Germinal
A) RESUMEN DE LA NOVELA
PRIMERA PARTE
I. Presenta a Etienne
Lantier —maquinista de ferrocarril que ha perdido su
empleo por abofetear a su jefe—
buscando trabajo desde hace ocho días por carreteras y caminos, soportando las
heladas, el hambre y las negativas. Llega cerca de Montsou, a la mina el
Voreux, y allí traba conversación con un viejo carrero que transporta vagonetas
de mineral. El anciano, sin dejar su faena y lanzando esputos negros y
sanguinolentos, va contestando a sus preguntas y dejándose llevar de los
recuerdos. No hay trabajo, diversas fábricas cierran, otras despiden o rebajan
los salarios. El viejo se llama Buenamuerte, porque estuvo tres veces a punto
de morir en la mina. Toda su familia, los Maheu, trabaja para la compañía desde
hace un siglo y alguno de sus antepasados perdió la vida en accidente. Él mismo
lleva cincuenta años de minero y ha hecho de todo en la mina, desde los ocho
años hasta que el médico recomendó el trabajo en la superficie. ¿Es rica la
compañía?, pregunta Etienne. Muy rica, diecinueve minas, trece en explotación,
diez mil obreros, cinco mil toneladas diarias de extracción de hulla. ¿De quién
es la mina? De gentes lejanas. Buenamuerte relata todo esto con calma,
resignación, y hasta con orgullo.
Este primer capítulo tiene
el mismo tono sombrío que impregna hasta la última página de la novela.
Buenamuerte “hablaba de las gentes dueñas de la mina como de un tabernáculo
inaccesible, donde se ocultaba el dios ahíto y agazapado al cual todos
entregaban su propia carne”.
II. Se describe un amanecer
en casa de los Maheu, en la colonia minera, “cuerpos de cuartel o de hospital,
geométricos, paralelos”. En la única habitación del primer piso “huele a ganado
humano” y duermen en montón, abrumados de cansancio, los hijos del matrimonio
Maheu. En un lecho, Zacarías de 21 años con Jeanlin, de 12. En la segunda cama
Leonore y Henri, de seis y cuatro años. En el tercer lecho Catalina, con su
hermana Alcira, jorobada, de 9 años. Los padres en el rellano, con la cuna de
Estelle, la última de sus hijos, de tres meses. Los dos hijos mayores y
Catalina, trabajan en la mina.
Los hermanos se manifestaban
“sin vergüenza, con el tranquilo desenfado de una camada de pequeños perros que
han crecido juntos”. Se oyen procacidades desde las casas vecinas. Estelle
grita pidiendo alimento. Maheu padre se exaspera. La
Maheude, su mujer, anuncia que no tiene ni un céntimo para terminar la
quincena. Catalina pasa el agua hervida por los posos de café del día anterior
para que desayunen su padre y sus hermanos. “A pesar de la limpieza, un olor a
cebolla cocida, encerrado allí desde la víspera, emponzoñaba aquel aire pesado,
cargado siempre de una acritud de hulla”. De la colonia van saliendo los
mineros hacia el Voreux, “con pisoteo de rebaño”.
III. Etienne sigue
merodeando por la mina y presencia el cambio de turno, con la esperanza de
encontrar trabajo. Se describen minuciosamente los volquetes, las máquinas,
jaulas, cables, el pozo de 554 metros (pozo devorador que consumía “su ración
cotidiana de hombres”). En la cuadrilla que dirige Maheu, se da la noticia de
que ha muerto un minero. Es la oportunidad de Etienne, que ocupa el puesto
vacante. En el trabajo conoce a Catalina.
IV. Detallada descripción
del filón, de la tarea penosa de los picadores con calor y estrechez. Catalina
y Etienne son cargadores que llenan las vagonetas con la pala y las arrastran
por el túnel. Los picadores, negros y sudorosos, extraen el carbón con furia sin
preocuparse de entibar la galería que van abriendo, con riesgo de
derrumbamiento. Sólo les preocupa llenar un número de vagonetas que les permita
comer. Catalina enseña su trabajo a Etienne, amistosamente. A la hora de comer,
comparten un bocadillo y conversan. Etienne cuenta cómo abofeteó a su jefe a
causa de la bebida. “Cuando bebo me pongo loco; me comería a mí mismo y a los
demás...”. La chica habla de amantes “sin descaro ni vergüenza”. Asegurando que
no lo tiene por no contrariar a su madre, pero que “forzosamente eso habría de
ocurrir algún día”. Chaval, un minero joven de la cuadrilla, está celoso de la
conversación, y de modo inesperado, se interpone entre los dos. La aversión
entre Chaval y Etienne se va a prolongar durante todo el relato.
V. Continúa la faena en el
tajo, el mismo día, entre las protestas de los obreros, silenciadas por miedo a
los soplones. Aparece el ingeniero Negrel con el capataz Dansaert, que discute
con Maheu acerca del entibado. El capataz les amenaza con multas si no apuntalan
mejor los muros que van quedando al descubierto, y Maheu por su parte protesta
de que no les da tiempo a entibar con lo que pagan. Etienne comienza a sentir
una “sorda rebelión”, en contraste con la resignación general, que se limita a
desfogarse en imprecaciones.
VI. Salida del trabajo.
Etienne, destrozado por el esfuerzo, ha decidido en su interior marcharse.
Chaval le provoca con indirectas sobre el escaso rendimiento del día, pero
Maheu se lo lleva a la taberna de Rasseneur, un antiguo picador de la mina,
despedido por encabezar todas las reclamaciones de los descontentos. Allí se
habla de la crisis y del creciente número de parados. Se menciona a Pluchart,
contramaestre en Lille, y uno de los jefes de la Internacional socialista.
Rasseneur ha recibido una carta suya y Etienne lo conoce personalmente, hecho
que acaba facilitando que el tabernero le dé crédito y habitación hasta que
cobre la primera quincena. Etienne decide quedarse sin saber por qué: tal vez
los ojos de Catalina o el deseo de sufrir y luchar junto a aquellos "diez
mil hambrientos".
SEGUNDA PARTE
I. Nos introduce en la finca
de los Gregoire, la Piolaine, a dos kilómetros de Montsou: treinta hectáreas
con vergel, huerta y una casa grande, con varios servidores. Tranquilo
despertar, abundante desayuno, exquisito bizcocho. Se cuenta la historia de los
ascendientes del señor Gregoire: su bisabuelo, administrador del barón entonces
propietario de la Piolaine, decidió invertir sus ahorros en una acción de la
compañía minera. El resultado es que el matrimonio Gregoire percibe ahora
40.000 francos de renta y es dueño de la Piolaine. A pesar de la crisis
industrial, “abrigaban una fe obstinada en su mina. Volverían a subir los
dividendos, si Dios quería. Además, a esta creencia religiosa se unía una
profunda gratitud por una propiedad que desde hacía un siglo sostenía a la
familia en la ociosidad. Era como una divinidad suya, que su propio egoísmo
rodeaba de un culto, la bienhechora del hogar que los arrullaba en su muelle
lecho de ocio, que los engordaba en su mesa glotona”. Entra en escena Cecilia,
la única hija de los Gregoire, tardía y esperada, mimada, ociosa, rolliza y
casadera.
