de mudanza en casa Satur y eso significa que es
un buen momento para volver a empezar. Sí, amigas y amigos de Orejas, curiosos,
cotillas, espías de aopés, numeratas
ocultos… ¡¡¡queridos todos!!!: ¡¡¡poseo una hipoteca!!!.
¡¡¡Sííí, muchachos!!!: Satur, por fin, vivirá en un acosado, con enanito en el
jardín de entrada.
Y
es también un buen momento para dejar de escribir en esta maravillosa página.
La memoria de la opus la
tengo en fronteras donde ya sólo me quedan biografías que se ponen el
despertador para darle los buenos días a su cadáver, o gente que el tiempo les
ha dado una sonrisa como una soriasis que no deja escamas. Los recuerdos de
gente que conocí, hace mucho tiempo, que es como hacerle una autopsia al pijama
de mi alma. Y tampoco es plan de eso. Hay que tener corazón. No es bueno
cebarse. Ni siquiera con uno mismo.
Las
cosas mediocres y más teñidas de miseria humana y de ridículo que uno ha podido
hacer en su vida –y lo que te rondaré morena– (por ejemplo todas las tonterías
que uno haya podido hacer llevado de la pasión, de la obsesión, de la vanidad,
del placer o de la estulticia; todas esos besos, caricias y suficiencias
pueriles, gamberradas de dos amantes vulgares) pueden parecer bellas a los que
las viven, pero sólo en la medida y durante el tiempo en que las viven. Sin
embargo, dejan indiferentes a los extraños, o las juzgan estúpidas, y también a
los propios amantes cuando, pasado el entusiasmo, se ponen a considerar y
juzgar el pasado.
Es
una belleza un poco triste, que se puede vivir, pero no contemplar. El tiempo
la agosta y la vuelve algo sin sentido, pelín sórdida
y que mejor callar: muchos tenemos cuentas pendientes y asuntos de los que
mejor no hablar. Aunque estén perdonados.
Hay
una verdadera belleza que es la que puede ser contemplada y vivida a la vez:
por ejemplo, un recuerdo que, no estando ya ligado a nosotros por el interés,
el orgullo, el placer, sigue vertiendo en nuestro corazón la misma intensidad y
que siempre que lo miramos –incluso en la distancia de años-, lo sentimos
presente, vivo, en lo más profundo de nuestro ser. Es, quizás, la imagen de
Dios en la tierra.
Y
esta memoria es mejor retenerla dentro, con sus paisajes, sus nombres y
apellidos. Es muy difícil comunicarla. Como decía la letra de una canción que
alguien de la opus compuso y
que ya está olvidada porque el hombre se fue: nadie
saca el fuego a la ventana para que se lo beba el aire.
Es
hora de que otros escriban. Otros que andan allí, detrás de la pantalla, y que
tienen mucho que decir -¡cuántas y cuántos¡.
Hay
quien me llama “falso Satur”. ¿Qué importará si me
llamo Satur, Próstratos, Suso o Cojoncio?. ¿Cambia algo el
nombre, el nick, el seudónimo sobre el contenido de
lo escrito?. Y, en caso de haber molestado a alguien –a ese “verdadero” Satur-, pues lo siento. Sé quién es: buen chico. Lo de
ponerme Satur no es nada personal, lo juro.
Desde
luego al que me ha llamado “falso Satur” no le pienso
invitar a mi cumple nunca. Y eso que hay Fanta naranja y chuches por un tubo.
Pero no, colegui: que no se sabe si matas o espantas.
No hay más que ver el careto que gastas en la foto que te has colocado en la
página güels –que hay que tener cojones para ponerte
la fotico-: si un día te raptan y envían tu dedo
cortado al centro estoy seguro que el director diría “necesitamos más pruebas”.
Con eso lo digo todo. Y si un día te ordenan sacerdote y te envían a ayudar a
un suicida que está a punto de tirarse de un décimo piso, se te ve capaz de
decirle “preparadooooo, listoooooooo…
¡¡¡yaaaaaaa!!!.
Es
posible –seguro– que haya gente que mis escritos les disguste. No pasa nada, no
problemo. Pido perdón y ya está. Que tampoco es para
tanto… la opus seguirá y
nosotros palmaremos, algunos probablemente con una estampica
del beato de turno –como la mía sea la del tío ése del “falso Satur”, me la corto. Siempre habrá una enfermera de la opus, o un médico, o un antiguo
residente de centro con la caña preparada, o una suegra, o una cacatúa que
pasaba por allí, o un capellán del hospital que es agregado de la ese ese cruz, o un visitador médico, o la dietista
proselitista… siempre habrá alguien acechando, encomendando en silencio. Y en
los estertores últimos de la agonía, cuando te arrebujas en posición fetal
buscando la infancia perdida, introduces la mano debajo de la almohada y, ¡pimba!, ¿qué es esto?: ¡¡¡una estampica del beato Mata!!! Allí, con su careto, su mirada
de tío que te dice que ya es hora, que vienen tus hermanos con los velones y la
sábana…Y uno gritará levantando los puños entre una telaraña de catéteres:
¡¡¡VENCISTE, GALILEOOOOOO!!!
Felices
vacaciones a todos… Nosotros también marchamos: La Piedra –Manuela
para los amigos– y yo, “el falso Satur”.
FIN