II. Minuciosos detalles en
casa de la Maheude, mientras su marido y los mayores están en el tajo. Faenas
de la casa, ayudada por la jorobada y responsable Alcira, de ocho años. Reparto
de unos pocos fideos. La Maheude, con dos pequeños, decide salir a pedir
crédito una vez más al tendero Maigrat, que no atiende a las súplicas. Ya se
sabe que Maigrat sólo cede a las mujeres complacientes. La Maheude decide ir a
pedir a la Piolaine. Por el camino se cruza con el abate Joire, el cura de
Montsou, que “pasaba por allí remangándose la sotana con delicadezas de gato
bien cuidado y nutrido que teme mancharse en el lodo. Era un hombre suave, que
fingía no ocuparse de nada para no enemistarse ni con los obreros ni con los
patronos". La Maheude entra a presencia de los Gregoire que “hacen la
digestión en sus sillones” y que encargan a Cecilia la entrega de sus limosnas “como
parte de una buena educación”. Nunca dinero, sino ropas de abrigo usadas. La
Maheude se marcha humillada, sin los cinco francos que pensaba obtener y sin
los restos del bizcocho para los niños. A la vuelta, pasa de nuevo por la
tienda de Maigrat y le suplica tan insistentemente que éste le fía pan, café y
manteca, e incluso cinco francos, con la recomendación de que Catalina venga a
recoger las provisiones.
III. Cotilleo entre vecinas
de la colonia minera, sobre diversos entendimientos morales entre sus habitantes.
La Levaque habla a la Maheude de que Zacarías y Filomena deben casarse, pues ya
pesan mucho los dos hijos que tienen. La Maheude no quiere perder aún los
ingresos de su hijo Zacarías.
IV. Comida y baño en un
tonel en casa de los Maheu, a la vuelta del tajo. Catalina sale con su vestido
viejo de popelín a comprar una cinta y pasar la tarde. Su madre le recomienda
que no la compre en Maigrat. La Maheude manda a Jeanlin a recoger collejas para
una ensalada. Por la noche ninguno de los dos ha vuelto.
V. Etienne vagabundea por el
Voreux. Ve cómo Zacarías le saca dinero a Filomena para irse al cafetín; a
Jeanlin, que domina a la pequeña Lidia y a Bebert, haciéndoles vender de casa
en casa las collejas y haciendo injustos repartos de las ganancias. Después, se
aproxima a la mina abandonada de Requillart, donde vive el anciano Mouque y su
hija Mouquette, de comportamiento abiertamente libertino. En los alrededores de
Requillart, ya de noche, Etienne ve a Chaval, que está con Catalina. Etienne,
que no ha sido visto, se siente engañado y frustrado.
TERCERA PARTE
I. Etienne va entrando en la
rutina del trabajo e integrándose con sus compañeros. Bromea con Catalina, cuya
situación con Chaval es como un “matrimonio reconocido” en la colonia; pero hay
entre los dos jóvenes un fondo embarazoso de cosas no explicadas.
Velada en la taberna de
Rasseneur, en la que charlan de cuestiones sociales el tabernero, su mujer,
Etienne y Suvarin, un ruso anarquista, huido de su país tras un atentado
frustrado contra el emperador. Etienne habla de su carteo con Pluchart, que le
cuenta las sucesivas adhesiones a la Internacional y su deseo de crear una
sección en Montsou. A Suvarin, que quisiera incendiarlo y abrasarlo todo, esto
le parecen tonterías y se mofa de Marx. Etienne se enardece con la lucha del
trabajo contra el capital, los trabajadores del mundo unidos sin fronteras:
secciones, federaciones, naciones y toda la humanidad al fin encarnada en un
consejo general que en seis meses dictaría leyes a los patronos. Habría que
crear una caja de previsión, con cotizaciones de los obreros asociados, para
poder resistir la huelga. Rasseneur se muestra escéptico; su mujer más radical.
Los cuatro están de acuerdo en que “esto tiene que estallar”, porque la
revolución no ha hecho más que “engordar a los burgueses desde el año 89”.
Estas veladas se repiten todas las noches. Etienne siente la necesidad de leer
libros sobre cuestiones sociales y lee también una hoja anarquista publicada en
Ginebra. Pasa a ser picador en el equipo de Maheu y su rebeldía crece ante una
subasta de tajos, donde los mismos obreros se rebajan el salario.
II. Último domingo de julio,
día del santo patrón de Montsou. Día de fiesta, rondas de cerveza, conejo con
patatas en casa de los Maheu, juego de bolos, parejas, tertulias en los bares,
charla de mujeres, niños. Etienne aprovecha para hablar de la caja de previsión
y sus beneficios en caso de huelga. Pierron se va perfilando una vez más como
fiel a la compañía y soplón. Hasta Chaval y Etienne congenian por un día en la
idea común de “barrer a los burgueses”. Bromas procaces de los hombres a la
Mouquette, que ríe satisfecha y busca la compañía de Etienne sin resultado. La
Maheude tiene que ceder ante las presiones de la Levaque sobre el casamiento de
Filomena y Zacarías. Se entristece porque pierde los ingresos de su hijo, y se
alegra de nuevo cuando su marido Maheu propone que tomen a Etienne como
huésped. Etienne acepta.
III. Etienne se instala en
casa de los Maheu, y en las veladas, a las que empiezan a concurrir algunos
vecinos, comienza a inflamar los ánimos sumisos, venciendo poco a poco con sus
charlas la resistencia de la Maheude y su marido, y la resignación de Buenamuerte;
contando siempre con la silenciosa admiración de Catalina. Chaval asistía por
celos y era de los que exigía siempre sangre.
IV. Día de cobro en la mina.
La paga es escasa porque ha habido días de paro forzoso y multas abundantes por
la deficiente entibación. Aparece un aviso público, de parte de la compañía,
anunciando el pago aparte de la entibación y rebajando el precio de la vagoneta
de carbón. Los obreros hacen cuentas y se sienten perjudicados en conjunto. Se
habla de tretas de la compañía por exceso de existencias y para provocar la
huelga antes de que la caja de previsión de los trabajadores alcance un nivel
alto. A la sazón, Etienne había conseguido asociarlos y acumular en la caja
tres mil francos, que no bastaban ni para resistir unos días de huelga. Después
del pago de jornales todo son lamentaciones y lloros en la colonia. “Y crecían
las ideas sembradas por Etienne, desarrollándose en aquel grito de rebelión. En
la impaciencia porque llegase la edad de oro prometida; la prisa por recibir la
parte de felicidad que les correspondía, más allá de aquel horizonte de
miseria, cerrado como una tumba”. Por la noche queda decidida la huelga si en
diciembre la compañía cumple la amenaza.
V. Mientras tanto continúa
el trabajo. Se produce un accidente en la mina: un derrumbamiento en una
galería, que mata a un obrero y parte las piernas a Jeanlin, hijo de Maheu, a
quien la compañía intenta compensar con 50 francos y futuro trabajo de
superficie para el niño. Todo el asunto se describe con multitud de detalles
del desmoronamiento, el rescate y el cortejo hasta la casa de Maheu con la
visita del médico de la compañía, que cree poder evitar la amputación. Maheu
cae también enfermo con fiebres altísimas. Cuando vuelve la normalidad,
Catalina comienza a no dormir algunas noches en casa y abandona por fin el
hogar de sus padres. Se ha ido con Chaval, y ambos se contratan en otra mina.
CUARTA PARTE
I. Estamos situados en la
espléndida casa del señor Hennebeau, director de la mina, el día que estalla la
huelga. Pero los Hennebeau tenían un almuerzo con los Gregoire, con el objetivo
de activar el casamiento de Cecilia con Paul Negrel, su sobrino. El almuerzo —un interminable desfile de truchas, perdices, asados y postres variados,
regados con diversos y refinados vinos— transcurre entre bromas y ocultos temores acerca de la huelga. Se nos
pone en antecedentes de los Hennebeau: él, honrado, trabajador, fiel a la
compañía; ella, “rubia glotona”, de más alta extracción social, no le perdona
que no haya sabido especular y enriquecerse como otros, y para mortificarle se
entretiene con su amante de turno, que en este momento es su sobrino Negrel. Es
ella misma la que ha propuesto casarlo con Cecilia y, efectivamente, el
compromiso ha avanzado a lo largo del almuerzo. La reunión se interrumpe con la
llegada de una comisión de mineros.
II. El señor Hennebeau
recibe a la comisión de la que forman parte Maheu, Levaque, Pierron el soplón —para cubrir apariencias—, y
Etienne. La narración de este encuentro está salpicada de descripciones de
muebles y sedas y de la cohibición de los obreros. Habla Maheu en principio,
ante la sorpresa de Hennebeau, que le tiene por un obrero resignado. Maheu
explica que no son revoltosos, sino que piden justicia: páguennos más y
entibaremos mejor. Concluye amenazando con no volver a bajar a la mina si la
compañía no acepta sus condiciones: que las cosas queden como estaban y cinco
céntimos más por vagoneta. Hennebeau acusa a los obreros de obedecer a
incitaciones abominables de la Internacional. Etienne lo niega, pero afirma que
se alistarán si les empuja la compañía. Hennebeau insiste en que la compañía es
una providencia para sus hombres, que da medicamentos, pensiones, carbón y
viviendas baratas, y que la caja de previsión es una provocación.
III. Han pasado dos semanas
de huelga y se ha repartido todo el caudal de la caja de previsión. El hambre y
la miseria amenazan. El tendero Maigrat ha empezado a negar créditos, se teme
que instigado por la compañía. Etienne es el jefe indiscutible y tiene sueños
de poder delirantes: se ve diputado. Todos están dispuestos a resistir la
huelga sin llegar a la violencia. Nadie se queja. Catalina viene una tarde a
traer dinero a su madre, que lo rechaza y le echa en cara su actitud en
presencia de Etienne. Chaval entra en escena: poseído de unos celos absurdos,
patea a Catalina y acusa a Etienne de entenderse ahora con la Maheude. Etienne
pasea por la mina desierta, reflexiona y decide aceptar el ofrecimiento de
Pluchart para organizar una reunión en Montsou y pedir la afiliación de los
mineros a la Internacional.
IV. Asamblea de los mineros
con Pluchart. Poco antes de la hora de la reunión, Rasseneur le espeta a
Etienne que ha escrito a Pluchart pidiéndole que no venga, pues piensa que
deben resolver sus asuntos sin presencia de extraños. Surge una violenta
discusión entre los dos por tal motivo. Etienne le acusa de pasarse a los
burgueses y de tener envidia de su protagonismo; Rasseneur por su parte insiste
en que las reivindicaciones tienen que ser prácticas, sin violencia mientras se
pueda, y acusa a Etienne de querer subirse al podio de secretario de la sección
por pura vanidad. Suvarin tercia en la discusión, explicando, como siempre, que
lo que hace falta es la exterminación total que predica Bakunin y la vuelta a
la comunidad amorfa y primitiva para que surja un mundo nuevo. Etienne asegura
que la reunión tendrá lugar con Pluchart o sin él. Pero Pluchart llega en el
último instante, vestido de levita negra de “obrero acomodado”, “envanecido por
sus éxitos de tribuno”. Se inicia la asamblea con unos cien mineros y se
constituye la mesa. Rasseneur pide la palabra y con sencilla elocuencia trata
de convencer a los mineros de que la continuación de la huelga no va a traer
más que desgracias; pero la concurrencia le abuchea. Habla Pluchart y “colocó
su discurso acerca de la grandeza y los beneficios de la Internacional”.
Explica su estructura, sus fines, lee sus estatutos. “¡No mas nacionalidades;
los obreros del mundo entero, reunidos en una necesidad común de justicia,
barriendo a la podredumbre burguesa, fundando al fin la sociedad libre, donde
aquél que no trabajase no cosecharía beneficios!”. Si se adherían a la
Internacional, ésta aportaría socorros para la continuación de la huelga. Le
interrumpen los aplausos y gritos de adhesión de los mineros. Etienne se
apresura a distribuir las tarjetas de afiliación. Por aclamación se decide
entonces la adhesión de los presentes y, por delegación, de los ausentes: los
diez mil mineros quedan adscritos a la Internacional.
V. Pasa otra quincena de
huelga y llegan los fríos de enero. La Internacional ha enviado cuatro mil
francos que no han bastado para cuatro días de pan. Luego, nada más. La miseria
se apodera de la colonia. Con ocasión de ayudar a una anciana desvanecida en
plena calle, Etienne se tropieza con la Mouquette, que le invita a su casa,
acabando por conseguir su propósito. Corren rumores por la colonia de que la
compañía quiere negociar. Las galerías y tajos se deterioran, las máquinas se
estropean con el desuso, las existencias agotadas hacen que los pedidos fluyan
hacia Bélgica con riesgos para el futuro. Los mineros deciden ir de nuevo a
Hennebeau, que les ofrece fríamente dos céntimos más por el entibado, los dos
céntimos que ellos aseguraban perder en el cambio. Los mineros se obstinan en
su petición inicial y la reunión acaba mal. La miseria se hace insoportable en
la colonia. Los Maheu han vendido el cuco, los colchones, y no tienen con qué
encender el fuego. La compañía comienza a devolver las cartillas a los mineros
y corre el rumor de que muchos habían comenzado a trabajar en otras minas de la
zona. Esto exaspera a Maheu y, con Etienne, deciden convocar una reunión en el
bosque al día siguiente, invitando a todas las colonias mineras.
VI. Jeanlin, cojeando de las
dos piernas, con sus sometidos compañeros Lidia y Bebert, se dedica al pillaje
por el pueblo. Etienne va al encuentro de la Mouquette con idea de manifestarle
su propósito de no volver a ella. La Mouquette suplica y se humilla. Catalina pasa
cerca y Etienne, suponiendo que los ha visto, se queda “con el corazón
desgarrado por un remordimiento inmotivado”.
VII. En un calvero del
bosque, a la luz de la luna, tiene lugar una reunión de tres mil mineros.
Etienne hace un resumen de la situación, señala la amenaza de la compañía de
traer esquiroles de Bélgica, les anima a seguir la huelga hasta morir, les
pinta detalladamente la explotación a la que están sometidos, les asegura que
la mina debe ser de ellos, porque la pagan desde hace un siglo, con su sangre.
Una aclamación resuena por el bosque: ¡nos ha llegado el turno! Rasseneur trata
de hablar, pero no lo logra, en medio del tumulto, y lo tachan de traidor.
Todos deciden continuar la huelga e impedir a los mineros cobardes que
trabajen. Chaval está presente, celoso de Etienne, el cual le increpa como
posible soplón capaz de avisar a los de la mina Jean‑bart. La muchedumbre
rodea, amenazadora, a Chaval, que asegura que él no trabajará, sino que
inundará las minas.
QUINTA PARTE
I. A la mañana siguiente
Deneulin, dueño de la mina Jean‑bart, es avisado por sus capataces de que
los obreros que no quieren trabajar impiden que bajen los demás. Chaval
convencía a sus compañeros de que imitaran a los de Montsou y se produjo el
tumulto. Chaval se enfrenta brutalmente con Catalina, que quiere trabajar
porque a menudo paga por los dos, y teme acabar en la casa pública de
Marchiennes. Los mineros reclaman cinco céntimos más a Deneulin, que se
defiende inteligentemente, primero alegando que si él no resiste como
empresario se irán todos al garete, que es lo que la compañía desea, para
comprar la mina a bajo precio; luego, cuando se da cuenta del deseo de
vanagloria de Chaval, llevándoselo a su despacho, donde con halagos le ofrece
el puesto de capataz. Chaval cede, y consigue convencer a sus cuatrocientos
compañeros de que adopten la actitud contraria a la que antes había mantenido.
Todos bajan a la mina.
II. Catalina comienza a
sufrir un calor asfixiante en la mina y a sentirse mal. Recibe los insultos
feroces de Chaval. Pero hay, en efecto, un clamor en el fondo de la mina: los
de Montsou están cortando los cables de las jaulas, y todos los mineros de
Jean-bart corren por las galerías, atropellándose unos a otros, para alcanzar
las escalas. La ascensión se hace interminable para Catalina, que acaba
desvaneciéndose antes de llegar a la superficie. Es sacada a hombros de los
obreros, salvada de caer por la estrechez del pozo. Todo se describe peldaño a
peldaño.
III. Se narra lo sucedido en
la superficie de la mina Jean‑bart. No habían acudido a la cita los tres
mil quinientos mineros de la noche anterior, pero sí unos quinientos que se
enfrentan con Deneulin, muy excitados, y que no atienden a razones. Etienne
pretende que Deneulin haga subir a los mineros o no responde de la masa
enardecida. El dueño intenta razonar sobre la ruina que vendrá para todos y el
derecho al trabajo, pero Etienne ha perdido ya el control de la turba y todos
se lanzan a cortar los cables de las jaulas a despecho de los obreros que hay abajo:
apagan los hogares, destrozan el material, incendian. En la operación destacan
las mujeres, a excepción de la Maheude, que intenta frenar a algunos. Van
saliendo los mineros de Jean‑bart y Etienne se asombra de que hayan
bajado tantos. Sale Chaval y se comprueba que ha faltado a la palabra dada en
el bosque. La Maheude increpa a Catalina, que sigue fiel a Chaval. Se inicia
una marcha enardecida hacia otras minas, poseídos casi todos de un furor
destructivo.
IV. La muchedumbre cruza los
campos. Etienne obliga a caminar delante a Chaval. La masa grita: ¡pan, pan,
pan! y ¡a las minas! Se describe el asalto a varias minas, y la destrucción de
sus instalaciones. “Años y años de hambre los torturaban con un apetito
insaciable de matanza y destrucción”. Chaval intenta escapar, pero Etienne,
ebrio, lo conmina a que destroce la bomba de Gaston‑Marie. Van todos allí
y de camino lanzan pedradas a su paso por la Piolaine, en ausencia de los
Gregoire y ante el servicio aterrorizado. Al llegar a Gaston‑Marie, son
2.500 y en un cuarto de hora vacían los hogares y las calderas, y destruyen los
edificios. Etienne quiere obligar a Chaval a dar el primer golpe a la bomba,
pero todos se adelantan y la destrozan, hostigando después a Chaval. A estas
alturas la Maheude y Maheu, así como la Mouquette, están ebrios de furor y han
perdido toda sensatez. Etienne pide que den un cuchillo a Chaval. “La
embriaguez en él acababa siempre en deseos de matar”. Catalina se adelanta y
abofetea a Etienne, llamándole cobarde. Etienne queda paralizado y les deja
marchar ante el silencio de todos.
V. Estamos en casa del señor
Hennebeau. El capataz Dansaert le ha notificado la reunión en el bosque
celebrada la noche anterior, asegurando que no pasaría de ser una fanfarronada.
Busca una nota redactada por Negrel para el prefecto y se encamina al
dormitorio de su sobrino. Allí descubre el lecho desordenado, y comprende que
no puede ocultarse a sí mismo por más tiempo el entendimiento entre su mujer y
Negrel. El golpe le hace desviar la atención de los últimos sucesos, pero abajo
le esperan cinco mensajeros con noticias y, mientras le informan, se oye el
tumulto de los mineros. Sube de nuevo a la habitación de Negrel para ver mejor
a la multitud. La alcoba ya está arreglada y su furor se entibia: ¿para qué
promover un escándalo, si detrás de mi sobrino vendrá otro hombre? Mientras,
llama imbéciles en voz baja y repetidas veces a los mineros. “¡Imbéciles! ¿Soy
yo feliz acaso?”.
VI. Etienne, serenado por
las bofetadas de Catalina, intenta evitar el desastre, pero ya nadie le
obedece, y exasperado por los reproches de Rasseneur, se reincorpora a la
muchedumbre, dispuesto a morir. Las mujeres “ladraban como perros”. La señora
Hennebeau junto con las hijas de Deneulin, Cecilia y Negrel —que volvían de una
excursión por el campo—, intentan entrar en la casa por una calleja trasera,
pero son descubiertos por la multitud y, en la confusión, Cecilia queda en
manos de la masa. Salen Negrel y Hennebeau al rescate. Ayudados por Deneulin,
que llega, y por Etienne, que trata de llevarse a la multitud a la tienda de
Maigrat, logran salvarla sin mayor daño. Ahora va en serio el asalto a la
tienda de Maigrat. El tendero había cerrado, dejando a su mujer dentro, y se
había refugiado en la casa de la dirección. Pero la avaricia al ver que le van
a destrozar la tienda, puede más que su cobardía. Se esfuerza en alcanzar una
ventana desde el tejado, con tan mala fortuna que se abre la cabeza al caer
sobre el hito de la carretera y muere. La masa se dedica a escarnecer su cadáver.
Catalina previene a Etienne de que escape, porque Chaval ha avisado a los
gendarmes. La llegada de éstos provoca la desbandada general.
SEXTA PARTE
I. Además de los gendarmes,
vienen las tropas y se custodian las minas. Pero la huelga continúa y se acrecienta.
Se guarda un silencio atroz sobre los hechos pasados. Todo recae sobre Etienne,
único nombre que Chaval ha denunciado. Los burgueses del pueblo están
aterrorizados. El abate Ranvier, sucesor del abate Joire, toma la defensa de
los huelguistas. Culpa a la burguesía de haber hecho un mundo injusto, por su
ateísmo; amenaza a los ricos en nombre de Dios. Etienne se oculta en la mina
abandonada, economizando la luz de las velas, remordido por la pasada
embriaguez salvaje, “la enfermedad hereditaria, la larga herencia del
alcoholismo”. No obstante, se encuentra a sí mismo por encima de los groseros
instintos de los mineros, y quisiera dedicarse solamente a la política. Jeanlin
le comunica que los gendarmes le creen huido a Bélgica. Etienne trata de recuperar
su fe en la huelga apoyado en las noticias sobre las pérdidas de la compañía,
el agotamiento de existencias, la ruina en cadena de empresas y familias por
todo el país, el creciente desmoronamiento de las minas abandonadas. Pero de
nuevo caía en la desesperación al comprobar que la compañía tenía las espaldas
demasiado bien cubiertas y se compensaba, además, comprando a bajo precio la
mina de Deneulin. En una de las salidas nocturnas, habla con el soldado
centinela del Voreux, de compañero a compañero. Sueña con que los soldados se
unan a los huelguistas y fusilen en masa a los dueños de la compañía. Pero el
“soldadito” sólo piensa en volver a su Bretaña.
II. En el hogar de los Maheu
se consume de nuevo la “última paletada de carbonilla”. Alcira, la hija
jorobada, está muriéndose y esperan al médico. El abate Ranvier visita a la
familia y les habla largamente; “explotaba la huelga, aquella espantosa
miseria, el rencor exasperado del hambre, con el ardor del misionero que
predica a los salvajes, para gloria de su religión. Decía que la Iglesia estaba
con los pobres y que algún día haría que triunfase la justicia, invocando la
cólera de Dios contra las iniquidades de los ricos”, “atacaba veladamente a los
curas de las ciudades, a los obispos, al alto clero, ahítos de goces, que
pactaban con la burguesía liberal”. Los Maheu no le hacen caso, quieren pan y
no sermones. Etienne hace una escapada para ver a los Maheu. Tanta indigencia
le exaspera y murmura que hay que rendirse, pero la Maheude, en un arranque
feroz, declara que antes mataría a todo el mundo. “Sus palabras caían como
hachazos en la noche”. Viene el doctor, pero Alcira muere.
III. Etienne va a
entrevistarse con Suvarin y se reconcilia con Rasseneur, que le sigue tendiendo
la mano amistosa, lo cual no obsta para que discutan largamente sobre el
porvenir de la Revolución. Se habla de que al día siguiente vienen los obreros
belgas a trabajar en las minas. Chaval entra en la taberna amenazando a
Catalina, desafiando a quien quiera oponerse a que él sea capataz de los belgas
y provocando a Etienne. Mantienen una pelea feroz y Catalina teme que se note
su preferencia por Etienne, que queda de manifiesto cuando le avisa de que
Chaval ha echado mano del cuchillo. Etienne le arrebata el arma y ya tiene sometido
a su contrincante, cuando, venciendo su “necesidad de gustar la sangre”, arroja
el cuchillo y echa a Chaval de la taberna. Catalina va en pos de Chaval, que la
rechaza con insultos.
IV. Catalina y Etienne
tienen una explicación sobre la Mouquette y los malentendidos pasados, pero, a
pesar de las invitaciones de Etienne, la muchacha decide volver resignadamente
a casa de Chaval, decidida a dejarse pegar. Etienne vagabundea de noche por el
Voreux y observa cómo Jeanlin mata de una cuchillada por la espalda al soldado
que custodia la mina. Cuando le pregunta el porqué, el chico responde: “no lo
sé. Tenía ganas de hacerlo”. Etienne se enfurece, pero al final se dedican a
ocultar el cadáver bajo unos escombros de la mina abandonada. De madrugada, las
tropas se aprestan a defender a los mineros belgas de los huelguistas, que
comienzan a concentrarse.
V. Los sesenta soldados que
defienden la mina se ven sucesivamente increpados, requeridos, vitoreados, de
nuevo insultados y apedreados. El capitán no cede: manda calar las bayonetas y
espera refuerzos. Las mujeres, especialmente la Quemada, llevan su furia al
extremo e incitan a todos para que acorralen a los soldados a ladrillazos.
Finalmente los militares abren fuego. Los pequeños Lidia y Bebert caen a los primeros
disparos en medio de la confusión. Caen también la Quemada, el viejo Mouquet,
la Mouquette con dos balas en el vientre, y Maheu, herido en el corazón.
Etienne, a pesar de estar en primera fila con Catalina, no resulta alcanzado.
Se inicia la desbandada. La mina queda liberada. Aparece el abate Ranvier
invocando la cólera de Dios “con el furor de un profeta”.
SÉPTIMA PARTE
I. Los sucesos son aireados
por la prensa de París, pero la compañía decide echar tierra sobre el asunto,
olvidar los destrozos, despedir a los belgas, hacer cesar la ocupación militar,
acallar la cuestión del centinela desaparecido y, en fin, invitar mediante
carteles públicos a los obreros sensatos a volver a la mina, bajo promesa de
estudiar benévolamente las mejoras. En casa de la Maheude, enterrado el marido,
reina la miseria y el silencio. Catalina ha sido admitida nuevamente en la casa
tras los sucesos. El mismo Etienne vuelve a quedarse como huésped, harto de
esconderse, pero la Maheude y toda la colonia le muestran su hostilidad,
haciéndole responsable de todo. Todos le tiran piedras, Chaval el que más, y
mal lo hubiera pasado Etienne si Rasseneur no le hubiera acogido en su taberna,
calmando a la multitud con sus palabras moderadas. Etienne reflexiona sobre la
irracionalidad, injusticia y veleidad de la masa. Catalina quiere volver a
trabajar en la mina, pero la Maheude le asegura que la estrangulará si lo hace.
Entretanto, en casa de los Hennebeau se ha concertado definitivamente el
matrimonio entre Cecilia y Negrel. Por otra parte, se va a conceder al Sr.
Hennebeau la Legión de Honor por la manera de vencer la huelga. Su prestigio en
la compañía ha subido tras la magnífica operación de adquisición de la Mina de
Deneulin, que se ha visto obligado a ceder, aceptando un puesto de ingeniero en
su antigua propiedad.
II. Etienne vagabundea de
noche por la mina y se tropieza con Suvarin. Hablan sobre Darwin que, a la
sazón, ocupa la cabeza de Etienne a través de lecturas fragmentarias y
resumidas. El ruso sigue con su anarquismo destructor, pero en un rapto
confidencial cuenta a Etienne cómo murió su querida compañera Annuchka,
apresada, juzgada y ejecutada públicamente tras su participación en un
atentado. El día de la ejecución él estaba entre el público y nada pudo hacer
salvo dirigirle la última mirada amorosa. Hablan también de que el “rebaño” de
mineros bajará de nuevo a la mina sin remedio, y el mismo Etienne los disculpa:
“una multitud que se muere de hambre carece de fuerza”. Suvarin anuncia que se
va a marchar definitivamente de la región. Se despiden amistosamente, pero en
la oscuridad de la noche el ruso va a la mina y, jugándose fríamente la vida,
desciende por el pozo. Una vez abajo, realiza una labor salvaje de sabotaje en
el encubado, aflojando tornillos, perforando con el berbiquí, aserrando
maderas, deteriorando las estopas embreadas. Lo suficiente para que al día
siguiente la subida y bajada de las jaulas provoque una fatal inundación. Catalina
se levanta de madrugada decidida a volver a la mina. Etienne la acompaña a
pesar de que ha jurado no bajar. Se encuentran con Suvarin, que les recomienda
vivamente que no vayan a la mina. Etienne no le hace caso y se despiden de
nuevo.
III. A las cuatro de la
mañana el capataz Dansaert empieza a admitir obreros y no puede ocultar su
sorpresa al ver a Etienne. Luego tienen que soportar los insultos y chanzas de
Chaval. Bajan en las jaulas y a los dos tercios del descenso se produce el
tremendo crujido. Pero los obreros, superado el obstáculo, lo achacan al
deterioro normal por abandono de la mina. Chaval se introduce en el mismo
equipo que Catalina y Etienne, dispuesto a provocar. En un momento determinado
del trabajo, se oyen ruidos extraños, carreras apagadas. Catalina, después del
primer arrastre de vagonetas, trae la noticia de que todos se han ido. Se
lanzan por las galerías desiertas hacia las jaulas, pero allí se percatan de
que ha cedido el encubado y cae un verdadero torrente de agua. Se han juntado
los mineros procedentes de diversas galerías y hay un enloquecimiento por subir
a las jaulas, en la sospecha de que pronto el ascenso se hará imposible.
Dansaert y Pierron, muertos de miedo, logran pasar a la jaula. Los que quedan
abajo contemplan el desmoronamiento fatal del encubado y la realidad de que la
jaula no podrá volver a bajar. Catalina, Etienne y Chaval, se encuentran entre
los veinte que han quedado atrapados. El agua les llega a los muslos. El relato
se desvía aquí hacia lo que sucede en la superficie de la mina. El ingeniero
Negrel ha llegado. Las familias han invadido los terrenos reclamando
angustiosamente los nombres de los mineros atrapados. Negrel, sólo y con riesgo
de su vida, baja en la jaula para inspeccionar el encubado, y se da cuenta de
la tremenda realidad del destrozo, y de que aquello ha sido perpetrado por un
loco. Hennebeau le espera arriba y ambos comparten en secreto el convencimiento
de que la mina está herida de muerte. Cinco mineros logran escapar por el pozo
de escalas de la vieja mina de Requillart, y cuentan cómo los otros quince han
quedado impedidos por los derrumbamientos. Ya se sabían todos los nombres de
los sepultados: Chaval, Etienne y Catalina entre ellos. Horas después se hunde
todo el encubado, el cobertizo, la torre y por fin, con estruendeo de
detonaciones subterráneas, desaparece el edificio de calderas, la chimenea,
todo absorbido por la tierra. Para remate se rompe un dique del canal y todo el
Voreux queda hundido en un lago fangoso. Suvarin, que ha estado espiando el
suceso, se levanta y se marcha.
IV. La compañía decidió
guardar silencio sobre el descubrimiento del sabotaje por la dificultad de
descubrir a los culpables —parecía obra de varios— y para no hacer mártires.
Hubo, sí, despido inmediato: el de Dansaert, el capataz, por su cobardía al
abandonar a sus hombres. Deneulin se encarga de la reparación del canal. Negrel
del salvamento de los atrapados, para el cual todos los mineros se ofrecen. Se
suponía que todos estaban muertos, pero había que intentarlo. El único acceso
posible era la vieja mina de Requillart, también inundada, pero cuyas galerías
superiores podían quedar a corta distancia de algunas galerías del Voreux.
Golpeaban la veta de carbón y pegaban después el oído para percibir alguna contestación.
Negrel “era presa de un sentimiento de abnegación, pese a su irónica
indiferencia por los hombres y las cosas”. La Maheude montaba guardia fuera.
Zacarías “habría sacado la tierra con los dientes para encontrar a su hermana”.
A los tres días de la catástrofe, Zacarías asegura que han contestado a las
señales. Negrel lo comprueba: un sonido lejanísimo que se calcula a cincuenta
metros. Comienzan a perforar y en el primer día excavan seis metros. La
contestación a las señales se oía ya con una sonoridad musical transmitida por
la veta de carbón, pero al noveno día habían avanzado sólo treinta y dos
metros. Ese día Zacarías, en su locura por acelerar el trabajo, abre la lámpara
para ver mejor y se produce una explosión de grisú. Lo sacan carbonizado, y a
varios obreros heridos. El derrumbamiento facilita el progreso de la excavación
pero el aire es cada vez más viciado y, por otra parte, el duodécimo día dejan
de percibirse señales. El nuevo accidente “redoblaba la curiosidad de las
gentes” y los Gregoire y la Sra. Hennebeau son descritos como curiosos y
distanciados observadores que hacen comentarios frívolos. Los Gregoire, con
Cecilia, aprovechan para hacer una visita al hogar de los Maheu, que tantas
víctimas ha cosechado en poco tiempo. Encuentran al abuelo Buenamuerte solo y a
oscuras. En un descuido de los Gregoire, que pasan a la casa de al lado, el
anciano estrangula a Cecilia. Esa misma noche esperan llegar hasta los obreros
sepultados, seguramente muertos.
V. Este capítulo nos sitúa
en el fondo de la mina, una vez consumada la catástrofe. Tras la inundación del
pozo, el viejo Mouque sugiere la salida por la antigua mina de Requillart, pero
se producen desacuerdos en cada encrucijada. Se salvan los que siguen a Mouque,
y el resto va siendo diezmado por los derrumbamientos. Al final quedan Etienne,
que arrastra a Catalina, muerta de cansancio, y por otro lado Chaval. Etienne,
ante la imposibilidad de salir ahora por Requillart, sólo piensa en subir,
cargado con Catalina, hacia los tajos superiores, huyendo de las aguas que
ascienden lentamente. El asunto se describe hora a hora, con las ropas mojadas,
el agotamiento, la oscuridad, hasta que llegan a una oquedad en la que
encuentran a Chaval, que se burla sarcásticamente de ellos. Con él se ven obligados
a convivir en lo que parecen sus últimas horas. Chaval dispone de tres lámparas
y de algunas rebanadas de pan, que ofrece a la muchacha. Catalina rehusa porque
“las miradas con que la llamaba tenían un fuego que ella conocía de sobra”.
Chaval provoca a Etienne. Finalmente luchan, y Etienne acaba con su rival,
hendiéndole el cráneo con una lámina de pizarra. Echan el cadáver al agua. Una
nueva subida de nivel se avecina y quedan acorralados contra la roca, inmersos
hasta el pecho. Pero excavan tras ellos con las uñas para practicar un banco
elevado donde se sientan en posición forzada por encima de las aguas. Allí, en
la oscuridad, esperan hasta el tercer día. Catalina, con la cabeza apoyada en
la roca, oye entonces las señales del salvamento. Contestan con los zuecos.
Hablan entre ellos, con renovadas esperanzas:
“—¡Eh! —gritaba ella
alegremente— ¡Qué suerte ha sido que yo haya apoyado la cabeza!
—¡Oh, es que tienes un
oído!... —decía él a su vez— Yo no había percibido nada”.
Se relevan en la escucha.
Hace ya seis días que están en el fondo de la mina. Las aguas se habían
detenido a la altura de las rodillas, “y parecía que se les deshacían las
piernas en aquel baño de hielo”. “Engulleron glotonamente” trozos de madera
medio podrida del entibado. “Durante dos días vivieron de aquella madera
carcomida”. Masticaban la tela de sus ropas y trocitos de cuero del cinturón.
Bebían del agua en el hueco de la mano, pero una de las veces Catalina grita
horrorizada porque había sentido un cuerpo y el “bigote” de Chaval. Tratan de
alejarlo, pero no lo consiguen. “Todavía pasó un día y otro día. Etienne, a
cada agitación del agua, recibía un ligero choque del hombre al cual había
matado”. Crisis de llanto y somnolencia de Catalina. El agua baja a los doce
días y se lleva el cadáver. Catalina muere. Los golpes del salvamento se oyen
muy cerca, pero Etienne “iba debilitándose”. Pasan dos días. Al fin, sacan a
Etienne vivo y el cadáver de Catalina.
VI. A las seis semanas de
hospital Etienne se siente con fuerzas y se marcha de Montsou. La compañía le
compensa con 100 francos y el consejo de que no vuelva a trabajar allí. En
todas las minas se había reanudado el trabajo y todo había vuelto a la
normalidad. Se encuentra con Pierron, que ya es capataz. Se despide de la Maheude,
que se ha visto obligada a trabajar en la mina por su situación. En el último
apretón de manos, percibe en ella “que lo emplazaba para el día en que volviese
a la lucha”. Etienne va por la carretera a coger el tren y reunirse con
Pluchart. “Su educación estaba terminada; íbase armado ya, como soldado
razonador de la revolución que ha declarado la guerra a la sociedad”. “Aquellos
obreros cuyo olor a miseria le desagradaba hoy, le inspiraban la necesidad de
exponerlos en un marco esplendoroso; los mostraría como los únicos
verdaderamente grandes, impecables, como la única nobleza y la única fuerza en
que podía volver a templarse la humanidad”. Pero tal vez la violencia no
ayudase a apresurar las cosas; mejor organizarse, conocerse, sindicarse en la
legalidad: “millones de trabajadores frente a millares de ociosos, tomar el
poder, convertirse en los amos”. Etienne creía oír el sordo rumor de los
picadores bajo tierra. “Bajo los rayos encendidos del astro, en aquella
madrugada de juventud, ese rumor era lo que preñaba el campo. Estaban brotando
hombres, un ejército negro, vengador, que germinaba lentamente en los surcos,
espigándose para las cosechas del futuro siglo, en una germinación que pronto
haría estallar la tierra”.
B) VALORACIÓN CRÍTICA
1. Las novelas de Zola y
el “naturalismo”
Tras una breve etapa
romántica, Zola deriva hacia el realismo y el naturalismo, movimiento
del que se puede considerar fundador. Therese Raquin (1876) y Madeleine
Ferat (1868) son novelas que presentan ya ese sello, una década antes de
que el escritor expusiera su doctrina en Le roman experimental (1880) y Les
romanciers naturalistes (1881).
Zola sueña con aplicar a la
creación literaria un rigor en nada inferior al del científico en el
laboratorio. Así, piensa, la novela se convierte en un instrumento para conocer
las leyes de la naturaleza humana y social, y, por tanto, en auxiliar del
progreso.
El novelista naturalista,
según Zola, debe subrayar las condiciones fisiológicas, la influencia del medio
ambiente, y las circunstancias determinantes de la persona humana. Además, el
novelista será “un experimentador”, cuya “experiencia” consiste, como la del
científico, en partir de una hipótesis —el determinismo en este caso— y
“demostrar” que viene exigida por la concatenación de hechos de la historia que
se narra. Puesto el “hecho generador”, toda la secuencia se deduce
matemáticamente.
Bajo la presión de estas
ideas concibe Zola una novela cíclica con el título general de Les Rougon‑Macquart
y subtitulada expresivamente “Historia natural y social de una familia bajo el
Segundo Imperio”. Los veinte volúmenes de que consta la serie —Germinal
es el número 13— irán saliendo año tras año de la pluma de Zola, con la
pretensión de demostrar que la conducta individual está determinada por
la herencia y el medio. Cada tomo se centra en un miembro de la ramificada
familia y en un ambiente concreto: los banqueros, los políticos, los artistas,
el proletariado de París, etc. En la base del árbol familiar está la Tía Dide,
internada a causa de su locura, cuya tara inicial, en palabras del autor, “pesa
sobre toda su descendencia, y determina, según el medio, en cada uno de los
individuos de esta raza, los sentimientos, los deseos, las pasiones, todas las
manifestaciones humanas, naturales e instintivas”.
2. Crítica de las teorías
zolianas
a) La novela como
experimento científico
La pretensión de convertir
las novelas en demostraciones experimentales no resiste el análisis. No se
puede asimilar la experimentación biológica, cuyas hipótesis son siempre
sancionadas por el fracaso o por el éxito, a una “experimentación” novelística
donde se ejerce libremente la imaginación en el marco de unas pretendidas leyes
de la naturaleza. Las narraciones de Zola no demuestran el determinismo, sino
que simplemente lo suponen y desarrollan.
b) Determinismo,
biologismo mecanicista
Influido por la euforia
científico‑naturalista de su tiempo, Zola cree en la subordinación de la
psicología a la fisiología. Son las condiciones fisiológicas y las
circunstancias ambientales las que determinan el comportamiento humano.
Valga como ejemplo lo que se dice en Therese Raquin acerca del
asesinato: produce remordimientos que “consisten en un simple desorden
orgánico”.
El determinismo psicológico
afirma que los hechos psíquicos son efectos necesarios de las condiciones
previas, lo cual supone que no queda espacio para la libertad humana. Si se
conoce el carácter, los hábitos, las inclinaciones y las motivaciones de un ser
humano, cabe predecir sus decisiones, su conducta. La conciencia de libertad
que tienen los hombres procedería de un juicio erróneo por desconocimiento de
los móviles inconscientes. Todo acto humano responde a una causa que lo
determina necesariamente.
Desde luego, hay muchos
automatismos y reflejos que influyen en nuestro comportamiento y lo condicionan
parcialmente, pero no alcanzan —en la normalidad de los casos— a suprimir la
libertad. Por supuesto que ser libre no es ser indiferente a las tendencias que
se manifiestan en la conciencia, pero tampoco sufrir indefectiblemente la
imposición de la más fuerte. Un apetito, un impulso, un deseo, un ideal, nunca
actúan como una causa eficiente que determina mi acción, sino como una causa
(final, ejemplar) de que “yo mismo” me decida y determine. Es cierto que no
puede haber acto libre sin motivo, pero el motivo no es causa del acto,
sino parte integrante de él.
La fácil aceptación del
determinismo, como la de cualquier teoría que niegue la libertad humana,
encuentra su explicación en la cómoda seguridad que proporciona la ausencia de
decisiones responsables. Si no hay libertad, no existe responsabilidad. Ante un
determinismo absoluto carecen de sentido la declaración de derechos humanos, la
recusación de cualquier totalitarismo, y la denuncia del mismo Zola contra sus oponentes.
Toda acción queda justificada por su misma necesidad.
Se entiende mejor que
algunos pensadores —como Zola mismo— hayan sustentado una teoría que niega su
propia libertad personal si tenemos en cuenta las circunstancias históricas. El
éxito evidente de las ciencias físicas facilitaba la extrapolación del método
mecanicista al campo biológico y psíquico. El ser humano aparecía como más
comprensible si se reducía la actividad consciente a secreciones biológicas;
las secreciones a fuerzas físicoquímicas; la físicoquímica, en fin, a masas en
movimiento, a mecánica. La idea de que sólo lo mensurable es inteligible, y de
que lo no cuantificable es sospechoso de no formar parte de la realidad,
favorecían aún más el deslizamiento.
3. Germinal
“Germinal” (1885), es la
novela de la serie Les Rougon‑Macquart dedicada al proletariado de
la mina. Está documentada con observaciones acumuladas en cientos de fichas,
tras una visita a las minas del norte. Esto es lo que permite a Zola hacer
descripciones detalladas, minuciosas, en las que late la intención de recoger toda
la realidad, si bien esa exhaustividad, que atesora el último pliegue o arruga
material, olvida importantes zonas del mundo real.
Quizá por esto resulta corta
la psicología de los personajes, llevados a situaciones excepcionales por el
autor para “demostrar” sus tesis. Los tipos se quedan en haces de reacciones
nerviosas, generalmente poco normales y humanas, de sabor patológico. En su
afán de pintar lo fisiológico evolucionando bajo la influencia del medio, Zola
concede tal preeminencia a los instintos de la “bestia humana” que sus héroes
se ven impulsados a cada acto de su vida por el fatalismo de su carne. Etienne
ha heredado la tara del alcoholismo y la bebida le incita siempre a matar.
Chaval es sólo envidioso y pendenciero, sin complejidad humana alguna; Catalina
sólo resignada; Suvarin exclusivamente nihilista. En realidad no sabemos
realmente cómo son: quedan, como el resto de los personajes —incluidos los dos
sacerdotes, en los que se ceba la ironía sectaria— curiosamente lejanos y
desconocidos, a pesar de las minuciosas descripciones. La mayoría de los
críticos reconocen en Zola mayor capacidad para la animación de multitudes y
objetos (la masa enfurecida de huelguistas, la mina) que para la creación de
tipos individuales.
Las luchas obreras que narra
Zola tienen como telón de fondo histórico la Revolución industrial, que
provocó, como es sabido, el crecimiento y concentración masivos de los
trabajadores, y acentuó las desigualdades económicas y sociales. La huelga
minera de “Germinal” transcurre en las años de la I Internacional (1864‑1872),
en la que triunfó el “socialismo científico” de Marx. Aún no habían aparecido
los partidos socialistas nacionales y descentralizados que, surgidos de la II
Internacional, intentaban corregir los excesos centralistas de la I.
El socialismo que
empapa las páginas de “Germinal” posee un carácter libertario, mítico, auroral
—germinal—, vengativo, violento; entusiasta y firmemente decidido. La lucha
social se plantea según el esquema dialéctico de proletarios contra burgueses,
hasta el exterminio. Es un socialismo que, ignorando cualquier fin
trascendente, sitúa al hombre en un universo cuyos fines exclusivos se centran
en la posesión de bienes materiales. A esa visión materialista del hombre se
subordina la libertad humana, la familia, la educación de los hijos y cualquier
bien moral o espiritual.
La mezcla de miseria obrera,
burguesía aprovechada y clérigos ambiguos que pinta Zola, hace conveniente
recordar aquí las palabras de Pío XI en la Encíclica Quadragesimo anno:
Hay “quienes, confesándose cató1icos, apenas si se acuerdan de esa sublime
ley de justicia y de caridad, en virtud de la cual estamos obligados no sólo a
dar a cada uno lo que es suyo, sino también a socorrer a nuestros hermanos
necesitados como si fuera al propio Cristo Nuestro Señor, y, lo que es aún más
grave, no temen oprimir a los trabajadores por espíritu de lucro. No faltan
incluso quienes abusan de la religión misma y tratan de encubrir con el nombre
de ella sus injustas exacciones, para defenderse de las justas reclamaciones de
los obreros”.
Pero con la misma fuerza de
este reconocimiento, tras aclarar cuál ha sido la actitud continua de la
Iglesia ante los problemas sociales, queda condenado el socialismo de
inspiración marxista.
Proletarios contra burgueses
en “Germinal”. Zola, que desde luego era un burgués, ve al obrero como un
camarada de lucha, y los burgueses que presenta en su novela son, en general,
detestables. Ambas galerías de personajes resultan imparcialmente acartonadas
en servicio del determinismo básico. Hay que reseñar que, en medio del
escándalo que levantó en su tiempo “Germinal”, se alzaron las organizaciones
obreras francesas, negando semejante pintura de sus afiliados: masa amorfa y
animal, sin libertad y sin inteligencia.
En resumen, el sectarismo y
la superficialidad de las ideas filosóficas del autor, especialmente su
determinismo, su populachera irreligiosidad y la sórdida descripción de
conductas y ambientes gravemente inmorales —quizá con una genérica intención
moralizante—, sin ninguna referencia a la trascendencia, dejan como poso en
esta novela —algo envejecida por un lenguaje reiterativo que desprecia la
estética— la amargura de la existencia humana, consumida vanamente, como una
pesadilla, dentro de un tejido de pasión colectiva cuyos móviles son la riqueza
y el poder.
J.G.P.
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